jueves, 30 de junio de 2011

Señal de identidad

Diario de Pontevedra. 30/06/2011 - J.A. Xesteira
Escuchaba el otro día a Giorgio Gaber, un cantante ya fallecido, creador, junto con el premio Nóbel Darío Fo y otros ilustres colegas de lo que llamaron “teatro-canción” (no busquen sus discos, se pillan en youtube o internet sus actuaciones, un prodigio de monólogo provocativo, anarcoide, político y musical de gran altura) Las críticas de Gaber a su sociedad italiana eran demoledoras, poéticas, tiernas y razonables, repartiendo leña tanto a la derecha como a la izquierda; de sus críticas, artísticas y teatrales no se escapaba ni Dios ni el Diablo. Quiero hacer hincapié en su enorme importancia, por ser prácticamente desconocido en España. Gaber era un artista necesario y sus largos parlamentos musicales hacían aflorar sonrisas y ponían un espejo delante de la sociedad. Una de sus canciones escenificadas (se puede ver en youtube) se titulaba “Io non mi sento italiano”, y en ella se dirigía a su Presidente para decirle que no se sentía italiano, no participaba de todas las circunstancias y cualidades que definen a un ciudadano para sentirse (en su caso) italiano o (en otros casos) de cualquier país, entendido como institución patria y oficialmente santificada por las señas de identidad, democráticas o no. Gaber desgrana todas las señales patrióticas, desde el himno nacional hasta los héroes históricos, y afirma que no le hacen conmoverse ni inmutarse; ni el fascismo ni Garibaldi, ni el fútbol ni la democracia. En realidad no se siente identificado con todo eso que cada día aparece en las televisiones y que son el certificado de identidad de un ciudadano, más allá de la simple pertenencia a un censo electoral, a un padrón municipal o una declaración de hacienda, que serían la santísima trinidad que nos controla. Gaber desmenuza todas esas “identidades” y afirma que a él no lo identifican, un poco en la línea anárquica que Brassens, que sería su padre músico-espiritual, afirmaba con aquella “Mala reputación” que lo llevaba a quedarse en la cama y no participar de la fiesta nacional. Giorgio Gaber, un tipo flaco, amigo de todos los grandes cantantes italianos de cualquier signo político, se lamentaba de que, a pesar de no sentirse italiano, no le quedaba más remedio que serlo, “por suerte o por desgracia”. Ese es un pequeño drama de los que sabemos que somos de un sitio pero no nos identificamos con esas señas de identidad que suelen aparecer en las grandes ocasiones, los himnos, las banderas, los colores, los triunfos deportivos, la nostalgia por pasados en los que creíamos haber sido algo que ya no somos. Discutía hace unos días sobre este tema con algunos amigos (y lo discutíamos en el viejo sentido de la palabra discutir, nada que ver con tertulianos políticos ni con verdulerías del corazón) y no llegamos a entendernos del todo. Planteaba esa carencia (o esa virtud, ¿quien sabe?) Yo tampoco me siento español ni gallego ante algunas de las llamadas “señas de identidad” y tradiciones variadas. Sé (sabemos algunos de los que participábamos en el debate) que somos gallegos por