sábado, 27 de agosto de 2016

Que acabe el verano

J.A.Xesteira
Nunca creí que podría desear que acabase el verano (siempre fui veranófilo, enemigo del anorak y su clima), pero después de la larga sequía climática y social, ya estoy deseando que llegue el otoño, que siempre dio mucho juego a poetas tristes y vendedores de castañas. Tiene que venir el otoño y las lluvias (la lluvia fue un recurso muy utilizado por los poetas y cantantes del siglo pasado para simbolizar un cambio y un lavado de mentalidades –ver Dylan, la Credence y Pablo Guerrero–) Hace falta que llueva para llenar los embalses, regar los montes quemados y las hierbas resecas, pero, sobre todo, para cambiar y espabilar al personal, que está cómodo viendo pasar los pokemons por delante de la terraza del bar sin moverse siquiera para darles una patada. Y quien dice pokemons, dice políticos en campaña. El verano en general, y este en particular, nos deja el cuerpo bronceado de lujo y flojo de intenciones; ¿quién se mete a hacer política en serio con cuarenta grados a la sombra de una cerveza fría? Quedamos todos instalados en la confusión, con las rayban atornilladas a las orejas y haciendo planes para cualquier fiesta en la que nos echen agua, vino o cualquier cosa por encima, y para comer unos pimientos  y zorza que de noche se nos van a poner en fila en el estómago. El nivel de preocupación social cae a niveles de vergüenza; los políticos ponen cara de interés y hacen que se reúnen con intenciones de resolver los problemas del país; por arriba van vestidos de políticos, pero por debajo se les ven las chanclas y el pantalón corto. El paradigma fotográfico lo pone el presidente, una vez más haciendo el medio fondo de Armenteira con estilo pelotón-de-los-torpes (ver apartado mili y sus recuerdos) y permitiéndose gastar unas coñas diciendo que no sabe si para las olimpiadas de Tokio habrá Gobierno. Si eso lo dice un humorista monologuista será una gracia, si lo dice el presidente del Gobierno de España en funciones produce escalofríos. Por el momento, España está clasificada como quinta en la prueba de países con más tiempo gobernados por una tropa de políticos en funciones, y la competición sigue. Podemos optar a medalla de oro, porque el equipo es sólido y puede estar cobrando estas horas extra (que digo horas, meses) por no hacer nada durante todo lo que queramos. Entre ellos, el equipo titular, y los que están en el banquillo, se echan la culpa de que la cosa se prolongue; Rivera y Rajoy intentan (o, por lo menos, lo dicen) llegar a un acuerdo en una serie de puntos melífluos y etéreos que se firman sobre el papel pero sin garantía alguna de que sirva para nada más que para ir del brazo a la investidura. Rivera y su partido se ha revelado con el Joker del naipe, sirve para cualquier póker, incluso para un full. Y todos los partidos andan, unos más, otros menos, resolviendo sus propios asuntos internos, porque todos olvidaron aquella norma básica para la existencia del ser humano, que advertían las madres siempre que uno (una) salía de casa: hay que llevar limpia siempre la ropa interior, porque le puede dar a una (uno) un dolor en la calle y conviene no pasar vergüenza.
