sábado, 30 de abril de 2016

Nos vemos en el Día de la Bestia

J.A.Xesteira
Como era de esperar después de ver el rumbo de las negociaciones, pactos y desencuentros políticos, habrá elecciones en junio, el veintiseis-del-seis-del-dieciseis, el seis-seis-seis, el número de la Bestia que sirve al Dragón en el Apocalipsis de San Juan (“El que tenga inteligencia calcule el número de la bestia, porque es número de hombre, el 666”. Apoc. 13, 18). El que quiera sacar conclusiones de Cuarto Milenio tiene barra libre. Hacer coincidir las Elecciones Segunda Parte en ese día no es más que una circunstancia, pero pueden culpar al Maligno de lo que pase, o identificar al Maligo con Los Otros, como han venido haciendo durante estos meses de conversaciones, presentaciones ante el rey, desconversaciones, firma solemne de pactos entre dos aguas, y acusaciones, muchas acusaciones de que la culpa es de los Otros; todos se echan la culpa de esta situación a la que hemos llegado, a revotar en la segunda parte electoral por culpa de los que no quisieron ajuntarse por el bien del país. Un tic infantiloide, común a todos los partidos, a los cuatro con masa suficiente para maniobrar y organizar algo parecido a un  gobierno; una justificación que recuerda a aquel “¡Yo no he sido, profe, fue Manolito!” remarcado por la cara de falsa disculpa que la profe entiende perfectamente. Los espectadores votantes, ciudadanos contemplativos, sabemos que la culpa no es de los Otros, por mucho que amemos (un suponer) a nuestro partido favorito, al que entregaremos el voto, pero no dinero.
Los cuatro partidos que no fueron capaces de llegar a un acuerdo, por razones obvias y comprensibles, se enrocaron en sus posiciones como forma de luchar contra la competencia. Vano intento. Desconocen o ignoran que la competencia no son los Otros sino uno mismo; hacer las cosas para superar y ganar a los demás es inútil si primero no te superas a tí mismo. Y en eso estuvieron entretenidos en todo este tiempo de pactos inútiles, en desviar la culpa, echársela a los demás y tratar de competir de forma incompetente. Con el agravante añadido en esta segunda vuelta, que dentro de cada partido se van a crecer los que llevaban la contraria con la boca pequeña, los disidentes enmascarados y los “ya-lo-decía-yo” que pululan en cada grupo político; en las repeticiones se acentúan las disidencias y traen a la memoria aquella frase de la historieta de Pogo (para detalles ver Wikipedia) que decía: “Después de buscar al enemigo lo hemos encontrado: somos nosotros mismos”
Durante este tiempo también han jugado al recurso fácil de crear una necesidad apremiante de Gobierno, para salvar al país como sea, incluso con extraños matrimonios que harían este país aún más absurdo. El país, y así quedó demostrado esta temporada, necesita muchas cosas, pero no tiene prisa para conseguirlas. Después de estar sin gobierno y seguir andando como siempre, a trancas y barrancas, la necesidad más apremiante, aunque no lo digan las encuestas, es que