viernes, 30 de diciembre de 2016

Resumen de olvidos

J.A.Xesteira
En el último artículo del año, igual que en los últimos periódicos del año, se suele recurrir al viejo truco de hacer balance. Hace años, cuando las redacciones trabajaban el día 31, se hacía un  periódico de circunstancias, rellenado con los resúmenes del año y cuatro cosas del día, y después, cada uno a su casa, a celebrar las campanadas. Eran tiempos en que lo importante, la información necesaria, era la que venía en los periódicos, que eran como el acta notarial; lo que no salía allí saldría al día siguiente, si era importante, y si no, no salía, y no pasaba nada. El momento actual es totalmente opuesto, en la información (digitalizada, instantánea y de difusión global) prima la cantidad sobre la calidad. Las noticias de hace cuarenta años se han multiplicado hasta el infinito y más allá. Todas valen, incluso las que antes iban al cesto de los papeles. Diría más, son esas noticias, las que no son noticia ni sirven para nada (mueren a la media hora después de recorrer el mundo de uno a otro teléfono) las que más abundan. El lector-espectador recibe a cada instante toneladas de basura que no puede ni quiere procesar. La desechará al momento, porque le va a entrar al cabo de ese momento otra tonelada más de pseudo noticias, sin valorar, sin reciclar, sin gramática ni sentido periodístico. En ese contexto no sirve de nada hacer resumen del año. La Wikipedia lo hará dentro de un momento por nosotros; sólo tenemos que dar un golpe de ratón y ya tenemos el año al por menor. El lector-espectador va perdiendo, poco a poco la capacidad de asombro, la posibilidad de conocer y de reaccionar ante lo que Antonio Machado llamó “eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”.
Por tanto renuncio a hacer balance de los muertos y vivos de 2016, de la estadística que ya no interesa a nadie. De hecho, el bombardeo masivo de noticias sobre nuestra capacidqad de recepción ha motivado que nos interesen cada vez menos cosas y que las olvidemos al instante. Y que, además, nos importe muy poco todo ese proceso. Nadie va a pedir responsabilidades a los dirigentes que nos gobiernan, desde la parroquia hasta el mundo entero por la cantidad de promesas firmadas y santificadas en grandes (y pequeñas) reuniónes y que nunca se cumplirán. Las hemos olvidado. Vale un  ejemplo: los grandes acuerdos suscritos por la ONU sobre protección del medio ambiente y la biodiversidad, firmado en Río de Janeiro en 1995 y ratificado en años posteriores, no pasa de ser un papel mojado, firmado por todos los que salieron en las fotos, pero que no ha impedido que se deforeste el Amazonas para plantar soja las multinaiconales. A nadie le importa, porque estamos entontecido e insensibilizados por la tonelada de basura informativa que ocupa nuestros gigas. Ya no nos acordamos.
¿Se acuerdan de Haití?. En ese país, el más pobre de América hubo un terremoto en 2010 que movilizó a todo el mundo; todos los dirigentes mundiales mostraron en público su apoyo y solidaridad, todas las televisiones organizaron campañas y telemaratones para recaudar fondos; se abrieron cuentas y se fletaron aviones. Fue un gran negocio para los bancos, que cobraron tasas por las cuentas solidarias, para las líneas aéreas, que movieron a sus aviones, y para los países, que aprovecharon para colocar los sobrantes de producción. Aquello se llenó de soldados y cooperantes y todo el mundo apoyaba a Haití, un cacho de isla tropical compartida con Dominicana. Este año (¿se acuerdan?) el huracán Matthew arrasó la isla y otra vez nos dimos cuenta de su existencia; entre el terremoto y el huracán, Haití no levantó cabeza: el 80 por ciento de sus habitantes vive bajo el umbral de la pobreza, y la deforestación (protegida en algún tratado) convirtió al país en un enorme solar que se deshace a marchas forzadas. Pero ya acabamos de olvidarlo.
¿Y se acuerdan del tratado aquel sobre los refugiados africanos, subsaharianos y del Magreb? Lo firmaron los paises europeos para acoger a no sé cuantos miles de refugiados (llamados desde ese momento inmigrantes) que huían de la miseria, la guerra y el hambre que, las más de las veces, estaban originadas por políticas occidentales en combinación con los ricos emiratos (que se benefician de la venta de armas y petróleo a las guerras que organizan sobre el norte africano) Recientemente, en setiembre de este año (ya ni se acuerdan) la ONU aprobó la Declaració de Nueva York para acoger a esos miles de seres humanos que andan a la deriva. Europa, después de hacerse la foto solidaria, suscribió otro acuerdo con Turquía, para que este país actuara de carcelero de los refugiados en campos de concentración. De lo prometido y de lo firmado, todo quedó en una foto hipócrita (cuando salen en las fotos de los acuerdos ya saben que no se van a cumplir) y nada más. Pero ya olvidamos todo esto, ahora nos recuerdan que los refugiados son malos y terroristas, seguramente para justificar su hipocresía con nuestra propia paranoia. No nos acordaremos de aquí hasta el final del artículo.
Por decir otro, ¿se acuerdan de todos los tratados sobre el cambio climático que se firman desde 1992 (Nueva York) y que este año se celebró en Marrakesh? Año tras año vienen alarmando con las consecuencias del cambio climático, que ahora están a la vista y dentro de poco será un peligro irremediable (este año declararon la lucha como “irreversible”, pero con gentes en los gobiernos que no se creen que el clima cambie, nunca se sabe).
Nos olvidamos de todo lo que pasa y esa baza juega a favor de los que organizan el mundo. Nos olvidamos de que firmaron un día una Declaración Universal de Derechos Humanos. Nuestra memoria es demasiado frágil. Ya ni nos acordamos de la larga lista de “operaciones” jurídico-policiales que se abren contra supuestos corruptos, desde la infanta de Borbón hasta el Bigotes. Una larga lista que ya olvidamos porque parece que nunca será nadie condenado. Pero convendría hacer memoria. Y acordarnos. Al menos en fin de año.

viernes, 23 de diciembre de 2016

Cuentos de Navidad

J.A.Xesteira
Si hay una fecha en la que se congrega más tradición per cápita esa es la Navidad. La noche de hoy es la que reúne la mayor cantidad de tópicos inventados y acumulados a lo largo de unos años (la tradición es menos antigua de lo que parece) para disfrutarlos y pasarlo bien, convirtiéndonos a todos un poco en niños y un poco en cursis. Claro que hay detractores opuestos a la Navidad, recurriendo a argumentos de peso religioso o de posturas anticomerciales y opuestas a una supuestas hipocresía bondadosa. Son posturas muy dignas, pero muy aburridas; hay mucha gente que prefiere aburrirse por oposición que divertirse por participación. El prototipo de la Navidad tal y como la conocemos ahora comienza con Dickens, concretamente con su Cuento de Navidad o Canción de Navidad, libro del que hay miles de versiones con todos los posibles dibujos, pero que conocemos mejor a través de las variadas interpretaciones en cine (desde el cine mudo hasta My Little Pony, pasando por Bienvenido Mr. Scrooge, Los Teleñecos en Navidad, Mickey Mouse, los Pitufos o la inefable Los Fantasmas atacan al Jefe) Son películas de buenos deseos, como Dickens, calificado de proto marxista, de amigo de los pobres, y en cuyo cuento navideño algunos han querido ver un denunciador del capitalismo industrial y un ataque a los adictos al trabajo. Dickens, efectivamente, estaba del lado de los parias de la Tierra y la famélica legión, que en su tiempo eran muchos los súbditos de la reina Victoria que las pasaban canutas a mayor gloria del impero y la industria británicos. Pero, ay, en su defensa del proletariado británico de niños huérfanos y abandonados, Dickens era un iluso. Escribió un manifiesto que dirigió a trabajadores y empresarios para que trabajasen juntos por la educación y la culturización de los niños británicos. El hombre iba bien dirigido, sabía que sólo la cultura y la educación pueden salvar a las sociedades. Pero, en sus obras, siempre espera que la aristocracia sea bondadosa y acoja en su seno a Oliver Twist, y que el empresariado malvado acabe por arrepentirse en Nochebuena y salve al pequeño Tiny Tim de morir por falta de seguro médico y depauperación. ¡Paparruchas!, que diría Ebenezer Scrooge, un empresario duro y moderno.
Dickens fue uno de los promotores de la Navidad como historia de unión en la nostalgia. Una época de cuentos que coincide con un cuento mágico que aparece en los Evangelios en el que hay elementos fantasmales, sobrenaturales y mágicos; una estrella-GPS que guía a unos pastores a un pesebre (“en la siguiente rotonda tomen la segunda salida hacia Belén”), y a unos magos zoroástricos hasta una aldea de una colonia romana; un ser sobrenatural que se aparece encima de las piedras y le dice a los pastores palestinos aquello de “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad” (a estas alturas ya no quedan hombres de buena voluntad ni pastores palestinos) Nuestra Navidad (me refiero a la de los que la disfrutamos y volvemos a la infancia familiar) se basa en el esquema de Dickens: la nostalgia de lo que fue, el jolgorio de lo que queremos que sea y el futuro incierto (la canción más cruel del mundo es, precisamente, un villancico, aquel de la Nochebuena que viene y se va , y “nosotros nos iremos y no volveremos más”, ni siquiera reencarnados).
La Navidad del pasado solía volver a la televisión en forma de películas clásicas en blanco y negro, con el niño perdido en Madrid y James Stewart a punto de tirarse el río. Eran Navidades con Raphael y su tamborilero (me dicen que todavía resopla por ahí) y la familia cenando pollo y bacalao con coliflor, cenas de antes de que nos hubiéramos convertido en chefs de gran importancia y sabiduría culinaria. La gente se felicitaba las pascuas con tarjetas que iban por correo y comenzaron paulatinamente a hacerse regalos (pocos) en Nochebuena y Reyes. Un mundo viejuno y desaparecido. Los empleados de Mr. Scrooge estaban afiliados a sindicatos clandestinos y tenían el empleo fijo; ni siquiera Scrooge era tan malo como en el cuento. Estos días recordaba una Nochebuena, la de 1968, con dos amigos en casa y la familia ya retirada, contemplando como tres astronautas del Apolo 8 daban vueltas a la luna y hacían fotos de la cara oculta y de la tierra con voz de Jesús Hermida en blanco y negro.
La Navidad del presente está presente en las pantallas mensajeras enviándose guasaps. La fábrica de Papa Noel en el Polo Norte fue absorbida en una opa hostil por un fondo buitre que gestiona las multinacionales de venta on line. Los enanos fueron despedidos y recontratados temporalmente (ya no fabrican juguetes, vienen de China) en Amazon para estas fiestas, después los largan a la puta calle (aviso, cuando despiden a uno no lo echan a la calle, sino a la puta calle, son matices que conviene no olvidar) Y los renos trabajan a destajo como drones para llevar las compras de internet (menos Rudolph, que es el único rojo, aunque sea de nariz) Mr, Scrooge acaba de hacer un Ere y el padre de Tiny Tim está en el paro (“Es lo que hay”, dijo). La frase del cuento: “¿Es que no hay cárceles y asilos para pobres y hambrientos?” la sustituyeron por “Estamos en la buena dirección para mejorar la economía y la creación de empleo”. ¿Los Reyes? Bien, aunque no tienen mucha magia, siempre se les ve posando tiesos en los telediarios. Dicen discursos discretos y poco más. Sosos.
El futuro no lo veo, no tengo ese don. ¿Se arrepentirá Mr. Scrooge y hará fijo en plantilla al padre de Tim? ¿Habrá bacalao con coliflor para todos? Los fantasmas del futuro son impredecibles, pero seguro que tendrán subvención del Gobierno. Es muy probable que el pequeño Tiny Tim la palme porque el seguro de su padre (en el futuro será privado) no le cubra su enfermedad. Pero a lo mejor se salva y vuelve con la frase del cuento: “Que Dios bendiga a todos”… desde alguna pantalla.

