sábado, 25 de agosto de 2012

Mundo difícil


Diario de Pontevedra. 25/08/2012 - J. A. Xesteira
El mundo se pone cada vez más difícil para los que pululamos sobre la costra viva; bichos, a fin de cuentas si se nos ve con perspectiva cósmica o con los ojos del dios hipotético con barba y triángulo en la coronilla. Nos creemos los reyes de un mambo desafinado y pensamos que todos los avances científicos y técnicos nos dan categoría para pensar que ya lo tenemos todo solucionado. Pero, en el fondo, no somos más que el animal original, evolucionado por fuera, que padece los mismos defectos de siempre. El avance científico, las comunicaciones, la tecnología universalizada, nos ha convertido en un ser pretencioso que cree dominarlo todo y solucionarlo todo, pero no pasamos de ser ese bicho que solamente ha disfrazado los problemas y cambiado las soluciones. Y el mundo es cada vez más difícil para aquellos que, como siempre, desde que existe la especie, aguantan los mismos palos en las mismas espaldas. Es difícil ser mujer joven y cantante en Rusia (se puede ser modelo, millonaria o puta de Putin) sobre todo si tienes la osadía juvenil de tocarle las narices al zar-capo-de-mafia que preside Rusia en la casa de su más fiel aliado: la iglesia ortodoxa. La gamberrada de tres muchachas que se atrevieron a decir la verdad en la casa del dios de la KGB no pasa de eso, una gamberrada juvenil con un poco de inconsciencia y otro poco de libertad de expresión. Algo que podría salvarse con una multa y una bronca. Pero, a cambio, a las roqueras de las Pussy Riot (que podría traducirse como Revolución Púbica, por ponernos finos) las condenan a la cárcel rusa, con todo lo que eso pueden imaginarse. La ingenuidad de las muchachas queda demostrada en la letra de la canción que cantaron en la iglesia, en la que pedían a la Virgen María que fuera feminista; ignoran que a la Virgen María la secuestraron hace tiempo los religiosos y la obligan a trabajar para su propio beneficio. También es difícil ser mujer y puta en Barcelona (sería muy fácil ahora hacer el chiste de que ser hijoputa es mucho más fácil y rentable, está bien visto y se puede conseguir con esa etiqueta un acceso a puestos de importancia y retribuciones millonarias; podría hacerse el chiste, pero no lo voy a hacer por evidente). Barcelona siempre fue una ciudad llena de prostitución, es casi una seña de identidad; es la ciudad que inventó el “meublé” y la ciudad donde atracaba la Sexta Flota Americana, en la que, además, era de buen tono que los burgueses que crearon el independentismo catalán (de derechas de toda la vida) frecuentaran la vida licenciosa (se iban de putas, por decirlo de manera más ortodoxa y académica) Esta regulación que estrenan ahora contra el puterío callejero no es más que la vuelta a los valores tradicionales; gobierna la derecha catalanista y lo único que pide es el regreso a las viejas formas: hay que volver a las discretas casas de lenocinio. Se olvidan de que la Barcelona histórica no fue construida solo