sábado, 27 de junio de 2015

El líder y la masa

J.A.Xesteira
Todos sabemos lo que es un líder y todos sabemos lo que es la masa. Hay quien se puede poner puntilloso y aclarar que el líder es un anglicismo que significa dirigente, el que va delante, el que conduce (pero no es lo mismo que el driver, que ese si es el que conduce, el chófer –en la Rumanía de Ceaucescu también se decía “conducator”, palabreja latina que denomina al conductor y al caudillo–)…, y podíamos seguir así con la palabra masa, desde los churros al increíble Hulk. Pero cuando en política hablamos del líder sabemos quien es: ese personaje generalmente de traje y corbata (menos en los mítines populosos) que pretende atraer a la masa de votantes ciudadanos hacia las urnas con la sana o insana intención (eso siempre está por ver) de llegar al poder, ya sea en una pedanía perdida de las rutas o en la mísmísima Moncloa. Hay líderes que nacen y líderes que quieren fabricar, aunque tengan que pactar con el Diablo. Hay personas que se definen o los definen como “animales políticos”, como para dar a entender que vienen de casa con el liderazgo de toda la vida; luego, casi siempre, se les rasca un poco la pintura y se le cae lo de “político” para quedar en simple “animal”. No hay regla escrita sobre el líder y la masa, aunque hay cantidad de ensayos al respecto y mucha literatura y cine sobre el líder y sus circunstancias. El líder es el figura, el nota, el baranda, el cid campeador; la masa es eso, masa, mogollón, montonazo, hinchada, manifa violenta (las manifas no violentas no son más que procesiones sin santos), personal espeso al que hay que convencer de cualquier forma de que el país va mejor si-me-votais-y-confiais-en-mí por cualquier método, ya sea por miedo o por sobredosis de televisión directa en vena (todo televidente sumergido en programas de concursos de canción o comidas, o realiti-shows experimenta un estado catatónico-lisérgico propio de zombis, en el cual puede votar lo que le pongan delante los líderes adiestrados para la tarea). Aunque ambos conceptos van juntos, el problema principal es que el líder necesita a la masa, pero la masa no necesita al líder; muchas veces actua por impulsos y estímulos, ante colores o sonidos, por ejemplo, que pueden ser manipulados desde algún castillo de los Cárpatos por algún malvado siniestro. Por ejemplo, a la masa le colocas los colores de su equipo de fútbol en la final de copa, o la pones delante del escenario de un festival de heavy metal o música electrónica durante tres días, y los resultados pueden ser inesperados; pueden quemar papeleras, tomar la Bastilla, estrellarse con el coche o bombardear el palacio de invierno. La masa es lo que tiene, que con  el fermento adecuado, crece y engorda (leveda, que decimos en gallego) y ya está lista para el horno.
Como están apareciendo nuevos líderes para la misma masa, les voy a contar una pequeña historia. En los viejos tiempos de la Transición solía aparecer por el periódico en el que trabajaba, uno de esos personajes amables y pintorescos que frecuentaban las redacciones. Era un hombre jóven que padecía un trastorno mental; un tipo jovial, agradable y feliz; venía de vez en cuando, saludaba educadamente, nos regalaba un par de poesías de su cosecha y se despedía porque decía que se iba a pescar pota y calamar en los caladeros del área de Boston. Una tarde los estudiantes organizaron una manifestación, autorizada, para reivindicar cualquier cosa y acabar con gritos de libertad y democracia. Allí estábamos un grupo de periodistas de los Medios para cubrir la información y después irnos a tomar unas cañas. Comienzan a marchar los estudiantes con sus pancartas y, de pronto, un joven barbado y alto, enarbolando una bandera gallega se pone delante de todos y comienza a gritar más que los demás y mejor. Su figura era espléndida, con su bandera, como si la clavara en la colina de Iwo-Jima. Era nuestro amigo, el poeta que se iba a pescar a Boston. La masa le siguió; no hacía falta explicarles que aquel era un líder, la estampa lo atestiguaba, y el cuadro era como una película de Eisenstein. Pura épica. Pero, ay, al cabo de un buen rato de desfile, alguien avisó que llevaban dadas cuatro vueltas a la misma manzana. En ese momento, todos los embriagados por la epopeya, despertaron y se quedaron confusos sin saber hacia donde ir. La manifestación acabó a trompicones. Recogieron sus pancartas, dieron por concluida la reivindicación y se dispersaron (o disolvieron, como decía la Policía) Sólo el líder continuaba feliz hacia otra parte, solo con su bandera.
Me lo recordaba el otro día el nuevo líder del socialismo español. Y me lo recordó una hora más tarde el líder de la nueva derecha(¿o es la vieja después de pasar por el chapista?) de Ciudadanos. Y me lo recordará el líder de Podemos en cuanto se ponga a hacer de líder, Y Rajoy, en cuanto dé el preparados-listos-ya. Ahí estarán, como Moiseses conduciendo al pueblo elegido por un desierto crítico y austero. Nos van a prometer el maná. Pero ¿hasta dónde son auténticos líderes y hasta dónde son producto prefabricado?. A la masa es tan fácil convencerla de que Sánchez y Rivera son los Kennedy (John y Bob antes de los tiros) como de que Pablo Iglesias es Pablo Iglesias (un ferrolano con gorra de visera y barba de antes de Franco) o que Rajoy es De Gaulle, de la misma manera que a la masa le convencen de que un líquido blancuzco que se saca de la soja es bueno, y que es mejor comer cosas sin lactosa, sin azúcar, sin glúten y sin nada, como si todos padeciéramos de todas las alergias.
Nos convencerán aunque después digamos que nosotros no somos de la masa. Y cuando hayamos dado cuatro vueltas a la manzana, nos daremos cuenta de que no vamos a ninguna parte. Y quedaremos ahí, en  ese momento, con cara de parvos.

