domingo, 21 de septiembre de 2014

La decadencia

Diario de Pontevedra. 19/09/2014 - J.A. Xesteira
Estamos en decadencia, el espacio de tiempo en el que se pasa de un estado de bonanza (real o ficticia) a un estado depauperado, tras doblar el pico de la crisis. De aquellas euforias pasamos a estos pesimismos; de nadar en la abundancia pasamos a naufragar con el barco en las piedras; del esplendor en la hierba entramos en el cuerpo a tierra; de agruparnos todos en la sociedad de bienestar llegamos al sálvese quien pueda de esta tropa. Y así. No es la primera vez ni será la última; la historia de los pueblos es una montaña rusa en  la que vamos hacia arriba y hacia abajo, continuamente. Pasamos de las edades de oro a las edades de plomo, y, por el medio, unas cuantas generaciones sufren o disfrutan, confirmando aquella frase filosófica de que la vida es una tómbola (ton, ton, tómbola). Vivimos y sobrevivimos (según el reparto de papeles) en una época de decadencia, que todavía está empezando y que ya muestra los síntomas, las claves, las señales de que se acercan tiempos oscuros y duros, mucho más de lo que estamos ahora contemplando con total impasividad, como si lo que está pasando no fuera más que una realidad virtual, una filmación enviada por whatsapp, una imagen de un juego de ordenador. Las señales del apocalipsis de la decadencia están ahí, a la vista, sólo hay que abrir bien los ojos y entender lo que pasa; ver las cosas que se derrumban con el análisis de Iker Jiménez (no Casillas) y su esposa Carmen en el Cuarto Milenio. Simplemente con ver, leer y oír a los Medios, con ánimo investigador, encontraremos las señales de la decadencia, las marcas de que estamos en la cuesta abajo y nos esperan tiempos oscuros. No serán números de la Bestia ni grandes cataclismos (nos olvidamos de los tsunamis y demás catástrofes naturalmente producidas por el cambio climático en cuanto volvemos de vacaciones) Son cosas normales, reales, noticias que todas juntas, son un panorama que en manos de Iker Jiménez (no Casillas) pueden dar mucho juego.
Vean: de repente, en Madrid, la ciudad con más zona verde del mundo (después de Tokio) se empiezan a caer los árboles, un día, un olmo, otro, un pino, y ya han causado varias muertes; es un síntoma, los árboles se derrumban, y no porque les venga mal dado un temporal, no, así, sin más: que me caigo, que me caigo. Puede ser coincidencia, o no, pero anunciar la alcaldesa Botella que no va a presentarse a las elecciones municipales (quizás viendo lo que preven las encuestas) y caerse los árboles, es todo uno. Después de los anuncios grandiosos de Eurovegas y la candidatura para la olimpiada (por tercera vez) fracasados, la capital entra en decadencia, y los árboles se caen para acompañar la depauperación madrileña. Y se mueren los grandes hombres, Botín del Santander y Álvarez del Corte; y se espera que sigan decayendo otros ilustres a quienes el clamor popular no echará de menos. Serán sustituidos por otra generación familiar, a imagen y semejanza de la Monarquía, que se renueva dentro de la firma comercial Borbón e Hijos S.L. 
La señal más palpable está en el terreno deportivo, que es nuestra manera de entender la patria, enarbolando banderas en los estadios y aplastando incruentamente a un enemigo en guerras de pago y pantalón corto. Primero, la Roja Nacional de Fútbol, que abochornó al país en Brasil; ahora, el baloncesto, que se hundió en Sevilla, y hasta nos echan de la Copa Davis porque los tenistas son de pago y no van por la patria. Ni siquiera los individuales nos dan motivos: Nadal, Alonso y demás atletas y competidores ya no están de moda (la excepción es el chaval de la moto). El ciclismo no brilló en el Tour, que es la carrera de verdad, y hubo que llegar una Vuelta para andar por casa, con final en el Obradoiro, lo cual es decadente, porque se rompe la tradición del sprint por la Castellana. Sólo las mujeres tuvieron importancia en el deporte, ellas, a las que nunca hacen caso, ganaron campeonatos mundiales en natación, atletismo, bádminton, waterpolo, pero, por ser mujeres, fueron noticia durante hora y media, después la noticia fue la baja forma de un jugador porque no está motivado, o el error táctico del entrenador del Madrid. Pura decadencia del país, que asiste pasmado a noticias que no lo son, tragando ruedas de prensa de deportistas como si eso fuera de verdad el deporte. Hasta Iker Casillas (no Jiménez) está en decadencia, al menos según el público y los expertos deportivos. 
La gran señal es el desconcierto político. Pasamos de la necesidad de renovación de los políticos (siempre estarán ahí, como los pobres del Evangelio y siempre harán falta –no estos, precisamente–) a una situación de alarma. De repente el partido en el poder se embarulla en sus propias contradicciones (se hace en la picha un lío, para decirlo de forma menos educada) y el partido en la oposición, que venía decayendo desde hacía tiempo, intenta transformarse en algo que no tiene claro; podría llamarse PS (Partido Sálvame) después de que su líder cambie el mitin por la tele-basura. Y todos se aterrorizan con la aparición de un partido pequeño, todavía sin definición y sin haber demostrado nada, que les mete miedo en el cuerpo, simplemente porque sus líderes hablan como las personas normales. Y para rebozarlo todo, esa caldeirada llamada soberanismo, del que todos hablan, para defenderlo o atacarlo, sin saber de lo que están hablando y sin explicarnos de qué va la cosa. Con Escocia al fondo y su referéndum divisor (nada va a ser igual a partir de ahora), Cataluña sale a la calle, más como sentimiento que como una alternativa clara y programada. 
Lo peor de la decadencia es que por el camino un par de generaciones se han perdido para el bien de todos: científicos, pensadores, médicos, técnicos, investigadores, políticos, deportistas… Todos han tenido que adaptarse “a lo que hay” o marcharse fuera. Lo mejor es que cuando la cosa decaiga hasta el fondo, todo lo demás será ir hacia arriba. 

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