lunes, 25 de abril de 2011

Estamos comunicando

Diario de Pontevedra. 21/04/2011 - J.A.Xesteira
Un día sí y otro no, me llama por teléfono una señorita que se llama Sandra y tiene acento sudamericano; al principio le contestaba y dejaba que hablara hasta que me explicaba que me ofertaba no se que ventajas de Movistar, la empresa que gestiona todos los productos de Telefónica. Ahora, después de no sé cuanto tiempo de darme la lata, simplemente le cuelgo. Desconozco la manera de prohibir a Sandra que me llame en nombre de la Telefónica para venderme cosas que nunca compraré (y menos por teléfono), pero la facilidad que tiene de dar con mi número y mi teléfono contrasta con los inconvenientes con que se puede encontrar el usuario para que le reparen una avería, más si vive en medio de la Galicia rural. Si hacemos un poco de historia reciente, recordamos que no hace tanto tiempo, el teléfono era un artefacto de plástico (antes de baquelita) que se podía colgar en la pared o poner en la mesita del salón y que servía para llamar o que nos llamaran, con las eventuales demoras de conferencias, las operadoras que humanizaban nuestras llamadas y todos los cruces de seres ajenos que se metían en medio de la conversación. Aquel sistema creó un concepto nuevo para la palabra “comunicar” (ver diccionario de la Real Academia). Los tiempos cambiaron a velocidad impensable, y hoy, un teléfono fijo ya no es más que el apéndice del ADSL del ordenador, y la telefonía se mueve con nosotros, metida en el bolsillo para poder hablar por la calle, mandar mensajes y hacer un montón de cosas impensables cuando Sandra no había nacido. La telefonía móvil se renueva de forma acelerada hacia concepto que apenas podemos intuir y el negocio está en anticiparse y ofrecer más productos integrados en la antigua idea de que poseemos un medio de comunicación cada vez más pluriforme. Por eso Sandra y otras muchas Sandras en otras empresas de telefonía llaman para vender todas esas gangas comunicativas. Porque la Telefónica, que comenzó como un monopolio, controlado por el Estado (era uno de los organismos estratégicos en cualquier circunstancia de alerta máxima) pasó a ser, primero, empresa privada, y, después, perdió su categoría de servidor único de telefonía. Ahora, como cualquier empresa privada, tiene competencia, y en esa competencia se mueve bien, saca productos a la Bolsa (algunos fueron auténticos camelos, recordemos la salida de OPV de Telefonía Móviles, que creo unas expectativas enormes y fracasó nada más nacer) y compra y vende por esos mundos de dios. El año pasado repatrió 3.279 millones de los beneficios de Hispanoamérica, y los beneficios netos de la compañía fueron de 10.167 millones de euros, un 30 por ciento más que el año anterior. Con todo, las cuentas y las previsiones de gastos indican un descenso sobre las expectativas; ya se sabe que las empresas “pierden” cuando no ganan lo que esperaban, no como usted o yo, que tenemos una idea mucho más pataqueira de lo que significa “perder”. Pero como los caminos de las grandes empresas son materia confusa para los simples mortales, el presidente de la Telefónica (también conocida como Movistar), el señor César Alierta, acaba de presentar un plan para poner en la calle por diversos medios (un ERE, para entendernos) al 20 por ciento de la plantilla, es decir, 5.600 personas, al tiempo que “flexibiliza y externaliza” cometidos de la empresa y, por encima premia a los directivos con incentivos millonarios. Todo esto es un plan a tres años, con lo cual, la empresa suelta el lastre de obreros, que, en el mejor de los casos, pasarían a formar parte de pequeñas empresas que la propia Telefónica contrataría (eso es flexibilizar y externalizar) con lo cual, la empresa que dirige Alierta recogería beneficios y eliminaría quebraderos de cabeza (si las cosas vienen mal dadas, las pequeñas empresas externas se cierran y Telefónica contrataría a otras) Mientras, a los altos ejecutivos se les premiaría con participaciones millonarias en la empresa, un negocio redondo en manos de la élite empresarial, sin riesgo alguno de soportar cargas sociales. Pura aplicación de la neoeconomía liberal. El Gobierno, en boca de sus más altos representantes ya ha dicho que no le gusta ese panorama; si una de las primeras empresas de España es también una de las mayores productoras de parados (con cargo al erario público) estamos perdidos. Claro que ante este espectáculo el personal municipal y espeso (hacía tiempo que no sacaba esa expresión tan querida en el viejo periodismo; la frase es un verso de Rubén Darío) está con los ojos a cuadros. Si echamos mano de las hemerotecas de internet veremos que el actual presidente de Movistar (también conocida como Telefónica), el señor Alierta fue acusado de un delito de haberse enriquecido con información privilegiada cuando era presidente de Tabacalera. Gracias a su posición acumuló acciones de una empresa de Tabacalera que sabía que iban a subir, se embolsó 1, 86 millones de euros en la operación y la justicia, que es sospechosamente rápida para algunas cosas (véase el juicio a Garzón) es también sospechosamente lenta para otras, y en ese caso, la Audiencia de Madrid consideró probado que Alierta cometió un delito del que sacó el citado provecho económico, pero, ay, habían pasado cinco años en la investigación, y ese delito ya había prescrito. Cosas de la ley. Con todo eso metido en un saco, el personal no sabe a que estamos jugando, nos cabreamos y nos quedamos con cara de tontos y pensamos que algo falla en las reglas del juego, que el mundo anda al revés, que los pájaros le disparan a las escopetas y que unos tienen línea directa y para otros siempre está comunicando. En un estudio reciente sobre los trabajadores en el mundo se ha sacado la conclusión de que los españoles trabajamos más que los alemanes, el gran modelo, pero, en cambio, los alemanes producen mejor, tienen menos paro y mayor competitividad. Claro que el estudio no habla de los empresarios, porque seguramente la cosa variaría si los trabajadores alemanes tuvieran empresarios españoles y viceversa. Por eso no me sorprende que el personal se sorprenda, porque así es el Capitalismo, o ¿qué pensaban que era, Disneylandia?

