sábado, 30 de enero de 2016

El tiempo y la Fuerza

J.A.Xesteira
Acabo de ver “Star wars” y no sé que más (esta saga galáctica siempre fue así, un nombre y lo demás no importaba) y de repente me cayeron encima 38 años. Y con ellos, la percepción del paso del tiempo y del vuelco enorme que dio el mundo en este espacio intergaláctico. Me van a permitir regresar a un tiempo en que hacía crítica de cine (veinte años de crítico, más o menos) y que iba a ver películas con la mirada del espectador simple y la máquina de escribir del periodista. Y con la sana intención de hacer comparaciones con el alma serena, debo que hacer constar que “esto” es el futuro de aquello, y que ese futuro llegó más aprisa de lo que se suponía. En estos 38 años la Humanidad se reconvirtió con más fuerza que en muchos siglos de supuesta civilización. Han pasado tres generaciones, y, tomando como referencia a mis hijos, que nacieron con la primera película, llegamos a mis nietos, que a pesar de su corta edad ya saben qué es el Halcón Milenario (la infancia es mucho más espabilada). Y tomo como referencias para distinguir a las generaciones según  le llamen la Guerra de las Galaxias o Star Wars, según digan el “Yedi” o el “Yedai”; son pequeños matices que definen.
Desde el punto de vista cinematográfico estamos en universos distintos. Los cines son diferentes, y hay un largo recorrido desde las grandes salas de plateas y patio de butacas enorme, hasta los multicines de centro comercial, pasando por los minicines de los años 80-90. La última entrega de la aventura galáctica es la séptima en ese extraño orden de ir de adelante hacia atrás y volver a más adelante. Básicamente, y ese es el defecto más grande que apuntan los expertos en la materia, este Despertar de la Fuerza es igual a la primera: la Primera Orden (el antiguo Imperio) contra la República (a la princesa Leia la pasan a General Leia, una democratización sui géneris) y en medio se repiten los esquemas, la novata heroína que sucede a Luke Skywalker, y Han Solo y Cheewaka. Todo viene a ser igual, pero con 38 años por medio. La diferencia principal desde el punto de vista fílmico, es que los efectos digitales   son de una perfección que no podía preverse en 1977. Pero es que esta saga es puro efecto especial; el guión no es más que una película de vaqueros mezclada con un culebrón familiar (“soy tu padre”, “el es mi hermano”, “es nuestro hijo que se pasó al lado oscuro”…) Hay que tener en cuenta que la primera entrega, la dirigida por Lucas, ganó los Oscar técnicos, de sonido, efectos, vestuario, dirección artística…, y la música de John  Williams. La actual es realmente la misma historia contada con tecnología digital y con unas pinceladas de actualización de corrección política. Una de las grandes diferencias es que la Guerra de las Galaxias del 77 competía con cine de verdad; “Annie Hall”, de Woody Allen se llevó los Oscar pesados, película, dirección, guión, actriz principal. La competencia cinematográfica actual es con maravillosas películas…, de dibujos animados (sector infantil) y toneladas de efectos digitales en forma de historias de espada y brujería, metafantasía y superhéroes sacados de cómics mohosos (sector juvenil) Curiosamente las muestras de la cartelera que se salen del esquema son nostalgia pura: Rocky revisitado y una de vaqueros de Tarantino.
Pero no nos perdamos en la nostalgia de que cualquier tiempo pasado fue mejor, porque no es cierto. Lo que era aquel tiempo pasado ya es prehistoria, y el presente es el futuro que no podíamos prever. Pensemos en aquel 1977, el año en que se legalizó el PSOE y el PCE, se celebraron las primeras elecciones democráticas y ganó UCD; España y México reanudan las relaciones diplomáticas rotas 38 años antes; se restaura la Generalitat catalana antes de aprobarse la Constitución, que sería cosa del referéndum del año siguiente (un dato para añadir a la actual confusión secesionista). Es el año en que muere Elvis Presley. Y todo esto lo apunto (no tiene mérito, viene en la wikipedia) para darnos cuenta del enorme salto del tiempo, y la evidencia de que parece que todo está inventado y que lo que nos parece cosa corriente tiene la edad de cualquier ciudadano de este país nacido en una democracia recién estrenada, junto con los contraataques del Imperio y el golpe del 23-F.
Quizás el aspecto más llamativo y olvidado del paso del tiempo está en la tecnología, algo difícil de explicar a la gente más joven. Varios datos. Es el año, el 1977, en que se lanza al espacio la sonda Voyager 1, despega el primer Concorde y se ponen en marcha tres proyectos básicos: la Corporación Tandy crea la primera computadora, llamada TRS-80, a finales de aquel año se conectan los tres primeros nodos de lo que iba a ser Internet, y se estrena en las televisiones caseras el primer videojuego, el Atari 2600 (no lo recuerdo, pero supongo que sería el del ping pong). En este tiempo el mundo viajó a la velocidad superlumínica, como si delante de nuestra ventana de la nave (en realidad, nuestra pantalla de televisión-ordenador, que es la que rige nuestra vida) convergieran esos puntos brillantes que nos atraen como a la nave de Han Solo. El mundo se convirtió en un terreno demasiado cercano para todos, las gentes están interrelacionadas, y los Imperios o Primeras Órdenes siguen intentando llevarnos al lado oscuro; no se visten con capa y máscara y sus generales se camuflan como peces gordos de las grandes corporaciones. En este salto del tiempo no hemos conseguido hacer del Planeta Tierra un lugar en el que vivir mejor y más felices. Si hiciéramos caso a las señales premonitorias podemos jugar a estas dos: en 1977 nevó por vez primera en Miami; este año 2016 acaba de nevar en Arabia Saudí. A lo mejor es que acabamos un ciclo y entramos en el hiperespacio, más allá de Alderaan. Que la fuerza nos acompañe, porque falta nos hace.

