martes, 23 de abril de 2019

Punto y aparte

 J.A.Xesteira
A mis improbables y escasos lectores.
Semana a semana volcaba en este blog un artículo de opinión que previamente enviaba al Diario de Pontevedra para ser publicado el sábado. Así sucedió, sin fallar una semana, durante diecinueve años, que, como el tango, no es nada, pero fuera del tango son muchos artículos (calculen a 54 por año), mucha historia, muchos mangantes en forma de políticos (algunos, hay que aclarar, fueron personas decentes) muchos sucesos, y mucho tiempo pasado. 
Ahora acabo de decidir parar el carro, dejar a un lado la opinión sobre “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa” (tal es la definición canónica de la noticia) y pasar página. He agradecido personalmente a los amigos del Diario de Pontevedra las atenciones que han tenido a lo largo de estos años, me han dejado la puerta entreabierta por si se me ocurre cualquier cosa publicable… Y me he ido.
Todavía no sé como alimentar este blog, un animal tecnológico virtual que come de todo y a todas horas. Creo que pediré ayuda a mis hijos para que me maquillen el espacio de escritura y después pensaré qué meter dentro; seguramente más escritos a vuelapluma, dibujos, esbozos, ideas de bote pronto o cualquier otra cosa de fabricación propia. 
Vivimos tiempos en los que hay demasiada gente opinando para tan poca opinión; todo gira en torno a dos posiciones: Nosotros y Ellos. El sentido común escasea y el avance del Capitalismo más feroz tapa cualquier intento de solución democrática. Solo queda un enorme espectáculo de marionetas teledirigidas. Como decía el escritor argentino Osvaldo Soriano, hay que saber abandonar el escenario antes de que el espectáculo se vuelva grotesco. 
Por lo tanto, pongamos punto y aparte. Nos vemos.

sábado, 13 de abril de 2019

He visto el futuro

 J.A.Xesteira
Acabo de estar en Grecia y he visto el futuro. Creía que el viajero que iba a Grecia lo hacía para reencontrarse con el pasado, con el origen de la cultura, la democracia, el arte, la poesía dramática, el teatro, los dioses, los héroes, el rey Agamenón, el dios Apolo, Melina Mercouri, las mil versiones de Hércules, Zorba bailando sirtaki, los mármoles de la Acrópolis, las Termópilas de Leonidas (“Viajero, si vas a Esparta….), el mar de Ulises y de Kavafis (Viajero, cuando emprendas el viaje a Ítaca…) y todos los santuarios olímpicos, délficos o micénicos. Fui y no encontré la antigüedad en los paisajes griegos, campos con piedras tiradas en lo que fue el pasado de oro de la cultura, los juegos olímpicos, los hospitales de Esculapio y los oráculos antiguos; el resto está guardado en los museos, mármoles y bronces, cerámicas y pinturas. El pasado está dentro, fuera quedan los solares, los descampados del pasado, las ruinas ocupadas por árboles. En los museos guardan los griegos su pasado, seguramente para que no se lo roben los ingleses y alemanes y se lo lleven a sus museos, o se lo destruyan los fascistas italianos y los nazis alemanes porque sí, porque eran enemigos.
En la calle, sin embargo, encontré el futuro, nuestro futuro, quiero decir, que ya es el presente griego, un país tomado como experimento del capitalismo rampante. Conocí Atenas hace años, una ciudad bulliciosa, con turistas y gentes en las terrazas de los cafés, charlando, música de buzukis, mesas en las tabernas bajo los plátanos de las plazas y una vida parecida a la de los portugueses o españoles, a fin de cuentas todos comemos pulpo y sardinas. Me encuentro ahora con un país post-Troika, porst-crisis, post-mortem. El futuro. Nuestro próximo futuro. La mayor parte de las tiendas atenienses han cerrado, da igual lo que vendieran, han cerrado porque la gente ya no tiene dinero para comprar ni cosas básicas ni cosas superfluas, de sociedad de consumo han pasado a sociedad sierva del capitalismo feroz. La ciudad presenta la descarnadura de numerosos edificios que levantaron plantas sobre plantas en la época feliz y quedaron a medias, en el esqueleto arquitectónico de encofrados a la intemperie; los comercios echaron el cierre y ahora solo sirven para que peguen carteles de protesta, de anuncios de compraventas, de sex shop, de todo lo que pueda leer una ciudadania que camina sin rumbo. Grandes edificios que un día fueron oficinas lucen la dentadura mellada de ventanas con cristales rotos y la desaparición de los aparatos de aire acondicionado. Las calles centrales están llenas de turistas y de gente joven sin un plan determinado. Los precios son caros para el viajero medio que un día disfrutaba bebiendo un café frappé en Monastiraki viendo pasar a los griegos con su rosario komboloi en la mano. Cuando hablas con alguien te confiesa que su sueldo de funcionario se ha reducido a la mitad, que tiene que mantener a su padre al que le han quitado la pensión y que nadie llega a fin de mes. La depauperación (le siguen llamando crisis) se palpa. El que puede, emigra, los que se quedan se reúnen para manifestarse ante unos policías a los que se ve en la calle con escaso ánimo combativo (también su sueldo ha sido reducido), el salario mínimo es ya pasado, el presente es un drama económico y ese es el futuro, nuestro futuro. Casi todo el panorama viene pintado en una novela de Petros Márkaris (que llevo para leer en el viaje y ponerme en ambiente) y que comienza con el suicido de cuatro ancianas “para no ser una carga para el Estado”; Márkaris utiliza a su personaje, el comisario Jaritos para explicarme lo que estoy viendo: “La gente ha tirado la toalla y ha caído en el fatalismo; ¿se acuerda de aquella consigna electoral: Para un futuro mejor? Ahora le hemos dado la vuelta: Para un futuro aún peor” Los autobuses están llenos de gentes serias mirando en sus móviles si queda alguna esperanza; los vigilantes de los museos miran al infinito, aburridos e indiferentes (podría llevarme el Poseidón, si fuera más pequeño, y estoy seguro que no moverían un dedo). El país está vendido, el aeropuerto ateniense es alemán, los trenes son franceses.
El Capitalismo ha convertido un bello y alegre país en una tragedia griega. Salgo de Atenas hacia el Peloponeso y veo uno de los síntomas de la mano del capitalismo: la colza. La he visto en otros países; donde antes había praderas y cultivos tradicionales, ahora son grandes extensiones de un amarillo intenso. La colza, como la soja, requiere grandes extensiones, su utilización es como forraje y (¡ojo!) como biodiésel. Toda la colza está en poder de grandes compañías transnacionales controladas por firmas desconocidas; cuando hacen falta territorios los compran a particulares empobrecidos previamente gracias a una crisis artificial, se compran terrenos que antes daban patatas, algodón o maíz y se planta colza, una producción muy barata.
La Troika, la tríada financiera formada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, tres organismos que tienen el siniestro honor de tener a varios de sus presidentes en la cárcel, actúa como el bombero incendiario: primero estrangula a un país,  impone la política financiera y realiza la supervisión y aplicación de los llamados programas de consolidación fiscal; a cambio el país que lo necesite recibirá financiación. Si no obedece no obtendrá financiación. El país financiado quedará intervenido, seguirá sus directrices y pierde su independencia política. En España se empiezan a oir voces de posible crisis; cuando vean grandes campos de colza, échense a temblar.
Regreso de mi viaje al futuro justo el día en que empieza la campaña electoral, una campaña que empezó hace casi un siglo. Los candidatos ofrecen un discurso confuso con la intención de ganar y gobernar, no hablan del futuro porque no lo conocen. Yo lo he visto, es como el futuro que describía Leonard Cohen, otro que amaba a Grecia y vivió largo tiempo en sus islas donde compuso bellas canciones: “He visto el futuro, hermano, es un crimen”.

jueves, 11 de abril de 2019

De lo legal a lo justo

J.A.Xesteira
¿Usted de quien era más amigo, de Robín de los Bosques o del rey Juan y sus secuaces, el sheriff de Nottingham y los normandos? Yo también, como usted siempre vuelvo por el proscrito contra el rey. ¿Y de quien es más amigo, de los indios o de los vaqueros? Reconozco que hace tiempo, como usted, era más del toque de corneta del Séptimo de Caballería que de Sitting Bull, pero con el tiempo y un poco más de cultura, me volví partidario de Caballo Loco y los sioux y no del asesino gilipollas del General Custer. Y en lo tocante a piratas, apuesto que todos estamos con el capitán Kid y no con los virreyes de Maracaibo (ni con Morgan, que era un pirata traidor, que se hizo corsario, un pirata-funcionario del Estado). Creo que lo tenemos claro, si hay que mostrar simpatías siempre volvemos por David y no por Goliat, el débil nos es más simpático, seguramente porque pertenecemos a la parte débil de la sociedad. Si nos dan a elegir entre Pat Garret y Billy the Kid, o entre Zapata y Porfirio Díaz, no lo dudamos, siempre elegimos al bandido romántico. Claro que nuestra cultura es básicamente cinematográfica; hemos aprendido más en el ritual de una sala a oscuras, en comunión gozosa con nuestros camaradas de gallinero, contemplando las hazañas de los grandes héroes, a espada, sable, flecha o pistola contra los villanos detentadores del poder, que en los libros de Historia de nuestro viejo bachillerato, que un día chapamos para aprobar raspado y al siguiente lo olvidamos (e hicimos bien, porque mentían como bellacos, con tanto cristianismo y tanto mártir y tanto rey piadoso y benévolo) Para nosotros siempre el bandido es el bueno, el romanticismo siempre está de su lado. Las películas, pese a todo, mentían, Robín Hood nunca existió, el rey Juan era igual de malo que cualquier otro rey por comparación, pero gobernó su país en ausencia de su hermano Ricardo Corazón de León, un tipo de poco fiar, que se gastó el tesoro real y gravó a sus siervos con impuestos de miseria para ir a combatir a las Cruzadas (que nunca ganó) mientras que Juan Sin Tierra tuvo el honor de ser el que instauró la Carta Magna (la auténtica, la única que tiene ese nombre). Los piratas eran una tropa más organizada de lo que cuentan en el cine, tenían sus códigos y se dedicaban al mismo comercio y rapiña que los reyes de Europa. Los indios no eran salvajes como nos pintan en la pantalla; tenían sus leyes, su cultura, y su organización (eran más avanzados en la conservación del medio ambiente que los civilizados de ahora mismo).
Y sin embargo, si lo analizamos con rigor, ellos son los fuera de la ley, los proscritos, los outsiders, los fuorileggi, los outlaws, los bandidos. ¿Por qué nos atraen tanto los que están fuera de las leyes y no los que dictan, aplican y hacen cumplir el imperio de la ley? Seguramente porque, en el fondo, no nos fiamos mucho de los que hacen, aplican y sancionan con el imperio de la ley. Porque, en el fondo, creeemos que los forajidos son ilegales, pero justos. El paradigma de Robin Hood, el bandolero que roba a los ricos para dárselo a los pobres, es una figura que cruza todos los tiempos y todas las civilizaciones, la del que se rebela contra la injusticia sostenida por las leyes. A fin de cuentas, las leyes las hacen cualquiera, la justicia viene hecha desde el fondo de los tiempos. En los pasados siglos aparecen los bandidos generosos contra el Poder, detentado en una serie de personajes que van desde el caudillo o presidente de un país hasta la banca que posee el capital, pasando por una serie de intermediarios organizados para explotar al campesinado o al incipiente proletariado. Así surgen bandoleros en Europa, cangaçeiros en Brasil, montoneros, guerrilleros, los clásicos outlaws del Far West y todas las variaciones posibles sobre el mismo esquema. Se trata de gente con un ideario mínimo: las leyes amparan la injusticia y por tanto debemos restaurar las cosas para que sean como deben ser. En tiempos pre-marxistas se trataba de una lucha de clases en la que los ricos dictaban las leyes y los pobres se organizaban fuera de ellas para reclamar lo que en justicia les pertenecía. Encontramos así la primera diferencia entre lo legal y lo justo.
Demos un salto. De aquellos bandidos románticos, desde Robín y sus arqueros hasta hoy han sucedido muchas cosas. Una, importante, que los antiguos bandidos acabaron por convertirse en guerrilleros, primero contra los colonizadores y después contra los que echaron a los colonizadores y que no eran muy diferentes de ellos. Desde Pancho Villa hasta Fidel Castro, pasando por Bolívar, Sandino, Garibaldi y todos los héroes más o menos románticos, todos fueron en algún momento declarados bandidos fuera de la ley. Y ahí es donde la cosa varía, porque ganaron sus guerras y por tanto tienen estatua de héroe, si las hubieran perdido hubieran quedado bandidos para siempre. Los movimientos revolucionarios americanos, los más conocidos, siempre comenzaron por un ilegal, un bandido (más tarde, un terrorista, que es una palabra que sólo pueden aplicar desde el poder, cuando se aplica hacia el poder le llaman intervención militar para restaurar la democracia (véase Chile 73 o Irak, Siria, largo etcétera). Che Guevara, el último héroe romántico, era un fuera de la ley, pero su figura trasciende incluso la Cuba castrista. Todas las independencias y revoluciones comenzaron fuera de la ley, desde la francesa hasta la de los Estados Unidos (con lenguaje actual diríamos que Washington fue un terrorista que se alzó contra la legalidad vigente de Inglaterra). Nuestra guerra de Independencia (una de las mayores estupideces de nuestra Historia (echamos a los franceses para poner a un rey injusto y felón) era una ilegalidad, pero el pueblo era quien ordenaba.
A estas alturas quizás usted esté esperando que hable de Cataluña, del procés y sus personajes variopintos. Pero no, simplemente quería hablar de Robín Hood, piratas, indios y vaqueros. Ilegales pero justos.