por los burgueses que tenían la querida en el “meublé” sino por la masa obrera y anarquista que contrataba en el Barrio Chino. Van contra la Historia. También es difícil ser en España mujer de minero, de jornalero o de obrero en general, porque ser candidato al paro tiene el riesgo de se apaleado en la calle y las mujeres están en la primera fila. Es difícil ser mujer de minero en España, pero peor es serlo en Sudáfrica. Ahí pasan directamente a viudas. El sueño de Mandela empieza a tener pesadillas, seguramente por haber tenido que tragar cenas pesadas que dejan malas digestiones. Ser mujer deportista en España es difícil, porque todavía no pasa de ser un asunto secundario y exótico; aún perviven los esquemas de que el deporte es viril y macho. El hecho de que en los Juegos Olímpicos las medallas españolas fueran cosa de mujeres no añade nada nuevo; eran medallas ganadas en disciplinas que rara vez se ven en la televisión, algunas ni siquiera sabíamos que existían y todas ellas no reciben mínima atención. A lo más son deportes amparados por grupos, amigos, localidades, clubes y por el esfuerzo personal de todas ellas. Casi todas las deportistas importantes tienen que salir de España para poder prosperar. Pero si es difícil ser mujer deportista en España, es mucho peor en Somalia; la tragedia de la muchacha que corrió los 200 metros en Pekín es doble: era deportista y pobre, y vivía uno de los peores países del mundo para ser mujer. Su muerte en una patera no es más que la consecuencia del mundo difícil que nos toca vivir. El grado de civilización (sea esta lo que queramos que sea) desaparece cuando personajes como ese congresista estadounidense (no olvidemos que es un padre de su patria) sostiene que hay mujeres que que pueden ser violadas “legítimamente”. Mundo difícil de vivir y hasta de entender. Ser hombre tampoco es ninguna ganga, aunque en la escala mundial de poder siga ocupando lugar preferente. Sobre todo si eres pobre o estás fuera de alguna ley (hay leyes para todos los gustos, aunque últimamente han aumentado considerablemente las que dependen más de dios que del sentido común: el mundo musulmán, como el americano, confía más en dios que en sus leyes). El mundo se ha puesto difícil y del revés. Si una persona como Assange decide revelar que los países de todo el mundo son, en secreto, unos delincuentes que perpetran las mayores barbaridades y juegan con la vida de los habitantes del planeta, se convierte en un perseguido. Simplemente se limitó a destapar los delitos (muchos sangrientos) que todos los países esconden y que deberían saberse y pedir responsabilidades. Como el caso del informático que destapó la lista de delincuentes que guardan sus dineros ilegales en bancos suizos (Suiza es el único país del mundo que vive exclusivamente de la rapiña universal, es el cómplice necesario de todos los delincuentes mundiales). El mundo al revés, como si los jueces encarcelaran a los policías por atreverse a investigar a los narcotraficantes. Un mundo difícil.

