domingo, 28 de diciembre de 2014

Año de justicia

Diario de Pontevedra. 26/12/2014 - J.A.Xesteira
En este último escrito del año que acaba el miércoles es tradicional que los Medios hagan un Resumen del Año, que está ya confeccionado y montado desde hace días, a espensas de la noticia de última hora (la muerte de Joe Cocker –dio hace años en Pasarón un concierto memorable–, una dimisión o imputación antes del fin de año, para amargarle las uvas a cualquiera, y poco más). El 2014 tendrá un nombre, como siempre: “El año de…” o “El año en que…” Y los expertos en resúmenes de los anales de la Historia nos lo explicarán. Fue un año preelectoral, en el que los grandes partidos se complicaron la vida y vieron como los votantes enmascarados aparecían para que las cosas no fueran como siempre. No deben estar muy claros los datos que manejan los grandes partidos (que son los de verdad, los que no cuentan a los Medios y que les dicen que la cosa está fea) porque estos días pasados me llamaron dos veces para hacer una encuesta de intención de voto. ¡A mí, que en la vida me llamaron ni para preguntar que dentífrico uso! Deben estar haciendo las encuestas a fondo y llaman a los últimos de la fila (un servidor). Por supuesto, fiel a mi estilo, no contesté; les informé que sólo respondo a las encuestas si me pagan; los encuestadores cobran, las empresas que los contratan, cobran, los que encargan la encuesta cobran, y el único que no cobra es el más importante, el que da las respuestas con las que los partidos saben a que carta tienen que jugar. Este fue el año de Podemos, como es lógico, el año de la aparición de un nuevo frente anticiclónico; fue también el año de la precampaña, en la que los movimientos telúrico-politicos descabalgaron a unos cuantos viejos y dejó que entrarán algunos jóvenes, no muchos, como si fuera una cuota: tantos de mujeres, tantos de jóvenes, tantos de gays, tantos de viejos… En los resúmenes aparecerán agrupados por temas las noticias del año; nada nuevo en deportes, un espacio donde nunca hay nada nuevo; nada nuevo en economía, donde nos dicen que la cosa se va a arreglar pasado mañana (asiempre pasado mañana); nada nuevo en el empleo, donde el número de parados sólo se ve aliviado por la emigración y el reparto a tiempos de microtrabajo de los empleos; nada nuevo en los empresarios y sindicatos, los primeros apuntando futuros imputados, y los segundos suspirando por los viejos tiempos que echaron por el retrete y tiraron de la cadena; las pequeñas novedades están en el mundo periférico: dicen que el cine español levanta cabeza a pesar de que cada vez que lo hace viene un ministro y le arrea un estacazo; dicen que se siguen editando libros, a pesar de que nadie lee en este país; el mundo de la cultura, en general no es más que una nota suelta en el resumen del año. El resto de lo que dio de si 2014 no tiene mucho interés, aunque haya sido el año en que el Rey Juan Carlos I adbicó en su hijo Felipe VI, una confirmación de que la Monarquía es como un banco o una empresa (también fue el año de la sucesión Botín en el Santander y de la casa de Alba, estos dos casos, por fuerza mayor y mortal). De Felipe VI aguardaban que su mensaje de Navidad fuera rompedor y que pusiera a parir a su hermana por cómplice de su cuñado. No lo hizo e hizo bien. ¿Qué esperaban? Hay que tener un mínimo de respeto por las hermanas, aunque salgan torcidas. 
El año que acaba, si hay que hacer un resumen que fundamente su paso por el tiempo, es que fue el Año de la Justicia Confusa. La Justicia. Vamos a establecer un convencionalismo entre Justicia con mayúscula y justicia con minúscula. La primera es un concepto abstracto, indivisible; y la justicia como sistema de premio o castigo, avalado y configurado por la Ley (o las leyes, excesivas y muchas veces de dudosa justicia). Así que podemos aceptar que la Justicia es el aparato en el que navegan los jueces, los abogados, fiscales, policías y ladrones. Bien. Creo que no hubo un año tan peligroso para la Justicia en este país como el que pasó; un año en el que dimiten el ministro del ramo y el fiscal general del Estado, un año en que anuncia que la hermana del rey se va a sentar en el banquillo de la Pantoja, un año en el que comienzan a entrar en las cárceles personajes variados. Ese mismo año en el que los jueces andan revueltos contra los altos organismos, los abogados protestan por las tasas y por el funcionamiento, mientras se anuncian nuevas imputaciones, investigaciones, se abren nuevos frentes en los procedimientos en curso, y se esperan que sigan apareciendo más “presuntos implicados” en cualquier cosa con dinero por medio.
Todo muy bien. Nunca se había revuelto de esta manera el cotarro de los delincuentes importantes. Pero la percepción de los ciudadanos sobre la situación de la Justicia es confusa: se abren procesos, se imputan a importantes, incluso se meten en la cárcel a algunos condenados (aunque salgan para cenar en casa por Navidad o ir al dentista una semana entera). Las condenas por haber robado dinero público se materializan, pero el dinero no se devuelve, con lo que se supone que en cuanto salgan de la cárcel disfrutarán de lo robado. La confusión aumenta cuando los propios jueces acusan al Gobierno de poner trabas en su trabajo, la administración de justicia es uno de los organismos con más retraso en su funcionamiento, por falta de medios y de personal. Y todo esto no acaba de hacernos creer a los ciudadanos que la justicia confusa pueda ser despejada; como si todo fuera un montaje para que parezca que se hace algo (que de verdad lo hacen los jueces que llevan las causas) pero al final algo no cuadra. Como la música de la lotería, que estaba hecha para decir “pesetas” y ahora no cuadra con “euros”.

domingo, 21 de diciembre de 2014

De un humor penoso

19/12/2014 - J.A. Xesteira
Siempre existió la fama popular de que los españoles éramos los más graciosos del mundo, sobre todo en comparación con el resto de los países, tomados por sus supuestas idiosincrasias; ya saben, los ingleses son serios y estirados, los alemanes son cabezas cuadradas, los italianos son simpáticos pero de diseño, los franceses unos presumidos antipáticos y así todo. Después, una vez que pudimos viajar, nos dimos cuenta de que no todo era tan esquemático y que los chistes de “iban-una-vez-un-inglés-un-alemán-y-un-español” podía hacer gracia en el momento, pero la realidad era distinta. Cada pueblo tiene sus propias consideraciones sobre lo graciosos que son, y se ríen de sus cosas, pero no les gusta que los demás se rían de lo mismo que a ellos les hace gracia. Los habitantes de Lepe podrían hacer chistes sobre sus vecinos, pero no les hacía mucha gracia que toda España se riera de aquella historia (falsa) sobre lo tontos que eran. Sobre la manera de ser de cada nación son importantes los chistes ilustrados que aparecen en los periódicos; ahí se refleja la manera de ser, la manera de reírse de sí mismos (un ejercicio sano) y la válvula de escape de los cabreos nacionales. Muchas veces el chiste de cualquier periódico dice más que el editorial y está mejor dibujado. En tiempos difíciles, de pasadas dictaduras, los humoristas eran la rendija por donde se colaban los mensajes prohibidos; en los actuales, también. Los chistes de bar catalizaban los descontentos y reflejaban en el espejo del humor la realidades más miserables del momento. Los chistes de curas, de Franco, de loros, de maricas, escatológicos, sexuales, de militares, de Jesucristo, de pobres y ricos, de mujeres, de negros…, son materia de estudio social, además de (no siempre) motivo de unas risas. La corrección política, que es a menudo un argumento hipócrita, provocó que muchos de los chistes que hace unos años hacían reir en la televisión (muchos siempre pensamos que eran chistes malos con risas a costa del débil, aquello que un cantante definió como “la gracia del señorito a costa de los pobres”) ahora son materia de delito. La proscripción pública de los chistes de minorías étnicas, de género, de vejaciones de los débiles, de la infancia, etcétera, tuvo el efecto rebote de generar una legión de monologuistas, que son los sucedáneos, con mejor o peor fortuna, de Gila el Grande, analistas de la realidad mirada por la parte de atrás, pero sin el componente absurdo y surrealista del hombre del teléfono (el absurdo, que estaba de moda en los años 50 del siglo pasado, ya no lo está) El humor nacional es otra cosa, como era de esperar del cambio de los tiempos. Mantiene, eso si, ese poso de cabreo nacional, que lo distingue del resto de Europa. Si tienen la paciencia de ver chistes de periódicos extranjeros (están en Internet) verán que los portugueses se ríen y compadecen de sí mismos, los franceses no se ríen, los italianos presumen de sus risas, los alemanes están en otra risa. Pero los españoles descargamos en las historietas dibujadas en los periódicos la mala leche que acumulamos después de leer los titulares; no nos reímos, tratamos de hacer simpáticos nuestros despropósitos como sociedad. 
Pero llegamos a un cambio de rumbo. Los medios de comunicación digitales han revolucionado todo el humor y la forma de contar el chiste. Lo que antes era patrimonio de cuatro amigos en la barra del bar, ahora es patrimonio de la humanidad por medio de Twitter o de Whatsapp. Y lo que antes era una gracia creada en algún punto misterioso del país por una mente simpática ahora se genera en miles de teléfonos, de terminales de ordenador, en el mundo de la Red. Y ahí nace un total descontrol y el humor vertiginoso. El viejo humor de los tiempos de la radio era lento, pero dejaba frases para la historia, porque aquellas frases eran esencia (¿recuerdan el “le han dado a una mujer que no era de la guerra”?) El nuevo humor va a velocidades de nanosegundos, y lo que era risas hace un minuto en Youtube, ya no lo es, le supera otra gracia. La velocidad y la capacidad de convertir en supuesto humor todo lo que pasa por el pequeño mundo de los ciudadanos ha provocado un efecto peligroso: todo vale, todo es susceptible de broma en las comunicaciones digitales; lo mismo un chiste sobre el pequeño Nicolás que sobre el grande Mariano, lo mismo uno de negros inmigrantes que de políticos blancos. No hay baremo ni medida moral; lo serio no es lo contrario de lo jocoso; se puede ser humorista de forma seria. Es cierto que hay que tomar la vida con un cierto grado de humor, pero la línea que separa el torrente de humor digital de la estupidez y la ofensa es finísima. Un chiste sobre curas o negros puede hacer gracia una vez, pero si se mezcla el chiste de curas con la pederastia o la de negros con los muertos en las pateras, el humor desaparece. Y en este momento, la mayoría de los chistes que circulan por las pantallitas están más en el terreno de la ruindad graciosa que del simple humor. El Todo Vale no vale, el derecho a la libertad de expresión no es un maná del cielo: hay que merecerlo. Hemos llegado a un punto en el que ese falso humor de vídeo y “trending topic” muestra a un país que todo lo convierte en broma, desde la crueldad hasta la estupidez. Es cierto que la realidad social no ayuda, con infantas que no saben poner una transferencia y pequeños suplantadores falsificando carnets. Pero la sociedad y lo que hagamos con ella merece un respeto; hemos abaratado el humor y nos hemos acostumbrado a ello; por eso no hay reacciones suficientes cuando abaratan el despido, degradan los derechos sociales, se crean leyes de altas prohibiciones o nos toman por el pito del sereno. Todo eso lo convertimos en un jijí jajá y lo mandamos por whatsapp o twitter. Y quedamos tan contentos.

