domingo, 29 de junio de 2014

Cosas que no entiendo

Diario de Pontevedra. 28/06/2014 - J.A. Xesteira
A menudo, cuando me asomo a las noticias, procurando no caerme dentro de ellas, choco con las perplejidades y los contrastes que me ofrecen los medios de comunicación. Hechos desproporcionados en su comparación, que me golpean en medio del sentido común, llamado así –supongo– porque es una especie de máximo común divisor de una cabeza corriente, la de usted o la mía. Tomo ejemplos: el funcionamiento de la Justicia española, revuelta y cuestionada incluso dentro de la propia Justicia (aclaro que hablo de Justicia como una manera de entendernos, no siempre la Justicia coincide con la justicia, aunque siempre –supongo– se rige por la Ley y las leyes). Dejando a un lado las convulsiones de jueces que chocan con jueces, de jueces cuestionados por los políticos, de jueces suspendidos de sus funciones por cosas que nos parecen carentes de sentido común, y jueces enfrascados en tareas titánicas, a los que se les desprovee de lo más esencial para su trabajo, quizás esperando que el tiempo desfigure el delito y lo convierta en una anécdota sin importancia. Aparte de todo eso, digo, hay cosas que no entiendo y que aparecen pegadas, casi, en las páginas de los periódicos. Leemos en un lado que condenan a dos personas de un piquete de manifestantes, una mujer en paro y un estudiante, a tres años de cárcel; la condena pretende ser un ejemplo para los que participen en piquetes. Lo paradójico es que, además de no tener antecedentes, en el piquete había cuarenta personas, y, además, los denunciantes, supuestamente intimidados, creen que la condena es una barbaridad. Contra esta sentencia se han movilizado desde el activista internacional Noam Chomsky hasta una larga lista de autoridades, incluido el Defensor del Pueblo andaluz. Al lado de esa noticia vemos como otro juez condena a la cúpula dirigente de la Caixa Penedés a penas de dos años de cárcel por haberse “regalado” 31 millones de euros como pensión. Los condenados no ingresarán en prisión, porque devolvieron gran parte del “autorregalo”. Las diferencias son palpables: quedarse con dinero ajeno valiéndose de su posición como banquero, se salda con un par de años, y si devuelve  el dinero, ya no hay delito y ya no va a la cárcel. Si va en un piquete obrero junto con muchos otros, la condena es mayor, y va a la cárcel para dar ejemplo. Puede que me lo quieran explicar y la explicación tenga fundamento, pero la cosa deja un tufo de diferencias penales, según seas un banquero (corrupto) o un pringado (en paro).
