domingo, 28 de diciembre de 2014

Año de justicia

Diario de Pontevedra. 26/12/2014 - J.A.Xesteira
En este último escrito del año que acaba el miércoles es tradicional que los Medios hagan un Resumen del Año, que está ya confeccionado y montado desde hace días, a espensas de la noticia de última hora (la muerte de Joe Cocker –dio hace años en Pasarón un concierto memorable–, una dimisión o imputación antes del fin de año, para amargarle las uvas a cualquiera, y poco más). El 2014 tendrá un nombre, como siempre: “El año de…” o “El año en que…” Y los expertos en resúmenes de los anales de la Historia nos lo explicarán. Fue un año preelectoral, en el que los grandes partidos se complicaron la vida y vieron como los votantes enmascarados aparecían para que las cosas no fueran como siempre. No deben estar muy claros los datos que manejan los grandes partidos (que son los de verdad, los que no cuentan a los Medios y que les dicen que la cosa está fea) porque estos días pasados me llamaron dos veces para hacer una encuesta de intención de voto. ¡A mí, que en la vida me llamaron ni para preguntar que dentífrico uso! Deben estar haciendo las encuestas a fondo y llaman a los últimos de la fila (un servidor). Por supuesto, fiel a mi estilo, no contesté; les informé que sólo respondo a las encuestas si me pagan; los encuestadores cobran, las empresas que los contratan, cobran, los que encargan la encuesta cobran, y el único que no cobra es el más importante, el que da las respuestas con las que los partidos saben a que carta tienen que jugar. Este fue el año de Podemos, como es lógico, el año de la aparición de un nuevo frente anticiclónico; fue también el año de la precampaña, en la que los movimientos telúrico-politicos descabalgaron a unos cuantos viejos y dejó que entrarán algunos jóvenes, no muchos, como si fuera una cuota: tantos de mujeres, tantos de jóvenes, tantos de gays, tantos de viejos… En los resúmenes aparecerán agrupados por temas las noticias del año; nada nuevo en deportes, un espacio donde nunca hay nada nuevo; nada nuevo en economía, donde nos dicen que la cosa se va a arreglar pasado mañana (asiempre pasado mañana); nada nuevo en el empleo, donde el número de parados sólo se ve aliviado por la emigración y el reparto a tiempos de microtrabajo de los empleos; nada nuevo en los empresarios y sindicatos, los primeros apuntando futuros imputados, y los segundos suspirando por los viejos tiempos que echaron por el retrete y tiraron de la cadena; las pequeñas novedades están en el mundo periférico: dicen que el cine español levanta cabeza a pesar de que cada vez que lo hace viene un ministro y le arrea un estacazo; dicen que se siguen editando libros, a pesar de que nadie lee en este país; el mundo de la cultura, en general no es más que una nota suelta en el resumen del año. El resto de lo que dio de si 2014 no tiene mucho interés, aunque haya sido el año en que el Rey Juan Carlos I adbicó en su hijo Felipe VI, una confirmación de que la Monarquía es como un banco o una empresa (también fue el año de la sucesión Botín en el Santander y de la casa de Alba, estos dos casos, por fuerza mayor y mortal). De Felipe VI aguardaban que su mensaje de Navidad fuera rompedor y que pusiera a parir a su hermana por cómplice de su cuñado. No lo hizo e hizo bien. ¿Qué esperaban? Hay que tener un mínimo de respeto por las hermanas, aunque salgan torcidas. 
