domingo, 30 de marzo de 2014

Como somos


Diario de Pontevedra. 29/03/2014 - J.A. Xesteira
Hay días que, si quieres, puedes reflexionar. Es un ejercicio que mueve las tuercas de la cabeza y evita la oxidación senil, al tiempo que entretiene, es gratis (de momento, cualquier día lo pueden privatizar y cobrar una tasa por pensar, cosas más raras se vieron y se verán) y, como tantas otras cosas, te ocupa el tiempo sin perjudicar a terceros ni darle la tabarra a nadie, a no ser, como en este caso, que lo escribas y lo mandes al periódico para que lo publiquen. Reflexionar es una actividad que todo el mundo puede hacer con la misma herramienta (supuestamente la cabeza y lo que tiene dentro) ya sea un profesional de la reflexión, como Punset o Levi Strauss (el antropólogo, no los pantalones) o un aficionado, como yo o usted, si se pone una tarde de lluvia como la de hoy, en la que ya ha dormido la siesta delante de las hienas del Serengueti y no tienen nada mejor que hacer (bien porque esté en el paro, sea un jubilado jubiloso o rico por casa, sin grandes negocios en perspectiva). Lo primero que hay que hacer es buscar el tema, porque reflexionar al tuntún o a lo que salga, no nos lleva a ningún lado, solemos acabar la tarde preparándonos algo de la nevera y eso es un inconveniente que siempre acaba en una “analítica” alta en resultados. El tema; eso es básico, y podemos perder un cuarto de hora en encontrarlo; es de ayuda, pero no indispensable, echar mano de internet y ver que cae, pero sin engolosinarnos, porque la reflexión exige que funcione el disco duro de serie que tenemos entre las orejas y no el del ordenador. Una vez encontrado el tema ya tenemos que sentarnos y darle vueltas al asunto; a poco que nos esforcemos podemos ver como se nos ocurren cosas, que podemos ir anotando en un papel según las vamos pariendo. Anótelo todo, pero tenga en cuenta que si lo lee al día siguiente todo le parecerá una parida. Da igual. Lo importante es disfrutar del momento y enorgullecernos de ser tan reflexivos que podemos alumbrar frases y pensamientos básicos para el buen devenir de la Humanidad. Con menos empezaron los grandes filósofos y ahí están. Además, no se consigue llegar a mejorar sin entrenamiento. El tema. Busqué en los periódicos del fin de semana abundantes en noticias variadas, que cada medio manipula a su manera. Seleccioné un tema: ¿cómo somos los españoles a la luz de lo que de nosotros sale en los periódicos? Hago la abstracción de que sabemos lo que es un español, un concepto que nos llevaría a otra reflexión mucho más dura (posiblemente sería tema de un congreso subvencionado por la National Geographic). Bien, tomamos eso que podemos entender como máximo común denominador de la sociedad al sur de los Pirineos, al este de Portugal y al norte de Gibraltar. Eso que llamamos español (si fuera políticamente correcto debería decir “y española”, pero esas son hipocresías antigramaticales que dejo a los políticos) y que mantiene en común algunos rasgos característicos, como el de discutir en las barras de los bares de temas básicos –como el Madrid-Barça– o tener un DNI, o pasar la ITV del coche. Si reflexionamos sobre los periódicos podemos ver que el español es necrofílico por naturaleza. Le encantan los funerales y hacerse ver en ellos, ya sea la muerte de un famoso o la última asesinada por violencia machista; allí están, aplaudiendo, guardando un minuto de silencio o diciéndole a una televisión cualquier frase histórica. La muerte de Adolfo Suárez, anunciada por su hijo unos días antes (la auténtica crónica de muerte anunciada) congregó delante de su féretro a todos sin excepción, incluidos los tres ex presidentes, disfrazados para la ocasión de personajes de Tarantino. Todos hablaron maravillas del muerto, incluso aquellos que en vida dijeron todo lo contrario de él (las hemerotecas no mienten), lo cual explica una vez más la teoría de que “indio muerto es indio bueno”. Lo demás fue pompa y vanidad. Suárez, que fue un presidente importante y un hombre legal, vivió fuera de este mundo los últimos años de su vida, lo cual le evitó el bochorno de tener que decir las tonterías que vez en cuando dicen los ex presidentes (es su condición, no se resignan a ser cargos caducados). Por la capilla ardiente pasaron todos, los amigos, los enemigos, los famosos y los anónimos, los buenos, los feos y los malos: los españoles amantes de la necrofilia (en la primera acepción de la palabra de la RAE). A fin de cuentas, como decía el escritor Ambrose Bierce, “un funeral es una reunión de amigos que se congratula de no ser el muerto”. Y aquí añadiríamos que en España es una reunión de amigos y enemigos. Otro de los rasgos comunes es que el español es violento. Podíamos acudir a la Historia de España y todas las barbaridades que se encierran en ella, en nombre de Dios o de un equipo de fútbol. Pero me basta con la última carga de la manifestación de los indignados con la indignidad de ser ciudadanos-tomados-por-el-pito-del-sereno. Como se vio en los Medios, al final apareció la violencia, a la que habían llamado previamente, unos violentos juveniles y otros violentos uniformados para la violencia; unos armados con material de barricada y otros con material homologado por el ministerio. El final de la violencia no pudo ser más bochornoso. Somos violentos, pero, al menos deberíamos ser organizados. Y esta batalla acabó con bochorno y mentiras. El bochorno lo pusieron los mandos policiales (la acusación es de los propios policías) y las mentiras las puso algún sindicato policial que trató de colar las clásicas pruebas falsas en el caso. Ese no es un rasgo español. Podemos matarnos a palos, pero con chulería, con la verdad por delante. En este punto, mi reflexión ya se dispersaba. Y me quedaban temas, como el del empresariado y sus peculiares presidentes; la picaresca considerada como una de las bellas artes, o el español vota sin fijarse mucho en lo que hace, y después se queja. Les regalo los temas.