viernes, 16 de diciembre de 2016

Tres palabras


J.A.Xesteira
Hay semanas que el índice de contaminación social es notablemente alto; el reparto de tonterías per cápita a cargo de los que manejan este circo que llamamos España (así, en general) es abundante y generoso; el anuncio de cuchilladas a nuestro dinero (al público, al que administran los políticos que presumen de buenos gestores) es amenazante, por más que las leyes amparen a los cuchilleros y empobrezcan un poco más al país con total impunidad y alevosía. Si tuviera que resumir los motivos de cabreo informativo de la semana y su efecto sobre mi probada hipotensión, lo diría con nombre de bolero, en tres palabras.
Autopistas.- Otra vez van a robarme y me voy a quedar con la misma cara de tonto de siempre. A mi y a unos millones de personas que quedarán con mi misma cara de tonto. Entre todos vamos a pagar a escote 5.500 millones que el Estado anuncia que va a dar a unos bancos y a unas empresas inmobiliarias por unas autopistas construidas entre la nada y la nada para beneficio de esos bancos y esas constructoras, que ya se embolsaron sus dineros y que ahora anuncian que por las autopistas no pasa nadie que pague el peaje, cosa que ya se sabía antes de construirlas. El sistema es muy viejo, las autopistas son empresas particulares, que montan un negocio consistente en cobrar por circular por ellas, con el beneplácito y las ayudas del Gobierno de turno. Si la cosa funciona se embolsan durante años una pasta gansa, si la cosa no funciona, se las venden al Estado y aquí no pasó nada. Así cualquiera hacer negocios: si sale bien, gano, si sale mal, también. Bueno, cualquiera, no, porque si usted tiene un pequeño negocio y la cosa va mal, no va a venir el Estado a comprarle su tienda, su quiosco o su taller mecánico. Las empresas adjudicatarias de esas autopistas fantasma (las hay por todo el territorio español, yo circulé por una una vez por ignorancia y pude disfrutar del privilegio de ser el único coche en tres carriles para mi solo durante kilómetros) están formadas por aquellos bancos que una vez tuvimos que rescatar, más unas inmobiliarias que suelen adjudicarse las grandes obras del Estado. Las quiebras de esas autopistas y el pago del rescate estatal con nuestro dinero está avalado por leyes aprobadas con anterioridad, a mayor gloria de bancos y  corporaciones. Como sucedió hace meses con el pago de 1.350 millones de indemnización a la empresa del Castor por el almacén de gas que provocaba terremotos. Todo legal con nuestro dinero. En este “¡a ver que se debe aquí!” ya sabemos quienes vamos a pagar; los beneficiados: los propietarios de las adjudicatarias y los que en su día se fotografiaron cortando la cinta a mayor gloria del país.
Jornada.- Es la última moda en los últimos diseños del Gobierno: la jornada laboral conciliadora. Lo anunció la ministra Báñez, y a continuación casi todos se apuntaron a la moda. Que los trabajos acaben a las seis de la tarde, todos nos vayamos a casa y juguemos con hijos y nietos. Una arcadia feliz. Que nadie cree. Para empezar eso funcionaría si la jornada fuera de ocho horas, los salarios fueran acordes con la dignidad humana, las costumbres fueran de rigurosidad sajona y calvinista, los empresarios prefirieran menos beneficios a más estabilidad laboral, los sindicatos no hubieran entregado el fuerte apache hace años y España estuviera en Finlandia. Pero, en un país que vive básicamente del sector servicios, las empresas mantienen un sistema de turnos continuados, los autónomos ignoran lo que es el horario laboral (a la fuerza) y disfrutamos de muchas horas de luz natural para hacer compras o tomarnos unas cañas, la cosa no va a funcionar. Eso podría funcionar en paises del norte de Europa, donde se respetan los horarios, los puestos de trabajo, y donde es de noche a las tres de la tarde. El anuncio de la ministra (respaldado por varios partidos que se apresuraron a decir que eso ya lo decían ellos antes) no debe ser considerado más que como una coña del club de la comedia, un monólogo que no va a ninguna parte. Saben (y sabemos) que el país se sostiene gracias a esos horarios alargados, esos sobresueldos pagados en negro que estiran horas extras no contabilizadas, esas chapuzas en horas libres, esas duplicidades de empleos. El horario conciliador, como mucho, lo podrán cumplir los parlamentarios, el resto se busca la vida como puede más allá de las horas. Aunque repitan una y otra vez la misma frase habitual, que ya es clásica en comparecencias parlamentarias: “Con ello contribuimos al crecimiento económico y a la creación de empleo”. El crecimiento económico es únicamente sobre el papel y para la parte de arriba del pastel, la parte de abajo está quemada; la creación de empleo no merece ni comentario, simplemente eche una vista alrededor.
Rey.- El alboroto judicial montado contra los catalanistas por quemar una foto del rey tiene trazas de asunto valleinclanesco (Valle era muy dado a meterse con reyes y reinas) y berlanguiano (patrimonio nacional). No sé si la libertad de expresión alcanza a opinar con el simple gesto de quemar una foto. Acusarlos de injurias a la Corona me recuerda una multa de mediados del siglo pasado (cuya copia poseo) a un paisano por trabajar en domingo, denunciarlo el cura de la parroquia y cagarse en lo divino el paisano; la multa no tiene desperdicio: “25 pesetas por injurias al Creador”. A mi los reyes no me gustan, dicho esto sin animo de ofender, es una disposición del ánimo. Su cargo como jefe de Estado, por el sistema de herencia, me parece fuera del tiempo. Su papel como, por ejemplo, mediador en la venta de armas (corbetas de guerra)  al Estado Islámico (Arabia Saudí) me parece, cuando menos, de dudosa moralidad. Llevar a juicio a unos tipos por quemar su retrato me parece pérdida de tiempo. Si pago a escote para que viva como un rey en la Zarzuela, tengo derecho a opinar sobre el rey. Aunque sea con una foto y un mechero.

viernes, 9 de diciembre de 2016

Constituciones inconsistentes

J.A.Xesteira
Mal informado estuvo el primer ministro italiano Renzi para arriesgarse a someter a referéndum la reforma de su Constitución. Hace unas semanas contaba en estas misma páginas que los referendos son cosa que hay que hacer cuando se tiene la seguridad de ganar o la posibilidad de meterla doblada en la pregunta a refrendar. Por ejemplo, cuando Franco planteó un referéndum en 1967 sobre la Ley Orgánica del Estado que –no olvidemos– posibilitó que tuviéramos un rey como jefe de Estado, lo hizo desde la más absoluta seguridad de que se iba a ganar (los datos son evidentes, participó el cien por cien de los posibles votantes, el 95,06 por ciento votó si y el 2,47 votó no, la misma cifra que los que votaron en blanco, no hubo votos nulos; así da gusto); la inmensa mayoría de los votantes ignoraba por completo de que iba la cosa, y la propaganda se encargó de hacerles saber que votaban “Si a la Paz” ¿Quien se puede negar ante semejantes argumentos? ¿Y quien puede cuestionar la honradez y fidelidad de los resultados? Después vinieron otros referendos y otros resultados de los que hablé hace dos semanas (el de la Otan de González y el que no se atrevió a hacer Suárez sobre la Monarquia). Pero Renzi se metió en un berenjenal complicado. Puede que sea un tipo bienintencionado que tiene fe en sus compatriotas, puede que pensara que iba a ganar (eso lo colocaría en la categoría de pimpines engañados por expertos adivinadores). Pero el hombre tuvo la osadía de pedir una reforma constitucional de su país en la que, entre otras cosas planteaba la posibilidad de que el Senado pasase a ser un órgano territorial y consultivo, sin capacidad legislativa. Pero se ve que Renzi desconoce dos cosas, la primera –ya dicha- de que los referendos mejor, no hacerlos; y la segunda, que sus compatriotas, los italianos, son gente que hay que echarles de comer aparte. Si usted pregunta uno a uno a cada italiano si le gusta el Senado (Senatus Populusque Romanus) habrá una aplastante mayoría que estarían en contra (al resto se la pela) más o menos como en España, donde añadiríamos que, por nosotros, podríamos suprimirlo porque, ¡total para lo que hacen…! Pero si la pregunta se hace a través de un papelito introducido en una urna, la cosa cambia, porque los italianos, como los españoles, somos de opinar en el bar, pero cuando nos convertimos en votantes demócratas, nos sentimos invadidos por otras fuerzas que nos llevan hacia el lado oscuro.
Hablemos de los italianos. Suelo decir en las discusiones cuando viene a cuento, que Italia no existe; a fin de cuentas es un país artificial inventado hace siglo y pico, con la unión de la aristocracia del norte con la aristocracia del sur, apoyadas ambas por la burguesía y con la nota folklórico-revolucionaria de Garibaldi, que creó esperanzas entre las masas populares para después entregar la victoria al rey. Sobre el papel hay una Italia, en la realidad, no. Cuando decía esto siempre me tachaban de radical, hasta un día que el gran Umberto Eco, en una entrevista, lo dijo: Italia no existe, no ha superado la fase de reinos distintos que no se llevan entre sí. El asesinado juez Giovanni Falcone, en un libro de entrevistas sobre la Cosa Nostra, califica al Estado italiano de “un estado débil, de formación reciente, descentralizado, dividido entre tantos centros de poder (…) gobernado durante veinte años por un régimen fascista”. Un país con más gobiernos que años de vida en el que pudieron con vivir grandes políticos como Sandro Pertini o Enrico Berlinguer con payasos siniestros tipo Berlusconi. La Constitución italiana seguramente merece ser cambiada, pero si se le pregunta a los italianos en un referéndum pasa lo mismo que si le preguntamos a los españoles (¡medo me da!) No somos muy distintos, a fin de cuentas, una sociedad base de escasas luces culturales, con muy poco criterio político; países de gritones poco dados a la reflexión y al sentido común, donde triunfan (a gritos) el fútbol y la patria, muchas veces mezcladas en el mismo cambalache. Veo difícil, por ejemplo, de que tanto en España como en Italia pudiera triunfar un ecologista de izquierdas frente a un fascista como ha sucedido en Austria (país, por otra parte, de largo recorrido reaccionario).
El problema de los referendos es que contienen el máximo de decisión que puede soportar un ciudadano poco preparado; sólo hay dos respuestas: si o no; un proceso digital de circuito abierto o cerrado, uno o cero, ya no hay que pensar, simplemente decidir a cara o cruz. Apostaría a que la inmensa mayoría de los votantes italianos no se pararon a leer lo que se les pedía en el referéndum (un poco como aquel “Si a la Paz” franquista) y, desde su chulería de voto-porque-si, hicieron  lo que les dio la gana.
Renzi la cagó con vistas a la bahía (de Nápoles, bella bahía) y ahora se enfrenta a unas elecciones complicadas en las que puede pasar cualquier cosa (la sombra de Trump es larga). Y sobre su experiencia deberíamos estar al loro, porque la Constitución Española también hay que cambiarla. Esta última fiesta constitucional dejó claro que cada vez hay más disidentes y que los mismos festejantes aceptan que hay que cambiarla, aunque nadie quiere ponerle el cascabel al gato. Las Constituciones no son las tablas de la ley que baja Moisés del Sinai grabadas en piedra en una película en Technicolor. La española, en concreto, fue un reglamento necesario para ir tirando, redactada por unos “padres” (ninguna “madre”) de aquel momento. Sus derechos fundamentales, por mucho que diga Rajoy en sus buenos deseos constitucionales, son papel mojado (como ejemplo, el derecho de todo español a un trabajo digno). Hay que cambiarla antes que se convierta en un anacronismo rimbombante para poder celebrar el puente de diciembre. Hay que adaptarla a los tiempos que corren, antes de que los tiempos corran por encima de ella y la sobrepasen. Pero, por favor, no la sometan a referéndum;  cada español vestido de votante es un peligro.

