jueves, 26 de mayo de 2011

Después de la marea

Diario de Pontevedra. 25/05/2011 - J.A. Xesteira
El domingo pasado ya elegimos al alcalde de mi pueblo o, al menos, cada uno escogió y votó. Ese acto que debería ser corriente y natural se convirtió, por obra y gracia de diversos factores extrínsecos, en algo más, impreciso y de gran alboroto periodístico. No voy a analizar los resultados de las elecciones municipales y autonómicas; no hace falta, primero, porque los resultados, ajustados al plan previsto, lo dicen todo y cualquiera puede sacar sus propias consecuencias y discutirlas en la barra del bar; y segundo, porque aún no se conocían los resultados finales y ya había una legión de expertos y “todólogos” (la expresión la tomé prestada de un catedrático) que ya lo estaban explicando todo al dedillo y, lo que es más importante (para ellos), explicando lo que va a pasar en el futuro. Todos tenemos explicaciones para nuestros gustos; los que ganaron dirán una cosa y los que perdieron dirán otra, todos se explicarán; unos dirán que el país está de una manera y otros de otra. Pero el país está como siempre: lleno de paisanos. Los españoles en general (en particular cada grupo autonómico tiene sus peculiaridades) tenemos una componente extraña a la hora de entender (si es que la entendemos) la democracia. No estamos sólo a lo que estamos, es decir, que podemos votar en unas elecciones municipales y autonómicas pero con la vista en otros horizontes y la cabeza en otras intenciones. No debemos olvidar que somos el país que echó a un rey e instauró la República con unas simples elecciones municipales, ni siquiera un referéndum; así, eligieron unos concejales y, de paso, echaron a Alfonso XIII, que vivió como un rey, especulando en Bolsa desde su mansión de Roma. El domingo elegimos al alcalde de mi pueblo, pero, en el fondo, estábamos jugando la champions entre el PP y el PSOE, que, además, ya se sabía como iba a acabar. Debe ser parte de nuestra idiosincrasia esa consideración de las elecciones democráticas como una de las bellas artes marciales y marcianas. Hay voces dolidas que afirman que el pueblo español no sabe votar, no es racional, está abotargado con telebasura y poco culturizado. Y no es cierto, el pueblo español sabe votar, como cualquier otro pueblo. Pero vota a su manera, igual que los alemanes, los británicos o los franceses. Si analizáramos a un pueblo por sus géneros musicales, y esto es un sistema de análisis tan bueno como estudiarlos desde el punto de vista de sus dietas o de sus bailes regionales, veríamos que el género musical por excelencia español es la zarzuela, que no tiene igual en todo el mundo. Una obra lírica que cuenta una historia teatral entre absurda y ridícula, gritada, cantada y acompañada de orquesta, que siempre acaba bien, con amores tópicos y personajes que no desentonarían en la telebasura. La diferencia con la ópera italiana (que define mejor a la democracia de Berlusconi) es que la italiana es igual de absurda, pero siempre acaba mal, con muertes y dramas folletinescos. Y así somos y así votaremos: como un coro de segadores otorgando el voto a unos cantantes disfrazados de señoritos mientras a su alrededor bailan danzas populares y salen un par de cómicos a poner unas risas en medio. Todavía estamos digiriendo la resaca después que haya bajado la marea. Todavía el PP está en el balcón saludando a sus hinchas, mientras el PSOE busca los pactos precisos para gobernar o impedir que gobierne el PP en los ayuntamientos. Los analistas están que no paran (hay más expertos que votos nulos y en blanco). Pero la vida ya ha dado un giro social, y eso debería ser natural. Como ha sido natural que estallara un movimiento el 15-M que se extiende como una mancha de aceite. Y no ha hecho más que empezar, aunque su camino es impreciso. Los dos grandes partidos deberían tomar nota de ellos y no dejarlos caer en saco roto. Aunque es pronto para que enfoquen sus pretensiones, lo más seguro es que de toda esa acampada surjan líderes, otros que sólo pretendan buscar un puesto de trabajo y algunos que pasaban por allí y se quedaron. Los partidos deberían tomar nota y entender el mensaje (cosa difícil, no suelen escuchar con atención, sólo el ruido y nunca las nueces) Hace falta, por el buen funcionamiento del país, que las izquierdas (sean estas lo que sean) sean “de izquierdas” y las derechas se homologuen con las derechas civilizadas. Es difícil, porque en las zarzuelas, los libretos suelen ser una chapuza, pero hay que intentarlo para que tengamos una democracia mínimamente racional y culta, y no una asamblea de vecinos del edificio. España suele ir a contrapié de Europa. Cuando el gobierno era socialista (en tiempos de González) en Europa gobernaba la derecha de Kohl y Thatcher, y cuando la época Aznar, los referentes eran Blair y Schroeder. Y todos se entendían. Ahora, la corriente europea está virando hacia no se sabe donde, y en España estamos en “stand by”. Después de la marea, por mucho que los expertos digan lo que va a pasar, todavía queda un año por delante. El movimiento social que se ha producido en las plazas y que no se puede negar que tuvo una in fluencia enorme, sobre todo en la derrota del PSOE, no ha hecho más que empezar, y ahí irán a pescar nuevas figuras los partidos clásicos. Puede que incluso surjan nuevas formaciones políticas de esa acampada modélica y ecológica, puede que incluso se recuperen viejas maneras de entender la cosa pública, puede que vuelvan ideas extraviadas con las que oponerse al capitalismo neoliberal que, no olvidemos, están en la base del desbarajuste económico por el que los delincuentes se pasean en total impunidad. Lo cierto es que todavía falta un año para que haya otras elecciones, esta vez si, las legislativas, y en un año pueden pasar muchas cosas y no cabe descartar ninguna. De la noche a la mañana cambia la vida (que se lo pregunten a Japón). Lo malo es que tendremos que soportar a toda la tropa de políticos y sus expertos adyacentes dando la vara de aquí a un año. Que venga pronto el verano, que siempre relaja la tensión. No hay nada más tranquilo que un político en bermudas.