llegue el verano para irnos de vacaciones. En eso hay que reconocer que somos un país más amante del carpe diem que de la esperanza en la Historia para que nos juzgue (le pueden dar mucho a la Historia cuando yo ya no esté aquí). El país necesita reequilibrarse, la sociedad necesita un nuevo punto de igualdad en muchos sentidos, una regeneración ética, no sólo en la clase política sino en toda la estructura social; necesita eliminar leyes, aligerar códigos y simplificar la justicia; necesita muchas más cosas que estos candidatos no han ofrecido más que de manera tangencial y ambigua, seguramente para conseguir apoyos a sus propuestas nebulosas pero que, al final, han perdido por inconsistentes. Necesita (mos) más que nada, un poco de sentido común y un discurso gramaticalmente correcto, donde las frases no sean las viejas fórmulas del blablabla político, hueco y falso.
Vamos a vivir de aquí al Día de la Bestia una nueva experiencia democrática. Va a ser la primera vez que revotemos y eso no debe significar un trauma social, está previsto y lo haremos como siempre, con un toque de coña y otro de cabreo. Las perspectivas son, como siempre, imprevisibles, por mucho que las metroscopias nos adivinen el futuro. La novedad es que vamos a votar (si no hay variantes) a los mismos que hace unos meses, a los que conocemos mucho más y sobre los que tenemos mucha información que no sirve para nada. Por mucho que los Medios nos hayan pintado a los candidatos según sus propios intereses (nunca los medios fueron tan partidistas como ahora) los ciudadanos de esta banda de Europa tenemos la costumbre de dar nuestro apoyo según la pinta, según nos caiga de bien o de mal. Los cuatro que supuestamente pelearán ofrecen ya un semblante conocido, viviremos un deja vu vertiginoso, que va desde la imagen inmóvil de Rajoy, que presume de no haberse movido porque ¿para qué? (siempre me recuerda al indio de palo que sale en las películas de vaqueros delante del saloon) hasta la de chico-listo-furafollas de Iglesias (siempre me lo imagino en el recreo del colegio de los Padres Parlamentarios), pasando por la dialéctica de spot publicitario de Sánchez (me lo imagino en un anuncio en blanco y negro ofreciéndonos coñac Veterano, caballero, ¡qué coñac!) y por la lógica arcangélica de Rivera (siempre me sale de marinero de primera comunión).
Estos son los que son. De aquí a junio habrá que aguantar una vez más sus peleas, sus promesas, su presencia en las calles y en las pescaderías, sus debates en televisión (malos actores con flojos guiones), su campaña. Mientras, el país real sigue andando y el mundo no deja de girar, el paro sube (ya bajará en verano) y el mundo exterior cambia según la moda (en Europa se lleva ultimamente la extrema derecha, una tendencia vintage que nunca desaparece dentro de cada europeo) Sólo el rey Felipe se atreve a recomendar una novedad: mo me gasteis mucho dinero en la campaña. En realidad podrían hacer la campaña sin gastarse un céntimo, ya la sabemos, ya la hemos visto.

