sábado, 23 de junio de 2012

De políticas y gestiones


Diario de Pontevedra. 23/06/2012 - J.A. Xesteira
Me explicaban hace tiempo la diferencia entre gestionar y hacer política. El experto que me lo explicaba (seguro que era en un bar, que es donde se pueden dar lecciones que todo el mundo puede entender) hacía hincapié en que aquella moda de que “queremos buenos gestores” era una trampa, que los políticos tienen que hacer política y no gestionar. Tenía razón, de aquellas “gestiones” nacen estos “recortes” y acabamos en estas “intervenciones”. Me explicaba mi experto que gestión es cuando un churrero echa cuentas: tanto dinero para comprar tanta harina, tanta sal, tanto aceite, tanto butano, más mano de obra, impuestos e IVA, me sale el churro a tanto. La política es cuando ese churrero piensa: si además salgo por la mañana temprano con una cesta de churros y los vendo de puerta en puerta para el desayuno, el negocio es seguro, y puedo dedicar el resto del día a otras actividades. En ambos casos hay una premisa esencial, seas gestor o político tienes que dominar el arte de hacer churros. Seguramente, llevado el ejemplo rupestre al nivel de la confrontación social actual, la base está en que nuestros churreros no saben hacer un churro, y se dedican a gestionar en abstracto, sin saber de donde a donde va el dinero ni si se gasta más en harina o en butano. Total, la churrería se sostiene con dinero que pagan los clientes por anticipado sin haber visto un churro. De toda esta charla magistral a pie de barra hay cosas que se me escapan. Y eso que nos las explican todos los días en los Medios. Los políticos, se sabe, decidieron hace tiempo que ellos tenían que ser buenos gestores, quizás para hacerle caso a Bill Clinton cuando pronunció aquella fatídica frase de “¡Es la Economía, imbécil!” Se lo creyeron. Pensaron que era la Economía la que dominaba el mundo y se plegaron a esa idea sin analizar las consecuencias. Porque la Política la puede manejar el político, pero la Economía, no, la manejan otras manos, generalmente sucias y muchas veces manchadas de sangre. Cuando se dieron cuenta ya estamos metidos en este fregado: los Mercados (digámoslo así para simplificar) dicen lo que hay que hacer, y los Gobiernos se limitan a seguir las instrucciones de uso. Las ideas no tienen cabida en esta situación. Como si fuera el prospecto de la pomada, los políticos gobernantes se limitan a “extender y frotar sobre la parte afectada; uso tópico”. Y así, por pretender ser buenos gestores, los políticos se dedicaron al gasto y no a las ideas; y así también, hemos llegado a tener uno de los países más paradójicos del mundo. Veamos si me explico: tenemos el hombre más rico de Europa (uno de los más ricos del mundo) que precisamente nos cae por la zona de Arteixo; un país de cuarenta y tantos millones de personas (incluidos bebés y jubilados) con 137.300 ciudadanos con más de un millón de dólares en el peto, es decir, ricos; y también el mayor número de parados de Europa comunitaria (Bosnia Herzegovina