jueves, 19 de mayo de 2011

El político moderno

Diario de Pontevedra. 19/05/2011 - J.A. Xesteira
El político moderno se ha quedado antiguo. La dinámica de estas elecciones lo ha mostrado desnudo y usando recursos decimonónicos. Eso no quiere decir que no funcione la fórmula de mitin (caro y ya inútil, sólo para contentar a los ya convencidos, y si hay regalos de mecheros, bolígrafos y pinchos) y la aparición cartelera, además de las declaraciones sobre lo malos que son ellos, lo buenos que somos nosotros y “¡vamos a ganar!”. La fórmula se quedó anticuada, y por mucho que quieran subirse al carro de Internet y “tuitear” como expertos, se les ve en la cara (la que aparece en pantalla de televisión) que no es lo suyo; su forma de vestir, con corbata o sin corbata, delatan al personaje; existe un estilo de apariencia de político, y eso no se cambia; el internauta, el “tuitero”, el que tiene sus amigos en Facebook, el que descarga pelis en e-mule se viste de otra forma y reside en la periferia de la sociedad, a donde sólo llegan los políticos en forma de sobre con el voto y una foto sonriente que dice “¡vótame!”. Métodos sobados y anticuados. Seguramente por eso se les ve ajenos a la vida en la Red, aunque aparezcan como si fueran los Enjutos Mojamutos de la Democracia. No es su sitio. Parafraseando el viejo grito del comunismo hay que decir que ¡La Red para el que la trabaja! Y esos, los que la trabajan, decidieron salir a la calle, que es el lugar natural de las discrepancias, y el domingo anduvieron pisando las calles nuevamente miles de disconformes, desencantados, cabreados, desamparados y ninguneados. Los jóvenes y los viejos que están al margen de las grandes corrientes políticas, las de un bipartidismo amparado y sustentado por una ley tan vieja como los estilos políticos, la que permite que haya dos partidos ricos, llenos de galácticos y superestrellas soportados por oscuras financiaciones. Lo dice el Consejo de Europa: España tiene los partidos políticos con mayor financiación opaca, patrocinados por bancos que prestan dineros y cancelan créditos por la cara (¿alguien sabe de algún banco que regale dinero y perdone créditos?, algo cobrarán a la vuelta de las elecciones, si no lo han cobrado ya). Lo del domingo pasado, las manifestaciones de gentes y grupos pequeños, convocados por Internet, es algo que se veía venir. No hay que desestimar nunca el poder de los pequeños, sobre todo cuando vienen de mil en mil. Los primeros brotes verdes, de verdad, se están dando en una sociedad que contemplábamos (los más viejos) apática, falta de reacción y ausente. Ante un discurso viejo y repetido de los políticos, que han sustituido la democracia por un juego entre dos, y con un sistema social que se cuantifica en dinero, no cabe otra que cabrearse y salir a la calle, a exigir lo que es nuestro, a exigir que haya una izquierda, y si no la hay, se inventa, a pedir que las leyes que no sirven se cambien, a exigir que todos los partidos políticos salgan al terreno de juego con las mismas posibilidades y las cuentas claras. Y digo a exigir, porque