viernes, 28 de diciembre de 2018

Vida dura, futuro incierto

J.A.Xesteira
El cambio de año es un acuerdo antiguo para ordenar los días dentro del calendario, una manera organizada en las sociedades dominadas por el cristianismo para decir desde aqui hasta aquí es un año, y de aquí en adelante empieza el otro. Sabemos que los chinos tienen otro cambio de año y los musulmanes ni siquiera están en este siglo. Al llegar al final de los 365 días de rigor astronómico, saltamos al futuro inmediato. Era costumbre hasta hace poco que los periódicos hicieran balance del año pasado y aventuraran previsiones para el que venía la noche de San Silvestre. En las antiguas redacciones de los periódicos nos repartíamos las tareas del resumen (año deportivo, político local, cultural, etcétera) y suelen hacer las categorías del resumen: los mejores libros, los mejores goles, las mejores películas, los mejorers políticos y así, hasta completar esa especie de año comprimido. El 2018 que ahora acaba fue un año como otro cualquiera, con el cambio climático a la puerta, ante la indiferencia del mundo entero, que prefiere convertirlo en una cochiquera con tal de que estemos cómodos dentro, ante la indiferencia de los responsables del mundo, políticos y demás mandones. También el año se cierra con la relación de los muertos famosos y el discurso del rey Felipe, que nadie se molesta en ver, aunque la televisión esté encendida en el salón de las casas y el rey hable al vacío. Después nos enteraremos de lo que dijo en los resúmenes de los periódicos del día siguiente.
Si en lugar de resumir se nos diera por analizar (todos somos analistas aunque no tengamos un programa de debate televisivo en el que lucir nuestras tonterías) tendríamos que reconocer que el año que acaba fue uno de esos años en los que vivimos peligrosamente, y el caso es que esto se está convirtiendo en norma general. El 2018 fue un peldaño más hacia la confusión, la gran estafa que nos hace creer que vivimos en el mejor de los mundos sin darnos cuenta de que ese mundo mejor sólo existe en una pantalla digital. En el año que pasa, la parte del Mal supera ampliamente a la del Bien, pero tiene la habilidad de disfrazarse de ley, mal necesario o, simplemente de político salvador. Fue un año en el que nos vendieron grandes mentiras maquilladas de verdades necesarias; nos convencieron de que todo lo que nos está pasando era lo mejor para nosotros, y cuando despertemos de la sesión de hipnotismo, nos daremos cuenta de que hicimos el ridículo y, además, nos costó una pasta.
Después del resumen viene la adivinación de lo que va a ser 2019, y para ello hay que basarse en lo que dejó el año pasado: el año que viene será kafkiano. Seremos Josef K o el Agrimensor metidos en un proceso delante de un castillo. Cualquier pregunta que hagamos podrá ser utilizada en nuestra contra, cualquier verdad será la verdad oficial, nunca la verdad real. Como en las dos obras de Kafka la “justicia” y la “ley” del proceso son inaccesible y variables según se les ocurra a los que son dueños del Poder; como agrimensores del castillo el sistema, con su alienación, su burocracia y nuestras frustraciones nos impedirán cualquier acceso a la parte que nos corresponde de la ciudadanía.
Los informativos, que son la imagen virtual de la gran estafa, nos ofrecen un rosario de solidaridades para ayudar a los más necesitados, sobre todo en estas “fiestas entrañables”; incluso han diseñado un sistema de dar limosna sólo con pasar nuestra tarjeta de crédito por un visor en una máquina pública. Una manera de justificar nuestra conciencia: cuando en un país aumenta la solidaridad siempre disminuye la justicia; el problema es que la solidaridad no es más que una limosna y una propaganda para que nuestra conciencia no piense, la justicia queda ahogada por las leyes y la retórica. Y habrá  más pobres en el año que viene; la rica Europa tiende hacia eso (y a gobiernos claramente fascistas); la rica Alemania (este es un dato estadístico) tiene ahora mismo 14 millones de pobres, de los cuales, un millón duermen en la calle. Es un dato  para el futuro que viene. Como conviene al sistema, el año que llama a la puerta tendrá más patriotas reclamando la tierra patria como propiedad de los nativos; craso error, ningún país pertenece ya a sus habitantes, prácticamente toda Europa está vendida a nadie sabe quien. El ladrillo inmobiliario que antes tenían los bancos como un grano en el culo, ya es propiedad de una cosa que se llama fondos financieros, que vienen a ser como organizaciones misteriosas que utiliza dineros sospechosos para hacerse con países poco a poco. Como una mala película.
Los bancos, el paradigma kafkiano, darán un paso más hacia la total eliminación del personal; dentro de unos años ya no habrá empleados de banca, seremos nosotros, los propios clientes que tenemos nuestros capitales dentro de sus cajas fuertes, los que trabajemos para esas entidades en abstracto, y pagaremos (ya lo hacemos) por ello, pondremos nuestras herramientas, nuestros locales particulares y nuestra mano de obra para mayor gloria de unas corporaciones que no están en nuestro país, y no nos dejarán ni siquiera la posiblidad de protestar porque nuestras protestas irán a un “si quiere reclamar, pulse uno, si quiere acordarse de la madre del presidente, pulse dos…” El “kafkianismo” será norma de obligado cumplimiento y cada uno de nosotros nos iremos metamorfoseando en bichos manejados por poderes que no comprendemos y en los que creeemos como si fueran nuestros salvadores. ¿Habrá de ser todo tan pesimista? No se sabe, el futuro hay que escribirlo y eso es cosa de todos, pero más de cada uno y de cada cabeza pensante. Mantendremos una esperanza para poder seguir, pero nuestra esperanza está, como la mosca, detrás de la oreja.
El futuro se construye a partir del presente, y el presente que acaba el martes que viene es como la cita shakespeariana: “… una historia contada por un idiota, una historia llena de estruendo y furias que nada significa”. Pese a todo, feliz año nuevo.

viernes, 21 de diciembre de 2018

Adiós, Navidad, hello Christmas

J.A.Xesteira
Existe una regla no escrita (ahora dirían que un protocolo) por la cual, en estas fechas hay que ponerse en “modo Navidad”, según unos viejos cánones del Cristianismo y los grandes almacenes, que dieron cuerpo a una fiesta familiar y un decorado a medias entre las figuritas de barro creadas por Francisco de Asis y el viejo de las barbas creado por Coca Cola; todo ese mundo de colorines, regalos, reyes de Oriente, belenes y arbolitos se le llamó la Tradición Navideña; toda la literatura dickensiana, todo el cine con nieve de algodón y buenos deseos, toda la música tamborilera y del “mericrismas” y toda la noche de paz, unido a los turrones, el champán llamado ahora cava, y la familia a la mesa, consituyen la iconografía clásica que no merece la pena ni explicar. Todos sabemos de lo que estamos hablando. Es tiempo este de nostalgias, recuerdos de las navidades pasadas; ahí todos somos un poco el mister Scrooge del cuento, y los más viejos solemos sacar la frase apolillada de que “esto no es lo que era”, como si algo fuera a ser eterno y el presente no tuviera caducidad programada.
La Navidad, las Felices Fiestas (y el próspero Año Nuevo) son, básicamente, un tiempo de gasto y consumo, de volvernos ricos por unos días y despilfarrar; cada vez menos y con un amplio sector de la sociedad, en aumento, que ya no pertenece a la sociedad de consumo y está apuntado a la sociedad en precario. Pero, a la vista del movimiento de clientes en las tiendas y grandes áreas estos días, la tradición parece que se mantiene, que el gasto sostiene al comercio y un año más estamos que lo tiramos. En este fin de semana largo se concentra la cumbre del regalo junto con la Lotería. Y todo esto, después de varios ataques modernos a las tarjetas de compra, desde viernes negros hasta lunes especiales y otras ofertas que ya nos llegan al teléfono desde plataformas remotas de ventas on-line.
Pero si, por un lado, la Navidad se ha convertido, como se veía venir, en un espacio anual de compras adictivas, la otra navidad, la costumbrista y tradicional, efectivamente (aún a pesar de tópico viejuno) no es lo que era. Recapitulemos. Nuestra Navidad, la de este lado, era una fiesta que comenzaba a mediados (casi finales) de diciembre siguiendo unas pautas cristianas basadas en las historias evangélicas del niño Jesús y sus padres en el portal de Belén, la mula y el buey, los pastores, el ángel y la estrella, con el rey Herodes matando inocentes, los reyes magos con el oro-incienso-y-mirra y un río de papel de plata y musgo y serrín. Es una historia que, incluso descontextualizada de su carga religiosa es muy bella; cualquier ateo aceptará que como cuento es hermosa la historia. Si vamos más allá y hacemos un análisis actual tenemos una historia de migrantes que son rechazados en las fronteras, gente pobre que tiene que refugiarse a parir en una cuadra de un pueblo palestino hoy bombardeado por Israel; unos magos zoroástricos aparecen detrás de un cometa y buscan a un niño que será el Mesías, el Elegido (aquí la cosa se pone un poco en plan leyenda de serie televisiva) y el rey Herodes, delegado de Roma para la región de Judea, mata a los primogénitos para mantener la historia dentro de los parámetros literarios de las grandes leyendas (en clave actual sería Trump en su castillito sobre la colina del belén). María y José, dos galileos pobres, emigran a Egipto, que era como los USA de aquel entonces, a esperar mejores tiempos para regresar a su tierra. Una historia que se resumía en la tradición católica con el belén de barro, la misa del gallo y la cena de Nochebuena (el bacalao con coliflor era un añadido gallego personalizado).
¿En qué momento toda esa tradición se transformó en la actual costumbre del abeto de plástico —mucho más práctico– con lucecitas de bazar chino? ¿En que punto abandonamos las figuritas de barro en una caja en los fayados? Seguramente en el punto en el que comenzamos a preparar las navidades después de Todos los Santos (ahora llamados Halloween) y avanzamos hacia el 25 de diciembre (fun-fun-fun) comprando durante el mes para llegar a la noche de paz y de amor con montones de paquetes debajo del arbolito. Es más práctico, dijimos, porque así los niños pueden jugar hasta que vuelvan al cole, mientras que los Reyes llegan el último día y ya no se puede jugar con la nintendo (falso, estarán jugan con la maquinita todo el año).
El mundo ha cambiado; siempre cambia, y ahora a mayor velocidad, para bien y para mal. El Capitalismo, ese concepto que existe y que todos niegan que exista, lo come todo, es capaz de comerse incluso al Partido Comunista Chino, que es el único país esquizofrénico, con un gobierno marxista-maoista y una economía capitalista extrema. También se ha comido el concepto de la Navidad cristiana, porque era un concepto pobre, inventado por un pobre franciscano con figuras de barro. Y la actualidad requiere otras cosas, otro espectáculo y otro gasto. Llevándolo a un extremo, podríamos decir que a la Navidad “tradicional” la mató el invento de las luces de LED, que son más baratas y pueden llenar una ciudad de espectáculo para poder hacer selfies (¿quien quiere hacerse un selfie con el portal de belén de casa?)
En nuestro particular cuento de Navidad, recordaremos a nuestra manera como eran las del pasado, sublimando lo bueno y olvidándonos de lo malo; viviremos el presente rellenando la lista de regalos para todos (que, a su vez, nos llenarán de regalos), y diciendo la frase de que esto no es lo que era; cenaremos como cada año, repartiéndonos la familia entre esta cena y la de la semana que viene. Siempre que se recuerde el pasado, sobre todo el pasado que idealizamos como maravilla navideña, no tenemos en cuenta de que los jóvenes del presente recordarán con nostalgia estas navidades, aunque para nosotros no son lo que eran.