viernes, 29 de marzo de 2019

¿De qué se ríen?

 J.A.Xesteira
Mientras los ocurrentes políticos nos entretienen con sus campañas y nos cabrean con sus alardes de ver quien la tiene más grande (la vanidosa autoestima, me refiero), las cosas verdaderamente importantes pasan por la parte de atrás de las noticias; los Medios las publican, pero, ante el espectáculo obsceno de la política en efervescencia, todo lo demás se apaga. Entre las noticias falsas y las noticias interesadas, entre las confecciones de listas originales en las que entran novedades sorpresivas y salen grandes clásicos (todos con servicios prestados bien remunerados) lo que de verdad debiera interesarnos pasa desapercibido: vemos el dedo que señala (y nos lo meterán en un ojo para cegarnos) y no vemos la gran luna de la vida real del país. Todos sacan de la manga figuras en las listas para maravillar al votante: toreros, fascistas de primera línea, deportistas retirados, semicorruptos, novedades de última hora, desconocidos con pedigrí en otros mundos… Todo vale. Las financiaciones restringidas ponen de manifiesto que sin dinero no hay paraiso fiscal y que los bancos son los que tienen ahora la sartén de las elecciones por el mango. Todos prometen al mismo tiempo cosas que nunca llevarán a cabo cuando estén en el poder (cualquiera de ellos, según las estimaciones estadísticas puede ser nuestro próximo presidente del Gobierno) Derogaciones de leyes para-cuando-sea-presidente, bajada de impuestos para-cuando-gobernemos-nosotros, y otras maravillas para el país. Después están las redes, en las que todos meten apoyos falsos, cuentas de personas inexistentes y falsedades que nadie filtra.
El mundo no está mucho mejor. Mientras los ingleses se complican la vida con su ser-o-no-ser europeos, el presidente de México exige que España pida perdón por el genocidio indio, lo cual sería de aceptar si el presidente mexicano fuera un indio, pero en realidad es descendiente de conquistadores; el presidente de EEUU reconoce que los judíos son los dueños del Golán y Gaza sigue siendo un gueto, con lo cual Israel repite un viejo esquema en el que una vez fue víctima y ahora es verdugo. Y siguen las guerras árabes, en las que España –o las empresas beneficiadas– ganan una auténtica fortuna con la venta de armas. Y mientras tanto el mundo sigue girando envuelto y asfixiado por toneladas de plástico.
Todo ese espectáculo, puede que de forma inconsciente, oculta al país real, el país que tiene que hacer equilibrios para llegar a fin de mes, el país que vive de la pensión del abuelo y del risga, el país que aumenta la cola del paro, bajo el peso de un ERE considerado como un arma de destruccción masiva de empleo. Los políticos que sonríen permanentemente lo ignoran, son seres que, pese a su juventud, no van a comprar al super, no hacen cola en las urgencias hospitalarias, no se buscan la vida: ya la encontraron.
El problema más grave con que nos topamos ahora mismo y que aparece en todos los Medios, perdido entre los fuegos artificiales de la campaña electoral, es el del paro. Es una constante en todas las preocupaciones estadísticas, pero parece que nadie se da cuenta de ello, al menos los políticos de las sonrisa etrusca ni lo citan ni tienen nada que ofrecer en ese terreno. El sistema métrico liberal, el Capitalismo rampante que nos gobierna, lo tiene previsto: habrá miles de parados de aquí a nada, y los que trabajen lo harán de manera obediente a las leyes dirigidas por el Capital y santificadas por el Estado.
El cambio evidente de sistema empresarial-obrero, la tecnificación y todo ese rollo macabeo que suelen contarnos es una realidad; las empresas, que vivían de producir ahora vive de mover dineros (mejor si son públicos) de un fondo a otro. Las bases estructurales del trabajo cayeron hace tiempo, sin  que nadie moviera un dedo para impedirlo: las jornadas ya no son de ocho horas, ni siquiera de seis días a la semana (los domingos también son para trabajar), las horas extra son gratis y sin contabilizar para la seguridad social, los trabajadores en prácticas (o “becarios” sin beca) que los políticos mueven como propaganda, trabajan sin sueldo y dan gracias por ello. Los obreros del mundo (¡uníos de una puñetera vez!) han pasado a ser siervos de un nuevo feudalismo. Como alternativa, el estado de las cosas promociona la conversión del antiguo menestral, el hombre que vivía de su oficio, en un empresario, un autónomo, e incluso anima a que se junten en cooperativas; pura ficción, el 75 por ciento de las cooperativas no pasa de los dos años, y el 80 por ciento de los autónomos no supera el año de vida empresarial. Pura engañifa.
Otra altrernativa en la que el Estado invierte mucho dinero, el de los profesionales universitarios con formación suficiente como para triunfar. Una alternativa fracasada; la realidad es que no hay investigación, los profesionales liberales sobran, y las ramas sanitarias o docentes ven como su espacio se reduce cada vez más, con el avance del sector privado, que pagará profesionales al peso. Queda la alternativa de la emigración, son bien recibidos en países porque los españoles les salen gratis de formación. Al respecto, hace unos días un chiste de Davila ironizaba sobre el hecho (“O meu fillo está en cuarto de diáspora”) solo que no era un chiste sino un mensaje duro y triste.
Y ahora vendrá la banca, el gran reducto de la delincuencia legal. Se preparan 70.000 despidos y el cierre de inumerables oficinas. El sistema es de una simpleza asustante: no necesitamos oficinas ni empleados, los clientes trabajan para nosotros. Así, la banca se ahorra 70.000 salarios, que le endosa al Estado, que tendrá que pagar paros y ver como se reduce la aportación al fondo de la Seguridad Social. El lema es: no quiero pagarle a este, págale tú.
En un mercado de trabajo masacrado por la temporalidad y precariedad, con una crisis europea que se avecina, con la impunidad de las grandes corporaciones y concentración de la banca camino del oligopolio absoluto, nuestros candidatos al Gobierno sonríen abiertamente pero no hablan una palabra sobre el tema. ¿De qué se reirán?

viernes, 22 de marzo de 2019

Que paren, que me bajo

J.A.Xesteira
Me había prometido a mí mismo mismamente no tocar el tema de la campaña electoral (que todavía no empezó oficialmente) y me mordía los codos por no hacerlo. Pero es inútil, con el panorama político, una selva amazónica en la que hay que abrise paso a machetazos ante la cantidad de vegetación y lianas que nacen como por encanto en cuanto un político campañero abre la boca; no es posible quedar impávido en ninguna de las tres acepciones que da la Real Academia (Impávido: libre de pavor, sereno ante el peligro, impertérrito) Pensaba quedar impertérrito y al margen del asunto que nos trae la votación del cuarto domingo de abril, casi indiferente a la oferta que me llegará por correo y me asaltará desde todos los puntos (des)informativos; me decía que la he visto muchas veces y de muchos colores, he tenido que soportar profesionalmente a tirios, troyanos y nibelungos en campaña de promoción de padres de la patria, salvadores de España, defensores de la clase obrera, vendedores de unguentos mágicos, protectores del pueblo llano-y-soberano (una chorrada eufemística que antes se decía mucho y ahora no tanto), y simples paracaidistas que pasaban por allí, se apuntaron a un cursillo por correspondencia, se metieron en un partido y allí se quedaron chupando hasta la dorada jubilación. Los había soportado a todos y con todos tuve que hacer mi trabajo periodístico durante muchos años. Así que ahora, me dije, paso del asunto y que me quedo impertérrito. Pero llegó la segunda acepción, y como la cosa se ponía peligrosa, me apunté a quedarme sereno ante el peligro, como un sherif desamparado en una película en blanco y negro; pero el peligro es real y duro, y en vez de Gary Cooper uno se convierte en Garibaldi (viejo chiste de Les Luthier). Estaba libre de pavor, pero cada palabra que soltaba un político milenial (por su generación, no por su sueldo) me producía el mismo efecto que la escena de la ducha de Psicosis cuando la vi recién estrenada.
Asomarse a un medio informativo en la fase de noticias de la política es como asomarse a una fosa séptica: todo está lleno de detritus (por decirlo a lo fino); y los propios medios no ayudan mucho, decantados al sol que mas les calienta y con la gramática en horas bajas. Aparece uno que quiere dar armas a cada español de bien (?) “en defensa propia”, al estilo Trump; otro nombra como vigilante de las corrupciones a un tipo imputado por corrupto (su padrino-primera-parte); otro ficha al exjefe de Cocacola, un tipo a la derecha de Bolsonaro que vive en Portugal para pagar menos impuestos; las izquierdas no son capaces de organizar unas listas con la gente que tienen; y cada vez que alguien abre la boca es de echarse a temblar (por ejemplo Aznar, nuestro hombre en las Azores, que afirma que alguien quiere ganar la guerra civil después del golpe de estado del 36) Todo esto sucede en democracia, un concepto cada vez menos claro, una palabra sin contenido, que lo mismo sirve para elegir gobernantes que para esto. Mientras la tropa se enzarza en decir las mayores tonterías jamás vistas en campaña (han hecho bueno a Rajoy y sus frases) todo se reduce a un concurso de ataques de unos contra otros, una especie de “como-gane-os-vais-a-enterar” y nadie explica nada, nadie nos da a entender qué va a ser de este país, destinado a convertirse en un futuro no muy lejano en un territorio lleno de camareros y señoras de la limpieza (no da para más, la ciencia y la cultura brillan por su ausencia del discurso de esta tropa de indocumentados; la sanidad y la educación son temas a extinguir en el sector público, se espera su estreno en el privado para fechas inmediatas). El país, no la patria, que eso es un concepto abstracto, se va al carajo y mientras estos tipos se dedican a desafiarse en duelos de mosqueteros. Mientras los fondos finacieros (la moderna versión del delito legal) compra todo lo que se puede comprar en las patrias de estos tipos, aquí nadie se pregunta de dónde salen los dineros para financiar partidos que ayer ni existían ni tenían cuenta corriente y hoy manejan millones como los viejos narcos: a paladas.
Las reglas democráticas, que no figuran en ninguna Constitución (a fin de cuentas, la Constitución Española es un reglamento fabricado por unos cuantos políticos) marcan un territorio y unos jugadores, y se espera de ellos juego limpio y de nosotros, el publico, un voto pensado, estudiado y reflexionado. No va a poder ser. Ni los ciudadanos entendemos nada de lo que pasa ni hay manera de reflexionar o, simplemente, mostrar simpatía por algo. Dentro de un marco democrático y de las renovaciones de los dirigentes mediante sufragio, se suponía la existencia de unas ideologías; unas ideologías de marca registrada, un sistema de creencias politicas, sociales y económicas que previamente se habían estructurado y condensado en un partido; también estaban otras ideologías, sin marca, como sistema de creencias que no estaba elaborado conscientemente como “marca política”, sino que respondiera a las necesidades e intenciones de la ciudadanía. En lugar de eso, de unas mínimas ideologías, o, simplemente, una idea, lo único que vemos en esta precampaña es una lucha de todos contra todos y la única intención que parece surgir de esta pelea de gatos es que “se-va-a-hacer-lo-que-quiero-yo”
El problema es que vamos a participar en unas elecciones como si la democracia funcionara con un mínimo de seriedad, como si se respetaran las reglas, la disputa política argumentada, la libertad de expresión, la información periodística fiable y no manipulada, y, por encima de todo, un mínimo de sentido común que debiera existir en las cabezas de los jóvenes candidatos: a cada frase aumenta el olor a mentira.
Pensaba quedar impávido, después pensé en abstenerme; al final, la costumbre adictiva me llevará a votar por imperativo moral. Como se decía en aquel viejo siglo pasado: que paren la democracia, que me apeo aquí.