domingo, 23 de marzo de 2014

Peligro; expertos


Diario de Pontevedra. 22/03/2014 - J.A. Xesteira
Cada cierto tiempo aparece un grupo incontrolado autotitulado de Expertos, que nos anuncia lo que va a pasar. Los Expertos brotan en cualquier campo, en el deporte (muy de moda últimamente en programas de televisión), en cine (de capa caída desde que desapareció la tertulia de Garci, en la que se incrustaba un fiscal general) y. últimamente, de gastronomía, actividad en alza en un país que presume de dieta mediterránea pero que en realidad está alimentando unas generaciones de obesos problemáticos. Pero los Expertos más peligrosos son los económicos, que suelen decir sólo dos cosas: una, lo que va a pasar si no les hacen caso; y otra, lo que hay que hacer para que no pase. Los vaticinios de un experto debieran basarse, por definición, en la experiencia, pero esa experiencia, visto desde el lado de las víctimas (desde nuestro lado, donde padecemos cualquier medida económica y, por encima, la pagamos) nos dicen que los expertos rara vez aciertan, y sus predicciones siempre son para nuestro prejuicio. Recordemos sin ir muy lejos las predicciones sobre todas las medidas que llevaron a la crisis y que estuvieron santificadas, predichas y asesoradas por expertos de todos los colores, incluidos aquellos que dijeron que los bancos eran buenos, que los fondos eran sólidos y que vivíamos en el mejor de los mundos. Los Expertos suelen ser profesores de diversas ramas de la Economía en prestigiosas universidades, pero, a diferencia de los profesores que ganan los premios Nobel de Economía, que suelen dejarse ver en ropa «casual», éstos aparecen vestidos como los políticos, los directivos de banca, los tipos importantes, en un estilo que podíamos llamar «de imputado»: traje oscuro, corbata a juego y gesto serio (no hay mujeres). 
Hace unos días ese grupo incontrolado (que, a pesar de todo, saben mucho de las teorías que explican en sus clases a futuros expertos) presentó una batería de propuestas al Gobierno para arreglar la situación económica del país. Esto pudiera parecer un contrasentido porque, según el Gobierno, la situación está en el buen camino y se arreglará de aquí a nada. Pero los Expertos agarran la llave inglesa y le dan otra vuelta de tuerca a la crisis. Según sus sentencias la cosa consiste en que para arreglar la vida hay que subir los precios (aumentando el IVA de las cosas) y bajar el IRPF en las rentas de capital a la vez que se suprimen impuestos de transmisiones patrimoniales y otras cosas por el estilo. Es decir, se le carga la mano a los precios y se bajan los impuestos directos; es decir más: subirá el precio del agua y los alimentos y todo lo que sea gastos de consumo necesario; y con ello iguala a todos, la carestía es igual para ricos que para pobres, la diferencia está en que los ricos podrán desgravar más por rentas (los pobres no podrán desgravar nada porque no tendrán renta que llevar a Hacienda). Dirá usted que para ese viaje no hace falta maleta. Los ricos tendrían así más recursos para poder beneficiarse de desgravaciones y los pobres tienen que pagar más por la barra de pan. Fuera de esto todo se reduce a «recomendar» (lo bueno de los expertos es que sus conclusiones no son vinculantes) a los poderes que recorten unos 50.000 millones de euros (los expertos pueden hablar de miles de millones porque ellos no los van a sentir en sus cuentas), que apliquen copagos y tasas a la educación y la sanidad (¿van entendiendo por donde van?) y que apuesten por la devaluación fiscal. 
Las propuestas de los Expertos no gustan a diferentes sectores, incluido el Gobierno, que ve bien unas propuestas y ve mal otras. Por ejemplo, la de que la Seguridad Social hay que subvencionarla con otros dineros diferentes de las cuotas laborales. Pero el Gobierno también tiene sus expertos y todos vaticinan. Guindos, el ministro de los recortes, defiende la moderación salarial porque, según él, es un sistema de creación de empleo. Llevamos tres años «moderando» y aquí el desempleo sigue igual, el empleo creado es de usar y tirar, los salarios bajaron un 0,3 por ciento y no se ve por ninguna parte la creación de empleo (del empleo de ahora, con salarios indignos y condiciones de taller clandestino de Bangla Desh). Ni siquiera los expertos internacionales tienen un detalle de ánimo a nuestra economía; la CEOE augura (en contra de las opiniones expertas del Gobierno) que quedan otros dos años de pérdida del poder adquisitivo. 
Sin necesidad de entender mucho de Economía y sólo utilizando el sentido común, la primera impresión y la última conclusión (son la misma) es que el grupo de listos (también lo llaman –erróneamente– de «sabios», que son otra cosa: los sabios suelen estar callados y hablar cuando la situación lo requiere, nunca hablan por encargo) ha dejado claras dos cosas: que hay ricos y pobres y que la distancia que separa estas dos clases sociales cada vez es mayor, con la consecuencia añadida que la clase media se va posando a mayor velocidad en la clase inferior, porque el acceso a la superior está cada vez más restringida, por ley y por el sistema que escribe esa ley (aunque parezca que son los políticos que gobiernan quienes la hacen). Eso, por un lado, va dejando las cosas más claras, y, por otro, más fastidiadas (iba a decir jodidas, pero el decoro debido me lo impide) para los perjudicados (todos los que no somos expertos en nada o que, como Rodrigo Rato, subsisten con nuevos enchufes en la banca, después de pasar por varios campos de batalla económicos en el borde de la delincuencia). Va a ser difícil acostumbrarse a ser pobres. En tiempos de rapiña social el personal cualificado y devaluado se agarra a las ofertas de los poderes públicos y privados de precariedad, devaluación salarial y pérdida acelerada de derechos ciudadanos (los humanos están al caer). Decía hace unos días el director de cine Aki Kaurismaki que: «Esto no es capitalismo, es sadismo». Y eso que no había leído a los Expertos. Parafraseando al siniestro Goering: «Cada vez que escuchemos la palabra Experto debemos echar mano a la cartera».