El año que acaba, si hay que hacer un resumen que fundamente su paso por el tiempo, es que fue el Año de la Justicia Confusa. La Justicia. Vamos a establecer un convencionalismo entre Justicia con mayúscula y justicia con minúscula. La primera es un concepto abstracto, indivisible; y la justicia como sistema de premio o castigo, avalado y configurado por la Ley (o las leyes, excesivas y muchas veces de dudosa justicia). Así que podemos aceptar que la Justicia es el aparato en el que navegan los jueces, los abogados, fiscales, policías y ladrones. Bien. Creo que no hubo un año tan peligroso para la Justicia en este país como el que pasó; un año en el que dimiten el ministro del ramo y el fiscal general del Estado, un año en que anuncia que la hermana del rey se va a sentar en el banquillo de la Pantoja, un año en el que comienzan a entrar en las cárceles personajes variados. Ese mismo año en el que los jueces andan revueltos contra los altos organismos, los abogados protestan por las tasas y por el funcionamiento, mientras se anuncian nuevas imputaciones, investigaciones, se abren nuevos frentes en los procedimientos en curso, y se esperan que sigan apareciendo más “presuntos implicados” en cualquier cosa con dinero por medio.
Todo muy bien. Nunca se había revuelto de esta manera el cotarro de los delincuentes importantes. Pero la percepción de los ciudadanos sobre la situación de la Justicia es confusa: se abren procesos, se imputan a importantes, incluso se meten en la cárcel a algunos condenados (aunque salgan para cenar en casa por Navidad o ir al dentista una semana entera). Las condenas por haber robado dinero público se materializan, pero el dinero no se devuelve, con lo que se supone que en cuanto salgan de la cárcel disfrutarán de lo robado. La confusión aumenta cuando los propios jueces acusan al Gobierno de poner trabas en su trabajo, la administración de justicia es uno de los organismos con más retraso en su funcionamiento, por falta de medios y de personal. Y todo esto no acaba de hacernos creer a los ciudadanos que la justicia confusa pueda ser despejada; como si todo fuera un montaje para que parezca que se hace algo (que de verdad lo hacen los jueces que llevan las causas) pero al final algo no cuadra. Como la música de la lotería, que estaba hecha para decir “pesetas” y ahora no cuadra con “euros”.

domingo, 21 de diciembre de 2014

De un humor penoso

19/12/2014 - J.A. Xesteira
Siempre existió la fama popular de que los españoles éramos los más graciosos del mundo, sobre todo en comparación con el resto de los países, tomados por sus supuestas idiosincrasias; ya saben, los ingleses son serios y estirados, los alemanes son cabezas cuadradas, los italianos son simpáticos pero de diseño, los franceses unos presumidos antipáticos y así todo. Después, una vez que pudimos viajar, nos dimos cuenta de que no todo era tan esquemático y que los chistes de “iban-una-vez-un-inglés-un-alemán-y-un-español” podía hacer gracia en el momento, pero la realidad era distinta. Cada pueblo tiene sus propias consideraciones sobre lo graciosos que son, y se ríen de sus cosas, pero no les gusta que los demás se rían de lo mismo que a ellos les hace gracia. Los habitantes de Lepe podrían hacer chistes sobre sus vecinos, pero no les hacía mucha gracia que toda España se riera de aquella historia (falsa) sobre lo tontos que eran. Sobre la manera de ser de cada nación son importantes los chistes ilustrados que aparecen en los periódicos; ahí se refleja la manera de ser, la manera de reírse de sí mismos (un ejercicio sano) y la válvula de escape de los cabreos nacionales. Muchas veces el chiste de cualquier periódico dice más que el editorial y está mejor dibujado. En tiempos difíciles, de pasadas dictaduras, los humoristas eran la rendija por donde se colaban los mensajes prohibidos; en los actuales, también. Los chistes de bar catalizaban los descontentos y reflejaban en el espejo del humor la realidades más miserables del momento. Los chistes de curas, de Franco, de loros, de maricas, escatológicos, sexuales, de militares, de Jesucristo, de pobres y ricos, de mujeres, de negros…, son materia de estudio social, además de (no siempre) motivo de unas risas. La corrección política, que es a menudo un argumento hipócrita, provocó que muchos de los chistes que hace unos años hacían reir en la televisión (muchos siempre pensamos que eran chistes malos con risas a costa del débil, aquello que un cantante definió como “la gracia del señorito a costa de los pobres”) ahora son materia de delito. La proscripción pública de los chistes de minorías étnicas, de género, de vejaciones de los débiles, de la infancia, etcétera, tuvo el efecto rebote de generar una legión de monologuistas, que son los sucedáneos, con mejor o peor fortuna, de Gila el Grande, analistas de la realidad mirada por la parte de atrás, pero sin el componente absurdo y surrealista del hombre del teléfono (el absurdo, que estaba de moda en los años 50 del siglo pasado, ya no lo está) El humor nacional es otra cosa, como era de esperar del cambio de los tiempos. Mantiene, eso si, ese poso de cabreo nacional, que lo distingue del resto de Europa. Si tienen la paciencia de ver chistes de periódicos extranjeros (están en Internet) verán que los portugueses se ríen y compadecen de sí mismos, los franceses no se ríen, los italianos presumen de sus risas, los alemanes están en otra risa. Pero los españoles descargamos en las historietas dibujadas en los periódicos la mala leche que acumulamos después de leer los titulares; no nos reímos, tratamos de hacer simpáticos nuestros despropósitos como sociedad. 
