domingo, 30 de junio de 2013

Un pájaro en el garlito


Diario de Pontevedra. 29/06/2013 - J.A. Xesteira
hace unos días vi «El Caimán», una película de Nani Moretti sobre –aparentemente– Berlusconi. La historia, al estilo del realizador italiano, abunda en ramificaciones habituales: los hijos, el divorcio, el cine (italiano) y el Poder; un productor de cine de serie B quiere hacer una película sobre Berlusco, con el guión y dirección de una muchacha novata y, por encima, quiere que lo financie la RAI. Moretti utiliza a Berlusconi como telón de fondo de lo que verdaderamente le interesa: Italia. Los diálogos del rodaje son realmente diálogos pronunciados por el primer ministro italiano en sus comparecencias ante jueces y cámaras de televisión. El final de la película, sin embargo, es una especie de apocalipsis a la italiana. No se estrenó en los cines de Galicia, pero debiera ser de visión obligada para la sociedad paciente y votante que se resigna al «es lo que hay». Que Berlusconi es un delincuente no hace falta ni someter a la presunción de inocencia. Los hechos, que son contumaces, lo avalan. Una figura como él solo puede emerger en la Italia de los últimos tiempos, cada vez más parecida a España en esa mezcla de tragicomedia surrealista. El primer ministro italiano, elegido democráticamente (aquí se impone un estudio de lo que puede dar de sí la democracia en países como los que nos ocupan esta historia) salió de la nada de cantante de orquestas de pueblo y cruceros a dirigir un imperio económico de más que dudosa legalidad y evidente crecimiento delictivo. Silvio era «lo que hay» en su país y les hacía gracia. En una sociedad donde tienen puntos de referencia aceptados como el Vaticano o la Mafia (en sus múltiples variedades) se acepta y se festeja que un tipo simpático como Silvio se haya convertido en supermillonario y primer ministro. Su propia vanidad le perdió; tres mujeres jueces y una mujer fiscal (la brillante Bocassini, perseguidora de la Mafia) han conseguido trincarle por su gran debilidad, las mujeres, a las que trató como putas desde su pedestal de macho triunfante. Era gracioso en los yutubes en los que salía haciendo bromas al trasero de la Merkel, a las policías del Quirinale o a las chicas de la televisión. Las mujeres lo perdieron. Ahora está condenado, por lo menos (tiene juicios pendientes) a siete años de cárcel e inhabilitación eterna. Conociendo el funcionamiento «a la italiana» es probable que Berlusconi no pise la cárcel y que la inhabilitación se reforme de aquí a unos años, pero el gracioso delincuente ya no volverá a ser lo que era. Sea como sea, es un pájaro que ha caído en su propia trampa y eso es, aunque sea eso sólo, un paso adelante, una nota de confianza en el sistema. Hace falta un pájaro español en el mismo lugar de Berlusconi, es urgente, porque la sociedad votante y paciente no puede estar tanto tiempo contemplando como se eternizan las comparecencias de «berlusconis» declarados y otros previsibles sin que entre nadie en la cárcel; haría falta una fiscal como la señora Bocassini, en lugar de una corporación como la española que ofrece la imagen de defensora de los imputados y atacante con los jueces, que parece más amiga de los que sabemos que son sospechosos más allá de la presunción de inocencia, pero que tienen en los fiscales un valedor seguro. Sé que no es cierto, que hay fiscales que trabajan para que los delitos y los delincuentes se lleven a juicio con argumentos sólidos, pero eso no es lo que se ve en los titulares de prensa. Los mismos hechos contumaces que veíamos en Italia, aquí son un disparate inexplicable e inexplicado: infantas que ignoraban que su marido manejaba más dinero que el que podía atesorar por lógica, pero que disfrutaba de los beneficios anormales de esa cantidad de dinero. Es como si un pringado en paro apareciese en casa con descapotable y su mujer lo aceptase como natural. España lleva camino de italianizarse e, incluso, superar a los vecinos. La democracia se ha reducido a una especie de olimpiada o mundial de fútbol, una competición que se celebra cada cuatro años y otorga al ganador la posibilidad de chulearse con el triunfo y hacer lo que le venga en gana. La justicia, que pocas veces coincidía con la ley, es ahora un valor a la baja, y los jueces ven como algunos procesos, que deberían ser prioritarios, se eternizan por diferentes motivos y atrancos. Mientras, los espectadores, los votantes pacientes, vemos como el resignado «es lo que hay» lo acapara todo y nadie paga por el gran desbarajuste. Por eso hace falta un pájaro de cuentas que sea condenado en ley y justicia. Uno sólo para empezar, para que podamos volver a creer que las cosas pueden cambiar y que «lo que hay» no es lo que tiene que haber, que merecemos otra cosa, aunque, como los italianos riamos las gracias de los señoritos y los Berlusconis y nos cabreen los desplantes de los más variados prepotentes, los pactos contra natura de los pasteleos políticos, la degradación del sistema sindical, empresarial y social de este país. Necesitamos que un juez (o tres juezas) y un fiscal (o una Bocassini) meta en la cárcel a alguien, que ese alguien pague por la vanidad de presumir de inocente sin serlo y por creer que se puede robar impunemente o se pueden manejar los dineros públicos a su antojo porque tienen los votos necesarios. Pero hace falta ya, antes de que el espectáculo se vuelva realmente grotesco y nos encuentre a todos en el escenario sin saber qué tenemos que decir. La crisis de la economía ya ha contaminado a toda la sociedad y el problema ya no es de dinero, sino de credibilidad, de confianza, de regreso a la aceptación de los lugares comunes (el que tiene el Poder manda y los demás aceptamos «lo que hay»). Hace falta un pájaro en panterlo para creer en algo. Postdata.- Cuando acabo de escribir lo anterior entra en prisión Bárcenas. Todavía es «presunto», pero es un primer paso.