viernes, 22 de enero de 2016

Poscampaña electoral

J.A.Xesteira
A la política española le sucede lo mismo que a los/las periodistas de los telediarios, que en cuanto les quitas el texto de leer se desconciertan y no saben que hacer ni decir (el otro día, en el informativo de TVE de la sobremesa, cada vez más parecido al NoDo, una moza, pillada en flagrante directo, dijo textualmente que en las rebajas las prendas pueden “descambiarse”) Así andan todos los que ganaron las elecciones, como un corre-corre-que-te-pillo, con una desazón disfrazada de serenidad y cara de tener la sartén por el mango. Ni hay sartén ni mango. La autodenominada derecha de siempre, desde el gobierno, se dedica a hacer campaña post-electoral, una novedad que hay que añadir a estos nuevos tiempos. Rajoy viaja a los lugares donde quede algo que inaugurar o que reinaugurar, para decir como hay que hacer las cosas y como van a ser si ellos siguen en el poder, cada vez menos poderoso. La autodenominada derecha emergente confía en algún pacto de billar con dos bolas blancas y una roja, con carambola de fantasía y efecto sobre la banda. Mientras, su lider sigue en campaña, postulándose como si fuera la salvación esperada.
La sedicente izquierda se tropieza en sus idas y venidas. De pronto les dio por irse a Portugal, a ver como es aquello de gobernar el país la izquierda unida. No sé si aprendieron algo, pero me temo que no. Para empezar fueron ambos, Sánchez e Iglesias (cada uno por su lado) de visita en modo turista, a un país que creen que es como España porque padecimos dictaduras y comemos sardinas. Pero Portugal, que es un país pequeño, mucho más fácil de administrar geográficamente, habla portugués, que es una lengua que no entienden los españoles del Padornelo para abajo, mientras que los portugueses si hablan español y conocen España mucho más que los españoles Portugal. Nuestros vecinos salieron de su dictadura con una revolución, atípica, pero revolución, aunque la perdieran por el camino hacia Europa (como todos perdimos tantas cosas en el camino hacia el Mercado Común); España salió de la dictadura por un certificado de defunción firmado por un  equipo médico de La Paz, un mensaje en televisión en  blanco y negro y un extraño tránsito en el cual se produjo un misterio glorioso: los que antes eran franquistas, sin dejar de serlo, pasaron a ser demócratas de toda la vida. Sánchez e Iglesias –supongo– deberían entender que los socialistas de Portugal son izquierdas, no como los españoles, que dependen del tiempo, del clima, de la moda de temporada o de ocurrencias variadas; y que en Portugal existe un Partido Comunista, como había en España, que es marxista-leninista y anti europeista, y, además, una gente de izquierdas que sabe muy bien donde está su derecha, y a la que no concede más pacto que el puntual y en determinada decisiones de gobierno. Tienen además la ventaja de que hablan bastante bien el inglés (las clases cultas, digo, las que hablan también muy bien el español) y no se pierden en nacionalismos independentistas; su única independencia manifiesta es la que pretenden hacer de la Troika europea, de sus bancos y de esos “filhos da mãe”. Ambos, Sánchez e Iglesias hacen su poscampaña, apareciendo en los Medios, de cualquier ideología, a cualquier hora y en cualquier formato.
El resto, los residuales asisten al espectáculo de un país en “stand by”: mientras no haya un presidente en la Moncloa, no saben qué hacer. Unos, los que perdieron, tiran la toalla se van al paro o a sus asuntos; otros, los que no ganaron pero siguen en pie, buscan una reconstrucción, un reciclaje, aprovechar las piezas dañadas para volver a construir un partido o lo que sea (hablo de Izquierda Unida, que, curiosamente no fue a Portugal a preguntar como hace el PCP para continuar en el Gobierno y además hacer todos los años la fiesta del Avante).
Pero todos parecen continuar en campaña, de gira, como si no estuvieran seguros de que hubo unas elecciones. Nos consta que votamos hace unas semanas, y que, a continuación los ganadores iban a hablar con el rey y les decían que iban a gobernar, y el rey les decía que por él no había inconveniente. Pero las cosas ya no son lo que eran, y ni el rey Felipe recibe a los catalanes ni sabe que hacer con lo que queda; incluso ha suspendido un viaje que tenía a arabia Saudí, un país feudal que siempre se llevó muy bien con la monarquía española y con la jet-set de Marbella.
Para acabar de emborronar la poscampaña, los Medios sugieren que puede haber nuevas elecciones, y, a lo mejor, por eso andan todos pidiendo de nuevo los votos ya votados. La prensa, antaño imparcial y ahora sumisa y doméstica, lanza encuestas de dudosa veracidad y apunta posibles resultados en hipótéticas segundas elecciones que nadie se atreve a pensar que vayan a darse.
Entre tanto, con los líderes en poscampaña, la vida política se reduce al Parlamento convertido en patio de recreo donde se critica el peinado de un joven barbudo, la lactancia de un bebé, las señorías y los señoríos  convierten el hemiciclo en una plaza de abastos, donde no se encuentran sus sitios y se critica al vecindario. Muy lejos de aquel aire de casino de pueblo que imperaba hasta hace poco, donde uno se iba a echar la siesta y otra jugaba unas partidas en la tablet y que sólo despertaban cuando Labordeta los mandaba a la mierda. Se escandalizan, pero no se dan cuenta de que lo único que pasó es que entró la calle, eso que pasa por fuera de las ventanillas del coche oficial, la gente que vota, que sella la tarjeta del paro y paga a Hacienda sin posibilidad de escapar ni que la Fiscalía del Estado disculpe un pufo más o menos. Así estamos, unos, en precampaña de la poscampaña y la ciudadanía sin gobierno. Lo malo es que nos podemos acostumbrar a esto, comprobar que no pasa nada y, si funciona, seguir sin okupa en La Moncloa.