domingo, 16 de marzo de 2014

Sálvese quien pueda


Diario de Pontevedra. 14/03/2014 - J.A. Xesteira
Hay días en los que nos sentimos pesimistas; es normal, a fin de cuentas no es más que un estado de ánimo sujeto a cualquier influencia. Pero cuando el pesimismo se ve amparado, ayudado o influido por el cúmulo de adversidades que los Medios (ya sabe usted, las informaciones periodísticas) nos ofrecen a diario, lo que era pesimismo se convierte en realismo, una variante mucho más dura que nos hace bajar la moral al sótano. La percepción pesimista de la realidad, según la vemos en esos Medios recoge toda una variedad de tópicos: aquí defrauda tododiós, aquí se corrompe hasta el sursuncorda, aquí no se crea un empleo ni pagando, aquí cualquier tipo con corbata retratada en un telediario es susceptible de ser un delincuente, ahora o dentro de un poco. Vemos los Medios y todo parece dar la razón a los tópicos: los jueces citan a una larga lista de personajes públicos y a unos los imputan, a otros los meten directamente en la cárcel y a otros/as les meten unas fianzas del tamaño de un sueldo (o indemnización por despido improcedente) de directivo de banca rescatada por la ciudadanía en paro y con hipotecas a punto del desahucio. La justicia se eterniza en largos sumarios cocinados a fuego lento y destilados a los periódicos gota a gota. No hay institución española libre de sospechas, todas tienen o tuvieron algún representante metido entre los sumarios por corrupción, desde las diferentes asociaciones de empresarios (son especialistas en buscarse presidentes al borde del delito) hasta los equipos de fútbol, pasando por partidos políticos, sindicatos, ayuntamientos, diputaciones y empresas variadas (sobre todo las que parecían más importantes y de referencias internacionales). Nuestro pesimismo realista nos hace ver como si viajáramos en el Titanic, que acaba de chocar contra un iceberg del que sólo vemos una parte y sabemos que hay mucho más escondido bajo la línea de flotación; vemos como la tripulación no sabe que hacer, mientras los pasajeros de gran lujo aprovechan el hielo del iceberg para enfriar sus gin tonic. Y lo contemplamos sin movernos para intentar salvarnos, porque también sabemos que el mar está helado y nos va a dejar tiesos. 
El Gobierno (que es de derechas) no deja títere con cabeza, a pesar de que jura por la bolita del Niño Jesús que todo va bien, que sus grandes proyectos son la panacea, por mucho que los expertos independientes afirmen que son una cagada. A saber: la «tarifa plana» de cotización (que va a ser aprovechada para maquillar como empleos un sucedáneo de trabajos y así poder obtener beneficios sin carga social); Wert, el hombre con cara de personaje de los Simpson, se da cuenta de que su reforma de FP dejaba a un curso con los estudiantes en el limbo de la ESO y aplica un examen especial; el gobernador del Banco de España (un cargo de tristes antecedentes) quiere más inflación para recuperarnos (no se entiende, pero al final tocaremos a escote) y quiere «retocar» las pensiones (la de usted y la mía, no la del gobernador ni la de los diputados, mucho menos la de los directivos de los bancos rescatados) y, a cambio, fomentar los fondos de pensiones privados (de tan triste recuerdo como los antecesores del gobernador en el Banco de España; recuerden, dejaron colar todos los pufos bancarios y no movieron ni un dedo para advertir de las estafas a los pensionistas que fueron seducidos por las preferentes). El presidente de los catalanes, Mas (también de derechas, por si no lo saben) sigue insistiendo en que son diferentes y al resto de España (créanlo) nos importa un carajo; en el fondo no hay más que un enfrentamiento de nacionalismos, el mayoritario, que quiere dominar el mapa, y el minoritario, que quiere dominar «su» mapa. La oposición socialista (supuestamente de izquierdas, me parece recordar) está borrosa, como desvaída, y su máxima aspiración en este momento es pelearse con el Gobierno, para intentar arañarle unos puntos en las estadísticas, en una dialéctica que no interesa a nadie (¿creen que alguien es capaz de ver uno de esos programas en directo de debate parlamentario?) y dan fundamento al tópico de que los políticos no interesan. Nadie se acuerda quien fue el candidato que votó para el Congreso y mucho menos para el Senado, panteón de españoles poco ilustres. Nadie parece tener interés en las elecciones europeas, a pesar de lo mucho que nos jugamos en ese Gran Bazar de la economía dirigida por el Capitalismo europeo (incluidos los paraísos fiscales que se sientan el Bruselas). El resto de las izquierdas sigue amarrada a viejos tópicos y no es capaz de hacerse un «selfie» con Marx para entender que es una foto que hay que actualizar y reconstruir. El deterioro social es evidente; no se puede estar de risas con la cantidad de supervivientes laborales apuntados en unas oficinas que hace tiempo que no dan empleo. Están jugando con cosas de comer y mientras los pasajeros del Titanic comienzan a moverse, la compañía naviera sólo le ofrece una orquesta en cubierta que toca «Cerca de Tí, Señor», mientras los obispos cambian de entrenador, perdón, de presidente; Rouco se va cabreado con los políticos y con el Gobierno: quería más dios y menos democracia (la iglesia católica no es una institución democrática, todo viene de arriba, y la seguiremos pagando entre todos). Es el modelo a seguir: una institución privada pagada con dinero público. La diferencia es que podemos prescindir de los sacramentos, pero no de la enseñanza ni de la sanidad. Para el Gobierno es más fácil nombrar a la Virgen del Amor funcionaria del Estado que convocar oposiciones a enseñanza y sanidad. 
Cuando ya no nos interese votar, porque la sanidad, la enseñanza, los recortes de las pensiones, la justicia y todo lo demás se vaya a hacer puñetas, nos daremos codazos para meternos en las lanchas salvavidas, sin respetar a las mujeres y a los niños primero; ahí nos daremos cuenta de que ya no hay lanchas, las vendieron todas y sólo nos han dejado unos cuantos flotadores con cara de pato. Pinchados.