domingo, 14 de diciembre de 2014

La ciudad perdida

Diario de Pontevedra. 12/12/2014 - J.A. Xesteira
Entro en Vigo en una vieja tienda de música para comprar unas cuerdas de guitarra; de charla con la mujer que desde hace muchos años me atiende y soporta mis rarezas de que si quiero una marca o la otra, me entero de que la tienda (más de un siglo de existencia) va a cerrar las puertas cuando pasen las Navidades. ¿Motivo? La caducidad del contrato y la actualización de las rentas antiguas. Posiblemente, el año que viene será uno más de las docenas de bajos comerciales con un letrero de Se Alquila, y todos los que hemos comprado nuestra primera guitarra allí (somos miles) lo lamentaremos. Y nada más. Y así, poco a poco, desaparece de la ciudad, como de todas las ciudades, el referente histórico, las tiendas «de-toda-la-vida» y digo bien de toda la vida. Hago al instante un poco de memoria y otro poco de reflexión. De Vigo, como de cualquier ciudad, fueron desapareciendo viejos comercios de belleza atemporal justo cuando los propietarios los dejaron, ya por fallecimiento, ya por jubilación sin continuidad. Coincidió ese momento, en que el negocio familiar no tiene continuación, con la aparición de una firma multinacional que se instala en el local, con lo que se pierde una seña de la ciudad a cambio de una firma clónica de venta mundial. Existió también una época en que los bancos eran negocios en expansión y sin la mínima sospecha de delincuencias organizadas, avalados todos por el Banco de España, que los santificaba y por las agencias que hacían las auditorías; en ese tiempo que ahora parece lejano, se multiplicaban las sucursales para convencer desde ellas a los ciudadanos de que las preferentes eran sanas y honradas. Por algúna extraña circunstancia, esas sucursales se instalaban en viejos cafés, que desaparecían sin remedio. Los bancos fueron ocupando locales, y poco a poco desaparecieron de las ciudades los cines, los cafés, los comercios viejos y los lugares que daban identidad a esas ciudadaes. Los establecimientos de comida basura, en la que inexplicablemente todavía hay gente que cree que está comiendo algo sano, se instalaron en edificios emblemáticos, en los que encerraron esos templos del ketchup y las patatas fritas que se comen con los dedos. También aparecieron docenas de tiendas de cosmética, que pagaron millonadas por locales; y las inevitables tiendas de ropa de las zaras, berskas, hachiemes o pulambiers… En el centro de las ciudades donde antes había viejos comercios ahora están los clones de un sistema que se repite a lo largo y ancho del mundo. 
Los viejos comercios, los viejos cines, los cafés, ya no vuelven. Los bancos comenzaron a recular y cerrar sus sucursales, después de fundirse unos con otros. Pero los locales antiguos quedaron para alquilar al mejor postor. Muchos de ellos sobrevivían por amor de sus propietarios a su trabajo y a su entorno; sus tiendas eran como la placenta en la que sentían que hacían un trabajo grato, que no daba para hacerse millonarios, pero si para vivir ellos y algún dependiente que envejecía al ritmo de la tienda. Pero llegaron las leyes, en un país (este) en el que hay más leyes que ciudadanos, y decidirerton actualizar las rentas antiguas; este año finaliza el plazo para que los viejos contratos desaparezcan y, con ellos, la mayor parte de los establecimientos que no podrán soportar los nuevos contratos. La Copyme (Pequeña y Mediana Empresa) estima que se verán afectados unos 200.000 locales en todo el país, que generan entre 300.000 y 500.000 empleos. Muchos de ellos continuarán con nuevos contratos, pero muchos otros cerrarán; todo dependerá de la disposición del casero y de los pequeños comerciantes. Pero la gran parte débil del negocio, precisamente los establecimientos más antiguos, con sus dueños y empleados a punto de la jubilación, cerrarán sus puertas. Y las ciudades irán perdiendo aquellos detalles por los que eran conocidas, para ser una repetición de lo que se puede ver en cualquier calle o en cualquier centro comercial (una mala copia del sistema americano, que agrupa las tiendas en un conglomerado en las afueras de sus ciudades-campamento). Cuando uno viaja a una ciudad, ya sea París o Palencia, lo que menos le importa son las tiendas que Inditex montó en la calle principal; generalmente el viajero suele visitar la parte antigua (si la tiene, y cuanto más antigua, mejor), una iglesia, un museo y después esos cafés, tiendas, locales comerciales que ostentan viejos letreros como «Fundado en 1898» o «Proveedor de la Real Casa», o aquellos que, simplemente vienen en la guía como interesantes. Si usted va a Oporto podrá ver el pirulí eclesiástico de la Torre dos Clérigos, pero a donde van los turistas en manada es a la librería Lello e Irmão –la librería de Harry Potter– hasta el extremo de que ya no se puede comprar un libro allí (lo intenté), porque los turistas bajan en tromba y aquello es un hervidero de flashes. En cualqueir ciudad, tan importante como el gótico flamígero de una catedral es la terraza del café más antiguo, con sus camareros eternos y sus plazas donde se vive el pulso de cada ciudad. En España, país abundoso en iglesias (que están protegidas por ley, porque son locales que no pagan impuestos) a las que no se puede tocar, porque se las considera de interés cultural (algunas no tienen interés ni como galpón) despreciamos, sin embargo el interés cultural de los viejos locales, que deberían estar tan protegidos por leyes culturales como muchas iglesias; como vívimos en un país aculturizado, establecemos que el baremo para juzgar a un viejo teatro, un cine o una mercería histórica es el valor de la renta catastral o del alquiler. Es lamentable que para referirnos a un entorno ciudadano de hace cincuenta años tengamos que echar mano de las fotografías, cuando los edificios que aparecen en ellas acaban de ser derruidos y convertidos en cualquier cosa. Dejaremos de viajar cuando todas las ciudades del mundo tengan los mismos comercios franquiciados, se beba el mismo café en un vaso de poliuretano y se coma la misma comida basura. Para eso nos quedamos en casa y vemos el museo por internet.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Las noticias que se pisan

Diario de Pontevedra. 05/12/2014 - J.A. Xesteira
La ventaja de escribir un artículo al fin de semana es que todo lo que pasó en los siete días anteriores se puede procesar y digerir como fiambre. Los comentaristas de periódicos nos valemos de los mismos periódicos para rellenar estas líneas con alguna noticia comentada. A veces el aluvión de informaciones es tal y tan rápido que hay que echar mano de la olla y meterlo todo dentro a cocer. Noticias con las que comienza la semana por la mañana, caducan por la tarde. Por ejemplo, la entrada en prisión del todopoderoso Fabra de Castellón; una buena noticia para todos, mala para él, que tendrá que estar en la trena una temporada. Pero esa noticia ya quedaba apagada al día siguiente por otras que corrían más y llenaban el espacio que deja libre la política en su compleja arquitectura: el PP y el PSOE que no saben que hacer con su vida (incluso hablan de arrejuntarse, aprovechando las leyes de igualdad de sexos) o los partidos menores, que levantan cabeza después de haber sido acosados y agredidos por los mayoritarios; y al fondo Podemos, que ya va de ganador sin haber hecho nada más que existir y que tiene que esquivar a diario toda la porquería que le echan desde las primeras páginas de los periódicos, claramente servidores de cada partido en el que confían sus beneficios. Los comentaristas tenemos que andar leyendo la prensa con las gafas de suponer, no de leer entre líneas, porque ya no se escribe en ese viejo sistema, sino desde el punto de vista del psicoanálisis: saber lo que quiere decir el periodista con la poca información que tiene y después de desbrozar la parte afectada por la intoxicación de los gabinetes de prensa y las normas de la casa de la sidra de cada redacción, escrito entre el “mandato-de-arriba” y el “pa-lo-que-me-pagan”. 
De repente, la noticia de un atracador y una policía muertos a tiros en Vigo quedó tapada por la muerte de un hombre en Madrid en una batalla entre talibanes del fútbol, personajes violentos y peligrosos (incluido el muerto, ahora convertido en mártir). Al instante, como un reflejo pauloviano comienzan a segregar los jugos gástricos de los “opinativos” (palabra que figura en el diccionario de Cantinflas) para hacerse las preguntas de rigor: ¿tenía el chaleco salvabalas? ¿la policía estaba avisada de la quedada de los ultras en el Manzanares? ¿por qué el atracador empezó a disparar sin más, era un suicida? ¿quien le vendió las entradas a los Riazor Blues? Y las normas a seguir: no se puede consentir que exista esa fauna de tarados en el fútbol; los recortes en los presupuestos son los culpables de que la policía actúe sin cobertura de seguridad; hay que desterrar esa lacra, el fútbol es deporte y no tiene nada que ver con esas pandillas de violentos. Y, a continuación las explicaciones oficiales: hemos abierto una investigación para esclarecer los hechos; no teníamos información oficial de que los ultras coruñeses vinieran a Madrid; ahora lo principal es ver lo que ocurrió y tomar medidas. Pura palabrería, frases viejas que ya oímos alguna vez. No resolverán nada. Los policías se encontrarán de nuevo en alguna ocasión con algún desesperado que no esperaban y se morirán o matarán porque tienen pistolas para defenderse y atacar al que ataca; no eligen el momento ni el escenario, las cosas vienen así y no se las espera, son circunstancias fatales que se unen en un punto y provocan muertes. Nadie puede resolver eso ni prevenirlo. Muere un atracador y una policía; no hay más, el resto es protocolo y palabrería. 
El fútbol, no. No es la primera vez que muere un fanático en una batalla campal por causa de un equipo, ni será la última, me temo. Es una cuestión cultural y social. El fútbol, en su expresión total (deporte, negocio, empresa, catalizador social y depositario de las esencias patrias, de la gran patria hasta la pequeña patria) conviene que siga así, aunque muera de vez en cuando un chalado en una batalla por defender la bufanda de su equipo. Son los ejércitos capitalistas: defensores de una sociedad anónima deportiva; un equipo no es más que una empresa comercial, pero los ultras aún no lo saben, es un problema cultural. En el franquismo el fútbol era síntoma de incultura y se achacaba al régimen imperante que utilizara el deporte único como opio del pueblo. En realidad era una válvula de escape para una sociedad con pocas ocasiones de evadirse; era el único espectáculo que no estaba censurado: podía insultarse a la autoridad máxima, el árbitro, sin que pasara nada, y las patadas eran en directo, y las peleas contra los hinchas, también, aunque la sangre no llegaba al río Manzanares. La otra actividad cultural, el cine, estaba censurada, y sólo se admitían indios contra vaqueros y polícías que siempre ganaban (“el crimen nunca gana” añadían, pero no era cierto). Con la Transición los progres y cultos de este país decidieron que el fútbol era cultura popular y se entregaron a la causa. Y de alguna manera se trasladó a los colores del equipo los colores de los partidos, los colores de los diferentes países autonómicos (antes del soberanismo independentista) y a las empresas y empresarios futbolísticos les interesó tener ese ejército de kamikazes, capaces de dar la vida por la bufanda de su equipo; mientras berreaban ¡Depor!, ¡Celta!, ¡Aleti! o cualquier otro, no se fijaban en las deudas de Hacienda (parte consentidora), en las cuentas que manejaban los presidentes (alguno claramente delincuente y todos bajo sospecha) y mientras gritaban ¡España! en los mundiales no protestaban por el deterioro de la verdadera cultura, de la verdadera sociedad con sus recortes en lo verdaderamente importante. Ahora, en un gran gesto, quieren prohibir a los ultras en los campos, pero ya es tarde, el fanatismo viene de serie en el mismo paquete del fútbol. Ahora nadie reconoce que se dejaron aclamar por esos mismos tarados, de la misma manera que ahora nadie reconoce que aplaudió a Frabra en su día, cuando inauguraba aeropuertos sin aviones.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Demagogias y poesías