Por esas cosas tiene que acabar el verano y venir las lluvias lavadoras. Total ya se acabó la Olimpiada de Río, con los resultados conocidos: los españoles ganaron unas medallas y las españolas ganaron otras; unos y otros lo hicieron por su cuenta, con todo su esfuerzo personal y escasa ayuda gubernamental. Se demostró que los sectores sociales más desfavorecidos fueron los que consiguieron mejores resultados: las mujeres, sobre todo, que ganaron medallas de verdad, de lujo; los extranjeros nacionalizados (más allá de las estúpidas polémicas sobre el cubano de atletismo) y los marginales que tienen que trabajar en lo suyo y entrenar en las horas libres, como los de remo y similares. El resto de las medallas fue a parar a los emigrantes de élite, Nadal y el baloncesto. Y como se acabó la olimpiada y no volveremos a oir hablar de los deportistas medalleros más de en contadas ocasiones (no se retransmitirán sus entrenamientos como el de los futbolistas) y ya empezó la liga, podremos volver a pensar en tener gobierno y, si fuera posible sentido comunismo (el concepto se lo pido prestado a Aute) Se avecinan, si no hay un gato encerrado, las terceras elecciones que el presidente del Gobierno, en su línea cómico-deportista anuncia para Navidad. De ser así propongo que Rajoy haga campaña vestido de Papá Noel (¡ho,ho,ho!) y los otros tres, de Gaspar, Melchor y Baltasar (el negro, a sorteo).
La cosa sería graciosa si no fuera un cuento triste, como decía Castelao. Tenemos una campaña electoral en Galicia para cuando lleguen las lluvias y probablemente tendremos unas terceras elecciones. Y no es para reírse; depende de todos nosotros que tengamos gente decente, honrada, preparada y de confianza que intente (ya no digo que haga, simplemente que intente) organizar este país con un mínimo de sentido, y procure devolver alguna alegría a la sociedad, quemada por el largo verano de corrupciones, gastos inútiles, un capitalismo depredador y una sociedad cada vez más inculta y aturdida, incapaz de rebelarse contra las calamidades producidas por la incompetencia y la dejadez social. Generalmente, cuando acaba el verano y llegan las lluvias es cuando se esperan los cambios: antes comenzaban los cursos universitarios con sus reivindicaciones y manifestaciones y los obreros preparaban siempre “un otoño caliente”. Eso sucedía cuando las cosas eran de otra manera, los políticos y los ciudadanos, también. Hoy ya no sé, pero lo que veo no me hace esperar grandes cosas. Vendrá el otoño, vendrán las lluvias y puede que algo se mueva. En Europa también se va a mover y nos van a mover; Alemania y Francia comienzan ya a ver que pasa y no presagia nada bueno. Incluso Merkel quiere reimponer el servicio militar y basta que empiece uno para que el resto lo ponga de moda. Que vuelvan las lluvias.