jueves, 14 de abril de 2011

Estamos mal educados

Diario de Pontevedra. 13/04/2011 - J.A. Xesteira
dicen que Bruselas (Bélgica, en general) es un bonito país, con plazas que parecen de cuento y estilo de película antigua. Pero también dicen que no es lugar para vivir, con escaso sol, clima desapacible y con días que duran sólo hasta la hora del café. Es un país raro, sin gobierno desde hace mucho tiempo, porque no se ponen de acuerdo si quieren hablar holandés o francés, gobernados por un rey que no es capaz de gobernar ni a sus propios hijos y con una población que suele aparecer en la crónica de sucesos (apartado pederastas). Seguramente serán exageraciones del escribidor, pero un país gobernado por Balduino y Fabiola no garantiza precisamente una alegría eufórica. Balduino es el único rey del que se tiene noticia que dimitió durante un día para no sancionar una ley del aborto; su padre fue colaborador de Hitler y su tío-abuelo tenía una finca que se llamaba Congo Belga, en la que perpetró genocidios a su manera. Con estos elementos (climatológicos, sociales y monárquicos) no se puede hacer un país que vaya más allá de las postales. Por eso, los eurodiputados, escapan de allí cada vez que acaban su trabajo semanal en la empresa para la que fueron contratados, la Comunidad Europea, y donde, supuestamente nos hacen la vida más llevadera al resto de los ciudadanos comunitarios. Los eurodiputados españoles son trabajadores a tiempo parcial: llegan allí el lunes y se vienen el viernes, como si fueran alumnos de universidad. Se traen la ropa para lavar y mudar, y se llevan los “tapers” con comida consustancial a su origen. El trabajo que hacen allí es variado, y puede ir desde el escaqueo total hasta la intensidad de los informes a debate. Pero ellos, los largos fines de semana se van al aeropuerto y suben al avión que los devuelve al sol, a las cañas con los amiguetes y a la marcha nocturna. Nada que objetar, son emigrantes privilegiados, bien pagados, que no tienen sentimiento de trabajar en otro país, sino de ir a hacer unas horas a Bruselas, como el que va de representante de sujetadores o de farmacia por las provincias. Pero resulta que de repente alguien, con un poco de vergüenza torera, propone que los padres de la patria en el extranjero viajen como todo el mundo, en clase turista, que sale más barato, y así, al tiempo que se ahorra, se da ejemplo de austeridad en los malos tiempos. Y ahí se arma un tiberio importante: los padres de la patria quieren viajar como los ricos, estirar las piernas y entrar los primeros. El billete lo pagamos entre todos y entre todos los hemos elegido para que vayan a Bruselas. Seguramente usted (como yo) no se acuerda de a quien concedió el voto en las elecciones europeas, y tampoco recordará quienes fueron los agraciados por la provincia o por Galicia con el privilegio de sentarse en Bruselas y en la clase bussiness de los aviones del fin de semana, pero, a estas alturas ya nos están empezando a parecer unos personajes poco recomendables y, a lo peor, en las próximas elecciones europeas nos lo pensaremos dos veces antes de votar por los señoritos diputados. Es una cuestión de principios. Si todos somos iguales, todos debemos viajar con la misma incomodidad. A lo peor sucede lo contrario, que nos parezcan los europarlamentarios unos tíos/as formidables. En el país que padecemos y amamos, la opinión popular, que siempre es una opinión mal educada, admira a los listos, aplaude a los tipos que hacen ostentación de sus logros y conquistas, y lo demuestra muchas veces en las elecciones a cualquier cosa. El hecho de que los parlamentarios de Europa quieran viajar como directores de bancos, nos deja, cuando menos, indiferentes. Lo mismo que cuando vemos las listas de los partidos políticos llenas de personajes más que sospechosos de falta de honradez, cuando no con el tufo evidente de ser corruptos no oficiales. Dicen que en las listas de la próximas elecciones, las del 22-M, hay un centenar de imputados en procesos de corrupciones variadas. Pero la ciudadanía lo acepta indiferente, considera que son maniobras del partido de enfrente y, desgraciadamente, acabará por elegirlos. La realidad es que todos los imputados lo son por los jueces y la policía, que son gente que no está para elecciones municipales, sino para buscar delitos y castigar a los delincuentes. Es decir, que no es una cuestión de discusiones majaderas sobre políticas baratas sino de asuntos más serios, de moral y ética, de valores ciudadanos casi siempre olvidados y que ya no se esfuerzan por transmitirle a las nuevas generaciones, más educadas en la creencia de que hay que competir y ser ganador, aunque haya que aplastar la cabeza del prójimo. En el fondo no nos importa que en las listas electorales vayan tipos indecentes. Están bien vistos los triunfadores, los descarados, insolentes, cínicos, enriquecidos, poderosos, despreciativos..., los ganadores, en suma. Los que viajan en primera clase. No están de moda los honrados, los que viajan en turista. La Economía, el Dinero, ha relegado a un segundo término a la Política, que pasó a ser un apéndice debilitado y poco importante del Poder, detentado por el Capitalismo, que es la teoría triunfante sin la mínima oposición. Lo aceptamos todo con gran indiferencia, y hemos transmitido esa indiferencia a los jóvenes, que aceptan la situación actual como una jugada del destino. Busco alguna señal por algún lado que me devuelva a la creencia de que no todo está perdido. Y sólo me encuentro con las voces de dos ancianos, José Luis Sampedro (una vez más) y el francés Stèphane Hassel, que acaban de escribir dos libritos para cabrearse contra este estado de cosas, con la indignación que sólo gente con alma de joven airado puede tener. Y no me resisto a terminar este escrito sin poner sus palabras: “Convierten todo en mercancía hasta el punto de aceptar la corrupción, es decir, la compraventa de seres humanos como algo natural que se avala en las urnas. Educados en este ambiente y con la finalidad de ser competitivos, productivos e innovadores, es decir, de tratarnos unos a otros a empujones, es difícil mantener la dignidad si no es mediante la autoreeducación”.