Diario de Pontevedra. 29/11/2014 - J.A. Xesteira
La duquesa de Alba se muere en Sevilla (RIP) y lo más destacable del noticiero de su vida es que tenía un montón de títulos nobiliarios y otro mayor de propiedades por miles de millones de euros que, en gran parte, están exentas de tributos y en otra gran parte reciben ayudas al campo de la Unión Europea. Al mismo tiempo que Cayetana de Alba se moría en Sevilla, entre el conocido fervor necrofílico de los sevillanos, una anciana en Madrid, sin título alguno, era desahuciada de su piso porque su hijo pidió un préstamo a un usurero particular con un contrato, al parecer, lleno de irregularidades y de procedimiento dudoso. A la anciana la ponen en la calle con fuerzas de policía por medio y sin darle una alternativa a su situación que ampara la Constitución Española con la que se llenan la boca desde hace años los más grandes expertos. Si fuera un político o un comentarista televisivo podría hacer con estas dos noticias demagogia populista; si fuera César Vallejo haría un poema genial. Como no soy ni una cosa ni la otra, ahí lo dejo quedar. 
El Rayo Vallecano, un equipo de fútbol de barrio de Madrid, del mismo donde vivía la anciana, acordó ayudarle; el entrenador dijo en rueda de prensa que él y el club iban a ayudar personalmente y a través de un canal de ayuda a esa vecina del barrio. Si los periódicos fueran como nos dijeron que tenían que ser cuando estudiábamos para esto, tendrían que abrir a cinco columnas en primera con la gran noticia: “Un entrenador de fútbol da una rueda de prensa y no dice gilipolleces”; subtítulo: “La Fifa anuncia que tomará cartas en el asunto y no se descarta que el entrenador del Rayo sea suspendido de sus funciones”; editorial: “¿Es demagogia populista o es un poema deportivo?”; artículo de opinión: “Más allá del deporte” (en el texto se alude a los presidentes de equipos de fútbol relacionados con el boom inmobiliario, las promotoras, la corrupción política –no demagógica ni poética, sino real– y su relación con los desahucios a través de las empresa buitres y con las condenas por delincuencia futbolística organizada). “Es una señora que llevaba cincuenta años viviendo en su casa y por hacer un gesto que le honra, que es avalar a su hijo, que todo el mundo haríamos indudablemente, ha sido desahuciada. Es una situación para pensar en ella y tenerlo en cuenta”, dijo el entrenador Paco Jémez. No sé si es bueno o mal entrenador, sí sé que el Rayo es un equipo pobre, y que sus palabras están más cerca del poema de Vallejo que de la demagogia populista. A fin de cuentas, los equipos ricos están más pendientes de quien se lleva el balón de oro o de recalificar terrenos, cosas que no tienen poesía y sí mucho populismo para entretener a gilipollas que abren la boca ante los entrenadores. 
Ser anciana de la nobleza de este país es un espectáculo. Un noble, a fin de cuentas, no es más que el descendiente de un facineroso que libró la cabeza del verdugo por servir a otro facineroso llamado rey; la diferencia entre ser grande en la Historia o no serlo está solamente en acabar en el bando ganador o en el perdedor. Ser anciana pobre en este país es un espectáculo. A fin de cuentas la única condición que se pide para ser pobre y viejo es que resistan. 
En el país vecino (y lejano) Portugal acaban de cortar las barbas al ex presidente socialista por hacer “corrupção á moda do país”, con chófer transportador hasta Europa. Hace unos meses la “corrupção” alcanzaba a la banca más banca del mundo, a la Espírito Santo. Portugal es un buen país, un país amable y querido, que una vez hizo una revolución sin demagogia populista ni retórica (según el clásico de las letras portuguesas Eça de Queiroz la retórica es uno de los males de Portugal) y sí con mucha poesía de claveles en los fusiles y canciones de José Afonso. Pero, ¡ay!, no la remató, y la cerró en falso, y por esas hendiduras se colaron modos de hacer de un nuevo capitalismo que ya no tenía que pedir permiso al dictador viejo, porque en libertad todo el monte era orégano y la vieja poesía de ocupar las tierras baldías acabó en la retórica demagógica de creer que todo el monte es Europa, con socialistas y banqueros en el mismo saco. Las revoluciones hay que empezarlas y acabarlas, y si no, no. 
Pero mientras las barbas portuguesas acaban de ser cortadas, de la parte de acá nadie pone las suyas a remojar, aunque todos estén mal afeitados. Todo se reduce a un juego retórico en el que evitan la demagogia populista (eso siempre se lo achacan cada uno a su oponente) y la poesía hace años que ni está ni se le espera. Y los primeros atisbos de que llega gente nueva a pedir un sitio en todos los partidos (y digo en todos) y a pronunciar frases que parecen que están sin estrenar son los pequeños detalles: los empresarios, una clase muy sensible (su dinero se resfría con facilidad y por eso lo mandan a paraísos tropicales) se preocupan porque sube Podemos, un experimento que todavía no demostró nada, y piden a los grandes partidos que reaccionen. Ante la alternativa escasamente poética de los partidos, los empresarios y el horizonte que pintan, los jóvenes españoles (un 60 por ciento) se propone emigrar como solución a sus vidas, porque saben que aquí no van a tener el puesto de trabajo prometido y nunca creado ni por el Gobierno ni por los empresarios preocupados. Vuelven las emigraciones de los bisabuelos (a América) y de los abuelos (a Europa); los padres se la saltaron, pero los niños de la Transición tienen ahora la gran ventaja de vivir en un mundo global y poder emigrar con un alto grado de formación a cualquier lugar del mundo con billete “low cost” y poder hablar después con casa gracias a la tecnología digital. No sé de que se quejan.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Iuvenes dum sumus

Diario de Pontevedra. 22/11/2014 - J.A.Xesteira
Suele decirse que la segunda mitad de los años 60 y principios de los 70 fueron la Década Prodigiosa por una serie de motivos y circunstancias que no vamos a analizar (se sugiere como tema de conversación a los postres o a la barra del bar, siempre que se apaguen previamente los accesos a internet, porque, de lo contrario no hay discusión ni conversación, la wikipedia lo anula). Los que tuvimos la suerte de haber vivido nuestra juventud en aquellos años debemos reconocer que la música era el envoltorio, la salsa, la guarnición de aquellos años; en forma de conciertos escasos, discos de 45 revoluciones o himnos de protesta contra el estado de cosas, la música era omnipresente. También la poesía, el cine, la literatura y unas cuantas cosas más que constituían la cultura no oficial y que, por suerte para nosotros, alcanzaron cotas de calidad que no volvieron a lograrse. La canción protesta era una rama importante de nuestras músicas, muchas veces aburrida, muchas veces difícil de entender (Dylan hablaba en inglés que no entendíamos). Pero en los actos callejeros de protesta de oposición a un régimen que tardaba en caer, las canciones eran importantes, tanto que en los primeros días de Mayo del 68, que no había canciones, se llegó a cantar el Gaudeamus Igitur, (“¡Iuvenes dun sumus!”) canción goliardesca y optimista, pero escasamente revolucionaria en el sentido rebelde que nos traía a cuento aquel mayo como el de los franceses. Por eso enseguida se tradujo el “We shall overcome” (creo que fue Franco Grande el adaptador al gallego, aquel famoso “Venceremos nós”) y de ahí siguieron canciones para adornar aquella lucha juvenil contra el mundo viejo. El resto es historia y hay suficientes libros para recordarlo. A donde quiero ir es a que la música adornó la juventud, tanto para los guateques como para las barricadas. En forma de Adamo o en forma de Raimon. Al paso de los años, aquellos jóvenes se instalaron en el poder, y la música pasó a segundo plano; sí se cantaban en los mítines los himnos que casi nadie sabía enteros, y se notaba que la cosa iba forzada; la izquierda acababa con una “Internacional” adaptada a los tiempos (cambiaron a “los parias de la tierra” y la “famélica legión” por “los pobres del mundo” y “los esclavos sin pan”) pero ya no se levantaban puños y muchas veces no sabían cual había que levantar, si el derecho o el izquierdo; la rama galeguista entonaba el Himno de Pondal, larga poesía llena de metáforas y cabreos que nadie se sabía entera y que, en la versión larga, aburría al respetable. Al principio las canciones estaban bien para ir al concierto y después gritar “¡Libertad!” y cosas por el estilo. Pero una vez instalados en el poder, todo quedó en un espectáculo de la progresía, una cosa fina, bien cantada y con letras de peso. Después las canciones protesta derivaron hacia lo que nos venía de América, de payadores perseguidos, de pueblos unidos y comandantes que mandaban parar. Eran buenas músicas y buenos músicos, pero, por aquel entonces, la década prodigiosa ya había pasado y los jóvenes estaban en el poder, inventando la Transición. Y una vez en el poder, la música pasó a ser una parte de los presupuestos municipales para conciertos de verano. Las músicas de los partidos se hicieron por encargo, a profesionales que tenían un Casio y montaban himnos para mítines. Incluso la derecha, que nunca cantó las canciones de protesta, se marcó su música para identificarse. 
De todo eso hace 50 años, poco más o menos. Y ahora aparecen los jóvenes, de nuevo, intentando llegar al poder y vuelven a usar aquellas canciones que todavía tienen jugo para hacer el cóctel político del momento. De repente nos sorprendemos con que los chavales de Podemos canten las viejas canciones que fueron marca registrada de una época. Es un síntoma de los tiempos cambian, y no porque lo diga una canción, sino porque siempre es así. Ninguno de los chavales que están peleando para tomar el poder había nacido cuando esas canciones que ahora son sus himnos (“Cambia, todo cambia” o “L’Estaca”) se cantaban en los pabellones de deportes (por aquel entonces el deporte era poco culto, no como ahora que es la Marca España); toda esta chavalada que aparece en las televisiones hablando con palabras nuevas, con frases sin usar, con sentido común y argumentos propios (no prestados por la globalización y el manual del perfecto capitalista) es hija de los que hicieron la Transición, la Constitución, nos metieron en Europa y en la OTAN y unas cuantas cosas más. Y no les gusta como está el paisaje. Y lo quieren cambiar. Y el que piense que no son más que cuatro hippies (¡que sabrán los políticos vestidos de jefe de planta lo que es un hippy!) está jodido. 
Un día me di cuenta de que envejecía, cuando el presidente de los USA era de mi edad, y otro me dí cuenta de que la cosa se ponía más vieja, cuando los presidentes eran más jóvenes que yo. A partir de ahí todo fue ir hacia la renovación, pero ningún año más que este se produjo un síntoma tan claro de que todo cambia. Los empresarios de las nuevas tecnologías son chavales con camisetas de capucha que cotizan en Wall Street a lo bestia. Los nuevos políticos tienen más conocimientos del la sociedad del momento, que los que están en el poder, a fin de cuentas, tipos caducados, abducidos por unas modas que primaban la competitividad y la inmunidad del poder para contaminarse con políticas delincuentes. El consejo de ancianos está bien para dar consejos, y los jóvenes, para no seguirlos. Aunque se equivoquen. Los partidos en el poder les acusan de demagogos y populistas, y, ¡ay!, no se dan cuenta de que esas son palabras que se usan en último extremo, cuando ya no hay argumentos. La generación de los que nacieron después de que asesinaran a John Lennon está llamando a la puerta, con viejas canciones y con nuevos argumentos, que son los de siempre, y que siempre se olvidan.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Un país feliz

