viernes, 26 de octubre de 2018

Visto por detrás

J.A.Xesteira
Una de las cosas que sucedían cuando uno se iba de viaje es que a la vuelta todo seguía igual en los noticieros y los periódicos. Hace años, cuando viajar era todavía una actividad con cierto riesgo de aventura (generalmente la única aventura era la diarrea del viajero) y un poco de sorpresa por cualquier pequeño descubrimiento (todo se acabó para el viajero, ya no hay aventura ni sorpresa) a la vuelta, retomábamos los periódicos (hablo de los tiempos del papel) y veíamos con escasa sorpresa que todo continuaba igual que el día anterior a nuestra marcha. Viajar ahora, en tiempos del móvil y sus variantes ya no comporta aventura ni riesgo, y andamos por ahí adelante unidos a la información flotante en el espacio (en la Cloud, como le llaman los que tienen el vocabulario colonizado) por el cordón umbilical de las redes sociales y los periódicos digitales. Ya no hay sorpresa a la vuelta.
Acabo de llegar de una semana viajera de los seniors, que es como nos llaman ahora a los viejos, y las noticias viajaron conmigo, sin riesgo intestinal ni la sorpresa de un gótico flamígero que ya no me interesa. La vorágine informativa, mal informada por televisiones y periódicos, gira en torno a tres o cuatro parámetros, incrustados en la corriente principal del flujo informativo (en el Mainstream, como dicen los del vocabulario colonizado) Y estos días pasados han hablado de varios temas distintos, además de los ya habituales del fútbol, inundaciones puntuales, o las protestas por la pobreza que avanza con la misma fuerza que el cambio climático (los políticos negacionistas de la pobreza, los que alardean de cumplir con las consignas de Bruselas son los mismos que niegan el cambio climático: peligrosos ignorantes).  Estos días se habló, y seguimos en ello, de las famosas hipotecas y el Supremo variable, del asesinato de un periodista, que generó una espiral internacional que acabó en el Parlamento español con un canto a los compromisos armados del Gobierno; y un tema diferente, con el que nos encontramos desde hace unos años: la turistificación invasora, esa marabunta que nos molesta cuando viajamos, sin darnos cuenta que nosotros mismos somos parte del problema, somos los turistas. Son temas aparentemente desconectados y aislados son sus peculiaridades, pero, si los vemos por el revés de la trama veremos que son circulos viciosos que acaban en lo mismo, en los mismos.
Por ejemplo, el tema del Supremo vacilón, un tribunal más allá del horizonte legal, que limpia, fija y da esplendor a las sentencias que recurren a tan alto organismo. Un día, el Supremo, desde las alturas, dijo que los impuestos de las hipotecas tenía que pagarlos el cliente, después dijo que los bancos, y ahora, que ya se verá. Con este vaivén tan sospechoso el Supremo demuestra, una vez más, por qué la justicia española está siempre en tela de juicio (y no es un chiste). La justicia española (que no la Justicia, que esa es otra) suele tener cuidado donde pone el pie, y desde