Pero llegamos a un cambio de rumbo. Los medios de comunicación digitales han revolucionado todo el humor y la forma de contar el chiste. Lo que antes era patrimonio de cuatro amigos en la barra del bar, ahora es patrimonio de la humanidad por medio de Twitter o de Whatsapp. Y lo que antes era una gracia creada en algún punto misterioso del país por una mente simpática ahora se genera en miles de teléfonos, de terminales de ordenador, en el mundo de la Red. Y ahí nace un total descontrol y el humor vertiginoso. El viejo humor de los tiempos de la radio era lento, pero dejaba frases para la historia, porque aquellas frases eran esencia (¿recuerdan el “le han dado a una mujer que no era de la guerra”?) El nuevo humor va a velocidades de nanosegundos, y lo que era risas hace un minuto en Youtube, ya no lo es, le supera otra gracia. La velocidad y la capacidad de convertir en supuesto humor todo lo que pasa por el pequeño mundo de los ciudadanos ha provocado un efecto peligroso: todo vale, todo es susceptible de broma en las comunicaciones digitales; lo mismo un chiste sobre el pequeño Nicolás que sobre el grande Mariano, lo mismo uno de negros inmigrantes que de políticos blancos. No hay baremo ni medida moral; lo serio no es lo contrario de lo jocoso; se puede ser humorista de forma seria. Es cierto que hay que tomar la vida con un cierto grado de humor, pero la línea que separa el torrente de humor digital de la estupidez y la ofensa es finísima. Un chiste sobre curas o negros puede hacer gracia una vez, pero si se mezcla el chiste de curas con la pederastia o la de negros con los muertos en las pateras, el humor desaparece. Y en este momento, la mayoría de los chistes que circulan por las pantallitas están más en el terreno de la ruindad graciosa que del simple humor. El Todo Vale no vale, el derecho a la libertad de expresión no es un maná del cielo: hay que merecerlo. Hemos llegado a un punto en el que ese falso humor de vídeo y “trending topic” muestra a un país que todo lo convierte en broma, desde la crueldad hasta la estupidez. Es cierto que la realidad social no ayuda, con infantas que no saben poner una transferencia y pequeños suplantadores falsificando carnets. Pero la sociedad y lo que hagamos con ella merece un respeto; hemos abaratado el humor y nos hemos acostumbrado a ello; por eso no hay reacciones suficientes cuando abaratan el despido, degradan los derechos sociales, se crean leyes de altas prohibiciones o nos toman por el pito del sereno. Todo eso lo convertimos en un jijí jajá y lo mandamos por whatsapp o twitter. Y quedamos tan contentos.