viernes, 15 de marzo de 2019

Redes sociales, asociales y antisociales

 J.A.Xesteira
Mi amigo, que no es un amigo invisible de esos que te regalan una porquería del chino, y al que por respeto llamaré Agrimensor K, una persona abstraída, es decir, fuera de la masa universal de la sociedad, se lamenta de ser raro, kafkiano, diría. Se considera un asocial (Dicc. de la RAE: adj. Que no se integra o vincula al cuerpo social).
Me cuenta y cuento:
– Veras…, tengo un móvil como cualquiera, pero sólo lo uso para llamar y que me llamen, no tengo ninguna aplicación ni mando esemeeses, y cuando recibo alguno, que seguramente será del banco o de la telefónica de turno para ofrecerme créditos o programas, los borro sin leerlos. No tengo guasaps ni ando en feisbuk ni meto fotos en instagram, que por otra parte no hago con mi teléfono, ni escucho música en estrimin, no pertenezco a un grupo de abuelos del cole ni de hinchas de fútbol… Y, claro, me siento en el café con cuatro amigos y yo soy el único que mira para el aire, mientras los otros están dándole al dedo con media sonrisa babeante; no sé lo que están viendo ni me interesa, pero al momento me enseñan un chiste, una foto de un gato o cualquier parvada; y tengo que hacer un gesto de que me gusta. En realidad me importa un carajo, y ya dejé de tomar el café con mis antiguos amigos porque no tengo ganas de quedar como un tonto mirando como los otros están hipnotizados por el espejito. Fíjate que ayer, en un bar tenía a mi disposición todos los periódicos de la barra; era el unico que leía en papel, todos los demás lo hacían en los teléfonos, aunque daba igual, el noventa por ciento de lo que se publicaba en el papel venía por vía del telefonillo, eran noticias filmadas por un cualquiera en su móvil o mensajes que los políticos lanzaban al espacio en cuentas de twitter… Todo está reducido a un mundo que llaman la red social pero yo no estoy dentro de ese mundo… ¡Coño, deja ese puto telefonillo y hazme caso!
Le pedí disculpas de todo corazón y le di la razón, admití que estamos volviéndonos tontos totales y que la cosa empieza a ser preocupante, según dicen los expertos en redes sociales (Dicc. de la RAE; red social: f. Plataforma digital de comunicación global que pone en contacto a gran número de usuarios), que avisan de que ya existen adicciones y  trastornos mentales derivados del abuso de las redes sociales, sin contar los problemas económicos de las adicciones a juegos onlain que no regula ningún gobierno y que ya genera más problemas que la cocaína. Lo dicen los expertos que, paradójicamente, lo difunden a través de las redes sociales, bien en formato televisión, bien en prensa digital.
Lo digital, lo que ocurre dentro de ese pequeño rectángulo de cristal, es lo que gestiona y controla ya nuestra existencia, tanto individual como colectiva. Ya no viajamos para ver, sino para que nuestros amigos nos vean que viajamos. Hace años escribí algo acerca de la fauna humana que hacía el turista en Egipto; nadie contemplaba Abu Simbel sino que se limitaban a pedir a alguien que les hiciera la foto (hablo de la era pretelefonillo, cuando los turistas llevaban cámara) o protestaban porque pasabas por delante cuando hacían la foto (¡señora, somos 1.256 personas haciendo las putas fotos, si me paro en cada una de ellas, estamos jodidos!, les contestaba educadamente). Aquel turistaje devino en este ciberturismo. Nadie se mueve sin haber contratado antes no solo el billete de avión en el móvil, sino que se elije el hotel en función de los puntos que tenga en tripadvaisor y no se va a ningún restaurante que no esté recomentado al menos por medio millón de recomendadores. Ya no hay rincones ni fotografías inéditos; hay barrios enteros que están a punto de colocar alambradas para evitar que las manadas de turistas cuelguen en el instagram a su calle; existe ya una lista de lugares declarados paisaje invadido por el turismo, entre los que son evidentes los millones de gilipollas que se hicieron la foto aguantando la torre de Pisa.
La ingenuidad con que se fuchica en red es enorme. La cantidad de mensajes falsos que la gente traga como artículo de fe crece sin que nadie le ponga coto. Las fuerzas políticas y económicas han manipulado la información que circula y llega a los usuarios, que creen que lo que les ha mandado su amigo es veraz. El ejemplo de Venezuela es evidente, llega a contaminar, incluso, a los grandes canales de información, que dejan pasar cualquier noticia filmada, sin filtro evidente ni comprobación periodística.
Dejo a mi amigo y voy al banco donde tengo mis escasos ahorros y donde pago para que me los tengan. Un  amable empleado me explica un proceso para controlar en mi teléfono como están mis cuentas y operar desde él. Al final de la explicación le digo: “Vale…, cuando todo el mundo trabaje para el banco desde el teléfono tu ya estarás en la cola del paro”. Esboza una sonrisa de desconcierto y no me dice nada. Hacienda ya ha dado otro paso para eliminar el papel y el bolígrafo en las declaraciones de renta. Los políticos se hacen un nudo en sus partes con sus internets; los Ciudadanos hacían trampa en las primarias, los candidatos en campaña viven al servicio del me-gusta-no-me-gusta digital. ¡Y existe la pretensión de que lleguemos a votar a través del telefonillo!
Hasta la iglesia católica prefiere las redes al púlpito. El pároco de Antequera metió este mensaje en guasap: “En nombre de Cristo, ruego a los ladrones devuelvan los copones con las hostias y se arrepientan de este delito sacro”. Al principio pensé que estaba relacionado con el regreso de La Polla Records, pero no, la iglesia se pone el día, como La Polla, que canta "El sistema está muerto (…) la tecnología nos ha derrotado” Entre el párroco y los punkies, ya me he vuelto antisocial (Dicc. de la RAE: 1. adj. Contrario al orden social.)

