jueves, 25 de noviembre de 2010

La Economía es una ciencia (ficción)

Diario de Pontevedra. 25/11/2010 - J.A. Xesteira
Si midiéramos la importancia de los acontecimientos por el espacio que ocupa su exposición en los medios de comunicación y la cantidad de palabrería utilizada para aclarar y desmenuzar las noticias, tendríamos que suponer que los asuntos de las elecciones catalanas o el partido de frontón que se traen entre manos el PSOE y el PP contra la pared de fondo de la democracia son lo más importante del mundo español. Pero, honradamente, y visto lo que se comenta por los bares, y haciendo excepción redundante de los partidos de fútbol, a nadie de esta esquina borrascosa del noroeste occidental le importa quien vaya a gobernar en Cataluña o la cansina y aburrida cantinela que se puede resumir en dos frases: “La culpa la tiene el Gobierno de Zapatero” y “Ustedes lo que tienen que hacer es arrimar el hombro.” Podría ser también que al ciudadano le importara mucho lo que cuentan en esos programas en los que una rubia se altera y adelanta el pescuezo para insultar a la rubia de enfrente, mientras que por las rendijas de los micrófonos desenchufados se cuelan frases que merecen castigo. Pero no, en ese caso, lo que ocurre es que la estupidez, más concretamente, la estupidez televisada, es más contagiosa que el cólera de Haití, aunque produzca las mismas diarreas (mentales) y los mismos vómitos (de debate) Sin embargo, de lo que se supone que nos afecta en mayor medida, que es la cuestión económica, nadie sabe decirnos a ciencia cierta de que va la cosa, y me temo que nos mienten por todas partes. Y por más que me dedico a bucear en las noticias que mueven el mundo, después de esas grandes reuniones en las que todos se reúnen con todos y salen después en la foto, sigo con más dudas que antes. Y por eso quisiera compartir mis dudas, porque entre todos podemos sacar nuestras propias conclusiones. Cada cual, la suya. Cuando el mundo estaba dividido entre buenos y malos, en los viejos tiempos de la guerra fría, la cosa era fácil, había USA y URSS, que tenían como otro nombre Capitalismo y Comunismo. Y ya estaba, todo daba vueltas alrededor de esos dos conceptos, nunca bien delimitados, pero que nos servían para circular por ahí. Pero ahora, no sólo no hay guerra fría, sino que, por encima, después de estas últimas cumbres de Lisboa, los USA se inclinan hacia Oriente, que es de donde se supone que viene la Gran Economía, como los Reyes Magos. Obama y Mevdeiev se confiesan amigos y con ello, el equilibrio mundial se abre hacia una zona confusa situada en algo que se llama Asia y algo que se llama Países Emergentes, que nadie explica claramente que significa. A EEUU no le interesa Europa para nada, seguramente porque fuera de sus fronteras tienen dificultades para situar cualquier país. Pero, por otra parte, lo que queda en pie de la guerra fría, es decir, el Capitalismo, no es un bloque político social enfrentado a la maldad intrínseca del Comunismo (ruso, hay que añadir) Lo que ahora es Capitalismo, llamado Neoliberalismo, para no confundir, es una fuerza misteriosa, flotante por encima de gobiernos y empresas, es como una vieja película de James Bond, una organización secreta, sin cabeza visible, una especie de Espectra que quiere dominar el mundo; mejor dicho, que ya domina el mundo, más allá de territorios, fronteras o sistemas sociales. La realidad de esto que se ha llamado crisis, que comenzó y no se sabe donde parará, es que esa corriente depredadora de la economía mundial fluye por encima de nuestras cabezas, y le importa poco lo que pase debajo. Dos ejemplos. Uno: una empresa paradigmática, la Bayer alemana, que creó a partir de la aspirina un pueblo a su alrededor y un imperio multinacional de medicinas, anuncia que va a despedir a 4.500 trabajadores en dos años, pero que creará 2.500 puestos de trabajo en países emergentes. Dos: vemos en un telediario a un enorme pueblo en China, en el que no hay viviendas, sólo factorías en las que los obreros trabajan en régimen de nueva esclavitud, fabricando cualquier cosa que se vaya a vender en todo el mundo, sin posibilidad de salir de la factoría, donde viven, duermen, comen y (suponemos) se