los derechos no se piden, se exigen. Todos esos grupos y personas ya tienen un nombre, Democracia Real, y sus exigencias son claras y poco complicadas, y pasan por cambiar la ley electoral y participación en igualdad de condiciones. Los representantes de los principales partidos, Blanco y Soraya (dos políticos con aspecto de muñecos de Pin y Pon o del Parlamento de los clicks de Famóbil) salieron enseguida a apuntarse el tanto con la conocida frase de “respetamos la libertad de expresión”, que es parecida a aquella otra de “respetamos y acatamos la sentencia del Constitucional”, como si ambas frases no fueran una obviedad; pues claro que hay que respetar la libertad de expresión y las sentencias de los jueces, no cabe otra opción, y decirlo demuestra el grado de estupidez verbal a que han llegado las clases políticas. Por lo pronto hay ya una fuerza incipiente, no controlada, pero que camina en una dirección, que pide novedades en la calle, exige ilusiones renovadas y un cambio no de pepé por pesoe (o viceversa), sino de modos y modas. De momento sólo es una fuerza internáutica de gentes airadas, como aquellos famosos jóvenes londinenses que dieron un impulso vital a la cultura británica que culminó en la era Beatle y dio al mundo unos diez años de grandes esperanzas. De momento es sólo la educada canalización del cabreo en la calle, apoyada por algunas voces que sí hay que respetar, como la del economista José Luis Sampedro, y que contó en la calle con profesores de universidad, algún empresario y gentes de peso social, no sólo cuatro chavales folloneros. Todos se han dado cuenta de que los bipartidos se han convertido en enormes maquinarias de poder, ineficaz y con alto grado de corrosión delictiva. Esa generación prácticamente perdida para la sociedad, que no encuentra su lugar en el bipartidismo anquilosado de personajes vestidos de jefe de planta, sale a la calle y pide un lugar al sol, no sólo en los lunes del parado o el prejubilado, sino en el de todos, por derecho propio. Los políticos se han quedado anticuados, se convirtieron en gestores, sustituyeron la democracia por el “mercado”, es decir, por el Capitalismo duro e impuro. Todo lo cuantifican y todo se tasa en dinero, el cine, la música, el arte en general, la vida en particular, todo es bueno si genera dinero. Hace unos días, el presidente de un país situado al noroeste del reino de España, en una visita a un departamento universitario le contestó a una licenciada, que pedía más puestos de trabajo para el departamento: “Lo que tenéis que hacer es producir más”. Por respeto a las instituciones no diré que me parece una cínica gilipollez de político, pero lo pienso. Lo malo es que el efecto no se hará notar en las elecciones, y los grandes partidos lo saben. Ahí vota la masa, ordenada, mentalizada con mentiras machacadas y repetidas. La masa que vota al bulto. Pero ya es un comienzo. De menos empezaron otros grupos enanos y algunos, como los Verdes alemanes, ya han crecido y tienen sitio en Europa. Los políticos deberían hacerse la foto vestidos de Mubarak o El Asad.