sábado, 18 de agosto de 2012

Sahara


Diario de Pontevedra. 18/08/2012 - J.A. Xesteira
Hace unos días, en una terraza de Pontevedra, se sentó en la mesa de al lado una joven pareja con un niño muy moreno que era evidente que no era su hijo; al instante me di cuenta de que el chaval era uno de los saharauis que cada verano son acogidos por una familia gallega. El niño hablaba el español recién aprendido y jugaba con alguna de las maravillas que sus padres de verano le habían comprado; mientras, le hacían fotos con el iPhone. Al momento, mientras quedaba sumido en el éxtasis que me producen las terrazas de bar, me vinieron a la memoria muchos recuerdos relacionados con el Sahara y con los saharauis que sobreviven en los campamentos de refugiados en el desierto de Argel. Recordé como hace años también vivió un verano en mi familia un niño saharaui, Hussein, el más pequeñajo de toda la expedición, pero también el más espabilado (a estas alturas puede que sea ministro o viva en Marbella). Recordé otras circunstancias de la lucha por los derechos de los saharauis en diferentes ocasiones. La historia de la llamada “descolonización” del Sahara, en realidad una vergonzosa escapada de los territorios coloniales, abandonados a su infortunio cuando el cadáver de Franco todavía estaba caliente, está a disposición de todo el que quiera saber en la wikipedia, así que no hay que darle vueltas a los hechos. El Gobierno español soltó las colonias, en medio de la vergüenza de todos, incluidos los militares que ocupaban el territorio, para que se lo repartieran Marruecos y Mauritania. A partir de ahí comenzó una guerra que vive en tregua indefinida y los habitantes de la ex colonia fueron forzados a vivir en el desierto de Argel. Todavía no había nacido el niño de la terraza, y la pareja de la mesa de al lado iba al instituto, cuando visité por vez primera los campamentos de la zona de Tinduf, en el año 1988, la guerra estaba en pleno vigor y en la zona no existían cooperantes ni organizaciones en la forma que después, en tiempos de paz, se desplegó como es conocido. Allí estuvimos cinco periodistas gallegos, metidos en unos land rover de origen español, capturados a los marroquíes (España le vendía armamento a Marruecos) dando tumbos por el desierto durante tres días, durmiendo al raso como en las películas de vaqueros y asistiendo a un combate nocturno; entrevistamos a algún ministro, a oficiales prisioneros y convivimos con periodistas franceses y cubanos. Por aquel entonces los saharauis esperaban que a la muerte de Hassan II variara la situación, porque su hijo –decían– no iba a durar mucho. Se equivocaron, como se equivocaron en tantas otras esperanzas. Los periodistas éramos de otra opinión; sabíamos que aquella guerra no iba a ninguna parte a no ser que las potencias mundiales tomaran cartas en el asunto. Regresé cinco años después, en tiempo de paz o de tregua larga. Volví con una caravana formada por 150 vehículos, desde Orán hasta Tinduf, escoltados por el ejército argelino. Viajábamos varios centenares de personas con buenas intenciones, aquejados todos del síndrome del misionero de izquierdas, que supone que su presencia es imprescindible y benéfica para la causa. El romanticismo y la magia del paisaje (el Sáhara es uno de mis espacios favoritos, uno de los lugares más fascinantes de la Tierra) impedían ver otras realidades. Uno de los dirigentes saharauis le dijo a una muchacha fascinada por los campamentos: “Mira, los que estamos aquí, todos, preferiríamos vivir en otro sitio, aquí no quieren estar ni los lagartos”. La evidencia de que el problema se complicaba estaba a la vista; las fuerzas de la ONU que controlaban la paz, la Minurso, y los propios soldados del Frente Polisario languidecían sin ver salida a la situación. El Sáhara era una patata caliente en los foros internacionales y nadie la quería en sus manos. Participé después en muchos foros, moderé mesas redondas y estuve en contacto con gentes que todavía confían en la solución del problema, mientras ayudan a los refugiados del desierto. Incluso viajé en una expedición rocambolesca que pretendía llegar a El Aaiun, desde Canarias en un avión cargado de periodistas, artistas y famosos y que no pasó del aeropuerto de Los Rodeos. Y el problema sigue ahí. Desde que el Gobierno español del año 1976 dejó la región hasta ahora, ninguno de los gobierno sucesivos de cualquier color y condición han hecho nada por el Sahara; ni siquiera han tratado de mantener la lengua española en la única comunidad africana que habla nuestro idioma (mientras se gastan millones en Institutos Cervantes, algunos con escasa rentabilidad). El Sahara de los refugiados parecía olvidado hasta que meses atrás volvió a los periódicos por el secuestro de dos cooperantes. Entonces se dieron cuenta de dos cosas: de su existencia y de que la zona es coto apetecible para las gentes de Al Qaeda o de los bandoleros del tercer mundo que buscan sobrevivir negociando secuestros. Hace unos días el Gobierno español ordenó a los cooperantes la retirada ante un peligro indefinido en la zona; la alarma parecía injustificada y los cooperantes regresaron. El problema parece volver a su habitual languidez. La patata caliente es ahora una patata podrida que no interesa a la comunidad internacional. Los gobiernos tienen otras cosas que hacer. Los que reivindican el regreso a su territorio original, que les fue robado, son cada vez menos; algunos se rindieron a la evidencia, otros viven en diferentes países, y los niños, como el de la mesa de al lado, ya han nacido en otro mundo, en el que la idea de un territorio propio y de una patria que rescatar puede que les resulte ajena. Las peores previsiones que hacíamos los periodistas en medio del desierto en 1988 se han cumplido. La situación de los refugiados no le interesa a ningún gobierno. Ni a la ONU. Los saharauis han pasado a engrosar las filas de los olvidados, como los haitianos y otros. No interesan y los mantienen en el no-mundo. Tenía que escribir todo esto; en cierta forma es una deuda moral que tengo con el niño de la mesa de al lado.