viernes, 8 de marzo de 2019

En cuaresma

J.A.Xesteira
Pasó el 8-M. Todos apoyaron a todas, todos se hicieron feministas por un día, todos vieron como todas salían a la calle a reivindicar lo mismo que se reivindicaba hace cuarenta y tantos años. Buenos, todas, no, sólo las de toda la vida, no todas las mujeres son feministas, aunque todas lo afirmen; si así fuera habría claras contradicciones entre lo que se supone que es el feminismo (y que tiene unas cuantos derechos muy simples que exigir) y lo que muchas políticas (mujeres políticas) afirman que es “su” feminismo, un eufemismo para no contradecir los principios básicos de varios partidos políticos, fundados todos, no lo olvidemos, por hombres con mando en plaza y pretensiones de llegar al Poder, un lugar donde nunca estuvo una mujer y sólo en los últimos tiempos encontramos mujeres en los círculos más altos (por ahora no habrá reina ni presidenta), un poco por parecer modernos, otro poco por el empuje de la mujer en la sociedad y otro poco por ganarse un voto necesario de la cesta de los votos marginales; en otro tiempo esa cesta estaba llena de los votos de mujeres, homosexuales –hoy LGTBI–, ancianos, inmigrantes y otras minorías menores; hoy esa cesta ya no es un lugar donde meter la mano, aquellas marginalidades son ahora una base de votos que no se pueden perder, y por eso el pasado 8-M hemos visto a los grandes líderes y pequeños lideritos hacerse feministas por un día: todos mienten, están en campaña y la del feminismo es una de las mentiras de la larga lista de todo lo que tendrán que mentir en estos dos meses de largo recorrido hacia las urnas; posiblemente el resto del año tendrán que contentar a otras cestas de votos, principalmente a la de las grandes financieras que son, en el fondo, las que cortan un bacalao antiguo. El 8-M pasó y las mujeres (y hombres) que lo reivindican saben que el resto del año tienen que seguir a pie de obra, porque después de las fiestas la gente se olvida. Pasó el día, pasó la romería. Un día para celebrar cualquier cosa y una cuaresma para padecer la realidad.
Con la Cuaresma también entró la borrasca y se llevó las alergias. Y llovió un poco para que no lo olvidemos. También pasó el Carnaval, la fiesta de los locos que antes era una cosa popular, prohibida durante el franquismo (la iglesia católica tenía el poder y la gloria de prohibir lo que le diera la gana, por algo tenía al dueño de toda España bajo un palio sonrosado de la luz crepuscular –disculpen el toque de bolero rancio–). El viejo carnaval se ha convertido en un desfile de espectáculo y carroza en las calles, un carnaval para contemplar en lugar del viejo carnaval para participar. El espectáculo ganó en pompa, pero perdió la vieja espontaneidad que se guarda en los pueblos y aldeas (aunque filtradas ya por la declaración de interés turístico). Los politicos también se apuntan al carnaval (y no vale el chiste fácil) y presumen de grandes desfiles, pero, que le quieren, echo de menos a las viejas mascaritas de rúa, los merdeiros que se tapaban con cuaquer ropa vieja para ser otra cosa distinta de la realidad diaria.
El miércoles de ceniza clausuró la locura alegre y trajo la seriedad aburrida. La cuaresma; cuarenta días de penitencia y reflexión sin comer carne ni caldo de carne hasta la semana santa. Claro que eso si usted es católico y estrictamente observante de su doctrina; en el caso contrario, la cuaresma no es más que una anotación sin importancia, y la semana santa unas vacaciones para acabar el invierno, que vienen muy bien a todos: dejémonos de tristezas, que no hemos venido a esta vida para sufrir. Pasaron los carnavales pero los políticos mantienen el ritmo frenético en unos pseudomítines concebidos para las televisiones y para colgar en red; el nivel de mendacidad es increible, aunque la gente votadora, paradójicamente, se lo cree. La cantidad de afirmaciones sin fundamento, claramente falsas que hacen circular, desde las televisiones encadenadas hasta los grupos de adictos al “feisbuk” o “guasaps”, aumenta cada día en proporciones mastodónticas. Y eso que todavía no estamos oficialmente en campaña. Parece como si el libertinaje carnavalero se trasladara a la cuaresma triste y convirtieran el tiempo de penitencia en una orgía de promesas electorales y de acusaciones insultantes a “esos”: los rivales.
Después de ver a los principales líderes acusar con una sonrisa juvenil de joven-promesa-con-mucho-futuro a los de enfrente (jovenes y promesas del mismo calibre) uno queda perplejo. ¿Merecíamos esto? ¿qué hicimos para ello? Si nos dedicáramos a la reflexión cuaresmal y volviéramos al catecismo del padre Astete, lo entenderíamos; fueron nuestros propios pecados políticos, sociales y económicos los que han creado a estos personajes, y por lo tanto, una semana antes de las jornada electoral, la semana de pasión y muerte, deberíamos marchar todos los votantes con un cirio en la mano haciendo examen de conciencia, contricción de corazón, propósito de la enmienda (a la totalidad) y cumplir después la penitencia, que nos va a durar cuatro años si no hay por medio una moción de censura, unos pactos más aliñados o unas elecciones anticipadas. Porque la democracia, que conocíamos como la elección de la minoría gobernante, se ha convertido en un tejemaneje de chamarileros.
Tenemos una dura cuaresma por delante en la que los ritos católicos y los ritos electorales se han perdido. La cuaresma es un carnaval moderno, donde los ciudadanos votantes, en lugar de participar de la fiesta de la democracia, vestidos de máscarita-me-conoces, nos dedicamos a ver pasar las carrozas de los lujosos politicos, vestidos con los mejores disfraces de demócrata-liberal-de-centro, todos un poco piratas, llegado el día de la mujer todos se visten de destrozona por un día, en la semana santa todos salen en procesión y el día de las elecciones todos sonreirán como aquel viejo anuncio del netol. Los ciudadanos, simplemente veremos la banda pasar cantando coplas de amor. Seguiremos como putas en cuaresma (ver diccionario de la RAE).

viernes, 1 de marzo de 2019

Reglas de oro, reglas de plomo

  J.A.Xesteira
Hay una regla de oro en novela, teatro, cine y, en general, en cualquier espectáculo artístico: nunca comiences el relato por arriba, hay que ir ascendiendo desde abajo hasta el gran golpe final, de lo contrario, si el principio es muy alto, subir hasta el gran final es más difícil. Tampoco es conveniente descubrir el asesino al principio, porque al espectador ya no le queda con que entretenerse. Claro que las reglas están para saltarlas y hay ejemplos en cine o literatura en donde se revela al comienzo lo que deberíamos descubrir al final. Pero eso sólo está reservado a los grandes genios; sólo si eres García Márquez puedes abrir la novela anunciando una muerte, y sólo si eres Billy Wilder puedes contar una historia desde el protagonista asesinado dentro de una piscina. Para el resto, es mejor comenzar por una sonrisa para acabar en una carcajada, y de eso sabían mucho Chaplin y Keaton. Pero, por lo que se ve, los políticos que están citados para el 28 de abril (San Prudencio, en el santoral católico) desconocen la regla del espectáculo, y salen a escena armando gran follón como jevimetaleros destroyer en la campaña electoral de nunca acabar. ¡Y nos quedan por delante dos meses!
Aún no bien dada la señal de que nos vemos en las urnas, y se disparó un mecanismo de centrifugado. Todo el mundo al extranjero; los del PP que habían ido unos días antes a que los echaran de Venezuela, volvieron de nuevo pero por la parte del festival de música de Colombia, un país que era enemigo de los USA pero que ahora es amigo; la nueva esperanza de los Ciudadanos, Inés Arrimadas salió un cuarto de hora para que le hicieran una foto en Waterloo; y Pedro Sánchez se fue a homenajear a la República Española en el sur de Francia, con flores para Azaña, Machado y los refugiados de las playas de Argelés (¿o eran inmigrantes?). Mientras, dentro, el nivel escenográfico es altísimo, con declaraciones sorpresivas y muchas mentiras. Casado dice que los funcionarios están mal acostumbrados, y que hay que pagarle más a los que se porten bien, evaluar al funcionariado; pero no dice quien evaluará, aunque sospecho que serán mejor tratados “los nuestros”. Toda una declaración de intenciones que no creo que haga muy feliz al funcionariado, a fin de cuentas, los funcionarios son fijos, y Casado es eventual. Dicen mentiras por la cara y se las pescan al segundo (a lo mejor era solo ignorancia atrevida; Casado afirma en entrevista estrella que no hay países con partidos independentistas, y podríamos señalarse unos cuantos en Europa: flamencos y escoceses, por ejemplo y referéndum) Mientras, se hablan de líneas rojas y de que nunca pactaremos con los que después a lo mejor vamos a tener que pactar, y se inventan nuevos conceptos políticos, como el “cordón sanitario” (al principio entendí “condón”, lo cual me parecía algo más lógico por las prevenciones en los pactos, pero después ya vi que no) Mientras cae el telón legislativo los acontecimientos se precipitan, se aprueban en decretos de última hora cosas que dieron vueltas parlamentarias sin aprobación; y se cierran comisiones parlamentarias con los resultados habituales: nunca han servido para nada más que para cobrar alguna dieta. Desde aquí hasta dentro de dos meses veremos cosas nunca vistas, oiremos voces de otros mundos y contemplaremos un espectáculo de luz y sonido como no soñamos, tal y como se supone después de este arranque desquiciado. Los candidatos y sus seguidores no pararán y se gastarán una pasta gansa que nunca sabremos de donde salió. Y después votaremos lo que votaremos y saldrá lo que salga. En esa fase de la película, a lo mejor ya nos fuimos de la sala o estamos dormidos. Nos echará el acomodador.
La otra pelicula, la del mundo, no está mejor. Aquí ya saben quien es el malo, el feo y el bueno. En esa película de serie B que es Venezuela los papeles ya estaban repartidos hace tiempo, ya había director, productor y el canal de televisión que se ha quedado con los derechos. En “lo de Venezuela” todo el mundo mete cuchara, todo el mundo opina y se está produciendo el mayor número de mentiras por segundo en todos los Medios del mundo, y el final, aunque impredecible, si puede acabar como el rosario de la aurora, porque, como buena serie de televisión, los guionistas van modificando el guión según los índices de audiencia. Hay un malo oficial, Maduro, hay un héroe oficial, Guaidó, y hay un ejército de señores de la guerra por los distintos reinos del juego de tronos. Y al fondo, como desde un Olimpo, Donald Trump.
“Lo de Venezuela” era un asunto anunciado; el tan socorrido –y poco leído por quien debiera leer algo más que los tuiters– profesor De Sousa, en su libro publicado el año pasado, anunciaba que el petróleo era el origen de las guerras orquestadas por EEUU (Siria y Libia) y anunciaba que lo siguiente sería Venezuela. En ese joropo venezolano, por si no se acuerdan, la cosa fue así: primero, las oligarquías caraqueñas, que son las que sostienen el import-export del país, cierran los suministros de consumo; USA los apoya y bloquea los bienes de consumo habituales, comida y cuentas del petróleo; después se coloca como autopresidente, una figura antidemocrática en cualquier lugar del mundo, al presidente del parlamento; unos cuantos países lo aceptan por indicación de USA, y esa situación, antidemocrática e ilegal se asume por gran parte de los dirigentes mundiales como “normal”. ¿Qué pasaría si 50 países del mundo dijera que no le gusta el presidente de Holanda o de Ruanda Burundi?
Ese esperpento surrealista es la tónica. El mundo se ha vuelto marxista, de la facción Groucho (“Estos son mis principios y si no le gustan tengo otros”) Este es el presidente, pero si no le gusta, tengo otros, dicen los siervos de USA. Este es el referéndum, y si no le gusta, hago otro, hasta que salga lo que queremos, diría Theresa May. Esta es la democracia, y si no le gusta, tengo otra.