Las cosas, aunque se expliquen, son difíciles de entender, al menos para gente con sentido común, vulgar y corriente. Hay dos mundos y cada uno se mide de diferente manera, con distintas velocidades, con proporciones variables y perdones variables. Existen unos delitos de pobres y delitos de ricos; los primeros son pequeños, fruto del momento, del arrebato, del piquete, del recalentamiento de la manifestación (en la que existe el elemento represivo como detonante, rara vez estudiado en un juicio), de una situación extrema ayudada por la incapacidad del ciudadano para encontrar empleo, pagar la hipoteca o, simplemente, sobrevivir. En un país en el que los salarios han bajado, los ricos han recuperado el nivel de sus fortunas, y el presidente de la Comisión Europea afirma en Madrid que el Banco de España fue cómplice del desbarajuste de los bancos, que fue la causa de la crisis, aparecen cada día nuevos casos de delincuencia organizada, de la que no es fruto del momento, sino que exige una planificación delictiva; cualquiera podría suponer que alguien se forraba con los cursillos de cualquier cosa; ahora se descubre que funcionó un sistema de estafa alrededor de esos cursillos que financiaban ilegalmente partidos, empresas, sindicatos o simplemente un grupo de espabilados. Las investigaciones se inician y se prolongan meses y años, quizás. Al final habrá algún culpable, o ninguno, y no irá a la cárcel automáticamente, como los dos del piquete. O, a lo mejor, el Gobierno los indulta y echa pelillos a la mar.
Porque la capacidad de indulto que posee el Gobierno (un privilegio soberano y antidemocrático) es también variable. Si el culpable entra dentro del baremo que maneja el partido en el Gobierno, no pasa nada. Como los problemas que el propio partido tiene cuando sus militantes juntan la masa crítica de alcohol y coche y se dan a la fuga. Hay cosas que no entendemos, porque si tratamos de entenderlas caemos en la cuenta de que nos toman el pelo, o lo parece, y, además, con total impunidad. El funcionamiento de la Justicia es malo, según la idea general que funciona desde hace años; el sistema no es capaz de juzgar asuntos complejos, que requieren una infraestructura grande y adecuada; los delitos económicos, los más escandalosos e indignantes, requieren una investigación larga y complicada; el mundo de la judicatura está metido en un laberinto en el que los propios jueces se enfrentan a si mismos. Y la Constitución Española, la que tanto veneran los políticos como si fuera el altar de los sacrificios, no pasa de ser papel mojado (de pis) en el que los derechos sacrosantos no son  más que buenos deseos, un búscate-la-vida y un sálvese-quien-pueda. Excepto en la parte de la Monarquía, que, si hace falta, se cambia lo que haga falta, para que el rey abdicado, ciudadano igual a todos según la constitución, deje de ser igual a todos y sea “inimputable” (una palabra mágica) y pueda seguir con sus negocios sin peligro judicial. Su hijo no despierta grandes esperanzas, no es más que una incógnita; unas veces enciende la vela al dios de Rouco y otras al diablo de los gays. Pero su padre ha conseguido ser intocable gracias a una ley aprobada a prisas y con chapuzas por el PP, a su estilo, con la abstención del PSOE (ojo, se recogen los votos que se siembran, las abstenciones producen ausencias) y la oposición de los pequeños cabreados (denles tiempo a que crezcan). Señores, aquí, una ley; allá, a lo lejos, una justicia. 

