sábado, 29 de septiembre de 2012

Los santos ofendidos


Diario de Pontevedra. 29/09/2012 - J.A. Xesteira
La ola de violencia que levanta al mundo islámico contra las embajadas de EEUU en particular y el mundo occidental en general vuelve a traer a la mesa el reiterado tema del estado moderno laico y los estados donde la religión es la ley principal y sus dioses piden el sacrifico de los impíos y blasfemos. Algo tan viejo como la más vieja de las civilizaciones. Los dioses siempre han exigido víctimas, y cuando no las había lo organizaban para que se montara una guerra en su santo nombre. Desde Caín, las mayores matanzas de la Humanidad se organizaron en nombre de algún dios o contra el nombre de algún dios. Desde los púlpitos cristianos se animó a degollar a los habitantes de Jerusalén para rescatar los santos lugares en unas cruzadas que arruinaron Europa; desde las mezquitas, las sinagogas y las iglesias se animó a organizar matanzas contra los enemigos de Alá, Yaveh o Cristo en sucesivas etapas. Y, sin embargo, las tres religiones monoteístas se basan en libros de paz, que predican actitudes de comprensión, perdón y buen rollo. Ahora ha bastado que cuatro majaderos hicieran una película sobre Mahoma, denigrando su figura, para que se monte un pollo global con muertos sin ton ni son. Al parecer acusan a un israelí de ser al autor de la película, como para darla más morbo al asunto. Y se invoca la libertad de expresión para dar respaldo universal al detalle de colgar el trailer en Youtube y que cualquiera pueda cabrearse en su ordenador. La siniestra estupidez (probablemente prevista e intencionada) ya se ha cobrado la vida de un embajador y unos cuantos manifestantes y policías en diversas partes del mundo musulmán, en países donde anteponen la religión al estado. Vemos en los informativos a los manifestantes bramando encolerizados contra cualquier cosa y nos creemos que todos los pakistaníes están que braman en cólera. Aquí convendría apuntar el detalle de que lo que vemos en las televisiones no es más que un detalle puntual de la noticia, el resto del país va a su vida. Aclarado esto volvemos a la cuestión anterior: las religiones son un peligro cuando las interpretan como quieren y como conviene al poder político. El escándalo por la película contra Mahoma recuerda aquel otro de la condena a muerte –“donde quiera que lo encuentren”– contra Shalman Rushdie, por una obra que se vendió gracias a eso como rosquillas. En ambos casos flotaba la libertad de expresión, algo que podemos ver desde el punto de vista occidental, pero que choca con otros conceptos distintos desde el punto de vista oriental. Con la libertad de expresión por delante también en Francia se publican chistes sobre el profeta en la revista Charlie Hebdo. Y también se organiza otro escándalo, muy parecido al que todavía colea de las famosas caricaturas de Mahoma en Dinamarca. La defensa de la libertad de expresión es materia que conviene conjugar con el sentido común. ¿Tengo derecho y libertad para tirarle de los bigotes al tigre? Si, pero el sentido común me dice que mejor no, al menos por ahora; quizás si está disecado o bien atado. Utilizar la libertad de expresión como escudo para provocar una situación de resultados previsibles es tener poco sentido. Las religiones, principalmente las tres monoteístas, tienen sus particularidades y conviene, por lo menos saber que terreno se pisa. Las tres tienen sus libros sagrados, que después reinterpretan los sumos sacerdotes de cada rama como les sale del citopigio. El Cristianismo es la única religión que admite, al menos en la rama católica, profusión de santos, imágenes, pinturas e iconos, de forma exagerada y, a veces, hasta ridícula (la adoración de los fieles católicos por imágenes que sólo son la cara y manos de una muñeca es notoria y, vista sin pasión, hasta fetichista). Sin embargo, la tolerancia en lo que respeta al humor sobre las figuras sagradas es amplia en estos tiempos; en el pasado no muy lejano la blasfemia se pagaba con multas (25 pesetas en los años 50 por “injurias al Creador”, según denuncia a la Guardia Civil) y el cura podía denunciar al réprobo que trabajaba en domingo. Pero los tiempos mejoraron en este sentido. En los años 60 llegó a mis manos un ejemplar de la revista francesa Hara Kiri (llegaba de estrangis, estaba prohibida en España) en cuya portada estaba la caricatura de un Cristo al que el romano le había desclavado una mano y un pie; “le han reducido la pena a la mitad”, comentaba el romano. En la España