viernes, 14 de diciembre de 2018

Contraste de realidades

 J.A.Xesteira
Salgo de compras de Navidad porque es lo que viene en el protocolo anual después del puente Constitución-Inmaculada (son dos fiestas distintas, no confundir). Salgo de acompañante, porque mi capacidad consumidora es de mínimos, soy un sujeto pasivo en las fiestas de regalos y no tengo amigos invisibles (enemigos, seguramente si, pero mis amigos están a la vista). Los grandes almacenes y las pequeñas tiendas están rebosantes de gentes con bolsas llenas de compras para las familias; se ve que hay poderío y las tarjetas de crédito y débito están a punto de ignición. Mientras espero, ojeo la prensa de papel; ahí hay otro mundo diferente en el que contrastan fastos constitucionales con crisis anunciadas, reformas constitucionales con pobreza en aumento, gastos fastuosos en bombillas rimbombantes, para fomentar el papanatismo, con cifras asustadoras de los que necesitan aceite y arroz de los caritativos bancos de alimentos. Contrastes, que son terreno abonado para hacer comparaciones entre lo que se gasta y lo que se debe, entre la parte rica de la sociedad (clase media incluida) y la clase baja, separadas por una brecha cada vez más grande y con aumento notable de la segunda parte. Mientras la gente se atasca en las calles para completar la lista de regalos, en los periódicos salen cosas que asustarían si no hubieramos perdido la capacidad de susto y reflexión hace años. A veces son noticias tan indiferentes como los datos de muertes y nacimientos en Galicia, con una población envejecida que no se arrregla ni con inmigrantes; ya tenemos más viejos y más perros que niños. Mientras se discute la reforma constitucional, la vía eslovena en Cataluña, los pactos andaluces y otros entretenimientos parecidos, los rectores de las universidades españolas (las públicas, las otras son negocios de particulares) dan la voz de alarma: tenemos las universidades más caras de Europa, han desaparecido de ellas 11.500 puestos de trabajo, las becas no dan para poder estudiar y los recortes del Estado han dejado a la investigación española por los suelos; un dato: cualquier equipo importante de primera división de fútbol invierte más en su negocio que el Estado en estos últimos quince años en univerrsidades.
Claro que, llegado a este punto de contrastar realidades y hechos palpables, alguien dirá que esto es demagogia, que es algo que siempre se atribuye al de enfrente. Y es posible que lo sea, porque, en demagogia no estoy muy al día y puede que caiga en demagogias variadas (los tiempos son duros y aquí, el que no es demagogo es un calificativo ofensivo que no diré por educación, y, claro, hay que elegir) Pero, aun a riesgo de caer en demagogias (en las demagogias siempre se cae, deben ser como agujeros negros) se puede entrar a opinar de la Constitución, que es ese folleto que regalaban hace cuarenta años con el periódico del día, en versión gallega y castellana, y que nadie leyó ni se molestó en aprender algunos de sus derechos y obligaciones. Estos días nos hemos vuelto a enterar de muchas cosas sobre la Constitución que ya sabíamos y que no echábamos en falta. Y sabemos que hay que reformarla para ponernos al día. Los constitucionalistas dicen que no hay que tocarla y los otros (no tienen nombre asignado) que sí, que hay que reformarla, porque la Constitución no es más que el reglamento para jugar a la democracia. De cualquer manera, cambiarla o no, va a dar lo mismo; el contenido constitucional es un cúmulo de derechos que nadie va a garantizar, una serie de obligaciones que nadie va a cumplir y un texto que queda a la interpretación de unos jueces designados a dedo por los poderes políticos. La ley de leyes española es un folleto de instrucciones en un país en el que nadie lee los folletos de instrucciones. Una constitución que garantiza el derecho a la educación, al trabajo, a la protección de la salud, a la vivienda…, sobre el papel, en la realidad demagógica el contraste es evidente: todo esto se cumple si tienes dinero. La vivienda a la que tenemos derecho es ya un lujo y los desahucios aumentan en la misma proporción en que disminuyen las rentas; bancos y fondos bajo sospecha, a la par que propietarios que prefieren alquilar a turistas, han convertido los desahucios por imposibilidad de pago de alquiler en una espiral incontrolable mientras el Estado no es capaz de articular ni una sola ley de amparo constitucional. El trabajo es un derecho, nadie lo niega, lo que no se define es a lo que llaman trabajo ni cuanto se va a pagar por él. La sanidad, junto con la educación, los pilares básicos de una sociedad, están sometidos en este momento a una operacion de “thatcherismo”; para muestra de la educación, lo que apuntaba más arriba, para lo segundo no hay más que ir al médico y enfrentarse a la cruda realidad, maldecir el sistema,  o ver a los profesionales de la medicina dimitiendo en bloque a las puertas de los centros de Galicia. La famosa libertad de expresión y la protección de datos de los periodistas quedan al arbitrio de un juez, que te puede pillar el móvil y el ordenata para ver que tiene dentro.
Puro thatcherismo, el sistema que toma el nombre de aquella nefasta primera ministra británica, que consiguió destrozar el sistema sanitario británico, un modelo en su tiempo, y aniquilar varios movimientos sindicales y sociales del país. Tuvo la suerte de que en su camino se cruzaron personajes más nefastos, los militares argentinos que le declararon una guerra absurda por unas islas sin interés. Murieron muchos jóvenes y la Dama de Hierro se salvó. La sanidad británica nunca volvió a ser la misma. El thatcherismo fue una fuente de inspiración en la derecha española, que gustó siempre de llevar lo público a lo privado, que es lugar donde van a parar los políticos cuando dejan de cobrar de lo público. Los resultados de las últimas décadas los estamos padeciendo (no me hablen de crisis, eso es pura demagogia) y ahora, después de comprar bancos, estamos comprando autopistas. Somos así, un contraste sin sentido.

viernes, 7 de diciembre de 2018

Avisos y señales

J.A.Xesteira
Ya tardaba, pero al fin está aquí. Con la entrada de la ultraderecha en Sevilla ya casi estamos homologados al resto de los países europeos (con la agradable y vecina excepción de Portugal). Totalmente incrustada la extrema reacción, bien en los gobiernos, bien en los parlamentos, es la corriente principal que sacude al mundo, disfrazada de muchos colores y gracias a la imperfeccion del juego democrático (hace tiempo que el totalitarismo entendió que en una sociedad inculta, miedosa e indolente, es fácil meter por las urnas a un partido de ultraderecha: las consignas son más fáciles de creer que las ideas y da menos trabajo asimilarlas). Ya podemos decir que somos europeos hasta en dar de mamar a nuestros ultras particulares y “su” España, un concepto geográfico administrativo elevado a la categoría de idea superior e imperial . No voy a analizar las elecciones andaluzas, que eso es cosa de cada partido y cada analista de cabecera, los grandes estrategas que no saben más que usted o que yo, pero dejan la cagadita de su sentencia para explicar lo que no tiene explicación, o sí la tiene bien fácil: la democracia también es esto. No nos debemos olvidar nunca de que la democracia no es la panacea, y funciona si los demócratas votantes son conscientes y tienen suficiente conciencia social para jugar a ese juego, de lo contrario pasa siempre lo que pasa. Siempre hay que recordar que Mussolini y Hitler fueron elegidos en las urnas, igual que Putin o Trump. La democracia no es más que un juego y, como en la canción mexicana, es como la ruleta en la que apostamos todos.
El panorama varía desde lo de Andalucía, y cada partido sacará sus propias consecuencias y se inventará su futuro, el del partido, porque el del resto de los ciudadanos seguirá instalado en la incertidumbre. La derecha tiene ahora un trilema; por un lado están los dos autodenominados centro-derecha, PP y C’s (con estos partidos, como con sus líderes, me acomete siempre el síndrome del Dúo Dinámico: nunca distinguí a Ramón de Manolo) y por otro lado, la derecha-más-a-la-derecha, Vox, cuyos líderes no dejan lugar a dudas, son claramente ultramontanos. Se supone que tendrán que pactar entre ellos, con lo cual tendrán que quitarse muchos disfraces y situarse cada uno en el terreno de la realidad y no en el que quieren dar a entender que están. Todos tienen a estas alturas un lío interno, procurando discutir de puertas adentro lo que perdieron de puertas afuera, en un proceso que perdieron las que ganaron y ganaron los que perdieron. Ahora empieza el lío de las alianzas, que son como el tute cabrón: gana el que más pierde.
Las voces políticas, que estos días claman contra lo que hicimos mal y lo que hicimos bien, ignoran una vez más una cuestión vital: la realidad está en la calle, no en los partidos. Y la calle hace tiempo que da señales de que las políticas no funcionan. La sociedad, ese concepto en el que imaginamos a todos los votantes y contribuyentes, tambien conocido como el país, el Estado o, incluso, la patria, ha mandado señales y avisos de que la cosa no funciona, de que el invento está en horas bajas, seguramente porque en todo el mundo sucede lo mismo. Cuando en una sociedad se manda a la cárcel a un tipo que roba un bocadillo para “enriquecerse” y se disculpan a violadores por violar poco, es que algo no va bien; cuando una mujer se suicida porque un banco (ayudado por la ley y el juez que aplica la ley) le echa de su casa por no pagar, cuando esa mujer pagó, junto con todos los ciudadanos para rescatar a un banco, es que la cosa no progresa adecuadamente; cuando confiamos el desastre climático a políticos que no creen en él mientras los ciudadanos de a pie lo vemos en cada tormenta, es que alguien se equivoca de voto y de político; cuando un pesquero, aplicando las leyes internacionales del mar, salva a unos náufragos y después no tiene un puerto a donde llevarlos, es que nos hemos vuelto peligrosamente intolerantes; cuando la brecha del reparto de la riqueza se agranda, dejando a un lado salarios miserables y a otro concentración de grandes capitales y, por encima, se niega esa evidencia como el cambio climático y se soluciona con campañas navideñas de dar de comer al hambriento, es no hemos entendido nada.
Los viejos conceptos, izquierdas y derechas, los bloques capitalistas y comunistas, los progresistas y los reaccionarios, todo aquello que nos daba a entender el funcionamiento de la sociedad, han sido sustituidos por otras fuerzas económicas que han convertido a esa sociedad en una masa desprovista de alma, inculta, contemplativa, dócil, que cree que una manifestación consiste en pasearse con pancartas o un minuto de silencio con el alcalde del pueblo. No, precisamente a cincuenta años del mayo francés, una manifestación es la que le montaron los chalecos amarillos a Macron en París. Hemos transformado las manifestaciones en procesiones laicas de protesta y nos olvidamos de que una manifestación es “contra” y “a pesar de”. Cuando nos relajamos suele aparecer aquel viejo chiste en el que nos sale ese pequeño fascista que todos llevamos dentro (¿y por qué pequeño, decía el político?) La aparicion de Vox y sus triunfos de ahora no son más que una consecuencia, y no vale culpar a la extrema derecha de sus triunfos, sino hacer autocritica de los fracasos que hicieron posible la vuelta de los intolerantes.
Postdata del dramaturgo JB Priestley en el año 1940: “El nazismo no es en realidad una filosofía política, sino una actitud mental. Es la expresión, en la vida polìtica, de cierto temperamenteo sumamente desagradable: el del hombre que odia la democracia, las discusiones razonables, la tolerancia, la paciencia, la igualdad y el humor; es el temperamento del hombre que adora las bravatas y las jactancias, los uniformes, los guardaespaldas, los coches veloces, las tramas urdidas en secreto, los gritos y los abusos, la revancha contra aquellas personas que le han llevado a sentirse inferior.”