sábado, 3 de diciembre de 2016

La era no es

J.A.Xesteira
Cada semana se convierte en semana temática, dominada por una noticia que puede ser la esperada o la inesperada. La pasada semana estábamos tranquilos en el Black Friday, que son rebajas importadas para vender cosas importadas (la vida se nos ha convertido en una pura importación, de cosas, de ideas y de modas que ni pensábamos que existían: todo se hace fuera, aquí queda poca cosa por hacer, aparte de trabajos serviles –sector servicios–  y cobrar el paro); estábamos en ese viernes de rebajas, cuando se murió Fidel, y al momento apareció el tema: el Comandante. A favor y en contra, luces y sombras, todos opinaron sobre el más resistente en el poder, ganado a pulso y por revolución. De lo que se dijo, para bien o mal del lugués recastado en habanero, no me paré ni a leer, por sus títulos se supone de que iba la cosa, unos lo alabaron y otros celebraron que se hubiera muerto. Sólo dos cosas; la mayor parte coincidían en apuntar que con él había acabado una era o una época o algo así, y, otra cosa, que todos analizan por lo fino lo que se va a venir para Cuba.
La era que podía representar Fidel Castro Ruz creo que ya hace años que pasó a otra vida; por lo que respecta a España, nuestra era dorada, nuestra década prodigiosa, murió con la Transición, cuando creimos que nuestro objetivo estaba cumplido y lo llamamos Democracia, votamos y nos pusimos una Constitución como un gorro de cucurucho, y nos creimos libres y felices. Ya no íbamos por ahí con barbas de Che en Sierra Maestra, y el advenimiento de la Moda Galega nos convirtió en elegantes demócratas; el Comandante y su revolución quedaron para cantar la canción del viejo Carlos Puebla y sus Tradicionales en horas de guitarreo y copas. Fidel ya no estaba de moda ni cuando Fraga desembarcó con varias horas de retraso en La Habana (año 1991) y Fidel nos cantó a los los periodistas asistentes el himno del colegio de los jesuitas en pleno palacio presidencial. Ya era sólo una figura, y nuestra era estaba acabada aunque Fidel mantuviera su presencia icónica en el panel mundial. La era se acabó cuando el Capitalismo convenció a la masa votante y sonante de manera magistral que la democracia era “eso” y que los pobres podían convertirse en ricos demócratas, simplemente con asimilarse a un modelo que ya no era de derechas ni de izquierdas, y que, debidamente amaestrados en puestos bien situados de empresas o partidos políticos, podían llegar a tener el estatus de un rico, y, con un poco de suerte, convertirse en reyes del mambo (no cubano, sino internacional). La era de las revindicaciones, de las actitudes revolucionarias que tenían a los fideles como imitación aunque fuera sólo imagen, acabaron cuando todos aquellos que pelearon por sus derechos laborales, creyeron que cediéndolos a cambio de una promesa de riqueza, serían más altos, más guapos y con un coche de alta gama. Todavía no se han dado cuenta (pero ya empiezan a experimentarlo en directo) que para que haya un Trump rico y ganador, tiene que haber millones de gilipollas pringados sin derecho a un trabajo digno y un salario acorde con la misma dignidad. A la fuerza se aprende, pero cada vez hay más Trumps y menos Fideles.
La era acabó también cuando todos aprendimos a manejar un teléfono con un un dedo y someternos a su poder. Desde él nos ordenan comprar y vender, pagar al banco (del banco nunca se cobra, siempre se paga, y además es insaciable). En él vemos a nuestros amigos que nunca vemos en un cara a cara, porque todos tenemos la mirada baja; con esa pantalla estamos conectados, y nuestra vida está ahí. Es una era que empieza y que acabó con la anterior. No sabemos por donde va a ir ni si aparecerá un día un comandante con barba para hacer una revolución contra la telefonía móvil y las redes sociales; cosas más raras se vieron y se verán muchas más. El fin de una época se dice, pero la era actual, la que supuestamente estamos viviendo, todavía no tiene carácterísticas y aunque le llamemos era digital, que sería lo más adecuado, la velocidad de cambio de los sistemas de producción, (inter) comunicación, dependencia social de la Red y control y dominio de la opinión general de la masa a través de los propios sistemas digitales, amén de los beneficios acelerados de las grandes corporaciones (convertidos en sustancia económica en abstracto, depositada en lugares inaccesibles al control público) funciona a tal velocidad que la duración de una época puede ser cosa difícil de señalizar en principio y fin.
Fidel Castro era un hombre del pasado, estaba pero ya no era; duraba, pero ya no era el hombre que mandaba parar, porque la diversión se había trasladado de La Habana de Batista y de la mafia americana al mundo entero. Su esquema revolucionario que, pese a sus detractores, organizó una sociedad culta y básica en una zona de difícil tratamiento (la América de habla española y portuguesa es todavía un problema de difícil solución) puede seguir vigente por muchos años tanto en Cuba como en los países americanos. Pero –y ahí entra el segundo aspecto de los debates de estos días– adivinar su futuro es inútil. Los comentaristas y debatidores televisivos de estos días hicieron sus vaticinios sobre lo que va a pasar en Cuba después de Fidel, y sus opiniones me recordaron a los adivinadores televisivos de las madrugadas de insomnio, esa especie de frikis brujos que se ve a las claras que se están inventando futuros para pardillos desesperados que no saben que hacer con sus amores, sus familias o sus trabajos. El mundo va tan rápido que las eras y las épocas pasan al instante y el futuro es un visto-no-visto. La Historia, que debía absolver a Fidel, no es más que un conjunto de verdades, medias verdades y mentiras, en proporciones variables, depende de quien la escriba, y según esté en Miami o en La Habana.

sábado, 26 de noviembre de 2016

Indios muertos y tiros por la culata

J.A.Xesteira
La historia funciona siempre hacia atrás, sin efecto retroactivo. Sabemos ahora lo que pasó cuando, en su momento, lo que pasó se perdía entre un barullo de tontilocos emborronando la actualidad, cuando no en un desgarro de muertos y confusión de pueblos enteros. Ochenta años después de la guerra española todavía hoy se busca claridad entre la desinformación que padecimos durante el dominio de los vencedores. Cuarenta años desde la Transición y todavía quedan basuras debajo de las alfombras que reaparecen para poner en su sitio y bajar de la peana a los que en su día presentaron el tránsito a la Democracia (a esta democracia, porque democracias hay muchas, pero todas son la auténtica) como al Santo Grial y a los que vivieron de ella, con ella y gracias a ella, como los caballeros de la Tabla Redonda. La historia la reescribimos con el paso del tiempo, porque en el presente la vida, como decía Shakespeare, es un cuento relatado por un idiota, un cuento lleno de ruído y furia, que no tiene ningún sentido. En el futuro no hay historia, allí nos enteraremos de lo que está pasando ahora mismo entre ese ruido y esa furia que nos cuentan miles de idiotas desde sus teléfonos. El presente sólo sirve para enterarnos poco más o menos como fue el pasado, sorprendernos con los descubrimientos, aclarar ciertas verdades monolíticas y darnos cuenta de que el presente siempre está lleno de unas pocas verdades, muchas medias verdades y muchísimas mentiras que iremos desbrozando para que en el futuro, bien nosotros o nuestros hijos, conozcan que cada presente es una estafa. El anecdotario de la historia actual, que nos parece importante, será sólo olvido con el paso del tiempo; las controversias por la muerte de Rita Barberá, una noticia hinchada para contribuir al ruido y la furia, entre lágrimas de cocodrilos que primero la soltaron como lastre electoral y gestos de repulsa innecesarios, no serán dentro de poco tiempo más que puro olvido. En cada momento, todos los indios muertos son indios buenos, como decía aquel general yanqui, pero después de las pompas, la memoria los pierde. Los muertos no son opinables ni homenajeables (una tendencia muy española de teatralizar las necrofilias)
La Historia vuelve sobre sus pasos cuando aparece la tumba del faraón o un hueso de neardental. Con cuarenta años de distancia nos acabamos de enterar que los españoles de la Transición éramos republicanos, pero que Suárez rechazó la posibilidad de un referéndum sobre la monarquía porque era preferible tener la fiesta en paz con un rey organizado por Franco, que una república organizada por los pactos de la Moncloa. Ahora podemos imaginar una ucronía en la que Juan Carlos viviera en un exilio de Estoril y las elecciones de 1977 fueran para elegir al presidente de la República. Ahora se retoman los viejos agravios sobre el pasado, muchos se sienten estafados; muchos nos sentimos estafados con aquella Transición y aquella Constitución, en aquellos tiempos de pactos y pasteles. Incluso los que en aquel tiempo usaban patucos y pañales. Pero ya dije al principio que la Historia no tiene carácter retroactivo.
Para muchos el descubrimiento de ese “off the record” en una entrevista de Suárez es una traición; seguramente para los que creen merecer una repúbica en lugar de una monarquía; pero si repensamos aquel pasado debiéramos tener en cuenta que los que se oponían al Rey no eran solamente los de izquierdas (de aquellos tiempos, hoy reciclados en otras cosas) sino también gran parte de la derecha y, sobre todo, la extrema derecha, que añoraban la dictadura reciente (la dictadura, para ellos, era como los indios muertos) Pensemos que Franco, que era contrario a la República y comenzó una guerra en nombre de un rey, después se sintió a gusto en el papel de rey, pero sin corona, sin carroza real pero bajo palio en las catedrales. Al final, incluso, se hizo enterrar como un faraón, en un valle, más allá del panteón de los reyes y más alto, con la cruz de todas las cruces. Consiguió controlar más o menos a los suyos, una caja de surtido navideño, que aceptaron sus ocurrencias siempre y cuando no fueran más allá que eso, ocurrencias del Jefe. Pero a Juan Carlos nunca le tuvieron simpatía, y, si por encima el rey gobierna una democracia, mejor la república y luego ya veremos.
Supongo, porque ahora todo es suponer, que Suárez se lo pensó y evitó que los votantes de hace cuarenta años, de repente, hicieran el chiste de echar al Rey, más que nada por hacer unas gracias. Conciencia republicana había la justa; ignoracia política, bastante; ganas, reprimidas por décadas, de que todo cambiara, muchas. Así que Suárez se ahorro los gastos y Juan Carlos aprovechó el mandato de Franco y su referéndum para quedar “como un rei nunha cesta”, con un presidente de Gobierno que manejaba bien el tema. No vale ahora lamentarse; si hicieron bien o mal ya no importa. Son indios muertos y en aquel presente –no lo olvidemos– también nosotros tuvimos arte y parte.
Los referéndum, como las armas los carga el diablo y los tiros suelen salir por la culata y matar al que dispara. Tenemos el ejemplo reciente de Colombia y su proceso de paz, que basta que un ex presidente se ponga en plan coñazo para que le chafe los planes al gobierno y a los insurgentes; referéndum para independencias los hubo (Escocia, Quebec) y sus resultados no animan a los catalanes a consultar al paisanaje; se aprobaron Constitución y estatutos de autonomía que no gustan a nadie ni ahora ni entonces; se entró en la OTAN de la mano de un presidente que decía que era anti OTAN. Así que, vistas las cosas, no hay que rasgarse las vestiduras porque Suárez hiciera una típica jugada de tahúr. Será mejor que, si viene en un futuro una República, pues que venga, pero por su pie. Suárez sabía lo de las armas cargadas por el diablo, y el rey sabía en plan familiar lo de los tiros por la culata. Que la Historia continúe.