sábado, 23 de abril de 2016

Raro es el día

J.A.Xesteira
Raro es el día en que no nos desayunamos con un nuevo caso de corrupción, robo, defraudación o cualquier otro delito relativo a la desaparición de dinero público en un agujero negro o dinero privado traspasado al cielo de los dineros para no pagar impuestos. Y ya hay políticos-barra-as que afirman con la mayor desfachatez que buscar la manera de no pagar a Hacienda es legítimo, lo cual no se contempla como exaltación del latrocinio porque esta variante no está penada por la ley que, paradójicamente, hicieron los mismos políticos que cobran un pastón del erario público y lo ponen a salvo de la Hacienda Pública en cuentas opacas. Pero no divaguemos. También raro es el día en que alguno de esos imputados, investigados o sospechosos entra en la cárcel para cumplir condena adecuada y ejemplar; la justicia es lenta, muy lenta en estos casos, los sumarios se eternizan, los procesos se alargan, y, cuando hay una condena en firme, resulta que es como un parto de los montes, entran en la cárcel y salen a los pocos meses. No se entiende que un chorizo público tenga buena conducta de la noche a la mañana, entre rejas, cuando observó una conducta condenable mientras era cargo público y usaba el poder y el dinero del poder a su antojo; léase caso Fabra, con 16 meses de nada y en la calle, gracias a las peculiariedades de una jueza peculiar. Raro, muy raro, es el día en que la mitad de la masa noticiable de los Medios no son los casos de corrupción, las detenciones, las prisiones sin fianza, y los eternos procesos que van goteando pequeñas novedades cada mañana. Los últimos artistas invitados, Mario Conde (segunda parte), el ex ministro Soria, atrapado en su ceremonia de la confusión y el partido del Gobierno, que suma notables investigados y a-punto-de: Barberá y Camps, Cospedal (y su gasto de dinero de hospitales en propaganda del partido) y el alcalde de Granada. Raro es el día que los “casos”, denominación genérica policial para empaquetar delitos y delincuentes, no aporta un  pequeño detalle para que no nos olvidemos de que existen; Gürtel (no se olviden, aún está ahí), Taula, Noos (actualmente en cartelera) y el mayor de los escándalos anunciados el de Manos Limpias-Ausbanc, como cosa que se veía venir; un sindicato sin obreros cuya única misión era personarse en causas sin aparente beneficio económico es cosa que no se lo cree nadie. Se sumará a la larga lista de asuntos pendientes por juzgar y condenar. Y los papeles de Panamá, que en breve tendrán una segunda parte con la conexión Panamá-Suiza (ya saben, en Panamá se montan las empresas en estado gaseoso, y en Suiza se guarda el dinero sólido que generan esas empresas invisibles). Los papeles panameños tienen su lado simpático, si no fuera porque el asunto es demasiado serio como para que nos riamos. La lista de “empresarios” con cuentas panameñas es de información transversal, va desde las páginas del corazón hasta las políticas, pasando por el suplemento literiario, páginas de cine y deportes. Desde Bertín Osborne hasta la mujer de Felipe González, pasando por la Corina del rey, el confuso Soria, varios primeros ministros y presidentes de países de toda casta y pelaje. Desde que escribo esto hasta que se publica habrán aparecido un par de ellos más en la lista.
Todos estos casos que a diario brotan para cabreo general suponen un peligro que conviene evitar. Se convierten en costumbre, y si la costumbre hace ley, también la costumbre genera rutina, y pudiera ser que la repetición de la gota china sobre nuestras cabezas acabe por ablandarnos el meollo y lleguemos a creer que eso es lo natural, que los que pueden, tengan cuentas opacas, que los gobiernos no hagan nada por combatirlo y, lo que es peor, que la Justicia prolongue un paripé para que todo siga igual. Y convendría poner en claro varias cosas. La primera que existe una sensación de ausencia del Gobierno ante estas evidencias que cualquiera, menos el propio Gobierno, puede entender sin necesidad de grandes investigaciones. Si se sabe que cada “sicav” (no olvidemos, un invento para que los ricos no paguen impuestos, así de claro, por mucho que nos lo expliquen los grandes explicadores) española está en manos de cinco bancos, y que dos euros de cada tres invertidos no está en España, algo no funciona. Muchos de los que poseen empresas  opacas son ignorantes en materia fiscal (algunos, incluso, en todas las materias) y cabe suponer que fueron asesorados por expertos, bancarios o abogados adecuados al caso, que son los que de verdad manejan el cotarro (¿alguien puede suponer que los padres de Messi, Neymar o Cristiano son tiburones de las finanzas?) Y son con mucho los brazos armados del delito fiscal. En el caso Ausbanc-Manos Limpias gran parte de los bancos han aceptado la oferta que no podían rechazar y han pagado el impuesto mafioso, lo que les convierte en parte del delito
Pero lo que más sorprende (si es que algo puede sorprendernos a estas alturas) es que haya quedado de manifiesto la inoperancia de los políticos en general, y del Gobierno en particular, ante estas cosas que aparecen todos los días y no se haya movido nada; quizás los políticos, sus partidos, tengan el culo de paja y tengan miedo de que les arda; y todo quede en un “vamos a hacer” sin que se haga nada, y se expulse al que pillan en las patatas con el calzón a media pierna, como si al echarlo del partido borraran el pecado cometido gracias a que era del partido.
Lo único positivo es que parece que un tipo de periodismo acaba de despertar en medio de la corriente general y saca la porquería mundial a flote; un grupo de jueces ejerce como tales frente a otros muchos que mantienen un estatus agarrados a la letra de la ley; las investigaciones fiscales, de Hacienda y de las fuerzas de polícía y guardia civil cumplen con su trabajo. Y los padres de la patria, con esos pelos.

