sábado, 30 de julio de 2016

Diferente indiferencia

J.A.Xesteira
Podemos echarle la culpa al largo y caliente verano, pero una cierta apatía se ha instalado en la vida en general. Cada día aparece un peligroso fanático que lo mismo degüella a un cura en Normandía que mata a 19 personas en Japón, lo mismo aplasta a franceses con un camión en Niza que mata a policías que antes mataron a negros desarmados en Estados Unidos, matan en países instalados en el confort europeo como en países instalados en la guerra de Oriente; lo mismo en nombre de un dios que en nombre propio, por un arrebato violento contra su propia familia que contra los invitados a su boda; igual la cosa acaba en suicidio que abatido por disparos de la policía (en realidad todo es un suicidio con acompamamiento). Todo eso pasa ante nuestros ojos en las noticias con la indiferencia que produce la rutina. La violencia brota por cualquier cosa, incluso en peleas por la defensa de una orquesta en una fiesta, una vieja costumbre en medio de la estupidez tradicional.
Debe ser el calor, pero todo transcurre con indolencia. Dentro de unos días comienza en Río de Janeiro, ciudad paradigma de la alegria, una olimpiada. En otro tiempo, eso era sinónimo de paz, de interés incluso para los no aficionados a los deportes, que no podían sustraerse a la plástica de los atletas y de la propia actividad deportiva, más allá del espectáculo de inauguraciones. Pero esta debe ser la primera olimpiada odiada por los propios organizadores. Ante un sospechoso silencio de la prensa internacional sobre lo que espera al que vaya a Río, sabemos que aquello es peligroso; con un gobierno suplantador del legítimo gobierno (un lío superior en el que una tropa de delincuentes acusa de delitos a los anteriores) que no es capaz de gestionar una olimpiada que nació torcida; la primera olimpiada de Latinoamérica está a medio acabar, las infraestructuras no se remataron, la seguridad está cuestionada por la propia polícía de Río (la buena, porque más de la mitad de los agentes son más peligrosos que los narcos de las favelas); la seguridad sanitaria está bajo sospechas comprobadas: existe peligro real de contagio del Zika y otras plagas parecidas, y la seguridad hospitalaria es, desde hace mucho tiempo, más que dudosa (es el único país del mundo en el que fallece un presidente de Gobierno por mala gestión hospitalaria). Con todo eso, la indiferencia por los juegos es casi absoluta, y la única expectación es ver que desastre se puede producir durante la olimpiada (aunque nadie desee cataclismos ni muertes en masa).
La indiferencia nos aplana, como el calor de estos días, y no hay trazas de que un aguacero beneficiosos pueda regarnos la hierba y espabilarnos. La vida sigue más o menos igual; los bancos ganan muchos millones (aunque se quejan de que menos que el año pasado) y los políticos que antes eran padres de la patria tambien ganan lo suyo, ahora como hijos de la empresa (al tiempo que se permiten el lujo de impartir doctrina a los sucesores en el puesto que dejaron vacante un día). Baja el índice del paro y los datos oficiales dicen que se han creado unos miles de empleos, lo cual, desde el punto de vista aritmético parece bueno, pero desde el punto de vista lingüístico no lo es tanto, no sabemos que entienden por “empleo” los que hacen la encuesta, porque seguramente serán de camareros mal pagados en chiringos veraniegos, con caducidad dentro de un mes. La gente se va de vacaciones y se olvida completamente de lo que sucede alrededor, de los atentados en el mundo, de los juegos olímpicos, del precio de la gasolina, de la tasa de parados y de que el reparto de la tarta económica deja para la imensa mayoría cada vez menos tarta. Ni siquiera el detalle extraordinario de no tener un gobierno que llevarnos a la discusión nos afecta demasiado.
Ante nuestra total desgana vemos desfilar otra vez a los políticos por delante del rey, convertido en convidado de piedra, estatua de sal o caballo de cartón, un tipo alto con la misma apatía general, como diciendo para sí: “Otra vez los mismos con las mismas mismadas”. Y cada líder con asiento en el Parlamento pone cara de póquer a sabiendas de que todo el mundo sabe que tiene un farol. El rey parece gafe, no es capaz de inaugurar su primera legislatura y, a este paso, su papel como jefe de Estado es más que cuestionable. Pero la desidia reinante impide que los republicanos ataquen por ese lado (“¿Para que queremos un rey que no es capaz de arbitrar un Gobierno?”) No es que un presidente republicano pudiera hacerlo mejor, pero la cara de Felipe languidece en cada foto (experimento: comprobar las fotos de las anteriores consultas y pasarlas en vista continuada). El panorama, según lo vemos desde el bar, tiene a la derecha al partido ganador, lleno de juícios por prevaricaciones y corrupciones varias, incluído el proceso por los ordenadores borrados, pero que al parecer no le importa a nadie; a su lado, la versión juvenil del mismo tema; más al medio, el segundo de a bordo, que no se atreve a dar un paso después de tirarse a la piscina sin agua; y a la izquierda, los insurgentes que se lían con sus propios partidarios. Y nosotros todos vemos el espectáculo ante la total indiferencia, una diferencia diferente, como España lo era en aquella vieja frase turística (“Spain is different”, decía; ¡y tanto!). A todos ellos, al rey y los que van a visitarlo, echamos la culpa de lo que pasa, de que estemos tanto tiempo sin gobierno, pero ellos son nuestro propio reflejo, todos somos culpables; ni siquiera les echamos la culpa con ganas, nos da lo mismo que haya o no gobierno; en el fondo somos como Clark Gable en la última escena de “Lo que el viento se llevo”. Escarlata-España le dice: “¿Y qué va a ser de mi?” y Rhett Buttler-País le contesta: “Francamente, querida, me importa un carajo”; y Escarlata, encogiéndose de hombros dice: “Bueno, mañana será otro día”