domingo, 22 de junio de 2014

¿El rey? Es lo que hay

Diario de Pontevedra. 21/06/2014 - J.A. Xesteira
Si hay una frase que define mejor los últimos años, los conocidos como la época de la crisis, es la de “Es lo que hay”, una aceptación tácita de lo que se nos vino encima, auspiciada por un conservadurismo apático y amorfo, que convence a la ciudadanía de que no hay alternativa, ni lucha, ni opción de revolverse contra el mar de calamidades hamletiano. El “es-lo-que-hay” se erige en la suma de resignaciones y malas conciencias, repetido por los poderes fácticos y fatídicos que repiten una y otra vez la falsedad de que estamos así porque hemos gastado mucho, por encima de nuestras posibilidades, cuando los que gastaron mucho ni están así, y sus posibilidades siguen siendo las mismas. “Es lo que hay” se convierte en el sonsonete del coro griego, como una voz del destino, de lo que no se puede evitar porque está escrito; el coro, que a veces responde en la tragedia a Agamenón y a veces en la comedia, a los atenienses. En cualquier caso, “lo que hay” es un destino fatal, contra lo que no vale luchar. Es la falsa condición de la frase que oímos desde que los primeros síntomas de que la cosa iba mal, allá por el 2008, y que fue originada por un desajuste en el sistema capitalista que, para reajustarlo (y llevamos ya seis años) se llevan el dinero público, que sirve para devolver las pérdidas del capital privado, escudándose en explicaciones que no tienen que convencer a nadie. Todos estamos seguros de que nuestro destino está marcado porque el coro nos repite que “Es lo que hay”.
De la misma manera acaban de coronar rey de España a un capitán general que, además, es hijo del rey anterior y, de acuerdo con una parte de la Constitución (que no se toca) debería suceder a su padre cuando éste pasara al panteón del Escorial. Como no estaba prevista la eventualidad de que el padre pidiera la jubilación anticipada, los políticos que mantenemos retocan a toda prisa la Constitución (la que no se puede tocar) y, a toda prisa, redactan una ley de abdicación con poca discusión y mucho pasteleo político, se la llevan al rey, éste la firma, charla con Rajoy del Mundial de Fútbol (antes de que la armada invencible chocara con unos elementos no previstos) y ya está. El jueves, aprovechando que es fiesta en Madrid, coronan a Felipe VI, en una ceremonia que pretendió ser austera y sin un mal Te Deum que llevarse a la Almudena que está al lado del Palacio de Oriente. Como rareza, el Rey no acude al traspaso de poderes, en el Parlamento, la casa del pueblo,  lo cual crea una situación extraña, como si en la Rendición de Breda (encargo de Felipe IV), Velázquez no pintara a Mauricio de Nassau entregando las llaves a Ambrosio de Spinola. Pero bueno, son cosas de pompas y boatos en las que los ciudadanos de a pie no tenemos nada que pintar. Como se supone que todos lo han visto en televisión no hay nada que explicar: el saludo de la balconada (de viejas memorias franquistas con la plaza llena de españoles transportados ex profeso desde todo el país) ya es un “trending topic”, con el beso de los reyes y las infantitas a su lado (puro Sissi emperatriz”). Se cumplió el programa en su medida, austero a la par que glamuroso sin exceso. También se cumplió el programa previsto por el Ministerio de Interior de blindar Madrid ante el posible ataque terrorista de un grupo incontrolado o un Mateo Morral con bomba de mecha. El operativo fue de todo menos austero: 7.000 policías, 200 francotiradores, estaciones de metro cerradas “por orden gubernativa” y un blindaje fuera de lo común. Resultado final: Jorge Verstrynge, detenido por llevar camiseta republicana y el esperpento de poder ver en televisión a cinco policías prohibir a una mujer que llevara una chapa con la tricolor, según ellos, porque “es la ley”. Demasiado despliegue para tanta austeridad. Demasiada estupidez para tan escaso alboroto. El primer problema que tiene Felipe, es que es el primer rey en Twitter, y en la red saldrá todo lo que los medios informativos oculten en favor de la monarquía incuestionable. Demonizar a los republicanos puede ser un arma de doble filo; los problemas que le lleguen al nuevo reinado no serán de republicanismo, de monarquía, de separatismo ni federalismo, sino de falta de sentido común, el mismo sentido común que se ausenta a la hora de hacer decretos ley en lugar de sentarse a hablar y discutir argumentos parda tratar de hacer la vida mejor a los ciudadanos (que no súbditos). Tratar de reprimir a los republicanos demuestra todo lo contrario, porque crea frentes abiertos, y se abre una partida en la que hay dobles parejas de reyes y reinas (los salientes siguen en la mesa) contra un trío (de color) republicano. 
Hay, sin embargo en la coronación real, notas que pueden abundar en una posible esperanza de sentido común. El discurso de Felipe VI, preparado por algún equipo de expertos de su confianza, incide en temas más cercanos y sensatos, sin rimbombancia ni promesas ditirámbicas. Esos toques y llamadas a la unidad sin uniformidad, la necesidad de que la corona tenga que ganarse el aprecio, el respeto y la confianza de los ciudadanos; el hecho (nuevo) de ser el primer rey constitucional (su padre no lo era); la necesidad moral (una palabra rara en política) de combatir la crisis y defender a los ciudadanos de esa situación; y, sobre todo, la necesidad de situar a España en el Siglo XXI, el siglo de la cultura y la educación (¡no era la economía, imbéciles!). Si el nuevo rey consigue mantener a sus asesores en la misma línea puede que se mantenga en su puesto de trabajo. Para ello los partidos políticos, los bipartidos, tendrían que redefinirse, más allá de sus propios trapicheos, de sus shocks de modernidad y, a lo mejor, volver a ser derecha e izquierda, con todas sus consecuencias. De momento tenemos un rey, y es lo que hay.