sábado, 16 de abril de 2016

A la democracia por el arte

J.A.Xesteira
Uno de los artistas mas falsos de la modernidad artística es Andy Warhol, un tipo que logró vender la nada enmarcada. Alabado por miles de personas consiguió convencer a esos miles de personas de que lo que hacía era arte, arte de la más excelente altura. En realidad era un hábil trilero, un astuto chamarilero, un psicológo vendedor de zoco árabe. Se presentó como artista plástico y convenció a mucha gente de que unas fotocopias (que ni siquiera se tomaba el trabajo de hacer él) coloreadas y seriadas, eran pop-art; se presentó como director de cine y firmó varias películas que no hizo, entre ellas la famosa estupidez del Empire State (siete horas de cámara fija apuntando al rascacielos); apadrinó a la Velvet Underground, uno de los grupos musicales más aburridos, con el cantante más coñazo, Lou Reed (pido perdón aquí a sus seguidores, pero su único disco decente, el Transformeer, producido por David Bowie, tiene más de Bowie que de Reed, y se nota) Pero Warhol tuvo la habilidad de venderse como un gran gurú, de vender su producto y convencer a miles de personas de que eso valía miles de dólares. Ese es su auténtico arte, convencer de que es un genio, cuando, en realidad sólo era un vendedor de humo. A través de la puerta que él abrió, y que sólo por eso merece pasar a la Historia del Arte, en un capítulo dedicado al mamoneo millonario, entraron miles de personas con ganas de ser famosos esos quince minutos que dicen que prometió el rey Midas de las naderías. A través de esa puerta entraron las nuevas formas de entender el arte y un  todo-vale-y-todo-es-arte que reboza la cultura de estos últimos tiempos; lo más difícil ya no es la obra en sí misma, sea cual sea el soporte o su concepto, la valía del artista está en convencer al museo de arte contemporáneo que lo suyo es indispensable para una exposición, financiada con fondos públicos y publicitada a gran escala. Bueno, es el estado de los tiempos que corren, no mejores ni peores que otros. Distintos.
Vean de esa forma la situación “warholiana” de la democracia en España. Ni mejor ni peor que en la de otros países, con sus propias distinciones, pero con una obra abierta al público que no conocíamos. Se expone en el mayor centro de arte con temporaneo que tenemos, la televisión, y las salas anejas de periódicos y radios, y la gente lo comenta y se manda por las redes sociales. Son varios cuadros seriados, como los de Warhol, pero básicamente quedan en cuatro fotocopias: PP, PSOE, Ciudadanos y Podemos, con sus correspondientes variaciones cromáticas, como las caras de Marilyn o las caras de Bélmez, aunque, en ocasiones parecen el Ecce Homo en versión “destroyer”. Desde las pasadas elecciones, que parece que fueran hace años, se está llevando a cabo una “performance” (“Actividad artística que tiene como principio básico la improvisación y el contacto directo con el espectador”, según la RAE) en la que los cuatro componentes del fenómeno artístico se juntan y se “desjuntan” sin llegar a ningún resultado. Este hecho artístico ocurre en otros países democrático, no crean, con lo cual se puede llegar a pensar que estamos ante una corriente cultural democrática que puede cambiar el ritmo de los tiempos.
La historia, vista a ojo de espectador, es curiosa. Un partido, el PP, gana pero no de forma absoluta, y, en lugar de buscar la manera de entenderse con el resto de los artistas, le dice al rey, que es como el comisario de la exposición: “¡Que pacten ellos!”, en un alarde unamuniano de pasar la patata caliente al siguiente. Y el siguiente, el PSOE, en un alarde de improvisación, se tira en plancha y firma con Ciudadanos una “performance” insólita (uno dice que es de izquierdas y el otro, que de centro) con toda la pompa que la circunstancia exige. Y a continuación le piden a Podemos que se junte a su “performance”, ya constituida en “instalación” (“Organización de un espacio o conjunto de objetos con fines artísticos”, la RAE dixit) porque quieren que la parte contratante de la primera parte (Rajoy) no figure en la obra. El resto es cosa conocida. Los críticos de arte creen que Sánchez y Rivera vendieron una piel de oso vivo; incluso algún miembro de la Factory del PSOE afirma que su partido se negaba de antemano a pactar con Podemos; y el paso de los días y la esterilidad de las reuniones alarga una situación que puede ser muy artística (democrática si lo es, porque está todo dentro de las reglas canónicas del Estado Español) pero no acaban de rematar en la obra final. Estamos ahora a punto de la tercera consulta con el rey Felipe, un tipo que debe estar aburrido de recibir a los mismos para las mismas mismadas, y que debe estar deseando que llegue el calor y las vacaciones para irse a Mallorca. Y si el 25 de abril (fecha revolucionaria a la portuguesa) no está terminada la instalación y la performance no da más de sí, habrá nuevas elecciones, lo cual, también sería una obra de arte. Unas elecciones son como fotocopias de las anteriores con unos cambios de color. Cuando escribo esto, todavía no hay señales de cambio, más bien de todo lo contrario: los artistas huelen a campaña electoral. Pero a lo mejor, de aquí al 25 aplican el ideario marxista, de Groucho (“Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”) y se juntan en un grupo escultórico para colocar en los jardines de la Moncloa.
Como en Warhol, no hay arte, hay artificio. El arte exige lucha, trabajo, contundencia y claridad, lo mismo para los grabados de Goya que para las Señoritas del Avinyó, pero no para una fotocopia de un plátano. Los amantes del Pop-Art estamos más por Liechtenstein que por Warhol. Por una obra que hable por si sola. Lo que estamos viendo en este proceso político es como la película de Warhol: un coñazo de siete horas de un rascacielos.