nacimiento, por la lengua común, por el tipo de alimentación, por paisaje y por la evidencia de estar aquí y “sabernos” de aquí. Pero eso de “sentirse” es más una necesidad de ponerle nombre a las cosas, de identificar una serie de actitudes y de elevar de rango y categoría “lo nuestro”, aunque muchas veces lo nuestro sea algo de muy dudosa idiosincrasia. Cuando la señales de identidad son rimbombantes, la cosa es solemnemente absurda: bandas de música, banderas, desfiles, caras serias y miradas al frente. Pero cuando la cosa entra en el terreno de la tradición, entonces ya es un desmadre muchas veces rayano en la estupidez. El adjetivo “tradicional” es un saco lleno de peligros, en el que cabe una supuesta música celta que repite unos esquemas de hace un par de siglos a lo mucho, hasta una serie de festejos “de toda la vida”, de no más de cincuenta años de invención. Cada vez que veo uno de esos actos folklórico-religiosos pretendidamente tradicionales, en los que se juntan fanatismos con alegrías mezcladas con alcohol, decididamente, no “me siento” de esa tradición. Desde la llegada de los calores comienzan a florecer las tradicionales idiosincrasias a lo largo de España. Desde el paseo de la Virgen del Rocío (un fanatismo catártico en torno a una figura del tamaño de una muñeca barbie), con su correspondiente mal fario de este año al romperse un varal de plata maciza del trono, hasta los tradicionales encierros de toros detrás de una tropa de mozos, pasando por las mil fiestas en torno a cualquier cosa comestible, todo es “tradicional”, dudosamente tradicional, pero como si fuera “de toda la vida”. La mayor parte de las tradiciones festivas son tradiciones tontas, cuando no peligrosas. La vieja tradición pagana del fuego de San Juan se convirtió en una noche de mil incendios, cada cual más grande. Ya no son hogueras de barrio, más o menos pequeñas, son verdaderos incendios romanos. La utilización de una playa como la de Riazor para llenarla de un rosario de incendios variados es un despropósito medioambiental, a la vez que una estupidez. Pero este año, además hubo muertos, y con ello la tradicional hoguera comienza a ser un despropósito peligroso. Los toros de cualquier pueblo del Padornelo para abajo, que siempre pillan a un par de majaderos más o menos borrachos, se mantienen por “tradicionales”. No así las corridas de toros, que son señal patria para muchos, pero que llevan camino de desaparecer, no tanto por las prohibiciones legales, sino por otras cuestiones; son espectáculos caros que no compensan económicamente. Además, no dejan torear a los niños, porque es un asunto peligroso. Pero si dejan a los niños, que no tienen carnet de conducir, manejar unas motos muy potentes con las que se parten poco a poco las clavículas hasta, de vez en cuando, matarse en la pista. Estos héroes motorizados dejan alto el pabellón español y hasta el rey Juan Carlos los felicita. Creo que debe ser un defecto particular, pero no me siento muy identificado con las proezas de los héroes de mi país ni con todas las tradiciones absurdas. Aunque, por suerte o por desgracia si sé de donde soy.