domingo, 23 de junio de 2013

Cajas chinas y grandes remedios


Diario de Pontevedra. 21/06/2013 - J.A. Xesteira
Además de ser un instrumento musical de percusión, la caja china es esa estructura literaria que encierra una historia dentro de otra, como la caja que al abrirse tiene dentro otra igual más pequeña y otra, y otra... Es el día a día de las noticias de la vida: se abre un caso de corrupción que dentro lleva otro y otro; la vida está encerrada dentro de compartimentos que esconden la verdadera realidad del país. El Gobierno y el partido que lo sostiene se destapa cada día con una novedad presuntamente delictiva; la Monarquía, tan marinera, trata de tapar las vías de agua que aparecen todos los días; la oposición socialista se mimetiza sospechosamente con el Gobierno, para confusión de votantes y gentes del común, que no entienden donde está su derecha ni su izquierda; los políticos, en general, esconden su chata realidad detrás de palabras viejas, huecas y ya sabidas; la Iglesia Católica, la única institución que no sufrió un sólo recorte a sus prebendas mil millonarias del erario (sin justificación alguna) calla y espera que escampe. La base del futuro, de todos los futuros, que siempre han sido la Cultura y la Investigación, padecen la miseria de una sociedad secuestrada por el Capitalismo mundial, también conocido como los Mercados, que sólo podemos entender como una fuerza oculta y malvada sin llegar a comprender su funcionamiento ni la razón ni la aceptación de su poder. Acabamos de llegar al pasado y hay muestras evidentes; no sólo ya hay hambre y pobreza entre los niños españoles (los niños, que debieran ser el bien más preciado de toda sociedad) sino que la comunidad de Extremadura va a crear para remediar esa situación, nada menos que ¡una cartilla de racionamiento! (le van a llamar bono de supermercado). El mundo se ha vuelto del revés; los fiscales atacan a los jueces y defienden a los acusados (en el caso Blesa el fiscal acusa al juez de intromisión en la vida del acusado); los banqueros estafan, y ya hay sentencias al respecto que obligan a devolver dinero de preferentes a los estafados, pero no hay estafador que pague por ello y vaya a la cárcel (es el único delito con víctima y sin delincuente); la Europa maravillosa que festejamos hace años hoy sólo es una dictadura que nos dice que tenemos que vivir peor porque vivíamos por encima de nuestras posibilidades y ahora tienen que seguir viviendo unos privilegiados elegidos por encima de nuestras posibilidades. Además se sabe cuantos son: exactamente 144.600, el número de ricos que hay en este país, un 5,4 por ciento más (7.400) que el año pasado. Somos el único país en el que crecen tanto los ricos como los pobres mientras superamos los récords europeos de parados sin subsidio alguno. La ceremonia de la confusión es tal que le adjudican a la hija del rey unos cuantos solares y viviendas y después admiten que se confundieron los notarios, los registradores de la propiedad, Hacienda y el carné de identidad. Demasiada equivocación de la que nadie