viernes, 22 de febrero de 2019

Una vez, un país

J.A.Xesteira
Un cuento. Érase una vez Un País. Era un país como otro cualquiera, pero sus habitantes, también llamados ciudadanos, creían que eran mejores que los de los otros paises, más divertidos, más felices, más guapos, más…, mejores. En realidad, los habitantes de los otros países pensaban lo mismo. Este Un País vivía fuera de la ley de la gravedad y estaba sometido a la ley de la levedad del ser y del estar; sus habitantes, también llamados ciudadanos, se dividían en dos grupos, uno pequeño, que acumulaba gran cantidad de dinero, y otro muy grande que se repartía el resto, por eso su existencia era leve; en cualquier momento caían en agujeros llamados Paro Obrero, Expediente de Regulación Empresarial, Desahucio o un fenómeno conocido como No-LLego-A-Fin-De-Mes. Pese a todo, los habitantes, también llamados sobrevivientes (la parte más leve de la sociedad) también se creían que eran los mejores del mundo y que vivían en un mundo feliz; de verdad eran felices y hacían fiestas en las que consumían grandes cantidades de comidas y bebidas. En Un País había otros países más pequeños, llamados Autonomías, que tenían unas cualidades diferenciales que llamaban Peculiaridades: cocinaban el cerdo de forma distinta, los de la costa comían marisco y los del interior, corderos asados, bebían vinos distintos, eran gobernados por personajes distintos (que a su vez eran gobernados por el Más Distinto de Todos) y, sobre todo, hablaban lenguas distintas en cada Autonomía pero tenían una lengua común denominadora llamada Castellano y tratataban todos de hablar inglés, debido a alguna tara social dificil de entender (el inglés que hablaban los habitantes de Un País era un puro chapurreo; el castellano que hablaban tampoco era nada del otro viernes, lo que hablaban bien eran las lenguas de los países variados).
Este Un País tenía gobierno independiente, llamado Estado, pero pertenecía a un supragobierno continental, al que llamaban UE, que en el metalenguaje internacional significaba: lugar donde hacer negocios al tiempo que se hace creer a los países y a sus habitantes de que lo que hacen es una política común. Era un simple mercado disfrazado de supergobierno superlegislador. Para pertenecer a UE había que cumplir una condición: vivir en un  sistema de Democracia. Esto era una cosa antigua, de los tiempos de los griegos, que consistía, simplificando, en que los habitantes, aquí llamados electores, elegían a los que les gobernarían durante un tiempo: la mayoría (gobernada) elegía a la minoría (gobernante). Pero en la UE sólo bastaba con decir: somos demócratas, y ya está. En los tiempos de este cuento, la democracia no era más que una marca registrada; los países de la UE podían ser cualquier cosa, y sus gobiernos tambíen, inclúida la posibilidad de ser una cosa antigua llamada Fascismo, que también se disfrazaba con nombres distintos. Por lo demás, en la UE, los que mandaban eran unas bandas ocultas llamadas Lobbies Feroces, que hacían valer un derecho no escrito, el Derecho de Mangoneo. En Un País también la democracia ocultaba a otros Lobbies Feroces que también ejercían ese derecho. En todas partes se firmaban leyes para todo pero después se cumplían o no según el momento y la circunstancia.
Sucedió que en Un País, una parte de él, una de esas Peculiaridades, decidió que no quería arrejuntarse más y que quería ir por libre, y los gobernantes de Un País, apoyados en las leyes llamadas Constituyentes, metieron en la cárcel a los peculiares que querían ir por libre. Y se montó un lío teatral, y en una especie de juego de las sillas, al dar la vuelta, el gobernante Más Distinto de Todos, se quedó sin silla y se la quitó otro Más Distinto. Y el resto de los políticos, llamados La Oposición, se opusieron. Y al final todo acabó en unas nuevas elecciones, que son como un concurso, una primitiva lotería en la que juegan todos los habitantes, aquí llamados votantes, para decidir quien será el próximo gobernante Más Distinto de Todos. No tiene mayor trascendencia, suele suceder cada cierto tiempo y con este juego de azares y fortunas se le da a los habitantes, aquí llamados partidarios, la ilusión de que con meter un papel en una caja consiguen cambiar los gobiernos. En realidad sólo deciden entre tres o cuatro personas que previamente fueron colocados al frente de unas peñas políticas llamadas Partidos para que los Lobbies tengan un interlocutor con quien negociar.
En este Un País se da la circunstancia de que hay que elegir representantes para la UE, y, para aprovechar el viaje, se eligen a los Distintos de las Autonomías Peculiares y a los Jefes de Tribu de los llamados Concellos-Ayuntamientos. Pero antes hay que elegir al próximo Más Distinto de Todos. Todo este movimiento lleva consigo grandes gastos de los Partidos, que nadie sabe de donde sacan el dinero. Todo está en campaña electoral en Un País. Los candidados a SuperDistinto, cuatro, se atacan entre sí y anuncian que si ganan no pactarán con Esos (los otros), pero saben que después tendrán que pactar con los Cualquieras, como ya hicieron sus antepasados (el distinto Aznar pactó con los independentistas catalanes para ser presidente, el distinto Felipe González, también pactó con los independentistas catalanes). Es una norma no escrita en Un País, que una cosa es la pelea de discoteca y otra cosa es la resaca del día siguiente.
Los llamados Candidatos, que son los que van a pactar con cualquier cosa dentro de unas semanas, son todos parecidos, jóvenes, obvios, vulgares, con muchas promesas pero sin ningún contenido que las avale. Pero, sobre todo, son candidatos modernos, sin sustancia que pueda provocar rechazos e intolerancias, son candidatos sin gluten, sin azúcares añadidos, sin cafeina, sin lactosa, sin grasa, sin conservantes ni colorantes, tal y como le interesa al Sistema Control. En los Viejos Tiempos las tribus eran gobernadas por los ancianos, que tenían la sabiduría de los tiempos; en estos Nuevos Tiempos parece que van a mandar los reclutas novatos. Por eso este cuento no acaba con un colorín colorado, sino que es un cuento de nunca acabar en Un País imaginario.

viernes, 15 de febrero de 2019

No era esto, no era esto

  J.A.Xesteira
Uno de los problemas con que nos encontramos los que escribimos nuestras ocurrencias en forma de artículo periodístico es que la realidad, muchas veces, va más rápida que lo escrito y le pasa por encima. Cuando estas mil y pico de palabras estén impresas en el diario que usted tiene en la mano, ya se sabe que el presidente Sánchez convoca las elecciones para el 28 de abril, pero lo escrito ya tiene que estar escrito e inventado antes de que comencemos la campaña electoral permanente.
Después del debate presupuestario, una especie de pelea escolar de chulitos, en la que cada uno hizo valer sus propias chulerías para no “ajuntarse” porque es un todos-contra-todos en esa chapuza parlamentaria, creo que deberíamos reconsiderar a que cotas de miseria hemos llegado partiendo desde la más absoluta indigencia política. Lo reconsideraremos nosotros, los ciudadanos simples, porque los políticos están todavía liados con las posibilidades de alcanzar el Poder; son como aquel personaje de tebeo, el gran visir que quería ser califa en lugar del califa; parece que toda la gobernanza de este país se limita a eso: pillar el mando. Y no era eso lo que se pretendía hace cuarenta años, más o menos, cuando comenzamos a hablar de democracia real después de una dictadura (se acuerdan de que era una dictadura, con un dictador encima, lo digo porque parece que todo el mundo se ha olvidado, la memoria es frágil y no se regala) Se suponía que en democracia, los aspirantes al poder tenían la misión de hacer más llevadera la vida de los ciudadanos; y al principio todo pareció ir en ese camino, todo era novedad y originalidad, incluso con un gobierno que inventó el Centro como situación estratégico-política; después, cambia que te cambia, las cosas se fueron torciendo: cada uno mintió más que el anterior; uno, desde la sedicente izquierda, nos metió en la OTAN (también en Europa) y nos clavó una ley laboral que echó por tierra hasta los mismísimos mártires de Chicago; el otro, desde la derecha mandó las tropas a defender el petroleo de Bush hijo, un amiguete; poco a poco, desde la honradez que se les suponía, fueron creando corrupciones y organizando poderes paralelos en los que el dinero público que nos haría felices sólo hacían felices a unos cuantos amigos y amiguetes. Todo eso es historia, pero dado que nuestra memoria es flaca, incluida la memoria histórica, no vale la pena revolver sobre ello. Todos los gobernantes en democracia han tenido como objetivo conquistar el poder y mantenerlo agarrado, pero una vez conseguido no han sabido o no han querido utilizarlo en favor de los ciudadanos.
Llegamos a este punto, a esta semana en la que la historia de este país es un enorme barullo lleno de chulería política, con un Poder a punto de salir a subasta y una tropa de políticos de todo-a-cien que ya se ven como ganadores de una operación triunfo electoral. A eso se ha reducido la democracia. Y no era eso lo que pensabamos que sería hace cuarenta años.
Un panorama deprimente el español (el europeo y el mundial no está mucho más optimista) en los que hay unos presupuestos generales del Estado por aprobar y eso parece un drama. Realmente da lo mismo, los presupuestos aprobados no son más que un reparto a priori de lo que se va a gastar, pero eso no quiere decir que después se cumplan, muchas partidas quedan sin gastar y otras se sobrepasan. Pero la importancia de la aprobación está en que todos los partidos sin excepción mostraron su ofensa personal con el único fin de quitarle poder a Sánchez para ganar dentro de unas semanas. Da lo mismo que la ciudadanía tenga derecho a todo lo que le concede la Constitución y ese derecho tiene unos gastos; parece que lo importante es quitar a Sánchez para ponerme yo. Y la democracia que pensábamos no era esto.
Después está el Juicio, un lío jurídico poco frecuente en Europa (de la que formamos parte, recuerden) por culpa de un referéndum independentista  de derechas (en Europa se celebran referendos parecidos y no pasa nada) Aquí tenemos a un presidente autonómico en el exilio (caso único europeo), a medio parlamento y gobierno catalanes en la cárcel. Y un Juicio rodeado de todas las sospechas jurídicas posibles. Y acusaciones de sedición, rebelión, malversación de fondos públicos, desobediencia y organización criminal. Muchos adjetivos para tanto lío incomprensible. Cabe recordar que la Transición se hizo de forma rebelde, sediciosa apoyada por organizaciones “criminales” que después fueron partidos políticos. Y no era esto lo que pensábamos que sería.
También se hizo una Constitución que imaginamos que duraría un tiempo y después se cambiaría, según las cosas fueran mejorando. Nunca me gustó la Constitución, las cosas positivas no so) más que buenos deseos que nunca se concretan; los derechos funcionan de arriba abajo, nunca de abajo arriba, y los deberes funcionan en el sentido contrario. Y no era eso lo que esperábamos de unas leyes fundamentales.
Así llegamos a este punto, un  panorama de cifras en las que se mezclan los parados con los trabajadores precarios, el aumento de la pobreza general con el aumento de la riqueza en manos concentradas. Y dentro de unas semanas saldrán a subasta los nuevos candidatos a ser califa en lugar del califa. Y cuando uno de ellos gane y sea el nuevo jefe de Gobierno recordaré aquella fabulita de Ambrose Bierce (magnífico cínico) que contaba como un alto funcionario había ascendido en su cargo y se lo fue a comunicar al rey, quien dijo: “Entiendo, te han ascendido y doblado el sueldo y complementos para gastos. Y ahora tienes dos cabezas, ¿verdad?” “No, majestad, solo una” “¿Y cuantas piernas y brazos?” “Sólo dos y dos” “¿Y un solo cuerpo?” “Si, un solo cuerpo”…Y dijo el monarca: “Pues tengo la sensación de que están tirando el dinero, porque me pareces el mismo tonto de antes”. Dentro de unas semanas veremos quien asciende con el mismo cuerpo y alma que tenía ahora mismo, después del pleno del presupuesto.