Diario de Pontevedra. 15/11/2014 - J.A. Xesteira
Después del experimento catalán de hacer un referéndum que no refrenda nada, y que no se llama referéndum porque es ilegal, pero es como si fuera un referéndum, estoy a la espera de varias cosas: que los grandes estrategas acaben de ponerse de acuerdo sobre lo que pasó, que el Gobierno tome alguna decisión sobre ello, que el gobierno catalán, una vez encantado por su éxito en el referéndum que no es referéndum, sepa que hacer. Después de la fiesta del domingo, sólo sabemos que dos millones de catalanes dieron su opinión sobre ser o no un país independiente. Sobre los resultados me gustaría oir opiniones sensatas, pero me temo que no va a aser posible; la sociedad está demasiado «tertulianizada» como para pedirle sensatez. De cualquier forma, sobre ese tema, lo único que cabe hacer es esperar, todo lo demás son rimbombancias y prepotencias. Ni España se va a romper, ni Cataluña va a ser rechazada por Europa, ni todo lo que muchos afirman rotundamente va a servir para nada dentro de 10 o 20 años. Sólo el tiempo irá remendando la historia. La España rota, la Cataluña independiente no son más que palabras que pierden su significado en cuanto el camarero del Capitalismo nos traiga la cuenta de lo que hemos gastado. Lo único independiente en estos momentos son las multinacionales tecnológicas que consiguen pagar a Hacienda menos que yo (comparativamente según sus ganancias y las mías), el resto es crear ilusiones y llevar a la masa desde el «pepemos» hasta el «podemos», porque la masa es muy fácil de llevar, y a lo mejor ahí está el valor de la democracia; la masa lo mismo toma el Palacio de Invierno  que suelta a Barrabás, le corta la cabeza aal rey de Francia que vitorea a Franco en la Plaza de Oriente. El tiempo hará que se reencuentren Mas y Rajoy (que son ambos de derechas con escasas diferencias, créanlo) y con el añadido de los otros partidos se pongan a hablar para, al final, no cambiar nada, aunque parezca que cambió todo. Los movimientos políticos de la semana sólo fueron amagos y pases en corto, no hubo remate a puerta, por decirlo en lenguaje futbolístico: juego horizontal poco resolutivo. Y es que en ese pulso de ver quien era más chulo, con los tribunales por medio, solo quedó demostrada una cosa: en el terreno de la política no pasa nada, por más que se amenacen y pongan cara de pertenecer a la ONG Patriotas con Fronteras. 
Otra cosa es la realidad, una vez superados los nacionalismos virtuales (versión nintendo contra versión playstation). Ahí si que las cosas son brutas; la trama nuestra de cada día se llamaba esta semana «una organización criminal que amañaba contratos públicos» (las comillas no son mías, venían de serie en la noticia). Por orden de la juez Alaya, instructora para todo, fueron detenidas 32 personas de una red que hacía lo habitual en estos temas: falsedad en documentos, amañar contratos, blanquear dinero y el etcétera que se supone. Es la Operación Enredadera, una variación de la Operación Madeja (puede aparecer la Operación Embrollo, la Lío, el Rollo o más variedades posibles). También, en el mundo real la Audiencia de los Penal afirma que el PP está implicado en la trama Gürtel, cosa que cualquiera suponía. Y como complemento del panorama, acabamos de saber que la mitad de los médicos de la medicina pública tienen contratos eventuales y que unos 10.000 profesionales han optado por la emigración. Para entendernos: devaluamos la sanidad pública para reforzar la sanidad privada. 
Pero como no hay nada nuevo bajo el sol, leo la biografía (altamente recomendable) que Ramón Gómez de la Serna escribió sobre Valle Inclán, y se me van los ojos para un párrafo en el que Ramón se refiere a una serie de escritores que cobraron de la Exposición Universal de Barcelona, a la que califica de «despilfarro de millones» y a otro en el que habla de la ruina de la casa Bauer, representante en España de la Banca Rotschild, «arruinada –cito–por el engaño de un señorito que le ha hecho meter muchos millones en la plantación de naranjos en el desierto». Como ven, en cuestiones de delitos de élite ya todo está inventado. Una diferencia marcada en el libro; Valle Inclán fue condenado a una multa de 250 pesetas por escándalo publico en un teatro, y, dada la indigencia del gran escritor, pasó quince días en la cárcel. El ex ministro Jaume Matas, por delitos de mucha más importancia, y a pesar de no ser precisamente un pobre, pasó en la cárcel justamente el doble. La justicia equilibradora, al menos moralmente, deja las cosas en su sitio: Valle Inclán dejó una obra literaria incuestionable y genial; Jaume Matas deja unas cuantas obras inservibles (velódromo de Palma Arena) que sólo han servido para que se fugaran por ellas como disculpa millones de euros. Una vez más, y me van a perdonar, porque a veces me pongo muy pesado, y a veces, también, queda demostrado que sólo la cultura permanece, sólo los avances científicos quedan, y todo lo que haya recortado hasta ahora en cultura, investigación y bienestar social (Sanidad y Enseñanza) nos pasará factura más pronto o más tarde. 
De cualquier manera creo que no podría vivir en un país más divertido. Un país en el que el presidente de Extremadura se gasta el dinero del Senado para ir a ver a su novia a Canarias, pero que su novia ya había tenido otro novio que era diputado en Teruel por el mismo partido y que también gastaba dinero público para verla, es algo que situa la Marca España en una comedia vodevilesca, entre Groucho Marx y Graham Greene («Nuestra mujer en Canarias»). El de Teruel ya dimitió, el de Extremadura dice que devolverá al Senado el dinero que dice que gastó de su bolsillo. Y ahora quieren que el Senado controle a los miembros de su club. Podríamos aprovechar para suprimir el Senado, y nos saldría más barato. Ya digo, no podría vivir en un país más divertido, irritante, esperpéntico, cabreador y feliz que este (o «esto»).

domingo, 9 de noviembre de 2014

Encantados y desencantados

Diario de Pontevedra. 08/11/2014 - J.A. Xesteira
El tiempo no ayuda. El otoño es propicio a las depresiones, que son la consecuencia (o el motor) de los desencantos. Somos un país desencantado en el que viven personas con encanto, personas encantadoras y personas que están encantadas de ser y estar como son y están. Siempre nos movemos entre el encanto y el desencanto. Por ejemplo, Amancio Ortega debe estar encantado de haber ganado 447 millones de euros en un pispás, solo con las revalorización de las acciones de su propia empresa. Por ejemplo, los jóvenes españoles a los que llaman ni-nis (ni estudian ni trabajan) padecen un enorme desencanto, con razón, contra todo lo que les rodea; el 25 por ciento de los que tienen entre 15 y 29 años, una edad para ser feliz e inconsciente, no tiene empleo ni nada que hacer en la vida, salvo vegetar en sus casas (la media de desempleo en este sector es del 15 por ciento en la OCDE); el 31 por ciento sin estudios está en el paro (el 15 por ciento en la OCDE), el 20 por ciento con enseñanza obligatoria, también (el 16 por ciento en la OCDE), y el 23 por ciento de los titulados universitarios (13 por ciento en la OCDE) que no hayan emigrado, están en paro. No hay motivo para estar encantados de haber conocido este país y este paisanaje. El paro aumenta en octubre, con lo cual es más leña en la hoguera del desencanto. Ni siquiera el truco de adelantar la Navidad a Todos los Santos (en los centros comerciales sonaban los “jingelbels” en medio del Halloween) contribuye a encantar. Sólo el ex ministro Matas debe estar encantado con la justicia española; ya le dejan volver a casa como en un anuncio navideño del tercer grado penitenciario; sólo tiene que ir a dormir a la cárcel, pero dentro de poco, cuando lo juzguen por las causas pendientes, a lo mejor sólo tiene que ir a la cárcel a tomar el vermut los domingos. Pero otros sectores están desencantados con el funcionamiento del sistema. Por ejemplo Jordi Savall, un músico muy aburrido, que toca instrumentos viejos y hace músicas muy viejas (según la opinión que debemos suponer en los dirigentes de la cultura española) pero que, como es famoso internacional (los europeos son muy aburridos con esas músicas) le dan un premio nacional; y él no sólo lo rechaza, sino que, como está desencantado con la política del ministro Wert y sus mariachis, pone a parir al Gobierno, al que acusa de dar la espalda a la Cultura. Y tiene razón: dentro de cincuenta años nadie se acordará del ministro Wert, pero la música vieja y aburrida de Savall se seguirá escuchando y sus discos, o lo que sea en ese momento, se seguirán vendiendo.
Los empresarios de la Gran Empresa afirman que están desencantados con los partidos políticos, a los que acusan de corruptos, así, en general, sin personalizar. La Gran Empresa, que nunca encantó a nadie más que a ellos mismos, propone, sin embargo, una batería de medidas con las que quieren salvar al país de las garras del Mal y crear ¡dos millones de empleos! La experiencia nos dice que cuando se ofrece crear miles de empleos (ver presidentes de gobiernos y grandes estrategas anteriores) no se crea nada, es un bluff. Los empleos se crean cuando hay interés y ganas de crearlos, sin necesidad de anunciarlo. La Gran Empresa propone encantar al personal con canciones de sirenas que piden combatir la economía sumergida (que existe porque las empresas necesitan de ella para externalizar y reducir costes: ver talleres de confección en la provincia) flexibilizar el mundo laboral (la vieja canción de abaratar salarios, despidos y contratos) y unas cuantas recetas más de tipo económico que acaban en lo mismo: todo sigue igual. La Gran Empresa es la que maneja a los gobiernos y les dicta a la oreja las leyes que convienen, le pide nuestro dinero público cuando las cosas vienen mal dadas (agárrense que están al caer las mútuas laborales) y guarda sus beneficios en huchas escondidas en paraisos fiscales. 
El desencanto de la Gran Empresa con los partidos políticos se centra en la acusación de ser la causa de que Podemos triunfe en las encuestas (de momento, sólo en las encuestas). No les gusta. Podemos, que todavía no es nada salvo en las encuestas (que pueden fallar) es el clavo ardiendo al que pueden agarrarse los desencantados. Encanta a los ni-nis vegetativos porque les puede dar esperanzas de algo; y puede encantar al mismo Amancio Ortega, porque su reino no es de este mundo. No sé si el mogollón abstracto que compone Podemos está encantado con ellos mismos; pero deberían estar asustados. El PP y el PSOE lo están: Podemos los han desbancando sin haber hecho nada todavía. Ni siquiera es un partido a la manera tradicional; sólo es, por ahora, la concreción de las ganas de la gente de que todo cambie, que las cosas sean distintas, que nos encanten, que cambie el país, limitado por el horizonte de las líneas paralelas bipartidistas, apoltronadas, con el culo gordo del poder sentado encima de un país arruinado y perpetuándose en un estado de cosas que ya no sirven. Podemos, por ahora, sólo son ganas y palabras nuevas. Y con eso ya ha puesto a temblar a los dos partidos y a los grandes empresarios, que ven como hay mucho fuego alrededor de sus culos de paja. 
Los que hace años íbamos de derechas o de izquierdas quedamos desencantados con lo que se nos vino encima. Los franceses buscan la izquierda perdida, los alemanes también, Obama acaba de desencantarse; y comienzan a aparecer grupos que se vuelven a llamar comunistas. Los ajustes partidistas para buscar votos fuera de sus propios principios no dio resultado. Al final, la gente quiere volver a ilusionarse y vivir dignamente, quiere que, en el país de la impunidad, de la delincuencia sin que pase nada, pase algo. Del desencanto al cabreo cabe el grosor de un pelo. Y del cabreo al alboroto, menos. El futuro se va a adelantar como la Navidad. 

