domingo, 11 de agosto de 2013

Gibraltareña


Diario de Pontevedra. 10/08/2013 - J.A.Xesteira
De luces y de colores se viste el mar, cantaban Los Tamara aquella cumbia del año 1967 (ojo, los años son importantes) que añadía que “España mostró el camino de la verdad, por eso le estoy cantando a su libertad”, y seguía el ritmo en el más puro estilo de fiestas de agosto. Dos años después (1969) se produce una crisis hispano-británica que cierra La Verja, la frontera entre la colonia británica y la Andalucía profunda (por más que se cite la integridad patria y demás rimbombancias heroicas) En ese conflicto era embajador en el Reino Unido Manuel Fraga, con bombín y paraguas, que se fotografiaba ante la estatua de Churchill en Westminster. La Verja estuvo cerrada hasta siete años después de la muerte de Franco, ya con Felipe González en el Gobierno, y los miles de andaluces de La Línea y Algeciras respiraron y recuperaron los puestos de trabajo pagados en libras esterlinas que les ofrecían al otro lado de la frontera. Para entonces, Los Tamara se habían pasado al galleguismo y cantaban a Pondal y Rosalía. Estas cosas hay que recordarlas, porque son historia que figura en las hemerotecas. Pero el ministro de Exteriores, señor Margallo parece no tener mucha memoria histórica ni memoria ram, porque podría consultar en el iPad que regalan a los parlamentarios con el dinero de todos nosotros. Vería que la decisión de 1967 fue nefasta para los trabajadores españoles, y que ahora mismo, poner en peligro los miles de puestos de trabajo de andaluces de la zona es no saber por donde andan. Las frases de Margallo no ayudan mucho a templar las situaciones en que se mete. Al menos, el embajador del bombín, fundador del partido de Margallo, calculaba mejor sus frases destempladas. A estas alturas no se puede invocar la historia de la colonia, porque si hay que decidir, los “llanitos” habitantes del Peñón elegirán seguir como ingleses a la orilla del mediterráneo, con un nivel de vida superior a la metrópoli y con los beneficios añadidos de las colonias (los chavales de Gibraltar estudian gratis en las universidades inglesas). Los andaluces de Algeciras tienen en Gibraltar una empresa en la que trabajar y un punto de venta de sus productos. El resto es patrioterismo viejo y con olor a meo de gato. La tensión del Gobierno ha conseguido cabrear a los que tenían trabajo y negocio en la colonia, y volver a las viejas reuniones bilaterales que no llegarán a ninguna solución. Las invocaciones ministeriales de que se extremaba el celo en la frontera para evitar el contrabando de tabaco son de coña, como la de que arrojan bloques de cemento que dañan la riqueza piscícola. Cualquiera sabe que el contrabando de tabaco es pecata minuta y que los bloques de cemento no son nada comparado con la invasión marítima del puerto de Algeciras, el gigante de los contenedores de Europa. Sólo queda la invocación de la soberanía, pero ahí entramos en un terreno resbaladizo, porque España