sábado, 29 de diciembre de 2012

Otro año, por favor


Diario de Pontevedra. 29/12/2012 - J. A. Xesteira
En el periodismo de la era Olivetti, anterior a la actual era Mac, llegadas estas fechas se hacía el resumen del año, que era una artimaña para remendar unos periódicos de fiestas, en las que se trabajaba menos y se disfrutaba más. Los periodistas, por supuesto, estaban fijos en su puesto de trabajo y su labor venía definida por el paso del tiempo y las estaciones; así en Navidades y fin de año todo estaba ya catalogado: la lotería, las compras, las cenas, el mensaje del que mandaba antes del Rey..., reportajes que podían superponerse de un año a otro con un par de arreglos (mutatis mutandi, decíamos) y un chiste en el que se veía al año saliente, viejo con una larga barba, y al entrante, un niño con pañales. Todo estaba previsto y todo estaba ya escrito y emplanado para que los días clave no hubiera que trabajar. En la era Olivetti se trabajaban los días 24 y 31 y se descansaban los siguientes, a diferencia de ahora. Decir que se trabajaba es una manera de hablar; se iba por el periódico, que estaba prácticamente confeccionado, salvo las dos o tres noticias puntuales, y se abrían botellas de sidra y champán (se llamaba así, lo de cava vino después y no deja de ser una tontería) y se felicitaban las fiestas y, con la misma, se marchaba cada uno a su casa, el periódico se tiraba temprano y si sucedía algo quedaba para otro día. El resumen del año, que ya estaba escrito y preparado desde hacía días, se repartía a suertes, y te podía tocar el resumen de sucesos, el municipal o el de cine. Cada uno tomaba por su cuenta la colección, el mamotreto propio de la era pre-Mac y, a su aire y literatura, sacaba a relucir todo lo que el año había dado de sí. Las formas persisten, a lo largo de estos días de la era Mac la costumbre de hacer el resumen del año es ya clásica. Va unida a la necesidad de quemar lo viejo y depositar nuestras esperanzas en que el año que comienza el martes nos presente mejor cara. En la opinión general 2012 fue un año horrible, el año de la crisis y del gran recorte, el año del “es lo que hay” y el año en el que las fuerzas gobernantes, nacionales y mundiales mostraron su aspecto más cínico y prepotente, hicieron y deshicieron (más esto último) con total impunidad, al servicio del Capitalismo en su máximo esplendor y de los mercados insensibles. Si hay que hacer resumen basta con pocas cosas: el año en que nos comieron el cerebro y nos metieron en él la idea fija de que no hay salvación fuera del Capitalismo agresivo, la idea de que sólo con nuestro sacrificio podemos salvarnos, aunque no nos dicen de qué ni para qué; la idea de que no se puede sostener el Estado de Bienestar, porque es muy caro (y no deja beneficios suficientes para la insaciable avaricia comercial) y por tanto hay que sustituirlo por el Estado Privado (con fondos públicos). Nos metieron esas ideas y otras muchas, a fuerza de repetirlas como un mantra tibetano, el Om Madne Padi Um de los lamas se sustituye por frases como: “lo que los españoles quieren...” o “no hay más remedio que...”. Y con ese tranganillo repetido una y mil veces acabamos con la cabeza como un bombo de gaiteiro, lo aceptamos de forma automática y no nos paramos a pensar que todo eso es falso y que están mintiendo como bellacos. El resumen del año puede incluir también la escasa reacción ante la acción dura e injustificada del Poder en sus diferentes presencias. Las acciones de las fuerzas dirigentes en todas sus variaciones, políticas, económicas, judiciales, religiosas, son de tal envergadura que la reacción consiguiente queda empequeñecida y, a veces, trágicamente resuelta en la impotencia social, ante tales atropellos manifiestos que a lo largo del acabado 2012 se sucedieron: estafas bancarias resueltas con el regalo añadido de fondos públicos para los estafadores, creación de leyes cada vez más restrictivas para salvar un Estado hueco de contenido social que sólo busca el sostenimiento en los números contables, supeditación de las decisiones nacionales a las opiniones de sociedades mercantiles de dudosa legitimidad, y una larga fila de personas que lo han perdido todo, incluida la dignidad de ciudadanos. Ante esta acción dura y sostenida por todas esas fuerzas unidas, la reacción tendría, en lógica, que haber sido mucho más violenta. Y no. La sociedad padece una atonía evidente y se resigna (o al