domingo, 30 de noviembre de 2014

Demagogias y poesías

Diario de Pontevedra. 29/11/2014 - J.A. Xesteira
La duquesa de Alba se muere en Sevilla (RIP) y lo más destacable del noticiero de su vida es que tenía un montón de títulos nobiliarios y otro mayor de propiedades por miles de millones de euros que, en gran parte, están exentas de tributos y en otra gran parte reciben ayudas al campo de la Unión Europea. Al mismo tiempo que Cayetana de Alba se moría en Sevilla, entre el conocido fervor necrofílico de los sevillanos, una anciana en Madrid, sin título alguno, era desahuciada de su piso porque su hijo pidió un préstamo a un usurero particular con un contrato, al parecer, lleno de irregularidades y de procedimiento dudoso. A la anciana la ponen en la calle con fuerzas de policía por medio y sin darle una alternativa a su situación que ampara la Constitución Española con la que se llenan la boca desde hace años los más grandes expertos. Si fuera un político o un comentarista televisivo podría hacer con estas dos noticias demagogia populista; si fuera César Vallejo haría un poema genial. Como no soy ni una cosa ni la otra, ahí lo dejo quedar. 
El Rayo Vallecano, un equipo de fútbol de barrio de Madrid, del mismo donde vivía la anciana, acordó ayudarle; el entrenador dijo en rueda de prensa que él y el club iban a ayudar personalmente y a través de un canal de ayuda a esa vecina del barrio. Si los periódicos fueran como nos dijeron que tenían que ser cuando estudiábamos para esto, tendrían que abrir a cinco columnas en primera con la gran noticia: “Un entrenador de fútbol da una rueda de prensa y no dice gilipolleces”; subtítulo: “La Fifa anuncia que tomará cartas en el asunto y no se descarta que el entrenador del Rayo sea suspendido de sus funciones”; editorial: “¿Es demagogia populista o es un poema deportivo?”; artículo de opinión: “Más allá del deporte” (en el texto se alude a los presidentes de equipos de fútbol relacionados con el boom inmobiliario, las promotoras, la corrupción política –no demagógica ni poética, sino real– y su relación con los desahucios a través de las empresa buitres y con las condenas por delincuencia futbolística organizada). “Es una señora que llevaba cincuenta años viviendo en su casa y por hacer un gesto que le honra, que es avalar a su hijo, que todo el mundo haríamos indudablemente, ha sido desahuciada. Es una situación para pensar en ella y tenerlo en cuenta”, dijo el entrenador Paco Jémez. No sé si es bueno o mal entrenador, sí sé que el Rayo es un equipo pobre, y que sus palabras están más cerca del poema de Vallejo que de la demagogia populista. A fin de cuentas, los equipos ricos están más pendientes de quien se lleva el balón de oro o de recalificar terrenos, cosas que no tienen poesía y sí mucho populismo para entretener a gilipollas que abren la boca ante los entrenadores. 
Ser anciana de la nobleza de este país es un espectáculo. Un noble, a fin de cuentas, no es más que el descendiente de un facineroso que libró la cabeza del verdugo por servir a otro facineroso llamado rey; la diferencia entre ser grande en la Historia o no serlo está solamente en acabar en el bando ganador o en el perdedor. Ser anciana pobre en este país es un espectáculo. A fin de cuentas la única condición que se pide para ser pobre y viejo es que resistan. 
En el país vecino (y lejano) Portugal acaban de cortar las barbas al ex presidente socialista por hacer “corrupção á moda do país”, con chófer transportador hasta Europa. Hace unos meses la “corrupção” alcanzaba a la banca más banca del mundo, a la Espírito Santo. Portugal es un buen país, un país amable y querido, que una vez hizo una revolución sin demagogia populista ni retórica (según el clásico de las letras portuguesas Eça de Queiroz la retórica es uno de los males de Portugal) y sí con mucha poesía de claveles en los fusiles y canciones de José Afonso. Pero, ¡ay!, no la remató, y la cerró en falso, y por esas hendiduras se colaron modos de hacer de un nuevo capitalismo que ya no tenía que pedir permiso al dictador viejo, porque en libertad todo el monte era orégano y la vieja poesía de ocupar las tierras baldías acabó en la retórica demagógica de creer que todo el monte es Europa, con socialistas y banqueros en el mismo saco. Las revoluciones hay que empezarlas y acabarlas, y si no, no. 