domingo, 14 de diciembre de 2014

La ciudad perdida

Diario de Pontevedra. 12/12/2014 - J.A. Xesteira
Entro en Vigo en una vieja tienda de música para comprar unas cuerdas de guitarra; de charla con la mujer que desde hace muchos años me atiende y soporta mis rarezas de que si quiero una marca o la otra, me entero de que la tienda (más de un siglo de existencia) va a cerrar las puertas cuando pasen las Navidades. ¿Motivo? La caducidad del contrato y la actualización de las rentas antiguas. Posiblemente, el año que viene será uno más de las docenas de bajos comerciales con un letrero de Se Alquila, y todos los que hemos comprado nuestra primera guitarra allí (somos miles) lo lamentaremos. Y nada más. Y así, poco a poco, desaparece de la ciudad, como de todas las ciudades, el referente histórico, las tiendas «de-toda-la-vida» y digo bien de toda la vida. Hago al instante un poco de memoria y otro poco de reflexión. De Vigo, como de cualquier ciudad, fueron desapareciendo viejos comercios de belleza atemporal justo cuando los propietarios los dejaron, ya por fallecimiento, ya por jubilación sin continuidad. Coincidió ese momento, en que el negocio familiar no tiene continuación, con la aparición de una firma multinacional que se instala en el local, con lo que se pierde una seña de la ciudad a cambio de una firma clónica de venta mundial. Existió también una época en que los bancos eran negocios en expansión y sin la mínima sospecha de delincuencias organizadas, avalados todos por el Banco de España, que los santificaba y por las agencias que hacían las auditorías; en ese tiempo que ahora parece lejano, se multiplicaban las sucursales para convencer desde ellas a los ciudadanos de que las preferentes eran sanas y honradas. Por algúna extraña circunstancia, esas sucursales se instalaban en viejos cafés, que desaparecían sin remedio. Los bancos fueron ocupando locales, y poco a poco desaparecieron de las ciudades los cines, los cafés, los comercios viejos y los lugares que daban identidad a esas ciudadaes. Los establecimientos de comida basura, en la que inexplicablemente todavía hay gente que cree que está comiendo algo sano, se instalaron en edificios emblemáticos, en los que encerraron esos templos del ketchup y las patatas fritas que se comen con los dedos. También aparecieron docenas de tiendas de cosmética, que pagaron millonadas por locales; y las inevitables tiendas de ropa de las zaras, berskas, hachiemes o pulambiers… En el centro de las ciudades donde antes había viejos comercios ahora están los clones de un sistema que se repite a lo largo y ancho del mundo. 
Los viejos comercios, los viejos cines, los cafés, ya no vuelven. Los bancos comenzaron a recular y cerrar sus sucursales, después de fundirse unos con otros. Pero los locales antiguos quedaron para alquilar al mejor postor. Muchos de ellos sobrevivían por amor de sus propietarios a su trabajo y a su entorno; sus tiendas eran como la placenta en la que sentían que hacían un trabajo grato, que no daba para hacerse millonarios, pero si para vivir ellos y algún dependiente que envejecía al ritmo de la tienda. Pero llegaron las leyes, en un país (este) en el que hay más leyes que ciudadanos, y decidirerton actualizar las rentas antiguas; este año finaliza el plazo para que los viejos contratos desaparezcan y, con ellos, la mayor parte de los establecimientos que no podrán soportar los nuevos contratos. La Copyme (Pequeña y Mediana Empresa) estima que se verán afectados unos 200.000 locales en todo el país, que generan entre 300.000 y 500.000 empleos. Muchos de ellos continuarán con nuevos contratos, pero muchos otros cerrarán; todo dependerá de la disposición del casero y de los pequeños comerciantes. Pero la gran parte débil del negocio, precisamente los establecimientos más antiguos, con sus dueños y empleados a punto de la jubilación, cerrarán sus puertas. Y las ciudades irán perdiendo aquellos detalles por los que eran conocidas, para ser una repetición de lo que se puede ver en cualquier calle o en cualquier