domingo, 9 de noviembre de 2014

Encantados y desencantados

Diario de Pontevedra. 08/11/2014 - J.A. Xesteira
El tiempo no ayuda. El otoño es propicio a las depresiones, que son la consecuencia (o el motor) de los desencantos. Somos un país desencantado en el que viven personas con encanto, personas encantadoras y personas que están encantadas de ser y estar como son y están. Siempre nos movemos entre el encanto y el desencanto. Por ejemplo, Amancio Ortega debe estar encantado de haber ganado 447 millones de euros en un pispás, solo con las revalorización de las acciones de su propia empresa. Por ejemplo, los jóvenes españoles a los que llaman ni-nis (ni estudian ni trabajan) padecen un enorme desencanto, con razón, contra todo lo que les rodea; el 25 por ciento de los que tienen entre 15 y 29 años, una edad para ser feliz e inconsciente, no tiene empleo ni nada que hacer en la vida, salvo vegetar en sus casas (la media de desempleo en este sector es del 15 por ciento en la OCDE); el 31 por ciento sin estudios está en el paro (el 15 por ciento en la OCDE), el 20 por ciento con enseñanza obligatoria, también (el 16 por ciento en la OCDE), y el 23 por ciento de los titulados universitarios (13 por ciento en la OCDE) que no hayan emigrado, están en paro. No hay motivo para estar encantados de haber conocido este país y este paisanaje. El paro aumenta en octubre, con lo cual es más leña en la hoguera del desencanto. Ni siquiera el truco de adelantar la Navidad a Todos los Santos (en los centros comerciales sonaban los “jingelbels” en medio del Halloween) contribuye a encantar. Sólo el ex ministro Matas debe estar encantado con la justicia española; ya le dejan volver a casa como en un anuncio navideño del tercer grado penitenciario; sólo tiene que ir a dormir a la cárcel, pero dentro de poco, cuando lo juzguen por las causas pendientes, a lo mejor sólo tiene que ir a la cárcel a tomar el vermut los domingos. Pero otros sectores están desencantados con el funcionamiento del sistema. Por ejemplo Jordi Savall, un músico muy aburrido, que toca instrumentos viejos y hace músicas muy viejas (según la opinión que debemos suponer en los dirigentes de la cultura española) pero que, como es famoso internacional (los europeos son muy aburridos con esas músicas) le dan un premio nacional; y él no sólo lo rechaza, sino que, como está desencantado con la política del ministro Wert y sus mariachis, pone a parir al Gobierno, al que acusa de dar la espalda a la Cultura. Y tiene razón: dentro de cincuenta años nadie se acordará del ministro Wert, pero la música vieja y aburrida de Savall se seguirá escuchando y sus discos, o lo que sea en ese momento, se seguirán vendiendo.
Los empresarios de la Gran Empresa afirman que están desencantados con los partidos políticos, a los que acusan de corruptos, así, en general, sin personalizar. La Gran Empresa, que nunca encantó a nadie más que a ellos mismos, propone, sin embargo, una batería de medidas con las que quieren salvar al país de las garras del Mal y crear ¡dos millones de empleos! La experiencia nos dice que cuando se ofrece crear miles de empleos (ver presidentes de gobiernos y grandes estrategas anteriores) no se crea nada, es un bluff. Los empleos se crean cuando hay interés y ganas de crearlos, sin necesidad de anunciarlo. La Gran Empresa propone encantar al personal con canciones de sirenas que piden combatir la economía sumergida (que existe porque las empresas necesitan de ella para externalizar y reducir costes: ver talleres de confección en la provincia) flexibilizar el mundo laboral (la vieja canción de abaratar salarios, despidos y contratos) y unas cuantas recetas más de tipo económico que acaban en lo mismo: todo sigue igual. La Gran Empresa es la que maneja a los gobiernos y les dicta a la oreja las leyes que convienen, le pide nuestro dinero público cuando las cosas vienen mal dadas (agárrense que están al caer las mútuas laborales) y guarda sus beneficios en huchas escondidas en paraisos fiscales. 
El desencanto de la Gran Empresa con los partidos políticos se centra en la acusación de ser la causa de que Podemos triunfe en las encuestas (de momento, sólo en las encuestas). No les gusta. Podemos, que todavía no es nada salvo en las encuestas (que pueden fallar) es el clavo ardiendo al que pueden agarrarse los desencantados. Encanta a los ni-nis vegetativos porque les puede dar esperanzas de algo; y puede encantar al mismo Amancio Ortega, porque su reino no es de este mundo. No sé si el mogollón abstracto que compone Podemos está encantado con ellos mismos; pero deberían estar asustados. El PP y el PSOE lo están: Podemos los han desbancando sin haber hecho nada todavía. Ni siquiera es un partido a la manera tradicional; sólo es, por ahora, la concreción de las ganas de la gente de que todo cambie, que las cosas sean distintas, que nos encanten, que cambie el país, limitado por el horizonte de las líneas paralelas bipartidistas, apoltronadas, con el culo gordo del poder sentado encima de un país arruinado y perpetuándose en un estado de cosas que ya no sirven. Podemos, por ahora, sólo son ganas y palabras nuevas. Y con eso ya ha puesto a temblar a los dos partidos y a los grandes empresarios, que ven como hay mucho fuego alrededor de sus culos de paja. 
Los que hace años íbamos de derechas o de izquierdas quedamos desencantados con lo que se nos vino encima. Los franceses buscan la izquierda perdida, los alemanes también, Obama acaba de desencantarse; y comienzan a aparecer grupos que se vuelven a llamar comunistas. Los ajustes partidistas para buscar votos fuera de sus propios principios no dio resultado. Al final, la gente quiere volver a ilusionarse y vivir dignamente, quiere que, en el país de la impunidad, de la delincuencia sin que pase nada, pase algo. Del desencanto al cabreo cabe el grosor de un pelo. Y del cabreo al alboroto, menos. El futuro se va a adelantar como la Navidad. 

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