sábado, 9 de abril de 2016

Negocios en el Caribe

J.A.Xesteira
Los famosos sombreros “panamá” no son de Panamá, son de Ecuador y se llaman “jipi japa”; el nombre con que se conocen en todo el mundo les viene de EEUU, cuando construyeron el Canal; la constructora compró a Ecuador los sombreros de paja para sus obreros, que los hicieron populares en EEUU. Lo digo porque en Panamá, al parecer, las cosas no son lo que parecen, y las empresas radicadas allí son como los sombreros, vienen de otro sitio y en realidad sólo son un nombre. Panamá es un país que vive de dos cosas, del peaje y de sus bancos. Tiene la fortuna de estar en el sitio más estrecho entre dos océanos, y tener un canal que los une, por lo cual los barcos pagan peaje. No tiene banco central ni le hace falta, tiene unos bancos “especiales” y una serie de empresas sin obreros que lo mismo abanderan un buque a punto de hundirse (práctica común en otros países como Liberia o Suiza, gran puerto de mar) que garantizan las propiedades de gente que no quiere pagar a sus haciendas esos dineros que andan por esos mundos de dios gracias a la globalización del Capitalismo, gran invento bendecido por todos los gobiernos y que vive en el mundo irreal gracias a internet. Panamá no produce nada y no le hacer falta; con todo eso es uno de los países con mayor crecimiento económico “a la sudamericana”, es decir, sin tener en cuenta las diferencias económico-sociales, que son parecidas en todo el continente: gran masa bajo el índice de miseria y una élite dolarizada que detenta el poder y la economía. El único intento de revolver la situación se dio con el gobierno del general Omar Torrijos, que quiso imponer un reparto social más justo y que, después de firmar con Jimmy Carter el tratado de regresión del Canal a los panameños, murió en un sospechoso accidente de aviación. Conviene aclarar y recordar todo esto, porque hay que conocer el escenario de los hechos, ahora que los hechos están frescos y de moda. En realidad, las empresas “off shore”, como les gusta decir a los tecnócratas con un pellizco de petulancia, no son cosa nueva, y donde mejor están es en Panamá. Me explico; lo de “off shore” es un término naval  –“fuera de la costa”– que era donde fondeaban los buques que no querían pagar impuestos o que, por circunstancias poco legales, preferían la discreta distancia. Panamá es el sitio ideal, tierra en la que se batieron piratas contra el rey de España; la guerra de Morgan (el corsario, no la banca) contra la ciudad de Panamá y otras historias con bandera negra con calavera. Ese es el paisaje donde acaba de descubrirse el último capítulo de una vieja historia pirata, la de las empresas fantasmas con cuentas opacas en empresas “off shore” de Panamá.