jueves, 12 de mayo de 2011

El alcalde necesario

Diario de Pontevedra. 11/05/2011 - J.A.Xesteira
Dentro de unos días elegiré al alcalde de mi pueblo. Es un decir, simplemente votaré a favor de uno de los candidatos. Los conozco a todos, es lo que tiene vivir en un pueblo. Eso es, básicamente lo que va a pasar el día 22 en Galicia. En otras comunidades eligen, además al presidente de un gobierno autónomo. No hay más, por lo menos sobre la teoría. En la práctica todo se ha convertido en un circo de partidos y acusaciones variadas con vistas a poseer el poder que se jugará dentro de un año. Un hecho tan simple y democrático como la renovación de personas públicas se convierte en una lucha de esperpentos, una confrontación casi infantil de ver quien la tiene más grande y acusar al contrario de una amplia variedad de delitos. El caso es que con todo esto, soy reacio desde hace años a tener que escribir (materia casi obligada) de las elecciones, en cuanto estas se presentan en las paredes y en los periódicos. Es un tema al que recurrimos todos los que llenamos un espacio de comentarios en prensa. Y, la verdad, me aburre volver una y otra vez al mismo juego de mediocridades sacando pecho como auténticos gladiadores de las libertades, las mismas acusaciones del “y tú, más” de siempre, la misma propaganda que atonta a la masa, convenciéndola de que todos los males son obra de fulano o mengano. El circo se mueve otra vez, coloca sus carteles en las vallas, en los postes, en las paredes, y desde ellos nos sonríen caras que conocemos en muchos casos y que no tienen nada que ver con esos indigestos eslóganes con que nos tratan de convencer de que ellos son los indicados para gobernarnos. Entran en campaña haciendo cosas que nunca harían si no estuviera dentro de un guión ya establecido: besan a niños con mocos como si fueran sus hijos; van al mercado como si fueran habituales en la compra de la faneca; reparten folletos en las calles como si fueran parados que anuncian “Compro Oro”; se desabrochan los dos botones de arriba de la camisa (sin corbata) para subirse a un escenario como si fueran estrellas del rock, entre banderitas de su partido; se muestran en las televisiones con vídeos grabados por sus cámaras, como el reportaje de una boda, que muestra el lado bueno de la novia; dicen frases ingeniosas en los periódicos, previo filtro del cuestionario que hay que mandarles, porque no se arriesgan a un directo ni a una entrevista periodística de verdad. En suma, es el mismo espectáculo que tratan de vender desde hace años como democracia, pero que no es esto. Por eso me resisto cada vez más a volver a escribir de las elecciones, como una obligación impuesta, como aquel ejercicio de redacción sobre la primavera que cada año nos ponían en la escuela como deber para casa. El sistema democrático flojea, cojea y renquea. Conviene cambiarlo desde hace años. Quizás nació con demasiada debilidad, un poco por la derecha de aquel entonces, que se subió al carro porque no quedaba otro remedio (Franco no era eterno, se comprobó, pero alguno de sus ministros pasó directamente a la senda constitucional), otro poco por la izquierda de aquel entonces, que cedió y siguió cediendo todo lo que había conseguido en la clandestinidad. Son los polvos que seguramente traen ahora los lodos de un sistema electoral defectuoso, en una sociedad claramente capitalista neoliberal, en un estado dependiente de Europa y sus problemas. El sistema y sus leyes democráticas reduce las elecciones a una liga con dos superequipos, con finanzas poco claras, poco controladas fiscalmente y que generalmente acaba en deudas condonadas. Existe una desigualdad clara de salida, los ricos ganan, los pobres hacen lo que pueden. Una vez en juego, todos pierden el pudor, anuncian soluciones para problemas que arrastramos desde los reyes católicos (o, como solemos decir en Galicia, desde “o tempo dos mouros”); se miente descaradamente y sin empacho sobre cualquier asunto, sobre las decisiones del Tribunal Constitucional (ese “respetamos y acatamos” que siempre suele salir cuando no les gusta nada la decisión judicial no es más que una expresión hipócrita con derecho a pataleo); se miente y se repite la mentira para que cale sobre la opinión pública, una opinión adormecida, poco razonable y crítica, que ya no piensa por cabeza propia. Por eso me resisto (sin remedio) a volver otra vez a escribir sobre las elecciones, aunque sean para alcaldes. Nos esperan unos días en los que se van a ver pocas cosas dignas de aplauso. No hay más que descalificaciones y pocas ideas. Desde hace años se instaló la noción del regidor gestor. No político. Se ofrecen al consenso popular como buenos gestores, y lo venden como si eso fuera bueno. Y no. Los gestores se contratan, y los hay muy buenos, pero los regidores se eligen, tienen que ser políticos, llevar a la práctica sus ideas para beneficio de todos, para mejorar los pueblos más allá de la pura obra pública, más allá de la inauguración con placa en la pared, más allá de la promesa del “vamos a hacer...”, más allá de la promesa retórica de que “nosotros somos honrados, no como ellos...”, que no es más que una obviedad innecesaria. Nos esperan tiempos en los que nos vamos a empachar del espectáculo itinerante de los políticos, con el horizonte del 2012 a la vuelta de la esquina. Me resisto una vez más a tener que hablar de unas elecciones tan simples que consisten en que elija de entre unos cuantos vecinos míos, a los que conozco, al alcalde de mi pueblo. Aunque parezca que en realidad se elige el destino de nuestra democracia. Si hace unas semanas hablaba de una película española con alcalde de Berlanga, me van a permitir que cite otra película española ya mítica, “Amanece, que no es poco”, en la que el pueblo elige democráticamente no sólo al edil, sino también al cura, a la puta, al maestro y a seis adúlteras. Si les parece surrealista es que no han visto la actual campaña con los mismos ojos. De hacerlo saldrían a la calle y dirían la frase de la película: “Alcalde, todos somos contingentes, pero tú eres necesario”. Pues claro que sí.