de aquel momento ese chiste era impensable; ahora no lo sería. En el mundo islámico y el judío no existen imágenes sagradas, todo se reduce a la palabra de dios dibujada en las mezquitas y las sinagogas. Pero en sus libros sagrados no hay ninguna prohibición al respecto y probablemente el mismo Mahoma se hubiera reído de muchas de las bromas que se pueden hacer en su nombre y se escandalizaría de muchas de las barbaridades que también se hacen en su nombre. El profeta fue un líder de su tiempo y organizó una sociedad moderna utilizando el pegamento de la religión, igual que las diferentes religiones surgidas antes y después. La deriva de las civilizaciones llevó a cada cual por diferentes caminos y ahora nos encontramos con que las religiones son el caldo de cultivo donde se cuecen calamidades sociales, intolerancias y regímenes tan autoritarios como feudales, en los que imperan barbaridades legales y castigos medievales. Política y religión son una mezcla altamente peligrosa, que se retroalimentan para dominar a las distintas sociedades, fanatizadas a la vez por el miedo y la ignorancia. Putin acaba de reinventar el estado zarista y se abraza a la iglesia: la KGB es creyente. Sólo la educación y la cultura nos pueden salvar de este binomio perverso. El tiempo tendrá que cambiar los fanatismos y colocar a cada uno de los dos poderes en su sitio. Pero consideremos por ahora que ni todos los musulmanes son esos energúmenos ni todos los occidentales están libres de sus religiones. Todavía juran sus cargos políticos delante de un crucifijo.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Vida virtual


Diario de Pontevedra. 21/09/2012 - J.A.Xesteira
Poco a poco (o mucho a mucho, dada la velocidad acelerada con que pasan las cosas) la vida, eso que nos lleva del verano al otoño, de jóvenes a viejos, de frío a calor, de buenos tiempos a malos tiempos, se va desdoblando en dos, como si la suela del zapato vital se fuera despegando. La vida que transcurre en el espació real, tangible, sólido, pierde terreno que gana la otra vida, la irreal, intangible, virtual. Ese espacio que ya ocupa en tiempo y circunstancias la enorme bola de seres que habita la Red, en sus distintas variaciones, va ganando espacio y tiempo a la vida real. Las cosas ya suceden más en la pantalla del ordenador que en la calle, y cuando ocurren en la calle tienen que tener el respaldo automático de la pantalla, ya sea la dimisión de la presidenta de los madrileños o los cadáveres de los sirios en sus casas. Por culpa de un Mahoma virtual, manipulado por algunos insensatos, se produce una guerra real, con muertos americanos reales que solo hemos visto en la pantalla, como si fueran muertos de un juego de ordenador. La democracia y sus variaciones, incluidas campañas electorales o protestas multitudinarias, se convocan por la vía de las redes sociales (pronto se llegará al sufragio universal en la red: un hombre, un voto digital); los flujos de capital son números que circulan por las redes financieras, en forma de primas de riesgo, de deuda nacional o de estafas digitalizadas en fracciones de segundo; los muertos en las guerras surtidas que ocupan el mundo, necesitan el respaldo virtual para existir. Pero esa inmediatez también tiene su lado oscuro. La idea de que poseer en internet miles de personas que ven nuestro blog, leen nuestros mensajes-cagada-de-chiva del Twitter o apoyan nuestra campaña electoral, tiene su truco. Acaba de saberse (lo que ya suponíamos) que la mayor parte de los apoyos que tienen en Twitter candidatos a presidente, estrellitas de la canción juvenil o actores de cine, son falsos; se compran a espabilados intermediarios que venden clics de ratón como si fueran firmas de apoyo, por miles y a buen precio. Los movimientos del mercado, es decir, la especulación financiera entre personas que cualquiera con decencia metería entre rejas, es virtual. Sólo se trata de cifras tecleadas en un ordenador que varía a gusto y placer de los bancos. No hay dinero en sacos ni paquetes de billetes, sólo números negros y números rojos. El resultado es el conocido, todo lo que se roba y estafa de manera virtual y dentro del marco legal se traduce en pobreza en el mundo real, donde los estafados y defraudados se quedan sin el dinero real con el que comprar en el supermercado. Hace años conocí a una mujer, de aldea (puntualizo), que tenía una cuenta en la caja de ahorros con un millón de pesetas, en los tiempos en que poseer un millón de pesetas era ser millonario. La buena mujer, de vez