viernes, 30 de noviembre de 2018

Tema de trivial: Gibraltar

J.A.Xesteira
Hacía tiempo que no andaba en danza, pero una vez más vuelve Gibraltar como tema para mover el guiñol patriótico. A lo largo de los tiempos el tema Gibraltar salta a la mesa de la patria para que alguien vuelva a dar la lata con él. La cosa estaba tranquila y quieta, los llanitos comprando y vendiendo en libras y peniques con acento andaluz y los del La Línea y el Campo cruzando cada día para trabajar en el Peñón, cosa corriente, normal, unos trabajan, otros trafican con sustancias prohibidas, otros persiguen a los traficantes, otros izan una bandera en un lado y otros otra bandera en el otro, y al acabar cada uno se va a su casa a cenar y ver la tele. Pero un buen día, los políticos británicos se van de Europa, y los políticos españoles se ponen chulos con el viejo asunto del Peñón; a Theresa May, que tiene un lío montado con sus parroquianos para salir de Europa, le aparece Sánchez con la pretensión de una hipótesis sobre los acuerdos bilaterales sobre Gibraltar. Al final, después de un par de chulerías internacionales, todo se firma con una salvaguarda que parece que contenta al Gobierno español pero que Theresa dice que no hay nada de nada.
El tema de Gibraltar lo hemos vivido desde hace todos los años del franquismo como una reivindicación patriótica, en el mismo plano del Dos de Mayo. Siempre fue una cosa que a la inmensa mayoría de los españoles les importaba un carajo. Durante años se nos explicó de manera sesgada aquel oprobio de Gran Bretaña contra la patria, pero realmente nunca se nos explicó por qué Gibraltar era británico y porque el tabaco era más barato allí que en España. Durante el largo viaje del franquismo Gibraltar era un tema que aparecía de vez en cuando y que a los españoles en general, y a los gallegos en particular nos daba lo mismo. Menos a mi hermano, que en los años 60 (Siglo XX) aprobó un examen de Formación del Espíritu Nacional con el siguiente argumento (no tenía ni idea de lo que preguntaban): “Como dijo el Caudillo en el mensaje de fin de año, Gibraltar caerá como una pera madura”. Tachaaaán: aprobado.
Por lo tanto, vamos a relajarnos y tomar el tema desde el punto de vista  lúdico, como un trivial pursuit (búsqueda trivial, para ponernos patrios), simplemente como una coña, porque el tema no merece más rimbombancia. Por ejemplo, tema de Historia. Gibraltar, el peñon y sus terrenos adyacentes, es un territorio británico después de la Guerra de Sucesión española: dos candidatos a reinar en España, un Borbón, apoyado por Francia y España, y un Austria, apoyado por Inglaterra y Holanda, la vieja historia; los anglo-holandeses, después de hundir a los barcos en Rande, tomaron el Peñón y después de unas cuantas batallas acabaron en un tratado en Utrech, por el cual España cedía la propiedad “para siempre y sin impedimento alguno”. Bueno, ya sabemos algo más. Cuando la guerra civil española, Gribraltar fue refugio de exiliados de ambos bandos, y durante la guerra mundial (la segunda) fue territorio neutral. Por los años en que mi hermano aprobaba la FEN con el truco patriótico, las Naciones Unidas, organismo que dicta resoluciones a las que nadie hace caso, dijo que era un territorio a descolonizar; los gibraltareños hicieron un referéndum en los que ganó la opción británica (por 12.138 a 44 votos) y Franco cerró la frontera, con lo cual le hizo la puñeta a los andaluces que vivían del Peñón. La verja la abrió Felipe González y las cosas volvieron más o menos como antes.
Tema de Música. Gibraltar dio mucho juego musical, no sólo porque un artista internacional como Albert Hammond naciera allí y cantara en el Price de Madrid antes de irse a Los Angeles, sino como asunto para músicas. Desde el rotundo himno falangista que reivindicaba un territorio “robado” (se ve que en Historia no andaban finos) y se amenazaba con conquistarlos por las armas, después de que “su División” triunfara (?) en Rusia y se insistía en morir por las rocas. Menos patriotero fue un cantante de principios de los años 60 conocido como José Luis y Su Guitarra que cantó una surrealista canción protesta sobre Gibraltar. Aunque si me dan a elegir, yo me quedo con “nuestros” Tamara y aquella inefable cumbia, “Gibraltareña”, de gran éxito en bailes  de verano, en la que Pucho Boedo, menos patriotero y amenazador, prometía que “cruzaré La Línea para besarte junto al Peñon”.