nos supera, claro); también tenemos la renta per cápita por debajo de la media europea y la prima de riesgo (nuestro diario cuponazo mercantil) más alta del continente; el mayor número de políticos por metro cuadrado de la Unión (salvo excepciones, todos están gestionando); los salarios españoles son un 20 por ciento inferiores a la media comunitaria y, por si fuera poco, los inmigrantes, que nos habían venido a levantar el ánimo de la Seguridad Social, se están marchando. Entre tanto, los políticos sólo gestionan, y en estas horas infaustas, a nivel churrero están buscando la manera de ahorrar: sustituir el butano por leña de cajas de frutería, y el aceite, de semilla de girasol, la harina, de la peor calidad, y el IVA y las tasas municipales, quedan al “che-debo”. El drama de la gestión acaba de aparecer con la bancarrota de los ayuntamientos. Durante años la gestión municipal fue solo eso: gestión. No conozco ni un sólo concello de Occidente que haya manifestado por boca de su alcalde y correspondiente corporación su intención de ser un municipio orientado a un fin, sea industrial, marítimo-pesquero, agrícola, ganadero o, mucho menos, cultural o de servicio y ocio. En general es un todo revuelto, nadie se planteó que tipo de sociedad querían organizar alrededor del consistorio. Todos, salvo contadas excepciones, fueron gestionando según venían los días, y los gastos; en tiempos de bonanza y créditos, se aplicaban según interesaba; todos hicieron de la gestión municipal una ensaladilla rusa para la cual se rompieron demasiados huevos que ahora tenemos que pagar todos. Gastos en obra pública y fastos y ceremonias que ahora hay que pagar con intereses. Y esta ausencia de política municipal, que no es más que el reflejo en clave local de la gran política estatal, se encuentra ahora en quiebra. Podríamos decirles: “¡No era la Economía, imbéciles!” Los ayuntamientos tienen que ser ahora rescatados para poder pagar los pufos; se debe todo, la banda de música de la fiesta del patrón y los suministros de la imprenta. Y comienzan a apretar el cinturón por donde siempre: se suprimen bibliotecas, se reducen inversiones culturales, se gasta menos en educación y sanidad, y en servicios sociales y seguridad municipal. Una vez más se ignora que lo único que queda del paso de las personas por este mundo traidor es la cultura, las obras públicas ya no son duraderas como un puente romano, caducan antes que el yogur, los grandes planes faraónicos, con placa de “Inaugurado por...”, nacen muertos. Seguramente dentro de un tiempo, puede que meses o puede que años, todo volverá a la normalidad y los problemas de dinero se solucionen. Por el camino nos habremos dejado una generación de jóvenes perdidos en su propia frustración, y asuntos importantes que harían una sociedad mejor, más culta, más limpia, más justa. Y los dirigentes de ese futuro volverán a gestionar en lugar de hacer política. No se dan cuenta de que a los políticos los elige el pueblo; los gestores se contratan a tiempo parcial.