sábado, 20 de junio de 2015

Tiempo variable

J.A.Xesteira
Ya está. Todas las convulsiones han tomado posesión de sus cargos y de sus pactos, y el paisaje después de la batalla es muy diferente. Los tiempos que están cambiando constantemente (según decía Dylan hace 50 años), han vuelto a virar el rumbo de las cosas. Los dos partidos conservadores, PP y PSOE, han tenido que pasar bajo horcas caudinas y tragarse su prepotencia para aceptar a los jóvenes del recambio. Si echamos la vista atrás constatamos una evidencia que nunca se recuerda: cuando aparecen nuevos brotes políticos, los viejos instalados en el poder los desprecian, porque ellos son el sanedrín que posee no solo el poder, sino también la sartén por el mango y la máquina de hacer dinero. Hace poco más de un año, los representantes de los grandes partidos hablaban de los recién venidos con la prosopopeya que da el tocar el mambo que sólo los reyes conocen. Han bastado unos meses para que cambie la música y la nueva ola haya barrido la playa de los viejos. Los paradigmas políticos del PP y el PSOE, intactos desde la Transición, han variado, ya no sirven y si se mantienen es porque han tenido que adaptarse a las exigencias de los tiempos; ya eran partidos de viejos que vivían de las rentas de haber hecho una cosa que se llamó Transición y que todavía no está claro que hubiera que hacerla así. Llegaron las mareas vivas de las elecciones municipales y al bajar dejaron la playa llena de basuras y a un montón de jóvenes despelotados tomando mando de la cosa. Ahora hay que digerirlo. Por una parte, los partidos grandes se están mirando al espejo y preguntándose qué hicieron mal; la serie B, UPyD e IU padecen la fragilidad de su estructura y se quiebran en pedazos (quizás sería momento de que el Partido Comunista se presentase como un revival sin disfraces, tendría muchos más votos, en Italia y Portugal los tienen) y los recién nacidos tratan de no parecerse a los viejos, aunque saben que al final acabarán por adquirir modos y maneras del catálogo del político considerado como especie protegida; seguramente, con los años se volverán como los derrotados de ahora, pero, de momento, están por estrenar.
El escenario se llena de nuevas modas y nuevos modos. Los gallegos nos apuntamos a las mareas vivas y surgen alcaldes que no quieren ir en las procesiones (para mí siempre fue un misterio cabreante ver como ateos judeomasónicos marxistas caminaban detrás del santo –o la Virgen de agosto– y delante de la banda de música: nunca los voté, por incoherentes); para empezar algunos dicen que no ofrendan ni se ponen de rodillas, que el antiguo reino de Galicia está bien en los libros, pero que vivimos en un nuevo mundo; Dios ya no nos coje confesados, y le damos al César lo que es del César y a Dios lo que le marquen en la casilla de Hacienda (esa parte del Evangelio siempre parece estar escrita en arameo para la Iglesia Católica). Aparecen alcaldes que van al despacho