jueves, 23 de junio de 2011

Haciendo amigos de cara al verano

Diario de Pontevedra. 22/06/2011 - J. A. Xesteira
Siempre espero con espíritu juvenil la llegada del verano, en parte, porque soy más dado al Caribe que al Círculo Polar Ártico, y en parte, porque con la llegada de las vacaciones veraniegas vienen, entre otras grandes cosas, como las sardinas asadas, las romerías y el dulce hacer nada, el descanso de los personajes más pesados de las noticias, los políticos, los economistas y los expertos que analizan la economía y la política como si de verdad supieran de lo que están hablando. Me encanta el verano que comenzó anteayer por eso, porque nos quitan de en medio a una legión de plastas que son como caca de perro: inevitables, molestos y que siempre acabamos por llevar pegados en las suelas. Además, llegados a este punto, la situación universal del peculiar hormiguero humano, tiene tiempo para arreglarse un poco, aunque dado el estado de confusión actual, es cosa harto difícil. Los personajes cambian el uniforme de trabajo por el de veraneo, el aspecto circunspecto de político o de gran ejecutivo de las finanzas, por las bermudas o el atuendo nocturno de la camisita con el jersey anudado, que convierte a todos en veraneantes finos. Es que el atuendo es básico, es la identificación del clan, los colores patrios, la camiseta de la peña. Por ejemplo, está esa foto de Fidel Castro visitando a Hugo Chávez en el lecho del dolor postoperatorio; ambos están en chándal, como jubilados caminando hacia el sintrón y haciendo la ruta de adelgazamiento. Fidel luce una sudadera azul con raya blanca, que ya es su señal identificativa, como en tiempos lo fue el verde oliva del uniforme; Chávez se cubre con una de colorines boliviaranos, como si fuera un atleta venezolano en juegos panamericanos. Están cómodos, son países molestos, no se sabe si porque llevan chándal o porque no van por los caminos capitalistas que manda la escuela de Chicago. Los comandantes del chándal saben que molestan, tanto por sus políticas como por su aspecto, igual que lo hizo Evo Morales cuando se presentó ante el rey de España con aquella chompa típica de Bolivia. Se puede ir de jeque árabe o de sultán al estilo Hollywood (caso afgano) porque lo exótico se acepta, pero ir de jubilado del naval, es un pecado. Por eso los grandes capitalistas, barandas de la política y empresariado variopinto suelen ir vestidos de lo mismo, de jefe de planta, con una escasa variación de corbatas y trajes, clónicos e intercambiables, que no diferencia a un ministro europeo de uno americano (asiáticos y africanos se distinguen del nudo de la corbata para arriba). Aunque hay variaciones distintivas. Don Emilio Botín, al que nunca veremos en chándal, se presenta con la corbata de su banco (roja, sin connotación política alguna) y el añadido de unos tirantes del mismo color. Botín, el único banquero del mundo que luce un apellido que lo identifica, es un tipo que cae bien, que es capaz de aportar optimismo al cotarro económico y decir que la cosa siempre tiene arreglo, que no hay que ser tan pesimista (la cosa, sea lo que sea, siempre se arregla desde que el mundo es mundo, lo malo es que la reparación siempre la pagan los mismos). Pero Botín acaba de tener su hora baja, y tampoco se libra de la sombra de la investigación de sus cuentas en Suiza y la sospecha de evasión de capitales. Nada serio, estas cosas de dinero siempre se arreglan, no hay problema. Todavía no se ha visto que haya ido a la cárcel ningún defraudador, ningún delincuente especulativo. Las bandas de gánsters ya no disparan desde coches en marcha, se limitan a respaldar estafas. Las tres agencias de calificación, que hacen temblar gobiernos simplemente con decir que les parece que no son solventes, están siendo investigadas por algo que salta a la vista de cualquier analfabeto: recomendaban los paquetes de acciones-riesgo de los bancos como si fueran cosas muy solventes, cuando se sabía que eran trucos y trampas de trileros. Las tres grandes agencias están arreglando el problema mediante dinero, porque en su país, EEUU, puedes eludir la ley si llegas a un trato y pagas a las víctimas. Lo malo es que esas organizaciones no tienen personajes y no sabemos de que van vestidos, ni si fuman puros y tienen sombreros de fieltro. Como al final nadie va a ir a la cárcel, pues nos quedamos sin uniformes de preso para ellos. El verano y el final del curso parlamentario ya ofrece a los primeros políticos que se preparan para la playa. Rubalcaba ya se quitó la corbata para anunciar que los licenciados que opten a las oposiciones para profesor de instituto, FP o colegio, tendrán que pasar (si aprueban) un MIR de un año de prácticas (no se dice si van a pagar o trabajarán gratis) y después les harán un examen para ver si se enteraron de lo que es dar clase. Rubalcaba, que ya está en campaña electoral, va haciendo amigos de cara al verano. El personal triunfante del PP, con la sonrisa vencedora en el rostro, también hace amigos en sus territorios “liberados” de la horda sociata que los tenía prisioneros: lo recorta todo, para ahorrar, organismos, defensores del pueblo, urgencias médicas, subvenciones sociales para sectores marginados, excepto para la iglesia católica y sus privilegios. Debe ser porque los curas tienen otro uniforme que todavía impone un respeto, o porque les gustan las procesiones con todos las figuras de santos en fila. No sé. Pero incluso a la católica iglesia le salen sus propios 15-M, en forma de motín de la parroquia de Piñor, en Ourense, todo porque el cura ganó su plaza de concejal en una lista que no era la del presidente de la Diputación, que es la única aceptada por el obispo de la diócesis. El tema es propio de una película de Berlanga o, ya difunto el maestro, de José Luis Cuerda (ver filmografía) que está al lado en su bodega de ribeiro ourensano. No sería de escandalizarse una película de absurdo surrealismo, a fin de cuentas, Ourense es la provincia más afgana de Galicia, que es lo mismo que decir de España.