sábado, 20 de agosto de 2016

Para ser español

J.A.Xesteira
Acabo de descubrir con relativa sorpresa que no soy español, o al menos, que no reúno ciertas condiciones para ser español, que son las condiciones que se le exigen a los extranjeros que solicitan la ciudadanía española. Por supuesto que poseo las condiciones suficientes para considerarme español, como todo aquel nacido en territorio español, hijo de españoles y con carnet de identidad desde hace muchos años. Nunca me había planteado la posibilidad de que mi nacionalidad fuera…, ¿cómo diría?…, un poco fulera. Al nacer e inscribirme mi padre en el registro, ya pasé a ser español, y en la escuela me enseñaron una serie de cosas necesarias para ser español; unas las entendía, otras no, como por ejemplo, que la bandera fuera roja y gualda cuando yo la veía amarilla, o que el himno era una música que se tocaba en las fiestas patronales, cuando en la misa mayor el cura alzaba la hostia y todos teníamos que arrodillarnos (siempre pensé que nos arrodillábamos porque tocaban el himno y los guardias civiles de la procesión también se arrodillaban con el fusil inclinado) Con el tiempo y las enseñanzas universitarias del mayo del 68 me convertí en un español cabreado, que es la condición filosófica más adecuada a nuestro carácter, y la condición de español, que nunca me preocupó, estaba ahí, como un requisito burocrático más. El cinismo que va dejando el paso del tiempo (cinismo filosófico, entiéndase) me enseñó que ser español eran muchas más cosas, que a veces eran cómicas y a veces esperpénticas; español era un estado de ánimo de los pesimistas de la generación del 98, pero también eran una tropa de energúmenos aporreando un bombo en un partido de fútbol al grito de “¡Soy ejpañol, ejpañol, ejpañol!” La españolidad aflora cuando salimos al extranjero y nos reconocen, pero se vuelve cabreo cuando, después de reconocernos, nos dicen: “Barça, Real Madrid” y nos cantan el “Que viva España” (canción que Manolo Escobar detestaba, que fue compuesta por dos belgas, y se cantaba en flamenco de Bélgica) Pero las cosas son así, uno nace en un sitio y tiene la nacionalidad del sitio sólo por nacer.
Según el Ministerio de Asuntos exteriores (páginas en la red) somos españoles los nacidos de madre y padre españoles y un breve etcétera que aclara unas cuantas cosas que caen de cajón. La Constitución me aclara que ningún español de origen podrá ser privado de su nacionalidad. Bien. Así que no tengo que molestarme; aunque  no me sienta muy español, nadie va a venir a borrarme de la lista. Pero, de todas maneras, no las tengo todas conmigo, porque a los extranjeros les preguntan unas cosas que tienen que saber para ser españoles y ya se sabe, se empieza por los de afuera, se le coje el gusto y cualquier día nos hacen un examen a todos para seguir siendo españoles. El caso es que en el examen para adquirir la nacionalidad española hacen una serie de preguntas que pondrían en un aprieto a miles de españoles. Otros miles, directamente