en bicicleta, alcaldes sin corbata, alcaldes más baratos, nuevas maneras de hablar, alejadas de los característicos clichés de político-delante-de-micrófono; aparecen monjas de clausura que se desclausuran para entrar en política, concejales que dimiten por hacer los mismos chistes malos que hacía Charlie Hebdo (con la diferencia de que todos éramos Charlie, incluidos los políticos más reaccionarios, que defendían con ello la libertad de expresión, pero en el caso del concejal de Madrid, sí se ha puesto un límite a la libertad de expresión; en el fondo solo eran chistes malos). Madrid y Barcelona las mandan dos mujeres que no saldrán en los suplementos de estilo y moda de los grandes periódicos (sólo aptos para gente “cool”, no para ordinarios como usted y yo) empeñadas en que sus ciudadanos no se queden en la calle y que sus ciudades sirvan para vivir,
En este momento es cuando el Gobierno y sus servidores más fieles dispara sus argumentos; el principal, que no se puede gobernar con pactos con promesas populistas. El argumento es falso, a la par que estupido. Todas las corrupciones, cochechos y prevaricaciones se dieron en gobiernos de mayoría absoluta, en los que nadie puede meter las narices; las promesas siempre son populistas y sólo sirven para adornar los discursos y para engolosinar a cuatro parvos que todavía creen en los pajaritos preñados de los discursos políticos.
Ahora se abre un nuevo panorama. Nos van a dar el verano con la campaña de las elecciones generales, que pueden ser en setiembre o en noviembre. Y si las previsiones se ajustan a lo escrito, cambiará el Gobierno. Y el que venga se encontrará con un espectáculo poco agradable. Por un lado, la deuda y la prima de riesgo nos dejará con el agua al cuello (por si no lo saben, la deuda nacional hay que pagarla, no son simples números que aparecen en los telediarios como si fueran los del cupón de la Once), y por otro lado, eso que llamamos Europa (y que convendría aclarar alguna vez) nos  meterá prisa, pasado el verano, para que “austericemos” más el páis, y para ello cuenta con la inestimable ayuda del Banco de España, que pide subida del IVA, reformas laborales para despedir más y más barato y recortes del gasto público. Se suma con ello a las pretensiones del FMI, que ya sabemos por donde van. La Europa que nos aprieta no ha superado la fase del Mercado Común Europeo; un organismo internacional puramente capitalista, gobernado por la Troika: FMI, BCE y la Comisión Europea (dos bancos y un gobierno) al que sólo le interesa la Economía y muy poco o nada los europeos. De aquí al final del verano pueden pasar otras muchas cosas; por ejemplo que descubramos que el país ha sido vendido a varios fondos buitre, que Grecia se sale del Mercado Común (y a lo mejor no pasa nada), que los jóvenes políticos, como siempre, no eran tan tontos, pero pueden llegar a serlo, y que la vida sigue igual aunque los tiempos estén cambiando (letra de Julio y Bob)