jueves, 16 de junio de 2011

Cuando el ratón es un arma

Diario de Pontevedra. 16/06/2011 - J. A. Xesteira
La guerra es cara, pero se sostiene si hay negocio al fondo. Importa poco la vida de las personas y los derechos humanos, las libertades, las dignidades y la defensa de la democracia (sea ésta lo que sea). Las guerras se organizan para dar salida a los excedentes de armas, para ocupar zonas que producen petróleo o cosas por el estilo y, posteriormente, administrar un terreno, una población consumidora y un gobierno que va a hacer lo que dice el conquistador de turno. Las guerras son un negocio para el invasor y, en menor medida, para los países amigos que actúan de comparsa necesaria para legitimar una invasión. El que diga lo contrario miente y sabe (sabemos) que miente. Los ejemplos están a la vista, las invasiones desde Vietnam hasta hoy en día, y las guerras que acaban en nada después de que las grandes corporaciones que manejan el dinero del mundo ya se den por satisfechas. Pero ahora mismo han resuelto el problema de los gastos en ejércitos transportados, con la maquinaria bélica adecuada y todo ese montaje enorme que sale por un ojo de la cara del ciudadano común, al que no consulta nadie para decidir si se invade Irak o si se bombardea Libia y no Siria. Ya hay otros sistemas y todos están en la Red. Se está organizando una guerra desde un ordenador como el mío que sale tirado de precio y que es capaz de echar a un tirano que no nos sirve para poner a un tirano que sí nos va a servir dentro de nada. Los ataques ya no son contra objetivos físicos, con aviones bombarderos que siempre matan a los daños colaterales. Los EEUU están preparando una red de internet furtivo para países dictatoriales; la cosa es simple: introducir una red de espionaje en forma de ordenadores y teléfonos móviles, que ya tienen la suficiente sofisticación como para meterlos en un país y, desde ahí, mandar información al exterior y recibir consignas. El plan, que cuenta con el aplauso de Hillary Clinton –la misma secretaria de estado que se cabreó cuando Wikileaks hizo lo mismo, pero con respecto a los EEUU– está ya en marcha, y se aplicará en los países dictatoriales que son sus enemigos, como Siria, Libia o Irán; no lo harán en los países dictatoriales amigos, como Arabia Saudí, Bahrein o Kuwait. Es barato, desestabiliza y, en el caso de que capturen al espía con el teléfono móvil, sólo se ha perdido un aparatito que vale un dólar. La guerra va por otros caminos y funciona con ratones que disparan desde zonas wi-fi. Y en España ya estamos en alerta. La Policía detuvo días atrás a tres miembros de Anonymous, la organización sin órganos que luce la máscara de un cómic clásico y se mete en donde no la llaman, que es donde tienen que meterse. Acusan a los tres detenidos de un delito de “interrupción informática”, una novedad que todavía no han asimilado los jueces, y también les acusan de “intenciones” de publicar datos sensibles e información reservada (adivinar las intenciones ya es anticiparse a un delito: usted parece que tiene intención de robar, así que lo detengo). No se específica la sensibilidad de los datos ni la reserva informativa. Los policías que presentaron a la prensa el brillante servicio dijeron que habían desmantelado la cúpula, una tirada de la moto un tanto vanidosa por parte de los mandos del orden público. En realidad sólo eran plataformas particulares para que la Red se active a través de ellos, como a través de miles de otros aparatos. Sólo hay que leer en Internet en que consiste Anonymous. Pero, lo más peculiar del caso es que varios organismos internacionales se sienten atacados por tipos anónimos que desde sus casas rebotan datos que andan por ahí, que debieran ser públicos, pero que no lo son, porque todos los organismos internacionales, desde la Iglesia Católica hasta el Fondo Monetario, tienen sus vergüenzas que tapar y sus cacas que esconder. La misma OTAN, que nació como oposición al Pacto de Varsovia, se lamenta de que está de capa caída, que los europeos no quieren gastar sus euros en sostener un ejército muy caro, y se queja de ataques en la Red. El Fondo Monetario Internacional, el FMI, también se siente atacado (de hecho lo fue) por cibernautas desalmados que actúan desde la sala de estar o desde un café, territorios de combate habituales. El FMI es un objetivo militar de esta guerra internauta; en realidad es un contraataque, porque el FMI, realmente, es un organismo supranacional que hace la guerra y la financia, por otros medios, pero con idénticos resultados que las tropas convencionales. El sistema del FMI es barato y se activa desde unos ordenadores de sus oficinas; consiste en rescatar a los países en apuros que el propio FMI, con sus maniobras especulativas, puso en esos apuros. Con estas operaciones, no sólo presta dineros para que los países apurados se recuperen sino que de esta manera acaban por controlar el poder político, que no tiene más remedio que hacer lo que dice el FMI. Los organismos de este tipo actúan en realidad como “enmierdadores”: primero provocan la crisis económica, y después dictan las normas para chantajear a los gobiernos y obligarles a aceptar su dinero, modificar su política (a favor de los organismos) y controlar a los países. Todo eso sin disparar un sólo tiro. Entidades de calificación de riesgos financieros cobran de las entidades que tienen que calificar, Lo acaban de denunciar organismos oficiales. Más claro no puede ser: impuesto de mafia. Ya no vale ir vestido de uniforme a defender a la patria, porque, en realidad, desde que la patria cotiza en bolsa, no hay mucho que defender. Pero si va a resultar interesante ver esta guerra de ordenadores que es capaz de bloquear la página de la Policía o de llamar a las armas a una multitud de “tuiteros” enmascarados; lo mismo atacan a la Reserva Federal que a una empresa de videojuegos. Nos esperan tiempos complicados y cada vez echo más en falta mi vieja Hispano Olivetti. El mundo se ha quedado pequeño y complicado.

