viernes, 28 de septiembre de 2018

Extraño en el paraiso

J.A.Xesteira

Cuando se trata de hablar de España (o de cualquiera de sus partes) enseguida nos surje el chauvinismo y presumimos de ser el mejor país para vivir en el mejor de los mundos posibles. Pero, que quieren, cada vez me encuentro más extraño en el país que figura en mi pasaporte y en el pequeño país que figura en mi tarjeta del Sergas. Me siento como aquel escritor, que decía haber nacido en Extranja y por eso era de nacionalidad extranjera. Cada vez me siento más extranjero en mi territorio y, lo que es peor, cada vez me siento más extranjero en este mundo, en esta sociedad que yo, en mi infinitésima aportación he contribuido a construir. No me encuentro, me muevo entre marcianos que aparecen en la televisión, que es la ventana indiscreta a la que asoman zombies que quieren ser famosos durante el tiempo que dura un eructo (es la medida temporal que corresponde a la calidad de lo emitido por televisión). Mi generación ha perdido la guerra después de haber ganado todas las batallas; creímos que las palabras libertad, democracia y derechos humanos eran el escudo que nos resguardaría de todos los males, de los extremismos y las dictaduras. Pero no, el Comunismo que sólo fue un experimento dictatorial ruso, desapareció y en su lugar quedó el Capitalismo, que es un mónstruo que se adapta a cualquier imagen, incluso al comunismo si hiciera falta, para seguir siendo el mismo devorador.
Me asomo al mundo y veo que aquellas fronteras que estaban marcadas entre  países son ahora más marcadas y mas sutiles, las barreras del rico y el pobre; y avanzan incluso dentro de nuestro propio territorio. La emigración que nadie puede parar (prefieren morir antes que quedarse en sus paises y eso no lo para nadie) ya ha encontrado a los viejos fascismos preparados para ponerles nuevas fronteras, disfrazadas de democracia y de Europa; el fascismo de las nuevas derechas se reconvierte y se viste de progreso (los populistas siempre son los otros); incluso la ministra socialista ya defiende el control de fronteras y una emigración regulada. El mundo está totalmente “on line” y para lo único que sirve es para mostrar nuestra cara más cruel, nuestra estupidez más agresiva y nuestra indolencia ante la maldad. Mientras, la Gran Multinacional Vaticana maneja sus asuntos económicos con la habilidad habitual (al respecto me remito al evangelio de Marcos, cap.11,ver.17) se suceden los casos de pederastia escondidos por los obispos (los últimos, de Alemania hablan de 1.670 sacerdotes violadores, que quisieron tapar su crimen con indemnizaciones de 5.000 euros –se une el cinismo a la violencia– y que acaba en un perdón vaticano, una hipocresía sin mayor trascendencia) y en España se producen juicios teológicos por insultar a un dios del que llevamos siglos discutiendo su existencia (han conseguido el regreso al franquismo bajo palio con multas por blasfemia y que un actor botarate se convierta en un Shalman Rushdie) por ofensas a los dogmas y a las inclinaciones religiosas de unos abogados. Con todo, nada es comparable a la desfachatez mentirosa de los políticos que niegan que las bombas que vendemos a los árabes maten a niños, porque son inteligentes (las bombas, no los políticos que nos cuentan cuentos, ni los ciudadanos, que nos los creemos y miramos hacia otro lado) Y veo que día a día siguen muriendo mujeres y niños en la cocina de sus casas, los crímenes domésticos calificados de violencia de género, que los que gobiernan la sociedad solucionan con dos medidas: una orden de alejamiento (si hay denuncia formal y el juez de turno la tiene en cuenta, cosa que a veces si y a veces no) y un minuto de silencio. Dos soluciones que son como curar el cáncer con tiritas.
Pero vivimos en un paraiso si vemos a nuestro alrededor: la gente come churrasco en la televisión de este país gallego, en el que sólo hay fiestas y comida; es un paraíso cuando vemos las televisiones convertidas en no-dos (los más jovenes consultar la palabra en Google) en donde todo el mundo sonríe, incluso los políticos, felices de ser enemigos sonrientes. Pero aún en el paraíso hay protestas; los pensionistas se cagan en lo mismo de Willy Toledo por causa de sus pensiones, y lo dicen a gritos delante del Pacto de Toledo, un acuerdo firmado hace 23 años, en tiempos en los que no había ni Twitter, y que no se revisa por si se rompe. Y los salarios del paraíso son cada vez más raquíticos, acordes con los contratos y las condiciones laborales; me refiero a los salarios de los de la llamada clase media, en la frontera ya de pasar a la lista de solicitantes de Cáritas; los grandes sueldos ni sienten ni padecen; crece la banca que un día rescatamos con nuestro dinero (y que nunca devolvieron) mientras despiden a los trabajadoeres bancarios de mil en mil.  Hasta el Ejército, siempre a las órdenes, reclama aumento de sueldo y solución a su contrato temporal (a los 45 años pasan a ser jubilados especiales, con una pensión de 700 euros) Pero en este paraíso, la pareja real colocada aquí por aquel que mandaba en España por la gracia de Dios (¿será el mismo dios de Willy?) y que colocó al Emérito en el trono, no come del arbol de la ciencia, se limita a subirse el sueldo en 11.000 euros, porque los gastos de palacio son cuantiosos y su trabajo bien lo merece.
Pero de todo lo que me hace extraño en este paraíso, lo más doloroso fue leer esa noticia, perdida entre toda la información mal contada en los Medios: ese matrimonio anciano que durmió dos noches en un parque de Oviedo por quedarse sin dinero y sin casa. Cuando la vergüenza supera la indignidad de una sociedad que permite leyes injustas, aplicadas por un sistema injusto que echa a la calle a dos ciudadanos que prefieren el silencio a la humillación, es que este paraíso está perdido. Por eso me siento extranjero aquí, y no sé si pedir asilo politico en Viana do Castelo.