da explicaciones; demasiados equivocados en áreas sensibles que cobran sus buenas tasas por hacer documentos fidedignos. En este país sin pies ni cabeza, en el que cada día nos asomamos a una nueva caja china de los periódicos, con la incertidumbre de ver con qué nos van a sorprender cada día, con que nueva noticia nos van a encoger un poco más las tripas de las angustias, hay que hacer un llamamiento a los grandes remedios para estos grandes males. Hay que recortar, pero recortar de otra forma: drástica y por decapitación. Los grandes gastos de este país no están en los pequeños servicios sociales, mal pagados y de cobro lento, sino en los grandes sectores que absorben enormes cantidades de dinero sin beneficio claro para la sociedad. Lo primero es de tipo constitucional. No necesitamos dos cámaras de representantes, funcionamos perfectamente con una sola, como muchos países; así que, de un plumazo podemos eliminar el Senado, con lo cual nos ahorraremos una pasta gansa (el señor De Guindos nos dirá cuanto) y no se notará en el funcionamiento del Estado. Lo segundo, y dado su deterioro, sería eliminar la Monarquía, aunque al rey se le conceda una pensión regia. La podríamos sustituir por una república federal o como quieran, siempre y cuando no suponga cambiar la situación actual (presidente-monarca) por una estructura similar (presidente-primer ministro); una sola figura es suficiente y amortizamos un palacio, a elegir, Moncloa o Zarzuela. El Ejército, que en estos momentos atraviesa por una especie de suspensión de pagos y su situación es, en palabras autorizadas de sus responsables, insostenible, se suprime y ya está. Su función es meramente testimonial y su actuación es realmente exótica, en países como Mali o Afganistán, a los que siempre es más barato dejarlos tranquilos y a su bola (no sacamos nada en limpio de nuestra presencia en el extranjero). Hay países como Costa Rica que no tienen ejército y les va muy bien, y otros, como Suiza, que lo tienen de forma testimonial, y les va igual de bien. Podemos buscar una solución alternativa destinada solamente a absorber parte del desempleo. La iglesia católica, que disfruta de una posición privilegiada, recibiendo adelantos del dinero público que nunca devuelve y gozando de exenciones tributarias por la cara, tiene que financiarse sola, con las cuotas de los miles de fieles que dice que tiene. Y ya, finalmente, en estas propuestas drásticas, la más audaz: independencia de Galicia. En el momento de ser independientes, nos convertimos en un paraíso fiscal, como Luxemburgo, un país laico con el mayor producto interior bruto del mundo que no produce nada, simplemente recibe el dinero de todos los que quieren guardarlo en sus bancos donde su política fiscal es una eterna primavera. Nosotros, igual, además los que traigan sus capitales podrán peregrinar a Compostela y comer marisco. Si las propuestas les parecen una coña o una locura, es que no leen bien los periódicos. Las cosas que pasan en el país de las cajas chinas son mucho más locas, aunque las tomemos de coña.