abajo, contempamos a la justicia como un artilugio siempre a favor del Das Kapital, la economía política, a la que no se debe ni tocar para bien de la patria. La parte de atrás nos lleva a los bancos, que son los que tienen por el mango las sartenes de regalo a los clientes y con las que cobrarán, de cualquier manera, esos impuestos que el Supremo no sabe quien tiene que pagar. Los bancos lo saben: los clientes. Ya buscarán la manera de que al final siempre paguen los mismos.
Bancos y pisos; sistemas inmobiliarios, fondos buitres, leyes de alquiler y turistas gentrificandolo todo. Gentrificación es el neologismo de moda: consiste en elegir un barrio interesante, echar a los vecinos de toda la vida, al zapatero, al tendero, a la señora jubilada viuda del quinto, a todos los que pagaban cuatro perras, y convertir el barrio en un atractivo enclave turístico, con sus tiendas fashion y gourmet y sus pisos que alquila la gente guapa por internet. El barrio que antes era interesante por su historia y su encanto original se convierte en un parque temático por el que circulan turistas en patinetes alquilados, bicicletas, toc-tocs o trenes chuchús. Quien haya conocido Lisboa, Madrid o Barcelona hace años lo entenderá; quien haya conocido la Compostela de la era pre-peregrinos sabrá que pronto será una ciudad fantasma rellena de mochileros. El turismo es un gran negocio, al principio para todos, al final para los que siempre tienen el control, las grandes operadoras, las franquicias de comidas y bebidas, las agencias de pisos de alquiler, los comercios internacionales que, al final van a dar la mismo sitio: bancos y corporaciones. Los viejos propietarios de pisos y comercios pequeños se (les) convencen de que es mejor negocio vender lo suyo para instalar ese otro negocio gentrificado. Incluso la Iglesia Católica, vieja gran multinacional, lo ha entendido; como siempre hay un patrimonio de la humanidad en forma de iglesia en medio del turismo, pues se cobra entrada para ver un edificio con santos. Muchas ciudades ya han dado la alarma y se habla de buscar equilibrio entre la masificación turística y los habitantes de toda la vida, que es lo que se reclama siempre cuando ya no hay manera de arreglaro. Al Capital (entendido como imagen del negocio que siempre está detrás de estas cosas) le da lo mismos, siempre estará ahi, como el dinosaurio, cuando nos despertemos de la pesadilla.
Había otro tema, el del periodista asesinado en la embajada saudita, pero los sauditas son amigos de España, hacen negocios con nuestras empresas, sus príncipes y jeques tratan de primo a nuestros reyes, y, además son nuestros clientes. Y eso no se toca, aunque los derechos humanos se vayan al carajo. Los políticos del Gobierno y de enfrente coinciden ern que hay que respetar los acuerdos de venta y mantener familias que viven de eso, el mismo argumento que mantienen los narcotraficantes, que se limitan a vender “fariña” lo mismo que el Gobierno Español vende bombas: “lo  que haga cada uno con lo que le vendemos es cosa suya”.