domingo, 9 de marzo de 2014

Resulta que


Diario de Pontevedra. 08/03/2014 - J.A. Xesteira
Veo en un noticiario al papa Francisco reunido con los obispos españoles y se escucha su alocución: «Creo que tienen ustedes que reunirse; diviértanse» Y me resulta intrigante la frase. El papa les dice a Rouco y sus muchachos que se diviertan en la asamblea episcopal. ¿Cómo se entiende eso? ¿Cómo se divierte un obispo? Se abre un turno para opiniones y se ruega que no hagan coñas fáciles. Debe ser por la larga temporada de pertinaz borrasca y por haber entrado en la Cuaresma sin pasar por el Carnaval, que tenemos el ánimo traspuesto, un punto cabreado y confuso. La situación no ayuda; vivimos en un país en el que cada día encontramos un nuevo «ahora-resulta-que» que nos descubre nuevas tropelías y nos desbarajusta los esquemas que creíamos que eran sólidos y con base hormigonada. Por ejemplo, los que no teníamos mucho aprecio por las órdenes religiosas, pero que siempre hacíamos la salvedad de las monjitas de los hospitales, ahora resulta que no eran tan buenas, que mangoneaban los centros sanitarios (no todas) y algunas se dedicaban a un inmoral tráfico de bebés, a los que arrancaban de los pechos pecadores de sus madres solteras y descarriadas para entregarlas a familias como Dios manda, mediante pago, en efectivo y sin declarar a Hacienda, de unas cantidades variables. Supongo que el tema no debe divertir mucho a los obispos ni al papa, al que se le juntan los problemas de este tipo con los de la banca vaticana o la pederastia clerical (en esos países de por ahí adelante, en España, de momento y por extraño que parezca, todavía no aparece el ahora-resulta-que de curas y niños más que en casos puntuales) que son dos temas opuestos: la banca vaticana toma la cuenta corriente y da rentabilidad en el más allá (como las preferentes), mientras que los casos de abusos del clero se pagan en la tierra, mediante cárcel y multas que pueden arruinar a la misma diócesis de Boston. Vamos descubriendo cosas de dineros y morales, y cuando creíamos haberlo visto todo, siempre nos aparece un «ahora-resulta-que» que nos vuelve al mundo de los vivos. El Gobierno lidia con las reclamaciones de los familiares de fusilados en el franquismo de guerra y posguerra y cuyos huesos andan ciscados por el mapa de España; y les dice a los reclamantes que hay que dejar a los muertos en paz y que hay que pasar página. Pero resulta que, mientras los familiares se acogen a la justicia argentina (justicia justicialista) en vista de que no les dan permiso para buscar muertos, el gobierno de Madrid autoriza la búsqueda de los restos de Cervantes, usando tecnología puntera, en el convento de las monjas trinitarias descalzas (volvemos a las monjas y ahora le llaman Trinidad). El interés por encontrar los restos del genial escritor es absurdo: Cervantes está enterrado de forma canónica dentro del recinto (una lápida así lo muestra en la fachada) pero no se sabe en que lugar exacto; da lo mismo todo el convento