domingo, 16 de junio de 2013

El ojo de 1984


Diario de Pontevedra. 14/06/2013 - J.A. Xesteira
Hace unas semanas, en los exámenes para ser diplomáticos en Portugal; el noventa y tantos por ciento de los que aspiraban a una plaza, patinaron en las preguntas de cultura general, aquello que antes se estimaba mucho y que ahora sólo pertenece al mundo de cuatro “frikis” que saben de muchas cosas que son innecesarias y, por encima, no producen beneficios. La noticia, que pillé en la televisión portuguesa en unos de esos días en que cambio de país sin darme cuenta de que estoy en sitio distinto, citaba, entre otras preguntas que ignoraban los que pretendían ser diplomáticos lusitanos, una que me llamó la atención: ninguno sabía a que correspondía la denominación de Gran Hermano y muchos lo identificaron como un programa de televisión (si, también en Portugal había un Big Brother en el que la estupidez social contribuía a que una pandilla de jóvenes vegetara en el interior de una casa, sin otro motivo que salir en televisión). Ignoraban que la pregunta aludía a la figura central de una novela “futurista” titulada “1984” escrita por el británico comunista y antiestalinista George Orwell, en la que anticipaba para ese año un futuro muy negro, en el que el ser humano, el ciudadano social, estaba constantemente vigilado por un gran ojo que todo lo controlaba, en su puesto de trabajo, en la calle, en su casa... ¿Les va sonando? Al principio me pareció que, aunque se tratase de cultura general, un diplomático tiene que tener recursos, cultura básica, cierto nivel de conocimientos literarios, históricos, artísticos..., al menos es lo que antes se suponía que era un diplomático al uso. Después me di cuenta de que los jóvenes aspirantes a la diplomacia del país vecino eran muy pequeños cuando 1984 fue el año en que se recordó la novela y, de manera harto optimista, se dijo que Orwell no había acertado con sus predicciones. En aquel año se hizo una película sobre la novela, que pasó sin pena ni gloria. Y después todo quedó en un concurso zafio y burdo de mala televisión. Los jóvenes aspirantes habían sido educados más en programas de televisión que en libros; el sistema educativo se basa más en méritos sobrevenidos (másters, posgrados, estudios en el extranjero) que en la vieja cultura general; así se hacen más competitivos y menos cultos. Aunque, al final, los méritos competitivos sólo sirven para emigrar, y la cultura general, para conversar con los amigos en la mesa del bar. El problema de escribir sobre el futuro a fecha fija es que nunca se acierta. Sucede con “1984” lo mismo que con el “2001” de Kubrick y, más atrás, con una vieja canción de los años 50, “Marcianita”, que decía que “en el año 70 felices seremos los dos”, esto era, el cantante y la marciana. Pero, de súbito, el futuro nos agarra por donde más nos duele, y el “1984” orwelliano se nos cae encima en este 2013, aunque ya amenazaba un poco antes. Acaba de aparecer un chaval, un subcontratado de una subcontrata de la CIA, la organización más paranoica del sistema capitalista, que desvela que los USA están vigilando, como el Big Brother a todo lo que se mueve en el mundo a través de todos los aparatos susceptibles de comunicarnos, teléfonos, internet, redes sociales, comerciales, todo ese vasto mundo que manejamos y del que apenas sabemos poco de sus tripas. El chaval, un tal Snowden, era uno de esos jóvenes preparados para la competitividad, que acabó empleado con uno de los contratos basura americano, en la subcontrata de la subcontrata. Pero se enteró de todo, de que la CIA nos vigila, a todos y a todo, a la busca de terroristas que amenacen a los americanos (y que nunca descubren) desde todo el mundo. Cuando termine este artículo y lo mande al periódico a través de un e-mail, habrá un tipo, o un programa, en un lugar de Minnesotta (por ejemplo) que lo analizará, por si yo o el director del Diario de Pontevedra pudiéramos incubar en nuestras cabezas un atentado contra Obama o Wall Street (por otro ejemplo). En el fondo da un punto de vanidad saberse espiado como en las películas. Por otra parte se me ocurre que este espionaje es una forma de piratería de la intimidad, lo cual pone en duda la legitimidad de cualquiera para prohibir las descargas de discos y películas. Con retraso, pero la profecía de Orwell, aquel inglés largo que combatió en la guerra de España con los troskistas del POUM, se cumple. Ya hay un Gran Hermano que nos vigila hasta los wassap de la foto del nieto, ya hay unas guerras en las fronteras, que nadie ve (excepto en las televisiones) y que condicionan el primer mundo a costa de la muerte del tercero; hay un sistema laboral (o caminamos hacia él) que rebaja la condición del trabajador como mano de obra y lo condiciona al nivel de salario cercano a la miseria. Todo esto lo preveía Orwell e ignoran los candidatos a diplomáticos portugueses (me temo que la misma prueba en España o en Alemania ofrecería similares resultados). Snowden se ha convertido en otro malo del sistema, en un proscrito; ya está en paradero desconocido y uno de estos días los USA lo acusarán de atentar contra la seguridad del país, igual que sucedió con los papeles de Wikileaks y con las filtraciones sobre las cuentas ilegales en los bancos suizos. En un ejercicio de cinismo soberano, el gobierno americano acusa de traición a los que destapan los trapos sucios y las ilegalidades de que se valen para cometer sus propios atentados (no terroristas, sino con bombardeos de mando a distancia: mueren siempre docenas de inocentes). Y si los USA espían en la red es de suponer que los rusos y los chinos también, con lo cual, a estas alturas debe haber unos atascos de espionaje cibernético de gran altura. Al final no va a servir para nada; la acumulación de información llega a saturar las decisiones. A fin de cuentas, no hacen falta terroristas en EEUU; se matan ellos solos en masacres en colegios y centros comerciales.