Un tema de Economía. ¿De qué vive Gibraltar? Pues de lo mismo que viven los bancos, del cuento. Es un territorio en el que se instalan empresas más o menos fantasmas, para evitar pagos a las Haciendas de todos los países. En ese sentido es un país delincuente, pero no menos delincuente que Luxemburgo, San Marino o Mónaco, territorios que no producen nada pero que acumulan en sus bancos dinero de dudosa procedencia (en muchos casos de procedencia clara e ilegal) para vivir como príncipes. Son territorios como la Isla de la Tortuga, en la que los piratas del Caribe hacían sus comercios y blanqueaban los tesoros, de forma mucho más fácil que enterrarlos en una isla con un plano. Alrededor funciona un contrabando variado.
A los gibraltareños y andaluces les van a dar la lata otra vez. Unos son ingleses, con los mismos derechos que un londinense o un galés, pero con el clima de Cádiz, su gobierno lo tienen lejos y no quieren ser españoles; están así muy bien, clima español, ciudadanía británica, un lujo. Los andaluces de la zona, tienen un Gibraltar que les da puestos de trabajo y contrabando y con los que se entienden muy bien. Lo demas es trivial pursuit patriótico; los tratados nunca se cumplen, por muy europeos que sean; las decisiones de la ONU se ignoran; la política no es más que un juego de tahures y trileros que viven en un lugar donde la honradez ni está ni se le espera. La vida, no obstante, sigue a su bola, a trompicones y a pesar de todo.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Nunca pasa nada

J.A.Xesteira
No pasó nada. La semana pasada habló en una comisión parlamentaria el que fuera dirigente del PP gallego, Crespo, actualmente un convicto que cumple condena. El hombre reconoció que existía un delito continuado (ocultación de fondos ilícitos como subvención al Partido Popular, financiación ilegal y doble contabilidad con defraudación consiguiente a Hacienda) y que todos los secretarios generales lo sabían, es decir, desde Fraga, el fundador, hasta Rajoy, el último mohicano. Esto es, un delito que todo el mundo sabía por deducción lógica (un partido no se gasta la pasta que se gastan sólo con las cuotas de afiliados, ni sostiene a tanto político en ese comedero de patos que constituye cualquier partido con presencia en elecciones). Y no pasó nada. En su comparecencia y en una lógica actitud buscó salvar su cabeza y repartir a basura entre los que supuestamente disfrutaron de la comisión del delito.
Crespo me recuerda a un viejo periodista de Vigo, ya fallecido, que hacía versos deportivos que después los colegas utilizabamos como frases al uso; una de ellas, quizás la más repetida, es la que me viene ahora a la memoria: “Como no me duelen prendas yo digo cosas tremendas”. Crespo no dijo nada que no supiéramos, y, sin embargo, no pasó nada. Su actitud resignada corresponde a la del cabeza de turco, la del criado que va a la cárcel para evitar que vayan sus señoritos. Y ahora larga lo que ocultó durante tiempo atrás para beneficio de su partido. Y de paso le echa la culpa a Rubalcaba  y a sus policías (apoyado por el preguntador del PP, un muchacho valenciano sin una clara coordinación entre el pensamiento y la palabra) lo cual es un mal intento de echar el balón fuera (Rubalcaba no era Rubalcaba cuando el PP blanqueaba dinero blanco en tiempos de series de televisión); la financiación ilegal, las arquitecturas financieras y los tejemanejes de dinero negro mezclado con favores a empresas inmobiliarias y constructoras, es decir, el que-hay-de-lo-mío maridado con cajas b, fue una norma de la que se sirvieron algunos partidos políticos de este país y que todo el mundo sabia o suponía sin pruebas ni ganas de denunciarlo. Ahora, años después, sabemos que muchos de aquellos padres de la patria (un refugio seguro) montaban la política con cuentas ilegales. Pero ahora ya es tarde. En este país todo se descubre cuando ya está caducado o, visto de otra manera, se pone fecha de caducidad muy corta para delitos que algún día tienen que salir a flote.
