lunes, 13 de octubre de 2014

Exportamos y pagamos

Diario de Pontevedra 11/10/2014 - J.A. Xesteira
En Portugal, que geográficamente está aquí al lado y para los españoles está en Nueva Zelanda, están muy preocupados porque los médicos se les van a Arabia Saudita, donde les pagan una pasta mora por su trabajo; el año pasado se marcharon trescientos y este año viene un representante del ministerio árabe a contratar al estilo jornalero, con contratos en la mano. Si tenemos en cuenta que Portugal es un país pequeño que carece de personal médico, no entendemos mucho la situación; pero si tenemos en cuenta de que a ese mismo personal le rebajaron el sueldo a la mitad desde que empezó la crisis, lo vemos más claro. El desconocimiento del país de al lado (junto con Galicia forma un territorio natural, políticamente es otra cosa) es grande en España. El sistema sanitario portugués, hecho a imagen y semejanza del español, no cubría las plazas médicas; sus facultades no “fabricaban” tantos profesionales como hacía falta; por eso surgió el boom de la contratación de personal sanitario español, que ofrecía puestos a profesionales que aquí tenían dificultad para encontrarlo. Muchos gallegos, animados por la vecindad y la familiaridad del idioma encontraron su empleo en hospitales de la parte norte, principalmente. Pero el sistema portugués, también a imagen del español, comenzó a “retallar” los sueldos y desviar la preferencia hacia la empresa privada, y la emigración vecinal dejó de ser interesante, Portugal dejó de ser destino emigratorio y sus propios profesionales son los que ahora emigran, los españoles se vuelven a sus casas o también emigran con los portugueses hacia otros destinos. Portugal y España vuelven así al pasado emigratorio, aunque ahora no van con la maleta de cartón a servir de mano de obra barata para las fábricas alemanas o los taxis de París. El problema, además de social, es económico. La vieja emigración, sin preparación alguna, era barata y rentable: el peonaje no requería inversión, equilibraba el mercado de trabajo, ahorraban para comprar una casa que se estaba construyendo en la burbuja naciente del ladrillo y, además, remitía divisas que ingresaban en las cajas de ahorros que años después tendrían que rescatar con su dinero. Pero formar un emigrante actual es muy caro. El Estado invierte mucho dinero en preparar un médico para la emigración, con su título, su conocimiento de inglés (obsesión política sólo comprensible si ese médico va a trabajar en el extranjero) y después, una vez preparado, lo exporta sin obtener beneficio alguno. Su plaza puede rellenarla con estudiantes, MIR o lo que sea, cobrando salario de becario, o desplazar el peso de la sanidad hacia la empresa privada, un terreno donde caben todas las posibilidades imaginables, con el beneplácito de las leyes y los políticosvigentes. La situación de precariedad emigratoria médica puede ser aplicable al resto de las licenciaturas. Los rectores de universidades se quejan de la situación: tenemos universidades suficientes para preparar un personal altamente cualificado que, una vez con el título en la mano tienen que buscarse el trabajo fuera. El deterioro de la situación es rápido: nuestras universidades bajan de categoría en las listas de las 400 mundiales (tres se cayeron de la lista, Vigo entre ellas, y sólo hay una entre las 200 primeras) y la investigación es un relleno de becarios. 
Resumiendo: nos gastamos una enorme cantidad de dinero en preparar emigrantes cualificados. Exportamos y, a la vez, pagamos por exportar. 
Pero, aunque parezca raro y no nos quepa en la cabeza (en los países a donde emigran nuestros jóvenes preparados se ahorran la inversión en formación) es que en España estamos acostumbrados a pagar sin pensar; hemos sustituido “la funesta manía de pensar” de los clericales integristas por el “¡a ver, que se debe aquí!” rumboso de taberna. Pagamos y no nos enteramos de lo que pagamos, o no queremos enterarnos, porque los periódicos publican cada día un nuevo desbarajuste que termina en un escote ciudadano para devolver los dineros que pierden unos empresarios, unos ejecutivos de banca, unos políticos en su hábitat natural o, simplemente el sistema de cosas que etiquetamos con el sello de democracia (y sabemos, como el filósofo, que “no es eso, no es eso”). 
Como cada semana hay una novedad imputable, hemos sabido que hay unas cosas que se llaman “tarjetas opacas”, que son como las de su cajero, pero a lo bestia. Las regalaba Caja Madrid a unos señores que “aconsejaban” a la entidad y que, por ello, podían gastarse 15,5 millones de euros en cualquier cosa. Se descubrió el pastel en medio de los papeles de Bankia, aquel banco que se rescató con dinero público que jamás veremos, pero que ya rinde beneficios a los ejecutivos actuales. Pagamos para mantener bancos. 
La semana pasada pudimos saber que España tiene el dudoso honor de ser el segundo país con la deuda externa más grande del mundo, detrás de Estados Unidos; es decir, que somos el segundo país con mayor dependencia de acreedores externos, que tienen nuestro pufo en sus manos. Pero mientras que para los americanos eso supone el 34 por ciento de su Producto Interior Bruto, para los españoles supone el 103 por ciento. Los USA producen y exportan bienes de consumo, y nosotros producimos y exportamos licenciados. 
Tercer pago: Gas Castor. Veamos; una empresa le pide permiso al gobierno para abrir un agujero en el mar y guardar allí el gas que comercializa; el Gobierno (Zapatero era) le autoriza; la empresa no hace bien los cálculos y el agujero provoca terremotos en la costa; el Gobierno (Rajoy es) ordena el cierre del agujero, pero la empresa había colado una cláusula por la cual el Gobierno debía devolverle el dinero invertido. Ahora, el Gobierno tiene que devolverle 3.000 millones de nuestros euros a la empresa, porque su negocio le salió mal. Una conocida y segura manera de hacer negocios: beneficios privados, perjuicios públicos. Es nuestro sistema. 
Probablemente un día nos despertaremos en la bancarrota, seremos una Argentina europea, y nos daremos cuenta de que somos un país pobre. Pero no pasará nada, ya estaremos acostumbrados, entrenados y preparados: lo pagamos entre todos, si es que para entonces nos queda algo suelto. jaxesteira.

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