martes, 23 de abril de 2019

Punto y aparte

 J.A.Xesteira
A mis improbables y escasos lectores.
Semana a semana volcaba en este blog un artículo de opinión que previamente enviaba al Diario de Pontevedra para ser publicado el sábado. Así sucedió, sin fallar una semana, durante diecinueve años, que, como el tango, no es nada, pero fuera del tango son muchos artículos (calculen a 54 por año), mucha historia, muchos mangantes en forma de políticos (algunos, hay que aclarar, fueron personas decentes) muchos sucesos, y mucho tiempo pasado. 
Ahora acabo de decidir parar el carro, dejar a un lado la opinión sobre “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa” (tal es la definición canónica de la noticia) y pasar página. He agradecido personalmente a los amigos del Diario de Pontevedra las atenciones que han tenido a lo largo de estos años, me han dejado la puerta entreabierta por si se me ocurre cualquier cosa publicable… Y me he ido.
Todavía no sé como alimentar este blog, un animal tecnológico virtual que come de todo y a todas horas. Creo que pediré ayuda a mis hijos para que me maquillen el espacio de escritura y después pensaré qué meter dentro; seguramente más escritos a vuelapluma, dibujos, esbozos, ideas de bote pronto o cualquier otra cosa de fabricación propia. 
Vivimos tiempos en los que hay demasiada gente opinando para tan poca opinión; todo gira en torno a dos posiciones: Nosotros y Ellos. El sentido común escasea y el avance del Capitalismo más feroz tapa cualquier intento de solución democrática. Solo queda un enorme espectáculo de marionetas teledirigidas. Como decía el escritor argentino Osvaldo Soriano, hay que saber abandonar el escenario antes de que el espectáculo se vuelva grotesco. 
Por lo tanto, pongamos punto y aparte. Nos vemos.

