domingo, 16 de noviembre de 2014

Un país feliz

Diario de Pontevedra. 15/11/2014 - J.A. Xesteira
Después del experimento catalán de hacer un referéndum que no refrenda nada, y que no se llama referéndum porque es ilegal, pero es como si fuera un referéndum, estoy a la espera de varias cosas: que los grandes estrategas acaben de ponerse de acuerdo sobre lo que pasó, que el Gobierno tome alguna decisión sobre ello, que el gobierno catalán, una vez encantado por su éxito en el referéndum que no es referéndum, sepa que hacer. Después de la fiesta del domingo, sólo sabemos que dos millones de catalanes dieron su opinión sobre ser o no un país independiente. Sobre los resultados me gustaría oir opiniones sensatas, pero me temo que no va a aser posible; la sociedad está demasiado «tertulianizada» como para pedirle sensatez. De cualquier forma, sobre ese tema, lo único que cabe hacer es esperar, todo lo demás son rimbombancias y prepotencias. Ni España se va a romper, ni Cataluña va a ser rechazada por Europa, ni todo lo que muchos afirman rotundamente va a servir para nada dentro de 10 o 20 años. Sólo el tiempo irá remendando la historia. La España rota, la Cataluña independiente no son más que palabras que pierden su significado en cuanto el camarero del Capitalismo nos traiga la cuenta de lo que hemos gastado. Lo único independiente en estos momentos son las multinacionales tecnológicas que consiguen pagar a Hacienda menos que yo (comparativamente según sus ganancias y las mías), el resto es crear ilusiones y llevar a la masa desde el «pepemos» hasta el «podemos», porque la masa es muy fácil de llevar, y a lo mejor ahí está el valor de la democracia; la masa lo mismo toma el Palacio de Invierno  que suelta a Barrabás, le corta la cabeza aal rey de Francia que vitorea a Franco en la Plaza de Oriente. El tiempo hará que se reencuentren Mas y Rajoy (que son ambos de derechas con escasas diferencias, créanlo) y con el añadido de los otros partidos se pongan a hablar para, al final, no cambiar nada, aunque parezca que cambió todo. Los movimientos políticos de la semana sólo fueron amagos y pases en corto, no hubo remate a puerta, por decirlo en lenguaje futbolístico: juego horizontal poco resolutivo. Y es que en ese pulso de ver quien era más chulo, con los tribunales por medio, solo quedó demostrada una cosa: en el terreno de la política no pasa nada, por más que se amenacen y pongan cara de pertenecer a la ONG Patriotas con Fronteras. 
Otra cosa es la realidad, una vez superados los nacionalismos virtuales (versión nintendo contra versión playstation). Ahí si que las cosas son brutas; la trama nuestra de cada día se llamaba esta semana «una organización criminal que amañaba contratos públicos» (las comillas no son mías, venían de serie en la noticia). Por orden de la juez Alaya, instructora para todo, fueron detenidas 32 personas de una red que hacía lo habitual en estos temas: falsedad en documentos, amañar contratos, blanquear dinero y el etcétera que se supone. Es la Operación Enredadera, una variación de la Operación Madeja (puede aparecer la Operación Embrollo, la Lío, el Rollo o más variedades posibles). También, en el mundo real la Audiencia de los Penal afirma que el PP está implicado en la trama Gürtel, cosa que cualquiera suponía. Y como complemento del panorama, acabamos de saber que la mitad de los médicos de la medicina pública tienen contratos eventuales y que unos 10.000 profesionales han optado por la emigración. Para entendernos: devaluamos la sanidad pública para reforzar la sanidad privada. 
Pero como no hay nada nuevo bajo el sol, leo la biografía (altamente recomendable) que Ramón Gómez de la Serna escribió sobre Valle Inclán, y se me van los ojos para un párrafo en el que Ramón se refiere a una serie de escritores que cobraron de la Exposición Universal de Barcelona, a la que califica de «despilfarro de millones» y a otro en el que habla de la ruina de la casa Bauer, representante en España de la Banca Rotschild, «arruinada –cito–por el engaño de un señorito que le ha hecho meter muchos millones en la plantación de naranjos en el desierto». Como ven, en cuestiones de delitos de élite ya todo está inventado. Una diferencia marcada en el libro; Valle Inclán fue condenado a una multa de 250 pesetas por escándalo publico en un teatro, y, dada la indigencia del gran escritor, pasó quince días en la cárcel. El ex ministro Jaume Matas, por delitos de mucha más importancia, y a pesar de no ser precisamente un pobre, pasó en la cárcel justamente el doble. La justicia equilibradora, al menos moralmente, deja las cosas en su sitio: Valle Inclán dejó una obra literaria incuestionable y genial; Jaume Matas deja unas cuantas obras inservibles (velódromo de Palma Arena) que sólo han servido para que se fugaran por ellas como disculpa millones de euros. Una vez más, y me van a perdonar, porque a veces me pongo muy pesado, y a veces, también, queda demostrado que sólo la cultura permanece, sólo los avances científicos quedan, y todo lo que haya recortado hasta ahora en cultura, investigación y bienestar social (Sanidad y Enseñanza) nos pasará factura más pronto o más tarde. 
De cualquier manera creo que no podría vivir en un país más divertido. Un país en el que el presidente de Extremadura se gasta el dinero del Senado para ir a ver a su novia a Canarias, pero que su novia ya había tenido otro novio que era diputado en Teruel por el mismo partido y que también gastaba dinero público para verla, es algo que situa la Marca España en una comedia vodevilesca, entre Groucho Marx y Graham Greene («Nuestra mujer en Canarias»). El de Teruel ya dimitió, el de Extremadura dice que devolverá al Senado el dinero que dice que gastó de su bolsillo. Y ahora quieren que el Senado controle a los miembros de su club. Podríamos aprovechar para suprimir el Senado, y nos saldría más barato. Ya digo, no podría vivir en un país más divertido, irritante, esperpéntico, cabreador y feliz que este (o «esto»).

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