sábado, 13 de junio de 2015

La actualidad en fragmentos


J.A.Xesteira
Los lunes llega un camión con la actualidad y la vuelca. Después hay que escarbar en el montón de la basura informativa para encontrar algo de interés. Las noticias se me presentan como un viejo View-Master, un cacharrito que necesita explicación. Hace años, antes de la era digital, había unos aparatitos de plástico, como unos prismáticos pequeños con una palanquita en un lado. En una ranura superior se introducía una rueda de cartón rígido con diminutas diapositivas; se le daba a la palanca y aparecía en el visor una vista en tres dimensiones de, por ejemplo, el Kremlin, o las Montañas Rocosas, o el Taj Mahal, o una aventura de vaqueros estáticos. Hoy el View-Master es una antigualla (vintage le dicen) de coleccionista, cotizada a buenos precios en Internet; las estampas que se ven en sus fotogramas son de un mundo desaparecido. Pero la actualidad me viene así: le doy a la palanca y me aparece una noticia o algo parecido a una noticia, o lo que me ofrecen como noticia pero que no es más que propaganda política o económica, disfrazada de noticia.
Cuando lean esto que estoy escribiendo (esos quince lectores que todos tenemos como cuota) ya será día 13, San Antonio de Lisboa (aunque le dicen de Padua, pero no, era portugués) y los concellos y gobiernos autonómicos ya se habrán organizado entre pactos y opiniones para todos los gustos. Lo que pase de ahí en cuatro años está por ver, como siempre, y la campaña volverá a empezar para las generales. Aparecen nuevas personas en el mundo político, y, lo que es mejor, gente que no se viste de político (ya saben, ese imperdible look de jefe de planta de grandes almacenes, con traje oscuro y corbata a la moda de bazar turco) Pero todo eso quedará como un fotograma de nada en un golpe de palanquita, aunque ahora nos parezca el gran tema de debate (se debate cualquier tontería, y no me extrañaría que pronto apareciera un concurso de tertulianos aficionados; propongo que hagan las tertulias en islas desiertas y que se hagan la comida al mismo tiempo, con expulsiones y llantos).
Llega un amigo de un viaje por Grecia y me dice que allí están fatal, pero que se lo pasan como siempre; tabernas llenas, terrazas con gentes sonrientes, buen clima y ese sentido mediterráneo de la vida que los invita a cantar en los tiempos difíciles. “Se sabe que están mal, y ellos lo saben, pero no por ello dejan de vivir como siempre, da gusto con esa gente”, me cuenta. Le doy a la tecla del aparato y me aparece una vista terrible de la prensa española en la que Grecia es un país trágico en un teatro, sometido al designio de los dioses. Pero mi amigo es más de fiar que los periódicos. Sucede que los periodistas de ahora van poco por las tabernas griegas y van mucho por las ruedas de prensa. Y así no hay manera de enterarse.
Pero la tragedia si está en una isla griega. Kos, una pequeña isla a sólo cuatro kilómetros de Turquía, en la que estuve hace unos años (ya en la crisis, y también canté con amigos griegos a la puerta de sus casas, con música de buzukis) Allí a esa pequeña isla, en la que nació Hipócrates, el padre de la Medicina, llegan ahora miles de refugiados sirios con mucho miedo y ningún documento. Kos vive practicamente del turismo, pero las oleadas de refugiados en plena crisis ha generado un problema de difícil solución. A veces es difícil distinguir a los turistas de los refugiados; todos visten las mismas camisetas de fútbol, las mismas ray-bam falsas, las mismas zapatillas de marca reconocible (falsas también). Solo se les distingue en la diferencia que marcan las tarjetas, la de crédito y la de embarque, que generan un semblante relajado en la mirada del turista y una mirada de pánico hacia el futuro en el refugiado.
Pero basta con darle a la palanquita y me aparece en el visor una pandilla que lo soluciona todo. El G-7, reunido en el Tirol como una excursión de amiguitos. Hablaron estos días de cosas que no contarán a nadie, y cuando se van, el mundo queda un poco más pobre y un poco más complicado. Siempre ha sido así desde que los poderosos se juntan. Por supuesto no les interesa que a la isla de Kos sigan llegando los parias de la tierra, esos a los que los siete del Tirol expulsaron de sus casas donde les metieron dos guerras, la de matar y la de hacerlos más pobres. Los del G-7 se harán una foto y dirán que las cosas llevan camino de arreglarse, porque la economía va a resolverlo todo.
Pero le doy a la palanquita y me aparece una imagen diferente: la cuarta parte de los contratos que se hacen en España y de los que presumen los políticos, los sindicatos (poco) y los empresarios, durán una semana. Y le llaman contrato y figura como dato de puesto de trabajo. Pero pasamos la foto y comprobamos que no es más que un decorado tan inútil como una oficina de empleo. Las soluciones están lejos. No hay mercado laboral, aunque se firme un nuevo plan de empleo; sólo hay jornaleros en la plaza pidiendo un jornal a destajo. Los empresarios (mal llamados emprendedores –ver diccionario de la RAE–) al menos por la parte geográfica que conozco, son de cuatro tipos: empresarios de verdad (escasos), negociantes, tenderos y chamarileros. Su papel como creadores de puestos de trabajo es, cuando menos, dudoso; su papel como fundamento de una sociedad más culta y libre, nulo. Pero si le damos a la palanquita nos aparecen los hombres y mujeres del mañana, los alumnos de selectividad, que aprobarán unos exámenes que son tan estándar como el del carnet de conducir, pero que les abrirá las puertas para llegar a ser licenciados profesionales, científicos, humanistas, médicos, letrados… que un buen día emigrarán a otros países, porque la realidad española es como la del View-Master, un fotograma viejo e inexistente.