sábado, 16 de junio de 2012

¿Qué hice yo para merecer esto?


16/06/2012 - J.A. Xesteira
esa es la pregunta que debe estar haciéndose en este momento cada uno de los habitantes del espacio España (territorio ocupado de la Unión Capitalista Europea, supranación de difuso presente e incierto futuro). Hacerse la pregunta es gratis, contestarla, no. Cuesta unos 100.000 millones de euros, para redondear, propinas incluidas. Es una cifra que por mucho que cada uno de los españoles nos esforcemos, no cabe en una cabeza normal y honrada. La historieta ya la saben: aparece De Guindos en la televisión el sábado (antes del partido España-Italia, la cosa no es gratuita, así se distrae la presencia agorera) y anuncia que ya somos rescatados, como si hasta ese momento estuviéramos secuestrados y pagaran por nuestra libertad. Y algo así debía ser, porque según el hombre que un día fue nuestro hombre en Lehman Brothers hasta que aquel banco quebró, gracias a expertos asesores como De Guindos, ya podíamos estar tranquilos; Europa nos salvó, como si fueran los hombres de Harrelson en una mala película; cierto es que en la pelea, los “geos” que nos rescatan nos dejan acribillados y moribundos, pero, eso sí, libres para devolver el dinero que ahora nos prestan. De Guindos, que es tipo de malas pulgas y cara de pocos amigos, no admitió preguntas incómodas, y aseguró que no aparecía el presidente del Gobierno a dar explicaciones porque el ministro es del Eurogrupo y el presidente, no. Al día siguiente, ya saben, apareció Rajoy II (lo de segundo es porque todos sus ministros van por delante de él en las explicaciones) y, con semblante optimista, aseguró unas cuantas cosas: no estamos rescatados, sino que se nos abre una línea de crédito para los bancos, por si les hace falta algo de dinero suelto para sus chanchullos; Europa no presionó a Rajoy, sino que fue Rajoy el que presionó a Europa; el Gobierno hace las cosas bien, y por eso Europa confía tanto en nosotros que nos da dinero para gastos varios; la operación fue un triunfo; y una vez explicado todo el proceso triunfante, Rajoy II el Optimista, se va a ver el partido de la selección de fútbol, porque un presidente siempre tiene que estar con el partido de la patria. Claro que todo este espectáculo de poli bueno-poli malo, o poli serio-poli alegre, o de Epi y Blas, no convencieron a ninguno de los españoles que nos hacíamos la pregunta del título. Expertos como somos en largos recorridos por promesas incumplidas, por fraudes justificados, por estafas impunes y otras engañifas por el estilo, sabíamos que la cosa no era así, y que la cara oculta de la luna es distinta y, por encima, es la real. Mi abuelo solía decir en estos casos que «todo son cabronerías». Y así fue. Las voces autorizadas de Europa, los que saben de que va la cosa, la prensa internacional, los políticos comunitarios, los expertos del monstruo de tres cabezas (UE, FMI y BCE) nos confirmaron al día siguiente lo que ya sabíamos: nadie da nada gratis, y a la hora de pagar ya sabemos a quien le toca el escote. Todos los que alguna vez hemos pedido un crédito (incluso esa optimista línea de crédito de la que presume el Presidente Feliz) sabemos que después hay que devolverlo todo con los intereses, tasas y demoras, firmas ante notario y demás pequeñeces con la que nos sangran. Calculen a ojo lo que puede salir el interés de los cien mil millones y háganse a la idea de que lo vamos a pagar todos. Porque, para eso, la crisis es de todos, aunque usted no haya hecho nada para crearla. El rescate es a España, un concepto en el que nos meten a todos, como si todos fuéramos culpables de la situación. Una inmensa mayoría de los ciudadanos se dedicó a ir de mañana a su trabajo, procurar que no le despidieran, buscarse la vida honradamente, trabajando y cotizando a la Seguridad Social, pagar a Hacienda, pagar la hipoteca de un piso que le ofrecieron como ganga, meter sus ahorros en una cuenta de una caja de ahorros en la que confiaba, porque, además, conocía a los empleados y le ofrecían esa confianza personal, y, si algo le sobraba, hacer gasto, consumir para que la economía subiera. Eso es lo que hizo la mayoría de ciudadanos que ahora se encuentran con una situación que no se merecen. La victoria pintada por Rajoy II, su sonrisa y su grito de «¡goool!» en Polonia se desinfla día a día. La Bolsa, que siempre usan como detector de momentos económicos, es un desastre. La banca española pasará a ser controlada por el eje del mal: UE, FMI y BCE. Los planes del Gobierno sobre los recortes y el déficit van a ser controlados por la troika. El Eurogrupo habla claramente de que se trata de un «rescate e intervención» (seguramente porque el Eurogrupo no va al fútbol). Por si fuera poco, los bancos están siendo denunciados uno a uno ante la Justicia Española, a ver si, de una vez se piden cuentas y aparece alguien que sea responsable de algo. Ni siquiera la chulería del presidente de presionar a Europa se sostuvo: Durão Barroso, que es un portugués insumergible que habla inglés, asegura que fue él el que llamó a Rajoy II el Presionador para obligarlo a pedir el rescate. Entre tanto, la situación parece un largo despropósito; la oposición política lo pone negro y pide que se expliquen las cosas; el Gobierno dice que no hay novedad, señora baronesa, y que no se explica nada, que todo está claro y victorioso. Sólo los catalanes de CiU se hacen los suecos. En este vendaval de acontecimientos, se cambia todo para que todo siga igual y ya sabemos que la vida no sigue igual. Las voces más sonoras y responsables no consiguen inyectar esperanzas ni optimismo. El presidente del Gobierno asegura que gracias a su política no acabamos como Grecia o Portugal, y lo dice como si la cosa ya se soluciona con el rescate. En realidad la cosa no hizo más que empezar. Nadie se da cuenta de que ya estamos en otra era, en otro mundo.