sábado, 13 de abril de 2019

He visto el futuro

 J.A.Xesteira
Acabo de estar en Grecia y he visto el futuro. Creía que el viajero que iba a Grecia lo hacía para reencontrarse con el pasado, con el origen de la cultura, la democracia, el arte, la poesía dramática, el teatro, los dioses, los héroes, el rey Agamenón, el dios Apolo, Melina Mercouri, las mil versiones de Hércules, Zorba bailando sirtaki, los mármoles de la Acrópolis, las Termópilas de Leonidas (“Viajero, si vas a Esparta….), el mar de Ulises y de Kavafis (Viajero, cuando emprendas el viaje a Ítaca…) y todos los santuarios olímpicos, délficos o micénicos. Fui y no encontré la antigüedad en los paisajes griegos, campos con piedras tiradas en lo que fue el pasado de oro de la cultura, los juegos olímpicos, los hospitales de Esculapio y los oráculos antiguos; el resto está guardado en los museos, mármoles y bronces, cerámicas y pinturas. El pasado está dentro, fuera quedan los solares, los descampados del pasado, las ruinas ocupadas por árboles. En los museos guardan los griegos su pasado, seguramente para que no se lo roben los ingleses y alemanes y se lo lleven a sus museos, o se lo destruyan los fascistas italianos y los nazis alemanes porque sí, porque eran enemigos.
En la calle, sin embargo, encontré el futuro, nuestro futuro, quiero decir, que ya es el presente griego, un país tomado como experimento del capitalismo rampante. Conocí Atenas hace años, una ciudad bulliciosa, con turistas y gentes en las terrazas de los cafés, charlando, música de buzukis, mesas en las tabernas bajo los plátanos de las plazas y una vida parecida a la de los portugueses o españoles, a fin de cuentas todos comemos pulpo y sardinas. Me encuentro ahora con un país post-Troika, porst-crisis, post-mortem. El futuro. Nuestro próximo futuro. La mayor parte de las tiendas atenienses han cerrado, da igual lo que vendieran, han cerrado porque la gente ya no tiene dinero para comprar ni cosas básicas ni cosas superfluas, de sociedad de consumo han pasado a sociedad sierva del capitalismo feroz. La ciudad presenta la descarnadura de numerosos edificios que levantaron plantas sobre plantas en la época feliz y quedaron a medias, en el esqueleto arquitectónico de encofrados a la intemperie; los comercios echaron el cierre y ahora solo sirven para que peguen carteles de protesta, de anuncios de compraventas, de sex shop, de todo lo que pueda leer una ciudadania que camina sin rumbo. Grandes edificios que un día fueron oficinas lucen la dentadura mellada de ventanas con cristales rotos y la desaparición de los aparatos de aire acondicionado. Las calles centrales están llenas de turistas y de gente joven sin un plan determinado. Los precios son caros para el viajero medio que un día disfrutaba bebiendo un café frappé en Monastiraki viendo pasar a los griegos con su rosario komboloi en la mano. Cuando hablas con alguien te confiesa que su sueldo de funcionario se ha reducido a la mitad, que tiene que mantener a su padre al que le han quitado la pensión y que nadie llega a fin de mes. La depauperación (le siguen llamando crisis) se palpa. El que puede, emigra, los que se quedan se reúnen para manifestarse ante unos policías a los que se ve en la calle con escaso ánimo combativo (también su sueldo ha sido reducido), el salario mínimo es ya pasado, el presente es un drama económico y ese es el futuro, nuestro futuro. Casi todo el panorama viene pintado en una novela de Petros Márkaris (que llevo para leer en el viaje y ponerme en ambiente) y que comienza con el suicido de cuatro ancianas “para no ser una carga para el Estado”; Márkaris utiliza a su personaje, el comisario Jaritos para explicarme lo que estoy viendo: “La gente ha tirado la toalla y ha caído en el fatalismo; ¿se acuerda de aquella consigna electoral: Para un futuro mejor? Ahora le hemos dado la vuelta: Para un futuro aún peor” Los autobuses están llenos de gentes serias mirando en sus móviles si queda alguna esperanza; los vigilantes de los museos miran al infinito, aburridos e indiferentes (podría llevarme el Poseidón, si fuera más pequeño, y estoy seguro que no moverían un dedo). El país está vendido, el aeropuerto ateniense es alemán, los trenes son franceses.
El Capitalismo ha convertido un bello y alegre país en una tragedia griega. Salgo de Atenas hacia el Peloponeso y veo uno de los síntomas de la mano del capitalismo: la colza. La he visto en otros países; donde antes había praderas y cultivos tradicionales, ahora son grandes extensiones de un amarillo intenso. La colza, como la soja, requiere grandes extensiones, su utilización es como forraje y (¡ojo!) como biodiésel. Toda la colza está en poder de grandes compañías transnacionales controladas por firmas desconocidas; cuando hacen falta territorios los compran a particulares empobrecidos previamente gracias a una crisis artificial, se compran terrenos que antes daban patatas, algodón o maíz y se planta colza, una producción muy barata.
La Troika, la tríada financiera formada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, tres organismos que tienen el siniestro honor de tener a varios de sus presidentes en la cárcel, actúa como el bombero incendiario: primero estrangula a un país,  impone la política financiera y realiza la supervisión y aplicación de los llamados programas de consolidación fiscal; a cambio el país que lo necesite recibirá financiación. Si no obedece no obtendrá financiación. El país financiado quedará intervenido, seguirá sus directrices y pierde su independencia política. En España se empiezan a oir voces de posible crisis; cuando vean grandes campos de colza, échense a temblar.
Regreso de mi viaje al futuro justo el día en que empieza la campaña electoral, una campaña que empezó hace casi un siglo. Los candidatos ofrecen un discurso confuso con la intención de ganar y gobernar, no hablan del futuro porque no lo conocen. Yo lo he visto, es como el futuro que describía Leonard Cohen, otro que amaba a Grecia y vivió largo tiempo en sus islas donde compuso bellas canciones: “He visto el futuro, hermano, es un crimen”.