viernes, 30 de noviembre de 2018

Tema de trivial: Gibraltar

J.A.Xesteira
Hacía tiempo que no andaba en danza, pero una vez más vuelve Gibraltar como tema para mover el guiñol patriótico. A lo largo de los tiempos el tema Gibraltar salta a la mesa de la patria para que alguien vuelva a dar la lata con él. La cosa estaba tranquila y quieta, los llanitos comprando y vendiendo en libras y peniques con acento andaluz y los del La Línea y el Campo cruzando cada día para trabajar en el Peñón, cosa corriente, normal, unos trabajan, otros trafican con sustancias prohibidas, otros persiguen a los traficantes, otros izan una bandera en un lado y otros otra bandera en el otro, y al acabar cada uno se va a su casa a cenar y ver la tele. Pero un buen día, los políticos británicos se van de Europa, y los políticos españoles se ponen chulos con el viejo asunto del Peñón; a Theresa May, que tiene un lío montado con sus parroquianos para salir de Europa, le aparece Sánchez con la pretensión de una hipótesis sobre los acuerdos bilaterales sobre Gibraltar. Al final, después de un par de chulerías internacionales, todo se firma con una salvaguarda que parece que contenta al Gobierno español pero que Theresa dice que no hay nada de nada.
El tema de Gibraltar lo hemos vivido desde hace todos los años del franquismo como una reivindicación patriótica, en el mismo plano del Dos de Mayo. Siempre fue una cosa que a la inmensa mayoría de los españoles les importaba un carajo. Durante años se nos explicó de manera sesgada aquel oprobio de Gran Bretaña contra la patria, pero realmente nunca se nos explicó por qué Gibraltar era británico y porque el tabaco era más barato allí que en España. Durante el largo viaje del franquismo Gibraltar era un tema que aparecía de vez en cuando y que a los españoles en general, y a los gallegos en particular nos daba lo mismo. Menos a mi hermano, que en los años 60 (Siglo XX) aprobó un examen de Formación del Espíritu Nacional con el siguiente argumento (no tenía ni idea de lo que preguntaban): “Como dijo el Caudillo en el mensaje de fin de año, Gibraltar caerá como una pera madura”. Tachaaaán: aprobado.
Por lo tanto, vamos a relajarnos y tomar el tema desde el punto de vista  lúdico, como un trivial pursuit (búsqueda trivial, para ponernos patrios), simplemente como una coña, porque el tema no merece más rimbombancia. Por ejemplo, tema de Historia. Gibraltar, el peñon y sus terrenos adyacentes, es un territorio británico después de la Guerra de Sucesión española: dos candidatos a reinar en España, un Borbón, apoyado por Francia y España, y un Austria, apoyado por Inglaterra y Holanda, la vieja historia; los anglo-holandeses, después de hundir a los barcos en Rande, tomaron el Peñón y después de unas cuantas batallas acabaron en un tratado en Utrech, por el cual España cedía la propiedad “para siempre y sin impedimento alguno”. Bueno, ya sabemos algo más. Cuando la guerra civil española, Gribraltar fue refugio de exiliados de ambos bandos, y durante la guerra mundial (la segunda) fue territorio neutral. Por los años en que mi hermano aprobaba la FEN con el truco patriótico, las Naciones Unidas, organismo que dicta resoluciones a las que nadie hace caso, dijo que era un territorio a descolonizar; los gibraltareños hicieron un referéndum en los que ganó la opción británica (por 12.138 a 44 votos) y Franco cerró la frontera, con lo cual le hizo la puñeta a los andaluces que vivían del Peñón. La verja la abrió Felipe González y las cosas volvieron más o menos como antes.
Tema de Música. Gibraltar dio mucho juego musical, no sólo porque un artista internacional como Albert Hammond naciera allí y cantara en el Price de Madrid antes de irse a Los Angeles, sino como asunto para músicas. Desde el rotundo himno falangista que reivindicaba un territorio “robado” (se ve que en Historia no andaban finos) y se amenazaba con conquistarlos por las armas, después de que “su División” triunfara (?) en Rusia y se insistía en morir por las rocas. Menos patriotero fue un cantante de principios de los años 60 conocido como José Luis y Su Guitarra que cantó una surrealista canción protesta sobre Gibraltar. Aunque si me dan a elegir, yo me quedo con “nuestros” Tamara y aquella inefable cumbia, “Gibraltareña”, de gran éxito en bailes  de verano, en la que Pucho Boedo, menos patriotero y amenazador, prometía que “cruzaré La Línea para besarte junto al Peñon”.
Un tema de Economía. ¿De qué vive Gibraltar? Pues de lo mismo que viven los bancos, del cuento. Es un territorio en el que se instalan empresas más o menos fantasmas, para evitar pagos a las Haciendas de todos los países. En ese sentido es un país delincuente, pero no menos delincuente que Luxemburgo, San Marino o Mónaco, territorios que no producen nada pero que acumulan en sus bancos dinero de dudosa procedencia (en muchos casos de procedencia clara e ilegal) para vivir como príncipes. Son territorios como la Isla de la Tortuga, en la que los piratas del Caribe hacían sus comercios y blanqueaban los tesoros, de forma mucho más fácil que enterrarlos en una isla con un plano. Alrededor funciona un contrabando variado.
A los gibraltareños y andaluces les van a dar la lata otra vez. Unos son ingleses, con los mismos derechos que un londinense o un galés, pero con el clima de Cádiz, su gobierno lo tienen lejos y no quieren ser españoles; están así muy bien, clima español, ciudadanía británica, un lujo. Los andaluces de la zona, tienen un Gibraltar que les da puestos de trabajo y contrabando y con los que se entienden muy bien. Lo demas es trivial pursuit patriótico; los tratados nunca se cumplen, por muy europeos que sean; las decisiones de la ONU se ignoran; la política no es más que un juego de tahures y trileros que viven en un lugar donde la honradez ni está ni se le espera. La vida, no obstante, sigue a su bola, a trompicones y a pesar de todo.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Nunca pasa nada

J.A.Xesteira
No pasó nada. La semana pasada habló en una comisión parlamentaria el que fuera dirigente del PP gallego, Crespo, actualmente un convicto que cumple condena. El hombre reconoció que existía un delito continuado (ocultación de fondos ilícitos como subvención al Partido Popular, financiación ilegal y doble contabilidad con defraudación consiguiente a Hacienda) y que todos los secretarios generales lo sabían, es decir, desde Fraga, el fundador, hasta Rajoy, el último mohicano. Esto es, un delito que todo el mundo sabía por deducción lógica (un partido no se gasta la pasta que se gastan sólo con las cuotas de afiliados, ni sostiene a tanto político en ese comedero de patos que constituye cualquier partido con presencia en elecciones). Y no pasó nada. En su comparecencia y en una lógica actitud buscó salvar su cabeza y repartir a basura entre los que supuestamente disfrutaron de la comisión del delito.
Crespo me recuerda a un viejo periodista de Vigo, ya fallecido, que hacía versos deportivos que después los colegas utilizabamos como frases al uso; una de ellas, quizás la más repetida, es la que me viene ahora a la memoria: “Como no me duelen prendas yo digo cosas tremendas”. Crespo no dijo nada que no supiéramos, y, sin embargo, no pasó nada. Su actitud resignada corresponde a la del cabeza de turco, la del criado que va a la cárcel para evitar que vayan sus señoritos. Y ahora larga lo que ocultó durante tiempo atrás para beneficio de su partido. Y de paso le echa la culpa a Rubalcaba  y a sus policías (apoyado por el preguntador del PP, un muchacho valenciano sin una clara coordinación entre el pensamiento y la palabra) lo cual es un mal intento de echar el balón fuera (Rubalcaba no era Rubalcaba cuando el PP blanqueaba dinero blanco en tiempos de series de televisión); la financiación ilegal, las arquitecturas financieras y los tejemanejes de dinero negro mezclado con favores a empresas inmobiliarias y constructoras, es decir, el que-hay-de-lo-mío maridado con cajas b, fue una norma de la que se sirvieron algunos partidos políticos de este país y que todo el mundo sabia o suponía sin pruebas ni ganas de denunciarlo. Ahora, años después, sabemos que muchos de aquellos padres de la patria (un refugio seguro) montaban la política con cuentas ilegales. Pero ahora ya es tarde. En este país todo se descubre cuando ya está caducado o, visto de otra manera, se pone fecha de caducidad muy corta para delitos que algún día tienen que salir a flote.
Porque todo el mundo sabe cosas, pero los que tienen que hacer valer la ley miran al tendido de sol y se ponen las gafas de no ver. Miren si no el ejemplo de los obispos que acaban de admitir ahora mismo algo que ya sabían hace mucho tiempo pero que callaban como cómplices de un delito mucho más repugnante que el fraude financiero; me refiero a las violaciones y los abusos de pederastia ocultos años tras años dentro de la Iglesia. El jefe de los obispos lo acaba de admitir, aunque primero hizo el intento de salpicar a toda la sociedad. El hecho de ser un crimen extendido en toda la sociedad no exime de culpa a la iglesia católica, encubridora de muchos de los casos que se comentaban, se denunciaron y nunca hicieron nada por reparar un daño. Todavía ahora no han pedido perdón a sus víctimas. Como en los fondos ocultos de los partidos, tampoco pasa nada más allá de un reconocimiento de culpa; los delitos ha yan prescrito, porque caducan antes que un yogur. Parafraseando al clásico, la vida de la ley es corta y el arte de minimizar delitos es largo.
Las leyes –no lo olvidemos– las escriben gentes que pueden estar algún día perseguidos por lo que escribieron, por eso las hacen a la medida y las envasan con fecha de caducidad corta, para que no les pillen más allá del aforamiento como padres patrióticos. Para el ciudadano cabe siempre la sospecha de que incluso los que ejecutan la ley (iba a decir administran la justicia, pero, mejor, no) están bajo nuestra humilde e intoxicada opinión. Tomemos el caso del juez Marchena, nuestro hombre en el Supremo, que acaba de renunciar al puesto que tenía allí, en el Poder Judicial porque un senador del PP se fue de la lengua digital y largó que con Marchena ya tenían controlado el cotarro “desde la parte de atrás” (¿por qué no se callan los políticos?, es una propuesta de tesis doctoral para algún sociólogo psiquiátrico de postgrado). La primera reacción al gesto del juez es que hizo bien, porque demuestra su imparcialidad. Pero al momento surge una duda: ¿y si no hubiera aparecido el whatsapp del senador?, ¿dimitiría el juez?, ¿realmente lo tenían controlado desde atrás? Nunca lo sabremos, pero da igual, no pasa nada.
La indiferencia ante lo que pasa en este país es notable en el pueblo llano (plano, de encefalograma y pulso social); ¿recuerdan cuando tuvimos que rescatar a los bancos y darles unos 62.000 millones de nuestro dinero? Se hizo todo según unas leyes a la medida; ¿recuerdan cuanto devolvieron desde aquella crisis? Sólo 5.000 millones. Desde aquel entonces, la banca ganó para su bolsillo más dinero del que le prestamos, pero no pasa nada. Mantienen su impunidad legal y no hay jueces ni políticos que se atrevan a establecer un minimo de justicia. El resto del país –nosotros– estamos discutiendo otras tonterías. El sociólogo portugués, Boaventura de Sousa, entre otras muchas claridades, acaba de decirlo muy claro: la cosa se jode cuando las izquierdas quieren gobernar como si fueran derechas, con sistemas de política antigua.
Todo se sabe cuando ya nadie paga por ello. Me pregunto que delitos se están cometiendo ahora mismo que se conocerán dentro de los años suficientes para que nadie pague por ellos. Podríamos hacer que la caducidad de las leyes no estuvieran tan programada como la de un microondas, que durara como aquel reloj heredado del abuelo, que necesita dar cuerda cada dia, pero que nunca se desprograma, nunca falla, siempre da la hora justa.

viernes, 16 de noviembre de 2018

Hablemos de guerras (sin retórica)