reproducen, sin salir de la fábrica, es el que suministra de baratijas a Occidente, fascinados todos por espejitos y cuentas de colores, en un colonialismo a la inversa, del que no se benefician los obreros chinos, sino los empresarios de aquel país y los importadores occidentales, españoles incluidos, que se ahorran tener que pagar a obreros que salen a la calle de vez en cuando para exigir derechos, cada vez más lejanos, cada vez más vendidos por los que detentan (y digo bien detentan, ver diccionario) la representación de la clase obrera. El dinero ya no es dinero, sólo un concepto abstracto cuantificado en la pantalla de un ordenador. No hay tesoro enterrado ni monedas que el avaro cuenta por la noche. Sólo hay suposiciones. De pronto alguien dice que un país es rico y al rato su bolsa sube, los bancos desbordan beneficios y todo parece el país de las maravillas. Irlanda pasó de ser un país de tercera división (“somos los negros de Europa”, decían en aquella película “The Commitments”) a ser el Tigre Celta en un abrir y cerrar de ojos. Las facilidades que daban a las multinacionales eran tantas que en diez años ya se habló de milagro irlandés. Pero en el mundo de la economía no existen los milagros, y todo se vino abajo en otro abrir y cerrar de ojos. Y entonces hay que pedirle dinero al resto de Europa para aguantar el temporal, es decir, para sostener a los bancos, que, son el origen del ascenso y la caída. Y por mucho que nos aseguren los políticos y esos misteriosos expertos mundiales que dirigen bancos nacionales, no conseguiremos entender nada. Ahora, mientras escribo esto, las bolsas castigan a España por lo de Irlanda. Son cosas que sólo entienden los que mandan en Espectra, los que son capaces de desestabilizar un país entero simplemente con un clic de ratón, ordenando el traspaso de miles de millones de una cuenta a otra, comprando y vendiendo en fracciones de segundo, gracias a que tienen informaciones privilegiadas sobre el negocio (a fin de cuentas ellos son los que generan la información). Los grandes delincuentes ya no usan metralletas ni sombrero, les basta con una línea de tarifa plana.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Sahara y Marruecos

Diario de Pontevedra. 18/11/2010 - J.A. Xesteira
El asunto del Sahara Occidental ex Español resurge de su propia ceniza cada cierto tiempo, bien por declaraciones, bien porque en algún sitio se reúnen dos comisiones para hablar, bien porque activistas españoles o saharauis organizan una huelga de hambre, una manifestación o una protesta de ilustres actores, artistas, políticos y famosos, en general. Pero nunca como esta vez el Sahara ha salido a las noticias con un motivo tan potente como esta confusa destrucción de un campamento en El Aaiun del que sólo sabemos que hay unos muertos (sin contabilizar) y unos detenidos (ídem) Desde que se aceptó el alto el fuego en la guerra que libraban el ejército marroquí y el del Frente Polisario, hace unos veinte años, esta es la ocasión más difícil de un conflicto que dura demasiado tiempo. El Gobierno de Marruecos blindó la información de lo sucedido, prohibiendo la entrada a la zona de periodistas extranjeros en general (y españoles en particular). Los ministros marroquíes salieron a las televisiones del mundo para decir que hay una campaña contra ellos, que los difaman y que los atacan sin razón. El Gobierno de España hace malabares para que no se note que las simpatías están a favor de los saharauis (como de todo el pueblo español) pero que, al mismo tiempo hay que guardar las formas con el gobierno amigo de Mohamed VI. Mientras, en Madrid, salen a la calle sindicalistas, políticos del PP y de IU (extrañas parejas) y artistas más o menos concienciados. Y, al mismo tiempo, en Nueva York, la ONU habla en un desierto de los tártaros y las dos delegaciones negociadoras se reúnen otra vez más. Y, en el fondo, pese a los buenos propósitos y la confusión del momento, pese a que cada uno aprovecha el conflicto para sumar puntos en la competición política siempre en marcha, nadie quiere ver sin filtros la realidad de una “descolonización” podrida desde su origen. Los políticos mienten a sabiendas o no dicen toda la verdad, y