menos lo parece demostrar) a sufrir en lugar de rebelarse. Por eso, el año que acaba podría ser calificado como el año de la caridad, ese concepto tan querido por la derecha política de siempre, que adora presidir mesas petitorias, inaugurar rastrillos de Navidad y ayudar el prójimo con bondad babosa. Las organizaciones no gubernamentales que dan de comer al hambriento son las estrellas del momento, Cáritas, Intermón, Cruz Roja y los centenares de comedores locales no dan abasto a remendar las deficiencias del Estado, que es incapaz de crear las condiciones para que cada uno se gane su pan. Los trabajadores sociales están siendo sustituidos cada vez más por voluntarios gratuitos, y el país se transforma en el Reino de la Caridad que sustituye al Estado de Bienestar. En lugar de tomar el Palacio de Invierno armados de dignidad, los ciudadanos hacen cola ante la puerta de las cocinas para comer las sobras del zar. La situación es ideal para levantar el país, porque al final lo que importan son los resultados contables y esos no se fijan en si el producto nacional bruto y la deuda nacional esconde una ciudadanía empobrecida cada vez más numerosa. Cabe la esperanza de que 2013 sea otra cosa, pero a estas alturas es difícil adivinar el futuro de más allá de mañana por la mañana. Saben los que trabajan en las ONG que el estado ideal es aquel en el que las ONG son innecesarias y que las utopías están para darnos confianza. Sólo creyendo en las utopías podemos conseguir pedazos de realidades más justas y dignas. Buen año, pues.

sábado, 22 de diciembre de 2012

La Navidad es una película


Diario de Pontevedra. 21/12/2012 - J.A. Xesteira
Las Navidades y su entorno de fin de año son una época de cambios, seguramente (lo dirán los que saben de esto) de origen pagano que se cristianizó con la historia increíble del nacimiento de Cristo y todo el folklore que le rodea. Todo arranca de una historia escrita hace mil y pico de años por gentes que adornaron esa historia a su manera, y por los que vinieron después, que le fueron echando más personajes y situaciones al belén de la tradición. Por eso hizo mal el Papa en quitar a los Reyes Magos y a la mula y el buey de la imagen colectiva, alegando que no hay evidencias de su existencia. Hombre, puestos así, no hay evidencias de nada, ni siquiera de Cristo, desde el punto de vista documental y del simple raciocinio. Es cuestión de creerlo o no. La Navidad, querámoslo o no, es un cuento, una literatura, una tradición y una costumbre festiva. Es, por encima de todo, una película. Y lo digo con base científica. Si pensamos en la Navidad, pasada presente y futura, como la que escribió Dickens, siempre nos sale una película en nuestra pantalla de la memoria, ya sea «¡Que bello es vivir!», «Plácido» (tan de actualidad ahora mismo) o cualquiera con centuriones romanos o árboles de Navidad. No nos imaginamos la Navidad como un cuadro de Rubens sino como una película en technicolor de la Metro Goldwin Mayer. La historia oficial es un relato evangélico impreciso, de autor dudoso y de más dudosa verosimilitud. Pero ahí esta, y es una fiesta, y como tal la celebramos. Aunque la historia sea increíble: niño que nace en un pesebre de una virgen y que lo vienen a adorar unos magos de Oriente, y todo lo que viene después. Mucho más creíble es la otra película, ya que de cine estamos hablando, «La vida de Brian», obra de los Monty Phyton, dirigida por Terry Jones y producida por el beatle George Harrison (puso los tres millones de libras cuando la productora que iba a pagar el film se echó atrás tachando el guión de obsceno y sacrílego). La película, para todo aquel que la ha visto (caso contrario deben hacerlo, por higiene mental) es, en contra de todo lo que se dijo siempre, respetuosa con los evangelios, aunque cuente la vida paralela de un niño que nació en Belén en el portal de al lado. Brian no es nada más que la parte lógica de unos evangelios que necesitan de la fe para creerlos. Son la cara y la cruz (no vale el chiste fácil) de la religión; todo en la vida de Brian es lógico y sin milagros, es decir, vulgar y absurdo. Brian es la antítesis de Jesús, un tipo que quiere sobrevivir en medio de fanatismos religiosos y políticos, pero que acabará crucificado, pese a todo. La vida de Brian es evangélica, pero vista desde el lado razonable y humorístico del evangelio. El sermón de la montaña se contempla desde la perspectiva de los que están