viernes, 8 de febrero de 2019

Tirarse a la piscina

 J.A.Xesteira
Desconozco los motivos por los cuales el presidente de España, Pedro Sánchez de momento, ha tenido a bien meterse en un jardín lleno de minas y erigirse en adalid europeo contra el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, también por el momento, y en defensa de Guaidó, al que ha llamado “presidente encargado”. Sánchez se coloca a la cabeza de los países europeos en defensa de la democracia venezolana y saca pecho para pedir elecciones libres y democráticas. Realmente ha dado más pasos de chulería política que cualquiera de sus contemporáneos en el panorama mundial, con la nota sospechosa de los italianos, que siempre han sido más listos que los ratones colorados, o los mexicanos, que dicen que “vamos a ir con calma, que a Guaidó no lo ha elegido el pueblo!. En el embrollo (maldito) tercia Felipe González, amigo de otra Venezuela, la de Carlos Andrés Pérez, el presidente más corrupto del país boliviarano, cuyos delitos económicos todavía padecen hoy los venezolanos y cuyo mandato sirvió para los grandes negocios españoles (ver wikipedias) y un Caracazo con 300 muertos y 2.000 desaparecidos. En el fondo del paiseje se dibuja, como siempre, a los Estados Unidos de Norteamérica (USA), potencia imperial siempre detrás de todos los movimientos de progreso en las Américas, incluídos asesinatos en masa (remember Kissinger, genocida impune) y que ahora en lugar de la CIA y los golpes de estado con militares y armas, aplica el sistema de estrangular la economía de los países no amigos con la cooperación de los oligarcas y grandes familias de cada país (Venezuela inclusa).
Si yo fuera un experto analista político o un gran estratega de los que debaten a diario en televisión, les daría una explicación pormenorizada de la situación, de lo que va a venir y de lo que se está cociendo en el mundo que manejan gobernantes sin carnet de gobernar. Pero como no lo soy me limitaré a hacerme unas cuantas preguntas que no entiendo; ya saben, como el personaje de Calderón, “yo era un tonto, y lo que he visto me ha hecho dos tontos”.
Primera cuestión. Sánchez, presidente español, presidente valiente, reprueba a Maduro, presidente venezolano, y reconoce a Guaidó, presidente –sólo– de la Asamblea Nacional y pide que se convoquen elecciones libres. Los argumentos son un enorme lío de afirmaciones sin fundamentar: que si el pueblo venezolano, que si la economía, que si los venezolanos huyen hacia España… Todo un embrollo publicado en los Medios, con mucha carga política pero escaso fundamento periodístico (cuando las Historia la escriben los políticos y no los periodistas, mejor dedicarse a la literatura). Y claro, aquí me hago unas preguntas (que no contestaré). Venezuela es un país extranjero, no es una colonia española, y por tanto deben ser los venezolanos quienes decidan su vida, bien o mal; el presidente Maduro fue elegido en unas elecciones libres (como las de USA o las de Brasil), Pedro Sánchez no fue elegido en unas elecciones libres sino en el trapicheo de una moción de censura contra Rajoy. Ahora reconoce a un presidente de un país extranjero que no fue elegido por nadie. Pensemos; ¿qué pasaría si un país cualquiera, Kazajistán o San Marino, decidiera que Pedro Sánchez no es el presidente y reconociera a la presidenta del Congreso, Ana Pastor, como “presidenta encargada” de España. Esperpéntico, pero piensen en la similitud del embrollo. Es una extraña democracia: no nos gusta del que eligió el pueblo, que lo cambien.
Otra cuestión. Los medios de información ya han tomado partido (salvo honradas excepciones) y se les ve el plumero. Un dato simple, esos mismos medios que llamaban “migrantes” a los huidos de Libia o Siria, llaman ahora “refugiados” a los que se vienen de Venezuela (¿habrá algún campo de internamiento para venezolanos?) Otro dato; afirman que Europa reprueba a Maduro pero no se alinea con Trump, lo cual es un misterio trinitario con petróleo al fondo.
Me hago otra pregunta (a lo mejor alguien tiene la respuesta) sobre la necesidad de Sánchez de meterse en aventuras equinocciales tropicales. Se entendería si los asuntos de su casa, que es la nuestra, estuvieran resueltos, su posición política al frente del Gobierno estuviera consolidada y España fuera bien, como decía aquel presidente de cuyo nombre no quiero acordarme. No alcanzo a ver los motivos por los que se mete a arreglar la casa del vecino teniendo como tiene la suya.
Y es que su casa se le pone cuesta ariba al presidente Sánchez, encargado de gobernar este país, no Venezuela. Mientras pide democracia y elecciones libres para Guaidó, tiene aquí a los catalanes pidiendo lo mismo y, además, sin vías de resolución, una incógnita en sí misma, con tres heridas abiertas, como el poema de Miguel Hernández: la del presidente elegido en elecciones libres, exiliado en Bélgica, la de medio Parlament encarcelado y en espera de juicio, y la de un president y un Parlament que no gobiernan. Y, por encima, están pendientes los presupuestos del Estado, que a lo mejor ni se aprueban. Y mientras Sanchez saca pecho internacional, sube el paro en estas tierras, donde cada vez hay menos puestos de trabajo (aquí me pregunto: ¿a qué llamamos empleo en estos momentos?¿a que llamamos salario?) y los sindicatos, empezando por la UGT, otro tiempo el sindicato de cabecera del PSOE, anuncia movilizaciones para ahora mismo, porque los pactos no se cumplen. Y mientras el tejido laboral se pudre y huele fatal, la banca  gana pasta a una velocidad de 1,9 millones a la hora (auténtico) mientras elimina 90.000 empleos y ciera 11.000 sucursales.
Por eso no entiendo esta tirada a la piscina del presidente Sánchez, con lo que le está cayendo. Quizás sea porque las encuestas, que son como el agua en las que nadan los políticos, le dan como ganador; quizás porque hay una confabulación mundial para poner en los gobiernos a una especie de “Niños del Brasil”, clonados en el mismo proyecto (ver físicos de los que tenemos en casa en todos los partidos y compararlos con Guaidó). En cualquier caso alguien debería decirle al presidente Sánchez que, a lo peor, en la piscina no hay agua.

viernes, 1 de febrero de 2019

Todos quieren elecciones

   J.A.Xesteira
Democracia no es más que una palabra, como otra cualquiera, solo sirve cuando se la llena de contenido práctico. Los que que nacimos, crecimos y vivimos en un tiempo ademocrático (una dictadura mas dura de lo que los nostálgicos añoran) creímos que con la democracia ya estaba todo solucionado: un hombre un voto (las mujeres votaban, pero se les incluía en el genérico “hombre”) y ya se nos abriría un mundo de felicidad gobernado por aquellos demócratas elegidos por la mayoría ciudadana. Resultó que “aquellos demócratas” eran muchas cosas añadidas, desde antiguos franquistas con mando en plaza hasta paracaidistas apuntados al juego democrático como un puesto de trabajo cómodo y bien remunerado. No voy a contar mucho más de todo un tiempo en el que vivimos democáticamente, para ello están los libros y las wikipedias, pero –les advierto– no sirven para nada, el hombre es el animal que siempre estará tropezando en la misma piedra. La Democracia es una palabra, y su concepto es variable; la idea original es básica: la mayoría decide y elige. La práctica es otra historia. Es un genérico que vale para todo; llamamos democracia a la de EEUU y a la de Marruecos, a la de Alemania y a la de Kuwait (por esta, por la “democracia” petrolera de Kuwait, hubo una guerra en la que partició la España de Aznar). Democracia no es más que un concepto que aceptamos sin pensarlo mucho; lo aceptamos así como viene, y vamos a votar, muchas veces sin saber que votamos ni como se cuece el voto (no hace mucho todavia capté alguna persona que votaba a “Don Manuel” ese mismo don Manuel que llevaba unos años muerto). Después de muchos años de prácticas democráticas a la carta (el recuento y el sistema electoral es variable y a favor de los que dominan el tinglado) todo queda reducido a unas reglas de juego que siempre perderemos, porque el Monstruo Total, que unas veces es fascismo y otras capitalismo y otras neoliberalismo (un simple juego de disfraces) se adapta perfectamente al juego democrático y deja que cada ciudadano meta una papeleta en una urna para estar contento y creerse que con eso le llegará su felicidad. 
El momento actual es un revoltillo peligroso, en el que el mundo funciona gobernado por personajes a los que, en condiciones sensatas de ciudadanos sensatos, con una educación política decente, a la que tenemos derecho democrático, nunca votarían. Los antiguos bloques, a los que llamábamos capitalista y comunista, ahora son dos mamotretos patrióticos, propiedad de Putin y Trump, con ese tercer hombre que es China, siempre en la sombra y atendiendo a su juego. Dicen los grandes pensadores de la política (no, esos que salen en la televisión, no) que vivimos un tiempo de interregno, un compás entre dos tiempos históricos, como ya sucedió en otras épocas, entre dos grandes movimientos económico-sociales. Estos tiempos se caracterizan por la confusión y la provisionalidad de las sociedades, que se preparan para dar paso a otra situación distinta, que bien podría ser la consolidación de la era digital y el control del mundo desde el territorio de los algoritmos, el gran sueño de los malvados de nuestros viejos tebeos. Lo que no se puede prever es como acabará la cosa, aunque sí se sabe quién se beneficiará cuando se hagan las cuentas. El momento es convulso, grandes masas de pueblos en marcha emigran hacia otras partes huyendo de todos los males imaginablres; el nivel de amenazas de los grandes dirigentes mundiales se eleva por momentos, aunque suenen casi siempre a farol; el peligro es que los destinos de la política mundial está en manos de monos navajeros como el de la calle Morgue.
Y en este momento de confusión, todo el mundo pide elecciones en trodas partes. Las piden para Venezuela y todos dicen: “Si, si, que haya elecciones para echar a Maduro!” Pero Maduro está ahí por unas elecciones. Puede decir usted, que no tiene más idea de Venezuela que la que cuentan en los informativos, es decir nula idea, que aquellas elecciones fueron amañadas. Y es posible, pero no mucho más amañadas que las que tienen en el poder a Putin y a Trump (dentro de unos años, algún historiador publicará un libro sobre sus trampas). Pero piden elecciones en Venezuela para poner (porque ya lo dan ganador) en el gobierno a un clon de los niños clónicos que gobiernan países (España incluída, donde los candidatos son otros clones) Las elecciones son el argumento que la Gran Corporación utiliza como pantalla para colocar a una tropa de personajes, casi todos millonarios (Macri, Trump, Bolsonaro) o que se van a hacer millonarios dentro del sistema que los emplea a su servicio.
Pero las elecciones no sirven para cambiar gran cosa, lo experimentamos desde hace tiempo. La fascinación democratica de elegir al gobernante no es más que un truco de trilé: ¿donde está la bola? Siempre en manos del Capital. Los británicos hicieron un referéndum para salir de la Unión Europea, pero se complican la vida, piden otras elecciones, seguramente hasta que se dé otro resultado, con lo cual las elecciones sólo serán válidas cuando convengan a quien convenga.
Ahora también piden elecciones en España. Los empresarios españoles, una corporación de dudosa honorabilidad, pide que se hagan elecciones para que Sánchez se vaya. Los partidos de la oposición también, lógicamente, aunque cada vez la derecha lo dice con la boca pequeña, porque hacen sus cuentas y no les salen. Los catalanes piden eleccciones para ser independientes o algo así, que no lo tienen  claro. No se dan cuenta de que los referendos de independencia siempre los pierde el independiente. Desde que somos demócratas se hacen elecciones para ganar poder y poder mandar, nunca hubo un proyecto político que aportase mejoras para el futuro, siempre han sido cantinelas repetitivas con argumentos de parvulario político. Las elecciones no son solución mientras sigan siendo el método para cambiar personajes que sólo pretenden tener el poder sin intentar mejorar la vida de los ciudadanos. Llevamos cuarenta años en los que la democracia no es más que un proyecto todavía por hacer.