aprovechan la ocasión para vestirse de defensores de una causa que nunca les importó; los ministros marroquíes mienten y se les nota; los ministros españoles dicen lo que está en el guión para casos similares; la ONU habla sin que le importe mucho ni poco el asunto, y el resto de los países más o menos interesados y que podrían ejercer algún tipo de presión (entiéndase, Francia y EEUU) tienen sus propios problemas en casa y lo que pase al sur del Magreb se la trae floja. Ni siquiera los activistas, los artistas, los defensores españoles, tienen toda la razón, aunque, en su caso, les mueva más el corazón que la cabeza. Hay que recordar una vez más que el conflicto lo originó el Gobierno Español al abandonar a su suerte a los saharauis, ciudadanos españoles con carnet de identidad y pasaporte español, con seguridad social y educación españolas. De aquella chapuza descolonizadora viene este enfangado problema actual. Un problema que no se resolverá nunca y acabará convirtiéndose en otra cosa, quizás en alguna solución pactada que convenga a intereses superiores y que, como siempre, acabe por perjudicar a los ciudadanos indefensos e impotentes. Conocí el Sahara cuando estaban en guerra, viajé con otros cuatro periodistas gallegos a la zona, nos entrevistamos con el ministro de Exteriores del Polisario, convivimos en el desierto con los soldados, asistimos a un combate nocturno y hablamos con los prisioneros marroquíes. Es decir, tomé contacto con la situación desde el principio. Más tarde, después del alto el fuego, volví a los campamentos argelinos (campos de refugiados sin alambres, no lo olvidemos) con una caravana de buena voluntad, ciento y pico de vehículos que llevaban ayuda humanitaria de España; cruzamos desde Orán hasta Tinduf conduciendo una furgoneta durante tres días. Volví a ver otra realidad. Mucho más tarde participé, junto con periodistas, políticos y famosos en un intento de llegar a El Aaiun, que sabíamos imposible y no pasó de Canarias, simplemente para que hubiera una noticia que hiciera que el mundo no se olvidara del problema. Desde el principio fui escéptico, nunca creí que el problema se fuera a resolver a favor de los saharauis. Cada vez lo creo menos. El tiempo ha erosionado la situación; si en mi primer viaje había un motivo de lucha, se vivía en una mini utopía en los campamentos, en los que no había moneda y todo era compartido, en el segundo, la cosa había cambiado, la introducción de bienes materiales y moneda extranjera convertible cambia el paisaje, crea clases. Por otra parte, las nuevas generaciones carecen cada vez más del espíritu original, se globalizan, pierden los puntos de referencia en un lugar en el que no existen referencias. Y, por encima, las potencias extranjeras más directamente afectadas procuran que el problema les salpique poco; para EEUU, Marruecos es un país aliado y cliente; Francia, que bombardeó a los marroquíes con bombas de fósforo durante las guerras del Protectorado, juega una vez más a su diplomacia hipócrita. Y los marroquíes, un pueblo pobre en un país rico, acaban convertidos a su pesar en los malos de la película; saben que viven en un reino con enormes recursos que los podrían convertir en un estado europeo en África. Pero Marruecos sigue siendo una monarquía absoluta, disfrazada de democracia, y a todos les conviene que así sea. Menos al pueblo saharaui, que comenzó a perder el día en que España les dio la patada y los dejó de lado. Los hechos recientes, los muertos y los detenidos, lo demuestran; ya no se trata de combativos soldados del Polisario o activistas políticos del Sahara argelino, se trata, y es la novedad, de gentes que viven pobremente en un país rico, que son considerados ciudadanos de segunda. Y que ya nacen perdedores. Si pensamos con la cabeza fría, deduciremos que nunca van a ganar, pero nuestra obligación es dar la cara por ellos, por los que pierden, aunque sea una batalla perdida. Es nuestra obligación, la de todos, no sólo de los famosos que salen en la tele ni de los políticos que aprovechan la ocasión para ser solidarios de pacotilla.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Cuestión de educación

Diario de Pontevedra, 10/11/2010 . JA Xesteira.