lunes, 22 de octubre de 2018

El arte enmascarado

J.A.Xesteira
La frase de que la naturaleza imita al arte no deja de ser una buena frase para lucirse sin que a nadie se le ocurra meditar sobre ella. La naturaleza no imita a nadie, el arte se imita a sí mismo y cuando se pone en contacto con el dinero entonces puede pasar cualquier cosa. Sostenía hace unos meses que en aquel momento había más arte, a mi modestísima manera de entender, en una tienda de Norma Cómics o en una pared “graffiteada" que en la mayor parte de los centros de arte contemporáneos, Guggenhein incluido, en los que se ve más habilidad para convencer a los que ponen la pasta que de aquello (lo que se se ponga dentro, sea instalación, “performance” o concepto conceptual) es arte, que puede que lo sea o puede que no. La gran prueba: la del misterioso Banksy y su marco destructor de obras maestras. No sé las intenciones del oculto artista que pinta paredes y no cobra millones por ello, pero posiblemente quiera darle en los morros a una sociedad gilipollas que es capaz de pagar un millón de euros por un dibujo que el propio autor va y destruye. El arte y el dinero son un matrimonio o pareja de hecho, que se sostienen uno al otro. Los antiguos pintores tenían que hacer sus obras maestras para reyes, nobles o la Iglesia, que eran los que se podían permitir el lujo de tener un Tiziano, un Velazquez o una Capilla Sixtina. Los genios como Goya tuvieron que pintar a reyes imbéciles (“Deseados” por el pueblo, que siempre la caga con los gobernantes deseados) y a duquesas de alba para poder después pintar fusilamientos y esperpentos; como la industria de la pornografía estaba poco desarrollada, de vez en cuando pintaban mujeres desnudas mirándose al espejo, tumbadas en el catre o naciendo de una concha, para regodeo de reyes y cardenales muy cristianos y piadosos todos ellos. Pero el siglo XX cambió la cosa, y los genios ya no tuvieron grandes mecenas que les amparasen, se tenían que buscar las finanzas por su cuenta, y en ese momento nació el marchante y el habilidoso autor, que podía –o no– ser capaz de convencer a alguien de que aquello que pintarrajeaba valía un dinero. Hay suficiente literatura en la que los malditos de su tiempo, aquellos Modigliani o Van Gogh, que vendieron obras maestras por un vaso de aguardiente (Modigliani) o no vendieron nada en su vida (Van Gogh) fueron en su momento unos parias. ¿En que momento pasaron a ser genios? Cuando a los grandes estrategas de la economía se les dio por ello. Su genialidad ya estaba en el arte de su pobreza, pero ellos no fueron capaces de vivir de ello; les faltó esa dimensión negociante que les sobró a otros. El ejemplo más actual sería el de Andy Warhol, un inexistente artista, un cantamañanas capaz de colocarle a dios-y-a-su-madre (una expresión coloquial corriente en Galicia, que significa a todo el mundo, ruego a los cristianos que no se ofendan, no se refiere a su dios) unas cuantas fotocopias coloreadas, y decir que aquello era arte; después vinieron unos expertos bien pagados y dijeron que no sólo era arte, sino que era Pop-Art. Siempre fui seguidor y amante del por-art, del de verdad, del de Lietchenstein y otros, el arte-popular, como lo definieron, que coincidió con un gran movimiento cultural americano, en el que se encuadró, junto con la musica rock y psicodélica, en la edad de oro del hippismo, donde había arte en los escenarios, en las capas de los discos, en los carteles, eso si era arte, lo de Warhol una habilidad comercial muy respetable, pero puro papanatismo. Los genios no iban por ahí, y aunque un gran vendedor de libros acabe de decir que Picasso cobró sus buenos dineros por su Guernica, como restándole méritos, no dice nada raro, porque Picasso vivía de vender sus obras, igual que el escritor famoso, la diferencia está en que Picasso era un genio.
Todo este rollo llegaba hasta lo de Banksy, un terrorista inofensivo, el hombre misterioso que acaba de decir que el emperador está en pelota picada y que no hay crítico ni experto de firma reconocida que lo diga. Su acción de triturar su obra al rematar la subasta de 1,2 millones de euros ha puesto al arte moderno y, sobre todo, a los grandes especuladores de arte, en una posición conocida como “a culo pajarero”. Banksy, que como otros muchos es auténtico pop-art, es un anónimo que viene a rescatarnos de la mediocridad rimbombante de docenas de artistas, que encuentran en la incultura de los políticos que manejan las cuentas de la cultura, un terreno abonado para perpetuar un sistema económico y, al mismo tiempo, social y político. Todo va junto, aquí no hay islas independientes, todo depende de todo.
El acto “terrorista” de Banksy, seguramente compinchado con la galería Sothesby, nos recuerda a los héroes del cómic, aquellos enmascarados que defendían a los oprimidos, a los débiles contra las injusticias. Los héroes con antifaz y caballo de fina estampa siguen siendo en los cómics el paradigma de la justicia, y, en estos tiempos que corren, en los que la justicia es material de escaso aprecio por la ciudadanía, que duda y desconfía del sistema judicial, de las leyes y de quienes las aplican, las acciones de los justicieros inofensivos ponen en tela de juicio al mundo entero. No es gratuito que un personaje de cómic, el Anonymous de “V de Vendeta”, literatura popular (y película de mito) sea la cara invisible de todos los que organizan “terrorismos” pacíficos que sólo ponen en entredicho a los salvadores de las patrias variadas. El arte está en las calles y la literatura está en los cómics, donde hay auténticas historias (hace unos meses alabé la obra de Rubín, Gran Hotel Abismo, interesante como arte, como literatura y, mejor aún, como ensayo de la precariedad del sistema). El arte que puede salvarnos de nuestra estupidez social gusta más de la clandestinidad que de los grandes espacios públicos.

viernes, 12 de octubre de 2018

I have a "pesadilla"