tiene enfrente a Ceuta y Melilla, que son como Gibraltares en Marruecos. Si la cosa se calienta mucho en la orilla de acá, puede recalentarse en la de allá, y precisamente en este momento no están los hornos para calentar estos bollos. Ceuta, como Gibraltar, es la válvula de escape de los habitantes vecinos, genera puestos de trabajo y negocio para los productos marroquíes. Si añadimos que el creciente islamismo en Ceuta está elevando la presión, concluiremos que la cosa no está como para que el ministro se chulee de que le va a apretar las tuercas a Gibraltar, porque podría resultar que si cierra aquí el grifo reviente la manguera en el lado africano. Para complicar las cosas en la política internacional de Margallo, mandan a Su Majestad de visita con su sobrino alauita, y se la meten doblada. El rey Juan Carlos intercede por los presos españoles en Marruecos, su sobrino, que tiene el poder y la gloria de hacer lo que le de la gana en su país, le amnistía a cuarenta y tantos, pero, en medio de trapicheros de hachís y culeros de bolas de doble cero le meten a un pederasta iraquí, reciclado español y que además es espía. Un maldito embrollo en el que nadie dice saber nada. El rey Juan Carlos -dicen- solo intercedió por un camionero enfermo condenado a seis meses (que, paradójicamente, no fue amnistiado) y el resto fue cosa de los marroquíes. Pero el ministerio de Justicia de Mohamed VI dice que a ellos le pasaron una lista. Y el Gobierno español no sabe ni contesta. El asunto huele tan mal que el rey de Marruecos da marcha atrás, pero el pederasta-iraquí-espía ya está en España. Al monarca marroquí la jugada del preso ya le ha costado un dolor de cabeza, las organizaciones de derechos humanos y los ciudadanos de ahí abajo salieron a la calle montando un follón. Y en el mundo del Islam las cosas no están como para que te monten una protesta callejera. Hay quien sugiere que todo esto no es más que una manera de desviar la atención de los problemas del Gobierno con su propio partido, con la situación general y con los jueces. Una especie de cortina de humo como la de aquella película; pero eso sería suponer en el Gobierno en particular y los políticos en general un maquiavelismo alambicado del que carecen. En medio de este esperpento el FMI, una institución bajo sospecha (dirigida por delincuentes declarados como Strauss-Khan, ineptos declarados –por el propio FMI–como Rodrigo Rato y actualmente por Christine Lagarde, investigada por delitos variados) cuya participación en la actual crisis es evidente, pide que se bajen los salarios un 10 por ciento (de los obreros, no de los altos cargos) y el gasto en sanidad y educación. No se pide la investigación de las multinacionales ni la desaparición de paraísos fiscales. Ante esto, todo lo que se les ocurre al Gobierno es poner un buzón para chivatos de empleo, una tasa de 50 euros para cruzar a Gibraltar y montarle un pollo a Mohamed VI con una lista de presos. Cada vez hay menos motivos para la paciencia.

