viernes, 15 de junio de 2018

Condenados y refugiados

J.A.Xesteira
Sigue cayendo gente que tenía que caer. Le toca el turno a los del caso Noos, con el cuñado del rey a punto de entrar en prisión. No soy de los que se regodean con la entrada en prision de los condenados, soy más de Concepción Arenal (“compadece al delincuente”) que de las gracias “políticas” del Twitter (una aplicación que no manejo). El encarcelamiento de Urdangarín era cosa esperada, restablece el estado de las cosas y condena (más o menos, según opiniones) a los que pasaron la raya legal para hacer negocios. No son los primeros ni serán los últimos. Así como hay un tiempo para cada cosa, decía el Eclesiastés, hubo un tiempo de investigación, un tiempo de juicio y un tiempo para la cárcel. Estamos en el tiempo de cosecha de delincuentes y siega de condenados. Al tiempo que la realeza niega haber conocido al reo y a su familia, por más que pertenezcan a la realeza, los poderes políticamente correctos tratan de desvincular cualquier posible contaminación de la corona con un presidiario. El intento es inútil y falso; Urdangarín cometió un delito por el que se le condena, no por ser campeón de balonmano, sino gracias a que era esposo de una infanta, yerno del rey y cuñado del siguente rey, no nos engañemos. No vale ahora decir que esos que salían en la foto oficial de las horas felices son unos desconocidos de las horas amargas. El hombre que entra en la cárcel (mis respetos para todos los encarcelados, una vez que lo son) es el cuñado del rey, esposo de una infanta de España (también condenada a una multa benevolente como beneficiaria del delito, aunque ella lo ignoraba todo) y yerno del rey emérito. No vale borrar a los condenados del album familiar ni del partido político (los condenados por delitos cometidos al amparo del PP por mucho que se les expulse del partido, fabricaron un delito dentro de la estructura y gracias a la estructura). Los negocios desde el poder democrático siempre levantan sospechas (casi siempre fundadas) y si se unen negocios y monarquía hereditaria, la cosa se pone en evidencia. Los espectadores (los ciudadanos no somos más que espectadores con un voto) vemos en los Medios de que va la cosa, y a poco que sepamos leer entre Medios, nos olemos muchas tostadas que al final nos dicen donde que quema la cosa. Urdangarín no es más que un pringado vanidoso que pensó que su posición le garantizaba unos negocios que nunca le llegarían fuera de su estatus real. A fin de cuentas el chaval tenía referencias en casa; su suegro antes rey y ahora emérito, siempre se manejó en negocios que su intendente real organizaba con los viejos amigos, las amistades peligrosas del mundo árabe. El trato de Juan Carlos con los sátrapas saudíes es antiguo y sus negocios y mediaciones no siempre parecieron legales (no olvidemos la guerra del Golfo y los grandes negocios de esa guerra, creada, visto desde ahora, para beneficio de los organizadores). El juez del caso Noos acaba de decir que Juan Carlos debería haberse sentado como imputado, si no fuera inviolable por ley.
La condena al campeón de balonmano llega pisando noticia de los refugiados (no son migrantes, como volo-voi-dicir, son huídos, escapados del horrror de guerras que monta Occidente, suministradora de armamento a dictadores y depredadores sin distinción de religiones) que Europa rechaza; al menos la Europa más fascistizada, que crece mes a mes (Hungría, Polonia, Austria, República Checa, ahora Italia, y es probable que aumente el censo de la fascistificación (¡toma palabra!) de la Unión Europea. ¿Y qué tienen en común las condenas del caso Noos y los refugiados a los que acogerá una España con el mínimo de decencia requerido? Nada, pero si queremos jugar a buscar conexiones, podemos encontrarlas. Para empezar, el caso Noos comenzó por una cuestión mallorquina-valenciana (que pagaron más de seis millones de euros a Noos), es decir, un caso mediterráneo, como el de los barcos rechazados por Italia; los barcos cargados de personas llegan a Valencia, a la misma Valencia que antes recibía a los barcos de la Ocean Race, más glamurosos y con más millones para repartir.
Al momento de saberse que el Gobierno español y el valenciano (éste, no el de la Ocean Race) acogerían a los refugiados pasaron dos cosas interesantes, muy propias de este país de maniqueos (seguimos peleándonos a garrotazos enterrados en mierda hasta las rodillas, como en el cuadro de Goya). Una, que todo el país se mostró solidario con el acogimiento, y otra, que todo el otro país se mostró indignado por acoger a los refugiados (el partido antes conocido como Gobierno y el partido de recambio de la derecha hablan de efecto llamada y que no hay que improvisar, pero con la boca pequeña). Nos olvidamos de que aquí todos descendemos de emigrantes, exiliados o refugiados, con más o menos antigüedad; nos olvidamos de cuando nosotros fuimos la mano de obra barata que levantó Alemania (el milagro alemán lo hicieron turcos, portugueses y españoles, mientras los teutones se jubilaban en Mallorca). A fin de cuentas, y esta es otra conexión real, Juan Carlos I nació en Roma, vivió en Portugal y llegó a España cuando un dictador le dejó entrar para estudiar y vivir del erario público hasta su jubilación. Un inmigrante, hijo de exiliado, si lo vemos con calma.
El problema, más allá de la euforia caritativa del acogimiento, un derecho que tienen los refugiados, recogido en la Declaración Universal de Derechos Humanos, que España suscribe e ignora constantemente, es de estructuras e hipocresías. Occidente sostiene situaciones de guerra en países africanos como salida al negocio armamentístico (España vendió el año pasado armas por valor de más de 4.000 millones de euros a países no democráticos como Arabia Saudí, que financia la guerra del Yemen, de donde salen miles de refugiados); la misma Europa firmó en su día un protocolo para acoger a miles de huídos de África, un protocolo que sólo sirvió para hacerse la foto, nada más. Refugiados y condenados solo son noticias que caducan en dos días.