J.A.Xesteira
Siempre nos han enseñado mal la Historia, la de España y la del mundo; hemos aprendido más historia (falsa) en el cine de nuestra infancia que en los libros de texto, donde también se falseaba la historia. Y la cosa no ha cambiado. En los tiempos de las grandes intercomunicaciones sociales, donde todo se sabe al momento y todo el mundo lo sabe, nunca ha habido tanta desinformación, tantas falsedad y nunca ha sido tan grande la necesidad de una información veraz, creada por los periodistas, una especie hoy en extinción. Nuestra historia bachiller era una sucesión de batallas, guerras y gestas heróicas que acababan en el Dos de Mayo, una de las estupideces históricas más grandes de España que, curiosamente comenzó como una revolución popular, quizás la única auténticamente española. Casi todas las revoluciones, después de una enorme matanza, acaban en una gran cagada: la Francesa acabó en un emperador megalómano, la Guerra de Independencia española acabó con un rey felón, absolutista y déspota, al que los españoles, siempre en nuestra línea absurda, llamaron el Deseado; la revolución rusa, paradigma del comunismo, acabó en Stalin y su “nieto” Putin; incluso la revolución china, un fenómeno en sí mismo, pasó de la poesía de Mao al pragmatismo de la Gran Productora de Bienes de Consumo Universal. Nuestra historia de texto nunca llegaba a la Guerra Civil, aquel golpe de Estado bendecido por los obispos y disfrazada por la retórica y la mendacidad de Franco y sus propagandistas, que hicieron de una guerra cruel un canto a Dios y a su Enviado, el salvador mirífico de España (los adjetivos son prestados de los textos cardenalicios de la época).
El centenario de una guerra infame y sucia conocida como la I Guerra Mundial o la Gran Guerra, se celebró estos días con pompa y circunstancia en París, que es donde se celebran las cosas con glamur. Allí estuvieron todos los representantes de la gran matanza, incluso los que no pintaron nada en aquella guerra, como España. Estuvieron Trump y Putin (que son como Chuky y el Payaso Asesino), representando a las potencias grandes; estuvo Angela Merkel, representando al Kaiser que perdió la guerra y estuvo Macrón, representando a la República que la ganó (bueno, a Francia siempre se la ganan los aliados, pero las medallas se las cuelga Francia del Arco de Triunfo); estuvo Theresa May, representando a la Inglaterra siempre desembarcando en Francia; estuvieron el resto de los representantes menores, las colonias británicas, los secundarios, incluido Portugal, que tiene monumentos “á-grande-guerra”. Y todos se pusieron serios y hablaron de la paz, menos Trump, que prefirió ponerse serio delante de las tumbas de los soldados americanos muertos, como todos, para nada.
Bajo el Arco del Triunfo francés todos hablaron con grandes palabras, y se invocó una vez más a la paz firmada hace cien años; y se pidió que dure la paz muchos años más. Pura retórica. Ni hay ni hubo paz ni nunca se concentró tanta hipocresía por metro cuadrado que en estas grandes fiestas conmemorativas con reyes y presidentes posando para la posteridad.
Aquella guerra del 14-18 acabó con la vida de diez millones de soldados, chavales que no pintaban nada en aquel desbarajuste, ni sabían por qué estaban disparando contra otros como ellos. Las víctimas civiles fueron incontables. ¿Y todo eso, para qué? Pues para satisfacción de unos personajes, reyes y ministros que tenían negocios en tierras, posesiones e industrias. Pero cuando acabó la Gran Guerra todos los libros de texto comenzaron a mentir. Nunca hablaron de lo que realmente pasó tras el armisticio, la miseria de los territorios anexionados por Francia, la situación económica de Alemania y, sobre todo, la segunda guera que ya estaba al caer y que sería un negocio mucho más productivo con muchos más milloners de muertos. En medio estuvo el golpe de estado en España, sobre el que las potencias europeas hicieron sus experimentos, Francia y Gran Bretaña haciendo que la cosa no era con ellos, Alemania e Italia, invirtiendo en futuribles bélicos, y Rusia haciendo que ayudaba pero sin dar un palo al agua.
Desde entonces, desde esos cien años conmemorados, hubo mucha retórica y poca verdad, se maquilló el hecho de los grandes negocios y de las grandes matanzas. Los libros para adoctrinar a las generaciones futuras se falsearon para pintar una historia de héroes y medallas. Y una paz falsa. Los dirigentes del mundo prefieren la foto oficial que la cita en los libros de historia. En la actualidad, pese a esa paz que celebraron en París, hay en el mundo 12 guerras abiertas y más de 30 conflictos armados no declarados; las víctimas ya no son soldados en batallones, no se asalta a las trincheras en un frente; millones de personas mueren en sus casas; no hay declaraciones ni se busca una paz. Todas las guerras y todos los conflictos fueron provocados, promovidos y respaldados por los que se fotografiaron en Paris; todo el armamento de estas guerras y de estas matanzas está suministrado por los países que llenan la boca de retórica hipócrita bajo el Arco de Triunfo.
Todos los dirigentes son gente ignorante, desconocen la Historia, se recrean en retóricas antiguas ya caducadas y utilizan los grandes conceptos como paz, democrácia y libertad a sabiendas de que están mintiendo, su discurso no es más que un corta-pega de discursos antiguos, ya usados por Franco, Mussolini, Stalin o Pio XII, da lo mismo, son palabras gratuitas. Macron dejó su frase: “El patriotismo es justo lo contrario del nacionalismo”. Se ve que lee poco y mal; si hubiera leido a Samuel Johnson, sabría que “El patriotismo es el último refugo de los canallas”. Hubieran quedado mejor con la proyección del Gran Dictador de Chaplin a toda pantalla bajo el Arco de Triunfo; y en lugar de La Marsellesa, una canción que pide a los muchachos de la patria que vayan a morir por la industria y los banqueros, deberían hacer sonar “Le Deserteur”, de Boris Vian en la que escribe al presidente que no cuenten con él para ninguna guerra, que prefiere desertar. Así, sin retóricas.

viernes, 9 de noviembre de 2018

En medio del diluvio

J.A.Xesteira
Miramos el país por encima y el mundo de reojo, abrumados por la cantidad de información que nos escupen todos los días para atascarnos las entendederas, mientras nos distraen de lo verdaderamente importante. Nos apasionamos con los triunfos y derrotas de nuestro equipo favorito (en España equipo favorito equivale a patria deportiva), nos cabreamos con la política de Los Otros (los que no son Los Nuestros), y nos indigestamos con las noticias servidas por nuestros Medios de cabecera, que son como el Ying y el Yang complementados; un ejemplo, la noticia del índice de paro del mes fue servida de dos maneras: el paro aumentó en octubre, o bien, el empleo y las cotizaciones subieron en octubre; es lo mismo en la misma botella. Mientras, contemplamos un país al revés, en la que los políticos de derechas-derechas salen a “defender” en Alsasua a la Guardia Civil (siempre creí que la Guardia Civil estaba para defender a los ciudadanos); mientras, vemos como el jefe del PP, un joven con evidentes muestras de haber aprobado de-aquella-manera, defiende el golpe de estado como beneficioso para la salud social; mientras, la gran dama del PP, la que más mandaba, abandona el escenario político, como un nominado de Masterchef, porque se descubre que el que mandaba era su marido; y para completar el esperpento a lo Berlanga, aparece un francotirador, un “chacal” que intentaba matar al presidente del Gobierno porque quiere desenterrar a Franco. ¡País!
Pero mientras estos pájaros le disparan a aquella escopetas, nos despistamos de lo verdaderamente importante: el cambio climático ya llegó hace tiempo y no nos lo dijeron. Y lo que es peor, no es como pensábamos, que todo se iba a secar con el Sahara creciendo hacia Europa, como una emigración de la Naturaleza; o a helarnos en una Edad de Hielo. No: va a haber otro diluvio universal. Es cierto, no hay más que leer las noticias para entender que esto se va a inundar como en el cuento de la Biblia; y como la historia de Noé (el inventor del botellón bíblico) los que están fuera del arca no se lo creen y lo toman por loco. Ya verán, ya.
Hay señales inequívocas de que esto se va a inundar y pereceremos por nuestros propios pecados. Sin remontarnos muy atrás, simplemente en estos meses de noticias de sucesos; tenemos el Mediterráneo, que es un mar cabreado que amenaza sus orillas. Hemos contemplado inundaciones en el Levante Español por causa de una “gota fría”, en Málaga, en Mallorca, en Francia, ahora en Italia, y la cosa parece que no para. Todas las gentes que salían en televisión afirmaban que nunca habían visto cosa igual, ni los más viejos lo recordaban. Y eso en el Mediterráneo, cuando abrimos el objetivo vemos desastres “naturales” en Jordania, Colombia, Japón, Nigeria, Indonesia (son los más recientes) con la única diferencia de que cuanto más pobre es el país, mas gente muere.
El clima va a peor (para nosotros, al clima le importa un carajo, va y viene según funcione el planeta y sus circunstancias), por nuestros propios pecados: se ha construido demasiada urbanización en lugares donde nunca se debió haber construido; se estructuró la tierra como si el agua pudieran trasladarla envasada; se descuidó el entorno natural y público, porque no es rentable ni es negocio; se quemaron los montes (porque no arden solos, hay que quemarlos a propósito) y la tierra dejó de retener el agua; se pusieron barreras para hacer autopistas sin coches y que tenemos que rescatar a escote público… Se hicieron las cosas de tal manera que ahora son las que originan riadas, inundaciones, muertos y desastres en zonas catastróficas que al final pagamos con subvenciones públicas. Y vienen las lluvias y se encuentran que en su camino hay coches, hay casas, hay contenedores de basura y hay negocio donde debería haber cauces libres. Y el agua se lleva por delante la tele, el sofá, un bombero, docenas de personas que estaban en la sala de estar y los coches con sus ocupantes. Después, los responsables de los pecados de la sociedad aparecen para dar el pésame a las familias, hacer un minuto de silencio o para hacerse un selfie con Venecia al fondo.
Nuestros pecados son como los del cuento bíblico y dentro de poco comenzará a subir el nivel del mar, pero nadie se ocupará de las parejas de animales de cada especie, llevamos siglos aniquilándolas, así que este diluvio no tendrá ni una mala palomita para volar con la rama de olivo.
Hay otro diluvio que crece más rápido que el acuático, y es el diluvio politico. En el despropósito que citaba más arriba me olvidaba de las precipitaciones que están a punto de desbordar, y es el de la de jueces por metro cuadrado. Con la sentencia del Tribunal Supremo (que es como el Jehová bíblico que mandaba las lluvias) sonre las tasas hipotecarias, han dado un paso definitivo en el contexto nacional: los jueces ya han sido juzgados por los ciudadanos en este mundo al revés, y se ha sentenciado que no son de fiar: un día afirman rotundos una cosa y otro día afirman lo contrario. La famosa sentencia del Supremo sobre las hipotecas ha conseguido algo poco frecuente en este país: que todos estemos de acuerdo en que la sentencia es sospechosa, huele mal. En este punto de la tormenta, con 15 jueces a favor de los bancos y 13 en contra, se me ocurren dos cosas: una, que, por rigor, estética y vergüenza torera, alguno debería dimitir; y dos, que dado que el resultado fue, más o menos de un 55 por ciento frente a un 45 por ciento, se aplique esa proporción a las tasas, y que paguen los bancos el 45 por ciento y los paganos el 55.
Nuestros pecados en el terreno político, enfangado ya por la que cae, son mayores que los desastres naturales; seguramente hemos especulado y construido la democracia en lugar erróneo, hicimos una transición encima de un cauce seco, y ahora la torrentera nos lleva al mar dentro de nuestros coches de alta gama.

viernes, 2 de noviembre de 2018

¿Qué dirá el santo padre?