sábado, 23 de julio de 2016

Confusiones presentes y futuras

J.A.Xesteira
Cuando se escriba la crónica de estos años que sobrevivimos posiblemente se le podrá llamar algo así como “años de confusión, estupidez y empanada social”. Veo en los Medios (ahora convertidos en Extremos) la más grande noticia de estos días, la conversión de millones de personas en cazadores de dibujos animados utilizando como arma un móvil (el famoso móvil del crimen) y como no alcanzo a comprender los porqués ni entiendo esa enajenación colectiva por la captura de pokemons, me abstengo como un frustrado en segundas elecciones. Podría arremeter contra todos esos millones de seres abducidos por las pantallitas tachándolos de estúpidos o borregos, pero tengo dos problemas en ese punto: primero, mi absoluto desinterés por los juegos de ordenador me coloca en una posición de ajeno a la empresa lúdica y, por tanto, desautorizado para juzgarles; segundo, entre esos millones de ludopateros tengo amigos e, incluso, familiares. Pero sí creo que estos fenómenos de masas tienen un fin oculto, una especie de conspiración en la sombra que persigue alguna fuerza del Mal para controlar las mentes y, más importante, hacer negocio. Siempre nos queda esa sospecha de que todo lo que pasa tiene un lado oscuro.
El fenómeno Pokemon, que los grandes expertos dicen que durará mientras dure (aplicando conocidos sistemas filosóficos utilizados en los últimos  gobiernos españoles), apareció justo cuando se conmemoran los 80 años del golpe de estado contra la última República Española que dio paso a una guerra civil. A estas alturas podemos dejar de llamarle alzamiento o cosas por el estilo. Ese es otro fenómeno que ha producido mucha literatura, mucho cine y mucha confusión; todavía hoy, 80 años después aparecen cosas que aclaran un poco la maraña histórica, como ese carnet de anarquista de un tipo tan característico como Paco Martínez Soria que fue hallado en los archivos dormidos. No hubo recuerdo ni conmemoración de una fecha redonda, sólo la 2 de TVE emitió una película del género heróico-cruzado como “El santuario no se rinde”, que ya era una porquería de película en el franquismo. Parece que nadie quiere recordar lo que fuimos; debe ser porque estamos confusos por demás con lo que está pasando.
Y lo que está pasando, además de los esporádicos islamistas terroristas, es Erdogán, un tipo con más peligro del que parece. El presidente-autócrata se encontró con un 18 de julio a la turca, que despachó en un instante. Los expertos de verdad hablan de un falso golpe de estado, promovido por el propio Erdogán, algunos basándose en hechos tan simples como las detenciónes masivas; no se pueden detener en sólo un par de días a 6.000 militares, destituir a 15.000 funcionarios y 21.000 profesores y maestros si no se tiene antes una lista preparada. El embrollo turco es grande y producirá grandes efectos en el resto de Europa. Turquía es un país laico, con fuerte influencia constitucional del fundador Mustafa Kemal Attaturk, influencia que ahora choca con el aumento del