martes, 22 de noviembre de 2016

Pendientes de las pensiones

J.A.Xesteira
Desde hace años vengo contemplando junto a muchos de mis colegas el acelerado deterioro de los Medios (prensa, radio y televisión, con el añadido de las redes sociales, todavía en un sinvivir existencial como medio) en sus tres dimensiones básicas que les dan su razón de ser: informar, formar y entretener. Hace unos días hubo un bombardeo no exento de hipocresía, a causa de la venta de un piso protegido por un concejal madrileño; una noticia de tercera división que no merecería más de una columna a pie de página en condiciones normales. Tengo que admitir, por tanto, que no vivimos en condiciones normales, y los medios que atacan duramente a una noticia de tercera, deben ser los mismos que pasaron de puntillas como el lago de los cisnes sobre aquella venta de Ana Botella de 1.860 pisos sociales a un fondo buitre, con aparición en medio de su hijo, el pequeño Aznar (¿que habrá sido de aquella supuesta ilegalidad municipal?). Los que amamos para nuestro mal la profesión de periodistas asistimos a la manipulación (pagada, suponemos y sospechamos, a veces con conocimiento de causa) de la masa informativa diaria, en la que se juntan carencias profesionales, desidias mal pagadas y de contrato basura y la imposición directa de los intereses de cada medio, camuflada muchas veces como “la línea”. Lo mismo que se aplica a la noticia del concejal se puede aplicar a la información sobre el cambio climático, un terreno en el que la inmensa mayoría de los profesionales no sabe más que lo que viene en la red, pero que, debidamente “instruidos” son capaces de crear una información alarmante sobre el peligro de tsunamis en la costa sur de España (ver informativos de televisión de estos días pasados).
En ese punto circula algo mucho más peligroso, a todas luces manipulado y dirigido, que es el tema de las pensiones de jubilación, viudedad, incapacidad laboral y cualquier otra que se me escapa y que son un derecho de los ciudadanos de este país (por lo menos de este país). Las últimas noticias señalan que la caja de las pensiones está, por obra y gracia de los gobiernos que votamos y padecemos, enflaquecida y que pueden peligrar las pensiones del futuro inmediato, porque las contribuciones de los trabajadores (con sueldos miserentos y contratos relámpago) no dan para llenar de cotizaciones lo que se quita para pagar. Así las noticias son alarmantes, como el peligro de un tsunami: en Galicia ya solo hay un trabajador cotizante por cada pensionista cobrante; el sistema de cobro de pensiones a base de echar mano a la llamada caja de la Seguridad Social se acaba, avisan. Y con  eso llega el miedo, sobre todo para los pensionistas incipientes o a punto de jubilarse. Y llega el miedo a las familias (más de las que parece y que nunca se contabilizan) que dependen de la pensión del abuelo o del difunto padre y marido.
Ignoro si esta mentira (porque es eso, una mentira) está manipulada y dirigida o, por el contrario, es producto de la ignorancia. En cualquier caso creo que estamos jugando con cosas de comer, y con eso no se juega. La repetición de una mentira, la insistencia en los medios en presentar el peligro del sistema de pensiones, puede tener un sospechoso fin: preparar a los ciudadanos, de un tiempo a esta parte en estado catatónico, para un cambio en la forma de cubrir las pensiones, bien derivándolas al sector privado (como tantas cosas “externalizadas”) o bien para meterle un recorte por el bien de Europa. En cualquier caso sería una maniobra ilegal y, además, injusta.
Las pensiones no son un contrato con un gobierno ni con una empresa, son un pacto del ciudadano con el Estado, que es el garante de nuestra contribución; esa es la base de un sistema democrático y moderno. Los que comenzamos a cotizar en el franquismo y seguimos cotizando en los gobiernos posteriores hasta éste, cobramos la pensión del Estado Español, no del gobierno eventual y gestor del momento. Sucedió que hasta hoy el sistema funcionaba reciclando las cotizaciones de la masa laboral, que, con sus derechos (contratos indefinidos, sueldos dignos y demás) llenaba el peto de ánimas de la Seguridad Social, y de ahí se pagaba a los jubilados, que, además, duraban mucho menos que los de ahora. Pero los grandes economistas (como el imbécil de Clinton, que creía que la Economía lo era todo) pensaron que, para que las grandes corporaciones multinacionales se forraran, lo mejor era que los salarios fueran una porquería y los contratos como las hamburguesas del macdonald, y con eso, las cotizaciones fueron adelgazando, muchos obreros corrientes tuvieron que hacerse autónomos para ahorrar a su empresa y la caja de los ahorros sociales se depauperó; y lo peor es que todo esto se hizo con la imposición de Europa, el beneplácito de los gobiernos españoles y la indiferente apatía de los ciudadanos de este país, que se agarraron al “¡Es lo que hay!” como si fuera una maldición del cielo. Ni siquiera el recurso de los planes de pensiones funciona, son una trampa bancaria como otra cualquiera, de escasa rentabilidad (afirmación de la patronal del sector)
Las pensiones están por encima de los gobiernos y si el sistema actual no es competente, en un país de tantos parados, hay que cambiarlo. Por ejemplo pordríamos suprimir lo que gastamos en la OTAN, un organismo de nulo beneficio; o lo que el Estado le paga a la Iglesia Católica, y cambiar el sistema y que sean los católicos los que paguen a su iglesia la cantidad que quieran y lo deduzcan posteriormente; o hacer que las multinacionales paguen sus impuestos aquí y no en Irlanda.
Todo esto pasa en los Medios que nos forman e informan. Cierro con una frase del siglo pasado: “Los periódicos capitalistas van tan por delante de la noticia que ya saben esta noche lo que pasará mañana, pero nunca se enfrentan al problema de informar a sus lectores de lo que de verdad saben sobre lo que pasó ayer”. (Woody Gutrhie, cantante crítico, legal y libre -1912-1967)

sábado, 12 de noviembre de 2016

¡Alá eles!

J.A.Xesteira
Se cumplió el vaticinio de los que preveíamos, más en plan de coña que otra cosa, que Trump iba a ganar, aunque nadie pensaba en ello como posible (error, todo lo que puede ser imaginado puede suceder). El viejo aforismo de que “la democracia es un sistema político por el cual cualquier imbécil puede estar en la Casa Blanca (o Rosada o Tinta) y para muestra, el actual presidente”, se ha cumplido; el chiste lo decían cuando gobernaba Ronald Reagan, el hombre que no recibió a John Balan. La norma es que los grandes estrategas nos expliquen quien va a ganar y por qué, y después nos explican por qué no ganó; con Trump se cumplieron todos los requisitos sobre el tópico de no acertar las encuestas; es el paso automático del Gran Vaticinio a la Gran Cagada. Donald gana, Hillary pierde, no tiene más tripas la cosa. Los americanos lo quisieron así. ¡Alá eles!.
Desde que tengo uso de razón periodística escribo cada cuatro años sobre el nuevo presidente, y ya llevo unos cuantos. Casi siempre se reproducen los mismos titulares, se habla de triunfo histórico; el anterior fue de un presidente negro, ahora convenía una mujer, por aquello de las minorías oprimidas, y posiblemente después le tocaría el turno a un gay, pero se coló por el medio un empresario chabacano, un villano de cómic clásico, a medio camino entre malo de Dick Tracy o de Batman, una caricatura en sí mismo, el auténtico Payaso Diabólico. Su triunfo provocó una partición digna de una tesis doctoral: todos los políticos que lo odiaban como malo de película tienen que tragarse su sapo particular y darle la enhorabuena por su triunfo; y todos los que se ven reflejados en él lo elevan a los altares democráticos y ven en su triunfo el camino que los llevará al poder. Me refiero en los primeros a los mandatarios que han cantado “es un muchacho excelente” a regañadientes y desafinando, con las coletillas de “esperamos seguir trabajando con su gobierno en la paz y la seguridad mundiales”; los segundos, la derecha fascista y nazi, enmascarada de patriotas auténticos (¡fuera inmigrantes!) que lanzan las campanas al vuelo: “¡Es uno de los nuestros y manda en el país más poderoso del mundo!”
Será interesante ver el paso de los días, cuando se aclare la polvareda y las euforias y cabreos se amansen. Por supuesto, el mundo no se va a hundir, se encabronará un poco más, pero esa es la trayectoria de estos tiempos. Estos días se habla a trompicones en los Medios, se utilizan incluso palabras a conveniencia y con la tendenciosidad que marca cada empresa, se saca la palabra “populismo” para después utilizarla como simil en España contra los que no nos gustan; Trumpo no es un populista, es otra cosa, un emperador económico, que son los emperadores de ahora mismo, sean rusos (Putin) o árabes (Arabia Saudí, auténtico Estado Islámico). Porque las elecciones democráticas americanas son otras cosas. Primero, un gran negocio de Wall Street; es significativo que un par de horas después de conocerse los resultados, mi banco me envíe (¡a mí, un pringado de cuatro perras!) una nota especial sobre la victoria de Trump, y me recomienda no mover mis inversiones porque la cosa es incierta. Les hice caso: no moví todas mis inversiones que no tenía. Todas las valoraciones políticas pasaron sobre temas económicos, porque parece que es eso de lo que se trata después del triunfo trumpista, al que califican de triunfo de la incertidumbre. Cada país queda como la nota de mi banco, a la espera, porque las empresas no viven de producir cosas y venderlas, sino de vender su alma a las financieras americanas. Más crudo lo tienen en México, que creen que no pasará nada porque los USA son uno de los pocos clavos ardiendo que tienen a su alcance (“¡Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos!”, decía Porfirio Díaz). Las elecciones americanas son mucho más complicadas que las españolas, no las entenderíamos (ellos tampoco), y no es voto directo, sino que se pierde por unos caminos en los que mandan gentes con dinero; dicen que el voto de Trump le llega de los pobres, blancos, incultos y racistas, que creen que con el triunfo del Gran Rubio serán ricos, blancos, incultos y racistas. Acertarán en todo menos en lo de ricos, porque si los pobres dejan de ser pobres los ricos dejarían de ser ricos, y eso es un contradiós capital.
Todo este escándalo momentáneo se ira aplacando, y personajes como Trump los hemos visto y padecido al mando de países variados. No hay nada nuevo bajo el sol, pero veremos cosas que no se veían antes. Será interesante ver como será la relación de España (somos aliados en la OTAN, no lo olvidemos) con el nuevo gobierno, más allá de los negocios empresariales.
Nadie en el mundo mundial aprenderá la lección, y la masa, la gran masa electoral que vota a Trumps, y antes votó a Berlusconis y un etcétera a rellenar por cada uno, según le apetezca, seguirá mostrando su simpatía en lo que se llama histeria del grupo; consiste en un proceso muy simple: primero se desculturiza a la masa y se le hace creer que lo bueno para todos es que sean ricos, y después se le mete miedo con cualquier cosa, generalmente con el Otro, que nos quiere quitar lo nuestro, aunque seamos más pobres que las ratas.
En 1940, el matemático, filósofo y premio Nóbel Bertrand Russell escribió un largo artículo sobre la libertad en el que, entre otras cosas, decía: “Un ignorante fanático norteamericano puede disfrutar del mismo placer al usar el poder que le confiere la democracia contra los hombres cuyas opiniones no agradan a los incultos (…) El hombre que posee el  arte de despertar el instinto de persecución de la masa tiene un poder particular para el mal (…) y la tendencia a la tiranía que el ejercicio de la autoridad trae consigo. Contra este peligro, la protección principal es una educación sana, destinada a combatir las explosiones irracionales de odio colectivo”.

sábado, 5 de noviembre de 2016

Paisaje después de la batalla

J.A.Xesteira
El título lo pedí prestado de una película del polaco Andrzej Wadja, fallecido hace un mes. Refleja perfectamente el espacio político español tal como ha quedado después de los combates librados desde hace casi un año, en una guerra en la que hubo de todo: pactos de no agresión (rotos al momento), ataques a la bayoneta (con gran número de bajas por fuego amigo), carga de los sioux contra el Séptimo de Caballería, emboscadas de partisanos en grupos de guerrilla, bombardeos con medios informativos no tripulados sobre la población civil, que acudió por dos veces a pedir ayuda en las urnas electorales, y, finalmente, la victoria final de los aliados, un poco pírrica y con poco brillo, pero victoria, a fin y al cabo. Acabó la guerra, Rajoy juró como presidente del Gobierno sobre dos libros y un crucifijo (en cuestión de símbolos no nos diferenciamos mucho de las viejas tribus, en realidad no somos más que una vieja tribu de la era digital); ahora estamos en posguerra y podemos dedicarnos todos a otra cosa, por ejemplo recomponernos, dejar los uniformes a un lado y volver a la vida civil. Los ciudadanos, me refiero. Si consideramos que la política ocupa en nuestras vidas (de acuerdo con el espacio que dedican los medios de comunicación) lo mismo que el fútbol, nos queda muy poco espacio para pensar en cosas más interesantes, como tratar de ser felices, que es (o debiera ser) la meta principal de cualquier actividad humana; y ser felices lleva consigo la búsqueda de medios para vivir cómodos, comer regularmente bien, tener salud, hacernos un poco más cultos y procurar que los demás vivan también felíces. Lo normal.
Los partidos lo tienen un poco más difícil en esta posguerra. Han sufrido mucho, han tenido muchas bajas y ahora tienen que recuperarse de sus heridas y enterrar (si pueden) a sus muertos. El PP, al final consiguió, hacerse con el Gobierno y su candidato, un hombre tenaz y fijo en su idea como un caramuxo (también llamada mincha) ya tiene su Gobierno de gente rica. Y se felicitan, pero poco, porque este gobierno necesita respiración asistida y suero económico en vena. Ciudadanos, la otra parte contratante de la primera parte (de la derecha) estará a dejarse querer y a ver que-hay-de-lo-mío. Podemos se queda como la ficha del parchís que retrocede a su puesto de inicio: la izquierda opositora de todo. Los restos, independentistas, mixtos y demás, irán como el poeta, del corazón a sus asuntos.
Más difícil lo va a tener el PSOE en esta posguerra. Mejor dicho, los “pesoes”; un partido organizado en su origen alrededor de una idea clara y con visión de futuro, con objetivos a largo plazo y fronteras bien dibujadas. (Para mayor claridad, repasar su historia, que viene en cualquier página de Google). El partido actual, fragmentado en zonas y en estado casi gaseoso en otras, probablemente deba su estado actual al momento en que comenzó a desdibujarse, a eliminar las fronteras, a adaptar los objetivos a largo plazo a circunstancias coyunturales para amarrarse al corto plazo del poder, a emborronar las ideas originales para que parecieran posmodernas y fácilmente votables por la gente guapa de cualquier color y pedigrí. Probablemente fuera eso, pero a lo mejor, no. Lo cierto es que ahora mismo hay unas siglas que son una coctelera, en la que se mezclan muchos ingredientes; un PSOE oficial que no sabe que hacer con los quince que les negaron en público, un líder candidato a la presidencia del Gobierno, al que le niegan ahora el pan y la sal, unos catalanes que dicen que ellos son más que un partido, y los territorios periféricos que se disuelven y gasifican en sus propias idiosincrasias (Galicia, que siempre ha sido sitio distinto, es la única autonomía donde el PSOE cambió de estado sólido al gaseoso sin pasar por el líquido, en física se llama sublimación, en psicoanálisis es otra cosa). Y en la posguerra, y desde el exilio, los perdedores suelen decir las cosas de diferente manera, porque ya hay vencedores y vencidos y la distancia permite otros análisis. Sale Sánchez a hablar con Évole en televisión y se producen terremotos localizados y dos sorpresas distintas; la primera, su discurso, muy lejos de la retórica electoralista (si hubiera hablado así durante la campaña, en lugar de hacer discursitos delante de una cámara hubiera ganado); la segunda, la que provocó el cabreo de los suyos y el aplauso, con efecto reatroactivo, de Podemos. A lo mejor la culpa es de Évole, que hace preguntas diferentes de las (previsibles) del resto de la prensa.
A partir de ahora mismo, la legislatura comienza a andar con pies de plomo; todos los partidos se estarán recomponiéndose, el Gobierno tendrá que buscar apoyos en el mercado de los apoyos, donde se compra, se vende y se trapichea, con una mirada en el más allá, en Europa, que es donde de verdad le van a decir lo que hay que hacer (Nota: en ese proceso, los ciudadanos importamos a todos, Gobierno y Europa muy poco, seremos datos en una estadística macroeconómica, es decir, material que se compra y se vende al peso). Y, a lo mejor, con alguna suerte, intentarán recomponer viejos esquemas de derechas e izquierdas, que ahora mismo son confusos, más que nada por cultura general. Podrían intentarlo y volver a viejas posturas, viejos conceptos y viejas ideas que han dejado por el camino para convertirse en lo que son. Cosas peores se han recuperado, como por ejemplo el del Papa Francisco, que dice ahora que Lutero tenía razón, que la Iglesia de su tiempo era una tropa de mangantes corruptos, y que la Reforma Protestante estaba bien traída.
Seguramente sería muy fuerte decirles a las izquierdas que rescaten conceptos más claros, comunismo, marxismo y cosas así; el Capitalismo lo hizo y rescató el concepto de feudalismo para gobernar Europa. Pero no creo que  los padres de nuestra patria tengan mucho tiempo para ponerse a buscar nuestra felicidad, la de todos los ciudadanos, así que mejor será que nos dediquemos nosotros a ello por nuestra cuenta.