viernes, 8 de junio de 2018

Panorama desde el puente

J.A.Xesteira
La perspectiva desde lo alto es la que permite ver el conjunto total, pero ralentiza los movimientos (por eso los dioses están en los cielos o en los montes) El panorama después de la gota fría política es, como no podía ser menos, incierto; una jugada imprevista, una confianza excesiva del Gobierno, un apoyo de fuerzas diversas a los atacantes, para ver que pasa, y un resultado que pilla a contrapié y en tiempo récord a los grandes expertos de Occidente, duchos en adivinar y vaticinar lo que nunca pasó. A partir de ese momento la confusión parece reinar en las grandes opiniones periodísticas, y cada cual atiende a su juego, pero las reglas de ese juego podrían variar y por eso todo se mueve en pura especulación, mientras las grandes voces sentenciadoras ya adivinan lo que va a pasar. La norma general es que, por un lado, una parte de expertos trata de minusvalorar al ganador, adivinándole problemas con sus apoyos y ninguneándole sus méritos, y por otra parte, otro grupo de expertos hace leña del Mariano caído y se apresura a enterrar (precipitadamente, supongo) a un PP con trasvase a Ciudadanos. La experiencia al respecto nos dice que los grandes expertos, que no adivinaron que el Gobierno caería por una moción de censura en la que nadie creía, pueden (y deben ) equivocarse con lo que puede pasar. Mejor esperar a que pase para acertar a toro pasado.
Desde el puente se ve mejor el panorama y eso permite no tirarse a adivinar y cagar la sentencia como tiradores de cartas de televisión (eso si, con habilidad y firma reconocidas en los grandes Medios). El panorama, en general es frío, impropio de estos meses en los que deberíamos estar en la playa, relajando la tensión política, y, sin embargo, estamos con anorak, resguardándonos de la que cae, tanto por la derecha como por la izquierda. El partido antes llamado Gobierno está, a lo que se ve, recomponiéndose en un box de urgencias, como es lógico. Pensemos que tanto el Gobierno como todos los ciudadanos estábamos instalados en una inercia rutinaria, salpicada de circunstancias anormales que se volvieron “normales”. Durante siete años (dos legislaturas) el aparato dominante se fue nutriendo de personas y personajes que controlaron todo, desde la cúpula gubernamental hasta los más recónditos rincones del Poder. Y, de pronto, sin que los mismos protagonistas se dieran cuenta, cambia el Gobierno entero y la pirámide se viene abajo. Ya han comenzado –supongo– las deserciones y las llamadas a la lucha (la parte más ultra del partido y la fundación Franco tocan corneta) mientras se disparan unos a otros (Margallo no se “ajunta” con Soraya; Aznar posa de superhéroe salvador, mientras Rajoy le dice que se vaya a salvar a otra parte, y desde Galicia se ofrece recambio presidencial en buen estado); es lo lógico en las horas malas.
 El partido ganador no lo tiene fácil, porque en estos casos se pasa del “¡Oeeé, oeeé oé, oé!” al “¿Qué hay de lo mío?”. El actual presidente de España, el muerto que gozaba de buena salud, mientras construye un Gobierno con sus ministras, ministros y sus nuevos ministerios, tendrá que atender, primero a sus partidarios (de su partido, quiero decir, que entre ellos había muchos que no eran sus partidarios), también tiene que negociar con los votos prestados, y, además, devolver ilusiones para unas elecciones que están cerca. El panorama desde el puente se ve interesante, y mucho más en cuanto desaparezcan las nieblas tempraneras.
  Los primeros pasos dados apuntan a cambios importantes. Sin entrar en especulaciones ni adivinaciones expertas, la actitud, aquello que en Zapatero se llamó “el talante”, es novedosa: fuera cristos y biblias. Aunque parezca poca cosa y moleste a muchos, no es un gesto gratuito, hay que saber donde se está y no apuntarse a una izquierda-que-puedan-votar-las-derechas, porque se corre el riesgo de que no te voten ni los tuyos. Hay una teoría amistosa de taberna que afirma que la izquierda comenzó a perder sus votos cuando empezó a ir en las procesiones, detras del cura y y el santo. O se es o no se es, pero no se puede ser indefinido; en política no hay comodines, hay palos, triunfos y malas cartas.
Pedro Sánchez (conocido como presidente Sánchez) presentó su selección nacional, con más mujeres que hombres y con personajes ajenos a la política rancia y rutinaria, muchas caras conocidas de otros sitios, lo cual ni es bueno ni es malo, simplemente es distinto. Sus méritos, sobre el currículo, están demostrados (salvo excepciones) y sus edades medias están de acuerdo con los tiempos. Pero una cosa es cambiar el personal y otra cosa es cambiar la empresa. Los retos están ahí, apuntados por los expertos: reformas educativa y sanitaria (base de toda democracia), reforma laboral que desreforme la reforma vigente; reforma del sistema judicial; reconstrucción del sistema financiero de las pensiones (abrir nuevas vías de financiación desde otros sectores gubernamentales); acometer en serio una política medioambiental; restaurar la Cultura perdida, única actividad que va a persistir cuando todo pase; restaurar los perdidos derechos de libertad de expresión e ideas; darle una patada en el culo a la Ley Mordaza…En fin, cuatro cositas de sentido común y justo que cualquiera tendría que afrontar.
Otra cosa es como lo hagan y como sean capaces de hacerlo. Quizás muchos izquierdistas de la vieja escuela piensen (y no seré yo quien les lleve la contraria) que, una vez que empiezas con cristos y biblias, continúes por ese camino, se reconsidere ese pacto con la Iglesia Católica (la multinacional con más privilegios económicos en este país) se recupere la ocasión perdida con Zapatero y se vuelva a buscar un electorado que perdieron en aquel proceso de “modernización” de aquella izquierda que acabó manipulada por los grandes trust. Quizás recuerden que el partido ahora en el poder fue fundado por un ferrolano pobre, hecho a sí mismo, marxista, laico y obrero anticapitalista. No se les pide tanto, pero si un detalle. Pase lo que pase, lo que si está garantizado es que no nos vamos a aburrir.