Pero mientras las barbas portuguesas acaban de ser cortadas, de la parte de acá nadie pone las suyas a remojar, aunque todos estén mal afeitados. Todo se reduce a un juego retórico en el que evitan la demagogia populista (eso siempre se lo achacan cada uno a su oponente) y la poesía hace años que ni está ni se le espera. Y los primeros atisbos de que llega gente nueva a pedir un sitio en todos los partidos (y digo en todos) y a pronunciar frases que parecen que están sin estrenar son los pequeños detalles: los empresarios, una clase muy sensible (su dinero se resfría con facilidad y por eso lo mandan a paraísos tropicales) se preocupan porque sube Podemos, un experimento que todavía no demostró nada, y piden a los grandes partidos que reaccionen. Ante la alternativa escasamente poética de los partidos, los empresarios y el horizonte que pintan, los jóvenes españoles (un 60 por ciento) se propone emigrar como solución a sus vidas, porque saben que aquí no van a tener el puesto de trabajo prometido y nunca creado ni por el Gobierno ni por los empresarios preocupados. Vuelven las emigraciones de los bisabuelos (a América) y de los abuelos (a Europa); los padres se la saltaron, pero los niños de la Transición tienen ahora la gran ventaja de vivir en un mundo global y poder emigrar con un alto grado de formación a cualquier lugar del mundo con billete “low cost” y poder hablar después con casa gracias a la tecnología digital. No sé de que se quejan.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Iuvenes dum sumus

Diario de Pontevedra. 22/11/2014 - J.A.Xesteira
Suele decirse que la segunda mitad de los años 60 y principios de los 70 fueron la Década Prodigiosa por una serie de motivos y circunstancias que no vamos a analizar (se sugiere como tema de conversación a los postres o a la barra del bar, siempre que se apaguen previamente los accesos a internet, porque, de lo contrario no hay discusión ni conversación, la wikipedia lo anula). Los que tuvimos la suerte de haber vivido nuestra juventud en aquellos años debemos reconocer que la música era el envoltorio, la salsa, la guarnición de aquellos años; en forma de conciertos escasos, discos de 45 revoluciones o himnos de protesta contra el estado de cosas, la música era omnipresente. También la poesía, el cine, la literatura y unas cuantas cosas más que constituían la cultura no oficial y que, por suerte para nosotros, alcanzaron cotas de calidad que no volvieron a lograrse. La canción protesta era una rama importante de nuestras músicas, muchas veces aburrida, muchas veces difícil de entender (Dylan hablaba en inglés que no entendíamos). Pero en los actos callejeros de protesta de oposición a un régimen que tardaba en caer, las canciones eran importantes, tanto que en los primeros días de Mayo del 68, que no había canciones, se llegó a cantar el Gaudeamus Igitur, (“¡Iuvenes dun sumus!”) canción goliardesca y optimista, pero escasamente revolucionaria en el sentido rebelde que nos traía a cuento aquel mayo como el de los franceses. Por eso enseguida se tradujo el “We shall overcome” (creo que fue Franco Grande el adaptador al gallego, aquel famoso “Venceremos nós”) y de ahí siguieron canciones para adornar aquella lucha juvenil contra el mundo viejo. El resto es historia y hay suficientes libros para recordarlo. A donde quiero ir es a que la música adornó la juventud, tanto para los guateques como para las barricadas. En forma de Adamo o en forma de Raimon. Al paso de los años, aquellos jóvenes se instalaron en el poder, y la música pasó a segundo plano; sí se cantaban en los mítines los himnos que casi nadie sabía enteros, y se notaba que la cosa iba forzada; la izquierda acababa con una “Internacional” adaptada a los tiempos (cambiaron a “los parias de la tierra” y la “famélica legión” por “los pobres del mundo” y “los esclavos sin pan”) pero ya no se levantaban puños y muchas veces no sabían cual había que levantar, si el derecho o el izquierdo; la rama galeguista entonaba el Himno de Pondal, larga poesía llena de metáforas y cabreos que nadie se sabía entera y que, en la versión larga, aburría al respetable. Al principio las canciones estaban bien para ir al concierto y después gritar “¡Libertad!” y cosas por el estilo. Pero una vez instalados en el poder, todo quedó en un espectáculo de la progresía, una cosa fina, bien cantada y con letras de peso. Después las canciones protesta derivaron hacia lo que nos venía de América, de payadores perseguidos, de pueblos unidos y comandantes que mandaban parar. Eran buenas músicas y buenos músicos, pero, por aquel entonces, la década prodigiosa ya había pasado y los jóvenes estaban en el poder, inventando la Transición. Y una vez en el poder, la música pasó a ser una parte de los presupuestos municipales para conciertos de verano. Las músicas de los partidos se hicieron por encargo, a profesionales que tenían un Casio y montaban himnos para mítines. Incluso la derecha, que nunca cantó las canciones de protesta, se marcó su música para identificarse. 