en cuando se acercaba por el banco y pedía ver “su” millón de pesetas; por más que le explicaran que figuraba en la libreta que tenía en su poder y que eso era como dogma de fe, ella insistía en que si tenía allí, en aquella caja, un millón de pesetas de su propiedad, tenía el derecho de verlo y contarlo. Así que el director se resignó a que de vez en cuando, la mujer llegaba, le sacaban un millón de pesetas, lo contaba y después pedía que lo guardaran. En su mundo no cabían los espacios virtuales, venía de un tiempo en que las cosas eran reales, se palpaban. Era una mujer de antes de la era atómica, la que inauguró Estados Unidos con un genocidio, mediante el asesinato premeditado de las poblaciones civiles e indefensas de Hiroshima y Nagasaki (genocidio que nunca fue juzgado ni condenado). A partir de ahí las guerras fueron asomándose a las noticias, primero en forma de fotografía y texto periodístico y poco a poco con imágenes en movimiento que nos llegaban a casa, primero, desbrozadas de toda sangre y dolor, y después con toda la crudeza de la muerte en directo. Vietnam se convirtió en paradigma de la libertad de expresión cuando los enviados especiales contaban, fotografiaban y filmaban el horror apocalíptico de la estupidez humana. La guerra que organizó el presidente Bush el Viejo ya fue planificada como un juego de ordenador, en hora escogida y con efectos especiales de misiles nocturnos. La continuación, es decir, la guerra de Bush el Joven y siguientes, ya son informaciones sin periodistas, cualquiera manda el mensaje virtual desde su teléfono. La guerra que continúa desgajada en sucursales a lo largo y ancho del mundo no es más que una presencia virtual en los ordenadores. Las torres caídas el 11-S fueron un “scoop” en “primer time” no programado, pero que ha quedado como ejemplo de lo que se puede hacer con la cámara y los muertos. Los americanos ya han dado otro paso y bombardean a los que ellos llaman terroristas con aviones sin tripulación, guiados con un ordenador. Siempre matan a indefensas familias que estaban en su casa. Vemos en directo a los niños muertos entre escombros y a los embajadores muertos en la calle. Pero ya estamos acostumbrados, son imágenes virtuales que sólo existen en las pantallas. La vida virtual acabará por paparnos. La propuesta de Dolores Cospedal de formar un parlamento con gentes ociosas y con posibles no debe caer en saco roto. Incluso diría que hay que ir más allá. Un parlamento virtual en el que cada partido tenga los votos de sus representantes virtuales. Por ejemplo, en el próximo parlamento gallego el PP, el PSOE, el BNG y lo que sea, tengan tantos votos como parlamentarios, pero sólo se reúnan a discutir uno por partido. Se ahorraría muchísimo. Podrían juntarse a comer en Cacheiras o a tomar el café en el Derby y a la hora de votar, cada uno hace valer sus votos virtuales. Igual que hasta ahora, pero sin la presencia real de los diputados. Así, el edificio del Parlamento podría dedicarse a otra función; albergue de peregrinos, por ejemplo.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Cosas que no entiendo


Diario de Pontevedra. 14/09/2012 - J.A. Xesteira
Los grandes misterios se resuelven a golpe de dogma o de fe, pero los pequeños misterios quedan sin que nadie se moleste en explicarlos, y, a veces, cuanto más tratan de explicar, menos lo entendemos. Son esas pequeñas cosas que no se entienden y que nos hacen la vida más difícil y a nosotros nos convierten en tontos útiles o en pasmados contribuyentes. El grado de estupidez, desfachatez y cinismo a que han llegado las clases dirigentes de este país nos supera a las personas corrientes en varios máster. A título de anécdota explicativa. ¿Por qué en muchas gasolineras el cliente tiene que echar la gasolina en su coche y, por ello, no le rebajan ni un céntimo? Se trata de manipular sustancias peligrosas, altamente inflamables, y se supone que los trabajadores del sector saben lo que se traen entre manos; pero el cliente, no. Saco este ejemplo, como muchos, porque estos días atrás anduvo el tema en danza, que si las gasolineras ganan o pierden, que si los impuestos son tantos o cuantos. Pero el precio es más o menos el mismo para todas las estaciones, ya tengan personal para servir y vender o no lo tengan (en el segundo caso se ahorran puestos de trabajo que se suplen con el voluntariado de los clientes) ¿Se podría obligar legalmente a que sean solo los empleados los que sirvan el producto? Se podrían crear muchos puestos de trabajo. Seguramente hay