centro comercial (una mala copia del sistema americano, que agrupa las tiendas en un conglomerado en las afueras de sus ciudades-campamento). Cuando uno viaja a una ciudad, ya sea París o Palencia, lo que menos le importa son las tiendas que Inditex montó en la calle principal; generalmente el viajero suele visitar la parte antigua (si la tiene, y cuanto más antigua, mejor), una iglesia, un museo y después esos cafés, tiendas, locales comerciales que ostentan viejos letreros como «Fundado en 1898» o «Proveedor de la Real Casa», o aquellos que, simplemente vienen en la guía como interesantes. Si usted va a Oporto podrá ver el pirulí eclesiástico de la Torre dos Clérigos, pero a donde van los turistas en manada es a la librería Lello e Irmão –la librería de Harry Potter– hasta el extremo de que ya no se puede comprar un libro allí (lo intenté), porque los turistas bajan en tromba y aquello es un hervidero de flashes. En cualqueir ciudad, tan importante como el gótico flamígero de una catedral es la terraza del café más antiguo, con sus camareros eternos y sus plazas donde se vive el pulso de cada ciudad. En España, país abundoso en iglesias (que están protegidas por ley, porque son locales que no pagan impuestos) a las que no se puede tocar, porque se las considera de interés cultural (algunas no tienen interés ni como galpón) despreciamos, sin embargo el interés cultural de los viejos locales, que deberían estar tan protegidos por leyes culturales como muchas iglesias; como vívimos en un país aculturizado, establecemos que el baremo para juzgar a un viejo teatro, un cine o una mercería histórica es el valor de la renta catastral o del alquiler. Es lamentable que para referirnos a un entorno ciudadano de hace cincuenta años tengamos que echar mano de las fotografías, cuando los edificios que aparecen en ellas acaban de ser derruidos y convertidos en cualquier cosa. Dejaremos de viajar cuando todas las ciudades del mundo tengan los mismos comercios franquiciados, se beba el mismo café en un vaso de poliuretano y se coma la misma comida basura. Para eso nos quedamos en casa y vemos el museo por internet.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Las noticias que se pisan

Diario de Pontevedra. 05/12/2014 - J.A. Xesteira
La ventaja de escribir un artículo al fin de semana es que todo lo que pasó en los siete días anteriores se puede procesar y digerir como fiambre. Los comentaristas de periódicos nos valemos de los mismos periódicos para rellenar estas líneas con alguna noticia comentada. A veces el aluvión de informaciones es tal y tan rápido que hay que echar mano de la olla y meterlo todo dentro a cocer. Noticias con las que comienza la semana por la mañana, caducan por la tarde. Por ejemplo, la entrada en prisión del todopoderoso Fabra de Castellón; una buena noticia para todos, mala para él, que tendrá que estar en la trena una temporada. Pero esa noticia ya quedaba apagada al día siguiente por otras que corrían más y llenaban el espacio que deja libre la política en su compleja arquitectura: el PP y el PSOE que no saben que hacer con su vida (incluso hablan de arrejuntarse, aprovechando las leyes de igualdad de sexos) o los partidos menores, que levantan cabeza después de haber sido acosados y agredidos por los mayoritarios; y al fondo Podemos, que ya va de ganador sin haber hecho nada más que existir y que tiene que esquivar a diario toda la porquería que le echan desde las primeras páginas de los periódicos, claramente servidores de cada partido en el que confían sus beneficios. Los comentaristas tenemos que andar leyendo la prensa con las gafas de suponer, no de leer entre líneas, porque ya no se escribe en ese viejo sistema, sino desde el punto de vista del psicoanálisis: saber lo que quiere decir el periodista con la poca información que tiene y después de desbrozar la parte afectada por la intoxicación de los gabinetes de prensa y las normas de la casa de la sidra de cada redacción, escrito entre el “mandato-de-arriba” y el “pa-lo-que-me-pagan”. 