Porque todo el mundo sabe cosas, pero los que tienen que hacer valer la ley miran al tendido de sol y se ponen las gafas de no ver. Miren si no el ejemplo de los obispos que acaban de admitir ahora mismo algo que ya sabían hace mucho tiempo pero que callaban como cómplices de un delito mucho más repugnante que el fraude financiero; me refiero a las violaciones y los abusos de pederastia ocultos años tras años dentro de la Iglesia. El jefe de los obispos lo acaba de admitir, aunque primero hizo el intento de salpicar a toda la sociedad. El hecho de ser un crimen extendido en toda la sociedad no exime de culpa a la iglesia católica, encubridora de muchos de los casos que se comentaban, se denunciaron y nunca hicieron nada por reparar un daño. Todavía ahora no han pedido perdón a sus víctimas. Como en los fondos ocultos de los partidos, tampoco pasa nada más allá de un reconocimiento de culpa; los delitos ha yan prescrito, porque caducan antes que un yogur. Parafraseando al clásico, la vida de la ley es corta y el arte de minimizar delitos es largo.
Las leyes –no lo olvidemos– las escriben gentes que pueden estar algún día perseguidos por lo que escribieron, por eso las hacen a la medida y las envasan con fecha de caducidad corta, para que no les pillen más allá del aforamiento como padres patrióticos. Para el ciudadano cabe siempre la sospecha de que incluso los que ejecutan la ley (iba a decir administran la justicia, pero, mejor, no) están bajo nuestra humilde e intoxicada opinión. Tomemos el caso del juez Marchena, nuestro hombre en el Supremo, que acaba de renunciar al puesto que tenía allí, en el Poder Judicial porque un senador del PP se fue de la lengua digital y largó que con Marchena ya tenían controlado el cotarro “desde la parte de atrás” (¿por qué no se callan los políticos?, es una propuesta de tesis doctoral para algún sociólogo psiquiátrico de postgrado). La primera reacción al gesto del juez es que hizo bien, porque demuestra su imparcialidad. Pero al momento surge una duda: ¿y si no hubiera aparecido el whatsapp del senador?, ¿dimitiría el juez?, ¿realmente lo tenían controlado desde atrás? Nunca lo sabremos, pero da igual, no pasa nada.
La indiferencia ante lo que pasa en este país es notable en el pueblo llano (plano, de encefalograma y pulso social); ¿recuerdan cuando tuvimos que rescatar a los bancos y darles unos 62.000 millones de nuestro dinero? Se hizo todo según unas leyes a la medida; ¿recuerdan cuanto devolvieron desde aquella crisis? Sólo 5.000 millones. Desde aquel entonces, la banca ganó para su bolsillo más dinero del que le prestamos, pero no pasa nada. Mantienen su impunidad legal y no hay jueces ni políticos que se atrevan a establecer un minimo de justicia. El resto del país –nosotros– estamos discutiendo otras tonterías. El sociólogo portugués, Boaventura de Sousa, entre otras muchas claridades, acaba de decirlo muy claro: la cosa se jode cuando las izquierdas quieren gobernar como si fueran derechas, con sistemas de política antigua.
Todo se sabe cuando ya nadie paga por ello. Me pregunto que delitos se están cometiendo ahora mismo que se conocerán dentro de los años suficientes para que nadie pague por ellos. Podríamos hacer que la caducidad de las leyes no estuvieran tan programada como la de un microondas, que durara como aquel reloj heredado del abuelo, que necesita dar cuerda cada dia, pero que nunca se desprograma, nunca falla, siempre da la hora justa.