islamismo de Erdogan; acusar a un clérigo moderado exiliado en EEUU que nadie conocía añade a la cuestión un componente religioso que siempre envenena el tema de fondo. Pero, además, Turquía es un país de la OTAN, con sus bases americanas y sus agentes de la CIA incluidos (muy raro que no detectaran un golpe que ni siquierra contaba con apoyos exteriores), es país candidato a la Unión Europea y puente natural entre Europa y Asia. Para redondear la confusión el presidente autoproclamado héroe nacional amaga con reinstaurar la pena de muerte, lo que equivale a una oposición frontal contra Europa. Quedan pendientes los flecos de las guerras disfrazadas que Erdogan lleva a cabo contra kurdos y sirios, y una supuesta variación de rumbo de Europa hacia Rusia. Demasiado embrollo. Pero en este gran embrollo nadie se acuerda de los refugiados que Europa le dio a guardar (¿recuerdan?) mientras todos los dirigentes europeos se felicitaban por ello y se hacían una foto. ¿Dónde quedarán ahora el millón de refugiados en un país que detiene a miles de turcos y advierte de un cambio en las reglas del juego con Europa? Son confusiones que se mantienen en el periodo de las hipótesis, un espacio de tiempo propicio para que los comentaristas y tertulianos aventuren sus especulaciones. El tiempo hablarán.
Como hablarán del gobierno la semana que viene, como decían Tip y Coll, después de las primeras jugadas que acabaron con Ana Pastor como pastora del Congreso. Es un pequeño paso para aclarar la confusión española, a la vez que liberan a la ministra de Fomento de varios marrones presentes y futuros (Alvia, Angrois, obras públicas que traerán problemas a medio plazo no muy lejos de nuestra costa) Pero ese pequeño paso, arreglado con el comodín de Ciudadanos (que igual sirve para PP que para PSOE) y el “little help of my friends” de las derechas nacionalistas, a cambio de una promesa de ayuda presupuestaria, no es más que lo previsto, como el nombramiento de Pío García Escudero como encargado de la cripta senatorial. Son protocolos que vienen en el prospecto de instrucciones, junto con el iPad, la cartera y las dietas. Lo importante –y confuso– todavía está por venir, y ahí hay que echar cuentas y caminar por sendas confusas. Es como un folletón por entregas con los finales pendientes: ¿Pedirá el rey a Sánchez que se abstenga? ¿Conseguirá Podemos que Sánchez vea la luz y se convierta a la auténtica izquierda? ¿Conseguirán salvarse nuestros héroes? y sobre todo ¿Cúando se come aquí? No se pierdan el siguiente capítulo. Para bien o para mal todas las incógnitas desaparecerán a primeros de agosto, cuando a todos los políticos les corre prisa por salir de Madrid a sus vacaciones. Ahí se despejará la incógnita del candidato y sus apoyos. Los números no cuadran y, a lo peor, volveremos a unas tercera parte de las elecciones, como el Señor de los Anillos. El problema es si la ciudadanía está con ganas de volver a votar por tercera vez o se va de furanchos. El problema es que si hay una tercera vuelta va a coger a todo el personal cazando pokemons.