Cuando la cosa política queda reducida a los índices de aceptación (teórica) de los aburridos padres de la patria que repiten sus discursos anodinos, surgen otros temas con más interés y polémica que hacen que las semanas sean otra cosa. Cuatro temas, pescados al vuelo de la prensa que podrían llevarnos a reflexiones más interesantes que los discursos de tarifa plana que emiten el PP y el PSOE para uso exclusivo de sus feligreses. Primer tema: Los apellidos.- Se les acaba de ocurrir la ordenación de los apellidos de los recién nacidos, con la nueva modalidad de que, en caso de dudas paternas prevalezca el orden alfabético, que es un orden objetivo, y ya se monta una polémica en la que, de un momento a otro, saldrán los obispos para decir que va contra natura y que el apellido que manda es el del padre. Y, claro, las televisiones se dedican a una labor estúpida y nada periodística, cual es preguntarle a dos o tres paisanos que no tienen ni idea de que va el asunto. Pero opinan con poderío, como si su opinión fuera piedra angular. Y nadie les explica a los ciudadanos que hace tiempo que los bebés pueden apellidarse como quieran sus padres, con el primer apellido del padre o de la madre, que hay libertad para el orden. Se mantenía una costumbre antigua, propia de sociedades primitivas, donde el hombre era el jefe de tribu y la mujer valía menos que una cagarruta de cabra. Así, los niños eran “hijos de” su padre, aunque la única certeza era el vientre materno, y se les ponía el apelativo de Bar o Ben, como hijo y sucesor del pastor o guerrero de turno. La madre era un accesorio, y la dinastía se mantenía incluso a pesar de leyes que originaban guerras carlistas. La iglesia católica mantiene esa fórmula, pese a que su origen es por vía materna (la Virgen era una madre de alquiler divino) y las familias nobles mantienen la línea paterna como santo y seña de su escudo. Los Perendénguez “de toda la vida” se agarran al apellido paterno, como las familias reales, por más que sus antepasados eran un prodigio de infidelidades y mezcla de sangres por vía de adulterio (ejemplo, la tatarabuela del Rey, Isabel II). En cuestiones nobiliarias hay que recordar que un conde o un duque no es más que el heredero de un delincuente que se libró de una horca merecida por apostar al rey ganador. De cualquier forma, sean bienvenidas estas polémicas que entretienen y que, a fin de cuentas, se superan con el tiempo. No es más que un asunto de educación. Segundo tema: la Ortografía.- Otra ley, esta de rango académico, pero que está por encima de lo que puedan opinar tanto los viandantes como los políticos o jueces superiores. Los reajustes ortográficos no generan polémica, quizás porque las cuestiones gramaticales nunca incomodaron demasiado a los que escribimos como nos da la gana, es decir a todo el censo de contribuyentes. Sólo (este “sólo” ya debe ser ilegal) algunos que siempre reaccionamos contra lo novedoso y seguimos escribiendo “whisky” y no “güisqui” seguiremos poniendo la Q en Qatar, acentos en truhán (parece más bandido con acento) y nos resistiremos a llamar “ye” (como la vieja chica que no se quería enterar) a la única letra con denominación de origen, la “y griega”. De todas formas sabemos que no es más que un forcejeo incruento; los niños de ahora mismo tendrán apellidos variados y ya escribirán con la nueva ortografía. Es otra cuestión de educación. Tercer tema: los políticos.