jueves, 30 de diciembre de 2010

La realidad literaria

Diario de Pontevedra. 30/12/2010 - J.A. Xesteira
Hay un empacho de policías literarios y peliculeros; detectives privados, forenses investigadores y toda esa patulea de personajes que nos invaden por causa de una moda que ya dura en pasar. Enciende usted la televisión y aparecen policías americanos, en su mayoría, y unas malas imitaciones en versión española o europea. Los conocemos, son como de la familia, conocemos las calles de Nueva York, de Filadelfia o de Boston mejor que las de Lugo. Los hay de a pie, patrulleros en coches que destrozan sin problema, porque la Policía americana parece disponer de toda la producción de la Chevrolet para destrozar en persecuciones. Son instantáneos, cogen el móvil y al segundo ya tienen a su disposición, helicópteros, hombres de asalto y tiradores de elite con miras telescópicas, que se hablan con el manos libres inalámbrico. Son fenómenos en cualquiera de sus variaciones: policías forenses que sacan un ADN de cualquier cosa en diez minutos, policías psicólogos que adivinan quien es el asesino en serie por la tarjeta de crédito de su madre. En fin, ¿para qué seguir? Ustedes los conocen tan bien como yo, o mejor, porque yo ya me estoy quitando. El empacho es enorme; son, en su mayoría, policías destructivos e indestructibles, gentes solitarias, que sufren mucho porque viven en unas casas a las que sólo van a beber una cerveza mientras ven la liga de fútbol americano en un sofá viejo. Por si no bastara con la sobredosis policial filmada, también la literatura (o los libros, para decirlo con más propiedad) se han entregado en cuerpo y alma (comercial) a ese juego, y ya no hay editorial que se precie que no tenga entre sus novedades a un detective privado o un inspector que investigue. Y a todo eso le llaman novela negra. La literatura de investigación tuvo sus arquetipos, sus momentos y sus personajes. La Novela Negra nació y murió en su momento a mayor gloria de una época determinada de los EEUU, con el desencanto de la postguerra y las persecuciones moralistas de un fascismo latente. Eran novelas, a su pesar, “de izquierdas”, en las que lo importante no era buscar al asesino, sino que aquellos detectives privados, solitarios, mal pagados y románticos, ponían al descubierto el auténtico rostro de la sociedad y sus delincuentes que triunfaban en la política, las finanzas o en cualquiera de los altares del poder. Fueron un genero en sí mismos, distinto de la investigación inglesa, de salón, de análisis deductivo, propio de Agatha Christie o Conan Doyle, y muy distinto también del género francés de Simenon, que daba vida a personajes corrientes, un tipo del pueblo, un comisario normal. Eran, dentro de la ficción, personajes creíbles, que no desentonaban en su sociedad. Pero de pronto, la moda nos coloca en todos los anaqueles de las librerías a docenas de variaciones sobre el mismo tema. Detectives privados en Italia, Islandia o en cualquier parte, detectives con alguna característica especial, son expertos en cocina, o en poesía medieval, o en microbiología. Se organizan congresos, festivales, premios y demás ferias literarias. Todo lo han contaminado, como si viviéramos en un mundo policial, en el que miles de agentes públicos y privados velaran por nuestra seguridad, amenazada por otros miles de terroristas, malhechores de navaja en las sombras, invasores de nuestras casas, asesinos en serie o “psicokillers”. Incluso la narrativa literaria ajena al género acaba contaminada y siempre hay una trama de investigación, un fleco de intriga que adorna la novela para ponerle un toque de modernidad. Literatura y cine, que son nuestro alimento cultural, junto con la música, son el reflejo de lo que está pasando. Importantes escritores dan a conocer cada fin de semana nuevas entregas de sus personajes favoritos que resuelven un nuevo caso, en lugares distantes y geografía de folleto turístico. Y pretenden que todo este empacho cuele como ficción basada en la realidad, como el espejo denunciador de los males del mundo. Pero los policías que vemos en las comisarías son mucho más normales, trabajan por un sueldo a fin de mes y su labor nunca es tan brillante como nos hacen ver en las novelas y las películas; los detectives privados no suelen andar por ahí con gabardinas trasnochadas, vigilan generalmente a maridos infieles, a defraudadores