sábado, 11 de agosto de 2012

Una cierta falta de estilo


Diario de Pontevedra. 11/08/2012 - J.A. Xesteira
Los veranos no son lo que eran. Nunca lo fueron. Los veranos del recuerdo siempre fueron más calurosos y divertidos que los presentes. Es condición del ser humano categorizar la meteorología: este verano es el más lluvioso, el más ventoso, el más caluroso o el más frío que recuerdo. Es una norma que generalmente contradice la memoria o el dato registrado. Los veranos del pasado siempre fueron, eso sí, el momento de relajación, de despreocupación, cuando las gentes se iban de vacaciones, se disfrazaban de personaje de tebeo y sacaban la tripa cervecera a broncearse bajo una capa de aceite de protección solar. Era el momento en que hasta el Gobierno se iba de vacaciones y se declaraba por decreto ley que no pasaba nada. En los periódicos se hablaba de cosas intrascendentes, se repetía la pauta del año pasado: fiestas, verbenas, reportajes con gafas de sol y torneos de fútbol. Las televisiones sacaban las películas del armario de las series viejas. Ya no. El Gobierno no se va de vacaciones (aunque los gobernantes se retraten en atuendo “casual”) y los Medios descargan cada diez minutos una desgracia económica y social, como para amargar el veraneo a cualquiera que haya podido irse de veraneo (con cinco millones de parados la cosa no da para muchas alegrías). Así que me sumo a los que ya decidimos no ver telediarios, no leer periódicos y, en recuerdo de aquellos filósofos llamados Tip y Coll, hablaremos del Gobierno siempre la semana que viene. Ya no quiero hablar mas del Gobierno que ha mostrado su incapacidad para gobernarnos y tratar de solucionar un problema creado por todos los dirigentes de este país, recortando los derechos de los dirigidos. Ni quiero volver a hablar de los gobiernos autonómicos, provinciales, locales y hasta de pedanía, que han mostrado su afición para gastar como una pandilla de adolescentes en botellón. Ni siquiera del verano, que también ha sido recortado y nos lo han robado junto con las vacaciones. Como en el tango sabio, hay una falta de respeto, un atropello a la razón en todos este estado de cosas. Los políticos en uso tropiezan en sus propias palabras y se ahorcan en sus firmes convicciones; prometen más de lo que pueden incumplir y mienten a sabiendas de que mienten. Casi siempre ha sido así, pero ahora mismo la sociedad está asistiendo a una falta de respeto en la que ya no se guardan las formas. Se han dejado a un lado la clase y el estilo, que era algo que nos enseñaban en las viejas normas de educación (¿a dónde fue la educación?), que ya se han saltado sin el menor rubor. El índice lo han marcado esos despidos de profesores y doctores de la Universidad Juan Carlos I, que se anuncia “de Excelencia Internacional” en su página web, que se puede leer en inglés, ruso o chino, además de en español. La Juan Carlos I acaba de despedir a varios profesores ¡por cajero automático!, inaugurando así una nueva era en la modalidad de despidos y mostrando, al mismo tiempo esa falta de respeto, esa forma de humillar al trabajador que denota la carencia de educación y elegancia que se supone a una universidad formadora de intelectuales y científicos. Los profesores despedidos se enteraron que ya lo estaban cuando fueron a sacar dinero de un cajero y se encontraron con un dinero a mayores que figuraba como “indemnización por despido”. Seguramente ese es el resultado de haber convertido las universidades españolas en viveros de emigrantes; esa es nuestra gran exportación actual: ingenieros y médicos para el resto de Europa, donde escasean. Lo de la web en chino y ruso da pistas de por donde van los tiros de la Juan Carlos I. Los despidos deben ser legales, pero poco educados, faltos de la dignidad que se supone debe ser uno de los valores de la sociedad, y que todas las universidades debieran cultivar como bienes preciados. No es así, los dirigentes que nos manejan estudiaron en universidades parecidas y se les debió pegar el estilo, o, mejor dicho, la falta de estilo. A golpe de leyes inicuas decretadas a golpe de ordeno y mando hemos alcanzado cotas impensables y ni siquiera la solidaridad con los más débiles es ya una referencia; al grito de ¡que se jodan los pobres! hemos empezado a ahorrar chocolates de loros variados, sin educación, sin elegancia, sin estilo, de la forma más burda y espesa. Hemos abierto un nuevo capítulo con decisiones que comenzaron a entrenarse con el copago de las medicinas pero que ya se ha transformado en un impuesto sanitario a los “sin papeles”, una manera de humillar al paria de la tierra que sólo puede vivir de la solidaridad ajena (nos olvidamos muy rápido de cuando los españoles fuimos “sin papeles” en la emigración); también regresan viejos fantasmas que parecían caducados: los niños irán al colegio con su fiambrera y, para que se mantenga la falta de estilo, pagarán por llevarla. Y todo será legal, la maquina de las leyes no para, y en ella cabe de todo. Si este es el Estado de Derecho, convendría cambiar de Estado y de derecho. Extraño país mal educado donde podemos presumir del tercer hombre más rico del mundo, de medallas olímpicas en deportes que sólo vemos cada cuatro años; un país con políticos maleducados; con sindicalistas (¿marxistas?) que van a comer con el rey, con corbata y sonrisa, para hablar de lo mal que va todo (aunque al rey se la sude elegantemente). Pais de ministros que sentencian que “el fin –de los jornaleros andaluces- no justifica los medios –apropiarse de alimentos–”, pero el fin de ayudar a los banqueros sí justifica los medios de despedir y rebajar sueldos a los obreros. País que soporta gobernantes y políticos sin educación, faltos de estilo, y que se muestran incapaces de alegrar ni siquiera el verano. Se conmemoraba estos días el cincuenta aniversario de la muerte de Marilyn y va y se muere Chavela Vargas; dos personas con estilo y clase. Como Tip y Coll, que siempre hablaban del Gobierno la semana que viene.