viernes, 16 de noviembre de 2018

Hablemos de guerras (sin retórica)

J.A.Xesteira
Siempre nos han enseñado mal la Historia, la de España y la del mundo; hemos aprendido más historia (falsa) en el cine de nuestra infancia que en los libros de texto, donde también se falseaba la historia. Y la cosa no ha cambiado. En los tiempos de las grandes intercomunicaciones sociales, donde todo se sabe al momento y todo el mundo lo sabe, nunca ha habido tanta desinformación, tantas falsedad y nunca ha sido tan grande la necesidad de una información veraz, creada por los periodistas, una especie hoy en extinción. Nuestra historia bachiller era una sucesión de batallas, guerras y gestas heróicas que acababan en el Dos de Mayo, una de las estupideces históricas más grandes de España que, curiosamente comenzó como una revolución popular, quizás la única auténticamente española. Casi todas las revoluciones, después de una enorme matanza, acaban en una gran cagada: la Francesa acabó en un emperador megalómano, la Guerra de Independencia española acabó con un rey felón, absolutista y déspota, al que los españoles, siempre en nuestra línea absurda, llamaron el Deseado; la revolución rusa, paradigma del comunismo, acabó en Stalin y su “nieto” Putin; incluso la revolución china, un fenómeno en sí mismo, pasó de la poesía de Mao al pragmatismo de la Gran Productora de Bienes de Consumo Universal. Nuestra historia de texto nunca llegaba a la Guerra Civil, aquel golpe de Estado bendecido por los obispos y disfrazada por la retórica y la mendacidad de Franco y sus propagandistas, que hicieron de una guerra cruel un canto a Dios y a su Enviado, el salvador mirífico de España (los adjetivos son prestados de los textos cardenalicios de la época).
El centenario de una guerra infame y sucia conocida como la I Guerra Mundial o la Gran Guerra, se celebró estos días con pompa y circunstancia en París, que es donde se celebran las cosas con glamur. Allí estuvieron todos los representantes de la gran matanza, incluso los que no pintaron nada en aquella guerra, como España. Estuvieron Trump y Putin (que son como Chuky y el Payaso Asesino), representando a las potencias grandes; estuvo Angela Merkel, representando al Kaiser que perdió la guerra y estuvo Macrón, representando a la República que la ganó (bueno, a Francia siempre se la ganan los aliados, pero las medallas se las cuelga Francia del Arco de Triunfo); estuvo Theresa May, representando a la Inglaterra siempre desembarcando en Francia; estuvieron el resto de los representantes menores, las colonias británicas, los secundarios, incluido Portugal, que tiene monumentos “á-grande-guerra”. Y todos se pusieron serios y hablaron de la paz, menos Trump, que prefirió ponerse serio delante de las tumbas de los soldados americanos muertos, como todos, para nada.
Bajo el Arco del Triunfo francés todos hablaron con grandes palabras, y se invocó una vez más a la paz firmada hace cien años; y se pidió que dure la paz muchos años más. Pura retórica. Ni hay ni hubo paz ni nunca se concentró tanta hipocresía por metro cuadrado que en estas grandes fiestas conmemorativas con reyes y presidentes posando para la posteridad.
Aquella guerra del 14-18 acabó con la vida de diez millones de soldados, chavales que no pintaban nada en aquel desbarajuste, ni sabían por qué estaban disparando contra otros como ellos. Las víctimas civiles fueron incontables. ¿Y todo eso, para qué? Pues para satisfacción de unos personajes, reyes y ministros que tenían negocios en tierras, posesiones e industrias. Pero cuando acabó la Gran Guerra todos los libros de texto comenzaron a mentir. Nunca hablaron de lo que realmente pasó tras el armisticio, la miseria de los territorios anexionados por Francia, la situación económica de Alemania y, sobre todo, la segunda guera que ya estaba al caer y que sería un negocio mucho más productivo con muchos más milloners de muertos. En medio estuvo el golpe de estado en España, sobre el que las potencias europeas hicieron sus experimentos, Francia y Gran Bretaña haciendo que la cosa no era con ellos, Alemania e Italia, invirtiendo en futuribles bélicos, y Rusia haciendo que ayudaba pero sin dar un palo al agua.
Desde entonces, desde esos cien años conmemorados, hubo mucha retórica y poca verdad, se maquilló el hecho de los grandes negocios y de las grandes matanzas. Los libros para adoctrinar a las generaciones futuras se falsearon para pintar una historia de héroes y medallas. Y una paz falsa. Los dirigentes del mundo prefieren la foto oficial que la cita en los libros de historia. En la actualidad, pese a esa paz que celebraron en París, hay en el mundo 12 guerras abiertas y más de 30 conflictos armados no declarados; las víctimas ya no son soldados en batallones, no se asalta a las trincheras en un frente; millones de personas mueren en sus casas; no hay declaraciones ni se busca una paz. Todas las guerras y todos los conflictos fueron provocados, promovidos y respaldados por los que se fotografiaron en Paris; todo el armamento de estas guerras y de estas matanzas está suministrado por los países que llenan la boca de retórica hipócrita bajo el Arco de Triunfo.