de seguros o buscan desaparecidos. Estamos saturados. Hemos perdido el contacto con la realidad. Los policías de verdad, públicos o privados, tienen un trabajo importante que tratan de llevar como mejor pueden, pero de escasa trascendencia literaria o épica. El mercado literario amontona en las librerías, cada vez más parecidas a un hipermercado, docenas de títulos escandinavos en los que policías y detectives nos enseñan la cara oculta de la sociedad actual. Nos lo ofrecen como si fueran la crónica real de lo que está pasando. Y los lectores se inclinan ante lo novedoso, olvidándose de que todo está inventado, y desprecian lo clásico como si no valiera la pena tenerlo en cuenta, como si en gastronomía sólo hubiera nueva cocina y nos olvidáramos de que también hay huevos fritos y fabada. Hago mención de esto porque acabo de releer una novela que no figura entre las nórdicas novedades. En ella, un español es despedido del banco donde trabajaba, la banca Aznar y Bofarull (sin comentarios) por revelarle a un cliente que se hacen chanchullos con su dinero (más o menos, que se invierten en bonos de riesgo fraudulentos, ¿me siguen?) y no encuentra trabajo ni a tiros, en medio de una sociedad en la que nadie encuentra trabajo; el hombre decide pasarse al lado malo de la vida, hacerse un delincuente, pero un detective privado (también hay un detective privado, ya les digo que la cosa es de plena actualidad) le dice que para eso hay que nacer, como los banqueros, que el que es bueno no pasa de pringado, por más que se esfuerce. La novela acaba medianamente bien, porque los banqueros readmiten al protagonista, con una sensible rebaja de su sueldo. Como ven la sociedad está mejor retratada aquí que en esas novedades llenas de frío. La diferencia es que esta novela, titulada “El malvado Carabel” fue escrita por Fernández Flórez, un extraño liberal, en 1931.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Hay poco ritmo de Navidad

Diario de Pontevedra. 22/12/2010 - J.A. Xesteira
El paso de la España blanquinegra de la mitad del franquismo a la de colores del desarrollismo (colores ya desvaídos, según se ve en Cine de Barrio) desembocó en la explosión de color y derroche digital del estado de bienestar con la democracia. Se puede notar en la Navidad, desde la berlanguiana de Plácido (una historia cruel y real como la misma vida) hasta la saturación estúpida de películas con Papá Noel con las que nos castigan las siestas televisivas de estos días. El cine, entre otras cosas, se revela aquí como un exponente claro de lo que está pasando por el mundo, para bien o para mal, para el documental o la ficción, para la verdad educadora o la mentira contaminante. Hay otros indicios que se recogen en las noticias de televisión, en las páginas de los periódicos y, claro está, en lo que vemos por ahí adelante y que es lo que nos llega más directamente. Como usted y yo no somos tontos y vamos con los ojos abiertos, no hace falta que seamos grandes analistas ni tertulianos de radio o tele; nos basta con ver los comercios, las calles y, lo peor, nuestra propia cuenta corriente, para saber que esta Navidad está en baja forma. Como si perdiera el ritmo. Nos lo dicen todos nuestros amigos: “Estas navidades hay que restringirse, que no están los tiempos para gastos” Y a lo mejor no es para tanto, pero el clima generado por las noticias del Apocalipsis que nos envían nuestros jefes mundiales, nos mete el miedo en el cuerpo, y de ahí a protegernos por si acaso, sólo hay un paso. Más allá de los papeles de Wikileaks, que son lo más importante que ha sucedido este año, por cuanto nos muestra la verdad sobre todos aquellos que gobiernan el mundo y la cínica ocultación a los ciudadanos de lo que está pasando, está la crisis, que es una palabra comodín, que lo mismo sirve para justificar una reforma laboral que para adorar al Niño Dios gastando lo menos posible. Por un lado, los papeles secretos de EEUU muestran como todos los dirigentes mundiales mienten –nos mienten– y nos cuentan unos cuentos que en el fondo no nos creemos pero que no nos queda más remedio que aceptar; por otro lado, nos dicen que las cosas están mal, que los bancos están pobres por nuestra culpa, por comprar acciones de alto riesgo y escasa legalidad, y nosotros les creemos, o no, pero no nos queda más remedio que hacer como si tuvieran razón. Y así estamos en la crisis