sábado, 16 de enero de 2016

La vida en el Hola

J.A.Xesteira
Hacía mucho tiempo que no leía un Hola, el quién-es-quién del glamour couché que todo cultureta niega tres veces, pero después sabe lo que pasa en la actualidad del corazón que sólo puede verse en sus páginas. Un amigo mío, de alto nivel intelectual, se confiesa lector de ese boletín oficial de la vida bella, porque dice que le funciona como laxante y diurético. Por mi parte, nunca renegué de cualquier lectura, viniera de donde viniera, pero, como en la actualidad me estoy quitando, incluso de los periódicos diarios, me encontré con que no conocía a la mitad de los personajes que brillan en un caldo de photoshops. Durante mi tiempo en sala de espera me zambullí en la filosofía del Hola (creo que lleva una admiración, pero no sé donde) Y allí me encontré con que Ana Obregón y Antonia Dell’ate en otro tiempo enemigas manifiestas por causa de amores comunes, se habían hecho amigas, se querían y posaban encantadas de su vida, con un modelo distinto para cada foto. En otra página, el conde Lecquio, el denominador común, se encontraba complacido, porque no hay nada como reconciliar el pasado en discordia. Más adelante, los hermanos Rivera, es decir, Paquirrín y los toreros, hacían lo que hacen todos los hermanos, el ganso, pero en exclusiva. Y más allá, unos cuantos famosos esquiaban en alguna parte con sus hijos, un par de famosas sacaban a pasear a sua perros, mientras María Teresa Campos posaba en su enorme casa y Bigote Arrocet nadaba en una piscina de cristal. Todo era una Arcadia feliz, un mundo de canción de cocacola, como unas vacaciones, un cumpleaños con piscina de bolas en el que todos sonreían. Realmente dan ganas de vivir dentro del Hola. Por eso permanece.
Ese mundo de las revistas de colorines existe, un poco forzado, pero existe. En el mundo de los periódicos la vida es más dura, ya lo sabemos, pero, sin necesidad de ir a extremos patéticos de la cruel realidad, en los que habitan las injusticias, las extorsiones legales de los bancos, la marginalidad de los que pagan la crisis de los ricos con su pobreza. Si nos quedamos en el medio, donde el país se suele mover entre la vida política, la económica y la liga de fútbol, nadie es feliz, nadie se junta con nadie ni se reconcilia, no hay sensación de vivir ni la chispa de la vida. El proceso electoral de Cataluña acabó en un difícil encaje, sin que las partes interesadas se pusieran de acuerdo y tuvieron que echar al candidato a la presidencia, poner al suplente Puigdemont, que es como el Tercer Hombre, alguien que sale de las sombras. Armaron el Parlament sin que el el Rey recibiera a su presidenta y se prometió el cargo con variaciones que deben estar estudiando los servicios jurídicos del Gobierno. Si los catalanes resolvieron su proceso con muchos cabos sueltos y a duras penas, el proceso constituyente del Gobierno de España va por un camino parecido. Son capaces de dejar que Patxi López sea presidente del Parlamento, que no es nada más que el capataz de la manada, pero la Moncloa es otra cosa, y ahí no se “ajuntan”. O a lo mejor, de aquí hasta el final de las conversaciones les pasa como a Ana Obregón y Antonia Dell’ate, que descubren que se quieren y tienen “más cosas que les unen que las que los separan” como pidió el presidente del Congreso. Dirá usted que, claro, las dos “ex” del conde Lecquio cobran por salir en el reportaje reconciliatorio. Bueno, los políticos también y, créanme, el no sé cuantos por ciento de los que se van a sentar en el escaño parlamentario (el porcentaje se eleva bastante en el Senado) van a trabajar menos que Ana Obregón. La primera sesión parlamentaria dio para todo, incluso para que se rasgaran las vestiduras por llevar bebés mamoncetes al escaño (yo nunca lo llevaría, puede coger allí cualquier cosa contagiosa) o por ir vestidos de forma inadecuada (es la diferencia con el Hola, que allí se sabe la moda que impera). Prevalecieron dos opiniones en la generalidad: una, que el Parlamento es cosa seria, no un espectáculo, y dos, la necesidad de salvaguardar los valores constitucionales. Dos errores de base, que parece mentira que sean políticos. El Parlamento debe ser un espectáculo serio (las señorías y los señoríos –corrección obliga– confunden siempre serio con triste), porque esa es su esencia, dar espectáculo y no aburrir con discursos mal aprendidos, pomposos y circunstanciales, vacíos como un centollo francés; los ciudadanos queremos siempre que los nuestros brillen, sean ingeniosos, abrumen al contrario, sean un  Messi desde la tribuna, porque la vida ya es muy dura de por sí, y queremos ver un poco del mundo del Hola (o de El Jueves, o un mega mix de ambos) en las bancadas que arbitra ahora Francisco José López.
Con respecto a los valores constitucionales deberían aclarar más esa cuestión. La Constitución Española de 1978 es un muerto que hay que revisar y reformar, y eso lo saben todos. No sirve, fue un apaño para aquel tiempo de transición en el que incluso las mujeres no podían ser reinas. Ahora si. Y ahora estamos en otro mundo, mucho más cruel, pero guardamos la íntima pretensión de que acabe pareciéndose al Hola, que nos lo deben. Esta Constitución debería ser cambiada cuanto antes. Y, de paso, porque todas las constituciones se copian unas a otras, podrían copiar de la original; no la Carta Magna del Rey Juan I de Inglaterra, que era una constitución para nobles, sino de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, en la que un párrafo preambular fija como derechos inalienables la vida, la libertad y ¡la búsqueda de la felicidad! Algo elemental que todos los filósofos, desde Marco Aurelio a Bertrand Russell buscaron en sus tratados filosóficos. La Constitución Española tiene más legislación que filosofía, y su preambulo no es más que buenos deseos en papel mojado. Hay que exigir un cambio constitucional y un poco de la felicidad del Hola y su espectáculo.