una explicación legal (y otra económica) para este caso, pero por más que me lo expliquen, no lo entenderé. Como la maravillosa historia de los parques temáticos, que parece que van a solucionar (otra vez) los males de una población a la vez que van a crear puestos de trabajo sin fin. Parece que hablan de algo nuevo y deslumbrante. Los parques temáticos son tan viejos como el hombre. La iglesia católica los inventó (con notable éxito, eso si) hace siglos, primero Roma, después Compostela y otros de menor cuantía como Fátima o Lourdes, todos con buenos resultados económicos (para los espirituales hay que esperar a pasar al otro mundo). Walt Disney aplicó la misma fórmula pero con muñecos en lugar de santos, destinada a la familia feliz, que va a disfrutar de la fantasía que primero pasó por el cine. El resto son un completo fracaso, mucho más grande del que figura en los balances contables y en los datos para la prensa. Terra Mítica, Port Aventura y demás grandes espacios inaugurados por políticos en tiempos de bonanza, que auguraron un futuro esplendoroso no son más que los desastres que se suponían desde el principio, por mucho que los políticos les doraran la píldora a empresas a un paso de la delincuencia y les dieran todas las facilidades para que los más listos tomaran el dinero y echaran a correr. Todas se mueven entre los despidos masivos y los números rojos. Y ahora aparece la representación del lado oscuro de los parques temáticos, Las Vegas. A poco que se haya ido al cine se sabe que Las Vegas es una ciudad artificial instalada en medio de un desierto, creada por las familias de la Mafia norteamericana para concentrar en un sólo lugar sus grandes negocios, el juego, la prostitución y las drogas. Eso es lo que han estado peleando estos días atrás Esperanza Aguirre y la Generalitat con los resultados de todos sabidos. Para hacer ese emporio de riqueza y puestos de trabajo el anciano mafioso americano exige cosas contrarias a la ley vigente y a la dignidad (a veces vigente), como inmunidad fiscal y laboral, además de otras condiciones que van en letra pequeña. La esposa del anciano mafioso pedía en Barcelona, además, que movieran de sitio el aeropuerto y tiraran el campo de fútbol del Espanyol (menos mal que no se le ocurrió nada con la Sagrada Familia) Y con estos antecedentes, van y me explican que eso es una cosa buena, sana, importante y necesaria para la economía española. Pero no lo creo ni lo entiendo. Dentro de unos años Eurovegas será objeto de reportaje de otro negocio fraudulento, pero los responsables seguirán impunes como en el resto de los desastres político-administrativos. Como no entiendo el mundo de los recortes en sanidad, sueldos, educación y demás áreas de la sociedad indispensables para la existencia de esa sociedad, y, por el contrario, aumentan el presupuesto de los ejércitos en un 16,8 por ciento, disfrazado de pagos por compra de material de combate. Gasto inútil y poco rentable. El ejército español, por mucho patriotismo que le echemos al asunto, es un sector que sirve para absorber mano de obra, cualificada, para la que hay que inventarle cometidos, como enviarla a Afganistán, en una misión inútil o a sitios donde nadie los llamó. Mover ese ejército testimonial es tan absurdo como la consigna que nos daban en la mili para hacer guardia: hay que estar vigilantes por si viene el Enemigo. Así, en abstracto, como si de repente fueran a invadir Ferrol el Ejército Rojo o las harkas de Abdelkrín. Al único que se le entiende todo es al presidente del Gobierno, a condición de utilizar un sistema folklórico gallego de entendimiento. Después de su comparecencia en televisión, se ve que es un hombre que vive en el mundo condicional. Todo su discurso gravita sobre el “en este momento no tengo intención de..., pero si las circunstancias cambian...” Todo va a ir bien, a condición de que se den unos supuestos que desconocemos y que pueden ir mal, porque en ese caso todo irá al revés. Es la condición del que llegó al poder del país engañado, pensaba que era otra cosa, y si las cosas se portan como se espera, las cosas saldrán bien, si no, no. Por eso es claro en sus intenciones, él no tiene pensado hacer determinadas cosas, pero el mundo está en su contra, y los pensionistas ya nos preparamos para una rebaja que no va a ser intencionada, pero siempre que las condiciones sean las buenas. Rajoy aplica el más tópico folklore: “Alá arriba non sei donde, había non sei que banco, pedíaslle non sei qué e dábache non sei canto”. ¿Entienden?