jueves, 5 de mayo de 2011

El mundo más seguro

Diario de Pontevedra. 05/05/2011 - J.A. Xesteira
Ya nos habíamos olvidado de la existencia de Osama Bin Laden cuando, de repente, y creo que no de forma casual, asistimos a una operación en directo de las fuerzas de Rambo VI contra un chalet de lujo en Pakistán. El resto ya no se lo cuento, está por ahí, en todas partes. Bin Laden ha muerto y su cadáver fue arrojado al mar para evitar peregrinaciones a su tumba (¿se imaginan un Xacobeo musulmán hacia la tumba de Bin Laden?) Nada más matar al más buscado de los terroristas, aparece en pantalla, con el estilo habitual diseñado para televisión, Obama para hablar de Osama. Anuncia su muerte y deja caer su frase (no hay presidente americano que se resista a dejar una frase para la historia): “El mundo es ahora más seguro”. Y a continuación todos los expertos mundiales corrieron hacia sus tertulias televisivas o radiofónicas a desmenuzar la noticia, hacer sus propias frases y anticipar el futuro. Las madrugadas de televisión están llenas de grandes estrategas de la política mundial, que van dejando paso, según avanza la hora, a una variopinta colección de videntes, echadoras de tarot o consultoras de horóscopos; muchas veces los mensajes de todos ellos se confunden. El proceso no se detiene, y a todo eso siguen las declaraciones de todos los políticos del mundo; todos celebran que haya caído Bin Laden, felicitan a Barak y respaldan la tesis de que el mundo es más seguro. Pero aquí hay matices; en general les importa poco que lo hayan matado, cada uno tiene su propio problema en casa, con la crisis, elecciones a la vuelta de la esquina y demás preocupaciones propias; además, saben, como cualquiera con dos dedos de frente, que matar a Bin Laden no va a resolver el problema de fondo, y que los atentados no van a parar porque hayan matado al hombre del turbante y el kalashnikov. Su muerte le ha venido bien a algunos (bastantes). Por un lado, al presidente americano, que no consigue introducir ninguna de las reformas que prometía, le sirve para subir puntos, en una sociedad (la americana) altamente fanatizada, inculta, radicalizada y muy poco informada, que se rige por principios estadísticos que afectan a la credibilidad y popularidad de sus mandatarios, según encuestas. También ha venido muy bien para aquellos que andan a trompicones con la crisis económica y sus consecuencias, y a los dirigentes de varios países árabes, que tienen un motivo para distraer a sus ciudadanos de los problemas mucho más serios con los que se enfrentan en las calles. Probablemente los servicios de inteligencia americanos, que tiene sus fallos (el 11-S, por ejemplo), sabían desde hace mucho tiempo donde estaba el más buscado de los enemigos, pero, también probablemente, esperaron hasta que se diera el momento más oportuno, más rentable políticamente para cargarse a Bin Laden. Esa fecha fue esta semana, con la popularidad del presidente Obama en mínimos, con el patriotismo en alza pidiendo carnaza (repito una vez más la frase de Samuel Johnson: “El patriotismo es el último refugio de los canallas”) y la economía controlada por los terroristas de traje y corbata, mucho más dañinos que los de las bombas, el ataque le viene como pomada en la quemadura, un respiro y los americanos con banderitas gritando vivas en Times Square y la Zona Cero. Dentro de unos días pasará la euforia y aquí no ha pasado nada. Los países árabes, que acogieron la noticia con bastante indiferencia, saben que su problema es otro, en el que también andan metidos los países de Occidente, España entre ellos, y que tiene una solución mucho más difícil, que no se arregla con un asalto a un chalet por las fuerzas peliculeras del Ejército Americano. El mundo árabe anda metido en otros fregados, en los que un atentado con bombas ya es cosa ordinaria. El conflicto de una amplia región es más complejo del que pueda entenderse en una tertulia de expertos, nunca se resuelve en el fondo y causa más muertos y más miseria de lo que se puede prever desde el mensaje presidencial de una pantalla. Se les llama terroristas desde el punto de vista de Occidente, pero si preguntamos en el otro lado del conflicto, veremos que para ellos los terroristas son los invasores y los títeres que gobiernan sus países (véase Karzai y Afganistán). Y en ese estado de cosas, posiblemente ninguno tenga razón en llamar terrorista al otro, o, a lo mejor, ambos la tienen. El caso es que un conflicto no se resuelve con la muerte del icono, del líder. En alguna tertulia se ha comentado el paralelismo con la muerte del Che Guevara. Nada que ver, ni en las circunstancias ni en el tiempo vivido. Bin Laden, además de multimillonario, gran conocedor del funcionamiento del mundo capitalista (de sus amigos de otros tiempos), vivía en la era de las televisiones por satélite, de Internet, y ordenaba sus golpes en todo el mundo. Ernesto Guevara era un guerrillero, pobre y perdido en una selva, sin más contacto que el de los aldeanos de Bolivia. Bin Laden era un pragmático, Guevara era un romántico. Pronto serán iguales en las camisetas de todo el mundo. Los dirigentes mundiales saben que el problema continúa y, posiblemente en la próxima temporada se agravará con algún atentado de Al Qaeda, es lo que manda el protocolo. Más importante es el hecho de que Suiza esté revelando las cuentas secretas de los dictadores árabes, los que hasta hace días eran sus clientes privilegiados, con los que hacían negocio y a los que beneficiaban con su sistema bancario. Como es importante el hecho de haber ignorado el derecho internacional, los derechos humanos y unas cuantas cosas más con tal de que los medios queden justificados por el fin. Vale todo con tal de ganar, incluida la tortura. El resto es especulación trivial de los grandes expertos, que sólo adivinan el porvenir cuando el porvenir ya es pasado. Ernesto Sábato, fallecido reciente, afirmaba que el ser humano es el animal más siniestro de la Naturaleza. Nos comportamos como bichos comiéndonos unos a otros, destruyendo todo lo que tocamos. El mundo nunca será un poco más seguro, el mundo siempre es incierto e imprevisible. Eso no hay experto que lo arregle ni comando que pacifique.