sábado, 9 de enero de 2016

La frágil memoria

J.A.Xesteira
La memoria, ese disco duro que suponemos que se encierra en la cabeza, dentro de los meollos más sofisticados, es más frágil de lo que pensamos. Incluso en los que pueden presumir de recordar cifras, datos, todo el saber enciclopédico que antes servía para discutir en una cena a lo largo de una sobremesa de horas y licores, y hoy, ¡ay!, ya queda fulminado con una inmediata consulta al internet del teléfono, que es la ruina de las viejas discusiones. Incluso para esos que presumen de buena memoria, la fragilidad es bien patente. Baste recordar un par de cosas, para darnos cuenta de que echamos en el olvido muy rapidamente todo lo que sucedió en el ayer más cercano. Por culpa de esa memoria quebradiza el hombre sigue tropezando una y otra vez en las mismas piedras. Unas veces tapamos la memoria de forma interesada, torticera, porque no conviene a alguien o a algo; como los centenares de cadáveres que permanecen enterrados ilegalmente en campos y cunetas. Otras veces porque alimentamos la memoria con las noticias de la prensa, y esas, las noticias, mueren al día siguiente y a ningún periodista le interesa dar la vuelta en el tiempo para rescatar para nuestra memoria aquello que fue noticia y que ya olvidamos.
Un ejemplo. Dentro de unos días, la semana que viene, se cumplen seis años del terremoto de Haití, ¿se acuerdan? Claro que se acuerdan, pero se acuerdan así, en abstracto: hubo un terremoto, murió mucha gente y se montó una campaña de solidaridad mundial de gran alcance. ¿Y qué más? Nada más. Nadie se acuerda de los detalles (dejen quietos los teléfonos buscadores) y, lo que es peor, nadie se acuerda de lo que se prometió hace seis años ni lo que pasó con la prometida reconstrucción. Veamos. Aquel 12 de enero de 2010 hubo un terremoto en el país más pobre de América y uno de los más pobres del mundo; murieron 300.000 pobres y quedaron heridos otros 350.000 más; un millón y medio de personas quedaron sin hogar (o lo que llamaban hogar en un país pobre). Inmediatamente la ayuda internacional se volcó en el desastre, como casi siempre; el Fondo Monetario Internacional –con un  presidente bajo sospecha siempre– el Banco Mundial y el Banco Iberoamericano de Desarrollo ofrecieron sumas de dinero para paliar el desastre; en todo el mundo se montaron campañas y se abrieron cuentas en los bancos para que los ciudadanos mostraran su solidaridad; todas las cadenas de televisión informaron desde el corazón de la miseria y el hambre. Y ya está. Seis años después, 800.000 personas siguen sin tener casa, el 95 por ciento del dinero que mandaron los países (sólo una parte de lo que prometieron sus presidentes en las ruedas de prensa) regresó a EEUU, a través de las organizaciones que operaron en el terreno, y el gobierno haitiano no vio un dólar de lo prometido; las cuentas solidarias en los bancos de todo el mundo fue un buen negocio para los mismo bancos, que cobraros