viernes, 21 de septiembre de 2018

Los grandes inventos del tebeo

J.A.Xesteira

Antes de la era digital, mucho antes, quizás en la prehistoria de las plumas estilográficas, había unos tebeos que se llamaban TBO (de ahí les vino el nombre a todos los tebeos) en los que, entre personajes que pasaron a la historia de España, había una sección infantil que se llamaba “Los grandes inventos del TBO, por el profesor Franz de Copenhage”. Eran unos inventos humorísticos que no servían para nada y siempre ocupaban grandes maquinarias en obtener resultados mínimos. Aquello dio título a todos los inventos inútiles que consumen grandes energías y estructuras para obtener poca cosa. Pero eso pasaba en la era de antes del bolígrafo, porque en la era digital los que hacemos la Historia de España (la de verdad, la que hacemos cada día los ciudadanos contributivos y no los grandes generales de las guerras que nunca ganamos y de los reyes que siempre hemos soportado) contemplamos –y pagamos– grandes inventos del tebeo que siguen sin servir para nada, pero que, sin saberlo, sospechamos que están forrando a alguien (o “alguienes”) simplemente por el sistema de hacer una ley que obligue al uso del gran invento del tebeo.
Todos recordamos aquella gran película de Berlanga titulada “La Escopeta Nacional”.Nos contaba como un fabricante de porteros automáticos, interpretado por el gran Sazatornil, pagaba una cacería para poder hacerle una propuesta al ministro de Industria: declarar obligatorios por ley los porteros automáticos. El industrial se forraba, el ministro (y su partido) se forraban, y toda España estaría invadida por ley de porteros automáticos. En la película, la cosa era  cómica, pero en la realidad, pueden cambiar los porteros de Saza por otras muchas cosas de uso obligatorio que hace rica a una industria y, sospechamos, a todos los personajes afiliados al “que-hay-de-lo-mío”, y que hacen leyes a mayor beneficio del lado oscuro de la política, y en el que suponemos deben estar metidos muchos de los que usted y yo podemos suponer. Imaginemos, por ejemplo disparatado, que se aprueba una ley que obliga a todos los ciudadanos a usar un sombrero verde fosforito y nos venden el invento como que es una cosa buena para nuestra seguridad, porque así no nos da el sol en la cabeza y nos distinguen a lo lejos. Al momento sospechamos que aquí se forran los fabricantes de sombreros verdes y los que hacen las leyes.
Como una cosa lleva a la otra, ¿quien inventó los máster obligatorios, caros e inútiles? Probablemente los mismos que inventaron y se sacaron una ley obligando a ponernos un cinturón de seguridad en los coches, a usar bombillas de bajo consumo, a pasar los vehículos por las ITV, a llevar a los niños sentados en el coche en una silla “homologada”, y, ahora mismo, a renegar del diésel, un combustible que hasta ayer por la tarde era barato, beneficioso y útil, y que mañana por la mañana será altamente pernicioso por ley. Son grandes inventos amparados por leyes que hacen ricos a los fabricantes de los inventos y a los fabricantes de las leyes, más los poderes ocultos, que manejan unos hilos invisibles que suponemos que mueven a los muñecos.