en las últimas filas. Con cientos de personas escuchando a un tipo sin micrófono y altavoces, los del final no se enteraban de nada, y comienzan a discutir entre ellos sobre el mensaje divino: todo acaba como en un debate televisivo. Los políticos de Judea, conspirando contra el poder de Roma, son todos frentes populares que se lían en sus propias empanadas mentales (igual que ahora mismo) y no resuelven nada. La religión es un invento para una masa que tiene ganas de creer en cualquier cosa («Idos a la mierda», dice Brian. «¿Cómo se va a la mierda, Mesías? Guíanos» le contestan). Esa es la auténtica película de Navidad, la lógica del evangelio, escondida debajo de la fantasía religiosa. Es el mensaje navideño más adecuado para estos tiempos, en los que la realidad nos la pintan como un misterio fantástico. Tenemos que creer en un dogma oscuro en el que se nos asegura que nos endeudaremos más allá de lo que podemos para ganar un futuro mejor, como si nos prometieran el cielo mientras nos echan a los leones. Tenemos que sufrir para ser devotos de la religión de la Marca España. Pero la realidad es otra, la de Brian. Y desde esa perspectiva podemos ver que todos estos que hablan en nombre de todos los españoles nos están liando. «Lo que quieren los españoles es....», suele ser el latiguillo corriente, como si todos perteneciéramos a la misma cofradía y le estemos preguntando al Mesias de turno por donde se va a la mierda. Aquí, el que defrauda triunfa, y el que denuncia al defraudador puede acabar en la cárcel, por mucho que el tribuno Montoro asegure que va a dar la lista de defraudadores. Ya hay una lista de todos los que tienen en Suiza (el único estado delincuente europeo, que vive exclusivamente del dinero de tiranos, traficantes, droga y todos los delitos que pueda usted suponer) y la ha dado a conocer un ciudadano que puede acabar condenado por revelar secretos de los delincuentes. Los dineros de la banca los hemos pagado y repagado, y la banca sigue cobrando y recobrando, sin que se vea el final del lío. Los ayuntamientos comienzan a cobrar el IBI a las universidades, donde ya no habrá nada que estudiar dentro de poco (ya no hay nada que investigar ni dinero para hacerlo), pero no le cobrarán nada a la Iglesia Católica, la multinacional con más inmuebles y terrenos de España. Ese es el espíritu evangélico de Brian, el espíritu del hombre vulgar. Como él, acabaremos crucificados. Pero como en la película, cantaremos aquello de «Mira siempre el lado positivo de la vida». P.S..- Todo esto lo escribo un par de días antes de que se acabe el mundo el fatídico día 21 (ayer), así que si usted está leyendo esto es porque los mayas se equivocaron. Los que creen en estas cosas estarán un poco chafados, pero pueden consolarse esperando que el Apocalipsis venga otro día, quizás por la diferencia de horario maya. De cualquier forma, lo mejor para creer en historias mágicas o religiosas es no poner fechas. Por si acaso.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Derecho a la música


Diario de Pontevedra. 15/12/2012 - J.A. Xesteira
Pillo una revista gratuita sobre música y actuaciones de grupos de pop o de rock o de eso tan impreciso que llaman música joven. La revista está muy bien confeccionada y aceptablemente escrita (en los tiempos que corren, que un medio impreso esté aceptablemente escrito ya es un triunfo). Pero, a medida que paso las páginas, me doy cuenta de que estoy fuera del tiempo; yo, que presumía de experto en música pop-rock-country y otras hierbas, enciclopédico desde que Elvis se fue a la mili hasta que los Zeppelin se volvieron a reunir, me enfrento con la realidad doble: hay miles de grupos y no conozco a ninguno. Leo lo que dicen los chavales, agrupados bajo un nombre en inglés o español, y en todos se advierte cierta tendencia en tomar como referencia la música de los años 60-70 (mi música) lo cual es comprensible: ninguno había nacido y para ellos supone ya una época histórica. Y ahí se establece una reflexión: imitan o se inspiran en músicas de una época dorada, en la que poseer una guitarra eléctrica era casi un imposible, grabar un disco, un sueño, y hacerse rico con ello, una utopía. Por el contrario, ahora mismo los equipos e instrumentos están al alcance de cualquiera, grabar un disco es muy sencillo, pero venderlo es imposible y hacerse rico con ello es tan utópico como antes. Nunca hubo tantos chavales capaces de hacer