sábado, 6 de junio de 2015

Entre pitos y flautas

J.A. Xesteira
En estos días de preverano, cuando todo el mundo apura sus quehaceres para dejarlo todo ordenado y marchar de vacaciones, colea la temporada poselectoral, con sus pactos, cabreos, sus “yo-no-me-ajunto-con-estos” y sus dignidades ofendidas por las sospechas de dejar de ser de izquierdas o de derechas para poder continuar en los “candelabros” desde los que irradiar beneficios para toda la sociedad. En medio de este mercado persa de tenderetes donde comprar y vender favores para que todo cambie y siga de la misma manera (aunque, ¡ay!, ya nada será igual después de que los jóvenes hayan empujado y tirado a los viejos, usados y con defectos de fabricación) aparece un fenómeno ya conocido, previsto y esperado: la pitada al himno nacional español en la final de copa. No es novedad ni causa extrañeza, casi me atrevería a decir que es como un ritual, tanto los pitos como la ofensa. No hay partido en el que haya que tocar el himno que no se sepa de antemano que, según los equipos y sus seguidores, va a haber pitada. Pero parece que esta vez, bien porque nos hayamos olvidado de pitadas pasadas, bien porque en los periódicos hay necesidad de meter nuevos temas coyunturales que desvíen la atención del campeonato de pactos, la cuestión patriótica de los silbidos al himno está dando más vueltas de lo necesario. La patata indeseada pasa del Comité Antiviolencia (un organismo de escasa efectividad) a la fiscalía general del Estado, mientras califica los hechos de “extrema gravedad”, y se buscan responsabilidades en un partido de fútbol clásico por todas partes, por lo deportivo y porque era de esperar una pitada clásica.
Por circunstancias personales me tocó estar en Barcelona los días de la final; la afluencia de vascos con la camiseta rayada en blanco y rojo era notoria en las calles; la mayoría, con la sana intención de aprovechar unos días de vacaciones y playa. Las mareas de seguidores confraternizaban en los bares, entre las clásicas puyas de “¡vamos a ganar!” mientras se comparten cervezas. No se apreciaban signos de violencia. Las autoridades ya estaban alerta ante las posibles ofensas al himno, que eran ya cosa sabida. Ya es como un ritual. En aquel partido, lo único nuevo era el rey Felipe, que se estrenaba como patrocinador de una copa de fútbol y como Borbón ofendido por las masas espesas de ciudadanos vestidos de blanquirrojos y azulgranas. El fútbol demostró una vez más que es el reducto patriótico de las esencias de la Marca España, un territorio difuso en el que conviven banderas con himnos, Agustina de Aragón con Manolo el del Bombo, el jamón de pata negra con el Apóstol Santiago, la democracia con el ordeno y mando, el gol de Marcelino de la Eurocopa 64 (con la derrota del comunismo ruso y de su himno en el Bernabeu ante Franco) con el gol de Iniesta en el Mundial de 2010 (que dio la gloria a la Roja mientras en las gradas cantaban la patriótica canción de “¡Soy ejpañol, ejpañol, ejpañol!”). En ese terreno es donde se mata y se muere en la arena del circo (metafóricamente hablando), mientras el César Felipe regala al vencedor un copón para colocar en el museo del club de fútbol.