domingo, 15 de junio de 2014

Nuevo rey, vieja censura

Diario de Pontevedra. 14/06/2014 - J.A.Xesteira
Las prisas por nombrar rey súbito al príncipe están generando una ristra de chapuzas enganchadas a duras penas con decisiones legales a medio cocer y preparadas con material de emergencia. Se ha creado una urgencia artificial para que el paso del poder de padre a hijo se haga a toda velocidad, saltando plazos y rellenando los baches legales con chapapote de cuadrilla caminera. Como en la Constitución no está prevista la abdicación (lo cual puede sugerir que la Monarquía era considerada en el tiempo preconstitucional como un detalle del momento para no durar mucho) hay que hacer una ceremonia rápida y parlamentaria para aprobar la decisión real, sabiendo de antemano que el resultado coincide con la decisión. Es decir, una decisión personal del rey, no prevista en las leyes, va a ser sometida a votación parlamentaria a sabiendas de que se va a aprobar, cuando la Constitución no prevé la necesidad de aprobar esa decisión personal. Un lío que crece cuando el asunto pasa al Senado, ese panteón de políticos innecesarios, que aprobará por la vía de urgencia el proyecto de ley orgánica que le pasan del Congreso, sin haber sido aprobada previamente. La diferencia de votaciones también es un show de pájaros locos: en el Congreso hay que votar en voz alta, en el Senado, más en el estilo de mínimo esfuerzo, basta con apretar un botón (podrían votar por e-mail, y así se ahorrarían dietas de asistencia). Todo se acumula, porque hay que hacer rey al príncipe de urgencia; no se sabe bien por que hay tanta prisa, pero podría ser porque están encima las vacaciones y los políticos quieren descansar de tanto ajetreo. Todo parece seguir un guión de hechos consumados; el día 19, festividad del Corpus Christi (uno de los jueves del año que brillaba más que el sol antes de que las fiestas se agruparan por decisión empresarial) Felipe VI, el Preparado, será rey de España por las prisas, de penalti, y para ello hay que saltarse un par de normas institucionales, constitucionales y, sobre todo, de estilo, que, a fin de cuentas es lo que se aprecia a simple vista. Se anticipa ya que la ceremonia va a ser sobria y austera, sin misas ni invitados extranjeros, ni el rey abdicado. Pero en este traspaso a prisa no está todavía aclarada la parte económica y logística de la Casa del Rey y lo que nos va a costar la familia real. Si se sabe que el rey saliente va a vivir en la Zarzuela y el rey entrante vivirá en el complejo construido en el recinto palaciego. Así, la razón social “Borbón e hijos, SL” tendrá continuidad sucesora y empresarial; el rey saliente quedará como el papa Benedicto, retirado a sus asuntos propios, a sus negocios con sus primos, los reyes de oriente, y el rey súbito podrá continuar la labor para la que fue preparado, presidir reuniones internacionales y representar la Marca España. Queda la incógnita de saber quien representará a España en el palco, al lado de Rajoy (que se fumará un  “charuto” brasileño) en el caso de que la Roja llegue a la final del mundial de Brasil, que eso, a fin de cuentas es lo más patriótico que tenemos entre manos en este momento.
El cambio en el panorama sociopolítico y monárquico originó, de forma colateral algunas curiosas actitudes. Resulta que ahora hay más juancarlistas que antes (seguramente porque siempre el indio muerto es indio bueno) y ahora lo vitorean los militares con graduación y los empresarios con subvención; los periódicos se deshacen en halagos a su figura abdicada y las encuestas, todas sospechosas, como es habitual, le dan una estimación popular que no se trasluce en las redes sociales, donde Juan Carlos sigue siendo un personaje humorístico. No hay acto en el que se presente el rey (¿o hay que decir el ex rey?) que no le hagan brindis a su reinado, y le aplaudan su retirada; se ve que lo quieren; sólo cabe esperar que en la sesión parlamentaria acaben cantando PP y PSOE aquello de “Algo se muere en el alma cuando un amigo se va”. Quedaría muy propio a la par que español. 
El esperpento, que es un género literario creado por Valle Inclán para contar historias de reinas, políticos y generales, toma cuerpo en esta ocasión con el retorno de la censura informativa. No es que la censura hubiera desaparecido desde que en el franquismo fuera una institución oficial. Simplemente se había transformado. Los que vivimos y trabajamos con las variadas censuras oficiales, desde la censura previa de los periódicos hasta la censura de Fraga (vendida por aquel entonces como un aperturismo de teta y culo) sabíamos como driblarla, canearla, meterle un gol entre líneas. De vez en cuando nos daban un palo en forma de multa por haber pasado la raya; de vez en cuando cerraban alguna revista, paralizaban alguna película. Pero era un enemigo con cara. Una vez desaparecida la censura oficial continuó viviendo una censura más peligrosa, más insidiosa, la censura de los que manejan el sistema (no es un tópico, hay un sistema y hay unas fuerzas que lo manejan, y no valen tópicos cuando sólo hay que asomarse  al mundo para verlo), la censura de los que deben favores que pagan, la censura de los que cobran los favores. Los mismos que aman al rey, ahora que se va, son los que acaban de censurar la portada de El Jueves y provocar el autodespido de varios buenos profesionales (los buenos profesionales no abdican, se despiden). La censura mental es la causa de la escasa credibilidad y peso de los medios de comunicación. Cierto es que Internet sustituye y burla las censuras, pero no guarda para los profesionales de la información el derecho a la libertad de opinión y el derecho a una información veraz; porque Internet es un foro, una plaza donde pegar el cartel o gritar las verdades. El periodismo es otra cosa y los periodistas deben ser los que escriban y difundan lo que está pasando, contra las censuras. Aunque sean chapuzas políticas. 