- Hay una pregunta que me ronda hace tiempo. Si para cualquier trabajo exigen títulos, diplomas y conocimientos; si para ser fontanero, periodista, gasolinero o tornero-fresador hay que estar homologado y tener carné, ¿por qué cualquiera puede ser político sin que nadie le pida un conocimiento previo? Me dirá usted que la mayoría de los políticos son abogados, profesores, economistas, o cualquier título alto medio o bajo. Si, pero eso les faculta para trabajar en sus profesiones, pero lo de político es otra cosa, cualquier botarate vanidoso puede llegar a dirigir los destinos de la patria (esa frase sólo la podría pronunciar un botarate vanidoso). Y eso tiene que cambiar, tiene que haber una facultad universitaria en la que se estudie cualquier rama de la política (no se confunda con la actual carrera de Ciencias Políticas, que viene a ser una teología filosófica, nada que ver con la realidad) y que los licenciados, doctores o diplomados puedan tener el título de senador o de alcalde pedáneo. Ahora, cualquiera puede ser político, y así nos va. Ejemplo, el alcalde de Valladolid y sus pasadas declaraciones. Salieron al paso sus correligionarios, a regañadientes, porque el personaje es un cantamañanas (Cantamañanas: Persona informal, fantasiosa, irresponsable, que no merece crédito, según la RAE) y dijeron que hay libertad de expresión. Y se equivocan, la libertad de expresión implica el respeto al contrario, no decir lo que uno quiere; no hay nada más peligroso e hipócrita que ese que dice: “Le voy a ser sincero”. La libertad de expresión, algo de lo que sabemos un poco aquellos que trabajamos en la prensa en tiempos remotos (antes de 1975) no está reñida con el sentido común y, sobre todo, con la educación. Cuarto tema: el Papa.- Y, por último, el viaje de Benedicto XVI con su previsible polémica. Antes de llegar provocó con una frase en la que comparaba la España de ahora con el anticlericalismo de la República. Claro, eso cabreó a un amplio sector. Pero no hay para tanto si lo analizamos. B-16 es un metepatas. Lo hizo en varias ocasiones de las que tuvo que desdecirse. Los papas, cuando viajan, no tienen la percepción de que van a un país distinto; ellos van a su iglesia, y consideran que mientras estén entre sus fieles, están en casa. Es una cuestión de mala educación, porque no se va a la casa del vecino a insultarlo. Pero a lo mejor tiene razón y estamos en vías de conseguir ser un país laico e independiente del Vaticano. Sólo hay que dejar de darle la subvención que no rechazan nunca, aunque el dinero que trinquen sea el de todos los españoles, creyentes y no creyentes El balance de su visita fue de fracaso (si quitamos los fieles excursionistas pastoreados por el Opus, poco público se acercó al papamóvil). Puede que estemos mejorando nuestra educación religiosa y podamos separar lo del César y lo de Dios.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Circo de Difuntos

Publicado en Diario de Pontevedra. 04/11/2010 - J.A. Xesteira
casi coincidente con Todos los Santos y Fieles Difuntos (hoy más conocidos como el Jalogüín) ocurren dos acontecimientos funerarios, el de Néstor Kirchner y el de Marcelino Camacho. Los dos, multitudinarios y diferentes en su puesta en escena, me llevan a la reflexión y posterior conclusión de que lo que verdaderamente atrae a la masa, ese abstracto e indefinido grupo social, es el entierro, mucho más que los desfiles patrióticos, los mítines políticos o los conciertos de Bruce Springsteen. Sólo se pueden ver superados en fervor popular por determinadas procesiones o por campeonatos de fútbol festejados alrededor de alguna fuente. En realidad, estos dos eventos vienen a ser como un entierro, en el primer caso de algún dios, en el segundo, de los enemigos vencidos. La masa (no confundir con el Increíble Hulk) suele actuar a mogollón, y unas veces es predecible y manipulable, pero, a la mínima que nos descuidemos, avanza por sí sola, como un torrente. Y es en el momento en que fallece el famoso, el grande, el egregio, cuando se organiza, más o menos espontáneamente, para formar un circo de cuatro pistas. Es también