Se invocan los símbolos ofendidos para hablar de “extrema gravedad”. Pero, ¿qué es el himno nacional? Una música, un chinda-chinda, no más. Ni siquiera tiene letras rimbombantes como los de Francia o Portugal, que habla de invasores y de que hay que tomar las armas y morir matando, o poéticamente cursis como el himno americano, que habla de atardeceres y estrellas. El himno de España no habla de nada, es sólo una música de calidad discutible. Que lo piten o lo escuchen con unción patriótica no va a alterar para nada el ritmo de los tiempos. Los himnos y los símbolos están muy sobrevalorados; suelen ser poemas antiguos que hablan de cosas que no existen ni existieron. Poner la mano en el pecho o saludar al himno a la romana no va a alterar las esencias de la patria. Trasladar esas esencias a un simple encuentro de fútbol es exagerar.
O a lo mejor, no. Porque el fútbol, que no era más que un juego de patanes de una aldea contra otra, que remataban con una invitación del equipo perdedor a vino o cerveza, se ha convertido precisamente en el refugio de la patria. Es la sublimación de las guerras por métodos pacíficos o, por lo menos, más entretenidos y menos destructivos. Todos los símbolos se han trasladado a los estadios, donde dos pelotones de profesionales con los colores de dos patrias pelea por conseguir la victoria incruenta (salvo alguna lesión desafortunada) La pitada al himno está prevista en el esquema de la batalla, que el rey observa desde lo alto. El fútbol se convierte así en una forma de gobierno, con su ministerio de defensa, de economía, de cultura y de hacienda. Y las masas votan, pagan y sostienen a esos gobiernos, pensando que son su patria (de alguna manera lo son) aunque, en realidad no sean más que empresas privadas, multinacionales en ocasiones, que es lo que muchos querrían que fueran los gobiernos y los estados (de hecho el poder de la UEFA y la FIFA sólo es comparable al del FMI y el BCE –para descifrar las siglas, consultar wikipedia–). No es más que un negocio que vende camisetas (las tiendas del Barça vendían la nueva equipación a un precio de oferta de unos 150 euros). La trascendencia de los colores de equipo en el mundo es enorme; en una información televisada sobre refugiados sirios conté a dos de ellos con camisetas blancas de Fly Emirates y uno con azulgrana de la Qatar Airways (ahí ganó el Madrid al Barça por dos a uno) Los equipos no son más que empresas dirigidas en ocasiones por delincuentes comunes. Si caemos en la cuenta de que, además de otras cosas, el sábado jugaron los hombres anuncio de Petronor contra los anunciantes de Qatar Airways, la cosa queda menos patriótica, y los pitos ya no son una cuestión de importancia.