domingo, 8 de junio de 2014

Mudan los tiempos

Diario de Pontevedra. 07/06/2014 - J.A. Xesteira
Aquella niña de la canción (y de las páginas de sucesos) odiaba los lunes. A mucha gente no le gustan los lunes, porque suelen ocurrir cosas no deseadas y, además, te cogen con la mala leche de la semana por delante hasta la noche del viernes. Bastaron cinco minutos del lunes pasado para que el rey de España anunciara su retirada y dijera que a partir de ahora, y de acuerdo con la Constitución, sería su hijo Felipe el que iba a ocupar su puesto de trabajo. Es el único empleo del país que asegura por ley la continuidad familiar; ya quisieran muchos, no sólo mantener el trabajo hasta que ellos decidieran, sino, además, dejárselo en herencia a sus hijos. Pero en esos cinco minutos, Juan Carlos I se despidió, al tiempo que aportaba un argumento clásico, el del Gatopardo de Lampedusa (escritor, no la isla) al que siempre hay que acudir. Como en la novela ya clásica, el rey se refirió a que hay que dejar paso a las nuevas generaciones, y que los viejos tienen que retirarse; es el argumento principal gatopardiano el relevo generacional, el ciclo vital (otro rey, el león, con parecido argumento, pero sin Pumba y Timón). La disculpa es la misma que argumentó el papa Benedicto para dar paso al papa Francisco. Debe ser un signo de los tiempos, pero la realidad de las decisiones se sabrá cuando todo esto sea historia y se estudie con datos que el tiempo decante. Ahora mismo todo es un revuelto de opiniones; antes de que el rey saliera en pantalla, ya los expertos pontificaban en todos los medios de comunicación, adelantando sus opiniones y sus palabras a las palabras que el rey todavía no había pronunciado. Cuando pase el tiempo quizás sepamos más de este momento de lo que sabemos ahora, una vez que desbrocemos la hemorragia de opiniones periodísticas y la diarrea de tuiters y demás chistes de internet. Porque este es el primer rey que abdica en Twitter, y que es motivo de bromas instantáneas (el nivel de chistes sobre la situación es enorme, ¿hay tanto desocupado dedicado a mandar coñas por internet como parece?) y eso es bueno y es malo; bueno, porque el humor y las risas son saludables y relajan las tensiones en momentos trascendentales; malo, porque se corre el peligro de trivializar el momento y dejarlo todo reducido a una broma del Facebook. 
Porque la cosa tiene más importancia de lo que podría parecer, si lo dejáramos todo en manos de los medios de comunicación y las redes sociales. Estamos hablando de algo más que el relevo de un rey por su sucesor, según las leyes constitucionales de este país, las mismas leyes que los dos partidos que van a respaldar al príncipe se negaron a reformar. Estamos hablando de que la Constitución hace aguas que se resuelven a golpe de decreto y que tendrán que resolver la hipótesis de aforamiento de don Juan Carlos, una vez que ya no sea rey y que podría ser imputado (una hipótesis que a estas alturas deben estar barajando en círculos variados). El fiscal general acaba de decir que lo que no está en la Constitución no está en la vida política (se refería a la posibilidad de un referéndum sobre la República) pero en la Constitución no está contemplado el estatus del ex-rey. A estas alturas los bipartidos deben estar buscando fórmulas que ellos dos aprobarán para dejarle al rey una jubilación tranquila y forrada. 
El momento, más allá de los chistes digitales, es confuso, y las pasadas elecciones europeas probablemente tengan algo que ver con la situación. El simple hecho de que se abriera la puerta a nuevas alternativas, más jóvenes y con diferentes argumentos de los establecidos por los bipartidos, machacones en sus viejas fórmulas en las que nada era lo que se anunciaba (el centro derecha es una derecha rutinaria, que ya no oculta sus intereses coincidentes con las grandes corporaciones y el capital privado; el centro izquierda insiste en decir que son la izquierda, creer que son el centro y actuar como la derecha) indica que algo cambia. O todo cambia (quizás para que nada cambie) porque le toca el turno. Y en esta confusión del momento, en el que los nuevos parlamentarios europeos aprovechan el tirón de los votos para que eso se transforme en un recambio del paisaje interior, todo está por organizar y construir, lo único que hace falta es tiempo, serenidad, posar los arrebatos y sentido común. Por el agujero del momento entra la oportunidad de la República, pero, por ahora solo es un deseo sin reflexión, un agitar de banderas en manifestaciones populares y unas ganas de oponerse a Felipe VI (el primer Borbón fue Felipe V) y poco más; por el otro lado hay un deseo igualmente irreflexivo, de mantener el status quo de la Corona, como catalizador del orden. Con el pueblo español en danza cualquier cosa puede suceder; no olvidemos que es el único país del mundo que hizo una guerra contra los franceses para reponer en el trono a un rey absolutista, felón y traidor a su propio pueblo. Pero el asunto de fondo no es ni República ni Monarquía; eso sería un juego similar a Barça-Madrid, derecha-izquierda o ellos-nosotros; el mar de fondo es un problema mucho mayor con varios frentes abiertos: la despolitización y frivolización de la sociedad española, el dominio sin máscara de los poderes del capital y sus impunes seguidores, la necesidad de reescribir la palabra democracia y llenarla de contenido, más allá de la simple regla de juego cuadrienal para pensar que verdaderamente elegimos a nuestros representantes, y, por último, la Constitución y su puesta al día. El resto es la norma lampedusiana: cambiar para seguir igual. 
Sólo hay dos cosas que no precisan de análisis histórico. Una, que el rey decidió, como aquel personaje de una novela de Osvaldo Soriano, «abandonar la escena antes de que el espectáculo se vuelva grotesco». Y dos, que este cambio generacional nos recuerda –¡ay!– que muchos somos ya viejos en este mismo espectáculo.