suspenderían. El temario está redactado por el Instituto Cervantes, con el beneplácito del Ministerio de Justicia, y, entre otras cosas, pide a los pretendientes a la nacionalidad española que sepan distinguir entre tapa, ración y aperitivo (no incluyen el pincho ni el pepito), algo muy variable, según latitudes y hostelerías. El examen es un test de 25 preguntas y hay que contestar bien a 15 y pagar por adelantado una tasa de 85 euros. La cosa parece fácil, pero cuando la pregunta es “¿Cuántos ciudadanos deben respaldar una iniciativa legislativa para poder presentar una proposición de ley?” ¿400.000, 500.000 ó 600.000? Ahí la cosa se pone dura; yo no lo sé, y millones de españoles, tampoco, y diría más, se la trae floja (permítame el Instituto Cervantes la licencia poética) En el temario, aparte de diferentes despistes culturales, sociales e históricos, el guatemalteco o el serbio que quieran ser españoles tienen que saber de la “proyección internacional” de la tortilla de patatas, los churros (en portugués, farturas) y la sangría (una bebida de origen pirata que se hacía con vino de Madeira).
Lo dicho; si tengo que hacer el examen para español, suspendo el teórico y el práctico. Pero no me inquieta, la Constitución me avala y no tengo que molestarme en ser español, viene de serie. Los extranjeros que tengan ganas de ser español y traigan en el bolsillo 85 euros, podrán aprenderse las chorradas que el Instituto Cervantes dice que son necesarias para ser español, igual que los test de aprender a conducir que chapábamos aunque nunca supiéramos que eran las luces de gálibo y en los cruces tenía preferencia aquel que salía por no me acuerdo dónde. Una vez superado el trámite, entonces sí, el extrajero nacionalizado ya es español, al menos sobre el papel; en la vida real, no, a no ser que sea rico, que entonces le da lo mismo ser de cualquier sitio. Pero si  vienes de extrajero y además eres pobre, seguirás siendo un pringado, español, pero pringado. El 70 por ciento de los trabajadores extranjeros han sido explotados y discriminados en el trabajo (y dirán los explotadores discriminadores: “¡Y menos mal que tenía trabajo!”) Y los españoles que son negros o simplemente con pinta de sudacas (un término que no sé si el Instituto Cervantes lo acepta) también serán discriminados, aunque haya nacido en A Coruña. Sólo alabaremos como españoles a aquellos que, sean de donde sean, aportan gloria a España. En las Olimpiadas, ese Masterchef deportivo en el que presumimos de deportes que nadie ve en este país ni se sabe que existen, sucede eso. Una medalla de oro es de un español, nacido en Oxford, de padre inglés, madre alemana, pero que cuando ganó en la regata de piraguas, sonó el himno nacional o la medalla de plata del español Orlando Ortega, habanero de raza negra, español desde el día anterior. Seguramente ellos tendrán más motivos que yo para sentirse españoles; a mí, es que me coje en baja forma y no me aprendo los test del Instituto Cervantes ni voy a por medalla en Río.