J.A.Xesteira
Martin Luther King decía que tenía un sueño, “I have a dream”. Si no lo hubieran matado en aquel motel y consiguiera seguir vivo y lúcido (tendría ahora 89 años) ahora tendría una pesadilla de Halloween, llena de trucos, tratos y fantasmas, la misma pesadilla que me acecha cada vez que me duermo en las noticias. Empezando por el presidente Sánchez, que anuncia desde que quitó a Rajoy para ponerse él, grandes cambios que reclamaba cuando se encontraba en su oposición: reformas laborales, derogaciones de leyes peperas, ley mordaza incluída, subidas de pensiones, bajadas de precios de carburantes, impuestos a ricos con sicav y paraísos fiscales…, cada día una intención, y, al final de todo lo renovable, la Constitución, que es un manual de instrucciones de la Marca España, hecho hace años para un país que nunca lee las instrucciones de uso y que fuchica directamente en los artefactos, sean eléctricos, mecánicos o económico-político-sociales. Después que Sánchez logró el poder, por lo menos hasta el momento, todo queda en nada. Las encuestas dicen cosas que no interesan a nadie, entre ellas que una gran parte de los españoles quieren cambiar la Constitución, lo cual es comprensible; diría más, creo que todos los españoles querríamos cambiar la Constitución, siempre y cuando nos dejen cambiarla a nuestro gusto. En contra de las intenciones sanchistas se erigen los llamados partidos constitucionalistas, formados por gentes que nunca han leído la Constitución (que debe ser más o menos el 97,65 por ciento de los españoles). Lo curioso de este país es que todos los partidos quieren cambiarlo, incluido el recién llegado Vox, que tiene nombre de amplificador de guitarra eléctrica; el único partido con nombre en latín, como una misa de las de antes. Todos quieren darle la vuelta a lo que hicieron los anteriores, incluidos los anteriores, que quieren dar la vuelta a sí mismos.
La pesadilla nos hace sudar frío como aire de camposanto cuando leemos los periódicos (y no me refiero a la parte propagandística de los que un día fueron periódicos y hoy no pasan del nivel de folleto de supermercado) y vemos que una enorme derecha derechizada a la derecha de todas las derechas, la Gran Derecha, para entendernos (nos entenderemos mejor cuando esa Gran Derecha acabe convertida en el Gran Fascismo) avanza por todas partes: Europa es cada vez más ultramontana, desde Hungría hacia acá, con significativa presencia del fascismo italiano y francés, que ponen al día las viejas modas disfrazadas de autenticidad patria (Italia no es un país, nunca lo fue, sólo es una reunión de territorios que no se pueden ver unos a otros, nunca pasó de ser el tercer acto de ópera de Verdi; Francia siempre fue un gobierno de Petain disfrazado de liberalismo gaullista parisino) El fascismo avanza siempre disfrazado, porque siempre tiene la habilidad de adaptarse a las modas imperantes (siempre imperantes, nunca vigentes) y se buscan enemigos invasores para unir a la masa, que siempre es fácil de unir, porque