De todo eso hace 50 años, poco más o menos. Y ahora aparecen los jóvenes, de nuevo, intentando llegar al poder y vuelven a usar aquellas canciones que todavía tienen jugo para hacer el cóctel político del momento. De repente nos sorprendemos con que los chavales de Podemos canten las viejas canciones que fueron marca registrada de una época. Es un síntoma de los tiempos cambian, y no porque lo diga una canción, sino porque siempre es así. Ninguno de los chavales que están peleando para tomar el poder había nacido cuando esas canciones que ahora son sus himnos (“Cambia, todo cambia” o “L’Estaca”) se cantaban en los pabellones de deportes (por aquel entonces el deporte era poco culto, no como ahora que es la Marca España); toda esta chavalada que aparece en las televisiones hablando con palabras nuevas, con frases sin usar, con sentido común y argumentos propios (no prestados por la globalización y el manual del perfecto capitalista) es hija de los que hicieron la Transición, la Constitución, nos metieron en Europa y en la OTAN y unas cuantas cosas más. Y no les gusta como está el paisaje. Y lo quieren cambiar. Y el que piense que no son más que cuatro hippies (¡que sabrán los políticos vestidos de jefe de planta lo que es un hippy!) está jodido. 
Un día me di cuenta de que envejecía, cuando el presidente de los USA era de mi edad, y otro me dí cuenta de que la cosa se ponía más vieja, cuando los presidentes eran más jóvenes que yo. A partir de ahí todo fue ir hacia la renovación, pero ningún año más que este se produjo un síntoma tan claro de que todo cambia. Los empresarios de las nuevas tecnologías son chavales con camisetas de capucha que cotizan en Wall Street a lo bestia. Los nuevos políticos tienen más conocimientos del la sociedad del momento, que los que están en el poder, a fin de cuentas, tipos caducados, abducidos por unas modas que primaban la competitividad y la inmunidad del poder para contaminarse con políticas delincuentes. El consejo de ancianos está bien para dar consejos, y los jóvenes, para no seguirlos. Aunque se equivoquen. Los partidos en el poder les acusan de demagogos y populistas, y, ¡ay!, no se dan cuenta de que esas son palabras que se usan en último extremo, cuando ya no hay argumentos. La generación de los que nacieron después de que asesinaran a John Lennon está llamando a la puerta, con viejas canciones y con nuevos argumentos, que son los de siempre, y que siempre se olvidan.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Un país feliz

Diario de Pontevedra. 15/11/2014 - J.A. Xesteira
Después del experimento catalán de hacer un referéndum que no refrenda nada, y que no se llama referéndum porque es ilegal, pero es como si fuera un referéndum, estoy a la espera de varias cosas: que los grandes estrategas acaben de ponerse de acuerdo sobre lo que pasó, que el Gobierno tome alguna decisión sobre ello, que el gobierno catalán, una vez encantado por su éxito en el referéndum que no es referéndum, sepa que hacer. Después de la fiesta del domingo, sólo sabemos que dos millones de catalanes dieron su opinión sobre ser o no un país independiente. Sobre los resultados me gustaría oir opiniones sensatas, pero me temo que no va a aser posible; la sociedad está demasiado «tertulianizada» como para pedirle sensatez. De cualquier forma, sobre ese tema, lo único que cabe hacer es esperar, todo lo demás son rimbombancias y prepotencias. Ni España se va a romper, ni Cataluña va a ser rechazada por Europa, ni todo lo que muchos afirman rotundamente va a servir para nada dentro de 10 o 20 años. Sólo el tiempo irá remendando la historia. La España rota, la Cataluña independiente no son más que palabras que pierden su significado en cuanto el camarero del Capitalismo nos traiga la cuenta de lo que hemos gastado. Lo único independiente