domingo, 9 de junio de 2013

¡Es la estupidez, imbécil!


Diario de Pontevedra. 08/06/2013 - J.A. Xesteira
Por pura casualidad vi el otro día en una cadena de televisión que no era la TVE una conversación, que no debate, dado el sentido perverso que la palabra debate adquirió desde que gritan en las distintas cadenas. La conversación era sosegada, de cuatro personas hablando (¡con conocimiento de causa!) y sin alterarse por las terribles evidencias sobre las que se trataba: la política actual y sus consecuencias nefastas en la vida de las personas. Me recordaba aquellos tiempos en que la televisión nacional era la TVE en blanco y negro y en un programa de debates llamado La Clave veíamos una película magnífica (que no era la repetición en forma de bucle infinito de la misma de policías americanos con pistola en el sobaco) y una conversación constructiva con personas que sabían de lo que hablaban. Me sorprendió gratamente, no sólo por el estilo (creo que lo manejaba ese periodista que provocaba en un programa de Buenafuente y armaba follones) sino porque se decían cosas verdaderamente importantes. Pero, sobre todo, una que me gustó, porque estaba dicha con argumentos y con evidencias: la clase política ha alcanzado un grado de estupidez en sus acciones y en sus palabras como nunca se vio. Lo achacaban a la falta de formación, a muchos niveles, que padecen los políticos y a que su único mérito consiste en ir escalando peldaños en su propio partido, a partir de las juventudes fieles a sus líderes y desde plataformas ya experimentadas. En alguno de estos escritos dije hace tiempo –y lo sigo sosteniendo– que un parlamentario español es un concejal que fue a más. Las comparaciones con los políticos de hace unas décadas no resistiría, y la estupidez se ha enseñoreado de la clase política (aquí hay que hacer la salvedad necesaria y de obligada educación de que pueden poner las excepciones que les parezcan, las hay y no en un sólo partido); como en el tango, este siglo XXI, es, como el XX, un despliegue de maldad insolente, con falta de respeto y atropello a la razón (ver Cambalache, tango del gran Discépolo). Este descenso del nivel dirigente ha provocado ya una desculturización social, una aceptación tácita de que la estupidez es lo que hay y hay que aceptarla sin criterio ni rebelión, igual que el sistema acepta todas las manifestaciones de protesta sin inmutarse ni variar. De la misma manera el idioma español, que tanto dicen defender todos los políticos (muchas veces como arma contra otras lenguas tan legítimas como el castellano) lo han deturpado hasta extremos sólo concebibles dentro de un sistema estúpido. Si hace unos días fue la misma princesa de Asturias la que habló de la utilización torticera de la lengua a cargo de políticos que quieren enmascarar con palabras lo que la realidad les niega en los hechos, ahora mismo la propia estupidez política insiste en ese lenguaje, seguramente porque el grado de depauperación cultural de la sociedad va parejo con el de la prepotencia política. Con todo el desparpajo correspondiente al que se siente parte del poder, el político González Pons afirmaba en Bruselas que ir a buscar trabajo en Europa no es emigrar, abundando en la teoría de su compañera ministra Báñez con lo de la movilidad exterior. Las reacciones son inmediatas en las redes sociales, pero, ¡ay!, ahí no pasan de ser como las manifestaciones callejeras, que se contempla desde el balcón. La estupefacción social ya ha alcanzado un grado de insensibilidad que permite a los políticos decir estupideces sin que pase nada. El grado de incultura ya ha formado a varias generaciones que atravesaron diversos planes educativos en los que la única razón de existir era la competitividad, la cantidad y los datos estadísticos. Ahora tenemos masas de jóvenes parados, emigrados, rebeldes a su manera, pero perdidos ya para la sociedad de ahora mismo. Lo que hace unos años se consideraba importante, la Cultura, se fue estupidizando y transformando en la cultura y el añadido de la Economía. Un libro es bueno si vende miles de ejemplares, las artes valen si se venden, el cine, el gran arte del siglo, se muere por culpa de la Economía, y todo se cuantifica y se valora al peso. Hace unos días la política Esperanza Aguirre, paradigma de los políticos de los que hablo, contestaba a un periodista que a ella la eligieron miles de votantes, lo cual es cierto, pero no la justifica ni la avala (al respecto se recuerda el chiste de las moscas y la caca). A veces, las estupideces de los políticos tropiezan con las de los contrarios e, incluso, con las de los mismos correligionarios. El nivel de uso de la lengua castellana es de nivel bajo, la oratoria no es el fuerte de los que aparecen en pantalla y el tono coloquial que pretenden dar a sus parlamentos es penoso. Así vemos que las estupideces de unos tienen que ser remendadas por otros. Si el gobernador del Banco de España (una entidad que, no olvidemos, respaldó todas las medidas que llevaron a la bancarrota a cajas de ahorros y dio por buenas actuaciones de bancos que ahora están en los tribunales) dice un día que hay que suprimir el salario mínimo (y se calla sobre los sueldos de los consejeros de la Bolsa, doce veces mayor que el de un trabajador) al día siguiente es la ministra Báñez la que tiene que responder que la cosa no es así, pero al día siguiente del siguiente es la presidenta del PP madrileño, la Aguirre de antes, la que, indirectamente, llama hipócrita a su compañera ministra y apoya la ocurrencia de Lindo, el gobernador del banco. Por encima de este absurdo surgen voces con un poco de sentido común, y la OIT recomienda frenar la austeridad y pensar en los ciudadanos antes que en el déficit, para que no se vaya todo a hacer puñetas. La frase de Clinton avalando la economía (¡imbécil!) ya se ha quedado en un mero aval de la estupidez. Las siglas I+D de las que tanto se presumía, se han quedado en E+P (estupidez y prepotencia) y también se presume de ello.