viernes, 25 de enero de 2019

Leo que no se lee

J.A.Xesteira
Leo por ahí, en un periódico, que no se leen libros en Galicia, que estamos a la cola de España en la compra de libros (fuera los de texto, obligados) que las bibliotecas públicas son las peor valoradas de España y –lo más grave– que los menos lectores son los jóvenes de 15 a 18 años. Un dato significativo: el libro de papel sigue como base de lectura muy por encima del libro digital. Al leer esa noticia me vino a la memoria un reportaje que me encargaron nada más llegar de periodista a Vigo hace todos los años; había que investigar unos datos que año tras año se repiten y que abundan en la teoría de que los gallegos leemos poco (dentro del contexto español, uno de los peores panoramas para el libro de Europa). Por aquel entonces el dato alarmante era la investigación que la asociación de libreros de España había realizado en la mayor ciudad de Galicia, con un “hinterland” (era la palabra de moda en aquel momento) de pueblos con potencial muy grande; la asociación de libreros quería saber por qué en Vigo se habían cerrado aquel año más librerías que en el resto de España. Así que me fui preguntando por ahí. El resultado era deprimente; en tiempos en los que todavía no exisitían las grandes superficies libreras, las librerías locales sobrevivían vendiendo papelería, artículos de regalo, especializándose en libros técnicos…, o cerrando. Hubo un caso manifiesto en el que un librero de corazón acabó por convertir su librería en ¡una taberna!, confesaba que tenía más clientes y que las tertulias habían aumentado. Desde aquellos tiempos hasta ahora las librerías continuaron existiendo en precario, muchas cerraron, aparecieron grandes áreas con librería incorporada o franquicias totalitarias; pero la librería clásica, con librero o librera al frente, que sabe lo que se trae entre manos y no pone cara rara cuando pides un autor que no está de moda, esas son especie desprotegida en un país de cultura general tirando para abajo (pueden comprobar el nivel cultural encendiendo el televisor, cualquiera cadena y cualquiera comunidad).
Los que tenemos librería de cabecera, con personas con las que conversar, nos dolemos de esta situación. Leo también que en Madrid cierra la librería más antigua de la ciudad, a la que iba Ramón y Cajal de tertulia. Un pecado de lesa cultura. Si la política cultural de este país es capaz de rescatar una capilla en ruinas porque es del siglo cualquiera, que menos que salvar una librería, que vale más que todas las capillas inútiles del siglo cualquiera (con todos mis respetos para la inutilidad de las capillas de siglos pasados). Leo en mi e-mail un mensaje de la Librería Bertrand portuguesa que me informa de que su tienda del Chiado lisboeta es la librería más antigua del mundo, y que ha sido declarada patrimonio cultural; si a esto añadimos el detalle de que la librería portuguesa Lello e Irmão tiene cola para ver las escaleras de Harry Potter, hay que convencerse de que Portugal es otra cosa. Los políticos portugueses seguramente leen, los españoles, no, “y a las pruebas me repito”: su nivel es del “Marca”. Si se establece una comparativa entre las bibliotecas públicas gallegas (me consta que el personal de las bibliotecas públicas es competente y entregado a la causa, siempre enfrentado a la incultura generalizada en los municipios) y las portuguesas, entendemos la situación de colistas de España.
Es una cuestión política, no comercial ni económica. Los otros dos datos que apuntaba al principio, la edad de los no-leyentes y el fracaso (quizás sólo momentáneo) del libro digital, me llevan a otro punto. Por lo que se ve, aquí leen los niños (el libro infantil está salvando muchas editoriales) y los viejos, además de las mujeres, que tienen cada vez más estanterías dedicadas (equivocadamente) a ellas, con pseudolibros para ayudarse a comer, a vivir sin problemas y a creer que están leyendo una novela de verdad (sólo lo es en el tamaño y el aspecto, lo de dentro es de escasa importancia) Los libros digitales no avanzan y dejo al criterio de los expertos interesados (yo ni soy experto ni estoy interesado en literatura en pantalla) los porqués. Pero sí se puede apuntar el detalle de que los chavales y chavalas que no leen es porque sí están “digitalizados”; tienen la vista ocupada en las pantallitas, que manejan con ese dedo pulgar que antes nos distinguía de los animales inferiores (el dedo oponente) y que ahora sirve para guasapear. La chavalada lee, pero lee lo que le sale de las redes sociales, que al principio era divertido, un jijí-jajá, pero que ahora comienza a ser peligroso. Los políticos creyeron que tenían que estar en las redes para dirigir a la ciudadanía, y la ciudadanía fue engañada por las mismas redes, manipuladas, para creerse todo lo que sale por ahí. Ya hay señales de alarma; hace días el líder de los verdes alemanes, la gran esperanza de la política teutona, anunció que dejaba lass redes, sostiene que Twitter ejerce una influencia negativa en el debate público; en otro sitio, Portugal (volvemos al lugar del crimen) el cantante más de moda, Antonio Zambujo, anunciaba hace días en una entrevista que también dejaba las redes sociales (“deixei de ter redes sociais, a bem da minha sanidade mental; hoje está a tornar-se uma arma poderosíssima contra a democracia.”
Siempre creímos que un libro nos haría mejores. Sabemos que vivimos tiempos difíciles para la cultura. La literatura no nos va a salvar de los grandes males del momento. Las redes sociales, tampoco (puede que sean parte de los males del momento), pero es evidente que los políticos, personas que siempre están con un teléfono en la oreja pero nunca con un libro bajo el brazo, podrían leerse algo. Sugeriría a la izquierda, tan deconstruída, que leyera el libro de Boaventura de Sousa, que es muy breve y útil; a la derecha le sugeriría simplemente que leyese un libro; a todos los ciudadanos, simplemente que leyeran algo que no esté en la pantalla sino en el papel

viernes, 18 de enero de 2019

Cine y lenguaje

J.A.Xesteira
El estreno de la película “Roma” de Alfonso Cuarón ha generado polémicas antes de su estreno, en su estreno y en el postestreno; y todo eso sin que nadie (yo incluído) haya visto la película, que se pasa de refilón en escasos cines, sólo como condición para acceder a premios, ya que es una película para la televisión, y no toda televisión, sino “esa” televisión. De todas las polémicas, la más curiosa es la referida al doblaje subtitulado de mexicano a español, como si fueran lenguas distintas, de forma que –por ejemplo inventado– si un personaje dice chícharo (cosa que entenderíamos perfectamente en Galicia) en la parte de abajo de la pantalla pondría guisante. Lo absurdo de la situación alcanzó incluso al propio director, que se cabreó y dijo que él veía a Almodóvar en su versión original. La polémica, como todo lo que se refiere a cultura, dura poco y alcanza a un espacio reducido de la sociedad, pero puede servir para retomar el viejo tema del lenguaje y utilización del mismo como instrumento para controlar al personal. Como ya dije muchas veces, Humpty Dumpty, el cabeza de huevo del libro de Alicia lo explicaba muy bien: “El que tiene el poder tiene el poder sobre el significado de las palabras”.
No hace falta ser un erudito de cinemateca para saber que en España siempre se doblaron las películas, mientras que en Portugal, por ejemplo, se funciona con subtítulos. Hay quien dice que por eso en Portugal hablan más inglés que en España, lo cual es falso, como la afirmación de que en Europa cualquiera habla inglés, mientras que en España, no. En Portugal, como en Europa hablan inglés los mismos que en España, las generaciones jóvenes y los que necesitan del inglés para vender copas y turismo. El resto vamos por la vida con medio conocimiento chapucero (por otro lado, cualquier español habla más inglés que un inglés habla español).
El doblaje y los subtítulos siempre se han utilizado como ejercicio del poder del personaje de Alicia. En España se doblaron las películas porque así se hacía en Alemania e Italia como ejercicio de poderío: primero, la lengua del imperio. En Portugal, que era una dictadura pero, además, era una república anglófila, prefirieron las versiones originales con subtítulos. Ambos métodos eran facilmente manipulables, en los doblajes el protagonista decía lo que querían los censores, y en los subtitulados se escribían lo que querían otros censores. Esto funcionó así y aprendimos a conocer por las voces a los grandes actores de doblaje, que ponían timbre a las estrellas de Hollywood. Pero un día llegaron las versiones-originales-subtituladas y, ¡oh desgracia!, descubrimos que Humphrey Bogart no tenía aquella voz, sino que hablaba como el Pato Donald. Sucedió que una película francesa, “Los paraguas de Cherburgo” era totalmente cantada en francés, y por lo tanto no se podía doblar porque los diálogos eran cantados; y en una escena en que el protagonista dice “¡Merde!”, palabra casi universal, el subtítulo decía “¡Maldición!” o algo por el estilo. Y ahí, después de la carcajada, nos dimos cuenta de que habíamos sido estafados: nos habían dado gato doblado por liebre original.
Mi generación y varias posteriores fuimos educados en el cine, el templo donde aprendíamos de forma ritual tantas cosas que no venían en los libros, pero como las palabras, todo estaba manipulado, aunque eso ya lo intuíamos. Los indios hablaban en infinitivo y los negros hablaban “en negro”. Y aprendíamos aquellas frases cinematográficas que después hicimos nuestras; no las famosas clásicas que la cultura progresista acuñó como sello de la intelectualidad (como la sobada “Siempre nos quedará París”, que es una cursilada de medio pelo), sino las de verdad, las que aprendíamos para después soltar entre los nuestros, nuestro grupo, nuestra clase existencial, como aquel “¡Yo de ti no lo haría, forastero!” o “¡Hombre blanco hablar con lengua de serpiente!”. Aprendimos textos pronunciados en español por actores americanos, franceses o italianos, que hablaban español académico, no el que hablábamos en la calle, menos cuando cantaban, que ahí había un salto en la banda sonora y el (o la) que hasta ese momento hablaba en castellano, comenzaba a cantar “If I were a richman” o “¡The hills are alive with the sound of muuuusic!”.
Pero la cosa cambiaba cuando se trataba de cine mexicano, que tuvo su gran momento en los años cincuenta; ahí no había doblaje, porque ellos hablaban como nosotros, aunque le llamaran mesero al camarero, mucama a la criada o lisensiado a cualquiera. Y, por encima, llegó Cantinflas, que no solo hablaba mexicano, sino que se inventaba un lenguaje propio metido en un discurso imposible (el gran cómico aportó una palabra al diccionario de la Real Academia, “Cantinflear: Hablar o actuar de forma disparatada e incongruente y sin decir nada con sustancia”). Y nosotros fuimos educados con el humor y el palabrerío de Cantinflas, un personaje universal cuyos parlamentos podrían utilizarse perfectamente entre los políticos pasados, presentes y futuros (“El cohecho es un hecho contrahecho al que no hay derecho, hombre”, decía). Y no hizo falta traductor ni subtítulos.
La polémica de “Roma” se produce en un momento importante, más de lo que parece y más de lo que se va a discutir. Sin meternos en las lenguas de los países que conforman el Estado español, el castellano se habla mal y se escribe peor. Los medios de comunicación no utilizan los filtros adecuados y dejan colar cualquier neologismo aunque no sepan su verdadero significado y mientras “testamos”, “chequeamos”, “clicamos” o “reseteamos”, traducimos la lengua de los mexicanos, que es la nuestra aunque conserve palabras que nosotros ya hemos olvidado hace siglos. Se exige un castellano “neutro”, una cosa como de lenguaje de televisión. No sé como será el español hablado del futuro, pero no será “neutro”. La era digital está pariendo palabras nuevas, pero tenemos la obligación de guardar las palabras viejas, porque nunca se sabe si pueden volver a servir. Porque todo vuelve, y el sistema prefiere contar la Historia con doblajes y subtítulos, manipulados para que nuestra memoria histórica sea una película subtitulada y volvamos a cometer siempre los mismos errores.