la masa es el resultado de deseducar y estupidizar a la ciudadanía para mejor manejo (aquí hay que incluir a todo el espectro político, de derecha a izquierda y más allá, a quienes siempre les interesa más tener masa manejable que ciudadanos pensantes con decisión de voto). En este momento los enemigos son los inmigrantes (el eslogan sería: ¡Que vienen los inmigrantes y os quitarán el puesto de trabajo! –que ya no tenemos, porque nos lo quitó directamente el Capitalismo–) y los separatistas que quieren romper España, añadiríamos. Mientras avanza el Fascismo europeo, la pretendida y autodenominada Unión Europea se resquebraja con el Brexit (por cierto, a los británicos les salen los escoceses a la calle a pedir independencia y no pasa nada, no tienen un artículo 155 para mandar a la cárcel a los escoceses) y el resto de los países de la derecha europea desmontando sus democracias a marchas forzadas.
Y en esto andábamos, mal durmiendo nuestras pesadillas, cuando se produce en Brasil un fenómeno digno de estudio. Hay unas elecciones y, por primera vez en la Historia, la masa brasileira vota un golpe de estado, da la mayoría (en un país rico con un índice de pobreza enorme) a un millonario fascista, racista, xenófobo, admirador de la pasada dictadura, de la que dice que debió torturar menos y matar más; será la primera vez que se elige democraticamente una dictadura. ¡Y creía que ya lo había visto todo!
Y mientras cambia el clima y se celebra el día del Pilar, o del Descubrimiento de América, o de la Raza o de la Hispanidad, o lo que sea, aquí no hay manera de entenderse; las derechas, que son una santa trinidad y que Aznar jura que las dejó unidas y felices, buscan su espacio vital para mandar, cada uno con sus ofertas de otoño, con promesas imperiales y amparos judiciales que son para las derechas como el manto del Pilar (a fin de cuentas, capitán general, no capitana, como sería lo propio; aquí se da una paradoja sexista) que las guarda contra las bombas de los rojos. Y ellos, los rojos, bueno, los de izquierdas, bueno, esos, no se acaban de poner de acuerdo con lo que hacían sus abuelos cuando eran de izquierdas. Los pensionistas en la calle, los banqueros entran en la cárcel y salen enseguida a por tabaco, mientras los bancos desahucian a los inquilinos para vender las casas a fondos buitre que alquilarán los pisos a turistas, mientras la Iglesia sigue con sus privilegios eternos, porque su reino no es de este mundo, pero cotiza en bolsa y sus delitos de pederastia siempre están prescritos (el manto protector no falla). Y mientras todo esto sucede, el fascismo reconvertido espera a la puerta a que le llamen para echar una mano. Quizás alguien me llame la atención por usar tanto la palabra fascistas en lugar de conservadores, neoliberales, centroderechistas o constitucionalistas, pero es que acabo de ver a Madeleine Albright, secretaria de estado que fue de los EEUU y que, por lo tanto, sabe mucho de fascismos, y me gustó su frase: “Un fascista es un matón con ejército”.