De repente, la noticia de un atracador y una policía muertos a tiros en Vigo quedó tapada por la muerte de un hombre en Madrid en una batalla entre talibanes del fútbol, personajes violentos y peligrosos (incluido el muerto, ahora convertido en mártir). Al instante, como un reflejo pauloviano comienzan a segregar los jugos gástricos de los “opinativos” (palabra que figura en el diccionario de Cantinflas) para hacerse las preguntas de rigor: ¿tenía el chaleco salvabalas? ¿la policía estaba avisada de la quedada de los ultras en el Manzanares? ¿por qué el atracador empezó a disparar sin más, era un suicida? ¿quien le vendió las entradas a los Riazor Blues? Y las normas a seguir: no se puede consentir que exista esa fauna de tarados en el fútbol; los recortes en los presupuestos son los culpables de que la policía actúe sin cobertura de seguridad; hay que desterrar esa lacra, el fútbol es deporte y no tiene nada que ver con esas pandillas de violentos. Y, a continuación las explicaciones oficiales: hemos abierto una investigación para esclarecer los hechos; no teníamos información oficial de que los ultras coruñeses vinieran a Madrid; ahora lo principal es ver lo que ocurrió y tomar medidas. Pura palabrería, frases viejas que ya oímos alguna vez. No resolverán nada. Los policías se encontrarán de nuevo en alguna ocasión con algún desesperado que no esperaban y se morirán o matarán porque tienen pistolas para defenderse y atacar al que ataca; no eligen el momento ni el escenario, las cosas vienen así y no se las espera, son circunstancias fatales que se unen en un punto y provocan muertes. Nadie puede resolver eso ni prevenirlo. Muere un atracador y una policía; no hay más, el resto es protocolo y palabrería. 
El fútbol, no. No es la primera vez que muere un fanático en una batalla campal por causa de un equipo, ni será la última, me temo. Es una cuestión cultural y social. El fútbol, en su expresión total (deporte, negocio, empresa, catalizador social y depositario de las esencias patrias, de la gran patria hasta la pequeña patria) conviene que siga así, aunque muera de vez en cuando un chalado en una batalla por defender la bufanda de su equipo. Son los ejércitos capitalistas: defensores de una sociedad anónima deportiva; un equipo no es más que una empresa comercial, pero los ultras aún no lo saben, es un problema cultural. En el franquismo el fútbol era síntoma de incultura y se achacaba al régimen imperante que utilizara el deporte único como opio del pueblo. En realidad era una válvula de escape para una sociedad con pocas ocasiones de evadirse; era el único espectáculo que no estaba censurado: podía insultarse a la autoridad máxima, el árbitro, sin que pasara nada, y las patadas eran en directo, y las peleas contra los hinchas, también, aunque la sangre no llegaba al río Manzanares. La otra actividad cultural, el cine, estaba censurada, y sólo se admitían indios contra vaqueros y polícías que siempre ganaban (“el crimen nunca gana” añadían, pero no era cierto). Con la Transición los progres y cultos de este país decidieron que el fútbol era cultura popular y se entregaron a la causa. Y de alguna manera se trasladó a los colores del equipo los colores de los partidos, los colores de los diferentes países autonómicos (antes del soberanismo independentista) y a las empresas y empresarios futbolísticos les interesó tener ese ejército de kamikazes, capaces de dar la vida por la bufanda de su equipo; mientras berreaban ¡Depor!, ¡Celta!, ¡Aleti! o cualquier otro, no se fijaban en las deudas de Hacienda (parte consentidora), en las cuentas que manejaban los presidentes (alguno claramente delincuente y todos bajo sospecha) y mientras gritaban ¡España! en los mundiales no protestaban por el deterioro de la verdadera cultura, de la verdadera sociedad con sus recortes en lo verdaderamente importante. Ahora, en un gran gesto, quieren prohibir a los ultras en los campos, pero ya es tarde, el fanatismo viene de serie en el mismo paquete del fútbol. Ahora nadie reconoce que se dejaron aclamar por esos mismos tarados, de la misma manera que ahora nadie reconoce que aplaudió a Frabra en su día, cuando inauguraba aeropuertos sin aviones.