ante el portal de Belén. Es sabido que las Navidades son un invento cristiano que, poco a poco se fue transformando en una fiesta comercial, al correr del tiempo, en la que cada año se agregan elementos de gasto y consumo para pasarlo bien y hacer que el comercio funcione. Si el primer belén de barro lo construyo Francisco de Asis, un chiflado medio hippy y pobre de solemnidad (siempre me pareció eso de pobre de solemnidad una expresión contradictoria) a partir de ahí la cosa se fue complicando y se inventaron “tradiciones”: el turrón, los regalos, el champán, las cenas de empresa, los grandes almacenes, los centros comerciales, las películas de dibujos, y la música ambiental de “ai-guix-yu-a-mericrismas” y “felís navidá” persiguiéndonos por los comercios mientras vamos tachando de la lista a los familiares y amigos con sus regalos comprados. El problema surge este año, porque el miedo a la crisis hace que se encojan las tarjetas de crédito en una reacción lógica. El consumo desciende, en parte porque, realmente, los tiempos económicos no están para bromas (los tiempos meteorológicos, tampoco) y en parte por el miedo a ser pobres después de haber sido ricos. Sin consumo, la economía se retrae, el comercio no tiene los beneficios previstos y el equilibrio entre el salario y el consumo se rompe. En realidad, el auténtico equilibrio lo están haciendo los ciudadanos, como siempre. La clase política mundial ya sólo es un ejército cautivo de la clase económica, que se han apoderado del poder y lo detentan ante la contemplación de los estados que sólo piden que unos extraños organismos poco fiables, como agencias de calificación, consultoras internacionales y fondos monetarios variados, digan qué país es bueno y que país es malo. No se extrañen, esto es el capitalismo, ¿o que pensaban? Hay indicios a escala mundial que detectan que la cosa se está poniendo fea. Son esas pequeñas notas que aparecen acá y allá que demuestran que la economía mundial se está derritiendo, como los casquetes polares. Claro que habrá grandes barandas del asunto que dirán que es falso lo del cambio climático, que no es más que una maniobra de la izquierda; pero eso son cosas que se dicen en los periódicos, pero que por nada del mundo se lo dirán a un andaluz inundado por novena vez en un año. Los síntomas son claros: en Estados Unidos han quedado en paro miles de papanoeles, que son esos tipos que tienen trabajo por lo menos una vez al año, por Navidad, contratados por agencias para ser alquilados a comercios y colocarse en las esquinas con una campanilla, a la vez que dicen: “¡Ho, ho, ho!” La crisis los ha mandado al paro o los ha sustituido por santaclauses de plástico, fabricados en China. Esa es la auténtica cara de la crisis, que no respeta ni a los símbolos. Se nota también en las rebajas, que ya han llegado antes que enero, como sistema para poder vender ahora, con la disculpa de los regalos lo que no se venderá ya en las rebajas del año que viene. Las rebajas son otra consecuencia del cambio climático de la Economía. Comenzaron hace unos días reduciendo la majestad del Rey, Principe y Papa a la categoría de puro oficio: rey, príncipe y papa, nombres comunes para personajes singulares. Lo hizo la Real Academia, quizás el único organismo oficial acorde con los tiempos que corren. Y se esperan rebajas en la guerra civil sobre las pensiones. El último parte dice que la OCDE quiere más años trabajados, y el ministro del ramo anticipa rebajas para después de las fiestas. Que sean felices fiestas, a pesar de todo.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Tiempo de espías y reglas del juego

Diario de Pontevedra. 15/12/2010 - J.A. Xesteira
Pasará seguramente a la Historia como el descubrimiento más importante de los secretos del Imperio. El inevitable caso de Wikileaks semeja al ventilador sobre el que se echa toda la mierda que cada país trata de ocultar. Sus efectos, en lugar de mancharnos a todos parece que, en realidad funcionan como un surtidor de abono, de fertilizante, de impulso para que crezcan más fuertes los brotes de las nuevas generaciones de ciudadanos. Lo paradójico es que los secretos no son nada nuevo, no ofrecen grandes descubrimientos. Sabemos que todos los países, todos los gobiernos, incluso, todas las organizaciones supranacionales, en forma de grandes empresas o corporaciones, guardan sus secretos ignominiosos, sus