sábado, 8 de septiembre de 2012

Libros y otras cosas


Diario de Pontevedra. 07/09/2012 - J.A.Xesteira
El otro día compré en Portugal un libro de poemas de Agostinho Neto, editado con gusto y buen precio por una editorial de Vilanova de Cerveira. Para los que no tengan ganas de acudir a la wikipedia debo decir que Agostinho Neto fue el padre de la revolución descolonizadora de Angola; médico con título en Lisboa, encarcelado por la dictadura portuguesa, ejerció la medicina atendiendo a los pobres de su país (que eran casi todos) y fundó el Movimiento para la Liberación de Angola (el famosos MPLA), fue el primer presidente de su país en libertad, y, además, era poeta. Ojeaba el librito en la plaza de Vilanova, cuando me dio por pensar en los otros padres de patrias independientes de África. Me vino inmediatamente a la memoria Patrice Lumumba, periodista, primer ministro del Congo democrático, asesinado por la CIA y la Bélgica católica de Balduino; también era poeta. Y Leopold Sedar Senghor, primer presidente de Senegal, también poeta con obra extensa, traducida en gran parte al español. De una cosa a la otra, concluí que los grandes hombres que descolonizaron e intentaron construir una África distinta y sin amos blancos, eran poetas. Después vinieron otros tiempos, y la avaricia que ampara la rapiña mundial (la crisis que padecemos no es otra cosa) los destruyó poco a poco y convirtió los ideales de aquellos hombres en otra colonización más brutal si cabe, perpetrada por los mismos africanos y patrocinada por los mismos poderes internacionales. Pensaba en la diferencia con el llamado Occidente, civilizado y colonialista, donde lo habitual es que nuestros dirigentes sean abogados, registradores de la propiedad, funcionarios del fisco o, simplemente paracaidistas que pasaban por allí. ¿Alguien puede imaginarse la posibilidad de que un poeta llegue a ser elegido presidente aunque sea de una comunidad autónoma? Pero la cosa no iba de políticos y literatos, sino de libros. Estaba encantado con mi hallazgo de un poeta (del que, por cierto, se puede encontrar en internet la única obra suya publicada en España, “La Lucha continúa”) cuando llegué a la conclusión de que sólo leo libros de gente periférica, de tipos que no están en la corriente principal, de historias que son ajenas a la moda. Si es cierto que cada uno es lo que lee, llegué a la conclusión de que soy poco menos que un proscrito. Repasé mentalmente lo último que pasó por la mesilla de noche y contabilicé una biografía de Buñuel, una novela de Simenón (sin Maigret) otra de Doctorow, una de Katzanzakis, el diario de Darwin en el Beagle, el Pinocho en una edición integra de bellas ilustraciones, el Génesis de Robert Crumb y un libro cómic interesante, “Asterios Polyp” (regalos de mi hijo) y algunas cosas más de escasa actualidad editorial. En mi iPad (si también leo en ese artefacto) tengo algún libro pirateado honradamente en Internet, como por ejemplo “Orfeu da Conceição”, de Vinicius de Moraes, descatalogado en Brasil, pero que pedí “prestado” a la Universidad de São Paulo. Ningún libro escrito por suecos, ningún detective privado ni policía (más falsos todos que un euro de palo), ningún niño inglés con varita mágica (el niño inglés importante era Guillermo Brown, el único anarquista británico), ninguna epopeya guerrera de las tierras medias o de los reinos destronados, y, por supuesto, ningún best seller, novela pseudohistórica ni libro de autoayuda (con la pasta de papel utilizada para imprimir libros de autoayuda se podría reforestar medio Amazonas, un desperdicio inútil). Con este bagaje cultural temo no estar al día y navegar por mares inciertos de la literatura. Pero el caso es que trato de estar al día. Mis comercios preferidos son las librerías y las tiendas de objetos usados, los chambos; en las primeras reviso, hojeo y me pongo al tanto de la actualidad editorial; entro y sorteo esos montones de libros que son novedad y que parecen la oferta de detergente del súper; suelo salir