viernes, 1 de junio de 2018

Democracia, política y platos combinados

J.A.Xesteira
Alguien me dice que ha leído por ahí que algún experto en la materia afirmaba (categóricamente, supongo, porque los expertos lo hacen así) que uno de los problemas de la sociedad española es la excesiva politización y que eso se ve en los Medios, especialmente en las televisiones, que están repletas de políticos a todas horas, sobre todo de políticos “de los nuestros”, es decir, de las cadenas afines, destinadas a mostrar sus virtudes y defenderlos de “ellos”, los malos, los que delinquen, corrompen y quieren llevar a la ruína al país (o la patria o la Marca España, o este aglomerado de idiosincarasias). Como el Alguien que me lo contaba creía lo que afirmaba el Experto me puse a indagar por mi cuenta, a ver si los periódicos y las televisiones estaban “polítizados”. Los periódicos debían estar polítizados, pero no se notaba, todos contaban la misma película, pero cada uno a su manera, con una pobreza informativa y gramatical que seguramente se debe a motivos sociolaborales o al cambio climático; se adivinaba según cada diario, que la polítización, que no estaba presente en las páginas, era, en realidad la posesión diabólica propiciada por el político que tiene un ascua en forma de fondos de reptiles para que alguien vaya arrimando sardinas informativas. En la radio no probé, sólo escucho música (es un defecto de formación cultural, una carencia posiblemernte de alguna vitamina). Y en la televisión me di cuenta de una cosa, que el Experto no tiene ni puta idea; los políticos aparecen escasos segundos, con mejor presencia los amigos de cada cadena y con ráfagas fugaces y desafinadas los enemigos; todos parecen grabados con el teléfono de un adolescente y volcados en un yutube informativo. Lo que si aparecen y en cantidad son comidas; gente cocinando, gente comiendo, gente bebiendo, en cualquier programa, en documentales exóticos, en documentales folklóricos de la tierra enxebre, en concursos de cocineros (ahora conocidos como chefs, aunque ninguno sea jefe de nada), en demostraciones culinarias, en consejos sobre lo que comer y lo que no comer. En las televisiones no hay Política, hay Comida. Lo que era política o juego político se transformó en un simple juego de roles, estrategias o de simple parchís, un proceso entretenido para ganar, simplemente. El resto es puro embrollo más acorde con los programas de comida que con el proceso de políticos en democracia, una palabra que ya nadie pronuncia; simplemente se limitan a pedirle al que manda que se marche (una moda inaugurada hace años por un presidente español) o a buscar pandillas políticas con las que echar al titular.
La política era un arte que se cocinada a fuego lento y con ingredientes adecuados, simples y de la tierra; las nuevas modas que lo transforman todo meten nuevos elementos y nuevas formas de cocinar, de la misma manera que se introducen hierbas y hierbajos como novedades para pardillos (kinoa, gengibre, tallos de soja y muchos más ingredientes del sector forraje) en política se exhiben como necesarias un montón de nuevas plantas que aseguran ser saludables, pero que, como siempre, solo son hierbajos. Se tiende ahora a la comida rápida, la fast-food; de repente alguien pide una moción de censura hamburguesa, con todos los ingredientes de apoyo, lechuga, queso, tomate, y salsas independientes; y la presidencia del Congreso, en lugar de dejar reposar el asunto, lanza un “¡Oído, cocina, marchando una completa para el viernes!”. Y ya tenemos un juego en marcha, rápido y con arreglos de urgencia, una comida polìtica que, como toda la comida rápida, nos gusta en el momento, pero a la larga nos va a producir  ardor de estómago.