domingo, 4 de agosto de 2013

Decadencia


Diario de Pon tevedra. 03/08/2013 - J.A. Xesteira
Las señales son claras. Estamos en decadencia, metidos en un baile que nos lleva hacia atrás y nos apea de nuestra vanidosa creencia de ser los reyes del mambo tocando canciones de triunfo. Parece como si el mundo en general, y España en particular, hubieran llegado en su carrera hasta la pared del fondo y viniéramos de vuelta. Decaemos como Imperios Romanos, poco a poco, sin prisas, sin descanso, con sensibles señales de que ya no va a ser como pensábamos que sería el futuro, lleno de robots que nos hacen la vida feliz. Ni la vida es feliz ni los robots son lo que eran. La civilización occidental, sea eso lo que sea, parece haber agotado sus posibilidades de resolver los problemas y de darnos el bienestar que merecemos y que tanto dinero nos cuesta. En lugar de eso los bárbaros nos han invadido sutilmente, sin caballos galopantes, se han quedado con el dinero con el que compramos el billete de la felicidad, y con todo lo demás, y una vez que consigan que nuestro imperio se derrumbe se irán con todo lo robado a montar otro en otra parte, para volver a empezar. Las pruebas de que todo se hunde y nos vamos hacia el pasado más cutre están a la vista, cada día en los medios informativos. El soberbio imperio americano va de capa caída, por más que su economía sea todo lo boyante que marcan las estadísticas y avalan las empresas auditoras de calificación de riesgos (de hecho, las estadísticas se han equivocado siempre –después explican por qué, la culpa nunca es de los que las fabrican– y las auditoras mienten a sabiendas –ese es su negocio–) La bancarrota de Detroit, una noticia que lleva dando tumbos estos días pasado, es clara: la ciudad más industrial de los USA es hoy una ciudad fantasma, como las de las películas de vaqueros después de la fiebre del oro. La riqueza productora del mundo del motor duró menos de cincuenta años, y hoy es una ruina que debe miles de millones de dólares que no puede pagar. De aquella potencia grandiosa y soberbia de la ciudad del motor sólo queda la música, que sigue rindiendo beneficios desde los años 60 y que, una vez más, demuestra que sólo la cultura permanece y es rentable a largo plazo. La industria es un toma-el-dinero-y-corre instantáneo. Otra señal internacional inequívoca es la de Rusia, el polo opuesto que protagonizó la electrólisis de la guerra fría para sustento de las novelas y películas de espías. Rusia pasó de ser la URSS, con un comunismo a su medida sustituyendo a la religión (opio del pueblo) y un régimen totalitario militar, a ser una nación con la religión ortodoxa triunfando sobre el partido (del pueblo) y un régimen totalitario mafioso. El gran imperio que era, convertido después en república socialista soviética, vuelve a sus orígenes; los patriarcas mandan sobre las almas y Putin sobre los cuerpos. Y la guerra fría está al caer: el servicio secreto ruso vuelve a las máquinas de escribir porque son más seguras que los ordenadores y el internet. Lógico. Es un regreso al sentido común; no hay mejor mensaje que el microfilm y los papeles escritos a máquina en caracteres cirílicos, sin posibilidad de aparecer en el muro de Facebook de un chaval de instituto o en los papeles secretos de Wikileaks. Vuelven los espías del frío y nuestros hombres en La Habana. Vamos al futuro y nos encontramos con el pasado. La danza hacia el pasado en España es la revisión de un clásico. Hasta ayer por la mañana éramos el asombro de Occidente, nos codeábamos con los “Geveintes” y aparecíamos en el número once del ránking de los países ricos. Y topamos con la pared y ya estamos de vuelta. Duró poco el espejismo. Ahora, las señales son claras, y la danza nos lleva hacia atrás. No es sólo que nos digan que estamos en crisis y que las estadísticas nos nieguen la sal que nos daban hace muy poco. “Ellos” se equivocaron y “nosotros” pagamos a escote sus equivocaciones. Las señales son claras; no hay más que ver un telediario nacional para entender que el estilo se acerca más al parte radiofónico de los años cincuenta; el Gobierno estudia rescatar del pasado los dos rombos para las películas de televisión, lo cual sería bueno si, en el lote, volvieran aquellas películas de televisión que tenían dos rombos, cine clásico y Alfonso Sánchez como comentarista; significaría que regresarían a los horarios decentes la música, el jazz, los conciertos y el rock, en lugar de trasladar a las dos de la madrugada los programas musicales más interesantes, junto con adivinadores y contactos sexuales. La televisión está de vuelta, pero sólo rescatan lo casposo, no los grandes géneros televisivos, las entrevistas en profundidad, los debates serenos de La Clave. Sólo pretenden salvar nuestra alma del pecado. En nuestro viaje de regreso al otro lado del río, hemos dejado de ser tierra de promisión en un abrir y cerrar de ojos; los inmigrantes que llegaron hace unos años para trabajar y vivir aquí se vuelven a sus países y se llevan de acompañantes a nuestros jóvenes mejor preparados, como emigrantes a sus países emergentes. Nuestros técnicos, médicos e ingenieros, nuestra investigación, se va a Alemania con sueldos pataconeros. Y lo que ya es un síntoma inequívoco; nuestro deporte se hunde en las semifinales, y nuestros futbolistas, que eran la envidia de la civilización se van detrás de los investigadores, a rellenar las grandes ligas. No vale que los dos grandes equipos contraten a un par de estrellas exóticas (su rentabilidad económica está por ver) si la gran masa nacional es presa apetecible de la Premier y similares. Y esa si que es una señal de retroceso. Ya no podemos sostener a nuestros futbolistas. Espero ver en este viaje dentro de poco a los políticos convertidos en procuradores en cortes con uniforme del Movimiento. En blanco y negro. Nuestros hijos serán como nuestros padres y nuestros nietos, como nuestros abuelos. Hacia atrás.