sábado, 29 de octubre de 2016

¡Esto es Halloween!

J.A.Xesteira
Tiempo muerto. Tiempo de muertos. Y de fantasmas. Y de carnaval loquito. Las cosas que pasan este puente de Halloween (antes Difuntos) parecen un  juego de disfraces y muertos vivientes, un tiempo para filosofar entre la Política, el Obispado y Tim Burton. Empezamos este sábado el Halloween, que ya se nota desde hace días en las tiendas de los chinos que venden disfraces del fantasma Casper y el conde Drácula (el único conde digno de respeto) y ya se están pisando las calabazas con los adornos de Navidad. Es un mundo de chiflados el momento que vivimos. Este sábado comienzan los vivos a recordar a sus muertos, o por lo menos antes era así. Seguramente habrá algún erudito que me diga que se trata de una fiesta pagana cristianizada, como todas, pero para el caso tanto me da. Hay unos días de muertos, y cada uno lo celebra a su manera, porque cada cultura y cada sociedad tiene una manera de negociar el tránsito al más allá. Los mexicanos hicieron famosa su fiesta de calaveras de azúcar y sus diablitos, con comilonas y cantos en los cementerios, una fiesta; los americanos exportaron con éxito su Halloween que sustituye ya a la antigua fiesta de Todos los Santos (un término confuso en el que se mete a millones de certificados por el Vaticano para tener estatua de escayola en la iglesia) y los Fieles Difuntos (nunca supe a quienes eran fieles esos difuntos). Y como cada fiesta y cada manifestación tiene su fondo mercantil, la Iglesia Católica se dio cuenta de que estaban perdiendo clientes por la parte funeraria, y a toda prisa ya han condenado la perniciosa costumbre de echar las cenizas de los incinerados al viento del norte o a las aguas de mar. Para el Vaticano hay que dar al difunto aquello que llamaban “cristiana sepultura”, con su funeral y unas cuantas misas de pago. Aquello de la Biblia de que “el polvo vuelve al polvo”, no vale, no es negocio. Los muertos como Dios manda se reciclaban de dos maneras, primero, enterrándolos en un  agujero en la tierra, como una patata, y más tarde, se guardaba su cuerpo muerto en un nicho, que es una manera de archivarlos (cada lápida es como un expediente abierto en el que se certifica que allí está enterrado Fulano, su esposa y las cenizas de su abuela). Había otros sistemas, como de dejarlos a la intemperie en un cementerio comanche o momificarlo como Tutankamon (esto último, muy caro) Pero desde que apareció la moda más práctica de incinerarlos el negocio se va al garete; no hay funerales, no hay acompañamiento con responsos ni hay nicho. Y esto, según el Vaticano, tiene que acabar; el católico tiene que estar archivado, con su cruz y sus letras doradas en el frente.
Y es que la Iglesia Católica digiere mal estas modas modernas, sobre todo cuando hacen daño a sus cuentas. Estas modas que viene del Halloween no son “lo nuestro”, que es una cosa menos alegre, más de lamparilla mortuoria. Por eso el obispo de Cádiz acaba de idear una cosa que sólo podía imaginar un obispo de Cádiz: cambiar al fantasmita Casper, los zombies y el conde Drácula, por santos católicos, por ejemplo, la Madre Teresa, o San Martín de Porres (fray Escoba, un santo segregado en su convento a la función de barrendero, por negro) o Juan Pablo II. ¡Y esto, en la tierra de las chirigotas! Desde aquí mi más apasionada felicitación al obispo de Cádiz. Añado más, en vez de ir las niñas disfrazadas de novias de Drácula, pueden vestirse de Virgen Dolorosa, con siete puñales clavados en el corazón y con un manto negro, llorando sangre. Da más miedo. Los disfraces son mejores, la madre Teresa se soluciona con un trapo de cocina por la cabeza; Juan Pablo II podría servir para una chirigota de Difuntos. Pero se abre la posibilidad de buscar un santo más macabro, el santoral está lleno de decapitados, desollados vivos, resucitados (zombies) o santas degolladas. Puede ser un gran negocio y ahí sí que el obispado puede solicitar derechos de autor y copyright. ¡Lo que no invente un obispo de Cádiz a mayor gloria de Dios…!
La política, nuestra política, nuestra democracia, que viene a ser a la política y a la democracia lo que el obispo de Cádiz al Cristianismo, también está de difuntos y calaveras, y por las noticias circulan muertos vivientes, fantasmitas Casper, vampiros y demás. El PSOE, sin ir más lejos, se encuentra en un estado hamletiano, como el príncipe de Dinamarca contemplando la calavera de Yorick, aquel viejo que crió al Socialismo, digo, al príncipe danés. Como al personaje, de pronto se le aparece un dilema: ser o no ser. Por sus propios pecados tuvo que elegir entre “sufrir los golpes y dardos de la insultante fortuna, o tomar las armas contra un piélago de calamidades y, haciéndolas frente, acabar con ellas” Por lo visto, decidió sufrir los golpes de la insultante fortuna, es decir, no ser, y esperar que escampe. El espectáculo hamletiano, que es muy de difuntos, va a dejar muchos muertos socialistas insepultos, ni en nichos ni incinerados. Entre catalanes del PSC, que saben donde juegan y lo que se juegan, y los disidentes, a Hamlet se le van a aparecer muchos fantasmas y hoy, en las votaciones asistiremos a un aquelarre parlamentario en el que votarán al nuevo-viejo presidente de Gobierno, unos, los fantasmitas ciudadanos, porque quieren un “Sí a España” (una decisión episcopal y gaditana) y otros que primero dirán No y después se harán el sueco (o el danés, para estar más hamletiano) El parlamento será hoy como el baile de los vampiros de Polanski: casi nadie se reflejará en los espejos.
En este tiempo muerto pasarán cosas, tendremos un gobierno un poco difunto, un partido antes en la oposición y ahora en estado zombi, un país que verá como desde Bruselas nos van a pegar un palo dentro de unos días que nos vamos a enterar, y los jóvenes que saben que son carne de emigración por culpa de los payasos asesinos de Halloween

sábado, 22 de octubre de 2016

Violencia, humor y redes sociales


J.A.Xesteira
De un tiempo a esta parte (no sé cuanto tiempo ni a que parte) se producen sucesos de extrema violencia que se reflejan en las informaciones de prensa. No me refiero a los repetitivos crímenes “de género”, que son brutales en sí mismos y se suceden unos a otros con siniestra regularidad (podríamos pensar en que el sistema de prevenir y combatirlos no funciona, con lo cual habría que buscar otros sistemas), me refiero a sucesos que no deberían pasar de un simple robo, una agresión circunstancial, una pelea de patio de colegio, pero que se convierten en sucesos de crueldad insólita y gratuita. Los ejemplos recientes; el cura de la parroquia viguesa que fue agredido de forma brutal; la niña de Mallorca, linchada literalmente por sus compañeros de clase; palizas sin venir a cuento a personas en la vía pública, violadores en fiestas… Todo eso sorprende por el grado de violencia innecesaria (entiéndase, no es que crea que hay una violencia necesaria). Seguro que al cura de Vigo podrían haberle robado tranquilamente sin darle la paliza que le dieron. Pero no, se fue más allá, ambos, el cura y la niña mallorquina tuvieron que ser asistidos en el hospital y el estado del párroco es grave.
Hace años se publicaron y se propagaron estudios variados que señalaban la relación entre la violencia y las series de televisión o el cine, señalados como ejemplos a imitar por aquellos que protagonizaban las noticias de sucesos. Desconozco a donde fueron a parar aquellas sentenciosas aseveraciones defendidas por psicólogos y sociólogos de hace cuarenta o cincuenta años. Nunca supe si de verdad existía una relación entre el delito y la pantalla, pequeña o grande, y si había imitación, aprendizaje o algo por el estilo. Tampoco sé si ahora hay algún estudio que relacione la violencia actual con las series de televisión (violentas, en las que hay más muertos que actores) o los juegos informáticos, basados principalmente en destruir violentamente a todos los seres humanos y no humanos que se pongan por delante. Posiblemente haya algún estudio sobre la cantidad de violencia que “consumimos” en nuestra dosis diaria de noticias. En los años 60, cuando la guerra de Vietnam se fotografiaba en directo, se dudaba en mostrar las fotos más desagradable, y muchas veces no se emitían; escenas como el célebre tiro en la sien del general Nguyen Ngoc Loan a un prisionero maniatado eran consideradas impublicables por muchos periódicos; hoy, hasta el medio más pacato publica cualquier muerte en directo, con sangre y tripas. Nos hemos acostumbrado. Pero no sé si eso es suficiente para creer que hay una influencia de los medios de comunicación en las conductas sociales. Lo que sí sucede es el camino contrario; cada vez se producen más hechos violentos con el único e inconsciente fin de ponerlo en las redes. El último, mientras escribo, me llega a través de la prensa digital, que me informa que un niño brasileño se ahorcó en directo mientras lo veían sus amigos en la red. 
La Red ha cambiado la vida de la sociedad, para bien y para mal; cada vez son más las actividades que realizamos delante de una pantalla, desde comprar y vender hasta llevar a ese terreno nuestras relaciones más personales (dentro de unos años no habrá bancos, los tendremos en nuestra tableta, junto con una imprevisible lista de cosas necesarias) y ya somos seres demediados, parte real y parte en-la-red, y muchas veces no sabemos en que terreno estamos. Es la anécdota de un viejo amigo, un día de copas: “Vi dos ríos,  uno que era y otro que no era, y dos puentes, uno que era y otro que no era; pasé por el puente que no era y caí en el río que era”. El niño brasileño jugó a ser ahorcado en el mundo virtual y murió en el mundo real.
Vivimos para alimentar ese mundo que no es, y no sólo los violadores  y acosadores cuelgan de la red sus hazañas más viles; existe una vertiente opuesta, la de los que están constantemente contando chistes en la red y, peor, los que imparten doctrina desde ese púlpito virtual. Los primeros, los humoristas consideran graciosa cualquier cosa, el trastazo de un bebé o la metedura de pata del político. Los segundos, muchas veces con supuesto humor, nos dan el mensaje político, su propaganda, para cantar los méritos propios y acusan a los contrarios –a veces con falsedades– de todos los males. Todos tratan, de forma patética, de verter unas gotas de humor en los mensajes; los políticos creen que ganan adeptos con eso, pero, en realidad, humoristas hay muy pocos, gente contando chistes de taberna, unos pocos más, pero, en un país en el que hay millones de humoristas sin carnet, cualquier cosa vale. Ese nuevo ser llamado “tuitero”, neologismo a punto de entrar en el diccionario, que usa las redes para atacar a los enemigos (políticos, sociales, futbolísticos o regionales) no es consciente de que queda preso por la palabra; una vez que le da a la tecla del “enter” ya está atado por sus partes pudendas, porque lo que escribió ya es de dominio público y sus consecuencias caerán sobre él; ya puede ser la mujer que deseó la muerte de un niño enfermo de cáncer porque quería ser torero o los que acusaron a Piqué de cortar la camiseta-bandera. Todos quedan definidos por sus inconscientes palabras; los políticos que creen que el twitter les va a dar votos y les va a dar más aprecio entre las redes sociales, sin saber que sus mensajes los leen los fieles que no necesitan convencerse y los infieles, que lo aprovecharán para tomarlos de coña.
La Red se ha convertido en un espacio complicado en el que se mezclan los violentos, los humoristas y los que pretenden sacar algún provecho, algún dinero, algún voto; la misma Policía ha cambiado al soplón de callejón oscuro peliculero por un  ordenador que rastrea la estupidez humana. Y ya comienzan a surgir personas que se desenganchan del teléfono como de una cagada de perro pisada en la calle. 