lunes, 1 de junio de 2015

Espejos mágicos y humillantes


J.A.Xesteira
Escribir artículos periodísticos tiene a veces el inconveniente de que la actualidad va más rápida que la intención del artículista, que opina siempre unos días antes, mientras que la actualidad actúa al instante, a veces rebasando la opinión y a veces sosteniéndola. Cuando se escribe con muchos días de antelación, y sabiendo que entre el teclado y la publicación del artículo hay unas elecciones muncipales por medio, la cosa ya es impredecible. Por causas viajeras, tengo que dejar este artículo escrito sin saber los resultados de las elecciones y como queda el paisaje después de la batalla. Eso, por una parte me plantea una incógnita, pero por otra es mucho mejor, porque a la vuelta del viaje todos los grandes estrategas ya han dicho lo que tenían que decir, ya han explicado porque han perdido los que perdieron y han ganado los que ganaron. Así podemos dedicarnos a otra cosa mientras los concejales se sientan a gobernar durante cuatro años, a no ser que les pase algo por el camino (no sé, un juez imputador, un cambio de partido, un escándalo parroquial en los periódicos…; un creyente diría aquello de que Dios no lo quiera, pero a estas alturas, no creo que ningún dios influya en las labores municipales). Y como cualquier articulista que se precie, lo mejor es echar mano de los temas estándar: cuando no se sabe de qué escribir, se escribe de televisión.
La pantalla antes llamada pequeña (la grande era del cine), la pantalla por antonomasia, la de la televisión, se ha convertido en el espejo mágico. En realidad, la reina-bruja de Blancanieves tenía un televisor o, mejor aún, una de las pequeñas pantallas, hijas de la tele, los computadores, las tabletas, los pequeños espejos donde la gente de ahora se relaciona con sus semejantes gracias al dedo pulgar y a su cuenta y perfil de los servidores. Cualquiera puede preguntar al telefonillo cual es la más bella de todas las mujeres, y el espejito le contesta lo que anda en esos momentos en la red: unas veces es Blancanieves, otras veces es la reina-bruja. La reina del cuento era, en realidad, un ser del futuro, que conectaba su espejo con un satélite que le decía, gracias al google-map, que Blancanieves estaba en la casa del bosque de los enanos.
Vivimos –es un decir– sometidos a los espejos mágicos, que abrimos para decirle la frase mágica: “Espejito, espejito, di la verdad, si me quieres” Aunque sepamos de antemano que los espejitos ni nos quieren ni nos dicen la verdad. Especialmente el gran espejo de la televisión, manipulado sistemáticamente con un fin principal: humillar a la gente, seguramente con el único fin de conseguir ciudadanos sumisos y que acaten los mandamientos de un poder indefinido y difuso, que prefiere gente mansa. En el espejo de la televisión vemos como se humillan a concursantes anónimos, esos mismos que quieren tener su minuto de gloria y fama. Humillan a cocineros aficionados, a cantantes aficionados, a cobayas sexuales metidos en jaulas para convivir y retozar en habitáculos donde son filmados día y noche. A los políticos y personajes relacionado con la política no se les humilla, se les invita a hablar en torno a una mesa, a sabiendas que ellos mismos la van a cagar con alguna frase, y entonces saldrán en todos los espejitos como “trending topic”, que viene a ser como el último chiste sobre la última estupidez. El diputado que habla sin darse cuenta de que tiene el micrófono encendido, la Cospedal que se equivoca con las palabras,  el presidente Rajoy, que afirma que nadie habla del paro…, todos están sujetos a decir lo que no deben, porque se sienten en la obligación de hablar, y su boca va siempre más rápida que su cabeza (incluso en los casos en los que su cabeza funcione de manera natural). Todo eso realimenta los programas de televisión, que aprovechan lo que ya circula por la red de espejitos y vuelven a humillar al humillado. Los políticos soportan y lo aceptan como un mal menor de su oficio, porque están construidos en un material duro (seguramente aquel “Japanium zeta” con que construyeron a Mazinger Z), pero el resto de los humillados normales, no. El resto llora, acaba su humillación en lágrimas, cuando un capataz de televisión (antes eran educados presentadores que se portaban con cordialidad, pero ahora son capataces de barco negrero) le machaca su plato cocinado, le ridiculiza la versión que hizo de una canción conocida o, simplemente, lo expulsa del cubículo de los cobayas donde retozaba junto a otras ratas de laboratorio. La clave está en que el capataz, en forma de cocinero gordo, de presentador implacable o de crítico musical, machaque a un pobre diablo, a sabiendas de que va a llorar en lugar de acordarse de la madre del capataz o aplastarle la cabeza con el micrófono o la sartén. El fin que parece perseguirse con esto es crear un modelo de sociedad en la que se sobreentiende que triunfar en la vida consiste en aceptar las humillaciones de una tropa de cabrones bien pagados y decir que eso es lo que hay. El espectador contempla el espejo mágico y de forma inconsciente y subliminal acepta el lugar del humillado, del chaval que hizo la tapa del león y la gamba o de la chavala que cantó muy mal aquella noche. A nadie se le pasa por la cabeza que se rebelen contra ese estado de cosas. Es mejor estar domesticado y aceptar lo que venga que rebelarse contra los capataces.
En los espejos mágicos vemos una legión de sumisos. Hay algunos que se rebelan y salen a enfrentarse a ese sistema humillante. Hay muchos que se rebotan contra los capataces, pero, para ese momento ya está prevista una fuerza del orden público que, convenientemente adiestrada y entrenada, ataca al ser humano a una voz de su amo. No se verá en ningún espejo, porque lo que no se ve en ellos no existe. Decía Balzac que los gobiernos pasan, las sociedades mueren, la policía es eterna. Y los espejos mágicos.