jueves, 9 de junio de 2011

Bienvenidos al pasado

Diario de Pontevedra. 08/06/2011 - J.A. Xesteira
Mi generación, la de la tardía posguerra, fue alimentada culturalmente con tebeos y cine de serie B y sesión continua. Por suerte, debo creer, porque la cultura oficial podía dejar el cerebro tierno y virgen de un niño, convertido en puré de nabos. No hay más que ver aquellos textos oficiales que teníamos que aprender para hacernos hombres de provecho, en los que todo era un alabar a dios y al caudillo, bajo pena de infierno o bofetón. Gracias a nuestros héroes de tebeo o de pantalla fuimos educados en otros valores, aprendimos cosas bastante inútiles, que son las buenas, y disfrutamos de la amistad de los amigos de la infancia. En aquellas historietas y películas había muchos prototipos, el Chico, el Amigo del Chico, la Chica, el Malo, la Banda del Malo, y una serie de personajes acompañantes, desde el Caballo del Chico hasta el Gobernador de Maracaibo, pasando por el Jefe Indio o el Centurión Romano. Pero de todos ellos había uno en especial que siempre me viene a la memoria en circunstancias especiales: el Científico Malvado. Siempre había un científico chiflado, al servicio de una organización secreta, de un tirano, de una sociedad universal, que pretendía ser el dueño del mundo, bien por la aniquilación en masa de inocentes ciudadanos, bien por la creación de una máquina destructora de enorme poderío. Contra esos seres perversos siempre había un agente del FBI, un Roberto Alcázar (por cierto, el malvado de Roberto Alcázar se llamaba Svintus) un Supermán o un detective para derrotar a los Fu Man Chus de turno. Con el paso de los años estas historias infantiles se hicieron realidad, y, en lugar de aparecer en tebeos y cine B aparecieron en periódicos, cines de autor o libros. Las teorías de las conspiraciones mundiales tomaron cuerpo y, en muchos casos, fueron documentadas. Todavía le dan vueltas en EEUU a la teoría de la conspiración para matar a Kennedy y es algo que con un poco de sentido común puede entenderse que el desgraciado aquel del fusil era demasiado poco para llenar el primer magnicidio filmado. Otras teorías fueron demostradas con el paso del tiempo y la desclasificación de papeles secretos (hoy día, con Wikileaks). Como la Operación Cóndor perpetrada por los servicios secretos de EEUU en América del Sur, la financiación del golpe de estado contra Allende en Chile y el golpe de los militares en Argentina, ambos saldados con miles de asesinatos y desaparecidos, responsabilidad directa del que entonces era el secretario de Estado americano, Henry Kissinger, un Premio Nóbel al que acusan de genocida. En los años 60 y mediados los 70 estaba de moda ver el brazo de la CIA en cuanto desbarajuste mundial se daba. Décadas después se ha comprobado que, si no en todos, si en la mayoría de los levantamientos, actos terroristas, revoluciones y golpes de estado, andaba metido el largo brazo de la inteligencia, que no supo prever años más tarde que Al Qaeda iba a estrellar unos aviones en Nueva York. El científico malvado y las conspiraciones de Estado fueron los Malos de mi generación cuando llegué a la universidad, y no era más que la transformación de los escenarios infantiles que contemplábamos en el general de un cine o en la lectura compartida de los tebeos. El correr del tiempo, la bonanza económica y la conversión al Capitalismo sin criterios ni sospechas, llevó a la pérdida de los Malos, porque los que antes eran Malos pasaron a ser sólo Menos Buenos, a ser ricos, que era lo que quería ser todo el mundo. Se perdió la perspectiva, la sospecha, la ética de izquierdas (¿quién quiere ética en un mundo competitivo?) y, por lo tanto, desaparecieron los héroes. Pero cuando las cosas van mal, y ahora van mal, la reacción es inmediata. Siempre me gustó sospechar que las grandes epidemias eran cosa de aquel científico loco o de un laboratorio secreto que investigaba porquerías para la guerra química. Si las evidencias de todo eso aparecieron en Vietnam –donde el ejército americano experimentó con armas químicas– las apariciones de enfermedades nunca vistas, como el Ébola o el Sida, siempre tuvieron un tufo de experimento que el primer mundo probaba entre los más pobres o entre los que odiaba la sociedad puritana. La propia gendarmería mundial alertaba de terrorismos absurdos, como aquel ataque con el virus del ántrax, que fue visto y no visto. De los viejos complots y la guerra sucias de la CIA o el KGB se supo más tarde que lo que sospechábamos era cierto. Pero ahora mismo renacen los espías, vuelven las conspiraciones y se pone de moda otra vez pensar en que todos los males del mundo los fabrican las mentes criminales, algunas de ellas elegidas democráticamente. De momento, las contaminaciones perversas son de baja intensidad, como la del E.coli, que comienza con un ataque de una conselleira alemana, que jura y perjura que la culpa la tienen los pepinos españoles. Y se monta un follón bufo, en el que se ven a políticos comer pepinos como si les apeteciera y se crea un conflicto internacional agrícola. Se amenaza con no veranear alemanes en Mallorca y se pide a Europa que indemnice a los agricultores andaluces. Todo por el pepino envenenado. Ahora ya se sabe que no es el pepino, que es la soja, esa estupidez agrícola que mueve millones de dólares y que no deja de ser un hierbajo ridículo y poco sabroso. El científico chiflado, si es que existe, no está al día en matar, porque a fuerza de ensaladas contaminadas se mata poco. Pero es un comienzo, y una señal de que los malos viejos tiempos regresan. Es evidente que, además, la CIA está detrás de los levantamientos populares musulmanes, y eso se sabrá dentro de los años precisos. Pero ya podemos empezar a pensar como hace 40 años. De hecho ya hay complots conspirativos, como el de Strauss-Khan y acabo de ver un libro a la venta en el que se habla de la CIA y la muerte de Carrero Blanco, que voló por los aires cuando Kissinger salía en avión de Barajas. ¡Bienvenidos al pasado!