sábado, 4 de agosto de 2012

Agarrar al enemigo


Diario de Pontevedra. 04/08/2012 - J.A. Xesteira
Una pandilla de amigos, de natural pacífico, tomaba unas copas a altas horas de la mañana, hace muchos años, en Madrid. A altas horas de la mañana, la naturaleza pacífica de las cosas es más bien relativa, y por un a-ver-si-miras-por-donde-vas se montó una tópica discusión de jóvenes de natural pacífico a altas horas de la mañana. La discusión se polarizó en los dos más quisquillosos, que comenzaron a darse los clásicos empujoncitos que preceden a la parte hostil. La temperatura subía por momentos y uno de los más contemporizadores trató de poner paz en la discusión, se metió en medio y agarró a su amigo, pidiendo un poco de sentido común y buen rollo. El resultado fue que el contrario le soltó al amigo agarrado un hostión que le volvió la cara del revés. Lo que siguió se lo imaginan. Aquella noche aprendí una cosa: cuando trates de poner paz y arreglar las cosas, mejor agarra al contrario y que sea tu amigo el que le suelte el hostión. El perjudicado nunca le perdonó al pacificador que le atara las manos en nombre de la paz. Y es que siempre sucede que los buenos quieren impartir el bien y creen que los malos van a jugar el mismo juego limpio que ellos; pero por su propia naturaleza, los malos no están por la labor de mantener la pureza de las reglas de juego; ellos van a ganar, no a dar ejemplo. Muchos años antes de que a mi amigo le partieran la cara por una mala estrategia, Carlos Marx, ese tipo con barba y melena que tiene su tumba en el londinense cementerio de Hightgate, había anticipado que el Capitalismo avanza inexorablemente y cuando ya ha expropiado al obrero pasa al estadio siguiente, que es la expropiación al capitalista expropiador de obreros; esta acumulación la lleva a cabo “el juego de las leyes inmanentes a la producción capitalista por medio de la centralización de capitales” (el entrecomillado es de Marx, un filósofo del que todo el mundo habla pero que pocos leyeron, ni siquiera en edición reducida y explicada como las que están saliendo estos días a las librerías, quizás por alguna razón que tiene que ver con los tiempos que corren). Marx, el tipo del cabezón con barbas, se refería a la tendencia histórica a la acumulación capitalista como una de las características de esas “leyes inmanentes” del Capitalismo. Suponía que los medios de producción se verían favorecidos por la técnica y los grandes inventos de la Humanidad, lo que no preveía es que el futuro pronto iba a contar con sistemas de comunicación tan potentes e inmediatos que harían posible el flujo de capitales en forma de números digitales e instantáneos en todo el universo mundo. Marx ni siquiera conocía el teléfono, no digamos que pudiese imaginar Internet y la posibilidad de mover la “acumulación capitalista” y sus “leyes inmanentes” desde casa y con un teléfono móvil. Entre el Capital de Marx y la pelea de mis amigos (que por cierto, perdieron por un ojo hinchado contra nada) los mercados (esa palabra que puede servir sólo para