es su cripta. Los asesinados al amanecer en las cunetas fueron sepultados de forma ignominiosa y silenciados durante décadas; sus familiares tienen el derecho de pedir sus restos, las leyes universales les amparan. La disculpa de pasar página y dejar el pasado en el pasado, no vale. Los criminales no van a pagar por su crimen, pero la sociedad necesita, para su decencia, «verdad, justicia y reparación» (la frase la tomo prestada del antropólogo forense Etxevarría, el que descubrió el suicidio de Allende y los asesinatos de Lasa y Zabala). Desde Nurenberg sabemos que no hay amnistía que alcance a la obediencia debida, y que hay que reparar el pasado para que no se pudra el presente y se contagie el futuro. Con las leyes suceden cosas muy raras y muchas veces –demasiadas– tratan de meter ilegalidades dobladas como si fueran derecho sagrado. Los gobiernos se acostumbraron muy rápidamente a imprimir leyes convenientes según los tiempos y los climas, principalmente los económico-financieros. Y a veces –cada vez más–los gobiernos se encuentran con un «resulta-que» que los deja a culo pajarero. Ahora mismo, el céntimo sanitario, que pagábamos todos al echar gasolina, era ilegal, según las leyes comunitarias, y el Gobierno tiene que devolverlo. Son muchos millones, pero nadie los va a recuperar. Ese céntimo del gasoil que nos cobraron por ley y por la cara, solo será devuelto si usted reclama personalmente y con evidencias de haberlo cobrado, factura en mano. Es un viejo juego: primero hacemos la ley, después la aplicamos, a continuación nos embolsamos la pasta y cuando declararen la ley ilegal, no habrá manera de recuperar lo cobrado. Y como la condena no lleva implícita la posibilidad de castigar al político culpable, ni siquiera de partirle la cara, pues seguiremos con leyes que unos años más tarde «van-a-resultar-que». La consigna es tirar para adelante, que el tiempo no pone nada en su sitio. ¿Qué sucederá cuando «resulten-que» las leyes en marcha, la de la justicia universal, la de seguridad ciudadana, la del aborto? Nada, son leyes que, como con los bebés robados, fueron hechas por monjas ancianas que ya no se acuerdan. Hay que estar preparados para sorprendernos en el futuro de lo que ahora nos cabrea. Si ahora resulta que Europa era «esto», prepárense, porque el FMI, esa institución dictatorial, por boca de su presidenta Lagarde (una mujer con aspecto de ave rapaz) ya nos avisa que España tiene que hacer más reformas laborales: abaratar el kilo de obrero y aligerar su despido, al tiempo que suben los impuestos indirectos (es decir, subir el precio del pan y el del caviar, para que sea igualitario). Y eso que vamos por el buen camino, como nos dicen sonrientes desde las televisiones. Debe ser el buen camino por el que mandaba el lobo a Caperucita. Resulta que el país mejora, según los números gordos que manejan los grandes expertos, pero los parados son los mismos y sus derechos laborales no existen. Tenemos dos opciones: cabrearnos o divertirnos como obispos.