sábado, 15 de octubre de 2016

Fiestas y contrafiestas


J.A.Xesteira
A todo el mundo le gustan las fiestas. O le gustaban. La Real Academia de la Lengua nos dice que fiesta es “día en que, por disposición legal, no se trabaja”, o bien “día que una religión celebra con especial solemnidad dedicándolo a Dios o conmemorando un hecho o figura religiosos”, o también, “seguido de un complemento especificador, jornada en que se celebra algo o que se dedica a alguien o algo”. Hay más, pero todo se refiere a la diversión y el descanso laboral. No incluye la RAE las fiestas nuevas, las importadas o las gastronómicas. Pero en cualquier caso, todas las fiestas son para no trabajar y disfrutar. O eran hasta no hace mucho, porque ahora ya no hay fiesta sin su contraprotesta, su disensión y su contraria. Desde hace unos años, por poner un ejemplo, se celebra en España el Halloween en el día que antes se celebraba Todos los Santos; y los niños se lo pasan bien disfrazados de zombies, vampiros y otros dráculas del repertorio. Y al momento de que se popularizó la fiesta, salieron las divergencias; unos, que si lo tradicional era lo de antes y esto es importado (lo de antes era un coñazo triste y religioso de cementerios y misas); otros, que si estamos colonizados (hace siglos, añado) y algunos sacaron de la manga un falso origen celtico-galaico de fiesta pagana con castañas y calabazas. En este caso siempre fui de la opinión de que más valen fiestas que funerales. Así que di por bienvenido el Halloween y sus disfraces, incluido el “¡Truco o trato!”, que es una frase muy apropiada para pactos políticos.
Durante la larga era del franquismo, las fiestas eran las tres variantes de la real academia: las religiosas, las que por imperativo legal no se trabajaba (se llamaban días abonables no recuperables) y las dedicadas a algo. En las fiestas religiosas el Episcopado distribuía sus santos y virgenes en procesiones, siempre con el poder militar y civil desfilando entre el santo y la banda de música. Había fiestas nacionales dedicadas a Dios, la Virgen María y los santos: el Corpus (que ya no es un jueves que brilla más que el sol), la Asunción (dogma de 1950, Pío XII), la Inmaculada Concepción (dogma de 1854, Pio Nono), Santiago, San José, más la Navidad y Semana Santa, además de las fiestas locales de innumerables vírgenes y santos. A finales del siglo pasado se contabilizaban en España 22.000 variantes de la Virgen María en todos los pueblos, cada uno con “su virgen”, que siempre era mejor que la del pueblo de al lado. Las fiestas parroquiales están siendo sustituídas en Galicia por otras fiestas más triunfadoras: las gastronómicas. Llevamos camino de tener tantas variables de gastronomía festera como de vírgenes (por cierto, ¿para cuando la fiesta tan gallega del chupito Ballantines con tarta Contessa?). 
En la segunda acepción académica estaban las fiestas también conocidas como fiestas “por decreto”, y que eran la del Día de la Victoria, el Día del Caudillo, el 18 de Julio (la única fiesta adjunta a paga extraordinaria), el Día de San José Obrero (1 de mayo, Día del Trabajo en todo el mundo) y el 12 de Octubre, que siempre fue un variado de cosas: Virgen del Pilar, Día de la Raza, Día de la Hispanidad. Todas estas fiestas estaban rodeadas de aparataje propio del régimen: desfiles, recepciones en El Pardo y grandes actos institucionales. 
Con la Democracia desaparecieron las fiestas de la Victoria, del Caudillo y 18 de Julio (la paga se conservó, faltaría más), San José Obrero pasó a ser el Día del Trabajo, para igualarnos al mundo civilizado, y el 12 de octubre quedó en tierra de nadie, porque nadie sabía que hacer con él. Se le llamó Fiesta Nacional, como una corrida de toros, y se traladó a ese día el antiguo desfile del 1 de abril con la cabra de la Legión. Pero en democracia todas las fiestas fueron puestas en tela de juicio, y como con el Halloween, muchos se dijeron que las celebraciones no eran políticamente correctas. Si había un Dos de Mayo, salían algunos que opinaban que era mejor ser afrancesado que de Fernando VII, o que hacer una una ofrenda gubernamental a la estatua de Santiago no era de recibo. Posiblemente tuvieran razón, pero, por razones que habría que buscar entre los más modernos estudios de sociología aplicada y análisis del fetichismo freudiano, se siguen festejando los dogmas de la Asunción (15 de agosto) y la Inmaculada Concepción (8 de diciembre). Las fiestas “por decreto” se cambiaron por otras de menor intensidad: la Constitución, las Letras Galegas…
Bastó que este año unos ayuntamientos catalanes se opusieran a celebrar el 12 de Octubre como Fiesta Nacional, para que saltaran los plomos de la correción gubernamental. Inmediatamente el ministro Fernández Díaz les llamó indigentes culturales (el ministro es más de celebrar el Pilar, porque la Virgen es capitán general y patrona de la Guardia Civil) y ya se formó el alboroto. Por un lado hay una orden judicial que obliga a celebrar la fiesta nacional, por otro hay unos ayuntamientos que le echan un pulso al Gobierno. Cada uno juega a su juego. Pero viendo la cosa en frío, no se entiende que se opongan a la fiesta y quieran trabajar. Mi norma y guía en este caso sería la de Brassens: cuando la fiesta nacional, yo me quedo en la cama igual, que la música militar nunca me supo hacer levantar. Para este año el calendario festivo seguirá como siempre, con las mismas fiestas absurdas. Creo que nunca nos pondremos de acuerdo en lo que hay que celebrar en todo el territorio, pero sí podemos suprimir un desfile miliar que sale por un ojo de la cara, y hacer fiestas para disfrute de las personas y no de las instituciones, como los Carnavales. La fiesta nacional sólo es una reunión de políticos y soldados en Madrid que al resto de España le importa un bledo. Aquí, la fiesta nacional sólo ha servido para que la gente se fuera a la feria de Portugal a comer bacalao.

sábado, 8 de octubre de 2016

Cosas que no se veían

J.A.Xesteira
Decía la semana pasada que íbamos a ver cosas que antes no se veían, y me refería –esperaba– a que vendrían tiempos en que iba a cambiar radicalmente la sociedad y todo lo que hay dentro de ella, con nosotros –para bien o mal– incluídos. Y dicho y hecho; el futuro se nos cae en la semana siguiente, y todos, moros y cristianos, asistimos al espectáculo político-cómico-taurino del PSOE. Fue una golosina para los Medios (cada vez más convertidos en Extremos) que atacaron como la tribu de los sioux contra el Séptimo de Caballería rodeado. No hay mucho que decir sobre el “evento” que no se haya dicho, y todo queda aún por ver y decidir; quedan cosas por resolver que van a cabrear a muchos y alborozar a otros muchos. Todavía quedan muchas cosas por resolver y ya hay a estas alturas muchos cacharros escacharrados. Y los Medios no ayudan a mucho; a poco que se lean o escuchen las noticias –salvo excepciones cada vez más excepcionales– se ve en ellas, con las gafas de ver sin pasiones, que apestan a mendacidad. Se echa de menos un poco de sentidiño y algo de juego limpio. El principal partido de la oposición acaba de centrifugarse en una papa de decisiones contradictorias que dejan a sus militantes de a pie y a sus posibles votantes no afiliados con cara de parvos; durante estos días he tenido cuidado y delicadeza extremas con todos los amigos de esos dos colectivos antes citados; sus hornos no están para ningún bollo y en este momento los tienen llenos de empanadas variadas. La rebelión a bordo del bergantín socialista acabó como ustedes saben, pero continuará como ni saben los que navegan en él. Todavía vamos a ver más cosas.
El escándalo políticamente incorrecto da para todo. Todas las voces, desde las q ue insultaban en la calle Ferraz hasta la de los grandes opinantes han dado todas las versiones, todos los análisis y todas las posibilidades. Y –casi– todos se escandalizaron del espectáculo poco edificante que han dado los políticos de la izquierda (de esa izquierda en concreto) y, como el monolito del bipartidismo quedó partido en dos: buenos y malos.
En realidad, el partido que fundara Pablo Iglesias (el viejo) lleva rompiéndose desde siempre. Basta ver como empezó, con un tipo de aspecto amable, con barba, marxista y pacifista, que funda un partido obrero y social y una unión general de trabajadores, y ver como está ahora mismo: sin comentarios. Y, como ya soy abuelo, me van a permitir contar una batallita. Al comienzo de lo que se llamó Transición, apareció por Vigo un socialista de un partido que todavía no estaba legalizado (lo estaría al poco tiempo) llamado Felipe González; varios periodistas fuimos llevados a un resturante discreto donde aquel hombre, poco conocido en aquel momento dio una rueda de prensa y fascinó con su forma de hablar a todos los periodistas. Realmente era otro discurso, más práctico, más moderno y con fuerte contenido social y político. El resto ya lo conocen ustedes: el hombre acabó de presidente y, sin abandonar su calidad oratoria las fue metiendo dobladas y rompiendo todo lo que podía, al tiempo que nos convencía de que era lo mejor para todos. Venía de romper el PSOE del exilio y, ya instalado en su pedestal, comenzó por desdibujar la creación del viejo tipógrafo; primero dejó de ser marxista, después soslayó lo de obrero (aceptado como mal menor o animal de compañía del Capital), nos metió –pero no de entrada– en la OTAN, que nadie quería y tan cara nos sale sin beneficio alguno; se ajuntó (según la segunda acepción de la RAE) con sospechosas amistades corporativas internacionales; dentro del laicismo que decían practicar, benefició a la Iglesia Católica como nadie en la historia de España; se hizo socialdemócrata, que es una cosa más “cool”; llevó a cabo una reforma laboral que llevó al 90 por ciento de los obreros a una huelga general y cabreó a todos los sindicatos (sus efectos los padecemos ahora mismo: contratos basura y ETT). Eso, sin meternos en su lado oscuro, que sería otro tema.
El partido fue rompiéndose en bandos, felipistas y guerristas (por cienro ¿que se sabe de Guerra en este trance?), Almunia y Borrell… Y la actual situación de pequeños grupúsculos que van desde presidentas andaluzas hasta alcaldes de pueblo. El PSOE vivió momentos de euforia en los que se nutrió de los comunistas que abandonaban su acorazado Potemkin (después rebautizado como IU) y pedían plaza de diputado en las filas triunfantes; pueda que ahora el partido en tribulación vea como pierde personal por las bandas de babor y estribor. Conviene recordar estas cosas para las generaciones jóvenes, que piensan que esto de ahora es una anomalía; la lucha por el poder siempre ha sido así, una pelea de barriobajerros elegantes, en todos los tiempos y en todos los partidos.
Vamos a ver más cosas, porque todo está por ver y como en las vidrieras de los cambalaches se ha mezclao la vida, tenemos de aquí a Navidad para asombrarnos por las cosas que pasen. Vista la cosa desde afuera podríamos decir del PSOE la frase evangélica: “Que los muertos entierren a sus muertos” (Lucas 9-60) Pero convendría que todos pusiéramos un gramo de sentido común, ese que tanto escasea en todos los partidos, y pidiéramos que todos, de uno a otro lado del Parlamento, intentaran recomponer la vida de la sociedad. Todos se están mirando las pelusillas del ombligo e instalados en sus vanidades, se olvidan de que han hecho un país donde los empleos son de pacotilla, pocos y breves, los salarios son miserables, los grandes pilares de una sociedad democrática, la sanidad, la cultura, la educación y la garantía de una pensión digna, se resquebrajan mientras las grandes corporaciones aumentan exponencialmente sus beneficios y la corrupción brilla como el faro de Fisterra. Disfrutamos de un país aparentemente feliz, que hace fiesta de cualquier cosa, pero basta pasar la balleta con un poco de jabón y podremos ver la realidad. Y más cosas que veremos de aquí a nada.