domingo, 1 de mayo de 2011

Todo en la red es pescado

Diario de Pontevedra 28/04/2011 - J.A.Xesteira
Cuando Barak Obama ganó las elecciones, estrenando el mundo de las redes sociales como arma electoral, en la que se movía con habilidad, y sostenida por un equipo competente de expertos en redes sociales, ya se veía venir lo que vino. El camino quedó abierto para que todos los políticos de este mundo se vieran en la necesidad de tener perfil y frente en Facebook o Twitter, y abrir el cupo de amigos a la inmensa mayoría de votantes, que encontraron en la pantalla de su ordenador una ventana hacia el político que, quieran o no les va a gobernar (bien o mal) por una temporada. A partir de Obama , que se convirtió en una estrella de Facebook, con 19 millones de seguidores, cambiaron muchas cosas (no precisamente las que prometía el primer presidente negro de los USA). Todos los equipos de todos los políticos del mundo, desde los presidenciables de las grandes naciones hasta los candidatos a alcalde de pedanías de cien habitantes, supieron que hay que estar en la Red, porque a los mítines ya solo van los fieles (y eso si hay pinchos y bebidas). Las próximas elecciones del mes que viene serán una piedra de toque para esta nueva situación. Un experimento inicial tuvo lugar en las elecciones catalanas, donde ya los candidatos aparecían en Twitter para comunicarse con el mundo exterior. Pero ahora ya están todos metidos en harina, trabajando las próximas municipales y autonómicas pero con la mirada puesta en el más allá, en las generales que, previsiblemente, se celebrarán el año que viene. Dicen los expertos (ustedes pueden creerlo o tomarlo con las reservas habituales) que Mariano Rajoy está en la primera posición del listado de políticos españoles conectado a las redes sociales, por delante de Esperanza Aguirre. Pero, como podemos suponer, ni el uno ni la otra van a estar dedicados todo el día, como si fueran alumnos de instituto, “tuiteando” con el primero que se le ocurra hacerle una pregunta. Los famosos 140 caracteres de que disponen, llevan su tiempo, y, a juzgar por sus múltiples ocupaciones parlamentarias, de partido, familiares y las propiamente fisiológicas, nos hacen pensar que todos los políticos tienen personal contratado (“negros”, en la jerga literario-periodística) que les contestan y les mantienen sus cuentas. El caso es mantener la pantalla abierta y hacer campaña, al tiempo que podemos ver fotos de primera comunión, de las últimas fiestas o de los amigos de la mili. Los políticos están en las redes sociales, en parte por consejo de sus asesores (no queda otro remedio si se quiere llegar a los que van a votar) y en parte porque si no lo haces, no estás a la última, no eres moderno, la fecha de caducidad del que no se incorpore a las nuevas tecnologías es más corta que la del yogur. Pero esa necesidad es, al mismo tiempo, un peligro que la clase política conoce y teme como a la vara verde, porque las redes son transparentes, cercanas, y lo que se pone y sale a la red, ya no tiene vuelta atrás, no vale decir “yo no dije eso”, todo está ahí a la vista de millones de personas. No está suficientemente