en estos momentos son las multinacionales tecnológicas que consiguen pagar a Hacienda menos que yo (comparativamente según sus ganancias y las mías), el resto es crear ilusiones y llevar a la masa desde el «pepemos» hasta el «podemos», porque la masa es muy fácil de llevar, y a lo mejor ahí está el valor de la democracia; la masa lo mismo toma el Palacio de Invierno  que suelta a Barrabás, le corta la cabeza aal rey de Francia que vitorea a Franco en la Plaza de Oriente. El tiempo hará que se reencuentren Mas y Rajoy (que son ambos de derechas con escasas diferencias, créanlo) y con el añadido de los otros partidos se pongan a hablar para, al final, no cambiar nada, aunque parezca que cambió todo. Los movimientos políticos de la semana sólo fueron amagos y pases en corto, no hubo remate a puerta, por decirlo en lenguaje futbolístico: juego horizontal poco resolutivo. Y es que en ese pulso de ver quien era más chulo, con los tribunales por medio, solo quedó demostrada una cosa: en el terreno de la política no pasa nada, por más que se amenacen y pongan cara de pertenecer a la ONG Patriotas con Fronteras. 
Otra cosa es la realidad, una vez superados los nacionalismos virtuales (versión nintendo contra versión playstation). Ahí si que las cosas son brutas; la trama nuestra de cada día se llamaba esta semana «una organización criminal que amañaba contratos públicos» (las comillas no son mías, venían de serie en la noticia). Por orden de la juez Alaya, instructora para todo, fueron detenidas 32 personas de una red que hacía lo habitual en estos temas: falsedad en documentos, amañar contratos, blanquear dinero y el etcétera que se supone. Es la Operación Enredadera, una variación de la Operación Madeja (puede aparecer la Operación Embrollo, la Lío, el Rollo o más variedades posibles). También, en el mundo real la Audiencia de los Penal afirma que el PP está implicado en la trama Gürtel, cosa que cualquiera suponía. Y como complemento del panorama, acabamos de saber que la mitad de los médicos de la medicina pública tienen contratos eventuales y que unos 10.000 profesionales han optado por la emigración. Para entendernos: devaluamos la sanidad pública para reforzar la sanidad privada. 
Pero como no hay nada nuevo bajo el sol, leo la biografía (altamente recomendable) que Ramón Gómez de la Serna escribió sobre Valle Inclán, y se me van los ojos para un párrafo en el que Ramón se refiere a una serie de escritores que cobraron de la Exposición Universal de Barcelona, a la que califica de «despilfarro de millones» y a otro en el que habla de la ruina de la casa Bauer, representante en España de la Banca Rotschild, «arruinada –cito–por el engaño de un señorito que le ha hecho meter muchos millones en la plantación de naranjos en el desierto». Como ven, en cuestiones de delitos de élite ya todo está inventado. Una diferencia marcada en el libro; Valle Inclán fue condenado a una multa de 250 pesetas por escándalo publico en un teatro, y, dada la indigencia del gran escritor, pasó quince días en la cárcel. El ex ministro Jaume Matas, por delitos de mucha más importancia, y a pesar de no ser precisamente un pobre, pasó en la cárcel justamente el doble. La justicia equilibradora, al menos moralmente, deja las cosas en su sitio: Valle Inclán dejó una obra literaria incuestionable y genial; Jaume Matas deja unas cuantas obras inservibles (velódromo de Palma Arena) que sólo han servido para que se fugaran por ellas como disculpa millones de euros. Una vez más, y me van a perdonar, porque a veces me pongo muy pesado, y a veces, también, queda demostrado que sólo la cultura permanece, sólo los avances científicos quedan, y todo lo que haya recortado hasta ahora en cultura, investigación y bienestar social (Sanidad y Enseñanza) nos pasará factura más pronto o más tarde. 