La democracia tiene estas cosas, diría el Experto, pero no. Ahí si que conviene que cada uno defina lo que entiende por Democracia, porque corremos el riesgo de estar hablando de comidas distintas. El hecho de que en los tiempos que vuelan no se hable de democracia ni de política y se esté más por la labor de hacer platos combinados con leyes preparadas al gusto del chef, nunca de los comensales, que somos los que pagamos la cuenta, quiere decir algo. De hecho, la democracia es un concepto que casa mal con los últimos acontecimientos que a lo largo de estas semanas venimos recordando. Por ejemplo, la italiana, una democracia innecesaria, simple como la pasta (agua y harina), que se resume en lo siguiente: ustedes votan, y de lo que salga, los que ganan proponen al presidente de la República (al que nadie eligió) un candidato, alguien que pasaba por allí, pero que no gustó al presidente, así que el presidente propone otro que le gusta más, pero al final acepta al primero pero con variaciones. Para explicarlo en términos gastronómicos, es como si usted va a un restaurante y pide lenguado menier, viene el camarero y le dice que no, que mejor le van a dar un par de huevos con patatas fritas, usted dice que no le apetece y el camarero le dice que entonces le abren una lata de fabada.
Todo da igual, porque todo está ya cocinado y envasado al vacio político. Una vez que a la ciudadanía le interesa más la comida que la política, el Dinero, el Capital, que en el fondo son los que manejan el negocio de restaurantes-gobernantes, tiene la capacidad para imponer las modas sobre lo que hay que comer y lo que se tiene que pagar. Las grandes corporaciones que trabajan por fuera de los marcos políticos, ajenos a cualquier democracia son los que nos van a manejar a través de los que se autoproclaman políticos, al Dinero le basta simplemente con “tener de mano” a los que gobiernan (ya me entienden, el dinero tiene de mano para engrasar la máquina de hacer políticos y recoger los beneficios incontables, resultado de las grandes inversiones públicas para beneficios privados) El dinero del Dinero está cada vez en manos de menos para perjuicio de los más. Después de la sentencia de la Gürtel (y otras que fueron y vendrán) se habla de condenas, de años de cárcel, de como se les reducirán penas, de como, a fin de cuentas y mirándolo bien, no salen tan mal librados. Pero, ¿y el dinero defraudado, robado, blanqueado, desaparecido de las arcas públicas? ¿quién lo devuelve? No lo esperen, todo lo que se come tiene un proceso y un final, sirve para engordar al que lo comió, el resto es puro excremento.
Post scriptum.- Mientras escribo esto contemplo en la televisión un nuevo programa gastronómico en el que mandan de vuelta a la cocina el plato Rajoy, porque los clientes quieren unn plato combinado; no se conoce el nuevo menú, pero se sabe quienes pediremos la cuenta.