lunes, 2 de junio de 2014

Deberían hacérselo ver

(Este artículo tenía que haber sido publicado en el Diario de Pontevedra de la pasada semana, pero por una avería de tipo técnico-digital, no pudo ser; como los acontecimientos sociales del país no permiten publicarlo para el siguiente sábado, prefiero publicarlo directamente en este blog)

JA Xesteira.- Dicen que las personas que padecen anorexia se ven gordas siempre, mientras que su entorno las ve cada vez más escuálidas. A los partidos políticos les sucede algo parecido; se ven democráticos, se ven abanderados de la izquierda o la derecha, o, mejor, del centro izquierda o del centro derecha, se ven audaces, con soluciones para todo, convencidos de que lo que están haciendo es la panacea a los males que amenazan a la sociedad y que suelen venir del partido enemigo o del exterior; sus políticos representantes también se ven demócratas, audaces, listos, buenos gestores, ingeniosos y rápidos en las respuestas a los periodistas y con una honradez a prueba del no-me-consta más allá de toda imputación.  El resto de los mortales los vemos como son: autoritarios y adaptados al sistema de medrar dentro de la estructura del partido, ineficaces e incapaces para dar solución a los problemas reales de cada país, promotores de una política que les viene impuesta pero que esgrimen como propia, y que no tiene nada que ver con el centro derecha ni mucho menos con el centro izquierda (realmente son de derecha económica y capitalista). La derecha española, que identificamos con el PP, pero que también es el PNV, CiU y varios grupúsculos más, aunque se autocalifiquen de liberales o progresistas o se disfracen de reina madre, sobreviven de los fallos de la parte contraria, su mérito no es más que el demérito del de enfrente. La izquierda, espacio que ocupa por rutina el PSOE, cree que hace una política distinta y más progresista (como los otros) pero que en realidad encaja en la definición dada por uno de los mejores humoristas gráficos de la prensa española, Alfons López (Publico): “Los socialdemócratas decimos que somos de izquierdas, creemos que somos de centro y hacemos políticas de derechas”. Ellos se ven así, pero desde fuera vemos que están en los huesos, que lo suyo es de tratamiento y que deberían hacérselo ver.
Pasada la ciclogénesis explosiva electoral europea (CEEE en sus siglas) todos los expertos empezaron a emitir sus opiniones (tienen materia para largo) que no coinciden con lo que preveían (lo cual les coloca en la categoría de expertos de “cajallas”, por utilizar el lenguaje de mis nietos) Posiblemente a estas alturas los grandes bipartidos están reponiéndose de los resultados, que, a pesar de saber lo que iba a pasar (los partidos siempre tienen mejores datos de los que se publican) se encuentran con que están flacos, desnudos y enfrente han surgido grupos inesperados; una izquierda nueva diferente y una derecha que pide otros caminos. Por suerte para nosotros no ocurrió como en Francia, donde la anorexia de la derecha de Sarkozy y la socialdemocracia de Hollande hicieron resurgir al patriota ultraderechista que todo francés lleva dentro, en su Vichy particular. El