domingo, 5 de octubre de 2014

Letras deportivas

04/10/2014 - J.A. Xesteira
En aquellos tiempos en los que los periodistas se formaban en unas escuelas, mucho antes de que se crearan las factorías universitarias en las que se dan títulos de científicos informativos (o comunicativos, no me acuerdo) a miles de ellos, destinados a un subempleo general; en aquellos viejos tiempos en los que los alumnos trabajaban en el verano como redactores en prácticas y cobraban por ello, en lugar de hacer másters pagando una pasta inútil; en aquellos viejos tiempos, digo, la enseñanza del audaz redactor en ciernes era un conglomerado de disciplinas que daban un barniz y una serie de normas. El periodista tenía que cumplir dos condiciones: primera, venir hecho de casa, segundo, acabar de hacerse en un periódico. Las dos condiciones siguen vigentes, aunque alguien piense lo contrario; el problema es que solo se puede cumplir la primera parte, la segunda es una hipótesis. En aquellos viejos tiempos no se contemplaba la necesidad de preparar a un periodista para las páginas de deportes, que venían a ser como la zona muerta de la redacción; los compañeros de deportes, todos muy queridos, eran una clase inferior, de verdad, no lo invento. El propio José María García, alias Butanito, dijo en una ocasión que a Deportes iban los más tontos; tiraba piedras contra su propio tejado. No era cierto, pero sí lo parecía; no hacía falta mucha prosa poética para escribir allí, sólo había que respetar la mécánica. A fin de cuentas, el deporte no es más que el fútbol y una guarnición variada de otras cosas ocasionales. El fútbol era y es el eje sobre el que giran las páginas deportivas. Y una vez que se adquieren los rudimentos para entenderlo, todo es aplicar la plantilla. Basta ver periódicos de hacer treinta o cuarenta años para ver que todo es una constante repetición con escasas variaciones: se gana, se pierde o se empata. Las razones siempre son las mismas y se repiten, que si el árbitro, el entrenador y sus tácticas, una mala tarde, un gol de suerte y todo el etcétera acostumbrado. En toda mi vida en las redacciones nunca fui redactor deportivo, salvo en alguna emergencia, pero trabajé junto a esa tropa amistosa de personas que pertenecían al gheto deportivo, donde no hacía falta muchos conocimientos superiores para mantener en pie las páginas de los futbolistas. Los colegas de deportes eran los suministradores de materia prima para discutir en los bares, y sus afirmaciones eran leyes, mucho más si eran de «la» Marca o de «el» As (siempre hubo una distinción de género que nunca entendí). Estas pautas funcionaron así durante muchos años, seguramente todo lo que duró el periodismo pre-digital.
 Pero ya no vale. El periodista de deportes (fútbol y restos de aparición ocasional) ya no puede ser el aficionado venido a más, conocedor de cuatro trucos y media docena de lugares comunes. El periodista de deportes –me atrevo a decir– tiene que ser ahora mismo el más completo de los periodistas, el hombre todo terreno, tiene que ser poseedor de una cultura que va más allá de la entrevista a un entrenador generalmente «superiorizado» por lo que cobra, el estatus de mandar en un equipo y, por encima, saber que va a durar lo que duren los triunfos de su equipo. Desde hace ya algún tiempo, el periodista deportivo tuvo que aprender a marchas forzadas todo un compendio de traumatología; las lesiones pasaron de ser una patada simple a un problema de abductores, tuvieron que saber los nombres de los músculos y los tendones, saber que podían jugar infiltrados y, además hacer un diagnóstico acertado de cuanto tiempo tendrían que estar de baja. Tuvieron que entrar de golpe en la medicina y hablar con conocimiento de causa. Pero la cosa no acabó ahí. Antes los bajos rendimientos podrían ser debidos a una juerga nocturna, o a una mala racha. Ya no, el que se atreva a escribir ahora de la personalidad de los futbolistas tiene que tener conocimientos extensos de psicología. ¿Cómo hablar del «momento Casillas» sin echar mano de un tratado de psicología aplicada? No vale decir que está de capa caída, sino que hay que dar datos, entrar en sus circunstancias personales, sentarlo en el diván de un reportaje dominical y analizar sus relaciones familiares, profesionales, de vestuario, con el mister y con la empresa que gestiona sus anuncios. 
Los tiempos en que el colega de deportes se sentaba después del partido, encendía un pitillo (si, antes se podía fumar en las redacciones de los periódicos) y comenzaba diciendo aquello de «no pudo ser» para justificar una derrota casera, han terminado. Además de dominar psicología y traumatología, también tiene que entender lo suficiente de economía de la rama fiscal. ¿Cómo, si no, puede contar que la FIFA prohibe que los fondos de inversión controle a los jugadores como si fueran productos financieros?¿Cómo explicar la situación anómala que mantiene la Agencia Tributaria con varios clubes deportivos? Hace falta un periodista experto en economía y finanzas que, al mismo tiempo entienda de deportes. ¿Y que decir de la parte de geoestrategia mundial? Porque, ahora cualquier equipo tendrá que enfrentarse den alguna competición internacional, de las muchas que hay por ahí, con un equipo de un país ignorado, del que hay que saber no sólo si hace frío, sino la situación económica y social. Por ejemplo Qatar, donde va a haber un mundial con temperaturas de asar churrasco en las gradas del estadio a pleno sol. 
El periodista deportivo, en otros tiempos tan denostado, tiene que saber de política española y mundial más que el resto de la redacción. Tiene que solucionar las grandes dudas: ¿cómo encajaría el Barça en una hipotética (ojo con las hipótesis: todo lo que se puede pensar es factible que suceda) independencia?¿podría jugar la liga y la Champions? Y el Español, ¿tendría que llamarse Catalán? Así podríamos seguir: en el deporte hay cotilleos del corazón, diseño de vestuario, investigación de nuevos materiales, delitos de corrupción, sobornos y mala praxis… Las páginas de deportes son ahora mismo las más interdisciplinares. Tanto que el resto del periódico, sobra.

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