en ese momento cuando todo el mundo habla bien del muerto, adaptándose al dicho de que “el indio muerto es indio bueno”, atribuido al genocida General Sheridan, y si en vida el famoso fue un tipo detestable, odiable o, simplemente, uno cualquiera, a su muerte se forma un desfile y todos hablan maravillas de él en la televisión. La historia está llena de panegíricos y entierros con pompa y circunstancia. Desde el famoso discurso de Marco Antonio ante el cadáver de César (versión Shakespeare) hasta la locura desatada por la muerte de Lady Di, hay todo un ritual de adoración al muerto y su circo. La masa, de pronto, sale a la calle y convierte en duelo en un carnaval siniestro. Hace años me pilló la muerte del rey de Marruecos, Hassán II, en la mismísima plaza de la Yemaa en Marrakesh, y les garantizo que aquello no era normal, la multitud formaba remolinos de dolor, con banderas y grandes gritos. Sin embargo, al día siguiente, los comerciantes del zoco abrían de tapadillo para vender a los turistas, justificándose con una frase que era fundamental: “El rey está muerto, pero yo estoy vivo y tengo que comer”. Las televisiones saben que cuando se muere un importante, tienen un espacio de primera magnitud; es el gran circo de la muerte. Lo adivinaron cuando la muerte de Diana de Gales, en donde no faltó rincón por remover, osito de peluche que retratar e, incluso, forzaron a la actuación especial de la Reina de los ingleses, reacia a participar en aquel culebrón: la muerte de unos juerguistas de fin de semana en accidente de circulación. Los muertos que un día fueron la cabeza superior de un país, ya fueran reyes, dictadores o presidentes demócratas, son otro espectáculo, porque pasan a ser Historia. Kennedy (con el añadido del balazo a la cabeza), Franco (muerto a consecuencia de partes médicos habituales) o el mismo Hassán. Sobre ellos se construye un panteón, al estilo de los faraones. Una mezquita en Marruecos, un nicho en la Plaza Roja de Moscú, el Cementerio de Arlington, el Monasterio del Escorial, o el Valle de los Caídos. Después están las tumbas de los famosos, que siempre tienen peregrinos, como la de Jim Morrison o la de Oscar Wilde, en el Pere Lachaise de París; la tumba del primero ya tiene un policía al lado, y de la escultura original ya no queda nada, sólo una piedra; en la del segundo suelen colocar poemitas en las rendijas de la enorme estatua que la corona. Pero los dos ilustres difuntos de la semana pasada fueron como la cara y la cruz del espectáculo obituario. El duelo por Marcelino Camacho fue, en realidad, una marcha de protesta, un mitin funerario, la prolongación de la huelga general, con frases históricas y la Internacional como banda sonora. Sobrio, emocional y ajustado a la figura de un personaje del que recordamos los jerseys, iguales a aquellos que solíamos llevar, tejidos a mano, para aprovechar lanas de otros jerseys viejos. Eso y la conocida frase de su colega Redondo: “Mientes, Marcelino, y tú lo sabes”. Fue un entierro sindical, como un convenio colectivo. El del ex presidente de Argentina, por el contrario, fue un espectáculo mundial. Si hubiera un cineasta con sentido documental, debería instalar la cámara fija delante del féretro y dejarla rodar; el montaje de ese material podría valerle un óscar. En un salón presidido por los retratos de Perón, Evita y el che Guevara, como un mal decorado de ópera rock (faltaba Gardel, pero no faltó Maradona, para completar el Olimpo de dioses porteños) la viuda del finado, con gafas oscuras y maquillaje adecuado, incluido el peinado siempre en su sitio, soportaba con agradecido estoicismo el paso de algo parecido al Show del Pájaro Loco: mineros con casco, arrebatadas plañideras que se desgarraban el alma en llantos, la comisión de las