El coche siempre fue objeto de leyes “para nuestra mayor seguridad”. Primero fueron los cinturones obligatorios y la vigilancia de radares y demás artefactos, después vinieron las sillas de los niños en la parte de atrás (cada niño “consume” tres sillas: la de sus papás y las dos de los abuelos, paterno y materno); los coches se iban llenando de inventos obligatorios por ley y multables por ley; el diésel era un combustible más barato. Todo era por nuestro confort y seguridad. Pero todo es una verdad, cuando menos, cuestionable; no hay menos muertos en las carreteras por el cinturón y por las sillas, y el diésel empezó a ser contaminante cuando los amos del petróleo derivaron sus ganancias hacia otros intereses. Las multas son las mismas. Ahora reinventan las ITV, unas oficinas controladores de cosas que perfectamente podrían hacer cualquier taller mecánico homologado, pero que, al centralizarlo por ley, pueden manejarse mejor (recordemos el asunto de Pujol hijo y las concesiones de ITV, el poder siempre inventa)
Nos vendieron el invento de las bombillas de bajo consumo, más sanas, baratas, duraban más y consumían menos. Después vinieron las halógenas con otros argumentos. Ahora estamos en las bombillas led, pero nuestro recibo de la luz crece sin parar. Y en el país del sol y el viento seguimos consumiendo energía fósil, carbón y petróleo y nuclear. Por ley.
Y ahora estalla el gran invento de los máster. Los que fuimos universitarios del Mayo del 68 lo teníamos claro: se acaba una carrera, se licencia uno y ya está. Pero un buen día aparece un fabricante de porteros automáticos y dice: ¿por qué no metemos por ley la obligación de que cada alumno realice un máster? Dicho y hecho. Amparadas por la ley aparecen al instante empresas de dudoso academicismo para vender unos títulos carísimos e inútiles a la medida. Y los estudiantes que antes acababan con un título universitario se creen la mentira de que necesitan además un máster para encontrar un empleo de mierda en el que el único requisito es aceptar un salario de mierda. Vendieron el burro ciego de que el posgrado en forma de máster era importante para especializarse y sustituyeron el antiguo CAP gratuito por un caro máster para presentarse a unas oposiciones iguales a las de toda la vida. El gran negocio de los máster, que las universidades privadas manejan con la impunidad semidelincuente del que tiene la ley agarrada por sus partes, se acaba de revelar como un dispensador de titulos a la carta, un chamarileo de asignaturas amparado por una ley hecha (a lo que se ve) para estafar al alumnao cada vez más atontado por los títulos y los curriculum. A no ser que seas político audaz; en ese caso se te conceden los máster que haga falta para embellecer tu perfil en las redes sociales. A fin de cuentas, ¿que es un politico actual? Un perfil en la red, nunca una imagen de frente.