domingo, 2 de noviembre de 2014

No hay sitiio pa' tanta gente

Diario de Pontevedra. 01/11/2014 - J. A. Xesteira
A los efectos oportunos debo hacer constar que no todos los políticos son corruptos, no todos los políticos son iguales y hay más gente honrada de la que parece. Hay que creerlo, porque lo contrario sería falso y desesperanzador. El clima general no ayuda, y la aparición de una trama tangencial a la vida política con personajes que hacían favores, valiéndose de su posición, y cobraban por ello a los que se beneficiaban de esos favores, que no eran políticos, sino empresarios, tampoco ayuda a llevar la contraria a la opinión popular que cree que todos son iguales. Parece que no hay semana en la que no se descubra un nuevo chanchullo; las palabras “trama”, “operación”, “prevaricación”, “cuentas opacas” o “paraísos fiscales” son del dominio público, por más que no sean de uso corriente. Pero, créanlo, hay políticos honrados en todos los partidos, porque la honradez es una cuestión personal, más allá de cualquier actitud del grupo y sus montajes. 
Parece, sin embargo, que los hechos son contumaces, como afirmaba Lenin, y por mucho que las palabras aseguren la santidad de cada personaje con cara en el telediario, cada semana aparece una operación nueva con redadas y ocupación de despachos y domicilios en los que los policías salen con cajas de cartón llenas de cosas para imputar a los que afirmaban ser santos y trabajadores por el bien común, pero lo hacían por el bien propio. Son tantos que ya nos perdemos en su catalogación; los procesos son tan largos que ya nos olvidamos de quienes están procesados, imputados o condenados. Sólo de vez en cuando alguien entra en la cárcel como muestra de que la legalidad existe; pero sólo de vez en cuando, y casi siempre de segundo orden, faltan pesos pesados (¿cuando entra Fabra?), y, a estas alturas, son tantos que el panorama se nos vuelve confuso, los sumarios judiciales se van desgajando y metiendo por los afluentes a nuevos imputados por distintas causas. Son demasiados, siempre son demasiados, y parece que la lista no acaba nunca. Esta semana abrimos el lunes (un día siempre odioso, más para los que fueron detenidos) con la Operación Púnica, como las guerras romano-cartaginesas, en la que trincaron en grados variables de implicación a 51 personas, empezando a contar a partir del número dos de Esperanza Aguirre en el Gobierno de Madrid, un hombre que (las televisiones se encargaron de hacerlo notar) había clamado muchas veces contra los corruptos. Meter a 51 nuevos imputados en la larga lista de los sumarios crea confusión y provoca que la ciudadanía, el vulgo municipal y espeso que decía Rubén Darío, haga tabla rasa y asegure que todos son iguales y todos son corruptos. Y conviene romper con esa creencia y aclarar las listas de los implicados, de los imputados y de los condenados. 
Con cada nueva investigación, cada operación que salen a la luz con esos nombres de sugerencias casi infantiles (Pokemon, Zeta, Gürtel, Noos, Púnica, Campeón) nos hace crecer la sospecha de que todavía queda mucho por descubrir, muchas alfombras que levantar para barrer la porquería escondida. Y probablemente sea así, pero conviene reconsiderar un par de cosas, para nuestro buen gobierno: la primera, señalada al principio, de que no todos los políticos, banqueros, empresarios y demás personajes de importancia pertenecen al mundo del hampa de cinco estrellas que maneja fondos públicos a su antojo; la segunda, que el auténtico peligro no está en detener, imputar, juzgar y condenar a toda la delincuencia de corbata de seda, el auténtico problema está en dar abasto: no hay jueces para encausar e instruir, y no hay sitio para meter a tanto sospechoso habitual (como cantaba Celia Cruz, en las cárceles no hay sitio pa’ tanta gente). La primera parte del par de cosas se puede solucionar el año que viene, con nuevas elecciones municipales y autonómicas, que pueden contribuir a rarear, sanear y renovar el tejido político; otra cosa es que los que se estrenen ese año puedan caer en las mismas tentaciones de los que ahora declaran ante los jueces, de la misma manera que estos llegaron al cargo y el poder con etiqueta homologada; pero esa es condición humana y para eso están las leyes (tenemos demasiadas) que regulen sus conductas.
El segundo tema es más grave. La estructura judicial mantiene un funcionamiento atrasado; a menudo escuchamos de boca de los propios jueces decir que les faltan medios y personas para realizar su trabajo en condiciones decentes. Son estructuras concebidas para juzgar a cuatro rateros y poco más. Pero la instrucción de los casos con nombres de juegos de ordenador no es cosa de un día; los sumarios se eternizan, crecen, se ramifican, aparecen bifurcaciones con nuevos implicados, aparecen dineros en cuentas con las que no contaban, el tiempo pasa, los implicados crecen en número, y el final parece que nunca llega. Un solo dato: el juez Ruz, instructor de las principales causas de corrupción, está provisional en su puesto hasta dentro de dos meses; en ese momento su plaza puede salir a concurso o ser prorrogada hasta el verano. A partir de ahí tendrá que dejar la plaza. Y queda todo por hacer: Bárcenas, Pujol, caso Neymar… El resto de las instrucciones, banqueros, consejos de cajas de ahorros, empresarios, políticos autonómicos con falsos cursillos de formación y una larga lista de delitos se instruyen en juzgados con escaso personal y mucho más escaso material. 
Lo verdaderamente importante no son los titulares de los periódicos en los que se destapan estos delitos, ni las bromas que se hacen en la redes sociales y los programas de televisión, ni el escándalo generado. Lo importante y peligroso es que los sumarios se eternicen y los jueces no puedan resolverlos. El sistema actual no está preparado para afrontar todos los casos de corrupción (cerca de 1.000 en este momento) y hacen falta más jueces, más especialistas, más recursos y más medios policiales. Y no hay voluntad política (desde hace años) para resolver este asunto. Y es peligroso instalar en la opinión pública la falsa creencia de que al final compensa ser corrupto, porque no pasa nada. 

domingo, 26 de octubre de 2014

Divina comedia

Diario de Pontevedra. 24/10/2014 - J.A.Xesteira
Cada país homologado como democrático (término difuso e inconcreto en el que cabe cualquier cosa con mesa electoral de formica) tiene sus peculiaridades en lo que respecta a su clase política. Por poner tres ejemplos; Gran Bretaña siempre fue famosa por sus políticos que estudiaban en Oxford y despúes se convertían en espías rusos o mantenían relaciones sadomasoquistas disfrazados de colegialas; los franceses siempre levantaban el pescuezo apuntando hacia la “grandeur” mientras escondían a sus amantes e hijas clandestinas y sus negocios sucios con dictadores; los italianos siempre parecieron una película de De Sica, con delincuentes simpáticos, charlatanes de feria y Claudia Cardinale. Basta ir analizando así, como simple aficionado, para ver como la clase política de cada país corresponde unas veces con su folklore (los políticos argentinos salieron de una milonga siniestra, los belgas, de una crónica de sucesos, los irlandeses salen borrachos del pub, los alemanes, del otro lado del muro, y así sucesivamente). A veces son trágicos y a veces cómicos, a veces son la copia de una serie de televisión (como los de Estados Unidos, que oscilan entre los dos partidos, uno patrocinado por la Fox y otro por la HBO) y a veces, como México, son un corrido con música y letra de José Alfredo Jiménez ( “la vida no vale nada, comienza así llorando, y así llorando se acaba). Pueden ser alegres y corruptos como los brasileiros o tristes y corruptos como los japoneses; pueden ser de discurso retórico como portugueses o de discurso mazacote como los cubanos. Sean del partido que sean, derechas, izquierdas o todas las variaciones posibles sobre el mismo tema, todos los políticos, todos los partidos y todos los gobiernos, según el país, tienen su estilo, que los clasifica, los diferencia y les pone la etiqueta, los convierte en un cliché o en una caricatura, pero nos sirve a todos para entenderlos o suponer que los entendemos. Vamos a España. ¿Cual es nuestro estilo, cual nuestra imagen identificadora, cual nuestro paradigma? Usted mismo, sin necesidad de que se lo aclaren, lo entenderá, lo identificará en ese clima que rodea a la política desde los años de la Transición, aquel tránsito suave y lubricado que pasó de Franco a la Democracia sin que se alteraran los fundamentos del Sistema. Para los que no lo recuerden (o no hubieran nacido por aquel entonces) los demócratas-de-toda-la-vida aparecieron como insectos en verano: el político-hormiguita trabajando para el partido; el garrapata (o ladilla), agarrado al calorcito y chupando del bote; el saltamontes, el mosquito picón, la pulga, la cigarra, la araña…Todo un mundo variado de políticos que encontraron sitio en los partidos, que se iban formando por el sistema de amalgama, metiendo dentro a paracaidistas, advenedizos, náufragos, algún que otro ingenuo, bastantes (¿por qué no decirlo?) hombres honrados (las mujeres políticas, en el principio no se consideraban, hasta la paridad legal) y las cuatro efes de Valle Inclán (según Gómez de la Serna), a saber: farsantes, feriantes, facinerosos y faranduleros. Y es que la política y los políticos españoles son territorio de Valle Inclán, que los definió en su momento en su ruedo ibérico (más tarde editorial prohibida) Nuestro estilo es el esperpento valleinclanesco. Sólo desde la perspectiva literaria del gran escritor podemos entender y entendernos como clase política, echarnos las manos a la cabeza ante lo que sucede, cabrearnos hasta el extremo manifestante y cachondearnos de la vida entre la miseria y el despilfarro. Nunca se vio tanto despropósito en la sociedad española, nunca se vio tanto político corrupto, tanto delincuente a la espera de juicio, nunca hubo tanto esperpento en la vida política. Y todo esto, que en otros países, más dramáticos y de formación calvinista, bastaría para montar un escándalo con ceses ministeriales, incluso con cárceles, aquí lo convertimos en chistes, de la misma manera de aquel bar del cuento de Gila, que todo lo que encontraban olvidado por la noche lo picaban para albóndigas. Casos como los recientes que nos han costado miles de millones de euros (aquí ponga el que se le ocurra) acaban, por una parte, en un largo proceso judicial, del que nunca se ve el fin, y, por otro, en el club de la comedia o en los chistes del Twitter. No somos un país serio ni triste, somos un país esperpéntico, inclasificable, propio, raro. Seguramente será porque no invertimos en cultura, sólo en obras públicas de fácil inauguración, o puede que tengamos un gen extraño, una mutación tipo gremlin, que si nos dan de beber por la noche nos transmutamos en tipos vestidos con traje y corbata, nos ponemos un teléfono en la oreja y nos apuntamos a un partido, el que sea, siempre seremos bien recibidos, porque son agrupaciones sin filtro, como los viejos pitillos. El reciente caso del Pequeño Nicolás (como el personaje de los cuentos franceses) es ilustrativo (no es el primero, recordemos aquel Bartolín) y todavía no está suficientemente claro como un zangolotino juvenil pudo vender semejantes fantasías, porque lo que está claro es que sí tenía acceso y relaciones al más alto nivel (la foto de la coronación no es un montaje). En tiempos en que Fraga el Fundador todavía organizaba una de aquellas asociaciones que después serían Alianza Popular, un joven que había sido condenado por diversos robos (buen amigo de los periodistas, que lo conocíamos y con los que se carteaba desde diversos penales) apareció como «el hombre de Fraga» en algunos medios, que se burlaban de que un delincuente representara al partido de la derecha (que se apresuró a desmentirlo). Pues bien, el joven se querelló contra los medios, demostró con papeles que sí era representante del partido y ya no era un delincuente. El esperpento del pequeño Nicolás todavía dará vueltas. El esperpento de Rato, el hombre que pudo reinar (fue la alternativa a Rajoy después de Aznar y pudo haber sido presidente) continúa, la Catalunya Conection de la Familia Pujol (siempre la familia) promete nuevos capítulos, y ya aparecen otros personajes, como Acebes, que convierten al último gobierno de Josemaría en una película de Berlanga, lo más parecido que tenemos a Valle Inclán