jueves, 2 de junio de 2011

De frente y perfil

Diario de Pontevedra. 02/06/2011 - J.A. Xesteira
Alguien, probablemente un americano, se inventó el “perfil” (“profile” lo llamó) para seleccionar al personal con un fin determinado, para que las personas se adecuaran a un esquema prefijado. Queremos un ingeniero que no fume, que esté casado y tenga un sólo hijo, tenga un máster en USA, que sean aficionado al fútbol, haga footing y barbacoas los fines de semana. Y ya está, sólo hay que coger el candidato adecuado y meterlo en el perfil. Viene a ser como si compramos primero la cuna y después buscamos al hijo que se adapte a las medidas. No es que el concepto no existiera, siempre se buscó el candidato que se adecuara a unas características determinadas, pero antes no se le llama encajar en el “perfil”, el concepto es el concepto, pero varía la palabra. Como todas las palabras, su uso se desmadró, y ahora se buscan gentes que encajen en el perfil, se dice de un individuo que no se adapta al perfil, e, incluso que alguien tiene un perfil bajo o alto. De la misma manera que el perfil sirve para contratar a gentes que cumplan los requisitos, sirve para todo lo contrario, para echar de una empresa “porque no se adapta al perfil prefijado”. Es un arma de doble filo y, en el fondo, no es más que una trampa, una disculpa hipócrita para justificar lo que se hace y lo que se deshace. En el fondo es una figura retórica que no sirve para nada. Lo recordaba hace unos días cuando leía la noticia de la detención del director del Igape, acusado de varios delitos de dinero. En el periódico que hojeaba decía textualmente que había sido contratado para el puesto, en el que cobraba un sueldo mayor que el presidente que lo contrataba (en el fondo o en la forma) y en el que gestionaba una cantidad grande de millones de euros (unos 380 me parece recordar) porque “tenía el perfil adecuado para el cargo”. Independientemente de los delitos que le imputan y de la presunción de inocencia, me quiero fijar en ese detalle: daba el perfil. Miles de kilómetros más allá, en Nueva York, detenían a Strauss-Kahn acusado de un delito sensiblemente distinto: por atacar sexualmente a la camarera de un hotel. Este caso, aunque raro y con tufo de complot peliculero (tiene materia para un thriller judicial de primera) se parece al gallego en un punto: Strauss-Kahn daba el perfil. Era el hombre idóneo para dirigir el Fondo Monetario Internacional y, últimamente, también daba el perfil para ser el candidato de los socialistas franceses contra Sarkozy. Sea culpable o no, era un economista de altos vuelos, de sueldo enorme que daba el perfil adecuado. Ahora, ambos, al margen de la presunción de inocencia (siempre es preferible la inocencia), ya han dado no sólo el perfil sino también el frente, según la iconografía a que nos tiene acostumbrado el cine. Hay perfiles para todo. Seguramente todos los ejecutivos de alto standing que dirigen impunemente las compañías de fondos riesgo, las agencias de calificación y todos los que originaron la Crisis, encajaban en un perfil en el que no