trapos sucios, mediante una red de espías más o menos eficientes. Siempre ha sido así, desde la clásica Mata Hari hasta Nuestro Hombre en La Habana, esa maravillosa novelita de Graham Greene al que puso vida en el cine Alec Guinnes. Los espías son una fantasía en sí mismos; no hay James Bonds ni aventureros con gastos ilimitados, ni siquiera quedan clásicos del grupo de Cambridge, como el Kim de la India o Anthony Blunt. La realidad es mucho más prosaica: cada embajada es un centro de información, muchas veces ceporra, que pone al tanto de lo que pasa en cada sitio a su país y como eso puede afectar a los intereses nacionales. Siempre ha sido así. Pero los secretos acaban por buscar la superficie, y los más vergonzosos, como la mierda, siempre acaban por salir a flote y contaminar las aguas. Por mucho que los grandes organismos de espionaje y contraespionaje intenten tapar las vergüenzas, siempre habrá una rendija en el sistema por la que se cuele la verdad. En el periodismo se glorificó el caso Watergate como un triunfo de la libertad de expresión, ensalzando a aquellos dos reporteros del Washington Post. En realidad, aquellos dos tipos no hubieran hecho nada si no hubiera un soplón por medio (el “Garganta Profunda”) y al mismo tiempo no hubiera intereses políticos en tumbar a Richard Nixon. Los tiempos traen otras novedades, y a los viejos sistemas se suman nuevos artefactos. El proceso es el mismo: una rendija en el complicado aparato de los espías. Ya se sabe que cuanto más grande es la estructura y más complejo su funcionamiento, más probabilidades hay de que se produzcan grietas por las que se escapen los secretos: un soldado de 22 años parece que es la rendija por donde fluyeron todos hacia Wikileaks. Y, para completar, la gran red universal que une a todos los ciudadanos con aparatos de uso común, ordenadores, teléfonos, blackberries, iPhon, y todo el amplio recurso de comunicación personal entre todos y cada uno de los vecinos del planeta Tierra. Y contra esto no hay manera de luchar, no se puede invadir con una fuerza de ocupación disfrazada de ayuda humanitaria o fuerza de paz; tampoco se puede prohibir ni cortar el suministro; es una fuerza mucho más poderosa que las armas. El Internet, un sistema que, aunque parezca de coña, fue inventado por los servicios de espionaje y defensa americanos, puede ser frenado, pero siempre acaba por buscar caminos, como el agua, imparable, según la filosofía zen de Bruce Lee (“Be water, my friend!”). Los EEUU se molestan mucho por las filtraciones, y acusan al principal responsable de Wikileaks de poner en peligro vidas humanas (americanas, se supone) pero, por el contrario, atacan a China por borrar de Internet los accesos a página de disidentes. Es decir, cada uno se queja de lo suyo y critica a los demás. Y, sin embargo, lo que nos cuentan todos los días en los secretos no es nuevo, ya son cosas sabidas, intuidas, supuestas. Ninguna novedad. Son cosas que el miedo al islamismo en general (al terrorismo islámico en particular, una cosa difícil de concretar) por parte de EEUU lo condiciona todo; que el Vaticano es un gobierno anacrónico, anticuado y cerrado es algo evidente, no hace falta que lo digan por vía diplomática; que los asesinos de los Balcanes están protegidos por mafias variadas y gobiernos amigos es algo más que evidente; que los países suramericanos “amigos” de USA son contrarios a Chávez, Morales o Castro, no es nuevo; que las menudencias españolas de cotilleo de amiguetes en el bar de cañas nos descubre las opiniones de los diversos embajadores, muchas de ellas peregrinas, y sus consejos de risa, es algo que no merece ni secreto de valija diplomática. La novedad es que los dirigentes del mundo, los poderosos, tendrán que cambiar de sistema; sus espías, sus sicarios, sus tapa-cacas han quedado al descubierto, y el propio sistema inventado por ellos se ha vuelto en su contra, como el aprendiz de brujo. No vale esgrimir el argumento de que las filtraciones pueden poner en peligro la vida de personas, porque lo que se revela es el peligro, con resultados de muerte, muchas veces, de otras personas que tenían la particularidad de que no eran norteamericanos y, por tanto, eran atacables. Pueden enfadarse mucho Obama y Hillary Clinton, pero los cibernautas son imparables, y si algunos gobiernos amigos tratan de detener la marea informativa, siempre habrá