Todos los dirigentes son gente ignorante, desconocen la Historia, se recrean en retóricas antiguas ya caducadas y utilizan los grandes conceptos como paz, democrácia y libertad a sabiendas de que están mintiendo, su discurso no es más que un corta-pega de discursos antiguos, ya usados por Franco, Mussolini, Stalin o Pio XII, da lo mismo, son palabras gratuitas. Macron dejó su frase: “El patriotismo es justo lo contrario del nacionalismo”. Se ve que lee poco y mal; si hubiera leido a Samuel Johnson, sabría que “El patriotismo es el último refugo de los canallas”. Hubieran quedado mejor con la proyección del Gran Dictador de Chaplin a toda pantalla bajo el Arco de Triunfo; y en lugar de La Marsellesa, una canción que pide a los muchachos de la patria que vayan a morir por la industria y los banqueros, deberían hacer sonar “Le Deserteur”, de Boris Vian en la que escribe al presidente que no cuenten con él para ninguna guerra, que prefiere desertar. Así, sin retóricas.

viernes, 9 de noviembre de 2018

En medio del diluvio

J.A.Xesteira
Miramos el país por encima y el mundo de reojo, abrumados por la cantidad de información que nos escupen todos los días para atascarnos las entendederas, mientras nos distraen de lo verdaderamente importante. Nos apasionamos con los triunfos y derrotas de nuestro equipo favorito (en España equipo favorito equivale a patria deportiva), nos cabreamos con la política de Los Otros (los que no son Los Nuestros), y nos indigestamos con las noticias servidas por nuestros Medios de cabecera, que son como el Ying y el Yang complementados; un ejemplo, la noticia del índice de paro del mes fue servida de dos maneras: el paro aumentó en octubre, o bien, el empleo y las cotizaciones subieron en octubre; es lo mismo en la misma botella. Mientras, contemplamos un país al revés, en la que los políticos de derechas-derechas salen a “defender” en Alsasua a la Guardia Civil (siempre creí que la Guardia Civil estaba para defender a los ciudadanos); mientras, vemos como el jefe del PP, un joven con evidentes muestras de haber aprobado de-aquella-manera, defiende el golpe de estado como beneficioso para la salud social; mientras, la gran dama del PP, la que más mandaba, abandona el escenario político, como un nominado de Masterchef, porque se descubre que el que mandaba era su marido; y para completar el esperpento a lo Berlanga, aparece un francotirador, un “chacal” que intentaba matar al presidente del Gobierno porque quiere desenterrar a Franco. ¡País!
Pero mientras estos pájaros le disparan a aquella escopetas, nos despistamos de lo verdaderamente importante: el cambio climático ya llegó hace tiempo y no nos lo dijeron. Y lo que es peor, no es como pensábamos, que todo se iba a secar con el Sahara creciendo hacia Europa, como una emigración de la Naturaleza; o a helarnos en una Edad de Hielo. No: va a haber otro diluvio universal. Es cierto, no hay más que leer las noticias para entender que esto se va a inundar como en el cuento de la Biblia; y como la historia de Noé (el inventor del botellón bíblico) los que están fuera del arca no se lo creen y lo toman por loco. Ya verán, ya.
Hay señales inequívocas de que esto se va a inundar y pereceremos por nuestros propios pecados. Sin remontarnos muy atrás, simplemente en estos meses de noticias de sucesos; tenemos el Mediterráneo, que es un mar cabreado que amenaza sus orillas. Hemos contemplado inundaciones en el Levante Español por causa de una “gota fría”, en Málaga, en Mallorca, en Francia, ahora en Italia, y la cosa parece que no para. Todas las gentes que salían en televisión afirmaban que nunca habían visto cosa igual, ni los más viejos lo recordaban. Y eso en el Mediterráneo, cuando abrimos el objetivo vemos desastres “naturales” en Jordania, Colombia, Japón, Nigeria, Indonesia (son los más recientes) con la única diferencia de que cuanto más pobre es el país, mas gente muere.