sábado, 16 de julio de 2016

Desmemorias contra la misma piedra

J.A.Xesteira
El ser humano es el único animal (racional a veces, otras, no) que tropieza mil y una veces en la misma piedra, según  reza el refrán y la evidencia histórica. El aforismo de que un pueblo que no tiene memoria está obligado a repetir la historia (por el lado malo de la historia) es cierto y fatal, no hay manera de que el pueblo (entendiendo por el pueblo el padrón municipal, no el que unido jamás será vencido –otra poco afortunada ilusión–) aprenda de sus propios errores. El ser humano tropezará una y otra vez y pisará las mismas cacas aunque se las señales con luces rojas de destellos. Los demás animales, los no racionales, aprenden del primer error, el gato huye del agua y el perro sabe quien fue el que le pegó una vez, el elefante no olvida nunca; les basta una experiencia breve para no volver a repetir el error; solo los peces, que no tienen memoria, a excepción de Moby Dick y Flipper (que son peces mamíferos y por eso recuerdan) muerden el anzuelo y caen en las nasas; a los demás hay que disfrazarles mucho la experiencia negativa para pillarlos en el renuncio.
Vemos los choques entre los que reclaman la aplicación de la Ley de Memoria Histórica y los gobernantes, reacios a facilitar las cosas a los familiares de los asesinados en las cunetas, muertos de hace más de 80 años. Pero no hay que ir tan lejos; la memoria de tiempos más recientes, en los que ya no vivía Franco y la democracia parecía un amanecer brillante y esperanzador, es flaca y el pueblo de ahora mismo (llamémosle pueblo a los millones de parados, a los que tienen trabajo precario y al resto) ya no se acuerda de cosas de hace unos cuantos años y tropiezan una y otra vez contra esa piedra que tiene el tamaño de un menhir de Obelix.
Si hiciéramos una simulación de lo que va a pasar, sin ánimo de meternos a adivinos, simplemente un supuesto teoríco, creo que podemos afirmar que dentro de unos cinco años no nos acordaremos de que ahora mismo Gran Bretaña abandonó la Unión Europea y se produjo un revuelo catastrofista de consecuencias en este momento imprevisibles. Dentro de unos años, cuando el “Brexit” ya sea olvido y se pueda comprobar que un país puede existir fuera de la Unión Europea, nadie se acordará ahora de los miedos que ahora avisan de que viene el lobo y que los tres cerditos cantan la conocida melodía dentro de sus casitas (unas de paja, otras de palos y otras de ladrillo cara vista). Toda la palabrería inútil de ahora será olvidada, porque ya estaremos viviendo en otro mundo y otro tiempo, a punto de partirnos la cabeza, seguramente, contra otro nuevo perpiaño.
Crece el euroescepticismo, desconfiamos de ese club europeo manejado en la distancia por las grandes corporaciones y los grupos de alta mafia (léase Bilderberg) que nos hacen ofertas que no podremos rechazar, porque quien manda, manda. Portugal y Grecia, los cerditos con casa de paja (la española es de palos) ya apuntan la posibilidad de un referendo. Las televisiones españolas no dicen nada de esto, pero basta con cruzar el Miño, comprar un periódico portugués, para enterarse de cosas que el periodismo español ignora. Por el momento no es posible con la ley en la mano, pero la ley en la mano puede cambiarse en un pispás; todo lo que pueda ser imaginado puede hacerse real.
A veces los hechos, que son tercos, vuelven y nos acordamos de lo que habíamos olvidado, quizás porque el pueblo (el conjunto de gente que se va de vacaciones y gente que no puede salir de vacaciones) se ha intalado en el papel cómodo del espectador. En aquel trío de las Azores había un cuarto hombre (como D’Artagnan en los tres mosqueteros) que era Durão Barroso, que fue primer ministro, presidente de la Comisión Europea y representante de la Lusitania en el grupo Bilderberg, y acaba de fichar, una vez jubilado jubiloso, por el grupo Goldman Sachs (banco con poder político). Pues ahí va ahora Durão Barroso, mientras los parlamentarios de su país, a la luz de los informes británicos, quiere que el nuevo banquero explique como fue aquello de la guerra de Irak, de la que ya no tenemos memoria. De Aznar no se sabe nada, ni nos acordamos de que fue nuestro hombre en Texas, con acento, botas y puro (le faltaba el poncho). No nos interesa, porque nuestro pasado no nos pertenece, tenemos memoria histórica de faneca; nuestros recuerdos caducan más rápido que un yogur. Quizás por eso los fantasmas del pasado aparecen en el presente como seres vivos, como si  nunca antes los hubiera votado el pueblo (entendido aquí como el censo electoral, portador de votos eternos). Todos aquellos que un día fueron los depositarios de nuestra confianza y que después acabaron en consejos financieros (los más importantes) o en panteones senatoriales (los de segunda fila) reaparecen para guiarnos por el buen camino. A veces dicen lo contrario de lo que decían antes, con lo cual no llegamos a saber si mentían en el poder o mienten ahora. A veces avisan a sus partidos de que están equivocados (cada vez que Aznar o Felipe González hablan tiemblan en sus partidos) Todos hablan y nos dicen que tienen que pactar con sus rivales, o que hay que reformar el mercado laboral (aún más que cuando ellos estaban en el poder) o que hay que reformar lo que ellos no reformaron. Todos hablan porque el pueblo (aquí si, todos los ciudadanos sin distinción) nos hemos olvidado de los que ahora nos avisan de que viene el lobo. El rey Juan Carlos, cuyo reinado también caerá en el olvido, pasará a la historia por una sola frase: “¿Por qué no te callas?” Fue su gran momento, pero los antiguos dirigentes, ahora al servicio de un gran Capital cada vez más grande, no se aplican el cuento, y el pueblo (el conjunto de desmemoriados) ni nos acordamos de lo que fueron ni de lo que hicieron.