chavales expertos en saltarse las barreras de la Red. La regla del juego de espías es vieja. El juego sucio es secreto, todos los gobiernos lo hacen y crean esos gabinetes misteriosos, un poco peliculeros, con nombres míticos como CIA, MI5, KGB, Mossad o la española CNI. Sus métodos son ocultos y circulan por cloacas diplomáticas, pero el reglamento establece que si te descubren, te aguantas, es la regla del juego. Y en esta ocasión han puesto los trapos sucios al sol, y todos los podemos ver. Es el signo de los tiempos, y es sano que todos veamos que, realmente, la ley tiene unas fronteras para los ciudadanos y otras, muy distintas, para los que nos gobiernan. Wikileaks se ha convertido en una organización que hay que proteger, porque no es una chifladura de un tipo, Julian Assange, sino de un grupo organizado, necesario y útil a la sociedad. Y, sobre todo, ha puesto en limpio el viejo dicho: “No la hagas, no la temas” o, lo que es lo mismo: “El que la hace, la paga”.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Vertsión original subtitulada

Diario de Pontevedra. 08/12/2010 - J.A. Xesteira
De un tiempo acá les ha dado a todos por resucitar el viejo tema de que los españoles hablamos pocos idiomas extranjeros, y, por encima, mal. Esto se resume en un sólo idioma: los españoles hablamos poco inglés y mal. El resto de los idiomas extranjeros no cuenta. Es una vieja lucha idiomática que hace muchos años se dirimía en el Bachillerato, entre los de Inglés y los de Francés. En los años 50 y 60, vaya usted a saber por qué, eran mayoría los que optaban por el francés como lengua extranjera. Pero el cambio de los tiempos llevó a la conclusión de que con el francés no se va a ninguna parte y con el inglés si. No es una cuestión de tipo estadístico, de relaciones internacionales, en este momento hay más seres humanos que hablan chino o español que seres que hablen inglés (como lengua propia, me refiero) Pero el inglés tiene un poder añadido: es la lengua del dinero, la lengua del comercio, la lengua en la que se entienden los poderosos, la lengua en la que se venden armas, cocaína, aviones, ordenadores o chupachups. Y en ese terreno, si no dominamos la lengua del imperio que ataca y contraataca, estamos perdidos. No se estudia el inglés para poder leer a Shakespeare en su lengua, pero tampoco se estudian otras lenguas por el placer de leer los poemas de Pavese en italiano, las novelas de Saramago en portugués, escuchar las canciones de Brassens o Brel en francés o ver el teatro “kabaret” de Bretch y Kurt Weill en alemán. El motivo es puramente comercial y financiero, porque las personas nos relacionamos en cualquier lugar del mundo con ese metalenguaje turístico en el que mezclamos lenguas, gestos y sonrisas, si hay ganas de entenderse, nos entenderemos. El ministro de Educación español, Gabilondo, un tipo circunspecto y serio, ya ha dado la voz de alarma: nuestros estudiantes tienen que aprender inglés en dosis suficientes para no quedar mal, y uno de los terrenos en los que hay que meter el inglés a tope es en la educación. Además, según Gabilondo, el doblaje de las películas al español perjudica nuestras entendederas y nuestros oídos se desacostumbran de las lenguas extranjeras. Esta opinión muy extendida, se alimenta con la creencia de que países como, por ejemplo, Portugal, dónde no se doblan las películas, sino que se subtitulan, hablan más inglés que, por ejemplo, los gallegos; y esa es una percepción que muchos de nosotros observamos en cualquier relación de más allá de Valença do Minho. No es cierto; los portugueses, según datos de Eurostat, conocen menos lenguas extranjeras que los españoles, pese a que en la televisión Chuck Norris habla en inglés con subtítulos portugueses. Por el contrario, Alemania tiene un alto índice de conocimiento de lenguas extranjeras, pese a que allí, Chuck Norris está doblado al teutón. Así que el problema es mucho más complejo y no hay una relación tan clara entre las causas y los efectos. En las comunidades autónomas en las que hay dos lenguas, el castellano y la otra en precario equilibrio, se utiliza el inglés como cuña. Lo había anunciado hace años el conspicuo alcalde de A Coruña, Paco Vazquez, hoy convertido al Vaticano. Y con una extraña bandera del bilingüismo como lema (en realidad no son bilingües, lo somos los que disfrutamos a pleno rendimiento de dos lenguas y