música, de grabarla, de empaquetarla y de nada más. Actuar en público sólo es posible si se hace gratis (o, incluso, pagando) y arañar unos euros por actuación o por venta de cedés en la puerta es la única opción a la vista, salvo a unos escasos y fugaces elegidos del momento, que andan en gira de seis o siete actuaciones. Debo suponer que entre los miles de grupos que pululan por todo el país, de todos los estilos, hay joyas escondidas que rara vez emergen de la masa. La música no se vende, los estantes de cedés en las tiendas y grandes almacenes son cada vez más reducidos y esa parte de la cultura que comprende la música popular, parece morirse de facilidades y de obesidad mórbida. El fenómeno musical no va a ser estudiado, no interesa, supongo, y en el apartado cultural del ministro sonriente (el auténtico Jocker de Batman) no creo que se vaya a tener en cuenta a los miles de chavales que aparecen en las revistas gratuitas con aspectos de acabar de citarse por Twiter para una protesta de indignados. Mal lo tienen. Y lo paradójico es que nunca tuvieron tantas facilidades para construir sus proyectos sonoros. Volvamos hacia atrás, hasta Mozart, que también era un pop de su época; la posibilidad de que tocase un clavecín o un pianoforte estaba reservado a él y media docena más (¿que haría Mozart si levantara la cabeza ahora mismo? Estaría maravillado con la cantidad de teclados a su disposición y disfrutaría como un bellaco con sintetizadores de última generación y todos los cachivaches posibles) En su tiempo, el músico era un privilegiado (aunque no rico) y su música era auténticamente pop. La época dorada de los años 60-70, que es la referencia para los miles (millones, si tomamos como referencia el mundo, ya que las músicas del mundo están a un clic de ratón) eran bastante penosas; la Fender stratocaster, el icono de los años 60, era un objeto que sólo existía en las portadas de los discos. Cuando el sistema capitalista se dio cuenta de que los jóvenes éramos una masa de consumidores a estrenar, se produjo la explosión de todos conocida, la década prodigiosa, la edad de oro del rock y todo eso que se puede consultar en enciclopedias y páginas especializadas. Pero los guitarristas y cantantes de ahora mismo, en general buenos músicos, que manejan instrumentales valorados en miles de euros, que tienen su primer disco en un mercado que no existe, que componen sus propias canciones (aunque muchas de ellas sean refritos de otras ya ancianas, como siempre fue), que buscan su lugar en las referencias de las revistas gratuitas o de pago, que buscan, además, un lugar en un escenario cualquiera, aunque sea el pub de un amiguete que les dejará actuar a cambio de cervezas... Esos lo tienen crudo. Se pelean por su derecho a la canción, pero son demasiados, y ya no hay industria que los ampare. La propia industria se murió de tanto exprimir esa gallina que dio tantos huevos de oro. Le echarán la culpa al pirateo y otras cosas, pero no es cierto. La misma multinacional que vende el aparato de piratear es la que controla el mercado de los discos (en realidad sólo hay en el mundo tres discográficas, que son multinacionales que a su vez tienen intereses en otras áreas de la comunicación y de la industria informática) La legión de chavales que intenta subir a un escenario tiene que reinventarse, editar sus discos, venderlos por su cuenta y sobrevivir en un mundo distinto de los héroes que a menudo imitan. Sólo los DJ’s parecen sobrevivir, pero eso es otra cosa. Los tiempos son malos para la cultura. Los libros se venden en pilas de novedades, como si fueran cervezas o botellas de aceite del hiper, se producen más libros de los que se pueden leer y más de los que vale la pena leer; el cine está vacío de propuestas que no sean dibujos animados (el resto lo verán en casa por diversos sistemas, siempre cercanos al coste cero). En el contexto de la cultura de masas (en la que el concepto arte en la cultura había sido sustituido por el de producto de consumo), nos morimos de inflación, de obesidad. Pero la música de miles de chavales no encuentra salida; la habían reducido a mercancía y ahora tenemos a miles de posibles genios del jazz, del rock, del folk o del pop rompiéndose la cabeza para salir adelante. Saldremos adelante; el otro día, María Dolores Pradera, a sus 88 años, decía: «Siempre habrá música; sin ella, la vida sería más triste». Y por encima va y se muere Dave Brubeck.