viernes, 5 de octubre de 2018

Noticias frescas, noticias falsas

J.A.Xesteira
Que el periodismo no es lo que era ni lo que debería ser no hace falta que lo digan los grandes comunicadores. Lo vemos cada día en los Medios (esa palabra que usamos de manera indebida desde el principio pero que cuajó en toda la sociedad, que la utiliza a su entera disposición). El devenir de la información, considerada como un deber hacia la sociedad y, más en detalle, hacia el que compra el periódico o enchufa la radio o la tele, ha desembocado en un cúmulo de medias verdades, manipulaciones, intentos aislados de dar información veraz, intereses nada ocultos a poco que leamos lo que se publica, propaganda en lugar de notica y, lo último de la temporada, las “fake news”, así, en inglés, porque ni siquiera se atreven a llamarlo “noticias falsas”, como si en español hicieran más daño. Las noticias que antaño fueron el objeto directo de cualquier Medio, cuanto más rápido y mejor contadas, mejor para todos, especialmente para los periodistas que las firmaban y para los medios que las publicaban, son ahora un maldito embrollo gramatical, en el que a menudo aparecen titulares como (auténtico) “La golpeó después de discutir con una barra de hierro”. Esta semana, en un periódico que no nombraré (quizás por cariño a los profesionales desprofesionalizados) aparecía una noticia que me interesaba (caso raro, generalmente todas las noticias pasan por mi pantalla sin pena ni gloria); intenté leerla para informarme de lo que sugería (a duras penas) el titular; no diré cual era la noticia, no importa, pero si diré que después de leer la información quedé menos informado de lo que estaba; todo el texto escondia a medias una propaganda interesada, se daba cuenta de una sóla fuente informativa en un tema en el que concluían varias partes en conflicto, y, por encima, de toda esa información sesgada, el lector acababa peor de lo que estaba al principio. La misión antigua del periodista, que consistía en descubrir la noticia, atacarla en todos sus frentes, entrevistar a todas las fuentes que pudieran dar luz informativa, rodearla, dominarla y entregarla a los lectores atada por las palabras correctamente escritas en el sentido gramatical adecuado, ya no está de moda; las redes sociales, donde se vomita de forma antigramatical todo lo que se quiera, bueno, malo y peor, han roto todos los filtros profesionales y en el todo-vale los nuevos lectores han depositado su fe en cosas que no merecen ni lectura.
Sería fácil culpar a los profesionales de la información de los males del periodismo y de las grandes manipulaciones informativas, a fin de cuentas los mensajeros están para que los maten, como siempre: ahora por cuatro perras y un contrato de pacotilla. Pero, una vez más no sería justo. Los periodistas tenemos que apandar con nuestra parte de culpa, por supuesto, pero en un momento de la historia en que lo falso impera sobre lo veraz, apoyado por una gran maquinaria político-económica, en la que los grandes apisonadores sociopolíticos ya no se esconden, el trabajo del periodista queda a la altura de un tribulete (ver historia del cómic periodístico). En un mundo en el que los presidentes de la nación más poderosa del mundo se eligen con evidentes sospechas de fraude (el famoso “fake”) por bombardeo de internet, considerado como palabra de dios, poca credibilidad queda para aquel que intente sacar la cabeza de entre la basura que nos cae por todas partes. En este momento, en las elecciones de Brasil se está produciendo un bombardeo de falsedades pagadas por el millonario candidato del fascismo carioca, Bolsonaro; en el resto de la América noticiable, lo que nos llega de las informaciones sobre el caos político desde Tierra de Fuego hasta el Mar de Baffin es, cuando menos, cuestionable, y cuando más, claramente falso, pagado por grandes corporaciones que tienen gran interés en que los países sean gobernados por “Los Nuestros”.
En Europa no va mejor la cosa; parecemos tan listos y, en el fondo no somos más que unos simples pardillos delante de una mesa de trileros. La memoria nos falla ya desde temprana edad (perdemos las neuronas mientras miramos el último whatsapp o los mensajes del grupo de facebook) Un simple ejemplo italiano: encarcelan al único alcalde que plantó cara al fascista en el poder para ayudar a los inmigrantes; en los años 50 los inmigrantes eran los sicilianos, que atravesaban Italia para cruzar ilegalmente la frontera francesa y trabajar en Europa; ahora los inmigrantes sólo están más abajo de Sicilia, pero el problema es el mismo.
Y en España, cuando leemos las noticias imperantes, nos reiríamos si la cosa no fuera de llorar. Las escasas informaciones que demuestran como, por poner caso reciente, los políticos a medio hacer que padecemos mintieron en sus currículum, aprobaron carreras de manera imposible (y por tanto, fraudulenta) en sospechosa connivencia con una tropa de mangantes, todo eso acaba en nada. Hay leyes que permiten a determinados jueces hacer lo que quieran con el texto en la mano; tenemos un sistema judicial muy peculiar: se juzgan delitos de opinión (aquí opinar ya es un delito, sobre todo si eres militar, rapero, actor o titiritero), pero cuando se ponen en tela de juició los méritos del lider del PP, la Fiscalía llega a una conclusión: pelillos a la mar, que los deberes se los comió el perro. El asunto, destapado por periodistas, que sí estuvieron a la altura de su profesión, es un paso más en el esperpento nacional. La misma jueza del caso llega a decir que con fiscales así, el trabajo de los jueces sobra. La vida del país, que es lo que está alrededor de las noticias de catalanes contra españoles, derbis de fútbol y polítiquitos sacando pecho, se ha convertido en un mensaje “fake”, recogido en los Medios. Siempre nos queda la esperanza (que es lo que vamos a perder cualquier día de estos) de que ni todos los periodistas son eso que nos parece, ni todos los políticos son lo que vemos, ni todos los ciudadanos somos los tontos que somos, ni la democracia es sólamente un concurso para elegir gobernantes.