viernes, 14 de septiembre de 2018

Cosas que pasan y pasaban

J.A.Xesteira

Siempre suceden cosas que antes no pasaban. Y suceden otras que siempre pasan de la misma manera. Para los que contemplamos el espectáculo tragicómico, a veces esperpéntico y a veces circense, del mundo, desde la altura que nos da el tener líderes políticos de la generación de nuestros hijos, podemos hacer repaso. Hay cosas que antes no pasaban, como el hecho de tener dos reyes subvencionados sin rentabilidad conocida (con uno, caso de necesitarlo, ya era suficiente), la degradación del mundo natural por culpa de nuestra propia estupidez (se veía venir) o una serie de pequeñas pero importantes novedades de la vida: alquilar pisos en plan subasta, a la nómina más alta o al que presente contrato de trabajo más sólido (al final los pisos sólo podrán ser alquilados por turistas de paises ricos y por los ricos de países pobres, el resto podrá vivir en barracones o viviendas-nicho); preocuparse por los inmigrantes que nos vienen del sur y no preocuparnos por los emigrantes que enviamos al resto del mundo después de gastarnos en ellos mucho dinero para que vayan por la vida con un título de dóctor debajo del brazo; sobre todo hay una cosa que antes no pasaba, y es la apatía estúpida de conformarnos con lo que hay, la contemplación de una política de sinsentidos, amparada por trabajadores resignados y sindicatos pancistas. Mientras, suceden cosas, los dos partidos grandes juegan a ver quien es más guay; el PSOE, que un tiempo fue izquierda marxista, se mete en jardines imprevistos y le aparecen másters envenenados de la Juan Carlos I, la universidad que tiene un nombre adecuado para estos menesteres de ventas de honores y títulos, como la monarquía: en su nombre te pueden hacer duque o dóctor en políticas. El Gobierno va perdiendo personal por el camino, y el PP, que siente en la nuca el aliento del agente naranja de Rivera, adopta una línea estalinista: suprime de las fotos a los caídos en la purga, Santamaría y Cospedal son borradas de la escena para mayor gloria de Casado, un joven cuyo nivel no pasa del twitter. Y el resto puede contemplar como la extrema derecha es el fantasma que recorre Europa y crece para ocupar el vacío que dejó un día la izquierda progresista; y aquí la esperan de un día para otro para restaurar la momia del Valle de los Caídos (sería mejor dejarla allí, usar la Gran Cripta como desván y llevar, de paso, algunas antiguallas inservibles más: el Senado, sin ir más lejos).
Vuelven a pasar cosas que ya pasaban. Vuelven los reyes Felipe y Leticia a llevar sus niñas al cole (con lo cual les queda una aparición protocolaria menos, un trabajo menos, también) y vuelve algún periódico a recordar aquel 11-S de las torres gemelas, y vuelven todos los periódicos a olvidar aquel otro 11 de Setiembre (45 años hace) en que el presidente de Chile, Salvador Allende, fue asesinado, junto con miles de personas, en un golpe de