sábado, 9 de junio de 2012

Pan o toros


Diario de Pontevedra. 09/06/2012 - J.A. Xesteira
Un municipio de Cáceres acaba de decidir en un referéndum que los 15.000 euros que estaba presupuestado para festejos se gaste en corridas de toros. La alternativa era dedicarlos a crear puestos de trabajo (no muchos, dado el presupuesto, ni por mucho tiempo). Los vecinos de Guijo de Galisteo y las pedanías de Valrío y El Batán decidieron que, mejor, toros que empleo. Probablemente tengan razón por haber tomado la decisión de la fiesta; y probablemente también la tendrían de haber ganado la otra alternativa, que en eso de los referéndum ya se sabe que el pueblo acierta o se equivoca por su propio pie. Tampoco van a ser grandes carteles taurinos los que se paguen con 15.000 euros, y, además, darán empleo a unos cuantos eventuales. El referéndum suena un poco a surrealismo popular, a una especie de “–Betanceiros, qué queredes?”; “–Que suba o pan e baixe a caña”, y que Camilo José Cela, en “Del Miño al Bidasoa”, contaba que el político que hacía la pregunta contestaba: “–Cando chegue a Madrid falarei diso con premura”, “–Pois que viva Premura!”. La alternativa del momento está ahí desde siempre, pan y toros, aunque en esta ocasión hay que elegir. Si los cacereños votantes fuesen suizos o teutones, probablemente darían su voto a la productividad y el capital, pero los de Cáceres, que tienen más afinidades con África que con Europa, prefieren la juerga a la solidez económica, seguramente porque saben que vivimos tres días y dos están nublados. También hay que tener en cuenta el clima, no es lo mismo el verano de Cáceres que el de Fanckfurt, por poner un ejemplo, y seguramente por eso, los alemanes, en cuanto dejan de producir se vienen al Sur, a vivir esos tres días que no pueden disfrutar en sus productivas ciudades. Los cacereños han tomado una decisión, acertada o no, que eso nunca se sabe, que es un común denominador del resto de los españoles: estamos mal, lo dicen las televisiones, los políticos desde la televisiones, las cifras en la pantalla de la televisión y en las páginas de los periódicos, se comenta por todas partes, porque una vez instalada la opinión, nadie se atreve a llevarle la contraria y se acepta el “es lo que hay”, “con la que está cayendo” y “la cosa está jodida por la crisis”. Así, sin más. Pero, llegado el momento, nos vamos de juerga y furancho y disfrutamos de los tres días de vida en un alarde de inconsciencia existencial propia de las culturas educadas en creencias extravagantes, fanatismos disfrazados de ideologías y religiosidades dudosas. ¿Se imaginan que hagan un referéndum andaluz para, ya no digo suprimir si no sólo recortar la fiesta del Rocío (a fin de cuentas, la adoración multitudinaria de una figura del tamaño de una muñeca) por causa de la crisis? ¿O que en la fiesta del Carmen se sustituye la París de Noia por el gaiteiro de la esquina para dedicar el presupuesto a obras públicas? Podrá parecer un despropósito desde un análisis frío y analítico, pero la realidad es fácil de imaginar. En