J.A.Xesteira
La república de Irlanda, la católica Irlanda, como tópicamente suele citarse, acordó en referéndum (allí es más fácil hacer referendos) que la blasfemia deja de ser delito penalizable, se queda solo en exabrupto más o menos educado. A estas alturas resulta curioso que mentar a lo divino de forma escatológica (evito con esta revirivuelta caer en la frase de Willy Toledo, todavía castigable en este país como ofensa no al dios de los católicos, sino a los católicos del dios) sea un delito contra la ley, pero todavía hay paises, entre ellos la Marca España, que criminalizan la blasfemia, como Austria, San Marino, Turquía, Reino Unido, Kazajistán o Alemania, por poner ejemplos, cada uno a un dios distinto, cada uno a su manera; hay otros países donde la blasfemia puede llevar al blasfemo a perder (literalmente) la cabeza. Los humanos tenemos tendencia a creer en dioses que imaginamos (los dioses pertenecen al terreno de la imaginación, por mucha teología que nos echen de comer) todopoderosos, infinitamente buenos, sabios, justos etcétera; y, sin embargo, con todo ese poder omniponente, consideramos que se molestan mucho porque un pobre mortal, en un momento de arrebato, por ejempo el clásico martillazo en un dedo, se cague en lo divino. ¿Un dios infinitamente grandioso se ofende por una tontería de ese tipo?  Hombre, no, de ser así, sería un dios un poco cutre, un dios tiquismiquis.
Pero, bueno, la católica Irlanda decidió que la blasfemia no era delito, que es algo que afecta a la totalidad de los ciudadanos irlandeses, aunque sí será pecado, que es algo que afecta sólamente a los cristianos irlandeses, con lo cual algo se sale ganando. Se trata de separar lo divino de lo humano, cosa que está más vinculada de lo que parece, sobre todo cuando se mezcla la religión con todo lo demás, la sociedad, la política, el dinero… Los que tenemos cierta edad (“cierta edad” significa viejo pero a lo discreto) recordamos tiempos en los que el poder y la gloria iban de la mano y ambos castigaban con la misma multa. Creo que conté en cierta ocasión una anécdota ocurrida en mi pueblo, en la posguerra española; un paisano fue denunciado por el cura por trabajar en domingo, el hombre, cuando fue amonestado se cagó en todo lo imaginable en un campesino de posguerra que sacha nabizas; en la multa, que está registrada en archivos oficiales, figura la imposición de una sanción gubernativa –aunque la denuncia fuera clerical– a don Fulano de Tal, por –agárrense– “injurias al Creador”. Eso es lo que se llama lenguage evangélico elevado a la categoría de código penal. Apuesto a que el sancionado aprendió la lección y desde aquella se dedicó a blasfemar en la intimidad. El dios del franquismo era un dios especial, tanto que derramaba su gracia en la pesetas sobre el Caudillo de España, sin que ningún papa dijera que aquello era blasfemo, y sin que ningún obispo se quejara de que aquel general de corta estatura y voz aflautada entrara bajo palio en las iglesias, como un Corpus Christi.
Los que tenemos esa cierta edad de viejos ya hemos visto muchos papas de Roma. Los hemos visto bendecir tanques fascistas; pedir publicamente libertad para un preso antifranquista (que fue ejecutado); los hemos visto convocar un concilio para ponerse al día (vano intento); los hemos visto morirse sin estrenarse, con sospecha de asesinato, con ahorcados y mafias de película de Coppola; vimos como un papa polaco daba besos a los aeropuertos de todo el mundo; y un papa alemán, que pidió la prejubilación y se retiró de la escena. Y ahora, Francisco, que habla bien, pide cosas sensatas, tiene sentido común, se le ve doliente, pero da la impresión de que los gobernantes de la iglesia, sus príncipes y nobles, lo toman por el pito del sereno. Se queja del trato a los inmigrantes en un país que regresa al futuro del fascismo y no le hace caso; se queja de las guerras que sólo sirven para un comercio de armas en el que está metida media Europa, que no le hace caso; se queja de la desigualdad de las riquezas del mundo, con los ricos cada vez más ricos, y los pobres, que cada vez son más y más pobres, pero tampoco le hacen caso, porque la riqueza, que se concreta en el Capitalismo en abstracto y en un surtido de nombres de corporaciones, en concreto, no está para hacer caso a papas que no mandan ni en los suyos. Y se queja desde hace tiempo Francisco de sus propios sacerdotes y obispos en los miles de casos de abusos a los niños que debieran proteger; los casos de pederastia siempre encubiertos desde hace años y que nunca obtienen la justicia debida (en sus propios evangelios tienen jurisprudencia suficiente al respecto, pero para ellos, los abusadores con sotana, el evangelio es puro arameo). Francisco se queja, se abate y por momentos se le ve envejecer. Pero la pederastia religiosa (más dura que una blasfemia y que, paradójicamente ningún abogado cristianao ejerce acción alguna contra los casos descubiertos) sigue saliendo a flote al cabo del tiempo. En la España católica acaban de aparecer casos y más casos que ya se conocían, se intuían o se sospechaban; nunca hubo un obispo español, desde los tiempos en que el Caudillo entraba bajo palio, que levantara la voz para denunciar todo lo que se sabía. Ahora aparecen, cuando las víctimas tienen la edad y el valor suficiente para contarlo. Pero no pasa nada. La vicepresidenta va a Roma para tratar del cadáver del Caudillo en la Almudena y el Vaticano, como siempre, no dice ni sí ni no, mientras los periodistas graciosos se dedican a hablar del escote de Carmen Calvo (su periodismo no pasa del nivel de chistoso de puticlub). Acabarán por enterrarlo bajo palio, se harán actos fascistas en la cripta, la iglesia católica seguirá sin pagar el IBI, y los pederastas ya habrán prescripto. Como decía la gran Violeta Parra en su canción: ¿Qué dirá el Santo Padre que vive en Roma? Puede decir cualquier cosa, no le hacen caso.

viernes, 26 de octubre de 2018

Visto por detrás

J.A.Xesteira
Una de las cosas que sucedían cuando uno se iba de viaje es que a la vuelta todo seguía igual en los noticieros y los periódicos. Hace años, cuando viajar era todavía una actividad con cierto riesgo de aventura (generalmente la única aventura era la diarrea del viajero) y un poco de sorpresa por cualquier pequeño descubrimiento (todo se acabó para el viajero, ya no hay aventura ni sorpresa) a la vuelta, retomábamos los periódicos (hablo de los tiempos del papel) y veíamos con escasa sorpresa que todo continuaba igual que el día anterior a nuestra marcha. Viajar ahora, en tiempos del móvil y sus variantes ya no comporta aventura ni riesgo, y andamos por ahí adelante unidos a la información flotante en el espacio (en la Cloud, como le llaman los que tienen el vocabulario colonizado) por el cordón umbilical de las redes sociales y los periódicos digitales. Ya no hay sorpresa a la vuelta.
Acabo de llegar de una semana viajera de los seniors, que es como nos llaman ahora a los viejos, y las noticias viajaron conmigo, sin riesgo intestinal ni la sorpresa de un gótico flamígero que ya no me interesa. La vorágine informativa, mal informada por televisiones y periódicos, gira en torno a tres o cuatro parámetros, incrustados en la corriente principal del flujo informativo (en el Mainstream, como dicen los del vocabulario colonizado) Y estos días pasados han hablado de varios temas distintos, además de los ya habituales del fútbol, inundaciones puntuales, o las protestas por la pobreza que avanza con la misma fuerza que el cambio climático (los políticos negacionistas de la pobreza, los que alardean de cumplir con las consignas de Bruselas son los mismos que niegan el cambio climático: peligrosos ignorantes).  Estos días se habló, y seguimos en ello, de las famosas hipotecas y el Supremo variable, del asesinato de un periodista, que generó una espiral internacional que acabó en el Parlamento español con un canto a los compromisos armados del Gobierno; y un tema diferente, con el que nos encontramos desde hace unos años: la turistificación invasora, esa marabunta que nos molesta cuando viajamos, sin darnos cuenta que nosotros mismos somos parte del problema, somos los turistas. Son temas aparentemente desconectados y aislados son sus peculiaridades, pero, si los vemos por el revés de la trama veremos que son circulos viciosos que acaban en lo mismo, en los mismos.
Por ejemplo, el tema del Supremo vacilón, un tribunal más allá del horizonte legal, que limpia, fija y da esplendor a las sentencias que recurren a tan alto organismo. Un día, el Supremo, desde las alturas, dijo que los impuestos de las hipotecas tenía que pagarlos el cliente, después dijo que los bancos, y ahora, que ya se verá. Con este vaivén tan sospechoso el Supremo demuestra, una vez más, por qué la justicia española está siempre en tela de juicio (y no es un chiste). La justicia española (que no la Justicia, que esa es otra) suele tener cuidado donde pone el pie, y desde abajo, contempamos a la justicia como un artilugio siempre a favor del Das Kapital, la economía política, a la que no se debe ni tocar para bien de la patria. La parte de atrás nos lleva a los bancos, que son los que tienen por el mango las sartenes de regalo a los clientes y con las que cobrarán, de cualquier manera, esos impuestos que el Supremo no sabe quien tiene que pagar. Los bancos lo saben: los clientes. Ya buscarán la manera de que al final siempre paguen los mismos.
Bancos y pisos; sistemas inmobiliarios, fondos buitres, leyes de alquiler y turistas gentrificandolo todo. Gentrificación es el neologismo de moda: consiste en elegir un barrio interesante, echar a los vecinos de toda la vida, al zapatero, al tendero, a la señora jubilada viuda del quinto, a todos los que pagaban cuatro perras, y convertir el barrio en un atractivo enclave turístico, con sus tiendas fashion y gourmet y sus pisos que alquila la gente guapa por internet. El barrio que antes era interesante por su historia y su encanto original se convierte en un parque temático por el que circulan turistas en patinetes alquilados, bicicletas, toc-tocs o trenes chuchús. Quien haya conocido Lisboa, Madrid o Barcelona hace años lo entenderá; quien haya conocido la Compostela de la era pre-peregrinos sabrá que pronto será una ciudad fantasma rellena de mochileros. El turismo es un gran negocio, al principio para todos, al final para los que siempre tienen el control, las grandes operadoras, las franquicias de comidas y bebidas, las agencias de pisos de alquiler, los comercios internacionales que, al final van a dar la mismo sitio: bancos y corporaciones. Los viejos propietarios de pisos y comercios pequeños se (les) convencen de que es mejor negocio vender lo suyo para instalar ese otro negocio gentrificado. Incluso la Iglesia Católica, vieja gran multinacional, lo ha entendido; como siempre hay un patrimonio de la humanidad en forma de iglesia en medio del turismo, pues se cobra entrada para ver un edificio con santos. Muchas ciudades ya han dado la alarma y se habla de buscar equilibrio entre la masificación turística y los habitantes de toda la vida, que es lo que se reclama siempre cuando ya no hay manera de arreglaro. Al Capital (entendido como imagen del negocio que siempre está detrás de estas cosas) le da lo mismos, siempre estará ahi, como el dinosaurio, cuando nos despertemos de la pesadilla.
Había otro tema, el del periodista asesinado en la embajada saudita, pero los sauditas son amigos de España, hacen negocios con nuestras empresas, sus príncipes y jeques tratan de primo a nuestros reyes, y, además son nuestros clientes. Y eso no se toca, aunque los derechos humanos se vayan al carajo. Los políticos del Gobierno y de enfrente coinciden ern que hay que respetar los acuerdos de venta y mantener familias que viven de eso, el mismo argumento que mantienen los narcotraficantes, que se limitan a vender “fariña” lo mismo que el Gobierno Español vende bombas: “lo  que haga cada uno con lo que le vendemos es cosa suya”.

lunes, 22 de octubre de 2018

El arte enmascarado

J.A.Xesteira
La frase de que la naturaleza imita al arte no deja de ser una buena frase para lucirse sin que a nadie se le ocurra meditar sobre ella. La naturaleza no imita a nadie, el arte se imita a sí mismo y cuando se pone en contacto con el dinero entonces puede pasar cualquier cosa. Sostenía hace unos meses que en aquel momento había más arte, a mi modestísima manera de entender, en una tienda de Norma Cómics o en una pared “graffiteada" que en la mayor parte de los centros de arte contemporáneos, Guggenhein incluido, en los que se ve más habilidad para convencer a los que ponen la pasta que de aquello (lo que se se ponga dentro, sea instalación, “performance” o concepto conceptual) es arte, que puede que lo sea o puede que no. La gran prueba: la del misterioso Banksy y su marco destructor de obras maestras. No sé las intenciones del oculto artista que pinta paredes y no cobra millones por ello, pero posiblemente quiera darle en los morros a una sociedad gilipollas que es capaz de pagar un millón de euros por un dibujo que el propio autor va y destruye. El arte y el dinero son un matrimonio o pareja de hecho, que se sostienen uno al otro. Los antiguos pintores tenían que hacer sus obras maestras para reyes, nobles o la Iglesia, que eran los que se podían permitir el lujo de tener un Tiziano, un Velazquez o una Capilla Sixtina. Los genios como Goya tuvieron que pintar a reyes imbéciles (“Deseados” por el pueblo, que siempre la caga con los gobernantes deseados) y a duquesas de alba para poder después pintar fusilamientos y esperpentos; como la industria de la pornografía estaba poco desarrollada, de vez en cuando pintaban mujeres desnudas mirándose al espejo, tumbadas en el catre o naciendo de una concha, para regodeo de reyes y cardenales muy cristianos y piadosos todos ellos. Pero el siglo XX cambió la cosa, y los genios ya no tuvieron grandes mecenas que les amparasen, se tenían que buscar las finanzas por su cuenta, y en ese momento nació el marchante y el habilidoso autor, que podía –o no– ser capaz de convencer a alguien de que aquello que pintarrajeaba valía un dinero. Hay suficiente literatura en la que los malditos de su tiempo, aquellos Modigliani o Van Gogh, que vendieron obras maestras por un vaso de aguardiente (Modigliani) o no vendieron nada en su vida (Van Gogh) fueron en su momento unos parias. ¿En que momento pasaron a ser genios? Cuando a los grandes estrategas de la economía se les dio por ello. Su genialidad ya estaba en el arte de su pobreza, pero ellos no fueron capaces de vivir de ello; les faltó esa dimensión negociante que les sobró a otros. El ejemplo más actual sería el de Andy Warhol, un inexistente artista, un cantamañanas capaz de colocarle a dios-y-a-su-madre (una expresión coloquial corriente en Galicia, que significa a todo el mundo, ruego a los cristianos que no se ofendan, no se refiere a su dios) unas cuantas fotocopias coloreadas, y decir que aquello era arte; después vinieron unos expertos bien pagados y dijeron que no sólo era arte, sino que era Pop-Art. Siempre fui seguidor y amante del por-art, del de verdad, del de Lietchenstein y otros, el arte-popular, como lo definieron, que coincidió con un gran movimiento cultural americano, en el que se encuadró, junto con la musica rock y psicodélica, en la edad de oro del hippismo, donde había arte en los escenarios, en las capas de los discos, en los carteles, eso si era arte, lo de Warhol una habilidad comercial muy respetable, pero puro papanatismo. Los genios no iban por ahí, y aunque un gran vendedor de libros acabe de decir que Picasso cobró sus buenos dineros por su Guernica, como restándole méritos, no dice nada raro, porque Picasso vivía de vender sus obras, igual que el escritor famoso, la diferencia está en que Picasso era un genio.
Todo este rollo llegaba hasta lo de Banksy, un terrorista inofensivo, el hombre misterioso que acaba de decir que el emperador está en pelota picada y que no hay crítico ni experto de firma reconocida que lo diga. Su acción de triturar su obra al rematar la subasta de 1,2 millones de euros ha puesto al arte moderno y, sobre todo, a los grandes especuladores de arte, en una posición conocida como “a culo pajarero”. Banksy, que como otros muchos es auténtico pop-art, es un anónimo que viene a rescatarnos de la mediocridad rimbombante de docenas de artistas, que encuentran en la incultura de los políticos que manejan las cuentas de la cultura, un terreno abonado para perpetuar un sistema económico y, al mismo tiempo, social y político. Todo va junto, aquí no hay islas independientes, todo depende de todo.
El acto “terrorista” de Banksy, seguramente compinchado con la galería Sothesby, nos recuerda a los héroes del cómic, aquellos enmascarados que defendían a los oprimidos, a los débiles contra las injusticias. Los héroes con antifaz y caballo de fina estampa siguen siendo en los cómics el paradigma de la justicia, y, en estos tiempos que corren, en los que la justicia es material de escaso aprecio por la ciudadanía, que duda y desconfía del sistema judicial, de las leyes y de quienes las aplican, las acciones de los justicieros inofensivos ponen en tela de juicio al mundo entero. No es gratuito que un personaje de cómic, el Anonymous de “V de Vendeta”, literatura popular (y película de mito) sea la cara invisible de todos los que organizan “terrorismos” pacíficos que sólo ponen en entredicho a los salvadores de las patrias variadas. El arte está en las calles y la literatura está en los cómics, donde hay auténticas historias (hace unos meses alabé la obra de Rubín, Gran Hotel Abismo, interesante como arte, como literatura y, mejor aún, como ensayo de la precariedad del sistema). El arte que puede salvarnos de nuestra estupidez social gusta más de la clandestinidad que de los grandes espacios públicos.