estado organizado por Estados Unidos y los militares chilenos. Pasan cosas nuevas, como que de repente descubrimos que les vendíamos armas a Arabia Saudita para matar a los infelices que no pueden escapar en una patera. Y se monta otro follón, porque los árabes, que disfrutan de Marbella y llaman primo al rey emérito, encargan un paquete de fragatas con bombas contra civiles. Es una oferta que nadie puede rechazar, porque Navantia, una empresa pública, podía quedarse sin el encargo, los árabes son así: queremos bombas y barcos. Y los obreros de Cádiz dicen que ellos quieren trabajo (los obreros que fabricaron las bombas no dicen nada); incluso el alcalde de Cádiz, de Podemos, Kichi, se pone en plan “Armas o comida”, que es el mismo argumento que utilizan los narcotraficantes del Campo de Gibraltar, un fin que justifica cualquier medio. Al final, el Gobierno se viste de defensor del libre comercio y mantiene la venta de armas y barcos, total son para matar inmigantes en su origen y resolver un problema antes de que se produzca. Son cosas que antes no pasaban y el Ministerio de la Guerra nos recuerda que su utilidad es fabricar y vender material bélico.
Y en esto estamos cuando el rey Felipe cumple con otro de los trabajos fijos que tiene cada año: presidir la apertura del año judicial. Y bajo su seria mirada, jueces y fiscales arremeten contra el independentismo catalán mientras enarbolan la Constitución como si fuera inspirada por Jehová en el Sinaí y no por unos cuantos políticos de la Transición que tuvieron que tragarse varios sapos para que colase un texto. No es nada nuevo, es una de las cosas que pasa siempre la de recurrir a la Constitución y su poder curativo. En este acto togado, de personajes vestidos como viejos magos de la tribu, se dijo que la Constitución es la ley y la ley está por encima de todos. Y está bien dicho, pero no es cierto. Cuando se aprobó aquella Constitución se aprobaron unas reglas de juego que se sabia que no podían ser definitivas, se nos vendió con un mal necesario, y en realidad no era más que una lista de deseos. ¿Todos los españoles somos iguales? Si, pero como en la granja del libro de Orwell, unos son más iguales que otros, y el rey, además es inviolable y puede hacer lo que le de la gana. ¿Se garantiza la libertad de pensamieno y de expresión? Si, menos para, por ejemplo, los militares, que siguen fieles en su viejo discurso: les pagan para no pensar, y si alguien (pienso en mi amigo, el cabo Marcos, con expediente disciplinario por expresar opiniones) se le ocurre decir lo que piensa, no hay Constitución que lo ampare. ¿Tenemos derecho a una vivienda digna, a un puesto de trabajo, a un salario razonable…? Hombre, la cosa sería de risa si no fuera en serio. La Constitución fue una cosa que pasó hace años. Ya es hora de cambiarla, después de cuarenta años de uso, abuso y con la obsolescencia programada. Como una lavadora vieja. Pero nadie se atreve a hacerlo