sábado, 13 de agosto de 2016

Cosas de ahora mismo

J.A.Xesteira
Están pasando cosas que antes no pasaban. Los más viejos no recuerdan una ola de calor y sequía como la que atravesamos y he podido comprobar este año como una marea viva superaba en bastantes centímetros a todas las mareas vivas que recordaba. Parece como si la Naturaleza estuviera en periodo de transformación, aunque la Naturaleza siempre está transformándose, a veces por su cuenta y a veces por culpa de los humanos, que somos los únicos seres vivos que vivimos de espaldas a lo natutral, empeñados siempre en cagarla con vistas a la bahía. Solemos decir que estamos matando a la Naturaleza con nuestra civilización; no es cierto, simplemente la cambiamos; es igual de natural el Valle de la Muerte que el Matto Grosso o los Ancares, lo que pasa es que en unos sitios se puede vivir y en otros, no, pero eso a la Naturaleza no le importa. Los animales y las plantas viven con mayor armonía natural, son conservacionistas por naturaleza, los humanos, no; los seres vivos suelen privilegiar como líder al que tiene más fuerza y trata de conservar entero al grupo y al entorno natural; los humanos, no, solemos elegir (le llamamos elección democrática) al más ignorante y alejado de las cuestiones ambientales y al que sabemos que va a convertir cualquier paisaje en un despropósito urbanístico y medio ambiental. Para muestra todos los botones a la vista. Dicen que esta ola de calor es producto del fenómeno (¿natural?) de El Niño, dicen que es el propio cambio climático que comienza a hacerse notar a lo bestia, con la desaparición de grandes masas de hielo en los casquetes polares y la influencia sobre los vientos y las corrientes que eso tiene. No hace falta ser un experto para entender lo que puede pasar si se derriten los polos. Lo entiende cualquiera, incluso lo podría entender un presidente de gobierno si no tuviera otras cosas que hacer.
Pasan cosas que antes no pasaban y otras que sí pasaban. Exactamente hace diez años hubo una oleada de incedios como los de estos días; incendios provocados, todos los incendios son provocados, y de eso sabemos un poco los que vivimos en medio de bosques. En estos diez años hemos aprendio muy poco, sobre incendios, o no hemos querido aprender, porque se repiten los mismos errores de prevención, protección y combate de los desastres medioambientales. Mi primer trabajo como periodista en el periódico en el que estuve un montón de años fue seguir durante todo un caliente agosto los incendios forestales; el fotógrafo y yo acabamos por convertirnos en periodistas forestales; creo que era por el año 1975. Desde aquel entonces, no hemos aprendido nada, o no hemos querido aprender. Los medios de lucha contra incendios son mayores y, en correspondencia, la virulencia de los incendios también son mayores. Las estadísticas, que están para decirnos cosas que no creemos, aseguran que este es el verano más caliente desde hace cien años (de cien años para atrás vivían encantados de la vida sin estadísticas) y las mismas estadísticas nos dirán al final del verano si hemos batido el récord de hectáreas quemadas.
Las estadísticas ya son tan presentes en nuestras vidas como el móvil; sacan datos de encuestas que nunca sabemos a quien se las hacen, aseguran no sólo que tenemos un tórrido verano, cosa que salta a la vista, sino que están pasando otras cosas que antes no pasaban, por lo menos de cien años para acá. Una, que si pasaba, pero no estaba cuantificada, es que los españoles no tenemos ni idea de lo que hacen los gobiernos con nuestro dinero, es decir, a donde van a parar y quien administra los dineros que pagamos al Estado y que gestiona el Gobierno; y otra, que si hay otras elecciones (aquí podríamos meter la muletilla de que dios no lo quiera, pero a los dioses le importa poco que tengamos o no otras elecciones, en eso son como la mayor parte de los españoles, que queremos vivir como dios con el mismo esfuerzo de los dioses, es decir, ninguno) la cosa quedaría igual que hasta ahora. Podríamos sacar conclusiones filosóficas de esas dos circunstancias que el Centro de Investigaciones Sociológicas registra en sus memorandos, pero no viene al caso. Ambos datos son evidentes sin necesidad de cuantificaciones científicas; que los españoles no tenemos ni idea del destino de lo que pagamos a Hacienda y organismos colaterales es la consecuencia de nuestra total indiferencia ante lo que gobierna nuestras vidas; probablemente es producto de muchos años de ignorancia política y social impuesta por una dictadura y prolongada por otros años por una democracia, más interesada en hacer empresa que en hacer país; la segunda consecuencia, la electoral, está grabada en los genes de nuestra idiosincrasia: la terquedad y la persistencia en nuestra decisión, como contumaces que somos. Hubo dos elecciones y los resultados fueron una repetición, salvo los periféricos desencantados que se fueron a la playa en lugar de ir a votar; y puede haber otra elección (podrían hacerla el mismo día de las gallegas y las vascas para ahorrar) y el resultado sería el mismo, y podríamos hacer una cuarta y una quinta, y lo más seguro es que no cambiariamos nuestro parecer, sólido como la pirámide de Keops, lo que nos llevaría al borde del fin del mar, ese sitio donde el agua se precipita hacia el abismo infinito. Lo más seguro también es que nuestros políticos-candidatos se mantuvieran firmes en sus trapicheos (también conocidos como negociaciones de pactos), porque es nuestro estilo.
Esto antes no pasaba. Y pensábamos que la democracia iba a ser otra cosa, pero la hicimos mal desde el principio; dejamos que los partidos suplantaran al Gobierno y que el Gobierno suplantara al Estado, y dentro de nuestra ignorancia política y participativa (ver estadísticas de ahí arriba) olvidamos que los ciudadanos tenemos un pacto constitucional con el Estado en muchas cosas (sanidad, educación y pensiones, por ejemplo) que están por encima del Gobierno y de los partidos. Pero da lo mismo, en estos momentos estamos más interesados en cazar Pokemons que en elegir Gobierno.