domingo, 2 de marzo de 2014

Menos el humor


Diario de Pontevedra. 01/03/2014 - J.A. Xesteira
El pasado 23-F se montó uno de esos pequeños-grandes líos que sólo se montan en países que no tienen otra cosa que hacer. Me refiero al programa polémico y polemizado de Jordi Évole titulado Operación Palace, una ficticia trama sobre el golpe de estado. Dicen que lo vieron 5,2 millones de espectadores, poco menos que el número de parados de este país. Y dicen que fue el 23,9 de cuota de pantalla, un récord. El caso está en que muchos creyeron que aquello era cierto (quizás basándose en que las personas que daban la cara eran gente solvente y creíble) y otros muchos no se lo creyeron. Pero, al final, después de que los protagonistas de la ficción desvelaran la broma, pidiera disculpas y se justificaran, comenzó una polémica que todavía dura. Como suele suceder en esta colección de países que llamamos España, la cosa se divide en dos: los que están en contra de la coña (el 23-F fue muy serio) y los que se lo toman de coña (hay que reírse y disfrutar). Los eruditos sacan a relucir otras manipulaciones de este tipo, como la Operación Luna (que todavía engaña a incautos en Youtube) y La Guerra de los Mundos de Orson Welles (aunque son casos diferentes, las dos operaciones, Luna y Palace “analizan” un hecho real, mientras que Welles hizo “real” una ficción literaria. 
Me incluyo entre los que adivinaron a primera vista que aquello era una coña. Les cuento. Aquel 23-F me encontraba en la redacción de un periódico esperando que mandaran la información de la investidura de Calvo Sotelo. Como sucedió lo que sucedió, tuvimos que transformar todo el periódico en un informativo del golpe de estado, toda la noche en vela hasta que acabó. A partir de ahí me tuve que tragar el marrón de toda la información que siguió al caso, incluido el proceso y juicio posterior, hasta la sentencia y las condenas. Al final acabé con la cabeza como un bombo con todo aquello. Por eso, nada más ver como andaba el programa todo me sonaba a falso, los diálogos, los argumentos, y el propio guión, que parecía no tener interés en ser exageradamente creíble. Es comprensible que haya espectadores que piquen en un montaje de este estilo. Lo que es grave es que, a pesar de que el programa dejaba ver la tramoya detrás del montaje, hubieran tantas personas que lo creyeran como artículo de fe, y, lo que es peor, tantos profesionales del periodismo, de la cultura, de la política y de los se llaman líderes de tendencias, que hayan picado y, para rematarlo, hayan puesto el grito en el cielo por tratar con humor un tema tan serio. 
Por una parte tenemos a todos los que creen en cualquier cosa, incluso que el esperpento trágico de aquella intentona fuera un complot de Suárez, la CIA, González y José Luis Garci. Eso podría demostrar (no lo sé, pero parece un índice) que la sociedad española ha llegado a un grado de atontamiento por empacho de televisión y tecnología de redes sociales, preocupante. No es para menos, con una alimentación cultural televisiva, basada en mira-quien-baila, mira-quien-canta, mira-quien-opina, mira-quien-debate, mira-quien-gobierna, mira-quien-juega-al-fútbol, mira-quien-delinque, y un resto de etcéteras, el personal traga cualquier cosa y se va corriendo a ponerlo en el tuiter o en su red preferida. Más tarde se da cuenta de que había picado como un pardillo y lo borra. Ese es un problema: el cerebro ha quedado tan reblandecido que funciona por impulsos, de manera digital, a golpes de click, sin reflexión ni análisis. Las consecuencias de ello inciden directamente en el sector más joven de la sociedad, al que se le ha escamoteado una gran parte de la historia de este país. Lo que reciben de la televisión es pura desinformación, y lo que reciben en los planes de estudio, que es donde debería estar la base cultural del conocimiento, elude ampliamente la historia (por lo que respecta al 23-F, incluso los expertos carecen de documentación, porque los papeles secretos siguen ocultos). Por lo tanto, si hay que recurrir a una fuente, no queda más remedio que Internet, donde juega la capacidad de filtro que no todo el mundo tiene. Es más fácil colar una mentira, basta con que la diga un político en el Parlamento o en declaraciones a la prensa (que, como filtro es nula, todo lo traga) para que adquiera categoría de verdad, vía internet. Con ello, el resultado final es un lío en Twitter, en donde se protesta o donde se alaba, pero donde no se aprende gran cosa. Ese espacio que ya está ocupado por el Papa y el presidente del Gobierno, que escriben (o les escriben) sus pequeñas píldoras ocurrentes, colocándose en el mismo nivel que los niños del instituto en el recreo. 
Más grave es el escándalo de los profesionales de la información (iba a decir periodismo, pero el periodismo es algo más, aparte de información). Los que picaron (y fueron muchos, por lo visto) y los que no picaron se quejan de que se trivializó un tema muy serio. Al grito de “¡Eso no es periodismo!” han atacado al programa y a los que fueron cómplices. Y ahí la cosa si que ya es grave. Si la profesión periodística se enfada por un programa de humor y no se enfada por asistir como muñecos de cartón a ruedas de prensa en las que no se admiten preguntas, a debates en los que lo menos importa es el tema, algo va mal. Si se reclama seriedad para un programa de humor y no se reclama para la desinformación de las sociedad (y no me vale el viejo argumento de la objetividad: un periodista no puede ser objetivo, es un sujeto activo de lo que sucede en su entorno), mal vamos. En un tiempo gris es bueno meter algún color que dé risas (y polémica) a la vida. Parafraseando a aquel rey francés: “Todo está perdido, menos el humor (y la vida, también decía)”