El clima va a peor (para nosotros, al clima le importa un carajo, va y viene según funcione el planeta y sus circunstancias), por nuestros propios pecados: se ha construido demasiada urbanización en lugares donde nunca se debió haber construido; se estructuró la tierra como si el agua pudieran trasladarla envasada; se descuidó el entorno natural y público, porque no es rentable ni es negocio; se quemaron los montes (porque no arden solos, hay que quemarlos a propósito) y la tierra dejó de retener el agua; se pusieron barreras para hacer autopistas sin coches y que tenemos que rescatar a escote público… Se hicieron las cosas de tal manera que ahora son las que originan riadas, inundaciones, muertos y desastres en zonas catastróficas que al final pagamos con subvenciones públicas. Y vienen las lluvias y se encuentran que en su camino hay coches, hay casas, hay contenedores de basura y hay negocio donde debería haber cauces libres. Y el agua se lleva por delante la tele, el sofá, un bombero, docenas de personas que estaban en la sala de estar y los coches con sus ocupantes. Después, los responsables de los pecados de la sociedad aparecen para dar el pésame a las familias, hacer un minuto de silencio o para hacerse un selfie con Venecia al fondo.
Nuestros pecados son como los del cuento bíblico y dentro de poco comenzará a subir el nivel del mar, pero nadie se ocupará de las parejas de animales de cada especie, llevamos siglos aniquilándolas, así que este diluvio no tendrá ni una mala palomita para volar con la rama de olivo.
Hay otro diluvio que crece más rápido que el acuático, y es el diluvio politico. En el despropósito que citaba más arriba me olvidaba de las precipitaciones que están a punto de desbordar, y es el de la de jueces por metro cuadrado. Con la sentencia del Tribunal Supremo (que es como el Jehová bíblico que mandaba las lluvias) sonre las tasas hipotecarias, han dado un paso definitivo en el contexto nacional: los jueces ya han sido juzgados por los ciudadanos en este mundo al revés, y se ha sentenciado que no son de fiar: un día afirman rotundos una cosa y otro día afirman lo contrario. La famosa sentencia del Supremo sobre las hipotecas ha conseguido algo poco frecuente en este país: que todos estemos de acuerdo en que la sentencia es sospechosa, huele mal. En este punto de la tormenta, con 15 jueces a favor de los bancos y 13 en contra, se me ocurren dos cosas: una, que, por rigor, estética y vergüenza torera, alguno debería dimitir; y dos, que dado que el resultado fue, más o menos de un 55 por ciento frente a un 45 por ciento, se aplique esa proporción a las tasas, y que paguen los bancos el 45 por ciento y los paganos el 55.
Nuestros pecados en el terreno político, enfangado ya por la que cae, son mayores que los desastres naturales; seguramente hemos especulado y construido la democracia en lugar erróneo, hicimos una transición encima de un cauce seco, y ahora la torrentera nos lleva al mar dentro de nuestros coches de alta gama.

viernes, 2 de noviembre de 2018

¿Qué dirá el santo padre?

J.A.Xesteira
La república de Irlanda, la católica Irlanda, como tópicamente suele citarse, acordó en referéndum (allí es más fácil hacer referendos) que la blasfemia deja de ser delito penalizable, se queda solo en exabrupto más o menos educado. A estas alturas resulta curioso que mentar a lo divino de forma escatológica (evito con esta revirivuelta caer en la frase de Willy Toledo, todavía castigable en este país como ofensa no al dios de los católicos, sino a los católicos del dios) sea un delito contra la ley, pero todavía hay paises, entre ellos la Marca España, que criminalizan la blasfemia, como Austria, San Marino, Turquía, Reino Unido, Kazajistán o Alemania, por poner ejemplos, cada uno a un dios distinto, cada uno a su manera; hay otros países donde la blasfemia puede llevar al blasfemo a perder (literalmente) la cabeza. Los humanos tenemos tendencia a creer en dioses que imaginamos (los dioses pertenecen al terreno de la imaginación, por mucha teología que nos echen de comer) todopoderosos, infinitamente buenos, sabios, justos etcétera; y, sin embargo, con todo ese poder omniponente, consideramos que se molestan mucho porque un pobre mortal, en un momento de arrebato, por ejempo el clásico martillazo en un dedo, se cague en lo divino. ¿Un dios infinitamente grandioso se ofende por una tontería de ese tipo?  Hombre, no, de ser así, sería un dios un poco cutre, un dios tiquismiquis.