sentido contrario viene el presidente de Mercadona, que acaba de decir que los españoles tenemos que cambiar porque, si no, “nos van a intervenir”. La frase entrecomillada es uno de los nuevos conceptos que se ha instalado entre nosotros sin saber bien de que se trata. Ya nos han “recortado”, nos han “flexibilizado” y “regulado” el empleo, y nos hicieron unas cuantas tropelías más que no sabemos bien en que consisten, pero si sabemos el resultado final. Así que el señor Roig, que preside Mercadona, nos anuncia que nos van a intervenir si no cambiamos nuestro tren de vida y nos dedicamos a “trabajar más todos” (textual el entrecomillado). Como en el referéndum de Cáceres, el señor Roig tiene razón. Vale, tenemos que trabajar todos y producir más, en lugar de andar de juerga en juerga como parece que andamos. El problema es que muchos presidentes de empresas como el señor Roig prefieren un ERE en la mano que cien puestos de trabajo volando; y el problema es que podemos aumentar la productividad, pero no sabemos de qué. ¡Que más quisieran los millones de parados que trabajar más y producir mejor! El señor Roig, del ramo de los ultramarinos a gran escala, echa la culpa a todos, empresarios, políticos, sindicatos..., a todos los españoles. Y ahí si que no. Necesito que me explique si el mecánico, el electricista, el doctor en Químicas, el empleado de banco, el eventual del servicio de limpiezas, la asistenta doméstica, el jubilado, el periodista, el repartidor de pizzas, el abogado, el chapista, el maestro, el fresador-matricero y tantos otros tienen algo que ver en el devenir de la Gran Estafa. Sería necesario que dijera si todos los trabajadores de este país son culpables de “la que está cayendo”. Sería útil, además que explicara (el señor Roig, que parece saber mucho de productividad y hace unos días pidió que trabajásemos como chinos) qué hicimos mal los españoles vulgares para padecer la condena de esta situación. El tendero de la esquina y el fontanero de guardia no inventaron los activos tóxicos ni las preferentes, pero tendrán que pagarlas de su bolsillo. El quiosquero no pertenece a ningún consejo de administración de cajas de ahorros. Así que el señor Roig tiene razón, pero menos. Tenemos que cambiar, pero no todos los españoles, al menos, los españoles que no tenemos posibilidad de alterar las cosas ni de participar en las decisiones reales, aunque se nos venda el burro ciego de que en democracia el pueblo elige a sus representantes. La Gran Estafa se solucionará como todas las crisis, por su propio pie y el paso del tiempo. Sería más fácil si Europa (sea eso lo que sea) decidiera controlar a los auténticos estafadores de la situación, empezando por las agencias de calificación, que manipulan datos a mayor gloria de sus propios intereses. Y a continuación tomar el control de la especulación mundial, suprimir privilegios, controlar el gasto en personas publicas y, después, hablamos. Mientras tanto, y ya que estamos apañados, por lo menos que nos dejen la posibilidad de hundirnos a ritmo de pasodoble torero.