domingo, 2 de junio de 2013

¡No nos toquen las pensiones!


Diario de Pontevedra. 01/06/2013 - J.A. Xesteira
Acaba de reunirse un grupo de expertos para estudiar el sistema de pensiones español, uno de los mejores del mundo, como eran todos los servicios sociales de este país hasta hace poco (sin ánimo de señalar a ninguno de los dos partidos que pasaron por el poder). Los expertos son una especie animal que pueden sobrevivir a cualquier guerra nuclear o a cualquier era glacial, como las cucarachas; está científicamente demostrado. Siempre habrá expertos porque nacen de la nada; son como los críticos, los políticos o los tertulianos; no hay un título universitario para ninguna de esas especialidades, se es experto porque si, igual que se es crítico de arte o de cine porque alguien les deja publicar sus ocurrencias en un medio de comunicación (sé de lo que hablo, fui crítico de cine muchos años y tengo amigos críticos, tertulianos, políticos y expertos). Pero voy, que me pierdo; el asunto es que los expertos se reunieron para analizar las pensiones y dedujeron que perderán poder adquisitivo, conclusión para la que no hace falta ser experto. La vida en general pierde poder adquisitivo; sólo hay que echar la mirada por ahí y ver el panorama. Pero ahora, al sentenciar esos expertos la necesidad de que las pensiones se contengan, pierdan poder y se vayan ridiculizando, el Gobierno, que ya es un mero apéndice de los poderes externos (vía Bruselas) ya tiene un argumento para trabajar sobre ese asunto sin cargo de conciencia. Por encima, Bruselas, que no es una ciudad sino un ente metafísico, una entelequia, acaba de exigir la reforma de las pensiones para, a cambio, ser un poco más permisiva con el déficit español. Para entendernos, hacer más pobres a los pobres a cambio de que los números contables del Gobierno, la macroeconomía, se arreglen con permiso europeo. Todo para mantener el statu quo que permita al Gobierno disponer de dinero para sus ocurrencias (hace tiempo que los gobiernos dejaron de tener ideas, proyectos y programas, solo tienen ocurrencias y apremios obligados por situaciones deplorables que los propios gobiernos crearon y que el Capitalismo general organiza). Cuando hablamos de pensiones sin poder adquisitivo hablamos tanto de los que tienen la suerte de tener una mensualidad de dos mil euros como los que sobreviven con cuatrocientos al mes. Los espejos del vecindario donde podemos vernos los tenemos en Portugal, un país del tamaño de Andalucía, con tres millones de «reformados», que es como llaman a los jubilados; una tercera parte de la masa productiva que tiene pocos motivos para el júbilo de sus «reformas». Portugal atraviesa una situación mucho más difícil; sus grandes fortunas siguen siendo más grandes y la que era clase media hace unos años ahora tiene que acudir a comedores solidarios incluso para los que tienen trabajo. Es el espejo que refleja nuestro futuro si todo sigue igual y no surge una nueva situación que enfrente y dé la cara contra ese estado de cosas europeo, que lo