claro que el experimento sea útil, y los políticos lo saben, y salvo excepciones, se meten a la red porque no queda otro remedio. Ni los mismos expertos se ponen de acuerdo; unos aseguran que el político tiene que arriesgarse a jugar su credibilidad en internet si quiere ser alguien no ya con futuro, sino ya con presente; para otros, sin embargo, estar en la red no es sinónimo de ganar presencia ni de hacer que despierten interés entre los jóvenes, los mayores usuarios de Facebook o Twitter, las estrellas mediáticas. Así las cosas, tenemos que están el la red, porque no les queda otro remedio, pero, en el fondo, no les hace ninguna gracia. Lo paradójico es que, de momento, los beneficios no se ven por ninguna parte; los políticos ni son más queridos ni más seguidos por andar en pantalla, y se calcula que un 78 por ciento de españoles no sigue a ningún político en las redes sociales. ¡Que no darían los candidatos por seguir con el viejo estilo de besar un niño, dar la mano a la pescantina, tomar unas cañas con los parroquianos, subirse al mitin ya repetido desde la noche de los tiempos, y sonreír desde el cartel, retocado de fotoshop, en el que siempre pintan bigotes y pegan chicles como mocos! Pero los tiempos mandan, y los candidatos están donde les dicen que tienen que estar. Los partidos tienen ya sus gabinetes de relación con los internautas, tienen sus expertos contestadores en red y han elaborado incluso normas para no cagarla. Saben que un patinazo en la red es un espectáculo inmediato en Youtube, donde se cuecen todos los esperpentos y barbaridades del ser humano en estado de metepatas (Aznar es todo un superstar, con sus actuaciones en inglés y en vino de Rueda). Saben que no tienen que dejarse provocar por los “trolls” que están al acecho para hacer que un candidato (o su negro) se despiste y diga lo que no debiera. Saben que tienen que mantener un lenguaje correcto, bien escrito, pero, al mismo tiempo franco, desenfadado e, incluso, gracioso. Un difícil equilibrio en el que más de uno dirá algo que no debiera (el ser humano es así) y convertirá la campaña en la repetición de la metedura de pata. Es difícil, porque la Red es útil para los políticos, pero, al mismo tiempo, es implacable, libre, abierta y gratuita. Ahí no vale la imagen variable: ahora de traje y corbata a la moda parlamentaria, ahora de camisa y cazadora (siempre dentro de un orden) según la circunstancia, como los viejos recortables infantiles. Ahí el emperador está desnudo, cubierto únicamente por sus palabras, que lo mismo nos pueden ayudar a avanzar que nos dan la puñalada. El drama, o la tragicomedia, está en el hecho de que (según los expertos en redes) es que la gente que participa en Twitter tiene la percepción de que tanto PSOE como PP (que son los caballos de batalla) sólo arman ruido entre ellos y no hablan de temas interesantes ni cercanos. Este hecho se percibe sin necesidad de acceder a Internet, basta con asomarse a las noticias diarias, en las que vemos a los dos partidos más atentos a la rivalidad que a los administrados, que somos solamente un telón de fondo, una masa de amigos a los que contar cosas en el ciberespacio.