jueves, 7 de abril de 2011

El ruedo ibérico

Diario de Ppontevedra. 07/04/2011 - J.A. Xesteira
Para los clásicos, el ruedo ibérico es Valle Inclán, que reflejó la política de su tiempo en un torbellino en el que la vida española giraba en torno a la Monarquía, los parlamentarios y el pueblo disparatado; para los viejos izquierdosos, Ruedo Ibérico fue la editorial de París donde nos podíamos enterar de que había otra vida más allá de los Pirineos que nos contaba lo que estaba pasando en la España franquista y que no podíamos saber nunca a través de los periódicos. Para todos, siempre es la plaza donde se lidian los toros de la política española, el espectáculo más primitivo donde se ventila la muerte y la vida para contemplación del pueblo. Ahora mismo, el ruedo ibérico está más cerca de la farsa valleinclanesca que de la progresía exiliada y esperanzada de París. Los protagonistas en el ruedo son los que descubrieron el movimiento perpetuo electoral, los grandes estadistas que están siempre en el poder y en la oposición, todos vestidos como jefes de planta de grandes almacenes. En las gradas, los espectadores, los 4,3 millones de parados que, de ser cierto que están parados, deberían estar organizando una revolución; a no ser porque aquí todos mienten, las estadísticas y los parados; o la sociedad española anda metida en economías sumergidas, o esto es un milagro. Y en esto Zapatero que anuncia que no se vuelve a presentar, y Rajoy que quiere venir por tercera vez (a la tercera va la vencida) y, alrededor, el esperpento. Los periódicos, esos organismos en vías de extinción, rebotan el anuncio dominical de que el presidente deja el puesto cuando acabe su mandato y no quiere repetir, cosa que debería ser normal si este fuera un país normal. No lo es. Inmediatamente Rajoy y sus valientes piden que se convoquen elecciones ya, que no hay que esperar. En el fondo, lo que les gusta de la política es ese constante trajín electoral, viajar de un lado a otro para actuar ante un público rendido, ante su club de fans. Son así y no hay manera de acostumbrarlos a que los plazos electorales son para cumplir, y una vez elegido el personal, lo que tienen que hacer es ponerse a trabajar para los que los votaron y los que no los votaron, y esperar a los cuatro años reglamentarios para volver a empezar. No nos acostumbramos al ruedo ibérico de la democracia, nos sale el desplante autoritario y anarcoide, con tornasoles fascistas, de vez en cuando. A menudo suele decirse que es que nos falta entrenamiento, que llevamos muchos años sin democracia y nos cuesta acostumbrarnos. Falso. En treinta y tantos años desde que murió Franco nos hemos adaptado al instante a muchas cosas: el euro, los teléfonos móviles, los ordenadores, a dejar de fumar por ley y a los viajes del Inserso. ¿Por qué no a ser demócratas normales, sin la etiqueta de “Democracia Ibérica”? Mientras tanto el ruedo se llena de personal, de despropósitos esperpénticos que adornan esta corte de los milagros donde se conspira en casa y se atiende, al mismo tiempo, al mundo global que nos contamina y nos toca de cerca. Se