intenta arreglar todo con rebajas en las inversiones (que no gastos) sociales, sanitarios, educativos y de ayuda a los pequeños empresarios que son los que de verdad dan trabajo. Bruselas, esa nebulosa de la que ya tratan de descolgarse cada vez más disidentes de todos los países en forma de partidos anti-Europa (sería un desastre, por otra parte) prefiere obligar a los países a hacer «retalhos», reformas, ajustes; para entendernos, quitar dinero a los de la banda de abajo de la escala social para que los números gordos cuadren. Ahora le va a tocar a las pensiones, que, de momento son las que mantienen a los jubilados y a sus hijos y nietos. Una vez que los hijos emigren y se «movilicen al exterior», como dijo la ministra de la Virgen del Rocío, ya no habrá por qué mantener el poder adquisitivo de los jubilados, que con poca cosa se arreglan. A título de chiste recuerdo la idea de un amigo, que sostenía que él, cuando tenga setenta y muchos años y su pensión sea una miseria, se dedicará a atracar bancos, de mañana temprano: «Si no me cogen, iré viviendo de lo que saque, y si me cogen, me meterán en la cárcel, que es como un geriátrico pero con gente más marchosa, y me tendrá que mantener el Gobierno y le saldré más caro». Bruselas prefiere la vía de hacernos pobres a los pobres y tocarnos una vez más las pensiones (y eso otro que rima), en lugar de hacer de una vez por todas una política seria y, por ejemplo, acabar con los paraísos fiscales de países que forman parte del territorio europeo, como Luxemburgo, Austria, Suiza o Mónaco, que acogen con impunidad el dinero de todos los delitos y de todos los delincuentes del mundo, de todas las mafias, de todos los defraudadores y de todos los contrabandistas. De paso podría atajar de forma fácil el descontrol fiscal de las multinacionales que obtienen beneficios con sus empresas instaladas y operativas en territorio europeo pero que tributan en el País de Nunca Jamás. Podrían, también, controlar el funcionamiento de las agencias calificadoras, en realidad especuladores poco encubiertos de la manipulación de las bolsas, cada vez más vulnerables gracias a las redes de internet. Podrían hacer otras muchas cosas para beneficio de los ciudadanos europeos, pero no lo hacen. Los gobiernos de cada país también podría hacer algo por su cuenta, sin que se lo dicte Bruselas; por ejemplo procesar a algún estafador, ya que hay sentencias que admiten que hay ciudadanos estafados por las preferentes, pero no hay nadie que sea el estafador, como si el que firmó el contrato en el banco se estafara solo. De cualquier forma, la respuesta, como muchas veces, nos la da la Iglesia Católica. El cardenal Rouco Varela acaba de afirmar en su pastoral del Corpus que «la culpa de la crisis la tiene el olvido de Dios» (textual). Con su clásica indefinición, no se sabe si es que Dios nos olvidó o que nosotros olvidamos a Dios. En cualquier caso, en este momento son millones los que sí se acuerdan de Dios, no precisamente en la forma que al cardenal le hubiera gustado, pero se acuerdan.