con alguna edición de bolsillo (siempre que la letra tenga un cuerpo legible) o alguna curiosidad que me llame la atención. En los rastros “fuchico” (que es verbo que deberíamos exportar) en busca de joyas en forma de libro o disco de vinilo. Y a veces encuentro esas joyas, como el buscador de oro que descubre la pepita en el fondo de la palangana. Los rastros son el barómetro de lo fugaz de la fama literaria; ahí van a parar docena de libros que brillaron un instante como gran novedad, algunos, incluso, con la dedicatoria al amigo íntimo con todo el cariño del autor; ahí recalan a precios de rastro los suecos de trilogía, los niños magos y, sobre todo, esos libros que los profesores imponen como lectura obligatoria. Entre todo eso es posible de vez en cuando encontrar la pieza que nos interesa, el ejemplar editado con gusto, aquella novela que leímos de niños en la colección Historias o esa edición de Dos Passos de la vieja editorial Planeta. El libro está (también) en crisis, desde hace mucho tiempo, que recuerde, y a su alrededor se oyen lamentos que vaticinan las negras tormentas que agitan los aires, en forma de IVA, en forma de formato digital, en descenso de ventas y muchas otras cosas que son más bien objeto de congreso que de artículo periodístico. Pero cuando entro en una librería siempre veo montañas de libros; se editan al año miles de novedades, lo cual nos lleva a la conclusión de que escribir es fácil, porque se supone que por cada libro editado debe haber unos cuantos más escritos que nunca saldrán del cajón. De lo que deduzco que la crisis debe ser más bien comercial, porque material hay como para una muralla china de libros. Puede que le suceda lo mismo que a los discos, que mueren mientras circula por el mundo más música que nunca. Una cuestión comercial. También debe estar pasando que la literatura se nutre de los tiempos en que vive y, por deducción lógica, le corresponden las horas bajas. Hay que esperar a la remontada y a otra edad de oro, o de bronce. Mientras tanto leo con efecto retroactivo y por fuera de lo que se lleva ahora mismo. Como los poetas africanos.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Por amor al arte


Diario de Pontevedra. 01/09/2012 - J.A. Xesteira
La noticia más importante de España de cara al exterior fue estos días el “arreglo” que una anciana del pueblo de Borja realizó con buenas intenciones y unos tubos de óleo del Ecce Homo de la iglesia parroquial. La repercusión fue enorme, lo cual demuestra muchas cosas. Entre ellas, una: que la percepción que tenemos de nuestro país no coincide con la que tienen desde fuera (basta viajar un poco y poner la televisión del hotel para ver lo que aparece de eso que llamamos España); y otra: que lo que se llama arte es algo tan relativo que depende de cuestiones muchas veces demasiado subjetivas como para hacerlas universales. El patrimonio de la iglesia católica, rico y artístico, sale a las primeras páginas de estos días gracias a dos noticias que debieron hacerse partir de risa en sus tumbas a Berlanga y Azcona: el Ecce Homo de Borja y el Calixtino de Compostela. Ambos fueron sometidos a la pública exposición de miles de personas que pasaron por delante de las obras de arte con dos fines exclusivos: ver una noticia de prensa en carne viva y fotografiarse a su lado. El aumento desproporcionado de publico asistente a las más variadas muestras artísticas de los museos es un fenómeno reciente; basta anunciar una antológica de Lucas Cranach el Viejo (o el Joven), pongamos por caso, para que se formen colas interminables a la puerta del museo. ¿Será que de repente la masa ciudadana se culturizó hasta el punto de que su devoción por los grandes artistas les hace emprender el camino hasta sus cuadros, cueste lo que cueste? Lo dudo. El fenómeno debe tener otras explicaciones, seguramente más fáciles y que usted mismo puede deducir. La contemplación del Códice Calixtino está obligada por haber sido “el libro robado”. De no haber sido así no pasaría de