encajaría ni Marlon Brando en el Padrino Primera Parte (Don Corleone, por lo menos pedía un respeto). No se sabe quien dibuja los perfiles, pero no es uno de esos recortadores de papel que se ponen en algunas plazas y le sacan a uno la silueta en negro. En algún sitio debe haber un “perfilero”, que es el que diseña el perfil (¿cual será el perfil del diseñador de perfiles?) Es el contrario del jefe de recursos humanos, que es el despedidor (“su perfil no encaja, así que mañana, no venga a trabajar”). Por ejemplo, una empresa que fabricaba reposacabezas para coches en Redondela acaba de decidir que los 200 empleados no daban el perfil, que ahora pasa a ser un perfil de rumano o tunecino, que más barato y menos sindicado. ¿Y en política?¿Dan el perfil los políticos? No, en política no hay perfil. El proceso es distinto, se puede empezar de concejal, o de “furafollas” de partido e ir escalando peldaño a peldaño (o cabeza a cabeza) hasta las más altas cumbres del poder político. Es cuestión de habilidad, porque para ser político no hay que presentar papeles académicos ni currículo con másters y cursos en el extranjero. Basta conocer los vericuetos. El perfil, en estos casos, se va adaptando a las circunstancias, al tiempo y al espacio. Por ejemplo, no es lo mismo un perfil de izquierdas de cuando el marxismo formaba parte del currículo que un perfil de izquierdas actual; ni es igual el perfil de la derecha franquista que el de la derecha democrática (aunque a veces lo parezca), ni es lo mismo el perfil de Mayo del 68 (siglo pasado) que de Mayo del 15-M (ahora mismo). El PSOE busca en Rubalcaba al nuevo líder que encaje en el perfil. El PP tiene a Rajoy metido en un perfil que no es el suyo, es prestado, y a veces le queda pequeño y a veces se le descose por las sisas, era el perfil de Aznar, que tiene barriga de tableta de chocolate, pero es más bajito que Mariano. Son perfiles distintos y mensajes que no encajan. El problema es que todavía no se ha dado cuenta nadie de la política, metidos como están en analizar resultados, pactar, reflexionar en lo que hicieron mal, brindar una vez más por lo triunfadores que somos y otras menudencias propias del deporte político, que no se trata ya de tener un perfil, sino de que el mundo acaba de cambiar y ellos están con esos pelos y esas corbatas. El problema es otro, y ellos no quieren saberlo; como los tres monos místicos (ver Wikipedia) no ven ni oyen ni hablan. Como un cuadro del Renacimiento, no sólo importa el perfil, sino el paisaje del fondo, que es muy distinto. La política ya es casi idéntica al fútbol; acaban de echar a Valdano del Real Madrid porque su perfil dejó de encajar en el perfil de Mourinho. Son dos conceptos distintos, el del florido hablador argentino no tiene nada que ver con el arisco y maleducado del portugués (que no encaja, por otra parte en el perfil del portugués tópico). Los hinchas aman a Mourinho y al PP, pero sabemos que a la vuelta de la esquina puede cambiar el viento y la masa votante y animadora puede cambiar. El resultado es empresarial y sólo vale la productividad.