sábado, 8 de diciembre de 2012

El reino del revés


Diario de Pontevedra. 08/12/2012 - J.A. Xesteira
Hace unos días acompañé a una amiga a la clase de su hijo de preescolar; tenía que cantar unas canciones a los niños y le ayudé a buscar algunas; entre ellas, una canción de María Elena Walsh, “El reino del revés” (“me dijeron que en el reino del revés nada el pájaro y vuela el pez, que los gatos no hacen miau y dicen yes porque estudian mucho inglés”). La canción les gustó mucho a los parvulitos, seguramente porque era una canción realista, que refleja el mundo que ven todos los días. Vivimos en el reino del revés, a punto de entrar en el país de las maravillas; somos una democracia surrealista, alucinógena, un país en el que los inmorales nos han igualado y, como en el tango, todo es un desprecio de maldad insolente. Las cosas que leemos y vemos a diario deberían hacernos reflexionar y reaccionar (incluso de forma violenta) si no fuera porque vivimos revolcados en un merengue de pasmo total. Sin inventarme nada, leo que los jueces califican el indulto doble a los policías catalanes torturadores de “grosero, impropio de un estado de derecho”; que una alta representante del Gobierno afirma que los jóvenes emigran por “espíritu de aventura” (una frase que ya se aplicaba a los gallegos dispersos por el mundo, que blasfemaban directamente cuando la oían); leemos que el Senado, ese ente abstracto de dudosa existencia, se gastó casi medio millón en hacer una web (no se sabe con que fin) que cualquiera puede manipular y escribir en ella cualquier cosa, y que un ingeniero la replica en una semana con gasto cero; leemos que el Gobierno intenta una amnistía fiscal por la cual perdona a los delincuentes siempre y cuando devuelvan una parte del dinero defraudado y evadido, y los delincuentes (muchos con cargo público hasta ayer por la mañana) no sólo no le hacen caso sino que prefieren seguir en el delito antes que ser amnistiados, lo cual nos hace suponer que es más rentable. Este país de Alicia no carece de nada, tenemos sombrereros locos, liebres con prisas y reinas de corazones. Y un presidente prácticamente mudo que cuando habla nos echa la culpa de haber arruinado el país comprando televisores de plasma y viajando a Cancún, además de comprar una segunda vivienda, de las miles que quedan sin vender porque los bancos regalaban dinero para todo eso, para los televisores y los pisos, y las constructoras que reventaron la burbuja, se llevaron los dineros a paraísos fiscales y ahora no los quieren declarar ni con amnistías. El presidente está mejor en su versión silenciosa. Pero, a cambio, como este país está al revés, hablan los ex presidentes, Aznar lo hace en un libro y Felipe González en los periódicos. Ambos no siguen la norma de que los muertos no hablan; seguramente es la moda de los vampiros y zombies que los trae a primera línea. Y los seguidores de los dos partidos más ricos de España (que todavía deben a la banca los televisores de plasma de sus campañas electorales pasadas) les aplauden como si estuvieran en campaña, como si no fueran más que políticos mal enterrados. La nostalgia tiene su punto, pero tanta euforia por dos ex presidentes que no se resignan a disfrutar de los pingües beneficios que les dejan sus trabajos privados (regalados por haber sido antes servidores públicos) da que pensar; será que los seguidores de los dos partidos añoran aquel pasado ante el presente negro y el futuro incierto. Lo sabremos dentro de unos años. Porque todo en este país se sabe siempre con efecto retroactivo, como la rebaja de las pensiones jubilosas. Ahora sabemos (antes también, pero no vale que lo sepamos los de abajo si los de arriba no hacen nada) que el todopoderoso gurú de los empresarios españoles, aquel que dijo que “hay que trabajar más y cobrar menos”, el que regía los destinos del empresariado era, realmente un defraudador, evasor y unas cuantas cosas más por las que acaba de ser detenido, sin opción a acogerse a ninguna