viernes, 12 de octubre de 2018

I have a "pesadilla"

J.A.Xesteira
Martin Luther King decía que tenía un sueño, “I have a dream”. Si no lo hubieran matado en aquel motel y consiguiera seguir vivo y lúcido (tendría ahora 89 años) ahora tendría una pesadilla de Halloween, llena de trucos, tratos y fantasmas, la misma pesadilla que me acecha cada vez que me duermo en las noticias. Empezando por el presidente Sánchez, que anuncia desde que quitó a Rajoy para ponerse él, grandes cambios que reclamaba cuando se encontraba en su oposición: reformas laborales, derogaciones de leyes peperas, ley mordaza incluída, subidas de pensiones, bajadas de precios de carburantes, impuestos a ricos con sicav y paraísos fiscales…, cada día una intención, y, al final de todo lo renovable, la Constitución, que es un manual de instrucciones de la Marca España, hecho hace años para un país que nunca lee las instrucciones de uso y que fuchica directamente en los artefactos, sean eléctricos, mecánicos o económico-político-sociales. Después que Sánchez logró el poder, por lo menos hasta el momento, todo queda en nada. Las encuestas dicen cosas que no interesan a nadie, entre ellas que una gran parte de los españoles quieren cambiar la Constitución, lo cual es comprensible; diría más, creo que todos los españoles querríamos cambiar la Constitución, siempre y cuando nos dejen cambiarla a nuestro gusto. En contra de las intenciones sanchistas se erigen los llamados partidos constitucionalistas, formados por gentes que nunca han leído la Constitución (que debe ser más o menos el 97,65 por ciento de los españoles). Lo curioso de este país es que todos los partidos quieren cambiarlo, incluido el recién llegado Vox, que tiene nombre de amplificador de guitarra eléctrica; el único partido con nombre en latín, como una misa de las de antes. Todos quieren darle la vuelta a lo que hicieron los anteriores, incluidos los anteriores, que quieren dar la vuelta a sí mismos.
La pesadilla nos hace sudar frío como aire de camposanto cuando leemos los periódicos (y no me refiero a la parte propagandística de los que un día fueron periódicos y hoy no pasan del nivel de folleto de supermercado) y vemos que una enorme derecha derechizada a la derecha de todas las derechas, la Gran Derecha, para entendernos (nos entenderemos mejor cuando esa Gran Derecha acabe convertida en el Gran Fascismo) avanza por todas partes: Europa es cada vez más ultramontana, desde Hungría hacia acá, con significativa presencia del fascismo italiano y francés, que ponen al día las viejas modas disfrazadas de autenticidad patria (Italia no es un país, nunca lo fue, sólo es una reunión de territorios que no se pueden ver unos a otros, nunca pasó de ser el tercer acto de ópera de Verdi; Francia siempre fue un gobierno de Petain disfrazado de liberalismo gaullista parisino) El fascismo avanza siempre disfrazado, porque siempre tiene la habilidad de adaptarse a las modas imperantes (siempre imperantes, nunca vigentes) y se buscan enemigos invasores para unir a la masa, que siempre es fácil de unir, porque la masa es el resultado de deseducar y estupidizar a la ciudadanía para mejor manejo (aquí hay que incluir a todo el espectro político, de derecha a izquierda y más allá, a quienes siempre les interesa más tener masa manejable que ciudadanos pensantes con decisión de voto). En este momento los enemigos son los inmigrantes (el eslogan sería: ¡Que vienen los inmigrantes y os quitarán el puesto de trabajo! –que ya no tenemos, porque nos lo quitó directamente el Capitalismo–) y los separatistas que quieren romper España, añadiríamos. Mientras avanza el Fascismo europeo, la pretendida y autodenominada Unión Europea se resquebraja con el Brexit (por cierto, a los británicos les salen los escoceses a la calle a pedir independencia y no pasa nada, no tienen un artículo 155 para mandar a la cárcel a los escoceses) y el resto de los países de la derecha europea desmontando sus democracias a marchas forzadas.
Y en esto andábamos, mal durmiendo nuestras pesadillas, cuando se produce en Brasil un fenómeno digno de estudio. Hay unas elecciones y, por primera vez en la Historia, la masa brasileira vota un golpe de estado, da la mayoría (en un país rico con un índice de pobreza enorme) a un millonario fascista, racista, xenófobo, admirador de la pasada dictadura, de la que dice que debió torturar menos y matar más; será la primera vez que se elige democraticamente una dictadura. ¡Y creía que ya lo había visto todo!
Y mientras cambia el clima y se celebra el día del Pilar, o del Descubrimiento de América, o de la Raza o de la Hispanidad, o lo que sea, aquí no hay manera de entenderse; las derechas, que son una santa trinidad y que Aznar jura que las dejó unidas y felices, buscan su espacio vital para mandar, cada uno con sus ofertas de otoño, con promesas imperiales y amparos judiciales que son para las derechas como el manto del Pilar (a fin de cuentas, capitán general, no capitana, como sería lo propio; aquí se da una paradoja sexista) que las guarda contra las bombas de los rojos. Y ellos, los rojos, bueno, los de izquierdas, bueno, esos, no se acaban de poner de acuerdo con lo que hacían sus abuelos cuando eran de izquierdas. Los pensionistas en la calle, los banqueros entran en la cárcel y salen enseguida a por tabaco, mientras los bancos desahucian a los inquilinos para vender las casas a fondos buitre que alquilarán los pisos a turistas, mientras la Iglesia sigue con sus privilegios eternos, porque su reino no es de este mundo, pero cotiza en bolsa y sus delitos de pederastia siempre están prescritos (el manto protector no falla). Y mientras todo esto sucede, el fascismo reconvertido espera a la puerta a que le llamen para echar una mano. Quizás alguien me llame la atención por usar tanto la palabra fascistas en lugar de conservadores, neoliberales, centroderechistas o constitucionalistas, pero es que acabo de ver a Madeleine Albright, secretaria de estado que fue de los EEUU y que, por lo tanto, sabe mucho de fascismos, y me gustó su frase: “Un fascista es un matón con ejército”.

viernes, 5 de octubre de 2018

Noticias frescas, noticias falsas

J.A.Xesteira
Que el periodismo no es lo que era ni lo que debería ser no hace falta que lo digan los grandes comunicadores. Lo vemos cada día en los Medios (esa palabra que usamos de manera indebida desde el principio pero que cuajó en toda la sociedad, que la utiliza a su entera disposición). El devenir de la información, considerada como un deber hacia la sociedad y, más en detalle, hacia el que compra el periódico o enchufa la radio o la tele, ha desembocado en un cúmulo de medias verdades, manipulaciones, intentos aislados de dar información veraz, intereses nada ocultos a poco que leamos lo que se publica, propaganda en lugar de notica y, lo último de la temporada, las “fake news”, así, en inglés, porque ni siquiera se atreven a llamarlo “noticias falsas”, como si en español hicieran más daño. Las noticias que antaño fueron el objeto directo de cualquier Medio, cuanto más rápido y mejor contadas, mejor para todos, especialmente para los periodistas que las firmaban y para los medios que las publicaban, son ahora un maldito embrollo gramatical, en el que a menudo aparecen titulares como (auténtico) “La golpeó después de discutir con una barra de hierro”. Esta semana, en un periódico que no nombraré (quizás por cariño a los profesionales desprofesionalizados) aparecía una noticia que me interesaba (caso raro, generalmente todas las noticias pasan por mi pantalla sin pena ni gloria); intenté leerla para informarme de lo que sugería (a duras penas) el titular; no diré cual era la noticia, no importa, pero si diré que después de leer la información quedé menos informado de lo que estaba; todo el texto escondia a medias una propaganda interesada, se daba cuenta de una sóla fuente informativa en un tema en el que concluían varias partes en conflicto, y, por encima, de toda esa información sesgada, el lector acababa peor de lo que estaba al principio. La misión antigua del periodista, que consistía en descubrir la noticia, atacarla en todos sus frentes, entrevistar a todas las fuentes que pudieran dar luz informativa, rodearla, dominarla y entregarla a los lectores atada por las palabras correctamente escritas en el sentido gramatical adecuado, ya no está de moda; las redes sociales, donde se vomita de forma antigramatical todo lo que se quiera, bueno, malo y peor, han roto todos los filtros profesionales y en el todo-vale los nuevos lectores han depositado su fe en cosas que no merecen ni lectura.
Sería fácil culpar a los profesionales de la información de los males del periodismo y de las grandes manipulaciones informativas, a fin de cuentas los mensajeros están para que los maten, como siempre: ahora por cuatro perras y un contrato de pacotilla. Pero, una vez más no sería justo. Los periodistas tenemos que apandar con nuestra parte de culpa, por supuesto, pero en un momento de la historia en que lo falso impera sobre lo veraz, apoyado por una gran maquinaria político-económica, en la que los grandes apisonadores sociopolíticos ya no se esconden, el trabajo del periodista queda a la altura de un tribulete (ver historia del cómic periodístico). En un mundo en el que los presidentes de la nación más poderosa del mundo se eligen con evidentes sospechas de fraude (el famoso “fake”) por bombardeo de internet, considerado como palabra de dios, poca credibilidad queda para aquel que intente sacar la cabeza de entre la basura que nos cae por todas partes. En este momento, en las elecciones de Brasil se está produciendo un bombardeo de falsedades pagadas por el millonario candidato del fascismo carioca, Bolsonaro; en el resto de la América noticiable, lo que nos llega de las informaciones sobre el caos político desde Tierra de Fuego hasta el Mar de Baffin es, cuando menos, cuestionable, y cuando más, claramente falso, pagado por grandes corporaciones que tienen gran interés en que los países sean gobernados por “Los Nuestros”.
En Europa no va mejor la cosa; parecemos tan listos y, en el fondo no somos más que unos simples pardillos delante de una mesa de trileros. La memoria nos falla ya desde temprana edad (perdemos las neuronas mientras miramos el último whatsapp o los mensajes del grupo de facebook) Un simple ejemplo italiano: encarcelan al único alcalde que plantó cara al fascista en el poder para ayudar a los inmigrantes; en los años 50 los inmigrantes eran los sicilianos, que atravesaban Italia para cruzar ilegalmente la frontera francesa y trabajar en Europa; ahora los inmigrantes sólo están más abajo de Sicilia, pero el problema es el mismo.
Y en España, cuando leemos las noticias imperantes, nos reiríamos si la cosa no fuera de llorar. Las escasas informaciones que demuestran como, por poner caso reciente, los políticos a medio hacer que padecemos mintieron en sus currículum, aprobaron carreras de manera imposible (y por tanto, fraudulenta) en sospechosa connivencia con una tropa de mangantes, todo eso acaba en nada. Hay leyes que permiten a determinados jueces hacer lo que quieran con el texto en la mano; tenemos un sistema judicial muy peculiar: se juzgan delitos de opinión (aquí opinar ya es un delito, sobre todo si eres militar, rapero, actor o titiritero), pero cuando se ponen en tela de juició los méritos del lider del PP, la Fiscalía llega a una conclusión: pelillos a la mar, que los deberes se los comió el perro. El asunto, destapado por periodistas, que sí estuvieron a la altura de su profesión, es un paso más en el esperpento nacional. La misma jueza del caso llega a decir que con fiscales así, el trabajo de los jueces sobra. La vida del país, que es lo que está alrededor de las noticias de catalanes contra españoles, derbis de fútbol y polítiquitos sacando pecho, se ha convertido en un mensaje “fake”, recogido en los Medios. Siempre nos queda la esperanza (que es lo que vamos a perder cualquier día de estos) de que ni todos los periodistas son eso que nos parece, ni todos los políticos son lo que vemos, ni todos los ciudadanos somos los tontos que somos, ni la democracia es sólamente un concurso para elegir gobernantes.