viernes, 7 de septiembre de 2018

Las "P" y puntos suspensivos

J.A.Xesteira

La primera palabra que un niño español busca en el diccionario suele ser la palabra “puta” y el resultado siempre es el mismo: ver “ramera”; una vez visto “ramera” sabemos que es una mujer que hace negocio con su cuerpo, con lo cual todos los niños españoles nos quedábamos siempre como estábamos y ello demuestra que los diccionarios españoles no están hechos para niños (y si vemos y oímos lo que se lee y escucha por ahí, los diccionarios  son onjetos en desuso, elementos ajenos a los Medios y al ciudadano que cada vez escriben y hablan peor). En un viaje por Italia, uno de mis nietos, niño de primaria, me pidió un pequeño diccionario italiano-español para hablar con unas niñas con las que jugaba; la primera palabra que las niñas italianas quisieron ver era como se decía “puttana” en español, con lo que queda demostrado que en el principio del verbo es lo mismo en todo el mundo. Es una palabra variable, polivalente y útil, al tiempo que considerada de mala educación, sustituida por eufemismos surtidos –meretriz, ramera, chica de alterne, fulana, cortesana, mujer de vida fácil (?), y una colección de localismos que engrandecen el concepto– Lo mismo sirve para un insulto (con admiraciones) que para una alabanza (de puta madre) o un lamento (de puta pena) por no entrar en el terreno de los “hijos de…”.
Todo este preámbulo sobre la dichosa palabra (que se debe usar en su esencia, es más precisa y sonora) que puede parecer una ordinariez pero que conviene sacar a relucir, limpiarla, fijarla y darle el esplendor que le dio aquel famoso académico de Iria Flavia, viene a cuento por el último de los temas con los que se se hacen un lío en sus partes pudendas los partidos del espectro político: la posible legalización de la actividad de las prostitutas en la Marca España, el siguiente desmentido gubernamental (con dimisión incluida) y la reviravuelta de una extraña unión de la pureza política (¡bendita sea su pureza, y eternamente lo sea!) de los partidos más morales de la patria, PP y PSOE, que quieren nada menos que abolir la prostitución. Vano intento. La autodenominada izquierda múltiple se lo está pensando, y los Ciudadanos de Rivera están por la regulación. Todo eso son palabras e intenciones de cara a los titulares de primera página, porque en realidad, no saben que hacer con ese tema, lo desconocen (aprendieron sus cosas en estadísticas de máster y aplicaciones de internet) y hablan un poco de oídas.
El tema me lo encuentro cuando (¡oh, casualidad!) leo un estupendo libro-reportaje del periodista francés de principios del siglo pasado Robert Londres sobre la prostitución y trata de blancas (francesas) en Buenos Aires. La distancia en el tiempo da otro sentido a la cuestión de la prostitución organizada hace cien años en contraste con la actual, pero el fondo de la materia es el mismo y sobre eso hay mucho escrito y no vamos a entrar en ese debate, por otra parte largo, inútil y de difícil resolución. Pero si convendría entrar en la materia, aunque no de manera tan rimbombante como los politicos, procurando evitar los chistes fáciles en los que usted y yo estamos pensando, y hacer un recordatorio como simple nota histórica a los políticos que, de repente, se meten en un problema eterno con intenciones de solucionarlo. Como estos días la banda derecha de los partidos sacó a relucir la Transición como modelo de confraternización, y como ninguno de ellos (a excepción de Pedro Sánchez que era en aquel entonces un niño de guardería) había nacido cuando transitamos de Franco a la Democracia, convendría hacer memoria.
Los que trabajabamos en la prensa escrita y radiada del final del franquismo (la televisada era un binomio nacional) en aquellos tiempos pre-ordenadores, vivíamos en la noche, en la que solíamos juntarnos los oficios de las cuatro “P”: periodistas, putas, policías y panaderos. Para los de esta generación con mando en gobiernos, cabe recordar que en aquella coexistencia nocturna contaba con la frecuente visita de algún padre de la patria conocido (¡nada de nombres, por favor!) a un establecimiento de una conocida madame; los políticos (otra “p”) comenzaron a hacer acto de presencia en la Transición, porque antes no existían eran, simplemente, “del régimen”. Con la democracia, esos políticos también se juntaron en la noche en los bares de alterne, llamados “Pubs” (otra “p”) e incluso un conocido empresario de la noche rizó el rizo de pasar del abrigo azul cruzado y maletín de documentos de un partido con mando a regentar un local de fama en el que, para más rizo, tenía su sede una fundación que presidía de honor la hermana de un dictador. La vida de la Transición no fue modélica ni los políticos lo eran; podían estar de noche en juergas de puticlub, de mañana presidir una reunión para consolidar la democracia y por la tarde presidir una misa episcopal. De la misma manera, los políticos y todo el aparato legislativo, judicial y ejecutivo pasaron de ser franquistas a ser demócratas de toda la vida, el resto de las “p” quedamos como estábamos o peor; los periodistas pasamos a ser lo que ahora somos (sin comentarios), los polícias cambiaron el color del uniforme, los panaderos hacen ahora pan de autor, y las putas, que no se metían con nadie, son ahora objeto de debate políticamente correcto y defensor de su dignidad y sus derechos. En ese tema no caben frivolidades ni chistes, y mucho menos que los cuatro muchachos que mandan en España (en forma de gobierno y de oposición) de repente quieran abolir la prostitución; bastaría, por el momento, con que aplicasen las leyes penales sobre lo que es y no es delito. Sospecho que no será más que un tema pasajero que quedará en nada, como casi todo. Pero creo que debiera haber un poco más de respeto y abordar esa historia con seriedad, abriendo un debate no entre las fuerzas políticas, sino entre las fuerzas sociales, expertos, científicos y, sobre todo, escuchando la voz de las verdaderamente atrapadas en el tema: Ellas.