sus tasas correspondeintes por apertura y mantenimiento de cuentas millonarias. Se desconoce el destino de ese dinero. Y Haití sigue siendo el país más pobre de América. Conviene refrescar la frágil memoria, porque siempre habrá más Haitís. El año que acaba de finalizar, en mayo, tocó en Nepal (¿a que ya no se acordaban?) y ya es olvido. Como somos olvidadizos, habrá otros Haitís y volverán a prometer ayudas y millones para reconstruir el país, y seremos solidarios con la miseria y alguien se enriquecerá con nuestra flaca memoria.
Esta semana fue el aniversario de los asesinatos de la revista Charlie Hebdó, de la que también se acuerdan. Aquel “Yo soy Charlie” que dijeron incluso los que no habían leído nunca la revista y los que no sabían que era una revista que pone a parir al mismo poder que se fotografió muy solemne en la condena del atentado. Para refrescar la memoria y recordar lo que es la revista editaron un número especial con Dios (el  Dios del triángulo y el ojo) en la portada con un kalashnikov. Una blasfemia normal en la Charlie. No sé si los grandes líderes siguen siendo Charlie en plan blasfemo. En este año pasado hubo motivos para olvidar el atentado al humor, con el nuevo atentado a las discotecas. Todos fuimos Paris después de la masacre. Y como la memoria no furrula, conviene recordar que todo esto, más lo que va a venir, con la ruptura de relaciones entre los bloques chiitas y sunitas (Irán e Irak por un lado y Arabia Saudita, Sudán y Bahrein por otro)  tiene su origen en un hecho en el que fuimos parte: las guerras primera y segunda del Golfo, con los Bushes americanos defendiendo, no lo olvidemos, ¡la democracia de Kuwait! La guerra que ahora golpea en Europa como réplica fanática de los bombardeos sirios, es la que empezamos hace años contra Sadam Hussein y no nos acordábamos. Es la misma que financia el estado islámico, Arabia Saudí, una tiranía religiosa muy amiga de los Bush, padre e hijo.
Es la misma guerra que echa al mar a los desesperados que se ahogan o deambulan por Europa, mientras los países del Mercado Común (antes se llamaba así y parece que es lo único que queda del proyecto Unión Europea) resucitan las fronteras olvidadas. El tratado de Schegen, como tantas cosas, es papel mojado. Las promesas de acogida de miles de refugiados queda reducido al confinamiento en campos de concentración, fotografías de muertos en las playas y líderes prometiendo cosas que olvidaremos mañana por la tarde.
Cada dia se prometen nuevas promesas y, según nos vaya en ello y a poco que tengamos necesidad de creer, las creeremos, pero serán olvido dentro de nada, y eso lo saben los que hacen las promesas. Andaban estos días por las redes sociales un chiste: “Un país al que hay que explicar cada año como funcionan las campanadas de fin de año, es como para preocuparse”. Es cierto, nuestra memoria es frágil, votamos a los candidatos con la memoria en blanco. De vez en cuando tendríamos que resetearnos.