jueves, 11 de abril de 2019

De lo legal a lo justo

J.A.Xesteira
¿Usted de quien era más amigo, de Robín de los Bosques o del rey Juan y sus secuaces, el sheriff de Nottingham y los normandos? Yo también, como usted siempre vuelvo por el proscrito contra el rey. ¿Y de quien es más amigo, de los indios o de los vaqueros? Reconozco que hace tiempo, como usted, era más del toque de corneta del Séptimo de Caballería que de Sitting Bull, pero con el tiempo y un poco más de cultura, me volví partidario de Caballo Loco y los sioux y no del asesino gilipollas del General Custer. Y en lo tocante a piratas, apuesto que todos estamos con el capitán Kid y no con los virreyes de Maracaibo (ni con Morgan, que era un pirata traidor, que se hizo corsario, un pirata-funcionario del Estado). Creo que lo tenemos claro, si hay que mostrar simpatías siempre volvemos por David y no por Goliat, el débil nos es más simpático, seguramente porque pertenecemos a la parte débil de la sociedad. Si nos dan a elegir entre Pat Garret y Billy the Kid, o entre Zapata y Porfirio Díaz, no lo dudamos, siempre elegimos al bandido romántico. Claro que nuestra cultura es básicamente cinematográfica; hemos aprendido más en el ritual de una sala a oscuras, en comunión gozosa con nuestros camaradas de gallinero, contemplando las hazañas de los grandes héroes, a espada, sable, flecha o pistola contra los villanos detentadores del poder, que en los libros de Historia de nuestro viejo bachillerato, que un día chapamos para aprobar raspado y al siguiente lo olvidamos (e hicimos bien, porque mentían como bellacos, con tanto cristianismo y tanto mártir y tanto rey piadoso y benévolo) Para nosotros siempre el bandido es el bueno, el romanticismo siempre está de su lado. Las películas, pese a todo, mentían, Robín Hood nunca existió, el rey Juan era igual de malo que cualquier otro rey por comparación, pero gobernó su país en ausencia de su hermano Ricardo Corazón de León, un tipo de poco fiar, que se gastó el tesoro real y gravó a sus siervos con impuestos de miseria para ir a combatir a las Cruzadas (que nunca ganó) mientras que Juan Sin Tierra tuvo el honor de ser el que instauró la Carta Magna (la auténtica, la única que tiene ese nombre). Los piratas eran una tropa más organizada de lo que cuentan en el cine, tenían sus códigos y se dedicaban al mismo comercio y rapiña que los reyes de Europa. Los indios no eran salvajes como nos pintan en la pantalla; tenían sus leyes, su cultura, y su organización (eran más avanzados en la conservación del medio ambiente que los civilizados de ahora mismo).
Y sin embargo, si lo analizamos con rigor, ellos son los fuera de la ley, los proscritos, los outsiders, los fuorileggi, los outlaws, los bandidos. ¿Por qué nos atraen tanto los que están fuera de las leyes y no los que dictan, aplican y hacen cumplir el imperio de la ley? Seguramente porque, en el fondo, no nos fiamos mucho de los que hacen, aplican y sancionan con el imperio de la ley. Porque, en el fondo, creeemos que los forajidos son ilegales, pero justos. El paradigma de Robin Hood, el bandolero que roba a los ricos para dárselo a los pobres, es una figura que cruza todos los tiempos y todas las civilizaciones, la del que se rebela contra la injusticia sostenida por las leyes. A fin de cuentas, las leyes las hacen cualquiera, la justicia viene hecha desde el fondo de los tiempos. En los pasados siglos aparecen los bandidos generosos contra el Poder, detentado en una serie de personajes que van desde el caudillo o presidente de un país hasta la banca que posee el capital, pasando por una serie de intermediarios organizados para explotar al campesinado o al incipiente proletariado. Así surgen bandoleros en Europa, cangaçeiros en Brasil, montoneros, guerrilleros, los clásicos outlaws del Far West y todas las variaciones posibles sobre el mismo esquema. Se trata de gente con un ideario mínimo: las leyes amparan la injusticia y por tanto debemos restaurar las cosas para que sean como deben ser. En tiempos pre-marxistas se trataba de una lucha de clases en la que los ricos dictaban las leyes y los pobres se organizaban fuera de ellas para reclamar lo que en justicia les pertenecía. Encontramos así la primera diferencia entre lo legal y lo justo.
Demos un salto. De aquellos bandidos románticos, desde Robín y sus arqueros hasta hoy han sucedido muchas cosas. Una, importante, que los antiguos bandidos acabaron por convertirse en guerrilleros, primero contra los colonizadores y después contra los que echaron a los colonizadores y que no eran muy diferentes de ellos. Desde Pancho Villa hasta Fidel Castro, pasando por Bolívar, Sandino, Garibaldi y todos los héroes más o menos románticos, todos fueron en algún momento declarados bandidos fuera de la ley. Y ahí es donde la cosa varía, porque ganaron sus guerras y por tanto tienen estatua de héroe, si las hubieran perdido hubieran quedado bandidos para siempre. Los movimientos revolucionarios americanos, los más conocidos, siempre comenzaron por un ilegal, un bandido (más tarde, un terrorista, que es una palabra que sólo pueden aplicar desde el poder, cuando se aplica hacia el poder le llaman intervención militar para restaurar la democracia (véase Chile 73 o Irak, Siria, largo etcétera). Che Guevara, el último héroe romántico, era un fuera de la ley, pero su figura trasciende incluso la Cuba castrista. Todas las independencias y revoluciones comenzaron fuera de la ley, desde la francesa hasta la de los Estados Unidos (con lenguaje actual diríamos que Washington fue un terrorista que se alzó contra la legalidad vigente de Inglaterra). Nuestra guerra de Independencia (una de las mayores estupideces de nuestra Historia (echamos a los franceses para poner a un rey injusto y felón) era una ilegalidad, pero el pueblo era quien ordenaba.
A estas alturas quizás usted esté esperando que hable de Cataluña, del procés y sus personajes variopintos. Pero no, simplemente quería hablar de Robín Hood, piratas, indios y vaqueros. Ilegales pero justos.