De cualquier manera creo que no podría vivir en un país más divertido. Un país en el que el presidente de Extremadura se gasta el dinero del Senado para ir a ver a su novia a Canarias, pero que su novia ya había tenido otro novio que era diputado en Teruel por el mismo partido y que también gastaba dinero público para verla, es algo que situa la Marca España en una comedia vodevilesca, entre Groucho Marx y Graham Greene («Nuestra mujer en Canarias»). El de Teruel ya dimitió, el de Extremadura dice que devolverá al Senado el dinero que dice que gastó de su bolsillo. Y ahora quieren que el Senado controle a los miembros de su club. Podríamos aprovechar para suprimir el Senado, y nos saldría más barato. Ya digo, no podría vivir en un país más divertido, irritante, esperpéntico, cabreador y feliz que este (o «esto»).

domingo, 9 de noviembre de 2014

Encantados y desencantados

Diario de Pontevedra. 08/11/2014 - J.A. Xesteira
El tiempo no ayuda. El otoño es propicio a las depresiones, que son la consecuencia (o el motor) de los desencantos. Somos un país desencantado en el que viven personas con encanto, personas encantadoras y personas que están encantadas de ser y estar como son y están. Siempre nos movemos entre el encanto y el desencanto. Por ejemplo, Amancio Ortega debe estar encantado de haber ganado 447 millones de euros en un pispás, solo con las revalorización de las acciones de su propia empresa. Por ejemplo, los jóvenes españoles a los que llaman ni-nis (ni estudian ni trabajan) padecen un enorme desencanto, con razón, contra todo lo que les rodea; el 25 por ciento de los que tienen entre 15 y 29 años, una edad para ser feliz e inconsciente, no tiene empleo ni nada que hacer en la vida, salvo vegetar en sus casas (la media de desempleo en este sector es del 15 por ciento en la OCDE); el 31 por ciento sin estudios está en el paro (el 15 por ciento en la OCDE), el 20 por ciento con enseñanza obligatoria, también (el 16 por ciento en la OCDE), y el 23 por ciento de los titulados universitarios (13 por ciento en la OCDE) que no hayan emigrado, están en paro. No hay motivo para estar encantados de haber conocido este país y este paisanaje. El paro aumenta en octubre, con lo cual es más leña en la hoguera del desencanto. Ni siquiera el truco de adelantar la Navidad a Todos los Santos (en los centros comerciales sonaban los “jingelbels” en medio del Halloween) contribuye a encantar. Sólo el ex ministro Matas debe estar encantado con la justicia española; ya le dejan volver a casa como en un anuncio navideño del tercer grado penitenciario; sólo tiene que ir a dormir a la cárcel, pero dentro de poco, cuando lo juzguen por las causas pendientes, a lo mejor sólo tiene que ir a la cárcel a tomar el vermut los domingos. Pero otros sectores están desencantados con el funcionamiento del sistema. Por ejemplo Jordi Savall, un músico muy aburrido, que toca instrumentos viejos y hace músicas muy viejas (según la opinión que debemos suponer en los dirigentes de la cultura española) pero que, como es famoso internacional (los europeos son muy aburridos con esas músicas) le dan un premio nacional; y él no sólo lo rechaza, sino que, como está desencantado con la política del ministro Wert y sus mariachis, pone a parir al Gobierno, al que acusa de dar la espalda a la Cultura. Y tiene razón: dentro de cincuenta años nadie se acordará del ministro Wert, pero la música vieja y aburrida de Savall se seguirá escuchando y sus discos, o lo que sea en ese momento, se seguirán vendiendo.
Los empresarios de la Gran Empresa afirman que están desencantados con los partidos políticos, a los que acusan de corruptos, así, en general, sin personalizar. La Gran Empresa, que nunca encantó a nadie más que a ellos mismos, propone, sin embargo, una batería de medidas con las que quieren salvar al país de las garras del Mal y crear ¡dos millones de empleos! La experiencia nos dice que cuando se ofrece crear miles de empleos (ver presidentes de gobiernos y grandes estrategas anteriores) no se crea nada, es un bluff. Los empleos se crean cuando hay interés y ganas de crearlos, sin necesidad de anunciarlo. La Gran Empresa propone encantar al personal con canciones de sirenas que piden combatir la economía sumergida (que existe porque las empresas necesitan de ella para externalizar y reducir costes: ver talleres de confección en la provincia) flexibilizar el mundo laboral (la vieja canción de abaratar salarios, despidos y contratos) y unas cuantas recetas más de tipo económico que acaban en lo mismo: todo sigue igual. La Gran Empresa es la que maneja a los gobiernos y les dicta a la oreja las leyes que convienen, le pide nuestro dinero público cuando las cosas vienen mal dadas (agárrense que están al caer las mútuas laborales) y guarda sus beneficios en huchas escondidas en paraisos fiscales. 