sábado, 1 de octubre de 2016

Un raro en Ciberlandia

J.A.Xesteira
En rigor debería hacer ahora un  análisis crítico de las elecciones pasadas, pero a estas alturas ya está todo analizado críticamente por el coro griego de comentaristas-tertulianos-expertos-analistas (el coro griego avisaba primero a Agamenón: “¡Cuidado que te la juegas!”, y después de consumada la tragedia le decía: “¡Ves, ya te lo decía!”). Como en las tragedias griegas, la democracia es un juego que, como todos los juegos, sólo complace al que gana. Las cosas siguen rodando y los políticos creen que ya está todo hecho, pero vamos a ver cosas que antes no se habían visto.
Mi preocupación va más allá de los resultados electorales y sus consecuencias en la tribu. Es algo que me venía inquietando desde hace tiempo, pero que esta semana se hizo preocupante. Por circunstancias familiares tuve que hacer un viaje en coche. Sobre la autovía adelantaba coches o me adelantaban a mí, y en un porcentaje más alto de lo deseable, los conductores iban hablando por teléfono, unos de manos libres, otros de manos ocupadas. Por la sonrisa de todos los infractores de la ley del coche, debían hablar de cosas graciosas. No es que temiera que pudieran provocar un accidente (que podría ser) sino que me llamó la atención el número, la estadística.
Paro a comer en un restaurtante de carretera. En la mesa de al lado, una familia, padre madre y niño, están sentados, cada uno tecleando en su pantallita. Sólo levantan la cabeza para pedir de comer y, al punto, se meten otra vez a teclear en sus cuadrados mágicos. La familia que guasapea unida, permanece unida, pero en otro mundo. Alrededor hay bastantes comensales más atentos a sus tabletas (ahora llamadas tablets como consecuencia de una colonización del idioma ingles: sólo se colonializa a los más incultos, a los más débiles) que a sus platos. En otra mesa, un trio de hombres jóvenes, probablemente comerciales de una empresa (sus uniformes los delatan: traje sobrio pero cómodo y corbata oscura, aflojada para el plato del día) tienen un pequeño ordenador en la mesa y lo combinan con sus ifones personales, hablan entre ellos, pero quien  dirige la conversación es lo que aparece en sus pantallas. Comienzo a preocuparme, porque soy de los pocos sin pantallita en la mano. y los otros escasos desconectados o son bebés de chupete o ancianos/as del pasado extremo. Incluso la camarera pide la comanda con un pequeño ordenador de mano que maneja con el dedo pulgar, el dedo que marca la diferencia entre los  monos y el resto de los animales. Mientras espero recuerdo que hace unos días, en una sala de espera médica, nadie miraba las viejas revistas sobre la mesa; el “¡buenos días!” que pronuncié se perdió sin que fuera contestado ni siquiera por el eco; de las siete personas sentadas, seis estaban con el móvil en la mano y el séptimo dormía.
Llego a mi destino, meto en coche en un párking y cuando subo tropiezan contra mí dos muchachas adolescentes que tienen la vista clavada en sus teléfonos; salgo en un centro comercial, el sustituto de las antiguas plazas mayores, y grupos de chavales que en otro tiempo eran como las bandadas de vencejos, chillones y en movimiento constante, están mudos y con la mirada zombie atentos a sus pequeños rectángulos iluminados. La sensación de desclasado, de marginal comienza  a apoderarse de mí; me siento como la cucaracha kafkiana. Entro en un café y todo a mi alrededor son personajes no sólo conectados con sus tabletas, sus ipads, sus ifones (por supuesto, la cafetería tiene wi-fi) sino que gran parte de estos tiene las orejas rellenas de sonidos que entran por auriculares de botón, la ausencia perfecta. Yo también tengo un teléfono, claro, no soy un neardental, así que llamo a casa para decir que llegué bien, quince segundos y ya está; me siento frustrado. Mientras tomo el café reflexiono y reconsidero; desde hace algún tiempo, aquellas viejas cenas de amigos con alegrías y cuentos de la vida han ido reduciendo su puesta en escena. Nada mas sentarse todos sacan en teléfono y lo ponen encima de la mesa, como si fueran los revólveres de los pistoleros del Oeste en una partida de póker; constantemente acuden a la pantalla por si mandan algo o para mandar algo; las viejas discusiones sobre quien marcó el gol o como se llamaba aquella canción de los Rolling, que podía dar mucho juego y discusión, se acaba en un instante; simplemente uno de los ciberinformados le habla a su espejo mágico y el espejo no sólo le dice que es el más guapo, sino que le da el dato del gol y la canción. Me viene a la memoria otro fenómeno al que no pertenezco: los grupos. Hay grupos de feisbuk de todo tipo, incluso de gentes que ni se conocen pero “quedan”; otros temibles, como los grupos de mamás de niños de guardería o de preescolar, verdaderos lobbies digitales sobre los profesores que se echan a temblar cada vez que una mamá (o papá) comienza una frase con “¡Mi niño…!”; son grupos de presión dedicados a montar actividades extraescolares de inglés, piano o tae-kwondo para niños que, en realidad, lo único que quieren es manipular un videojuego. En ese instante recibo un aviso de mi compañía telefónica ofreciéndome ampliación de datos; otro de mi banco ofreciéndome un crédito hipotecario que puedo consultar pulsando aquí. Me doy cuenta de que las relaciones comerciales son ya a través de las redes digitales, los bancos serán invisibles dentro de poco y no habrá trabajadores de la banca a quien protestar, sólo pulsar pantallas. El dinero sólo será un concepto digital y toda nuestra actividad estará condicionada a bajar una aplicación nueva.
En este punto de percato de que todas las notas para escribir este artículo fueron tomadas con papel y lápiz. Me siento un raro, un desplazado, un “ninguén-que-vai-para-ningures”. Soy también de los pocos que no pertenecen al coro griego que imparte doctrina en la tragedia política socialista (en realidad una comedia de Aristófanes). Creo que debería hacérmelo ver.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Más allá del Padornelo

J.A.Xesteira
Mi cita semanal en las páginas de este periódico coinciden con el sábado desde hace años, y como las elecciones en este país son, también desde hace años, en domingo, siempre me toca escribir un artículo en jornada de reflexión. La cosa era aceptable cuando el devenir de los tiempos era el rutinario de cada cuatro años, pero, como este año hay más elecciones que partidos de fútbol, el porcentaje de artículos de jornada de reflexión se disparó, como los beneficios de Mr. Zara, el hombre rico más triste del mundo (o al revés) Así que me encuentro un sábado más reflexionando desde mis pobres escritos. Le llaman jornada de reflexión por llamarle de alguna manera, pero para los estándares del español en general y el gallego en particular, reflexionar (política y electoralmente) es ese espacio de tiempo de aproximadamente diez segundos, en los que el ciudadano/a decide darle el voto a uno o a otro, siguiendo los dictados que el/ella cree infalibles a su entender, y guiado por cuestiones totalmente circunstanciales: el careto del (o de la) candidato/a, sus ideas políticas (un conglomerado nebuloso de empanada de informaciones periodísticas variadas) el díxome-díxome de las discusiones de bar y, en definitiva, el porque sí, porque me da la gana, que justifica que nuestro voto sea sagrado. Bastaría con quince segundos de reflexión y declarar el resto del sábado como jornada de familia. Como anduve por ahí adelante, en otros paisajes, me perdí varias cosas de la campaña, pero no las echaré de menos. Así, a la vuelta me encuentro con los carteles en sus sitios;  carteles que, como es costumbre, oscilan entre diseños encargados al enemigo (ejemplo: el busca-y-captura del candidato socialista) y el diseño audaz, de triunfadores en plan jaja-jijí del PP (perdón, de Feijoo, que pone como marca registrada su apellido trucado de forma que puede leerse a la portuguesa: Feijão) Los candidatos se ofrecen para ser nuestros salvadores, y no les podemos pedir más que eso. Pero cada cual tiene su estilo y cada cual trata de ningunear al rival por peligroso y sacrificarse por nuestro futuro. Como es costumbre, actúan creyendo que el enemigo son los otros y campaña tras campaña arrastran el inmenso error de creerlo así. El enemigo siempre somos “nosotros” pero cuando lo descubren ya se abrieron en sus partidos agujeros de crisis tan grandes como el desierto de Gobi. No acaban de encontrarse, y dentro de este cuadrado gallego, hay más prisas que pausas para organizar las filas; hay alcaldes que le hacen la puñeta a su propio partido, candidatos que tropiezan unos con otros, y quítame-allá-esas-pajas en todas las formaciones. Las encuestas y sus resultados no deben aclarar mucho, porque todos andan como si los números publicados no concidieran con los que no se publican (las encuestas internas son las que valen).
Pero hay algo en que todo parece estar conforme, y es en considerar las elecciones gallegas (y las vascas, que es un territorio ignorado en la prensa gallega) como referente de algo que puede pasar en Madrid. Queda así Galicia como la aldea gala asterística, en la que se cuecen otras cosas fuera del Imperio; tenemos de todo, pociones mágicas suministradas en furanchos y un chauvinismo pailán que aflora cada vez que encendemos la televisión gallega.  Supongo que en Euskadi sucede otro tanto, pero no nos llegan noticias de aquella tribu. Por vez primera vamos a celebrar unas elecciones que tendrán de espectadores al resto de España; dicen que de lo que pase aquí va a depender lo que pase allí. Y lo que pasa allí, de momento, es tan gordo que ninguno de los de aquí quiere relaciones con los de allí. No sé si me explico, pero hay como dos mundos, el de la tribu de los gallegos y el Imperio. Lo del Imperio es veneno para la taquilla y ni siquiera el candidato Feijão quiere saber nada de siglas de partido ni de la tropa popular allende fronteras; los socialistas, tampoco, no les ayudan en nada sus correspondientes de las elecciones generales (tampoco les ayudan mucho los de aquí, pero eso es otro tema). El resto se busca la vida, conscientes de que son gente del país que no depende en mucho de lo que pase en Madrid.
Así hay dos mundos; uno, a intramuros de la tribu y otro más allá del Padornelo, que es la frontera natural de Occidente. De lo que pase mañana –dicen– dependerán los inmediatos movimientos madrileños, bien hacia un pacto, bien a unas elecciones. Volviendo al símil de Asterix, cabe recordar que Julio César formó pacto con otros dos (le llamaban triunvirato) y a lo mejor podemos ver como apuñalan a César bajo la estatua de Pompeyo. También hay la posibilidad de que se repitan las elecciones, a ver si, por casualidad, la gente vota a otra cosa.
Mañana nos toca a nosotros, los de la región noroeste, la Gallaecia. Y, después de toda la campaña, me pareció ver que las fuerzas en lucha andaban más perdidos que monja en cabaret; las batallas por arañar votos urbanos o votos rústicos no despejó muchas incógnitas, aunque no suele haber muchas variaciones sobre el mismo tema. Hace años que en esta tribu irredenta vive un extraño proceso de nacionalismo “de gandaina”, una cultura dominada por “ghichiños paveros”, una política gestionada cada vez más por manos privadas con dineros públicos, un tejido empresarial que se escurre sin ruido para Portugal y Marruecos; en suma, un país predilecto que, como decía aquel poema de Celso Emilio Ferreiro “…é un emporio de cousas nunca vistas: os homes viven fóra da lei da gravidade”
No se sabe que pasará pasado mañana, según los resultados, ni que repercusión tendrá más allá del Padornelo, pero nos lo explicarán docenas de expertos televisivos y articulistas analíticos en los periódicos. Da lo mismo, a los galos de la tribu nos importa poco lo que pase en el Imperio y si César se junta con los otros. Y si hay que votar en diciembre, pues se vota, para eso estamos. A mandar.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Serie negra