sábado, 2 de junio de 2012

Queremos otra película


Diario de Pontevedra. 02/06/2012 - J.A. Xesteira
Aveces encontramos un cierto paralelismo entre la realidad y el cine. Hace unos días, al volver a ver en la televisión «Las sandalias del pescador», una película que tuvo fama de taquillera en su momento, pero que era en el fondo un panfletillo flojo de buenas intenciones, ni siquiera sospechosa de izquierdismo o progresía de su época, me pareció que encajaba en el momento como hecha de encargo. En la película, el papa ruso Anthony Quinn se dirige en el discurso de investidura a la urbe y al orbe para decir que decide vender todas las joyas de la Iglesia, hacerse pobre y solucionar con ese inmenso caudal los problemas de hambre en el mundo. Bastante simple y elemental, que en la película funcionó en su momento. Pero cae, precisamente cuando las cuentas del Vaticano andan metidas en un caso de espías e intrigas con la banca vaticana de fondo, como limpiadora de caudales inconfesables, y con el episcopado español reacio a pagar al César lo que debiera ser del César, pero que también pasa a las arcas de Dios. El cine, en este caso, va por delante de los buenos deseos que debieran existir en el mundo real. Tengo un paquete de cine para ver o volver a ver, en italiano subtitulado, de la época en que las pantallas las llenaban aquellos Sordi, Gassman, Manfredi, Tognazzi, aquellas Cardinale, Loren, Sandrelli, y a todos los dirigían aquellos Scola, Risi, Germi o De Sica. Echo de menos aquel cine. Entre las del paquete estaba una titulada «Investigación de un ciudadano más allá de toda sospecha», en la que un alto cargo de la Policía comete un asesinato y deja pistas claras por todas partes; pero no lo condenan porque es algo inconcebible para los políticos que el más alto cargo sea un delincuente. El título (que no la trama) me llevó directamente al caso del juez Dívar. El juez supremo de España (presidente del consejo de jueces y del supremo tribunal) organizó, por causa de sus viajes de largo fin de semana a Marbella una pelea de gatos judiciales que ni era deseada ni esperada. Se produce un deterioro de la imagen de la Justicia del mismo nivel del cargo que representan las señorías: supremo. No vamos a entrar en juicios sobre si es legal o no el gasto y los fines de semana de ocio, eso es cosa de los propios jueces. Contemplados desde nuestra altura de simples contribuyentes, produce el pasmo natural al ver como están las altas cumbres del Poder Judicial: borrascosas. Pero lo que más pone los pelos de punta es la frase de disculpa del propio señor Dívar, de que lo gastado «era una miseria». Sin contar lo que se gastó en el desplazamiento inútil y ocioso de siete escoltas, más dietas y gasolinas de los dos coches que lo acompañan, lo gastado «a pelo» por el juez supremo es el equivalente al sueldo anual de, pongamos, un investigador actualmente en paro por causa de los recortes, o el de ese obrero de 50 años que acaba de ser despedido para siempre (las posibilidades de que encuentre trabajo son nulas, y tendrá que sobrevivir hasta donde pueda con la ayuda a parados mayores de difícil inserción). Pero tiene razón, es una miseria, tanto lo que cobra el investigador ilusionado con su doctorado debajo del brazo como el obrero desencantado de su vida a pie de obra. Una miseria que el capo de jueces se gastó en hotel y cenas. Alguien dirá que lo que acabo de decir es demagogia (que, según Ambrose Bierce es lo que dicen los rivales políticos) pero eso es mejor que se lo vayan a decir al investigador o al obrero, a ver que opinan. El cine, siempre el cine, que es nuestra base de datos del último siglo, nuestra educación general básica, tanto sentimental como social. Echo de menos aquel cine que tengo ahora en ese paquete y tanta analogía me trae al presente; aquellas comedias serían de reír ahora si la cosa no fuera tan seria (no tanto como el miedo oficial nos hace creer, pero más de lo que es necesario en este caso). Los políticos no suelen ir mucho al cine, se les nota; si hubieran visto «El día de la bestia» se acordarían de que el edifico donde residía el Mal era precisamente las torres de Bankia; el Maligno se la metió doblada. El cine que es acompañante de cada momento social, está en su peor momento, tanto económico como de ideas; los realizadores debieran ofrecernos un cine rompedor, denunciador, periodístico (que informara, educara y entretuviera). En su lugar encontramos fórmulas para sobrevivir por medio de productos de buen rollo, y los grandes nombres no consiguen superar la semana antes de morir en el formato blu-ray. Ahora sería inconcebible un tipo como Visconti, que era al tiempo comunista, conde, homosexual, escritor, dramaturgo y director de obras maestras sobre la decadencia de la nobleza siciliana. Su cine no podría hacerse ahora, porque no encontraría subvención. Estamos en la etapa del cine del mercado, como la economía mundial, y prevalece lo inmediato, la partida de videojuego, la inmediatez capitalista del beneficio instantáneo: las bolsas ganan y pierden al segundo y las películas lanzan a sus héroes a la misma velocidad que el flujo de capitales. Gracias al cine aprendimos que en el Crack del 29 americano, los banqueros se arrojaban por las ventanas, acosados por las pérdidas; gracias a los medios de comunicación actuales sabemos que los banqueros arrojan a patadas por las ventanas a los pobres que confiaron en sus promesas de beneficios y que ahora pagan por partida doble la estafa mundial: con sus cuentas corrientes y con el dinero público. En mi paquete de cine italiano no incluyo las películas que estarían más acordes con la España de ahora, los espagueti western con títulos tan significativos como «Por un puñado de dólares» o «La muerte tenía un precio». La situación necesita inteligentes directores de cine y de estado con el valor necesario para volver a dar a la sociedad aquel cine comprometido y con valores morales en alza, más allá del miedo que nos ofrecen como alternativa.