domingo, 19 de octubre de 2014

El guardagujas culpable

Diario de Pontevedra. 18/10/2014 - J.A. Xesteira
Cuando una gran estructura se desmorona suelen buscar la causa en la parte más in-defensa; si el sistema se va a pique, la culpa se busca en los que no pueden tener decisión en el conjunto del mismo sistema, aunque formen parte de él; cuando sucede una catástrofe que hay que gestionar, se busca el motivo en un mínimo detalle; cuando se pierde la partida de tute se echa la culpa a una baza mal jugada por el compañero. El asunto es buscar la culpa en el otro y concretarla en el que menos se puede defender. Al respecto recuerdo un grave accidente, hace años, un choque de trenes con muchos muertos; los periodistas estu-vimos en el lugar, los fotógrafos hicieron las fotos, entrevistamos a los heridos en los hos-pitales y a las familias en las salas de los depósitos; los días siguientes fueron de relleno de anécdotas de la vida de las víctimass y asistencia a los entierros, hasta que, poco a poco, la noticia fue perdiendo fuelle y desapareció. Meses más tarde, la investigación y el juicio posterior determinaron que la culpa fue del guardagujas, que mandó los dos trenes por la misma vía. Alguien más veterano que yo en aquellas informaciones dijo que siempre era así: “La culpa es del guardagujas” No importaba que el sistema de la red ferroviaria fuera viejo, que las posibilidades de bloquear un convoy en vía equivocada no existieran porque todo era anticuado. El guardagujas, efectivamente, no había cambiado la palanca, por el motivo que fuese (no era más que un factor humano dentro de un sistema mecánico) pero él era el último eslabón, era la baza del tute que perdía la partida, aunque todas las demás bazas sumaran la derrota. Los delegados generales de la compañía, los presidentes, los in-genieros, los jefes, los mandamás, no eran culpables, porque ellos no manejan la palanca del cambio de vías (ahora sabemos que los jefes sólo manejan tarjetas de crédito) pero forman parte de un sistema, manejan el resto de las bazas de la partida que, juntas, llevan al desastre. Las alturas nunca son culpables, y la responsabilidad cae desde arriba como lluvia que solo moja al de abajo, al guardagujas. 
Si repasamos otros accidentes parecidos, vemos como el esquema es el mismo, y los responsables, muchos de ellos políticos, nunca salen manchados. Otro acdcidente, el siniestro de Angrois, con 80 muertos, lleva camino de tener un sólo culpable, el maquinista; el Gobierno (también conocido como la Administración) le culpa de haber tomado la curva a velocidad excesiva; no vale que todos los maquinistas hubieran avisado con anterioridad de que aquello estaba mal, que la señalización no era suficiente y el sistema de seguridad era precario. El resultado final será –seguramente– de culpabilidad para el maquinista y la Administración, a salvo de sus propios errores (el segundo del ministerio responsable de la seguridad en la circulación de trenes fue nombrado ministro de Justicia hace días) El mismo proceso es aplicable al accidente del Metro de Valencia (43 muertos); la culpa fue del conductor (fallecido) y no importó que ya hubiera un accidente en esa curva y nunca se tomaran medidas; nadie asumió responsabilidades políticas. 
La norma del Gobierno siempre es de que la culpabilidad es del último mono del sistema. La Administración, el mando en plaza, nunca tiene la culpa; es como si la derrota de Waterloo ocurriera por causa del cabo furriel. Así, los inmigrantes que intentaron llegar a España nadando y se ahogaran en Ceuta fue por su culpa, por meterse en el agua, no porque las fuerzas del orden (?) les dispararan desde la orilla botes de humo, pelotas de goma y otro material, ni que, después, mintieran los mandos de las fuerzas. No hubo responsabi-lidades. Como no las hubo en el accidente del Yak-42 en el que murieron militares españo-les que ya habían advertido de que las contratas eran una chapuza, que el avión era una chatarra y que los pilotos eran rusos borrachos. Ni de la posterior chambonada de mezclar los cadáveres y rellenar los féretros con restos al buen tuntún, sin respeto alguno. No hubo culpables y el ministro responsable es hoy embajador en el Reino Unido. 
No entraremos en otros casos similares, como el del Prestige, en el que la responsabi-lidad única es del capitan Mangouras, que sólo tenía un barco en peligro, y no de los que gestionaron todo el desbarajuste del chapapote, y que estaban, bien de cacería, bien en pa-radero desconocido. Sólo Mangouras. Ahora aparecen en una auditoría de la aseguradoras 11 millones de euros sin justificar en aquel siniestro, lo cual siempre nos lleva a lo mismo: las grandes catástrofes son rentables (ver Haití, ¿se acuerdan?) 
Pero el Gobierno (la Administración) siempre se afeita para el norte en cuanto surge un problema gordo y echan el balón fuera por la banda. Cualquier escándalo es inmediatamente imputado de inmediato a personal ajeno a la empresa; más tarde, según avancen las investigaciones, comienzan a aparecer imputados cercanos al poder, o personajes directa-mente relacionados con el poder, cuando no, el mismo poder. Pero el proceso siempre acaba en culpabilizar a los guardagujas. ¿Recuerdan cuando comenzó el Caso Gürtel? El primer culpable fue el propio juez investigador, Garzón; el resto fue cosa de chorizos que no tienen nada que ver con el partido del poder, aunque todos estuvieran en la boda de la hija del jefe en el Escorial y los fondos malversados financiaran al sistema en el poder. Como el Caso Bankia, ahora tan de moda con las visas negras: el primer culpable fue el juez que mandó a la carcel a Blesa, que acabó inhabilitado, mientras Blesa y Rato gastaban sus tar-jetas en safaris y vinos de marca. 
El Gobierno nunca es culpable. Ni siquiera en la gestión de la contaminación por ébola. Basta un fallo en el protocolo para que toda la culpa, de forma instintiva y compul-siva, recaiga sobre la propia auxiliar contaminada. Es la reacción clásica del poder. Los culpables son los otros, nunca los que mandan, aunque no tengan ni idea de lo que se traen entre manos.

lunes, 13 de octubre de 2014

Exportamos y pagamos

Diario de Pontevedra 11/10/2014 - J.A. Xesteira
En Portugal, que geográficamente está aquí al lado y para los españoles está en Nueva Zelanda, están muy preocupados porque los médicos se les van a Arabia Saudita, donde les pagan una pasta mora por su trabajo; el año pasado se marcharon trescientos y este año viene un representante del ministerio árabe a contratar al estilo jornalero, con contratos en la mano. Si tenemos en cuenta que Portugal es un país pequeño que carece de personal médico, no entendemos mucho la situación; pero si tenemos en cuenta de que a ese mismo personal le rebajaron el sueldo a la mitad desde que empezó la crisis, lo vemos más claro. El desconocimiento del país de al lado (junto con Galicia forma un territorio natural, políticamente es otra cosa) es grande en España. El sistema sanitario portugués, hecho a imagen y semejanza del español, no cubría las plazas médicas; sus facultades no “fabricaban” tantos profesionales como hacía falta; por eso surgió el boom de la contratación de personal sanitario español, que ofrecía puestos a profesionales que aquí tenían dificultad para encontrarlo. Muchos gallegos, animados por la vecindad y la familiaridad del idioma encontraron su empleo en hospitales de la parte norte, principalmente. Pero el sistema portugués, también a imagen del español, comenzó a “retallar” los sueldos y desviar la preferencia hacia la empresa privada, y la emigración vecinal dejó de ser interesante, Portugal dejó de ser destino emigratorio y sus propios profesionales son los que ahora emigran, los españoles se vuelven a sus casas o también emigran con los portugueses hacia otros destinos. Portugal y España vuelven así al pasado emigratorio, aunque ahora no van con la maleta de cartón a servir de mano de obra barata para las fábricas alemanas o los taxis de París. El problema, además de social, es económico. La vieja emigración, sin preparación alguna, era barata y rentable: el peonaje no requería inversión, equilibraba el mercado de trabajo, ahorraban para comprar una casa que se estaba construyendo en la burbuja naciente del ladrillo y, además, remitía divisas que ingresaban en las cajas de ahorros que años después tendrían que rescatar con su dinero. Pero formar un emigrante actual es muy caro. El Estado invierte mucho dinero en preparar un médico para la emigración, con su título, su conocimiento de inglés (obsesión política sólo comprensible si ese médico va a trabajar en el extranjero) y después, una vez preparado, lo exporta sin obtener beneficio alguno. Su plaza puede rellenarla con estudiantes, MIR o lo que sea, cobrando salario de becario, o desplazar el peso de la sanidad hacia la empresa privada, un terreno donde caben todas las posibilidades imaginables, con el beneplácito de las leyes y los políticosvigentes. La situación de precariedad emigratoria médica puede ser aplicable al resto de las licenciaturas. Los rectores de universidades se quejan de la situación: tenemos universidades suficientes para preparar un personal altamente cualificado que, una vez con el título en la mano tienen que buscarse el trabajo fuera. El deterioro de la situación es rápido: nuestras universidades bajan de categoría en las listas de las 400 mundiales (tres se cayeron de la lista, Vigo entre ellas, y sólo hay una entre las 200 primeras) y la investigación es un relleno de becarios. 
Resumiendo: nos gastamos una enorme cantidad de dinero en preparar emigrantes cualificados. Exportamos y, a la vez, pagamos por exportar. 
Pero, aunque parezca raro y no nos quepa en la cabeza (en los países a donde emigran nuestros jóvenes preparados se ahorran la inversión en formación) es que en España estamos acostumbrados a pagar sin pensar; hemos sustituido “la funesta manía de pensar” de los clericales integristas por el “¡a ver, que se debe aquí!” rumboso de taberna. Pagamos y no nos enteramos de lo que pagamos, o no queremos enterarnos, porque los periódicos publican cada día un nuevo desbarajuste que termina en un escote ciudadano para devolver los dineros que pierden unos empresarios, unos ejecutivos de banca, unos políticos en su hábitat natural o, simplemente el sistema de cosas que etiquetamos con el sello de democracia (y sabemos, como el filósofo, que “no es eso, no es eso”). 
Como cada semana hay una novedad imputable, hemos sabido que hay unas cosas que se llaman “tarjetas opacas”, que son como las de su cajero, pero a lo bestia. Las regalaba Caja Madrid a unos señores que “aconsejaban” a la entidad y que, por ello, podían gastarse 15,5 millones de euros en cualquier cosa. Se descubrió el pastel en medio de los papeles de Bankia, aquel banco que se rescató con dinero público que jamás veremos, pero que ya rinde beneficios a los ejecutivos actuales. Pagamos para mantener bancos. 
La semana pasada pudimos saber que España tiene el dudoso honor de ser el segundo país con la deuda externa más grande del mundo, detrás de Estados Unidos; es decir, que somos el segundo país con mayor dependencia de acreedores externos, que tienen nuestro pufo en sus manos. Pero mientras que para los americanos eso supone el 34 por ciento de su Producto Interior Bruto, para los españoles supone el 103 por ciento. Los USA producen y exportan bienes de consumo, y nosotros producimos y exportamos licenciados. 
Tercer pago: Gas Castor. Veamos; una empresa le pide permiso al gobierno para abrir un agujero en el mar y guardar allí el gas que comercializa; el Gobierno (Zapatero era) le autoriza; la empresa no hace bien los cálculos y el agujero provoca terremotos en la costa; el Gobierno (Rajoy es) ordena el cierre del agujero, pero la empresa había colado una cláusula por la cual el Gobierno debía devolverle el dinero invertido. Ahora, el Gobierno tiene que devolverle 3.000 millones de nuestros euros a la empresa, porque su negocio le salió mal. Una conocida y segura manera de hacer negocios: beneficios privados, perjuicios públicos. Es nuestro sistema. 
Probablemente un día nos despertaremos en la bancarrota, seremos una Argentina europea, y nos daremos cuenta de que somos un país pobre. Pero no pasará nada, ya estaremos acostumbrados, entrenados y preparados: lo pagamos entre todos, si es que para entonces nos queda algo suelto. jaxesteira.