caso español es personal e intransferible, como el resto de los países del sur europeo. Por la parte que nos toca, encontramos que el desbarajuste del PSOE se cobra sus primeras víctimas (Rubalcaba y Patxi López) y busca a la carrera un remedio para pegar los pedazos. Como no podía ser de otra manera, Felipe González aprovecha para ningunear a ganadores modestos, como Podemos, a los que augura poca vida. Deberían hacérselo ver. Cierto que los nuevos partidos emergentes son una incógnita como no puede ser de otra manera, pero ahí están, para inaugurar un nuevo estilo: son partidos que juegan en otros terrenos, no salen en los periódicos, pero viajan a la velocidad del rayo por los caminos digitales, donde viven los jóvenes y donde se crean ahora las esperanzas, lejos de los micrófonos y de la rimbombancia de los mítines y parlamentos. Los bipartidos pueden estar preguntándose qué-he-hecho-yo-para-merecer-esto. Y si lo hacen es muestra de su anorexia. El PSOE comenzó hace años (en el felipismo de las vacas gordas) abandonando el marxismo, primero, y después todo lo demás; el No a la OTAN, la reforma laboral que permitió despidos libres y la pérdida progresiva de derechos laborales. Todo para cazar unos ratones (decía González) con gatos negros o gatos blancos. Es decir, se adaptó a lo que mandaban para poder mantener el poder. Al final le aparece un paradójico Pablo Iglesias (como su fundador) y les roba la parte más izquierdosa del asunto.
El PP, que curiosamente (o no) coincide en el desprecio por los pequeños partidos novedosos con calificativos de “frikis”, se felicita por el triunfo electoral, pero con la boca pequeña, porque alguien debería hacérselo ver: sus propuestas están caducadas, como los yogures de su candidato. De aquí a poco estará metido en muchos más líos judiciales de los que necesita. Y ya debe sentir en la nuca el aliento de grupos liberales, de centro derecha o lo que sea (caso de UPyD) que ya les están segando la hierba debajo de sus náuticos. Por encima, parte de la derecha popular europea es independentista (PNV y CIU son socios europeos del mismo grupo del PP) Fieles a su estilo se mantienen en el dontancredismo (ver diccionario de la RAE) y su sonrisa muestra la habitual prepotencia dental, mientras que sus a sus ojos se asoman las dudas y el porvenir incierto.

Las elecciones las carga el diablo y lo que parecía una consulta de bajo nivel, en la que no parecía que iba a pasar gran cosa, acabó con un cambio en el paisaje: reaparecen los viejos fascimos disfrazados de populismo en la mayoría de los países y vuelve a aparecer una joven izquierda rellena de descontentos y esperanzados. Los viejos modos tendrán que cambiar, para adaptarse a la máxima de cambiarlo todo para que nada cambie. Es preciso también un relevo de caras y una inyección de sentido común en la clase política, sobrevalorada y sobrepagada. Seguramente todo esto les importa un bledo a los verdaderos mangoneadores; el FMI y el BCE, junto con las demás fuerzas reales de la economía, sobreviven en cualquier ambiente. Todo son incógnitas desde ahora y el futuro no está escrito, pero vamos a divertirnos un poco y a cabrearnos otro poco