sábado, 9 de julio de 2016

Pasmados e indiferentes

J.A.Xesteira
Si hubiera (que a lo mejor ya lo hay) un medidor de reacción del ciudadano ante las leyes y las situaciones políticas, en este momento daría cero indiferente. Hace unos años, también. En realidad, en esta zona del universo europeo la indiferencia, la apatía y la falta de capacidad de reacción es proverbial. Desde que estrenamos la democracia (entendida como una de las bellas artes) simplemente hemos trasladado a la figura del Político el trabajo que cada ciudadano debe sostener para evitar que nos tomen el pelo; en la figura del Político, un poco paternal un poco administradora, como si fuera nuestro mayordomo, hemos depositado la labor de hacernos la vida más feliz, sin preocuparnos de controlar ni fiscalizar, aceptando como bueno todo lo que el Político haga, incluidos los delitos manifiestos en los que suele caer la clase dirigente, las consabidas corrupciones, el desinterés evidente por la cosa pública (pronto tranformable en privada para bien nuestro según evidencia el Político ante nuestra impasibilidad) o mentir y prevaricar con total impunidad (es posible en este caso que si se nos ocurriera denunciar a uno de ellos por manifiesta corrupción o prevaricación fuéramos nosotros, los denunciadores los que acabáramos en el banquillo de acusados) El Político es capaz de inventar leyes y promulgar decretos de obligado cumplimiento sin que nadie lleve la contraria. Muchas de esas leyes son estupideces, otras fueron promulgadas como negocio, enmascaradas en la necesidad de hacerlo por nuestra seguridad, aunque fuera más que sospechoso que después de hacer un gasto ciudadano obligado por ley la seguridad y la ley queden en el olvido.
Tomemos el ejemplo de la ley que prohibió en su día fumar en lugar público y convirtió a las cafeterías en dos zonas, la abrigada y la intemperie. Nadie protestó, y los sufridos fumadores, señalados por el dedo de la ley, fueron arrinconados en guetos sin protestar. Ahora acaban de declarar playas sin fumadores, y nadie protesta, como si los fumadores llenaran los arenales de toneladas de colillas y contaminaran el océano. Es una escalada de absurdos que acabará (¿qué se apuestan?) en la prohibición de mear en el mar, con multa incorporada. Cosas más raras se prohibieron y se prohiben. Hace unos días me contaban que en un determinado recinto empresarial han prohibido que los chóferes de camiones anden en pantalón corto. El ser mandante, el Mandón, es una subespecie humana con tendencia paranoide a dictar prohibiciones. En el Político, si nadie se opone –y nadie se está oponiendo a nada– se manifiesta en el dictado de leyes, muchas leyes, miles de leyes que ni siquiera el juez más viejo de la tribu puede conocer (es una cuestión de capacidad volumétrica) El viejo eslogan de “Prohibido prohibir”, de Mayo del 68 (Siglo XX) quedó convertido, como todo, en un letrero de camiseta. Aquel mayo fue una de las últimas ocasiones en que la ciudadanía pensó como ciudadanos y se opuso al Político (incluso lo echó de la presidencia de Francia) Pero desde aquella, el Político, que aprendió muy bien la lección, mantiene a la ciudadanía como al rebaño de Panurgo, sin reacción ante lo evidente. Nadie se plantea que los que hacen las leyes, las dictan y las aprueban en el Congreso, es decir, el Político, solo es (salvo escasas excepciones) un concejal venido a más, que adapta el poder democrático a su conveniencia. Sólo así se explican tantas leyes absurdas y caras. Un día de estos saldrá una ley para la seguridad del tráfico vial prohibiendo meter el dedo en la nariz en los semáforos. Ese día el Político habrá alcanzado su zenit y la ciudadanía dejará de hurgarse las narices sin protestar.
Contando con que una parte de la ciudanía dejó de pensar y otra parte, por mucho que proteste en procesiones reivindicactivas nunca conseguirá nada, el Político tiene veda abierta para hacer lo que le dé la gana. ¿Se acuerdan de aquel famoso trío de las Azores? Aquellas tres sonrisas triunfantes que declararon la guerra a Irak; aquellos tres tipos, que si los veo venir en coche no cruzo la calle, porque son de los que no paran en los pasos cebra, mintieron de la forma más descarada. Se sabía. Bush decidió hacer la guerra a Irak, como su papá, aprovechando el 11-S, con el que Sadam Hussein no tenía nada que ver, para beneficiar al petróleo de sus amigos saudíes (que sí tenían algo que ver con  el 11-S). Tony Blair se apuntó, y Aznar terció, seguramente porque su complejo de patio de colegio le llevaba a ser amigo de los fuertes. Todo el mundo sabía que mentían. Los informes británicos denunciaban la ilegalidad de la misión y la falsedad de lo que afirmaban los americanos; la ONU no apoyó la guerra y Francia denunció en Naciones Unidas la maniobra. Hoy, catorce años después, un informe británico afirma que se mintío, se ignoró a la ciudadanía y se metieron en una guerra sin justificación alguna, todo cosa sabida y publicada. Tony Blair acaba de pedir perdón, al estilo vaticano (joden a Galileo y le piden perdón varios siglos después). No vale. Lo que si puede valer es la querella contra el ex primer ministro de las familias de los que murieron solo por la prepotencia estúpida de tres presidentes (que hoy cobran una pasta gansa por conferencias y ser miembros de consejos de multinacionales) Puede que, a pesar del tiempo, las cosas se enderecen, pero ya será tarde, siempre es tarde cuando la inacción de los ciudadanos acaba en la contemplación del espectáculo político como si fuera una realidad virtual, una mezcla de Juego de Tronos y Super Mario Bros.
Hace falta una recuperación del sentido común en la ciudadanía, que sea libre de elegir a su Político, pero que, al mismo tiempo se implique en la sociedad, más allá de la apatía. Las quejas nunca tienen efecto retroactivo; como decía el otro día una enfermera en una sala de espera a una persona que se quejaba de la lentitud de la atención: “Votan lo que votan y pasa lo que pasa”. Ese es el primer principio de la termodinámica política.