viernes, 1 de enero de 2016

Autodenominación

J.A.Xesteira
Existe una regla general sobre el ser humano que dice que cuando uno se va haciendo viejo (no mayor ni senior) suele volverse más gruñón, más tiquismiquis con lo que sucede alrededor, seguramente porque la experiencia y la vida lo desinhiben y le revuelven las tripas contra la estupidez y la flojera social. Un ejemplo, la gramática de la lengua castellana o gallega (las que se usan por estas tierras) y su normal utilización en la calle y en los medios de comunicación. Por lo que respecta a la calle, no hay nada que objetar, ahí la lengua está viva, con sus fallos, sus errores y sus aciertos. Cuando pasa a los medios de comunicación, la lengua se transforma en otra cosa, y sus significados se desvirtúan. Tomemos el caso del Estado Islámico, que es citado en todos los telediarios con un “autodenominado” como añadido previo, como si para el resto del mundo no existiera. Todos los estados del mundo son “autodenomidados”, porque cada uno se pone el nombre que quiere, Estados Unidos, Cataluña, San Marino o España, primero se “autodenominan” y después, los demás les llaman así, porque al resto del mundo les importa poco el nombre que se ponga cada estado, islámico o judío (por cierto, el Estado de Israel se autodenominó así cuando ocupó los territorios palestinos que previamente habían ocupado los ingleses) Todo empieza por llamarse de alguna manera, unas veces porque lo quiere el interesado, que le gusta autodenominarse Rayo Vallecano o Rolling Stones, y otras veces porque el nombre o el adjetivo le vienen de fuera: la Saeta Rubia o los padres de la Constitución.
En el mundo de la política no vale la autodenominación –creo que ya lo dije en otra ocasión– ni vale decir que soy de derechas o soy de izquierdas o soy demócrata o soy respetuoso y tolerante. Eso hay que demostrarlo y son los otros los que lo deben decir. Ahí si que podrían los telediarios añadir el “autodenominado” para aplicarlo a los partidos de izquierdas o a los de derechas. Porque una cosa es dar-a-entender-que y otra serlo de verdad. Corrió la costumbre de que el PP eran las derechas y el PSOE las izquierdas, y con ese quítate-tu-pa-ponerme-yo la cosa funcionaba; me refiero a la “autodenominada” democracia. Pero bastó introducir un elemento nuevo (varios elementos nuevos) en la actual coyuntura para que se desmontara el tinglado. Ni el PP era, como se autodenominaba, de centro, ni el PSOE era la izquierda que un día había sido. Entraron novedades y pasó algo no esperado, que se revolvieron las aguas y nadie sabe pescar en este río revuelto, porque eran todos pescadores de aguas tranquilas. En todo proceso electoral la lógica es que los que concurren, todos con ánimo ganador, se atengan a dos cosas básicas: las reglas y las consecuencias. Las reglas vienen dictadas desde hace tiempo por unas leyes que explican como es el juego democrático y como funcionan las cosas. Las consecuencias son siempre imprevisibles, pero, dentro de las reglas, por muy complicadas y obsoletas