viernes, 28 de septiembre de 2018

Extraño en el paraiso

J.A.Xesteira

Cuando se trata de hablar de España (o de cualquiera de sus partes) enseguida nos surje el chauvinismo y presumimos de ser el mejor país para vivir en el mejor de los mundos posibles. Pero, que quieren, cada vez me encuentro más extraño en el país que figura en mi pasaporte y en el pequeño país que figura en mi tarjeta del Sergas. Me siento como aquel escritor, que decía haber nacido en Extranja y por eso era de nacionalidad extranjera. Cada vez me siento más extranjero en mi territorio y, lo que es peor, cada vez me siento más extranjero en este mundo, en esta sociedad que yo, en mi infinitésima aportación he contribuido a construir. No me encuentro, me muevo entre marcianos que aparecen en la televisión, que es la ventana indiscreta a la que asoman zombies que quieren ser famosos durante el tiempo que dura un eructo (es la medida temporal que corresponde a la calidad de lo emitido por televisión). Mi generación ha perdido la guerra después de haber ganado todas las batallas; creímos que las palabras libertad, democracia y derechos humanos eran el escudo que nos resguardaría de todos los males, de los extremismos y las dictaduras. Pero no, el Comunismo que sólo fue un experimento dictatorial ruso, desapareció y en su lugar quedó el Capitalismo, que es un mónstruo que se adapta a cualquier imagen, incluso al comunismo si hiciera falta, para seguir siendo el mismo devorador.
Me asomo al mundo y veo que aquellas fronteras que estaban marcadas entre  países son ahora más marcadas y mas sutiles, las barreras del rico y el pobre; y avanzan incluso dentro de nuestro propio territorio. La emigración que nadie puede parar (prefieren morir antes que quedarse en sus paises y eso no lo para nadie) ya ha encontrado a los viejos fascismos preparados para ponerles nuevas fronteras, disfrazadas de democracia y de Europa; el fascismo de las nuevas derechas se reconvierte y se viste de progreso (los populistas siempre son los otros); incluso la ministra socialista ya defiende el control de fronteras y una emigración regulada. El mundo está totalmente “on line” y para lo único que sirve es para mostrar nuestra cara más cruel, nuestra estupidez más agresiva y nuestra indolencia ante la maldad. Mientras, la Gran Multinacional Vaticana maneja sus asuntos económicos con la habilidad habitual (al respecto me remito al evangelio de Marcos, cap.11,ver.17) se suceden los casos de pederastia escondidos por los obispos (los últimos, de Alemania hablan de 1.670 sacerdotes violadores, que quisieron tapar su crimen con indemnizaciones de 5.000 euros –se une el cinismo a la violencia– y que acaba en un perdón vaticano, una hipocresía sin mayor trascendencia) y en España se producen juicios teológicos por insultar a un dios del que llevamos siglos discutiendo su existencia (han conseguido el regreso al franquismo bajo palio con multas por blasfemia y que un actor botarate se convierta en un Shalman Rushdie) por ofensas a los dogmas y a las inclinaciones religiosas de unos abogados. Con todo, nada es comparable a la desfachatez mentirosa de los políticos que niegan que las bombas que vendemos a los árabes maten a niños, porque son inteligentes (las bombas, no los políticos que nos cuentan cuentos, ni los ciudadanos, que nos los creemos y miramos hacia otro lado) Y veo que día a día siguen muriendo mujeres y niños en la cocina de sus casas, los crímenes domésticos calificados de violencia de género, que los que gobiernan la sociedad solucionan con dos medidas: una orden de alejamiento (si hay denuncia formal y el juez de turno la tiene en cuenta, cosa que a veces si y a veces no) y un minuto de silencio. Dos soluciones que son como curar el cáncer con tiritas.
Pero vivimos en un paraiso si vemos a nuestro alrededor: la gente come churrasco en la televisión de este país gallego, en el que sólo hay fiestas y comida; es un paraíso cuando vemos las televisiones convertidas en no-dos (los más jovenes consultar la palabra en Google) en donde todo el mundo sonríe, incluso los políticos, felices de ser enemigos sonrientes. Pero aún en el paraíso hay protestas; los pensionistas se cagan en lo mismo de Willy Toledo por causa de sus pensiones, y lo dicen a gritos delante del Pacto de Toledo, un acuerdo firmado hace 23 años, en tiempos en los que no había ni Twitter, y que no se revisa por si se rompe. Y los salarios del paraíso son cada vez más raquíticos, acordes con los contratos y las condiciones laborales; me refiero a los salarios de los de la llamada clase media, en la frontera ya de pasar a la lista de solicitantes de Cáritas; los grandes sueldos ni sienten ni padecen; crece la banca que un día rescatamos con nuestro dinero (y que nunca devolvieron) mientras despiden a los trabajadoeres bancarios de mil en mil.  Hasta el Ejército, siempre a las órdenes, reclama aumento de sueldo y solución a su contrato temporal (a los 45 años pasan a ser jubilados especiales, con una pensión de 700 euros) Pero en este paraíso, la pareja real colocada aquí por aquel que mandaba en España por la gracia de Dios (¿será el mismo dios de Willy?) y que colocó al Emérito en el trono, no come del arbol de la ciencia, se limita a subirse el sueldo en 11.000 euros, porque los gastos de palacio son cuantiosos y su trabajo bien lo merece.
Pero de todo lo que me hace extraño en este paraíso, lo más doloroso fue leer esa noticia, perdida entre toda la información mal contada en los Medios: ese matrimonio anciano que durmió dos noches en un parque de Oviedo por quedarse sin dinero y sin casa. Cuando la vergüenza supera la indignidad de una sociedad que permite leyes injustas, aplicadas por un sistema injusto que echa a la calle a dos ciudadanos que prefieren el silencio a la humillación, es que este paraíso está perdido. Por eso me siento extranjero aquí, y no sé si pedir asilo politico en Viana do Castelo.

viernes, 21 de septiembre de 2018

Los grandes inventos del tebeo

J.A.Xesteira

Antes de la era digital, mucho antes, quizás en la prehistoria de las plumas estilográficas, había unos tebeos que se llamaban TBO (de ahí les vino el nombre a todos los tebeos) en los que, entre personajes que pasaron a la historia de España, había una sección infantil que se llamaba “Los grandes inventos del TBO, por el profesor Franz de Copenhage”. Eran unos inventos humorísticos que no servían para nada y siempre ocupaban grandes maquinarias en obtener resultados mínimos. Aquello dio título a todos los inventos inútiles que consumen grandes energías y estructuras para obtener poca cosa. Pero eso pasaba en la era de antes del bolígrafo, porque en la era digital los que hacemos la Historia de España (la de verdad, la que hacemos cada día los ciudadanos contributivos y no los grandes generales de las guerras que nunca ganamos y de los reyes que siempre hemos soportado) contemplamos –y pagamos– grandes inventos del tebeo que siguen sin servir para nada, pero que, sin saberlo, sospechamos que están forrando a alguien (o “alguienes”) simplemente por el sistema de hacer una ley que obligue al uso del gran invento del tebeo.
Todos recordamos aquella gran película de Berlanga titulada “La Escopeta Nacional”.Nos contaba como un fabricante de porteros automáticos, interpretado por el gran Sazatornil, pagaba una cacería para poder hacerle una propuesta al ministro de Industria: declarar obligatorios por ley los porteros automáticos. El industrial se forraba, el ministro (y su partido) se forraban, y toda España estaría invadida por ley de porteros automáticos. En la película, la cosa era  cómica, pero en la realidad, pueden cambiar los porteros de Saza por otras muchas cosas de uso obligatorio que hace rica a una industria y, sospechamos, a todos los personajes afiliados al “que-hay-de-lo-mío”, y que hacen leyes a mayor beneficio del lado oscuro de la política, y en el que suponemos deben estar metidos muchos de los que usted y yo podemos suponer. Imaginemos, por ejemplo disparatado, que se aprueba una ley que obliga a todos los ciudadanos a usar un sombrero verde fosforito y nos venden el invento como que es una cosa buena para nuestra seguridad, porque así no nos da el sol en la cabeza y nos distinguen a lo lejos. Al momento sospechamos que aquí se forran los fabricantes de sombreros verdes y los que hacen las leyes.
Como una cosa lleva a la otra, ¿quien inventó los máster obligatorios, caros e inútiles? Probablemente los mismos que inventaron y se sacaron una ley obligando a ponernos un cinturón de seguridad en los coches, a usar bombillas de bajo consumo, a pasar los vehículos por las ITV, a llevar a los niños sentados en el coche en una silla “homologada”, y, ahora mismo, a renegar del diésel, un combustible que hasta ayer por la tarde era barato, beneficioso y útil, y que mañana por la mañana será altamente pernicioso por ley. Son grandes inventos amparados por leyes que hacen ricos a los fabricantes de los inventos y a los fabricantes de las leyes, más los poderes ocultos, que manejan unos hilos invisibles que suponemos que mueven a los muñecos.
El coche siempre fue objeto de leyes “para nuestra mayor seguridad”. Primero fueron los cinturones obligatorios y la vigilancia de radares y demás artefactos, después vinieron las sillas de los niños en la parte de atrás (cada niño “consume” tres sillas: la de sus papás y las dos de los abuelos, paterno y materno); los coches se iban llenando de inventos obligatorios por ley y multables por ley; el diésel era un combustible más barato. Todo era por nuestro confort y seguridad. Pero todo es una verdad, cuando menos, cuestionable; no hay menos muertos en las carreteras por el cinturón y por las sillas, y el diésel empezó a ser contaminante cuando los amos del petróleo derivaron sus ganancias hacia otros intereses. Las multas son las mismas. Ahora reinventan las ITV, unas oficinas controladores de cosas que perfectamente podrían hacer cualquier taller mecánico homologado, pero que, al centralizarlo por ley, pueden manejarse mejor (recordemos el asunto de Pujol hijo y las concesiones de ITV, el poder siempre inventa)
Nos vendieron el invento de las bombillas de bajo consumo, más sanas, baratas, duraban más y consumían menos. Después vinieron las halógenas con otros argumentos. Ahora estamos en las bombillas led, pero nuestro recibo de la luz crece sin parar. Y en el país del sol y el viento seguimos consumiendo energía fósil, carbón y petróleo y nuclear. Por ley.
Y ahora estalla el gran invento de los máster. Los que fuimos universitarios del Mayo del 68 lo teníamos claro: se acaba una carrera, se licencia uno y ya está. Pero un buen día aparece un fabricante de porteros automáticos y dice: ¿por qué no metemos por ley la obligación de que cada alumno realice un máster? Dicho y hecho. Amparadas por la ley aparecen al instante empresas de dudoso academicismo para vender unos títulos carísimos e inútiles a la medida. Y los estudiantes que antes acababan con un título universitario se creen la mentira de que necesitan además un máster para encontrar un empleo de mierda en el que el único requisito es aceptar un salario de mierda. Vendieron el burro ciego de que el posgrado en forma de máster era importante para especializarse y sustituyeron el antiguo CAP gratuito por un caro máster para presentarse a unas oposiciones iguales a las de toda la vida. El gran negocio de los máster, que las universidades privadas manejan con la impunidad semidelincuente del que tiene la ley agarrada por sus partes, se acaba de revelar como un dispensador de titulos a la carta, un chamarileo de asignaturas amparado por una ley hecha (a lo que se ve) para estafar al alumnao cada vez más atontado por los títulos y los curriculum. A no ser que seas político audaz; en ese caso se te conceden los máster que haga falta para embellecer tu perfil en las redes sociales. A fin de cuentas, ¿que es un politico actual? Un perfil en la red, nunca una imagen de frente.