amnistía fiscal (a no ser que el Gobierno decida hacer lo contrario y perdonarlo). Díaz Ferrán, el hombre que representaba el poder y la pujanza del empresariado español (que ostenta el récord europeo de mayor producción de parados), ha sido reducido a la condición de vulgar chorizo. Ahora dirán unos que ya lo sabíamos, y otros, que en otro tiempo lo abrazaban y se hacían fotos con él, lo negarán cuantas veces haga falta. En el reino del revés, las cosas son así. En realidad lo que era empresa, lo que sustentaba el mercado de producción fue sustituida por un mercado de especulación, de forma sistemática, premeditada y sutil. Y un día nos encontramos con un país gobernado por el dinero, ante el cual se humillan, como decía Quevedo, débiles y poderosos. El Gobierno ayuda a la Banca más allá de lo que pide, y ni con esas soluciona un problema que no tiene solución económica. Mientras la banca se reagrupa y sobrevive a sus propios errores, lo verdaderamente importante de cualquier sociedad, la Cultura, la Sanidad y la Educación, lo único que permanecerá cuando todos hayamos pasado, se resiste a morir. La Educación perdió más de seis mil millones del dinero destinado a su soporte desde 2010; la Cultura no es más que el nombre de un organismo oficial y docenas de guerrilleros sobreviviendo. La Sanidad está en venta directa al mejor postor, mientras los profesionales protestan en las calles y sectores en desamparo como los discapacitados protestan en las calles de al lado (se prevé que, de seguir así se de paso al siguiente estado de la protesta). Y llegados a este punto, ¿podemos considerar al Rey discapacitado y dependiente? Condiciones no le faltan. El país está patas arriba como estado natural, y todo lo que el ahora presidente prometía que iba a hacer lo hizo precisamente al revés, o sea, no cumplió ni una sola promesa. Como corresponde a este reino. En su caso, “lo prometido ya es deuda”. Una deuda cara que tenemos que pagar entre todos.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Todos perdieron


Diario de Pontevedra. 01/12/2012 - J.A. Xesteira
El domingo por la noche andaba fuchicando (bello verbo que hay que reivindicar) con el mando del televisor a la busca, obviamente inútil, de una película de indios y vaqueros, piratas o romanos, cuando, de pronto, se me aparece en cuerpo y alma en la pantalla Dolores Cospedal, con un fondo azul pepé y una franja en la parte inferior con fotografías y números. En un principio pensé que era una de las echadoras de tarot o adivinadoras del porvenir que abundan en las televisiones de madrugada; el tono sentencioso y la cara de dar malas noticias, así como el formato de la presentación, me lo indicaban. El discurso también era del modelo “querida amiga, no le veo el futuro muy claro”. Pero al instante caí en la cuenta de que estaba hablando de las elecciones en Cataluña, de las que me había olvidado por completo, como la mayoría de los contribuyentes que no viven en Cataluña. Supongo que, de la misma manera, a los catalanes les pasó lo mismo cuando los gallegos votamos hace unas semanas. La portavoz del PP hizo un análisis (o algo así) sobre los resultados, como si fuera sacando las cartas tarotas: el Loco, el Ahorcado, los Amantes, el Caballero, el Diablo (a cada partido, lo suyo) y con ellas daba una lección de moral: dios castiga a los malos y premia a los buenos; a los regulares, ni fu ni fa. Todas las películas eran de americanos con pistolas, no había indios ni romanos ni piratas. El lunes, con los resultados a la vista, los partidos que se ofrecían en Cataluña a resolver este estado de cosas, comenzaban a hacer valoraciones. El clima general era de que, en contra de lo habitual, nadie había ganado y todos buscaban ese artificio contable de que fueron los que menos perdieron, o los que más votos populares sacaron, o los que más subieron con respecto a las anteriores o que el nacionalismo sale reforzado o derrotado, según opiniones variables. Pero la evidencia es que la derecha