entendernos) vieron las orejas del lobo en 1929 del siglo pasado, con el famoso Crack de la bolsa neoyorkina, y para poner remedio crearon leyes contra la especulación (por aquel entonces se especulaba como máximo, por teléfono de pedir número a la operadora) para que los espabilados de turno no repitieran barbaridades financieras. Pero la tendencia histórica de acumulación de capital siguió con sus leyes inmanentes, y en los años 80 del mismo siglo, aquellos líderes tan admirados por los liberales de Chicago, como Ronald Reagan y Margaret Thatcher, acabaron por dejar vía libre de nuevo a los excesos capitalistas. El camino se convirtió en autopista para que el Capitalismo arrasara con todo, incluso fue capaz de asimilar al mundo más radicalmente comunista y convertirlo en un híbrido capitalista a medias entre el Imperio de Mongo y la Mafia del Cáucaso. Celebró la caída del muro de Berlín como un triunfo de la libertad, cuando no fue más que una anécdota económica; al instante se levantaron muros mucho más crueles: Palestina, México-USA, y, sobre todo, se presentó a los mercados como los grandes reguladores de la economía mundial, una vez que la URSS desaparecía convirtiéndose en una oligarquía personalista, y China se transformaba en un revuelto gigante de capitales poderosos con una sociedad de siervos semiesclavos. Ahora sabemos por propia y amarga experiencia que las leyes inmanentes continúan su ruta y la tendencia histórica se acelera, porque al Capitalismo ya no le interesa la producción y la plusvalía, porque la acumulación capitalista se lleva a cabo en la pura especulación instantánea de las bolsas, manejadas por compañías de dudosa legalidad, que deciden la calificación de una empresa, un banco o un país y hacen que las bolsas bailen a su antojo. Los dignos sucesores de la Thatcher y el Reagan, para solucionar los problemas creados por las leyes inmanentes, deciden bajar el déficit público reduciendo la inversión (no gasto) del dinero que nos quitan a los contribuyentes y que aportamos por medio de los impuestos para que nos solucionen nuestros problemas de tipo sanitario, social, cultural y educativo, principalmente. Somos –aunque no lo creíamos– un país pobre, con poca inversión pública, y ahora seremos más pobres, porque en esta lucha económica, nos han agarrado, aunque dicen que es por nuestro bien, y para mantener el buen rollo. Mientras, el enemigo, es decir, los que mantienen la tendencia histórica de acumular capital, disfrutan de un impuesto de sucesiones por la cara, una reducción del impuesto de sociedades de cualquier empresa, incluidas las que mayores beneficios tienen, los fondos Sicav y las ganancias especulativas son un chollo sin control, y las transacciones financieras salen casi regaladas. Eso por poner ejemplos en los que el Gobierno podrían haber hecho algo de presión económica y sacar de ese sector especulativo mucho más que lo que va a sacar de nuestros menguados bolsillos. El Gobierno nos tiene amarrados a nosotros, que somos los buenos, y el Capital nos da de hostias a placer.