J.A.Xesteira
Que la vida imita al arte es un tópico que, como todos los tópicos, parte de un hecho evidente. Una prueba es la cantidad de hechos novedosos, de noticias y de situaciones actuales que “nos suenan”, que ya las hemos visto en el cine, que nos sacuden brevemente como un “dejá vu”. Y no me refiero a esta especie de política de Sísifo que, cuando parece que estamos en el final de la escalada, se nos vuelve a caer la piedra para volver a empezar y elegir a un mismo candidato a la presidencia. No voy por ahí, sino por la novela negra y su correspondencia lógica, el cine negro. Estos dos conceptos, como casi todos los nombres culturales los pusieron los franceses; la novela negra la escribieron los americanos, eran novelas baratas, policíacas, de entretenimiento, que alcanzaron niveles de alta literatura cuando los autores se llamaron Dashiell Hammet y Raymond Chandler (con un puñado mas de seguidores del género). De todos, Hammett fue el grande, el íntegro, el hombre que combatió al fascismo en la guerra pese a ser fisicamente rechazado, el hombre que pasó por la cárcel por no delatar a sus amigos comunistas ante el tribunal de McCarthy. Perdonen la digresión. Los franceses le llamaron a estas novelas novela negra y a las películas que se hacían con esas novelas Serie Noir (los americanos conservaron el nombre en francés) El nombre pervive, pese a que la mayoría de las novelas que se escriben y las películas que se ruedan bajo estos nombres no son más que novelas y cine de polícías, malas imitaciones. El género tiene sus claves y sus parámetros que casi nunca se cumplen en este mundo globalizado y controlado por millones de ojos electrónicos.
Pero, a lo que iba; me encontraba la pasada semana leyendo un libraco precisamente sobre la Serie Negra (cine y novela) una especie de enciclopedia muy completa, escrita en España, al tiempo que compaginaba con una de las preciosas aventuras de Kostas Jaritos (novela negra de verdad, aunque con salsa griega) el policía del escritor Petros Márkaris, cuando me estalla una auténtica noticia de serie negra. Seguramente la han leído porque la publicaron todos los periódicos (los informativos televisivos no la dieron, porque no son de serie negra, sólo de anuncios por palabras y Noticia en el País de las Maravillas) aunque de manera de visto-no-visto. Fue esa noticia de que el obispo de Mallorca tenía una amante. Así, en seco, no parece un asunto digno de Sam Spade o Philip Marlowe; ni siquiera hay un asesinato. Pero sí que tiene elementos negros, aparte del chiste fácil de la sotana del obispo. Hay un secreto adulterio de la alta burguesía mallorquina, que implica al más alto representante del Vaticano en la isla; hay un marido (que se llama, ¡pásmense! Mariano España) que sospecha de su esposa y el obispo, y ¡un detective privado que investiga, saca fotos y graba conversaciones! La cosa acaba en divorcio y solicitud de anulación (los católicos lo tienen más difícil, porque no vale con romper el contrato, hay que pedir al Vaticano que desate en la Tierra  lo que ató en el Cielo, y eso sale por una pastón); al obispo adultero lo destituyen y lo mandan de auxiliar a otra parte (lo bueno que tiene ser empleado consagrado es que no te echan al paro). Y la novela se acaba ahí, sin tiros ni sangre, pero auténtica serie negra; cumple algunos de los requisitos básicos: un detective investiga; los trapos sucios de la política y la sociedad salen a flote y la historia es una ruptura con la moral convencional.
En el fondo es una buena noticia, porque, pese a lo escabroso del asunto, sólo se trata de un lío entre personas adultas, al margen de sus atributos eclesiasticos y de un adulterio burgués, una mezcla de “Madame Bovary” con “La dama del lago” (Chandler), y Humphrey Bogart por el medio. No siempre los obispos y sus noticias son recibidos con una sonrisa; la serie negra episcopal suele cabrear mucho más cuando se trata de casos de pederastia, silenciados durante años. En el caso del obispo de Mallorca nadie va a tirarles una piedra para condenarlos; en el fondo es un caso que nos gusta, como un bolero. La Conferencia Episcopal es, en sí, una organización corporativa  representante de una supranacional religiosa, en la que cabe de todo; por la parte que toca a su religión, que cada palo aguante su palio; pero, además, es una organización que necesita de grandes sumas de dinero para su funcionamiento, dinero que el Gobierno español proporciona con generosidad, echando mano del erario público, al tiempo que permite que la Iglesia Católica (entendida como organismo propietario de bienes inmuebles –posee más propiedades que cualquier otro organismo español, incluído el Estado–) disfrute graciosamente (en las dos acepciones, como chiste y como gracia concedida) sin dar cuentas ni pagar impuestos. En medio de esta serie negra (o “pulp reality”) el obispaje suele salir a los medios con frases para la historia, entre las que destacan las del inefable obispo de Córdoba, un cruzado contra los homosexuales (no dice nada de los casos de pederastia eclesiástica) o, incluso contra su papa. La lista de prelados ultramontanos y sus salidas de tono es larga, pero incluso entre los más anticlericales se reconoce que no todos son iguales; hay obispos y obispos, de la misma manera que hay películas de serie negra y hay películas de polis. Es la distancia que hay entre Tarancón y Rouco Varela, la misma que hay entre Robert Mitchum con gabardina y Chuck Norris con cazadora.
El caso del obispo mallorquín (título muy propio para una novela) es lo único que echa un poco de arte a estos días; como una película de serie negra filtrada por Woody Allen. El resto de este final de verano ni es arte ni es negro, es sólo gris ratón, vulgar y repetitivo, como el enésimo capítulo de una mala serie de televisión. Nos salva de la vulgaridad la versión actualizada de “Adios, muñeca” (Chandler) que el Gobierno está rodando con Rita Barberá.

sábado, 10 de septiembre de 2016

Trampantojos y variadas perspectivas


J.A.Xesteira
Aunque parezca lo contrario, todos los medios de comunicación (que no tienen porque ser obligatoriamente de información ni mucho menos de formación) son iguales, dicen lo mismo y, a pesar de parecer que sus líneas son contrarias, todos van a lo mismo; todos los periodistas saltamos estimulados por la misma noticia, indignados ante las mismas cosas, pero, si nos fijamos un poco, no es más que un truco del que ni siquiera somos conscientes. Cada evento nuevo es una especie de trampantojo que no sabemos distinguir. Por ejemplo, ese berenjenal en que se estamos metidos por causa de una ley que permite que podamos estar sumergidos en un bucle espacio-temporal-electoral por tiempo indefinido, es tema de debate y opinión en todos los medios, y aunque todo el mundo discuta y opine, no es más que un truco español; en el fondo todos piensan lo mismo (a veces no piensan nada, discuten sólo por el placer de llevar la contraria) pero cada uno tiene su perspectiva, su punto de vista, que, además, es el verdadero, el que habría que tener para que las cosas se arreglaran. Si nos alejamos un poco y ponemos las gafas de ver a distancia, la perspectiva es diferente; los políticos responsables de solucionar el vacío en funciones del gobierno parece que se mueven y pululan por las ruedas de prensa y los despachos intentando llegar a acuerdos, pactos, soluciones; pero vistos desde arriba son como los muñecos del futbolín que sólo giran alrededor de su eje, sin desplazarse un centímetro, y sólo le dan a la bola cuando la tienen delante, no se mueven de sus sitios. Como en todas las jugadas de futbolín siempre hay gente opinando y debatiendo por fuera de la mesa, diciendo a los que mueven las barras como tienen que hacer.
Es una cuestión de perspectiva y de ver las cosas por lados distintos de la corriente principal, de lo que todo el mundo opina. Por ejemplo, el caso Soria, que recuerda la frase del bandolero del Bosque Animado de Fernández Flórez: “¡Me caso en Soria!”. El caso es que el caso de Soria, ex ministro dimitido por sus pecados fiscales y enchufado por su partido en el Banco Mundial (un claro fallo de perspectiva del que tuvieron que recular) levantó una ola de opiniones periodísticas unánime contra el beneficiado y su partido. No valieron las disculpas, de que si era un funcionario (llevaba 26 años fuera de la Administración y no estaba en activo), de que fue por un concurso (con tufo a cambalache)… Todos, los polemistas de todas las tendencias estaban de acuerdo en lo inadecuado del nombramiento, unos por la forma y otros por el fondo, aunque eso no impidió que dieran sus opiniones, que son las verdaderas, las auténticas. Falta de perspectiva; sólo hay que tomar distancia para ver que Soria era el hombre adecuado. ¿De qué estamos hablando? Esa es la cuestión. Un apaño, un chanchullo para agradecer los servicios prestados (y bien remunerados) del ministro Soria por renunciar a su puesto para trabajar (es un decir) en el Banco Mundial. Los más críticos se rompieron la camisa por poner a un implicado en posibles delitos como representante español en el Banco Mundial. Pero, ¿dónde mejor? repito, ¿de qué estamos hablando? Del Banco Mundial, es decir, de un banco, una organización concebida para guardar el dinero del delito, para ganar beneficios siempre al borde del delito (cuando no del otro lado) un negocio que está más cerca de don Vito Corleone que de Santa Teresa de Calcuta. El Banco Mundial fue creado por las Naciones Unidas para reducir la pobreza en el mundo; ¿cómo?, concediendo préstamos. No hacer falta ser licenciado en Económicas para entenderlo: un préstamo no soluciona la pobreza, el resultado final es que el banco se queda con el dinero y el pobre. El Banco Mundial presta dinero a los países para que estos solucionen sus problemas de miseria, pero generalmente, ese dinero se lo quedan los dictadores de esos países que son los que de verdad están produciendo la miseria en sus países, en colaboración, generalmente, con grandes empresas colonizadoras. Para no seguir (tienen todos los casos de delincuencia genocida en la wikipedia), el Banco Mundial no es una “oenegé", es una organización internacional de estructura mafiosa más dedicada al crecimiento económico de los países que al crecimiento social de los mismos; una estructura supranacional dedicada a generar riqueza a los grandes bancos y a las grandes corporaciones; los pobres de la Tierra son una disculpa, una foto para la publicidad; incluso son unos consumidores potenciales (un ejemplo: ¿pueden calcular el negocio de las tiendas de campaña Quechua que cubren las docenas de campos de refugiados de Europa?). ¿Dónde mejor podría estar un sospechoso habitual como Soria que en un banco ubicado en el paraiso fiscal más grande: el Mundo? La perspectiva falló porque los jugadores del futbolín estaban girando sin parar sobre las barras.
La promesa de mejoras de cada país se basa en un concepto que no es más que un trampantojo: el crecimiento de la economía como un bien general. Pero eso no sirve para nada, basta mirarlo con la distancia suficiente para ver que detrás de ese crecimiento económico no hay un crecimiento social. Y nos lo quieren vender como un dramático “¡O yo o el caos!”. La realidad disfrazada es que un país no ha crecido economicamente más que en números sobre el papel, un papel pintado, un trampantojo. Las macrocifras esconden los mininúmeros. Si hubiera una perspectiva con distancia, veríamos que la mayor parte de lo que se nos ofrece como mejora esconde bajos salarios, debilitación del sistema social y unas cifras de paro que no descienden nunca. Los políticos, desde su perspectiva, gustan de sacar a pasear aquella frase de JF Kennedy de “No preguntes que puede hacer su país por tí, pregunta que puedes hacer tú por tú país” Desde nuestra perspectiva podemos decir: “Vale, ya sé lo que he hecho por mí país y sé lo que me ha costado, ahora ¿puede hacer algo mi país por mí?, porque, si no, algo no funciona”.