El desencanto de la Gran Empresa con los partidos políticos se centra en la acusación de ser la causa de que Podemos triunfe en las encuestas (de momento, sólo en las encuestas). No les gusta. Podemos, que todavía no es nada salvo en las encuestas (que pueden fallar) es el clavo ardiendo al que pueden agarrarse los desencantados. Encanta a los ni-nis vegetativos porque les puede dar esperanzas de algo; y puede encantar al mismo Amancio Ortega, porque su reino no es de este mundo. No sé si el mogollón abstracto que compone Podemos está encantado con ellos mismos; pero deberían estar asustados. El PP y el PSOE lo están: Podemos los han desbancando sin haber hecho nada todavía. Ni siquiera es un partido a la manera tradicional; sólo es, por ahora, la concreción de las ganas de la gente de que todo cambie, que las cosas sean distintas, que nos encanten, que cambie el país, limitado por el horizonte de las líneas paralelas bipartidistas, apoltronadas, con el culo gordo del poder sentado encima de un país arruinado y perpetuándose en un estado de cosas que ya no sirven. Podemos, por ahora, sólo son ganas y palabras nuevas. Y con eso ya ha puesto a temblar a los dos partidos y a los grandes empresarios, que ven como hay mucho fuego alrededor de sus culos de paja. 
Los que hace años íbamos de derechas o de izquierdas quedamos desencantados con lo que se nos vino encima. Los franceses buscan la izquierda perdida, los alemanes también, Obama acaba de desencantarse; y comienzan a aparecer grupos que se vuelven a llamar comunistas. Los ajustes partidistas para buscar votos fuera de sus propios principios no dio resultado. Al final, la gente quiere volver a ilusionarse y vivir dignamente, quiere que, en el país de la impunidad, de la delincuencia sin que pase nada, pase algo. Del desencanto al cabreo cabe el grosor de un pelo. Y del cabreo al alboroto, menos. El futuro se va a adelantar como la Navidad. 

domingo, 2 de noviembre de 2014

No hay sitiio pa' tanta gente

Diario de Pontevedra. 01/11/2014 - J. A. Xesteira
A los efectos oportunos debo hacer constar que no todos los políticos son corruptos, no todos los políticos son iguales y hay más gente honrada de la que parece. Hay que creerlo, porque lo contrario sería falso y desesperanzador. El clima general no ayuda, y la aparición de una trama tangencial a la vida política con personajes que hacían favores, valiéndose de su posición, y cobraban por ello a los que se beneficiaban de esos favores, que no eran políticos, sino empresarios, tampoco ayuda a llevar la contraria a la opinión popular que cree que todos son iguales. Parece que no hay semana en la que no se descubra un nuevo chanchullo; las palabras “trama”, “operación”, “prevaricación”, “cuentas opacas” o “paraísos fiscales” son del dominio público, por más que no sean de uso corriente. Pero, créanlo, hay políticos honrados en todos los partidos, porque la honradez es una cuestión personal, más allá de cualquier actitud del grupo y sus montajes. 