Pero, bueno, la católica Irlanda decidió que la blasfemia no era delito, que es algo que afecta a la totalidad de los ciudadanos irlandeses, aunque sí será pecado, que es algo que afecta sólamente a los cristianos irlandeses, con lo cual algo se sale ganando. Se trata de separar lo divino de lo humano, cosa que está más vinculada de lo que parece, sobre todo cuando se mezcla la religión con todo lo demás, la sociedad, la política, el dinero… Los que tenemos cierta edad (“cierta edad” significa viejo pero a lo discreto) recordamos tiempos en los que el poder y la gloria iban de la mano y ambos castigaban con la misma multa. Creo que conté en cierta ocasión una anécdota ocurrida en mi pueblo, en la posguerra española; un paisano fue denunciado por el cura por trabajar en domingo, el hombre, cuando fue amonestado se cagó en todo lo imaginable en un campesino de posguerra que sacha nabizas; en la multa, que está registrada en archivos oficiales, figura la imposición de una sanción gubernativa –aunque la denuncia fuera clerical– a don Fulano de Tal, por –agárrense– “injurias al Creador”. Eso es lo que se llama lenguage evangélico elevado a la categoría de código penal. Apuesto a que el sancionado aprendió la lección y desde aquella se dedicó a blasfemar en la intimidad. El dios del franquismo era un dios especial, tanto que derramaba su gracia en la pesetas sobre el Caudillo de España, sin que ningún papa dijera que aquello era blasfemo, y sin que ningún obispo se quejara de que aquel general de corta estatura y voz aflautada entrara bajo palio en las iglesias, como un Corpus Christi.
Los que tenemos esa cierta edad de viejos ya hemos visto muchos papas de Roma. Los hemos visto bendecir tanques fascistas; pedir publicamente libertad para un preso antifranquista (que fue ejecutado); los hemos visto convocar un concilio para ponerse al día (vano intento); los hemos visto morirse sin estrenarse, con sospecha de asesinato, con ahorcados y mafias de película de Coppola; vimos como un papa polaco daba besos a los aeropuertos de todo el mundo; y un papa alemán, que pidió la prejubilación y se retiró de la escena. Y ahora, Francisco, que habla bien, pide cosas sensatas, tiene sentido común, se le ve doliente, pero da la impresión de que los gobernantes de la iglesia, sus príncipes y nobles, lo toman por el pito del sereno. Se queja del trato a los inmigrantes en un país que regresa al futuro del fascismo y no le hace caso; se queja de las guerras que sólo sirven para un comercio de armas en el que está metida media Europa, que no le hace caso; se queja de la desigualdad de las riquezas del mundo, con los ricos cada vez más ricos, y los pobres, que cada vez son más y más pobres, pero tampoco le hacen caso, porque la riqueza, que se concreta en el Capitalismo en abstracto y en un surtido de nombres de corporaciones, en concreto, no está para hacer caso a papas que no mandan ni en los suyos. Y se queja desde hace tiempo Francisco de sus propios sacerdotes y obispos en los miles de casos de abusos a los niños que debieran proteger; los casos de pederastia siempre encubiertos desde hace años y que nunca obtienen la justicia debida (en sus propios evangelios tienen jurisprudencia suficiente al respecto, pero para ellos, los abusadores con sotana, el evangelio es puro arameo). Francisco se queja, se abate y por momentos se le ve envejecer. Pero la pederastia religiosa (más dura que una blasfemia y que, paradójicamente ningún abogado cristianao ejerce acción alguna contra los casos descubiertos) sigue saliendo a flote al cabo del tiempo. En la España católica acaban de aparecer casos y más casos que ya se conocían, se intuían o se sospechaban; nunca hubo un obispo español, desde los tiempos en que el Caudillo entraba bajo palio, que levantara la voz para denunciar todo lo que se sabía. Ahora aparecen, cuando las víctimas tienen la edad y el valor suficiente para contarlo. Pero no pasa nada. La vicepresidenta va a Roma para tratar del cadáver del Caudillo en la Almudena y el Vaticano, como siempre, no dice ni sí ni no, mientras los periodistas graciosos se dedican a hablar del escote de Carmen Calvo (su periodismo no pasa del nivel de chistoso de puticlub). Acabarán por enterrarlo bajo palio, se harán actos fascistas en la cripta, la iglesia católica seguirá sin pagar el IBI, y los pederastas ya habrán prescripto. Como decía la gran Violeta Parra en su canción: ¿Qué dirá el Santo Padre que vive en Roma? Puede decir cualquier cosa, no le hacen caso.