sábado, 2 de julio de 2016

Fuera de lo previsto

J.A.Xesteira
Acaban de echarme por tierra una vieja teoría particular. Sostenía (como Pereira) que cuando salía por esos mundos de dios una semanita de vacaciones, desconectado de la realidad real (ahora es mucho más fácil mantener la virtual, hay wi-fi hasta en los retretes del Tercer Mundo) a la vuelta todo seguía igual, como la vida de Iglesias (no confundir con la de Brian). Encontrabas a la vuelta de vacaciones que cada cosa seguía en su sitio y parecía que el periódico era el mismo que habías dejado cuando te fuiste. Pero esta vez, no. Todavía no me había sacudido el jet-lag (que es como se dice en fino la empanada y el dolor de cervicales producidos por viajar en lineas de bajo coste) y me encuentro con que Gran Bretaña ya no es de la Unión Europea, que el PP (o Rajoy, no sé exactamente quien) ganó las elecciones en contra de las encuestas, y que la Roja se fue de la Eurocopa con pena y sin gloria. Y esto no era lo previsto. Parece que no se les puede dejar solos. Y la cosa parece que no acaba y el mundo se pone patas arriba en contra de las previsiones.
Los británicos se metieron en un jardín imprevisto; un referéndum es un arma cargada por el diablo que muchas veces dispara por la culata o nos pega un tiro en el pie (¿se acuerdan de aquel referéndum de la OTAN de Felipe González?). Anduvieron a jugar con el famosos “Brexit” como un experimento y ahora tienen un embrollo fino. Por lo pronto, la opinión ganadora (por los pelos) dice que no quieren estar en la Unión Europea; los motivos son variopintos, desde los puramente patrioteros y xenófobos, amigos de entonar el “Rule Britannia” y pegarle a los extranjeros, hasta los que creen que las cosas van a irles mejor dentro de su isla y fuera del continente. El referéndum ha tenido ya una consecuencia clara, la de dejar a culo pajarero a los grandes dirigentes, conservadores y laboristas, que huelen a dimisión. El resto de las consecuencias están por venir, y no parece que tengan buena pinta. Por un lado están las económicas, que no son importantes; las cosas del dinero siempre acaban por arreglarse de la misma forma, pagan los de siempre y se forran los de siempre; pero al final, la economía se salva, las bolsas vuelven a ganar lo que nunca debieron perder y los numeros acaban por demostrar que el país es rico, el producto interior bruto reflotará, y los negocios con la Unión Europea seguirán como siempre, en manos de los que de verdad saben como funciona el Mercado Común Europeo. Las repercusiones para el resto de los países que tenían relaciones con Gran Bretaña están por ver; las repercusiones en los emigrantes (sobre todo jóvenes) que se fueron a Inglaterra porque allí podía utilizar las licenciaturas universitarias que aquí no le sirven para nada, son una incógnita oscura. Las decisiones de los escoceses e irlandeses de ir por su cuenta y ser europeos “a su manera” puede abrir una puerta novedosa por la que se cuelen catalanes, vascos, flamencos, corsos, y otros descontentos, con territorio distinto y definido. Se abre un capítulo que promete ser muy interesante.
De las elecciones españolas no les voy a contar nada que ya no se haya contado en todas las tertulias, debates y demás lugares de pontificar, en los que analizan lo que va a pasar los que antes analizaron lo que no pasó. Como en la vieja tombolita de las fiestas, todavía está la rata debajo de la lata, y aún no hay gobierno, ni pactos ni apoyos. Tenemos una temporada para que la cosa dé vueltas, entierren a los muertos, curen a los heridos y se sienten a negociar las condiciones del armisticio. Tampoco aquí la situación está como para echar cohetes. El PP ganó en medio de una montaña de escándalos con la guinda de las conversaciones entre el ministro de Interior y el jefe de antifraudes de Cataluña, una versión casposa y esperpéntica del inspector Clouseau en la oficina del comisario Dreyfus (sea quien sea el nuevo gobierno, debería nombrar jefe de los servicios secretos españoles al que puso el micrófono en el despacho del ministro, una misión de sobresaliente cum laude). De momento no hay gobierno, pero el que venga, sea lo que sea, se va a encontrar con una Europa que nos va a apretar las tuercas y con que la realidad virtual de las campañas electorales no casa con la realidad cruda de los parados, cuentas por cuadrar y una Europa de mala leche que, además de tener que recomponer la situación sin los ingleses tiene que reajustar la economía del territorio, y sabemos lo que eso significa: más austeridad. Sus ideas de hacer que cuadren las cuentas siempre acaban en lo mismo: más precariedad y menos servicios básicos, más pobreza y menos derechos. Lo preocupante es la constatación de que a los españoles les gusta más corrupción conocida que la corrupción por conocer.
Y por encima la Roja, los guardianes de las esencias hispanas van y pierden y se vienen para casa con la cabeza gacha. Un amigo mío tiene una teoría sobre la Eurocopa: perdemos porque el himno de España no tiene letra y los futbolistas tienen que aguantar el chunda chunda con cara de estar pensando en Hacienda, mientras que los italianos tienen un himno que es como el coro de Il Trovatore, una cosa operística, verdiana, que ya les pone a funcionar en cuanto acaba.
Vienen tiempos de gran confusión. Imagínense que pueda ganar las elecciones en EEUU Donald Trump, un malo de Batman o de Dick Tracy,  algo así como Pogo, el payaso asesino. Esperen y verán.
El mundo anda como en aquella película, “La noche se mueve”, cuando la mujer le dice al detective (Gene Hackman) que está viendo un partido en la tele, “¿Quién gana?” y él le responde: “Nadie, unos pierden más que otros”. Eso es lo que hay y creo que no volveré a marchar de vacaciones con tanta cosa pendiente.