Madres de la Plaza de Mayo, un tenor que cantó el Ave María de Schubert, y todo el surtido de políticos extranjeros y argentinos, que se sintetizan en ese extraño partido político que va desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda y que se llama peronismo. Realmente es difícil establecer comparaciones desde fuera, y por lo tanto tendría que pedir disculpas a los argentinos, pero un circo es un circo, y ante él todos somos espectadores. Y el del difunto Kirchner no es diferente de otros grandes desfiles en los que se mezcla la muerte con el espectáculo más carnavalesco y surrealista. Dentro de unos días, ya mismo, todos los que clamaron al cielo por la muerte del ilustre andarán a otros asuntos y, probablemente estén renegando del muerto, lo mismo que lo hacían en vida, cuando las cosas pintaban mal para aquel país. Los rituales de la muerte siempre han sido un espectáculo, desde las hecatombes griegas (el sacrificio de cien bueyes, ¿se imaginan el desparrame?) hasta los grandes funerales con coros celestiales o desfiles por las calles de las ciudades, todo viene a ser lo mismo, un espectáculo. Como el del Papa en su mini gira veloz, de Compostela-Barcelona, que costará oficialmente unos cinco millones y pico de euros. Un espectáculo religioso en el que el muerto (un judío bimilenario) pasa a segundo término para que actúen los vivos.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Comparaciones odiosas

JA Xesteira. Publicado no Diario de Pontevedra, 27-Out-2010

Aveces, las noticias te saltan a la cara como un alien de película de terror de serie B. A veces, el azar, o vaya a saber qué, reúne en un mismo espacio la cara y la cruz, la mano del odio con la mano del amor. A veces, como la semana pasada, te encuentras en la misma página del periódico digital el blanco y el negro de la vida, lo que te cabrea por la banda de Laíño y lo que te cabrea por la de Lestrove, sitios donde siempre llueve poesía. Es cierto que abrir un periódico hoy (mejor, abrir las ediciones digitales a plena pantalla) es un ejercicio de autoflagelación; el mundo que contemplamos a través de ellos no nos gusta; las cosas que nos cuentan los periodistas frecuentan más la zona de la desgracia que la de la gracia. Es el reflejo de lo que ocurre en el mundo, mal que nos pese y a pesar de que lo que se nos cuenta no es, por desgracia, más que lo evidente, lo que se puede documentar sin peligro de que se acuse al mensajero de mentir o de falsear. Los periodistas saben más de lo que cuentan, pero muchas veces no se puede contar porque, como la policía, las cosas hay que evidenciarlas, probarlas y mostrarlas solamente adornadas con la verdad. Viene este preámbulo al detalle de encontrar la semana pasada dos noticias opuestas por el vértice. La primera contaba que en una aldea de Palas de Rei fue derribada la vivienda ilegal de un matrimonio en paro, con dos hijos; la casa, que comenzó como alpendre, como miles de casas del rural gallego, fue denunciada por “alguien” (en las aldeas siempre hay un “alguien” que nace de una disputa, un enfrentamiento, una pelea de tribu) y la ley actuó. El resultado final fue de un matrimonio y sus hijos en la calle, en la corredoira, en este caso, sin posibilidades de tener donde meterse más que en la casa de los abuelos. El derribo se hizo con todas las de la ley, mediante sentencia y presencia de policías, por si algún vecino levantisco organizara un levantamiento popular. No hizo falta, la pala excavadora, un artefacto que no entiende de obstáculos, aplanó la casa y la convirtió en leira. En la misma página informativa venía otra noticia en la que se daba cuenta de que el Ayuntamiento de Vigo concedió licencia a una promotora para que iniciase la legalización de las dos torres de García Barbón, de 