viernes, 14 de septiembre de 2018

Cosas que pasan y pasaban

J.A.Xesteira

Siempre suceden cosas que antes no pasaban. Y suceden otras que siempre pasan de la misma manera. Para los que contemplamos el espectáculo tragicómico, a veces esperpéntico y a veces circense, del mundo, desde la altura que nos da el tener líderes políticos de la generación de nuestros hijos, podemos hacer repaso. Hay cosas que antes no pasaban, como el hecho de tener dos reyes subvencionados sin rentabilidad conocida (con uno, caso de necesitarlo, ya era suficiente), la degradación del mundo natural por culpa de nuestra propia estupidez (se veía venir) o una serie de pequeñas pero importantes novedades de la vida: alquilar pisos en plan subasta, a la nómina más alta o al que presente contrato de trabajo más sólido (al final los pisos sólo podrán ser alquilados por turistas de paises ricos y por los ricos de países pobres, el resto podrá vivir en barracones o viviendas-nicho); preocuparse por los inmigrantes que nos vienen del sur y no preocuparnos por los emigrantes que enviamos al resto del mundo después de gastarnos en ellos mucho dinero para que vayan por la vida con un título de dóctor debajo del brazo; sobre todo hay una cosa que antes no pasaba, y es la apatía estúpida de conformarnos con lo que hay, la contemplación de una política de sinsentidos, amparada por trabajadores resignados y sindicatos pancistas. Mientras, suceden cosas, los dos partidos grandes juegan a ver quien es más guay; el PSOE, que un tiempo fue izquierda marxista, se mete en jardines imprevistos y le aparecen másters envenenados de la Juan Carlos I, la universidad que tiene un nombre adecuado para estos menesteres de ventas de honores y títulos, como la monarquía: en su nombre te pueden hacer duque o dóctor en políticas. El Gobierno va perdiendo personal por el camino, y el PP, que siente en la nuca el aliento del agente naranja de Rivera, adopta una línea estalinista: suprime de las fotos a los caídos en la purga, Santamaría y Cospedal son borradas de la escena para mayor gloria de Casado, un joven cuyo nivel no pasa del twitter. Y el resto puede contemplar como la extrema derecha es el fantasma que recorre Europa y crece para ocupar el vacío que dejó un día la izquierda progresista; y aquí la esperan de un día para otro para restaurar la momia del Valle de los Caídos (sería mejor dejarla allí, usar la Gran Cripta como desván y llevar, de paso, algunas antiguallas inservibles más: el Senado, sin ir más lejos).
Vuelven a pasar cosas que ya pasaban. Vuelven los reyes Felipe y Leticia a llevar sus niñas al cole (con lo cual les queda una aparición protocolaria menos, un trabajo menos, también) y vuelve algún periódico a recordar aquel 11-S de las torres gemelas, y vuelven todos los periódicos a olvidar aquel otro 11 de Setiembre (45 años hace) en que el presidente de Chile, Salvador Allende, fue asesinado, junto con miles de personas, en un golpe de estado organizado por Estados Unidos y los militares chilenos. Pasan cosas nuevas, como que de repente descubrimos que les vendíamos armas a Arabia Saudita para matar a los infelices que no pueden escapar en una patera. Y se monta otro follón, porque los árabes, que disfrutan de Marbella y llaman primo al rey emérito, encargan un paquete de fragatas con bombas contra civiles. Es una oferta que nadie puede rechazar, porque Navantia, una empresa pública, podía quedarse sin el encargo, los árabes son así: queremos bombas y barcos. Y los obreros de Cádiz dicen que ellos quieren trabajo (los obreros que fabricaron las bombas no dicen nada); incluso el alcalde de Cádiz, de Podemos, Kichi, se pone en plan “Armas o comida”, que es el mismo argumento que utilizan los narcotraficantes del Campo de Gibraltar, un fin que justifica cualquier medio. Al final, el Gobierno se viste de defensor del libre comercio y mantiene la venta de armas y barcos, total son para matar inmigantes en su origen y resolver un problema antes de que se produzca. Son cosas que antes no pasaban y el Ministerio de la Guerra nos recuerda que su utilidad es fabricar y vender material bélico.
Y en esto estamos cuando el rey Felipe cumple con otro de los trabajos fijos que tiene cada año: presidir la apertura del año judicial. Y bajo su seria mirada, jueces y fiscales arremeten contra el independentismo catalán mientras enarbolan la Constitución como si fuera inspirada por Jehová en el Sinaí y no por unos cuantos políticos de la Transición que tuvieron que tragarse varios sapos para que colase un texto. No es nada nuevo, es una de las cosas que pasa siempre la de recurrir a la Constitución y su poder curativo. En este acto togado, de personajes vestidos como viejos magos de la tribu, se dijo que la Constitución es la ley y la ley está por encima de todos. Y está bien dicho, pero no es cierto. Cuando se aprobó aquella Constitución se aprobaron unas reglas de juego que se sabia que no podían ser definitivas, se nos vendió con un mal necesario, y en realidad no era más que una lista de deseos. ¿Todos los españoles somos iguales? Si, pero como en la granja del libro de Orwell, unos son más iguales que otros, y el rey, además es inviolable y puede hacer lo que le de la gana. ¿Se garantiza la libertad de pensamieno y de expresión? Si, menos para, por ejemplo, los militares, que siguen fieles en su viejo discurso: les pagan para no pensar, y si alguien (pienso en mi amigo, el cabo Marcos, con expediente disciplinario por expresar opiniones) se le ocurre decir lo que piensa, no hay Constitución que lo ampare. ¿Tenemos derecho a una vivienda digna, a un puesto de trabajo, a un salario razonable…? Hombre, la cosa sería de risa si no fuera en serio. La Constitución fue una cosa que pasó hace años. Ya es hora de cambiarla, después de cuarenta años de uso, abuso y con la obsolescencia programada. Como una lavadora vieja. Pero nadie se atreve a hacerlo

viernes, 7 de septiembre de 2018

Las "P" y puntos suspensivos

J.A.Xesteira

La primera palabra que un niño español busca en el diccionario suele ser la palabra “puta” y el resultado siempre es el mismo: ver “ramera”; una vez visto “ramera” sabemos que es una mujer que hace negocio con su cuerpo, con lo cual todos los niños españoles nos quedábamos siempre como estábamos y ello demuestra que los diccionarios españoles no están hechos para niños (y si vemos y oímos lo que se lee y escucha por ahí, los diccionarios  son onjetos en desuso, elementos ajenos a los Medios y al ciudadano que cada vez escriben y hablan peor). En un viaje por Italia, uno de mis nietos, niño de primaria, me pidió un pequeño diccionario italiano-español para hablar con unas niñas con las que jugaba; la primera palabra que las niñas italianas quisieron ver era como se decía “puttana” en español, con lo que queda demostrado que en el principio del verbo es lo mismo en todo el mundo. Es una palabra variable, polivalente y útil, al tiempo que considerada de mala educación, sustituida por eufemismos surtidos –meretriz, ramera, chica de alterne, fulana, cortesana, mujer de vida fácil (?), y una colección de localismos que engrandecen el concepto– Lo mismo sirve para un insulto (con admiraciones) que para una alabanza (de puta madre) o un lamento (de puta pena) por no entrar en el terreno de los “hijos de…”.
Todo este preámbulo sobre la dichosa palabra (que se debe usar en su esencia, es más precisa y sonora) que puede parecer una ordinariez pero que conviene sacar a relucir, limpiarla, fijarla y darle el esplendor que le dio aquel famoso académico de Iria Flavia, viene a cuento por el último de los temas con los que se se hacen un lío en sus partes pudendas los partidos del espectro político: la posible legalización de la actividad de las prostitutas en la Marca España, el siguiente desmentido gubernamental (con dimisión incluida) y la reviravuelta de una extraña unión de la pureza política (¡bendita sea su pureza, y eternamente lo sea!) de los partidos más morales de la patria, PP y PSOE, que quieren nada menos que abolir la prostitución. Vano intento. La autodenominada izquierda múltiple se lo está pensando, y los Ciudadanos de Rivera están por la regulación. Todo eso son palabras e intenciones de cara a los titulares de primera página, porque en realidad, no saben que hacer con ese tema, lo desconocen (aprendieron sus cosas en estadísticas de máster y aplicaciones de internet) y hablan un poco de oídas.
El tema me lo encuentro cuando (¡oh, casualidad!) leo un estupendo libro-reportaje del periodista francés de principios del siglo pasado Robert Londres sobre la prostitución y trata de blancas (francesas) en Buenos Aires. La distancia en el tiempo da otro sentido a la cuestión de la prostitución organizada hace cien años en contraste con la actual, pero el fondo de la materia es el mismo y sobre eso hay mucho escrito y no vamos a entrar en ese debate, por otra parte largo, inútil y de difícil resolución. Pero si convendría entrar en la materia, aunque no de manera tan rimbombante como los politicos, procurando evitar los chistes fáciles en los que usted y yo estamos pensando, y hacer un recordatorio como simple nota histórica a los políticos que, de repente, se meten en un problema eterno con intenciones de solucionarlo. Como estos días la banda derecha de los partidos sacó a relucir la Transición como modelo de confraternización, y como ninguno de ellos (a excepción de Pedro Sánchez que era en aquel entonces un niño de guardería) había nacido cuando transitamos de Franco a la Democracia, convendría hacer memoria.
Los que trabajabamos en la prensa escrita y radiada del final del franquismo (la televisada era un binomio nacional) en aquellos tiempos pre-ordenadores, vivíamos en la noche, en la que solíamos juntarnos los oficios de las cuatro “P”: periodistas, putas, policías y panaderos. Para los de esta generación con mando en gobiernos, cabe recordar que en aquella coexistencia nocturna contaba con la frecuente visita de algún padre de la patria conocido (¡nada de nombres, por favor!) a un establecimiento de una conocida madame; los políticos (otra “p”) comenzaron a hacer acto de presencia en la Transición, porque antes no existían eran, simplemente, “del régimen”. Con la democracia, esos políticos también se juntaron en la noche en los bares de alterne, llamados “Pubs” (otra “p”) e incluso un conocido empresario de la noche rizó el rizo de pasar del abrigo azul cruzado y maletín de documentos de un partido con mando a regentar un local de fama en el que, para más rizo, tenía su sede una fundación que presidía de honor la hermana de un dictador. La vida de la Transición no fue modélica ni los políticos lo eran; podían estar de noche en juergas de puticlub, de mañana presidir una reunión para consolidar la democracia y por la tarde presidir una misa episcopal. De la misma manera, los políticos y todo el aparato legislativo, judicial y ejecutivo pasaron de ser franquistas a ser demócratas de toda la vida, el resto de las “p” quedamos como estábamos o peor; los periodistas pasamos a ser lo que ahora somos (sin comentarios), los polícias cambiaron el color del uniforme, los panaderos hacen ahora pan de autor, y las putas, que no se metían con nadie, son ahora objeto de debate políticamente correcto y defensor de su dignidad y sus derechos. En ese tema no caben frivolidades ni chistes, y mucho menos que los cuatro muchachos que mandan en España (en forma de gobierno y de oposición) de repente quieran abolir la prostitución; bastaría, por el momento, con que aplicasen las leyes penales sobre lo que es y no es delito. Sospecho que no será más que un tema pasajero que quedará en nada, como casi todo. Pero creo que debiera haber un poco más de respeto y abordar esa historia con seriedad, abriendo un debate no entre las fuerzas políticas, sino entre las fuerzas sociales, expertos, científicos y, sobre todo, escuchando la voz de las verdaderamente atrapadas en el tema: Ellas.