un mamotreto curiosamente pintado. La “restauración” del Ecce Homo a cargo de la vecina de al lado tiene otra miga. Para empezar, los miles de turistas que pasaron por la iglesia, pueden fotografiarse delante del cuadro, lo cual cumple con el objetivo principal de todo turista con un artefacto fotográfico en la mano. Está demostrado que la mayoría de los que visitan las Pirámides, la catedral de Santiago o la torre de Pisa lo hacen con el exclusivo fin de fotografiarse al lado; cada vez son más las personas que ven las grandes obras de arte mundial a través de su telefonillo, de su iPad o de cualquier cachivache fotográfico. Si en el museo del Prado dejaran hace fotos, las majas de Goya desaparecerían en un año, fulminadas por los flashes de todos los que posaron a su lado (Vanesa y la Maja Desnuda –Vanesa es la de la derecha–) El Ecce Homo tiene además el componente artístico. El ayuntamiento se movilizó ya para restaurar la pintura original y estudiaba demandar a la vecina pintora; el cura se hace el sueco y silba mirando al cielo; la pobre mujer se encerró en su casa abochornada por las hordas de turistas que quieren hacerse una foto a su lado. Y nace la polémica (somos un país que ya no habla, polemiza) sobre si vale la pena restaurarlo, dejarlo como está o sacarlo en procesión. Por partes; para empezar, la obra original no pasaba de ser un cromo que alguien pintó en dos días; muy respetable, pero de nulo nivel artístico; la octogenaria vecina lo convirtió en un despropósito que está siendo el hazmerreír de la concurrencia. Pero, llegados a este punto hay que ponerse serios. Hemos visto cosas peores en museos de arte contemporáneo, le llamaban intervenciones o customizaciones o cualquier otra palabra inventada ex profeso para la ocasión. Ese Ecce Homo, si lo llevamos a uno de tantos museos conceptuales construidos gracias a los miles de millones de que dispuso un político cualquiera, no causaría extrañeza. Cosas peores se han visto. La diferencia está en saber vender la moto. Tomemos el ejemplo de Andy Warhol, un tipo habilidoso que pasó a la historia de la cultura como un artista plástico, cineasta y literato; en realidad era un hábil vendedor de burros ciegos, un embaucador que hizo del mamoneo una de las bellas artes. Sus famosos cuadros no eran más que fotocopias (que ni siquiera hacía él) coloreadas con una caja de rotuladores Carioca; sus películas (que tampoco realizaba él) eran una estupidez aburridísima; y su obra literaria es una tomadura de pelo. Pero, y ahí está la clave, supo vender todo eso como si fuera lo más de lo más; se vendió a si mismo con esa marca registrada que consistía en colocarse en la cabeza una peluca vieja de una muñeca Nancy. Desde Warhol son innumerables los artistas que se colaron por la puerta que abrió él y que se pueden resumir en la idea de que “no importa lo que hagas, lo que importa es como lo vendas”. El problema consiste en tener la capacidad de desbrozar la selva artística, ser capaces de distinguir a los artistas que de verdad luchan a brazo partido con su obra, ya sea un dibujo a lápiz o una instalación gigantesca, de los que aprovechan el espacio que los artistas de verdad ocupan para vender un falso producto al encargado de turno de la cultura oficial y pública. Si la vecina de Borja supiera vender su Ecce Homo, podría acabar en el Moma. Pero ella lo hizo por amor al arte. No pidió dinero ni fama, que son los resortes que mueven la cultura de ahora mismo. Le sucede algo parecido a los políticos que padecemos. Nos han vendido la necesidad de votarlos de la misma manera que a los turistas los llevan de museo en catedral, sin una necesidad aparente. Por eso tienen razón los políticos que dicen que las pasan canutas con 5.100 euros al mes; o la ministra que pone de ejemplo a una familia que gane 8.000 euros al mes, o la ministra Cospedal (sueldo de 100.000 euros anuales) que afirma que los políticos “no lo hacen por su salario”. Es cierto, lo hacen por amor al arte. El dinero y la fama no cuentan.