que, generalmente las hablamos mucho mejor que cualquier defensor idiomático) El inglés se ha convertido en la panacea, en el remedio para que nuestros hijos y nietos sean algo en la vida. Sin inglés no hay salida y sólo el inglés nos salvará en este mundo competitivo. Pero todo eso son argumentos de difícil sustentación; ni el ministro Gabilondo ni los defensores del inglés como los bilingüistas al borde del ataque de lenguas creen. La influencia que en cualquier currículo tenía hace años el apartado “Idiomas: Inglés”, hoy no sirve para nada. Las contrataciones (y eso es el fin de aprender idiomas, no nos engañemos) se hacen de otras maneras, dada la abundancia de oferta de mano de obra. Total, los grandes hombres del poder, económico o político, pueden hablar como les de la gana, ejemplos, Botín y Aznar (ver Youtube) Otra cosa es el detalle del doblaje de las películas, un conflicto tan viejo como el cine. Los defensores de la versión original arrancan del hecho de que el doblaje fue un invento fascista, que trata de preservar la lengua propia. Los defensores del doblaje sostienen que es una costumbre cultural muy arraigada y que es, al tiempo, una actividad laboral de la que viven muchas personas. Hay que añadir a esto que el doblaje actual en España (y las distintas comunidades en sus respectivas lenguas) es de alto nivel, que las traducciones respetan el origen y que las voces mejoran incluso las originales (Bogart tiene una voz parecida a la del Pato Donald) Los países que no doblan lo hacen por causas diversas; el más importante, EEUU no dobla películas extranjeras. El espectador americano no va al cine si tiene que ver la acción y leer al mismo tiempo, es un esfuerzo que no está dispuesto a hacer; por lo tanto, si hay una película que tuvo mucho éxito en todo el mundo, la compran y la hacen de nuevo, en inglés y con actores americanos. Y listo. Por otra parte, tampoco les importa mucho lo que pase fuera de su cine, les basta con lo que producen cada año. El problema puede venir por las televisiones. Acaban de estrenar una serie de la BBC sobre Sherlock Holmes, magnífica, cuyo primer capítulo me lo acaban de pasar (pirateado), en la que se incluye una novedad estilística: se leen en pantalla los mensajes de móvil, las deducciones que hace el detective y que en otras películas las repite en voz alta, y todo en inglés y a una velocidad que un americano no es capaz de leerlas. ¿Un nuevo sistema de aprendizaje? Veremos. El caso es que conocer y hablar inglés es importante, pero no tanto como los apocalípticos quieren hacernos ver. A no ser que se utilice para hablar con los embajadores americanos de políticas chapuceras inconfesables. A mi, que me dejen el doblaje y que me subtitulen “My fair Lady” o “Sonrisas y Lágrimas”

Más allá de las noticias grandes

Diario de Pontevedra. 02/12/2010 - J.A. Xesteira
Hay semanas que vienen llenas como una nécora de la ría. Tal como esta. Asuntos terrenales que alcanzaron cotas casi celestiales. Cataluña, la crisis y sus empresarios, o la revelación de los papeles secretos de Wikileaks son cosas bastante mundanas, que, sin embargo alcanzan importancia superior, no sólo por la incidencia en los ciudadanos de ahora mismo, sino en el futuro cambiante que puede (y debe) variar a consecuencia de lo que pasa ahora mismo. Más allá del partido de la máxima rivalidad, jugado en Barcelona, y que ganó Artur Mas, un tipo que transmite mensajes claros y concretos (otra cosa es lo que vaya a hacer como presidente de su país, que eso ya entra en el futuro de que hablamos); y también después de las elecciones democráticas entre el Barça y el Madrid, que acabaron como todos ya sabemos, hay cosas de mucha más trascendencia para todos, incluidos los catalanes que han votado a la derecha, como cabría esperar, aunque alguien piense que en este país se vota a la izquierda. En realidad, salvo excepciones de unos cuantos tercos y recalcitrantes, siempre se vota a la derecha, aunque para ello sirva cualquier opción electoral: la intención es que el partido que voto me solucione la vida, un deseo normal en cada ciudadano, que se puede aplicar a cualquier receta política. Otra cosa es que nos pidan hacer algo por nuestro país, que ese es otro cantar. Más allá de eso hay cosas de menor calado, pero de mayor importancia. Y más allá de la crisis de los delincuentes en estado etéreo, los comerciantes sin