meten por medio nuevos y viejos personajes en viejas y nuevas situaciones. Aznar que es un gran actor de youtubes, donde triunfan sus monólogos en inglés, el borrachito que pide libertad de velocidad en la autopista, y ahora, el que llama gallego a Rajoy (no en sentido peyorativo, supongo, como en su día lo hizo Rosa Díez), seguramente porque nunca perdonó al PP gallego que no les cayera simpático (entre ellos le llamaban Charlotín). Alrededor, diversos picadores y monosabios de la corrida, gentes que se pelean enterrados hasta las rodillas, en actitud goyesca. Valencianos que componen una falla con cierto olor a corrupción, no hay más que ver sus fotos y sus sonrisas para entender que, sean condenados o no, no son trigo limpio, aunque se les presuponga la inocencia por derecho. Los andaluces que resucitan de nuevo las peonadas y los puestos de trabajo (en Andalucía los puestos de trabajo siempre estuvieron en manos de señoritos cortijeros, un empresariado que Bruselas tendría que reconocer y proteger por ley). Resucitan viejas películas en las que aparece ETA y los GAL, como un “remake” de viejo cine en blanco y negro, ahora en 3D y alta definición. Los jueces sientan a jueces en los banquillos de los acusados y mientras los imputados en asuntos de corrupción, entre tanto, inauguran diversas obras de pequeños faraones autonómicos: aquí, una ciudad cultural para envasar el vacío, allá un aeropuerto en el que no aterrizan aviones, en todas partes se inauguran entradas de edificios sin terminar, con una placa de bronce para que nadie se olvide de quien reinaba el día de la foto. (Somos el país con más placas de bronce inaugural por habitante de todo el mundo.) Todo vale, porque estamos en constante corrida electoral, y los toreros piden palmas y olés al público y que la banda toque España Cañí. Porque parece que las elecciones del mes que viene son legislativas, definitivas, y, a juzgar por las voces de los más altos políticos, apocalípticas. El “dejarme solo” del matador se convierte en “yo, o el diluvio, el tsunami”, del político en campaña. Piden el cambio climático, la renovación total del Ejecutivo, poner al PP y quitar al PSOE, como si estuviéramos ya en 2012 cuando, en realidad, el mes que viene solo se van a elegir a los alcaldes de pueblo, a los vecinos dirigentes, cada vez menos politizados. Los candidatos presumen de que son buenos gestores (la honradez se les supone, aunque no se garantice), pero no necesitamos gestores, necesitamos alcaldes políticos. En democracia elegimos políticos, los gestores se contratan, no se votan. Pero, en el ruedo ibérico, las funciones de los dirigentes locales se traspasan a empresas privadas, con lo cual llegará un momento en que ya no necesitemos al alcalde político ni al gestor. En un esperpento lleno de frases rimbombantes que se entrecomillan en los periódicos, necesitamos voces como la de aquel maravilloso alcalde que se subió un día al balcón y dijo aquello de: “Como alcalde vuestro que soy os debo una explicación”. Eso, sólo necesitamos una explicación de lo que van a hacer los alcaldes, el resto es farsa y barullo.