Parece, sin embargo, que los hechos son contumaces, como afirmaba Lenin, y por mucho que las palabras aseguren la santidad de cada personaje con cara en el telediario, cada semana aparece una operación nueva con redadas y ocupación de despachos y domicilios en los que los policías salen con cajas de cartón llenas de cosas para imputar a los que afirmaban ser santos y trabajadores por el bien común, pero lo hacían por el bien propio. Son tantos que ya nos perdemos en su catalogación; los procesos son tan largos que ya nos olvidamos de quienes están procesados, imputados o condenados. Sólo de vez en cuando alguien entra en la cárcel como muestra de que la legalidad existe; pero sólo de vez en cuando, y casi siempre de segundo orden, faltan pesos pesados (¿cuando entra Fabra?), y, a estas alturas, son tantos que el panorama se nos vuelve confuso, los sumarios judiciales se van desgajando y metiendo por los afluentes a nuevos imputados por distintas causas. Son demasiados, siempre son demasiados, y parece que la lista no acaba nunca. Esta semana abrimos el lunes (un día siempre odioso, más para los que fueron detenidos) con la Operación Púnica, como las guerras romano-cartaginesas, en la que trincaron en grados variables de implicación a 51 personas, empezando a contar a partir del número dos de Esperanza Aguirre en el Gobierno de Madrid, un hombre que (las televisiones se encargaron de hacerlo notar) había clamado muchas veces contra los corruptos. Meter a 51 nuevos imputados en la larga lista de los sumarios crea confusión y provoca que la ciudadanía, el vulgo municipal y espeso que decía Rubén Darío, haga tabla rasa y asegure que todos son iguales y todos son corruptos. Y conviene romper con esa creencia y aclarar las listas de los implicados, de los imputados y de los condenados. 
Con cada nueva investigación, cada operación que salen a la luz con esos nombres de sugerencias casi infantiles (Pokemon, Zeta, Gürtel, Noos, Púnica, Campeón) nos hace crecer la sospecha de que todavía queda mucho por descubrir, muchas alfombras que levantar para barrer la porquería escondida. Y probablemente sea así, pero conviene reconsiderar un par de cosas, para nuestro buen gobierno: la primera, señalada al principio, de que no todos los políticos, banqueros, empresarios y demás personajes de importancia pertenecen al mundo del hampa de cinco estrellas que maneja fondos públicos a su antojo; la segunda, que el auténtico peligro no está en detener, imputar, juzgar y condenar a toda la delincuencia de corbata de seda, el auténtico problema está en dar abasto: no hay jueces para encausar e instruir, y no hay sitio para meter a tanto sospechoso habitual (como cantaba Celia Cruz, en las cárceles no hay sitio pa’ tanta gente). La primera parte del par de cosas se puede solucionar el año que viene, con nuevas elecciones municipales y autonómicas, que pueden contribuir a rarear, sanear y renovar el tejido político; otra cosa es que los que se estrenen ese año puedan caer en las mismas tentaciones de los que ahora declaran ante los jueces, de la misma manera que estos llegaron al cargo y el poder con etiqueta homologada; pero esa es condición humana y para eso están las leyes (tenemos demasiadas) que regulen sus conductas.
El segundo tema es más grave. La estructura judicial mantiene un funcionamiento atrasado; a menudo escuchamos de boca de los propios jueces decir que les faltan medios y personas para realizar su trabajo en condiciones decentes. Son estructuras concebidas para juzgar a cuatro rateros y poco más. Pero la instrucción de los casos con nombres de juegos de ordenador no es cosa de un día; los sumarios se eternizan, crecen, se ramifican, aparecen bifurcaciones con nuevos implicados, aparecen dineros en cuentas con las que no contaban, el tiempo pasa, los implicados crecen en número, y el final parece que nunca llega. Un solo dato: el juez Ruz, instructor de las principales causas de corrupción, está provisional en su puesto hasta dentro de dos meses; en ese momento su plaza puede salir a concurso o ser prorrogada hasta el verano. A partir de ahí tendrá que dejar la plaza. Y queda todo por hacer: Bárcenas, Pujol, caso Neymar… El resto de las instrucciones, banqueros, consejos de cajas de ahorros, empresarios, políticos autonómicos con falsos cursillos de formación y una larga lista de delitos se instruyen en juzgados con escaso personal y mucho más escaso material. 
Lo verdaderamente importante no son los titulares de los periódicos en los que se destapan estos delitos, ni las bromas que se hacen en la redes sociales y los programas de televisión, ni el escándalo generado. Lo importante y peligroso es que los sumarios se eternicen y los jueces no puedan resolverlos. El sistema actual no está preparado para afrontar todos los casos de corrupción (cerca de 1.000 en este momento) y hacen falta más jueces, más especialistas, más recursos y más medios policiales. Y no hay voluntad política (desde hace años) para resolver este asunto. Y es peligroso instalar en la opinión pública la falsa creencia de que al final compensa ser corrupto, porque no pasa nada.