rostro, los especuladores invisibles, los evaporadores de dineros que no son suyos, en la certeza de que lo que pierdan en el riesgo lo sacarán del Estado..., más allá de todo esto, el presidente del Gobierno se reunió con los treinta y tantos (cuarenta sería una cifra de Alí Babá, y se prestaría al chiste fácil) mayores empresarios del país para explicarse y pedirle el favor de que le echen una mano en el mundo de los negocios. Lo cual demuestra que los gobiernos confían más en los negociantes que en el pueblo, esa entelequia a la que cada vez acuden menos los políticos. Los grandes empresarios le dijeron que sí, que de acuerdo, pero que tenía el Gobierno que darles facilidades de maniobra a las empresas y a los bancos que las poseen. Si tenemos en cuenta que en este país el empleo se genera en dos frentes, el público y el privado, y que sólo el público ha generado empleo, cabe suponer que el privado, pese a que el mes pasado aumentó su producción y beneficios, es el principal productor europeo de parados, y si pide más facilidades, sólo cabe confiar en la Divina Providencia, que es algo que no es muy de fiar, porque siempre está a favor de la Banca. Más allá de esas noticias, hay, como digo, asuntos de mayor trascendencia. Y aún más allá del descubrimiento de Wikileaks sobre los asuntos secretos del Pentágono, la CIA y la Secretaría de Estado de los USA, hay cosas importantes. No cabe duda de que destapar los trapos sucios de los Estados Unidos de América y su percepción del mundo es algo importante, aunque de relativa trascendencia. En realidad, no se dice nada que no se supiera, aunque no se pudiera demostrar; todo ese ir y venir de papeles informando de que los presidentes son así o asá, no es nada más que un cotilleo de comadres. Los grandes descubrimientos de los canales secretos, en realidad sólo vienen a confirmar algo que ya suponemos, que los que rigen los destinos del mundo son una mezcla de botarates peligrosos, sinvergüenzas rayando en el cinismo, asesinos impunes y gentes con más peligro que un mono con navaja barbera. Sabemos también quienes son los que pueden incomodar a los servicios secretos americanos y quienes les pueden complacer más. No es ningún secreto. Lo novedoso es que todo esto salga a la luz y demuestre que no hay nada que se pueda ocultar para siempre. Por lo demás, la revelación de estas informaciones secretas pone de manifiesto dos cosas: que los servicios secretos y las embajadas son como un programa de marujeo peligroso, y que las decisiones mundiales se basan en estas informaciones, lo cual es un peligro con el que ya nos hemos acostumbrado a vivir en la era atómica. Pues más allá de todas esas cosas, hay un hecho que creo más importante, por cuanto se refiere a una cosa tan prosaica como un globo de látex llamado condón y a una cosa tan poco terrena como es el representante del Dios de los católicos en la Tierra. Las declaraciones del Papa en un best-seller de entrevistas admitiendo el uso del preservativo para las relaciones con prostitutas es un rizo rizado en una vieja polémica. Admite como caso particular la prevención en el sexo de pago, lo cual nos muestra una vez más a un Papa peculiar, que nunca se sabe por donde puede salir. El tema tabú del condón, que tanta tontería ha hecho decir a ilustres prelados y allegados (incluidos “eminentes científicos” que niegan que la goma sirva para paliar el sida) despierta grandes pasiones (no hagan chistes) Y, fíjense, por una cosa tan simple y corriente, que se puede comprar incluso en una maquinita de retrete público. Benedicto sale en su libro diciendo perlas curiosas, algunas interesantes y otras, menos. Pero en todas, deja a muchos obispos españoles, siempre más papistas que Pedro, con el pie cambiado. Y por eso ya se apresuraron a salir al paso. Unos, como el jefe episcopal, Rouco, callaron y dejaron pasar la pregunta; otros, como el portavoz de los obispos, sale a explicar que no se le entendió bien lo que quiso decir el Papa y que el condón es inmoral (y, además, no es biodegradable) Como ven, son temas mucho más importantes, aunque muy viejos. No en vano, la Iglesia se asienta no sobre lo que dicen los Evangelios, sino lo que los obispos afirman que dicen los Evangelios. Así, en Mateo 21:28 Cristo afirma que muchas putas pasarán antes que los sacerdotes del templo por la puerta del cielo. El Evangelio no dice nada del condón.