de Mas no llegó al tope, y tendría que echar mano del que se preste a un bi o tripartito. La derecha de Cospedal se da por satisfecha de quedar como le pedían a la virgencita que quedaran, y los socialistas debían esperar un descalabro, porque se contentan con los resultados. Los pequeños relativos, las izquierdas declaradas de verdes, comunistas, republicanos, tendrán que maniobrar para el habitual trapicheo de apoyo-a-cambio-de-puestos o de condiciones de difícil aceptación. Pero eso es lo que el martes ya especulaban los grandes estrategas de las profundas tertulias de debate en cualquier televisión que se precie y que prefiere poner a media docena de sabios a debatir las elecciones (o a debatirse en gritos en programas de intimidades de personas “del corazón”) antes que poner una película de romanos. En todos los debates se dieron todas las fórmulas posibles para el futuro catalán. Claro que los hechos nunca responden a las expectativas y consejos de los tertulianos, igual que los votos no hacen caso a la campaña de patriotismo catalán de Mas ni a la campaña de puro libelo contra el president y unas cuentas en Suiza que nadie investigó pero que aparecen en papeles misteriosos. El futuro no sale ni en las cartas que echó Dolores Cospedal en su intervención de “ya lo dijimos nosotros”. Sobre el miércoles y el jueves el maldito embrollo (para mi, embrollo siempre va con maldito desde aquella película italiana del neorrealismo) ya es un cambalache y un trapicheo de negociaciones para ver como se resuelve el final de la liga, digo de la campaña de invierno, digo del nuevo gobierno para la Cataluña de aquí a cuatro años. Todo se reduce a quien gana la liga, quien se clasifica en zona Champions y quien desciende, como en el fútbol. Esto que llamamos democracia y que, en teoría es un sistema de funcionamiento para elegir el Poder, se ha quedado reducido o transformado por ampliación a un juego en el que baila mucho dinero para ganar nuestra cota de hacer negocios, colocar a los nuestros y, de paso, gobernar el país sin que se tambalee mucho. Pero se tambalea. El sistema se ha pervertido, no era esto la democracia por la que nos esforzamos. El momento actual, en que el país real no coincide para nada con el país gestionado por los políticos, sería un momento propicio para resolver unos cuantos asuntos en lugar de jugar a ganar nuestro equipo y humillar al equipo contrario. Podría aprovecharse la ocasión, por ejemplo, para darle un repaso a la democracia española y repensarla, lavarle la cara y volver a empezar; podría aprovecharse reformar el sistema de elecciones, darle una patada a la ley D,Hont y acercar el resultado real a las decisiones del vecindario votante; podría aprovecharse la ocasión para arreglar la Constitución, un librito que parece sagrado a la hora de tocarlo, pero que a menudo se ignora en cuestiones fundamentales (en realidad sólo es una parte de buenos deseos –todos somos iguales, todos tenemos derecho a una vivienda digna y a un puesto de trabajo– y otra de mandatos que se pueden ignorar –por ejemplo, que una sentencia firme de los tribunales la ignore el Gobierno mediante un indulto–); podría aprovecharse la ocasión para, por ejemplo, replantearse el estado de las autonomías y cambiar a un sistema federal (a nuestro estilo), cosa que podría contentar a todos, incluidos los separatistas, la derecha y el socialismo. Podríamos estar hablando de otras cosas, pero, otra vez, las elecciones no han servido para nada, sólo para que unos se alegren del fracaso de otros y otros justifiquen su resultado final. Parece que sólo importa la clasificación en la tabla y el máximo goleador parlamentario. Seguiremos sin atender a lo importante, mientras se perpetúa un estado de cosas que comienzan a ser nocivas simplemente por estar ahí. Menos mal que el rey Juan Carlos fue operado con éxito en una clínica que no va a ser privatizada, porque ya lo está. El rey asegura que “camina con autonomía”. Aunque con muletas. Como el país.