sábado, 6 de agosto de 2016

Tres variables en bruto

J.A.Xesteira
Más a menudo de lo necesario las noticias se parecen a las humorísticas del Mundo Today, lo cual es para preocuparse y arrepentirse de pertenecer a la rama española del Tercer Milenio (principios).
Miren la Política a través de las noticias. Mientras el panorama político-gubernamental es lo que es, con sus principales protagonistas diciendo frases para la Historia, los españoles con carnet descubrimos que la democracia estaba construida con restos de obra y sólo valía para cuando hubiera dos partidos a repartirse el Parlamento; cuando, como ahora, se clasifican para jugar la final los que antes eran mixtos, la democracia no funciona, los políticos se revelan como lo que eran, gente encantada de sí misma y felices de mandar sin más, y el proceso se eterniza (Rajoy se postula como candidato, pero a la manera mística: “vivo sin vivir en mí…”) y los demás se pierden en un bosque con salida a una tercera consulta electoral. Eso suele pasar cuando los políticos dejan de ser políticos y se convierten en gestores; los políticos se eligen, los gestores se contratan. Es necesario (pero no imprescindible) que haya un gobierno que gestione los capitales públicos de acuerdo con unas ideas y un programa político. Que esa gestión sea por el bien común y esté exenta de fraudes y delitos es algo que se sobreentiende, aunque la realidad sea distinta. Y una vez que ya se ha superado la fase del mando político y la gestión haya sido el polvo del pasado que nos trajo al lodo del presente, entonces se pueden decir frases para los titulares de los periódicos, como Felipe González. Cuando habla, los socialistas tiemblan. Que le hagan caso o no los de su partido es otra historia de las primeras páginas del Esperpento News. La Política.
Miren la Religión a través de las noticias. Si la Política está como está, no hay día en  que un ilustre alto ejecutivo de cualquier religión nos sorprenda con algún detalle que nos abre las ganas de blasfemar en todas las religiones. Es raro el día que un obispo no nos regala con alguna de esas perlas doctrinales; saben que sus palabras en la prensa son como dichas en un púlpito a lo bestia; con una ventaja, en el púlpito sólo le escuchan los fieles, en la prensa, todo el mundo. Vean la última frase para la historia de la ignominia; un cardenal peruano, el arzobispo de Lima, acaba de soltar esta: “Hay muchos abortos de niñas, pero no es porque hallan abusado de las niñas, son muchas veces porque la mujer se pone como en un escaparate, provocando” Y eso lo dice un tipo vestido de joyas y dorados, representante de un Jesús que vestía como la gente (pobre) de su tiempo, no disfrazado como un alto dignatario de Babilona. Así que ya saben, las niñas peruanas violadas es porque andan provocando al macherío, según un tipo que dice seguir los evangelios de Cristo. Seguramente, como dice Brassens, los leyó en arameo y no los entendió. Cada vez que abre la boca un obispo, el Vaticano tiembla. Las palabras del cardenal peruano se suman a las de otros ilustres colegas, como la del obispo de Córdoba, que compara la fecundación “in vitro” con un “aquelarre químico”, o el de Toledo, que está en línea con el peruano al acusar a las mujeres de la violencia machista. Casi a diario el papa tiene que salir al paso de las barbaridades que pronuncian sus altos ejecutivos vestidos de babilonio en traje de gala, pero, por lo visto sus palabras se pierden en las páginas interiores de L’ Obsservatore Ipocrita. La Iglesia.
Y miren también la Economía a través de las noticias. Estos días apareció la nueva de que Pablo Echenique, dirigente de Podemos, una persona discapacitada, ha pagado en negro a su asistente. Y los periódicos rasgan sus vestiduras: “¡Oh, cielos! ¡Ha pagado en negro un político de izquierdas!” Y eso se dice en un país en el que circula más dinero negro que blanco, en el que la economía sumergida permite que el comercio no quiebre, que los bares y restaurantes funcionen y que la vida se sostenga. Se dice en un país en el que todos, ricos y pobres, presidentes de gobierno y los últimos pringados han pagado alguna vez en negro. Y como decía el Jesús del apartado anterior (ver obispos), el que no haya pagado en negro, que tire la primera piedra. Sacar como una gran noticia que Echenique pagó en negro a un asistente no deja de ser una hipocresía de la idiosincrasia española. Aunque ya no hay lucha de clases, según los grandes estrategas, vamos a suponer que hay ricos y pobres. Los ricos pueden pagar en negro o en gris (y cobrar de la misma manera, porque tienen cuentas en cualqueir parte); los pobres prefieren el negro, porque trabajan como eso para cobrar cuatro perras. Me comentaba un amigo que había contratado a un jornalero por unos días y que lo quería asegurar y legalizar; el jornalero le dijo que así no, porque si lo legalizaba perdía la ayuda de 400 euros (una cantidad con la que un político considera que puede vivir una familia). No hay comentarios. El jornalero, la maquiladora costurera, el chapuzas, la asistenta por horas y muchos otros que conocemos cobran en negro porque, si no, no viven. Son la mano de obra secreta que precisan las grandes fortunas para ser grandes fortunas. La conocida frase de Balzac, “Detrás de cada fortuna hay un crimen”, parafraseada convenientemente hay que entenderla como que detrás de cada fortuna hay una injusticia; ajustándose a la ley es imposible alcanzar las cifras millonarias que se exiben en las primeras páginas de los periódicos. Crear riqueza con el dinero negro y el trabajo sumergido se consigue de dos formas: saltando la ley o haciendo que los políticos inventen una ley a favor de las grandes fortunas. Cada vez que aparece una noticia como la de Echenique sube el nivel de hipocresía. A fin de cuentas el dinero negro y el trabajo precario son variables de las que informan en Financial Black. La Economía.