viernes, 11 de enero de 2019

El año que vino

 J.A.Xesteira
La memoria suele ser frágil y selectiva, y estos días, que todo el mundo habla de que no recuerda tanto frío (nos olvidamos rapidamente de los fríos pasados) debo admitir que no recuerdo un cambio de año con tanta gente pesimista. Por todas partes escucho discursos de que este año va a ser mucho más duro que todo lo que recordemos (que no es mucho). Quizás sea porque me relaciono con gentes de generaciones caducadas o a punto de entrar en la gran reserva, pero el pesimismo parece ser la nota dominante de lo que se nos viene encima ahora mismo. ¿Hay motivos para ello? Siempre los hay, el mundo gira y da vueltas, y hay momentos en que estamos arriba y otros abajo. La única nota original de este año es que la velocidad del imperio dominante, el de las comunicaciones y las redes de enganche son cada vez más veloces y omnipotentes. El mundo, que en la famosa novela de Ciro Alegría era “ancho y ajeno”, es ahora mismo estrecho y propiedad privada de una serie (pequeña) de detentadores de poderes invisibles, que concentran la riqueza y a los que damos un nombre común denominador: neoliberalismo. En uno de esos discursos, frecuentes en las redes, del presidente uruguayo, Mujica, una persona que puede hablar con conocimiento de causa, comentaba el hombre que nunca se había visto tanta concentración de la riqueza como en estos tiempos, “es un mundo machete”, calificaba Mujica a la sociedad actual.
La sociedad parece vivir en el Nunca Jamás de Peter Pan o en el otro lado del espejo de Alicia; se sabe que las cosas pasan por ahí, que hay grandes desequilibrios, muchos más pobres, muchos más fugitivos de Africa, continente propiedad privada de las grandes estructuras depredadoras de sus bienes naturales; se sabe que el planeta se está transformando en un mierdal forrado de plástico, que el Sahara avanza rumbo a Madrid; se sabe que las cifras del paro se maquillan para que los políticos presuman de lo bien que lo hacen (una cosa es no estar en el paro, otra distinta, tener un trabajo estable, y otra más distinta, cobrar un salario digno); se sabe que el fascismo avanza a marchas forzadas ante la impasibilidad social, que nunca recuerda el pasado (ver Andalucía: al final, la derecha ocupa su espacio, no hay derechas distintas, hay una sóla, disfrazada para cada ocasión, pero siempre se encuentran en ese lugar ya conocido); se sabe todo, pero, como en el poema de Brecht, parece que eso es algo que afecta a los demás, nunca a mí (cuando me toque, será demasiado tarde). Nunca hubo tanto signo de la decadencia de este imperio, mientras el número de coches de alta gama aumenta, el lujo es la norma, la comida mental de las televisiones es un canto a lo accesorio, la política funciona en Twitter y consiste en hacer chistes y afirmaciones falsas que nadie pone en duda; en los parlamentos la política se reduce a insultos y a discusiones de patio de colegio. El mundo está de capa caída, en horas bajas. Nunca hubo tantos con tanta ostentación vana. ¿En qué momento nos hemos vuelto ricos? ¿Cuando nos apuntamos a la tribu de los triunfadores?.
Todos son síntomas a nuestro alrededor que abundan en ese pesimismo que palpamos y que prevemos, resumido en la frase más escuchada estos días: “esto no puede durar”. Un síntoma: la palabrería de los poderosos. Todos hablan, afirman, prometen, sentencian, explican, pero no son más que palabras que nadie se molesta en filtrar. Unos políticos hablan de lo que bien que va todo y lo que lo van a mejorar y otros afirman todo lo contrario. La iglesia católica, la vox dei, no es más que una palabrerío de buenos deseos sin acción alguna (los escándalos de pederastia crecen mientras que las condenas evangélicas se quedan en palabras). Pero todos los poderosos sonríen y eso siempre da que desconfiar.
Pero la ciudadanía no está mucho mejor. No hay cabezas ni sentido común, todo es una busca de un lujo externo que nos de acceso a una supuesta clase social superior, la posesion de bienes de consumo y, sobre todo el saber estar y ser en esa supuesta clase superior: para eso, como para elegir gobernantes, no hace falta ni cultura ni criterio, basta con conocer las palabras clave, que aparecen en internet, y dar a entender que se sabe de todo, de vinos, de gastronomía, de postureo en general, para creernos en la mejor de las sociedades. Todo eso hay que meterlo en un grupo de guasapos o en un tuiter adecuado, a la hora justa, y, si tenemos suerte, incluso algún informativo de televisión lo reproducirá en hora punta.
La estupidez es el síntoma más acuciante que está cambiando la sociedad para peor. Ni siquiera los delincuentes tratan de ocultar sus delitos, los graban con sus teléfonos y los ponen en la red, para que la misma polícia sepa que un imbécil va a 200 por hora, que un tonto se pone a disparar al aire en plena calle, o, lo que es mucho peor, que cuatro peligrosos desgraciados acaban de violar a una muchacha.
A la estupidez hay que sumar la vanidad, que suelen ir juntas. La botaratada del conocedor de vinos, de desgutación de los menús prohibitivos que unos vendedores de fantasías (respaldados por una marca de neumáticos) califican como arte. Otra falacia, juegan con la comida para consumo de tontos rimbombantes. Aquí tengo que sacar por fuerza la frase del italiano Aldo Buzzi (arquitecto, cineasta y escritor, incluso de libros gastronómicos): “En tiempos de decadencia, el culto a la cocina se vuelve excesivo”. Y eso es un síntoma, estamos en decadencia, el neoliberalismo (una forma fina de decir fascismo económico) lo cubre todo, la ciudadania está más atenta a los perros (hay millones, habria que fijar un impuesto por perro) y el consumo, y los tiempos que vienen no parecen que vayan a ser muy buenos para la lírica, ni para la épica, vendrán tiempos de prosa barata pronunciada por habladores sin criterio y mentirosos profesionales. Vendrán ya.

viernes, 4 de enero de 2019

Noche de magos, dia de reyes

 J.A.Xesteira
La noche más noche de todas, la de los Reyes, por la cantidad de connotaciones familiares, sueños infantiles y fiesta feliz, es una historia creada a partir de un relato evangélico, simple y breve. Como todo lo que sucede en las religiones, se inventan tradiciones a la carta para asentar el poder religioso (como aquel decreto que rezaba: “a partir de ahora comienza la tradición de…”) y todos los creyentes piensan que lo tradicional es así de toda la vida y que lo que se cuenta, sucedió. En realidad. En los evangelios sólamente Mateo habla de unos magos con el oro, el incienso y la mirra; los demás evangelistas no lo cuentan. A partir de ese simple párrafo, los años fueron creando una fiesta feliz en el sur de Europa, en la que la noche trae regalos con dos blancos y un negro, que se afanan para que la mañana sea una maravilla. Una buena fantasía positiva y alegre. La historia es básicamente española y de la América conquistada por España. La Epifanía se hizo tan importante en el folklore religioso que los que eran magos pasaron a ser reyes, con sus mantos de armiño y sus coronas, acordes con los tiempos en los que los reyes eran piedras angulares sobre las que trabajaban los siervos y los súbditos.
Pero el paso del tiempo cambia los conceptos y esos reyes de coronas, tronos y capas de armiño quedan relegados a las cabalgatas municipales, con tirada de caramelos y disneylandias locales, y a las fantasías infantiles. Los reyes de ahora ya no van en camellos y elefantes (es más, los elefantes deberían guardarse mucho de los reyes) y el papel monárquico es de difícil encaje en muchos gobiernos y países. En el mundo sólo queda un imperio, el del sol naciente (un bello nombre para un extraño y tecnificado país) y un emperador. En el resto del mundo, los reyes funcionan adaptándose a los tiempos, como los coches, que pasan de diésel a eléctricos, todos juegan con ser monarcas parlamentarios, algunos de dudoso encaje y otros, manifiestamente absolutistas. Quedan en el mundo sólo 25 países que se definen como monarquías, 25 reyes o reinas que no regalan nada en las noches de epifanía; más aún, reyes que viven de los impuestos de los padres de los niños con ilusiones. Países que van desde pequeñeces principescas como Mónaco (un país-empresa) hasta absolutismos como Marruecos, pasando por todo tipo de organizaciones políticas, desde democracias hasta totalitarismos de las mil y una noches. En Europa, que es la zona del mundo donde perviven viejas monarquías que se repartieron desde hace siglos los territorios, colocando a los representantes de sus marcas registradas (los Borbones, los Austrias, los Hohenzollern, los Battenberg…) tienen que hacer equilibrios para ir por la senda constitucional sin salirse del camino, so pena de quedarse en la cuneta. Los europeos mantienen un estilo occidentalizado, basado en las viejas normas británico-prusianas; desde la pompa y circunstancia británicas hasta la modernidad aparente de los escandinavos, pasando por los principados minusculos. Después están los exóticos, los de Oriente (que tampoco traen regalos) o los de las antiguas colonias. Todos son reyes, cada uno en lo suyo; a fin de cuentas es tan reina Isabel II de Inglaterra como el rey de Tailandia o de Suazilandia; para ello solo necesitan un trono, una corona, súbditos y mantener lejos un golpe de estado o una guillotina.
España, es la única democracia que mantiene a dos reyes en activo, una rareza más que añadir a un país raro como España. Durante toda la democracia hemos tenido como rey a Juan Carlos I, empleado para tal menester por el anterior jefe de estado, un dictador militar golpista que inventó, entre otras muchas fantasías, la democracia “orgánica” y designó como sucesor a un rey. Hay que reconocer que como esperpento, no hay nada que gane a la Marca España. Un buen día, el rey de España decidió que ya había cotizado bastante y pidió la jubilación, con contrato de relevo para que lo sucediera su hijo, pero como somos originales, decidimos que el jubilado pasara a ser Emérito, con el mismo rango y parecido sueldo, para hacer las mismas cosas que hacía antes (aquí se abre paréntesis para que cada cual imagine lo que quiera). Y viene su hijo, Felipe VI, un joven bien presentado y con la seriedad que impone su cargo. El rey padre era un monarca de su tiempo, de estilo “jamesbondiano”, como aquellas películas de la guerra fría con gente elegante espiando y tomando copas; en su reinado hubo jeques árabes, empresas millonarias tipo Espectra que querían adueñarse del mundo (al menos del petróleo, las concesiones de gas o la construcción de ferrocarriles en desiertos lejanos) había rubias con glamour, carreras de motos y coches, esquíes en Chamonix, yates, esmóquin y cócteles batidos, no agitados. El rey hijo es más circunspecto, soso, casi diría, más acorde con su tiempo, como una película en serie ideada para un canal de televisión de pago; un rey sin acción, aburrido. Y el caso es que el trabajo de ambos es el mismo: presidir varios actos protocolarios, asistir a eventos e inauguraciones y poco más. El rey padre participó en 24 actos durante 2018, como corridas de toros, partidos de fútbol, misas e inauguraciones varias. Por todo ello cobró del erario público 194.232 euros. El rey hijo participó en 187 actos oficiales, entre ellos inauguraciones varias, presidencias y comparecencias y el discurso de Nochebuena, por lo cual cobró  242.769 euros.
Seguramente será fácil hacer chiste demagógico populista de estos datos, pero no viene a cuento. También es dar argumentos a los republicanos para sus aspiraciones de país futuro. Tampoco es mi intención, un presidente de república viene a salir por el mismo precio (claro que podemos quitarlo y poner a otro, pero esa sería otra historia de España). Un rey necesita a los ciudadanos para ser rey, pero los ciudadanos no necesitan a un rey para ser ciudadanos. Los únicos que sólo necesitan niños con fantasía para existir son los magos de oriente, y esos si que son importantes.