domingo, 5 de octubre de 2014

Letras deportivas

04/10/2014 - J.A. Xesteira
En aquellos tiempos en los que los periodistas se formaban en unas escuelas, mucho antes de que se crearan las factorías universitarias en las que se dan títulos de científicos informativos (o comunicativos, no me acuerdo) a miles de ellos, destinados a un subempleo general; en aquellos viejos tiempos en los que los alumnos trabajaban en el verano como redactores en prácticas y cobraban por ello, en lugar de hacer másters pagando una pasta inútil; en aquellos viejos tiempos, digo, la enseñanza del audaz redactor en ciernes era un conglomerado de disciplinas que daban un barniz y una serie de normas. El periodista tenía que cumplir dos condiciones: primera, venir hecho de casa, segundo, acabar de hacerse en un periódico. Las dos condiciones siguen vigentes, aunque alguien piense lo contrario; el problema es que solo se puede cumplir la primera parte, la segunda es una hipótesis. En aquellos viejos tiempos no se contemplaba la necesidad de preparar a un periodista para las páginas de deportes, que venían a ser como la zona muerta de la redacción; los compañeros de deportes, todos muy queridos, eran una clase inferior, de verdad, no lo invento. El propio José María García, alias Butanito, dijo en una ocasión que a Deportes iban los más tontos; tiraba piedras contra su propio tejado. No era cierto, pero sí lo parecía; no hacía falta mucha prosa poética para escribir allí, sólo había que respetar la mécánica. A fin de cuentas, el deporte no es más que el fútbol y una guarnición variada de otras cosas ocasionales. El fútbol era y es el eje sobre el que giran las páginas deportivas. Y una vez que se adquieren los rudimentos para entenderlo, todo es aplicar la plantilla. Basta ver periódicos de hacer treinta o cuarenta años para ver que todo es una constante repetición con escasas variaciones: se gana, se pierde o se empata. Las razones siempre son las mismas y se repiten, que si el árbitro, el entrenador y sus tácticas, una mala tarde, un gol de suerte y todo el etcétera acostumbrado. En toda mi vida en las redacciones nunca fui redactor deportivo, salvo en alguna emergencia, pero trabajé junto a esa tropa amistosa de personas que pertenecían al gheto deportivo, donde no hacía falta muchos conocimientos superiores para mantener en pie las páginas de los futbolistas. Los colegas de deportes eran los suministradores de materia prima para discutir en los bares, y sus afirmaciones eran leyes, mucho más si eran de «la» Marca o de «el» As (siempre hubo una distinción de género que nunca entendí). Estas pautas funcionaron así durante muchos años, seguramente todo lo que duró el periodismo pre-digital.
 Pero ya no vale. El periodista de deportes (fútbol y restos de aparición ocasional) ya no puede ser el aficionado venido a más, conocedor de cuatro trucos y media docena de lugares comunes. El periodista de deportes –me atrevo a decir– tiene que ser ahora mismo el más completo de los periodistas, el hombre todo terreno, tiene que ser poseedor de una cultura que va más allá de la entrevista a un entrenador generalmente «superiorizado» por lo que cobra, el estatus de mandar en un equipo y, por encima, saber que va a durar lo que duren los triunfos de su equipo. Desde hace ya algún tiempo, el periodista deportivo tuvo que aprender a marchas forzadas todo un compendio de traumatología; las lesiones pasaron de ser una patada simple a un problema de abductores, tuvieron que saber los nombres de los músculos y los tendones, saber que podían jugar infiltrados y, además hacer un diagnóstico acertado de cuanto tiempo tendrían que estar de baja. Tuvieron que entrar de golpe en la medicina y hablar con conocimiento de causa. Pero la cosa no acabó ahí. Antes los bajos rendimientos podrían ser debidos a una juerga nocturna, o a una mala racha. Ya no, el que se atreva a escribir ahora de la personalidad de los futbolistas tiene que tener conocimientos extensos de psicología. ¿Cómo hablar del «momento Casillas» sin echar mano de un tratado de psicología aplicada? No vale decir que está de capa caída, sino que hay que dar datos, entrar en sus circunstancias personales, sentarlo en el diván de un reportaje dominical y analizar sus relaciones familiares, profesionales, de vestuario, con el mister y con la empresa que gestiona sus anuncios. 
Los tiempos en que el colega de deportes se sentaba después del partido, encendía un pitillo (si, antes se podía fumar en las redacciones de los periódicos) y comenzaba diciendo aquello de «no pudo ser» para justificar una derrota casera, han terminado. Además de dominar psicología y traumatología, también tiene que entender lo suficiente de economía de la rama fiscal. ¿Cómo, si no, puede contar que la FIFA prohibe que los fondos de inversión controle a los jugadores como si fueran productos financieros?¿Cómo explicar la situación anómala que mantiene la Agencia Tributaria con varios clubes deportivos? Hace falta un periodista experto en economía y finanzas que, al mismo tiempo entienda de deportes. ¿Y que decir de la parte de geoestrategia mundial? Porque, ahora cualquier equipo tendrá que enfrentarse den alguna competición internacional, de las muchas que hay por ahí, con un equipo de un país ignorado, del que hay que saber no sólo si hace frío, sino la situación económica y social. Por ejemplo Qatar, donde va a haber un mundial con temperaturas de asar churrasco en las gradas del estadio a pleno sol. 
El periodista deportivo, en otros tiempos tan denostado, tiene que saber de política española y mundial más que el resto de la redacción. Tiene que solucionar las grandes dudas: ¿cómo encajaría el Barça en una hipotética (ojo con las hipótesis: todo lo que se puede pensar es factible que suceda) independencia?¿podría jugar la liga y la Champions? Y el Español, ¿tendría que llamarse Catalán? Así podríamos seguir: en el deporte hay cotilleos del corazón, diseño de vestuario, investigación de nuevos materiales, delitos de corrupción, sobornos y mala praxis… Las páginas de deportes son ahora mismo las más interdisciplinares. Tanto que el resto del periódico, sobra.

domingo, 28 de septiembre de 2014

La decadencia y las convulsiones

Diario de Pontevedra. 27/09/2014 - J.A. Xesteira
La caída de los imperios no ocurrió de la noche a la mañana. A pesar de que en los viejos libros escolaresde Historia la cosa ocurría en un par de líneas de texto, la realidad era mucho más compleja y duradera. De hecho hay cantidad de mamotretos llenos de investigación erudita sobre la caída del imperio romano y análisis exahustivos sobre el caso. En mi libro escolar había una ilustración en la que los vándalos entraban a caballo por el foro romano, y por eso siempre creí que un día los habitantes del Imperio se acostaron imperialistas, y al día siguiente entraron los bárbaros a uña de caballo y se acabó el imperio, por culpa de esa barbaridad. La decadencia de los imperios, el romano, el otomano, el de Alejandro, el napoleónico, fue lenta, tardaron años en caer. Eran otros tiempos, los procesos eran lentos y, sobre todo, no había ruedas de prensa ni redes sociales. Los imperios decaían (vuelvo al tema de la pasada semana) porque el sistema se agotaba, los reyes ya no podían explotar a su pueblo más de lo que lo habían explotado y aparecían los bárbaros, del norte (de Europa o de África), gente nueva que barría con el estado de las cosas. Sobre todo eso hay toneladas de libros con títulos tan sugerentes como La Decadencia de Occidente o El Otoño de la Edad Media, que podrían servir para titular una tienda de ultramarinos o una película de chico-conoce-chica-en-la-Toscana. La caída del poder, o la transformación, o la evolución de los tiempos, como quieran, es el eterno retorno, el ciclo que se cierra y se abre otro nuevo. La pasada semana hablaba de las señales que preceden a la caída del Imperio o, para hablar con más propiedad, el Sistema. Mientras los bárbaros del norte ya nos han invadido en forma de turismo, nuestro estatus se tambalea, y a las señales suceden las convulsiones propias de la caída. Cuando se produce un hundimiento y las cosas se precipitan, bien sea por un choque contra un iceberg o las elecciones del año que viene, no vale decir que las mujeres y los niños primero; se produce un sálvese quien pueda en el que se pisan cabezas, se dan patadas y se roban los chalecos salvavidas; los capitanes pueden quedarse en el puente de mando como el del Titanic o saltar a la zódiac como el del Costa Concordia. Pero el personal busca su sitio y quiere salvar su culo. Mientras, van cayendo ilustres que serán mañana cadáveres exquisitos. Gallardón, sin ir más lejos. No bien acaba de presentar su dimisión y ya las manadas de expertos analistas lo colocaron en sus microscopios con lentes deformantes para dar un dictamen. 
Es todo un personaje digno de estudio, y su puesta en escena de la rueda de prensa, modelo dimisión, es impecable. No es corriente el hecho de que un ministro dimita, y eso es como colgarse la medalla de la dignidad dimisionaria (con pensión añadida de ex ministro) pero en momentos de decadencia, las dimisiones no son tan dignas, son como la cicuta de Sócrates: me muero antes de que me maten. Y en directo (¡qué no daría por ver el discurso de Marco Antonio a la muerte de César en rueda de prensa en el telediario!) Gallardón se fue diciendo frases marxistas (de Groucho) como “fue una experiencia inolvidable” o “no he sido capaz de cumplir el encargo”, lo cual lo deja en el territorio del ¿que-habrá-querido-decir-entre-líneas? Porque el ex ministro de Justicia no es tonto, fue capaz de dar el pego progresista en la oposición y de virar a sotavento en el Gobierno. Su caída no es culpa suya, simplemente le tocó vivir en tiempos de decadencia, en un sistema que tiene fecha de caducidad, y que se puede tomar como los yogures de Cañete, pero te arriesgas a una diarrea. No es el ex ministro la primera víctima, porque las convulsiones en su partido ya se han llevado por delante a otros y otras, curiosamente las mujeres que pasaron por el poder madrileño, Botella y Aguirre, y las convulsiones internas continúan, porque el año que viene toca votar y, aunque no lo parezca, ya estamos en campaña. Ahora sólo le queda a los expertos hacer balance del ministro caído: el tipo que consiguió algo difícil, cabrear a todo el mundo de la justicia, abogados, jueces, fiscales, funcionarios; el hombre que, como alcalde de la capital, consiguió dejar el mayor pufo que recuerda la Historia; consiguió que las leyes sólo funcionen para los ricos, aplicando unas tasas judiciales al derecho a la justicia, y privatizó el registro civil. Y para rematar se va dejándole un agujero electoral a su partido por la zona de la derecha de la derecha. No se puede hacer más en menos tiempo. 
Las convulsiones que seguirán estos días son de ver. Por una parte, el presidente, mientras viaja a China, que es un país que le va muy bien a su estilo, guarda en un cajón (¿o una caja china?) la ley del aborto, deja que el revuelo pose, y abre comercio en el capitalismo comunista de Extremo Oriente. Por otra parte, el Rey Felipe VI (no me acostumbro, siempre me parece una marca de coñac) se deja barba de ecologista y defiende a la Madre Tierra en el despacho de Obama. Y mientras, aquí, el partido en el poder comienza a considerar a los nuevos del PSOE como rivales de peso, y a revolverse para ganar el puesto a codazos en la salida de la maratón electoral del año que viene. Y todos siguen teniendole miedo a Podemos, que ya avisa que no va a las municipales, pero que sí apoyará a las alternativas vecinales que se correspondan con sus intenciones, porque ellos no son un partido, sino una tendencia, una especie de budismo, que no es religión, sino filosofía. Y eso les mete miedo a los partidos tradicionales, que ven como el imperio decae y la gente podría apuntarse a la novedad de los bárbaros del norte.