que nos parezcan, existen los mecanismos adecuados para formar un gobierno o una junta de vecinos. Si no son capaces de seguir las reglas y aguantar con las consecuencias, es que hay mucha autodenominación y escaso peso político. Las pasadas elecciones, desde las autonómicas catalanas, han dejado un panorama nebuloso, en el que nadie es capaz de ganar porque nadie quiere perder. Es una novedad, seguramente estudiada por los politólogos (los de verdad, los que no salen en las televisiones diciendo tonterías al peso por un puñado de dólares) en nuestra escasa carrera por la senda democrática (cuarenta años no son nada a efectos políticos). El juego era simple como un futbolín: dos equipos con los jugadores atornillados a unas barras que el partido hacía girar convenientemente engrasadas. Pero ahora el juego es otro, con las mismas reglas, pero se ha convertido en juego en línea, interactivo y virtual. Y ahí se atasca la cosa. Las elecciones catalanas se estancan sin gobierno y con probable repetición de los comicios; las generales llevan un camino parecido, con gobierno provisional, pactos sin acuerdos y el rey sin vacaciones. Podemos estar así mucho tiempo. No pasaría nada, porque en las reglas del juego está previsto. Hay paises como Italia que pueden existir practicamente sin gobierno, y hay países como Bélgica que aprovecharon un año de crisis sin gobierno para pasar de unitarios a federales.
Pero los autodenominados partidos ganadores en las elecciones pasadas no saben jugar en esta “pleiesteixon” política y andan todos en la cuerda floja sobre el río de las pirañas. El partido del Gobierno espera una hipótesis extraña, con apoyos de los que les negaron en campaña, para seguir en el mando, mientras asiste al goteo de sus correligionarios encausados en delitos variopintos, como venta de cemento al Congo o cosas por el estilo. Mientras expulsa a los malditos tiene que aguantar que uno de ellos se registre como diputado sin dimitir y se les note el nerviosismo en cada comparecencia. El PSOE es un saco de gatos; todos pelean por una estrategia en la que hay más vanidades de las necesarias y no se dan cuenta de que ni ganaron ni es el momento para impartir doctrina. Los Ciudadanos se dejan querer mientras posan y se gustan, y Podemos juega su carta como si tuviera repóquer (seguramente sólo tiene doble pareja) y el resto mira y espera. Llegamos a lo insólito, preocuparse por pactar la presidencia del Congreso, que es un poder televisivo: moderar a las estrellas invitadas. Y aparecen voces que insinúan que a lo mejor habría que repetir las elecciones, como si éstas tuvieran nota de “insuficientes”
Así, visto desde afuera, los “autodenominados” partidos políticos tienen bajo el nivel de autocrítica, alto el de vanidad, pocos argumentos de verdadera política, nula capacidad de riesgo y no se le supone valor para decir las cosas como son y no como lucen mejor en el tuiter. El pueblo, para el que dicen trabajar, contempla perplejo el show y lo discute en los bares. Mientras, el mundo sigue girando.