170 viviendas y sede del Círculo de Empresarios de Galicia (Club Financiero), sobre las que pesaban dos órdenes de demolición del Tribunal superior de Xustiza de Galicia, desde 1996, por sobrepasar las alturas permitidas. Ambos casos son similares en la ilegalidad; el primero sabía que sólo tenía permiso para un alpendre, y el segundo, que se pasaba en las alturas. Ambos casos eran ilegales y en ambos casos había sentencia judicial. En el primer caso se aplicó la ley, y en el segundo se readaptó a un nuevo plan de ordenación. El resultado final es el ya sabido. Y así, usted y yo, que simplemente leemos los periódicos, ya sea en nuestro bar de las mañanas o en nuestra pantalla de ordenador, sacamos esa conclusión que está usted pensando. Y es que nos lo ponen a huevo. Posiblemente, si yo ahora dijera que hay leyes distintas, según las posibilidades económicas y el poder político que controles, que hay una ley para ricos y otra para pobres, alguien me podría tachar de demagogo, palabra que conviene repasar en el diccionario, ya que yo no pretendo lograr el favor popular con halagos para fines políticos (mi interés acaba con el trabajo de escribir este artículo.) Pero, incluso así, aceptémoslo. Posiblemente sea una comparación fácil, el pobre aldeano de Palas de Rei que se quedó sin casa por un asunto tan viejo como la propia historia del ser humano: la envidia del vecino. Y los ricos empresarios, que consiguen rescatar sus torres por algo tan viejo como la misma historia: el poder del capital. Ya sé que la comparación es odiosa, pero yo no tengo la culpa de que las dos noticias aparezcan juntas y comparables. No hay nada más obvio que la verdad desnuda, y ahí está. Corramos el peligro de la demagogia, incluso a pesar del significado de la propia palabra, que no sería el caso. Pero eso es lo que hay, y usted y yo pensamos y entendemos de cosas simples, de los hechos que son tercos y se empeñan por enseñarnos lo evidente. Y después sacamos consecuencias lógicas, mucho más lógicas que las leyes, que son enrevesadas y circulan por caminos complicados, a diferencia de la justicia que es recta e invariable. Eso podría llevarnos a otras conclusiones derivadas de estos dos casos. Sabemos que hechos como los contados hay centenares atascando las oficinas judiciales de este país, que las ilegalidades en el mar del urbanismo y la construcción son muchas, y que en ese tejemaneje de organizar el territorio y lo que sobre él se construye hay delitos perseguibles (y perseguidos en muchos casos) y sabemos que hay un amplio surtido de políticos, financieros, constructores, bancos, técnicos y demás que mueven influencias, dineros, cuotas y tantos por ciento para que los mapas urbanos varíen para gusto y negocio de unos cuantos. Lo sabemos porque de vez en cuando se detienen a presuntos implicados en operaciones con nombres de película de espías, y, además, por un simple análisis de causa y efecto: sólo hay que ver niveles de vida. También hay que decir que seríamos injustos si metiéramos en el mismo saco a todos los políticos, a todos los financieros y constructores, que por suerte todavía hay gente honrada (aunque callada y silenciosa) en este territorio. Pero el panorama es abundante en hechos como los contados. El lector sabe que hay sentencias sobre derribos que nunca se llevarán a cabo, porque los mecanismos se atascan cuando se habla de indemnizaciones a personas que viven en edificios que ya eran ilegales cuando los compraron. Es un maldito embrollo que durará años y creo que nunca se solucionará. Es la diferencia de leyes que le tiran la casa a los parados y se la legalizan a los financieros. Es lo que marca la diferencia entre la ley y la justicia; la ley la entienden los expertos, la justicia la entendemos todos.