domingo, 2 de noviembre de 2014

No hay sitiio pa' tanta gente

Diario de Pontevedra. 01/11/2014 - J. A. Xesteira
A los efectos oportunos debo hacer constar que no todos los políticos son corruptos, no todos los políticos son iguales y hay más gente honrada de la que parece. Hay que creerlo, porque lo contrario sería falso y desesperanzador. El clima general no ayuda, y la aparición de una trama tangencial a la vida política con personajes que hacían favores, valiéndose de su posición, y cobraban por ello a los que se beneficiaban de esos favores, que no eran políticos, sino empresarios, tampoco ayuda a llevar la contraria a la opinión popular que cree que todos son iguales. Parece que no hay semana en la que no se descubra un nuevo chanchullo; las palabras “trama”, “operación”, “prevaricación”, “cuentas opacas” o “paraísos fiscales” son del dominio público, por más que no sean de uso corriente. Pero, créanlo, hay políticos honrados en todos los partidos, porque la honradez es una cuestión personal, más allá de cualquier actitud del grupo y sus montajes. 
Parece, sin embargo, que los hechos son contumaces, como afirmaba Lenin, y por mucho que las palabras aseguren la santidad de cada personaje con cara en el telediario, cada semana aparece una operación nueva con redadas y ocupación de despachos y domicilios en los que los policías salen con cajas de cartón llenas de cosas para imputar a los que afirmaban ser santos y trabajadores por el bien común, pero lo hacían por el bien propio. Son tantos que ya nos perdemos en su catalogación; los procesos son tan largos que ya nos olvidamos de quienes están procesados, imputados o condenados. Sólo de vez en cuando alguien entra en la cárcel como muestra de que la legalidad existe; pero sólo de vez en cuando, y casi siempre de segundo orden, faltan pesos pesados (¿cuando entra Fabra?), y, a estas alturas, son tantos que el panorama se nos vuelve confuso, los sumarios judiciales se van desgajando y metiendo por los afluentes a nuevos imputados por distintas causas. Son demasiados, siempre son demasiados, y parece que la lista no acaba nunca. Esta semana abrimos el lunes (un día siempre odioso, más para los que fueron detenidos) con la Operación Púnica, como las guerras romano-cartaginesas, en la que trincaron en grados variables de implicación a 51 personas, empezando a contar a partir del número dos de Esperanza Aguirre en el Gobierno de Madrid, un hombre que (las televisiones se encargaron de hacerlo notar) había clamado muchas veces contra los corruptos. Meter a 51 nuevos imputados en la larga lista de los sumarios crea confusión y provoca que la ciudadanía, el vulgo municipal y espeso que decía Rubén Darío, haga tabla rasa y asegure que todos son iguales y todos son corruptos. Y conviene romper con esa creencia y aclarar las listas de los implicados, de los imputados y de los condenados. 
Con cada nueva investigación, cada operación que salen a la luz con esos nombres de sugerencias casi infantiles (Pokemon, Zeta, Gürtel, Noos, Púnica, Campeón) nos hace crecer la sospecha de que todavía queda mucho por descubrir, muchas alfombras que levantar para barrer la porquería escondida. Y probablemente sea así, pero conviene reconsiderar un par de cosas, para nuestro buen gobierno: la primera, señalada al principio, de que no todos los políticos, banqueros, empresarios y demás personajes de importancia pertenecen al mundo del hampa de cinco estrellas que maneja fondos públicos a su antojo; la segunda, que el auténtico peligro no está en detener, imputar, juzgar y condenar a toda la delincuencia de corbata de seda, el auténtico problema está en dar abasto: no hay jueces para encausar e instruir, y no hay sitio para meter a tanto sospechoso habitual (como cantaba Celia Cruz, en las cárceles no hay sitio pa’ tanta gente). La primera parte del par de cosas se puede solucionar el año que viene, con nuevas elecciones municipales y autonómicas, que pueden contribuir a rarear, sanear y renovar el tejido político; otra cosa es que los que se estrenen ese año puedan caer en las mismas tentaciones de los que ahora declaran ante los jueces, de la misma manera que estos llegaron al cargo y el poder con etiqueta homologada; pero esa es condición humana y para eso están las leyes (tenemos demasiadas) que regulen sus conductas.
El segundo tema es más grave. La estructura judicial mantiene un funcionamiento atrasado; a menudo escuchamos de boca de los propios jueces decir que les faltan medios y personas para realizar su trabajo en condiciones decentes. Son estructuras concebidas para juzgar a cuatro rateros y poco más. Pero la instrucción de los casos con nombres de juegos de ordenador no es cosa de un día; los sumarios se eternizan, crecen, se ramifican, aparecen bifurcaciones con nuevos implicados, aparecen dineros en cuentas con las que no contaban, el tiempo pasa, los implicados crecen en número, y el final parece que nunca llega. Un solo dato: el juez Ruz, instructor de las principales causas de corrupción, está provisional en su puesto hasta dentro de dos meses; en ese momento su plaza puede salir a concurso o ser prorrogada hasta el verano. A partir de ahí tendrá que dejar la plaza. Y queda todo por hacer: Bárcenas, Pujol, caso Neymar… El resto de las instrucciones, banqueros, consejos de cajas de ahorros, empresarios, políticos autonómicos con falsos cursillos de formación y una larga lista de delitos se instruyen en juzgados con escaso personal y mucho más escaso material. 
Lo verdaderamente importante no son los titulares de los periódicos en los que se destapan estos delitos, ni las bromas que se hacen en la redes sociales y los programas de televisión, ni el escándalo generado. Lo importante y peligroso es que los sumarios se eternicen y los jueces no puedan resolverlos. El sistema actual no está preparado para afrontar todos los casos de corrupción (cerca de 1.000 en este momento) y hacen falta más jueces, más especialistas, más recursos y más medios policiales. Y no hay voluntad política (desde hace años) para resolver este asunto. Y es peligroso instalar en la opinión pública la falsa creencia de que al final compensa ser corrupto, porque no pasa nada. 

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