domingo, 21 de septiembre de 2014

La decadencia

Diario de Pontevedra. 19/09/2014 - J.A. Xesteira
Estamos en decadencia, el espacio de tiempo en el que se pasa de un estado de bonanza (real o ficticia) a un estado depauperado, tras doblar el pico de la crisis. De aquellas euforias pasamos a estos pesimismos; de nadar en la abundancia pasamos a naufragar con el barco en las piedras; del esplendor en la hierba entramos en el cuerpo a tierra; de agruparnos todos en la sociedad de bienestar llegamos al sálvese quien pueda de esta tropa. Y así. No es la primera vez ni será la última; la historia de los pueblos es una montaña rusa en  la que vamos hacia arriba y hacia abajo, continuamente. Pasamos de las edades de oro a las edades de plomo, y, por el medio, unas cuantas generaciones sufren o disfrutan, confirmando aquella frase filosófica de que la vida es una tómbola (ton, ton, tómbola). Vivimos y sobrevivimos (según el reparto de papeles) en una época de decadencia, que todavía está empezando y que ya muestra los síntomas, las claves, las señales de que se acercan tiempos oscuros y duros, mucho más de lo que estamos ahora contemplando con total impasividad, como si lo que está pasando no fuera más que una realidad virtual, una filmación enviada por whatsapp, una imagen de un juego de ordenador. Las señales del apocalipsis de la decadencia están ahí, a la vista, sólo hay que abrir bien los ojos y entender lo que pasa; ver las cosas que se derrumban con el análisis de Iker Jiménez (no Casillas) y su esposa Carmen en el Cuarto Milenio. Simplemente con ver, leer y oír a los Medios, con ánimo investigador, encontraremos las señales de la decadencia, las marcas de que estamos en la cuesta abajo y nos esperan tiempos oscuros. No serán números de la Bestia ni grandes cataclismos (nos olvidamos de los tsunamis y demás catástrofes naturalmente producidas por el cambio climático en cuanto volvemos de vacaciones) Son cosas normales, reales, noticias que todas juntas, son un panorama que en manos de Iker Jiménez (no Casillas) pueden dar mucho juego.
Vean: de repente, en Madrid, la ciudad con más zona verde del mundo (después de Tokio) se empiezan a caer los árboles, un día, un olmo, otro, un pino, y ya han causado varias muertes; es un síntoma, los árboles se derrumban, y no porque les venga mal dado un temporal, no, así, sin más: que me caigo, que me caigo. Puede ser coincidencia, o no, pero anunciar la alcaldesa Botella que no va a presentarse a las elecciones municipales (quizás viendo lo que preven las encuestas) y caerse los árboles, es todo uno. Después de los anuncios grandiosos de Eurovegas y la candidatura para la olimpiada (por tercera vez) fracasados, la capital entra en decadencia, y los árboles se caen para acompañar la depauperación madrileña. Y se mueren los grandes hombres, Botín del Santander y Álvarez del Corte; y se espera que sigan decayendo otros ilustres a quienes el clamor popular no echará de menos. Serán sustituidos por otra generación familiar, a imagen y semejanza de la Monarquía, que se renueva dentro de la firma comercial Borbón e Hijos S.L. 
La señal más palpable está en el terreno deportivo, que es nuestra manera de entender la patria, enarbolando banderas en los estadios y aplastando incruentamente a un enemigo en guerras de pago y pantalón corto. Primero, la Roja Nacional de Fútbol, que abochornó al país en Brasil; ahora, el baloncesto, que se hundió en Sevilla, y hasta nos echan de la Copa Davis porque los tenistas son de pago y no van por la patria. Ni siquiera los individuales nos dan motivos: Nadal, Alonso y demás atletas y competidores ya no están de moda (la excepción es el chaval de la moto). El ciclismo no brilló en el Tour, que es la carrera de verdad, y hubo que llegar una Vuelta para andar por casa, con final en el Obradoiro, lo cual es decadente, porque se rompe la tradición del sprint por la Castellana. Sólo las mujeres tuvieron importancia en el deporte, ellas, a las que nunca hacen caso, ganaron campeonatos mundiales en natación, atletismo, bádminton, waterpolo, pero, por ser mujeres, fueron noticia durante hora y media, después la noticia fue la baja forma de un jugador porque no está motivado, o el error táctico del entrenador del Madrid. Pura decadencia del país, que asiste pasmado a noticias que no lo son, tragando ruedas de prensa de deportistas como si eso fuera de verdad el deporte. Hasta Iker Casillas (no Jiménez) está en decadencia, al menos según el público y los expertos deportivos. 
La gran señal es el desconcierto político. Pasamos de la necesidad de renovación de los políticos (siempre estarán ahí, como los pobres del Evangelio y siempre harán falta –no estos, precisamente–) a una situación de alarma. De repente el partido en el poder se embarulla en sus propias contradicciones (se hace en la picha un lío, para decirlo de forma menos educada) y el partido en la oposición, que venía decayendo desde hacía tiempo, intenta transformarse en algo que no tiene claro; podría llamarse PS (Partido Sálvame) después de que su líder cambie el mitin por la tele-basura. Y todos se aterrorizan con la aparición de un partido pequeño, todavía sin definición y sin haber demostrado nada, que les mete miedo en el cuerpo, simplemente porque sus líderes hablan como las personas normales. Y para rebozarlo todo, esa caldeirada llamada soberanismo, del que todos hablan, para defenderlo o atacarlo, sin saber de lo que están hablando y sin explicarnos de qué va la cosa. Con Escocia al fondo y su referéndum divisor (nada va a ser igual a partir de ahora), Cataluña sale a la calle, más como sentimiento que como una alternativa clara y programada. 
Lo peor de la decadencia es que por el camino un par de generaciones se han perdido para el bien de todos: científicos, pensadores, médicos, técnicos, investigadores, políticos, deportistas… Todos han tenido que adaptarse “a lo que hay” o marcharse fuera. Lo mejor es que cuando la cosa decaiga hasta el fondo, todo lo demás será ir hacia arriba. 

domingo, 14 de septiembre de 2014

Números estadísticos

Diario de Pontevedra. 13/09/2014 - J.A. Xesteira
Nunca me gustaron las cifras estadísticas ni los datos de las encuestas; esos porcentajes que pretenden reflejar la realidad suelen estar manipulados. No es que mientan, y que las cifras sean falsas –que pudiera ser– sino que, una vez expuestos y colocados en su sitio, las conclusiones suelen ser diversas. Seguramente debe ser un defecto aprendido de aquel profesor que tuve, de estadística y opinión pública, que no confiaba ni siquiera en los datos que su propia oficina elaboraba. Las cifras suelen ser frías y planas, las consecuencias de las cifras tienen mil caras. Por ejemplo, los datos mensuales del paro, que solemos ver publicados en los periódicos; según el triunfalismo del medio informativo el titular varía para decir que vamos bien o vamos mal. Tomemos los datos más recientes: el paro descendió en no sé cuentos miles. ¿Que quiere decir eso? ¿que esos miles de personas numeradas tienen un trabajo como se suele entender la palabra trabajo? ¿o que el cómputo general de los que están apuntados a las oficinas del INEM descendió simplemente? Si contrastamos con las cifras de afiliados a la Seguridad Social, vemos que hay menos cotizantes, de lo cual se deduce que gran parte de ese descenso lo ocupan los que emigraron, los que murieron, los emigrantes que se volvieron a su país, o los que no tienen dinero para cotizar, aunque trabajen como mano de obra recortada y rebajada. Sin embargo, la noticia y el número siguen siendo lo mismo: el paro baja. Los números son materia de malabaristas y prestimanos; los agarra un ministro y nos lo explica, pero solo vemos como bailan las cifras sin llegar a entender el truco; sólo tenemos una cosa clara, al final tenemos que pagar el espectáculo.
     Hay cifras objetivas, las que no necesitan explicación y que se exhiben sin posibilidad de ser interpretadas: el informe de la OCDE sobre Educación, que asegura que España es el país de Europa con más jóvenes que no estudian ni trabajan, los llamados “ninis”, que no estudian porque ya estudiaron y acabaron sus carreras, y no trabajan porque no les dan la oportunidad de hacerlo (al respecto cabe recordar que los trabajos los tienen que generar los empresarios, porque el sector público está repleto y el Gobierno –dicen– promueve una política de favorecer a la empresa para que cree empleo). Los jóvenes preparados que si tienen trabajo lo tienen en un sitio distinto del que, por titulación, tendrían que tener. Ni se crea empleo ni se espera crear, y las cifras lo dicen. Como dicen otras cifras, frías y neutras, que España está a la cola de Europa en camas de hospital por habitante, pese a la paradoja de ser el país con mayor esperanza de vida (vivimos de milagro). Como lo dicen las cifras del analfabetismo (presumíamos de haberlo erradicado, como la viruela, que vuelve, a pesar de las vacunas) que afirman que tenemos a 730.000 analfabetos (un 60 por ciento, mujeres) en un país que presume de moderno y pretende estar a la altura de los más chulos de Europa. Son las cifras del descrédito, las que conocen en Europa y dejan a la Marca España como una pegatina para un bombo de fútbol. 
     Pero hay otras cifras que nos colocan en cabeza del mundo. Por ejemplo, el de los ricos, que no solo no lloran, sino que manejan unas cosas misteriosas, llamadas Sicav, con las que sus dineros crecen de forma maravillosa (al contrario del nuestro, por el que pagamos al banco porguardarlo, por pagar el recibo del agua o por hacer una transferencia) Los ricos, no, y las cifras lo dicen. El patrimonio de las grandes fortunas creció un 9,5 por ciento en el primer semestre, gracias a esos mecanismos que usted y yo ni controlamos ni tenemos acceso a ellos (somos los “ninis” de la economía) Todos los ricos de este país, los de verdad, esas ocho fortunas famosas, tienen entre todos unos tres billones (con “be”) de euros, que es una cantidad que equivale al triple del producto interior bruto español. ¿Y como se hacen ricos los ricos? Pues no lo sé, la verdad, no es mi caso ni creo que lo sea nunca, pero el viejo adagio de que “Nadie se hace rico sin traspasar la línea de la ley alguna vez”, ya no vale; ahora es más fácil mover de sitio la línea de la ley, o hacer una ley a beneficio de los intereses particulares del Capitalismo, que saltarnos la ley con traje de mafioso. Los ricos sólo tienen una característica común con los pobres, que se mueren, como Botín (para el que hicieron una ley y que murió entre los inciensos del periodismo agradecido, casi santo súbito), pero ese es un escaso consuelo para los que están en la lista de los “ninis” españoles, los que les han recortado las camas o los que son analfabetos, aunque hayan firmado una hipoteca con letra pequeña incluida.
     Las cifras no mienten, los que las utilizan, seguramente. La OCDE, el organismo que vela por el desarrollo de los países, ha recomendado a Rajoy (entre otras cosas que reflejan la fragilidad de las escasas mejoras) que apriete un poco más a los parados, porque los salarios son poco flexibles (entiéndase, que se pueden bajar más) y los contratos indefinidos tienen una alta protección por despido (entiéndase, que se pueda despedir a precio de saldo). Menos mal que por otro lado la propia OCDE reconoce que el servicio público de empleo es un ente “pasivo”, que está “a-velas-vir” y que no crea el empleo que se esperaba dado su nombre y su función. Todas estas noticias del informe pueden verlas publicadas en los pasados diarios, cada una a su estilo, para unos es un triunfo, para otros un palo al Gobierno, pero da lo mismo, nadie lee más allá de los titulares, y ahí es donde se hacen los trucos de magia. Las cifras son claras, pero no hay que creer mucho en ellas, porque cuando nos las explican preferimos olvidarlas al día siguiente, para no llenarnos la cabeza de números.