Toda actividad delincuente necesita una parte legal; el mangante necesita al perista y la mafia americana, a Las Vegas. Sobre el tema, y sin salirnos del mismo mar, hay una reciente serie de televisión, de piratas, “Black Sails”, cuya trama gira alrededor de una empresa radicada en Nassau que se dedica a vender en Boston, por un porcentaje justo, las mercancías que los piratas roban a los navíos europeos (que, a su vez las robaron a los nativos de las colonias conquistadas). El símil es perfecto y en el lugar idóneo. El proceso, como se ve, es viejo y simple. Nadie se llama a engaño y mucho menos los ministros de Hacienda de cualquier país, que saben de esto mucho más que usted y yo. Un auténtico ejército de “ingenieros fiscales”, abogados y mediadores, ofrecen a todo aquel que cobre dinero en países extranjeros, la posibilidad de crear una empresa ficticia en un lugar ficticio, fuera de la costa controlada por Hacienda. Allí se queda el dinero, hasta el momento en que haga falta pagar algo que, seguramente será a otra empresa fondeada en aguas afuera.
Ahora se destapa el “panamazo”, pero no se asusten, no pasará nada. Durante unos días se hablará mucho como ya lo están haciendo todos los grandes estrategas. Y se sacarán a relucir los trapos sucios de esos “empresarios” opacos, esa extraña mescolanza de artistas, deportistas, escritores, políticos, la hermana del ex rey Juan Carlos (esa señora con asombroso parecido a la Castafiore de Tintín), Jim Cameron, Vargas Llosa, futbolistas, organizaciones de futbolistas, Putin, el primer ministro de Islandia (país distinto, que pone en la calle a su primer ministro al momento, un ejemplo que no cunde), los dos últimos presidentes de Argentina, el Partido Comunista Chino, Mohamed VI… Pero no hay motivo de alarma. Ni todos los que crearon esas compañías opacas son forzosamente delincuentes; puede que incluso muchas de ellas cumplan con los requisitos fiscales en su país, aunque ahí me surge una duda: si no querían salirse de la legalidad y pagar lo que deben a Hacienda, ese organismo que éramos todos, ¿por qué crearon empresas ocultas? Por discreción, por modestia, por engaño como si fueran jubilados estafados con las preferentes (“yo no sabía nada, pero vinieron esos de Mossak Fonseca y me dijeron que me hacían una empresa muy chula para poner allí mis dineros”).
No va a pasar nada, no se alarmen. El ministerio de Hacienda investigará, o dice que investigará, porque como Montoro está en expectativa de destino, a lo mejor no tiene que investigarlo. O a lo mejor se monta una amnistía fiscal para recuperar dinero, con el mismo resultado de siempre. En Bruselas, tampoco pasará nada, o si, porque hacen la competencia a Luxembrugo, Lietchtenstein, Andorra, Mónaco, Gibraltar, las Islas del Canal…, que es donde podemos montar nuestras empresas opacas dentro de la Unión Europea. De hecho ya hay dos frentes, uno, el del comisario europeo de Asuntos Económicos, que pide una lista negra común de paraísos fiscales, y otro, el del Europarlamento que quiere endurecer los castigos para los que revelen los secretos empresariales. Por un lado el comisario pide algo ya sabido, y por el otro se castiga al que denuncie a un delincuente. No pasa nada.

sábado, 2 de abril de 2016

Ahora ya no somos Bruselas (segunda parte)

J.A.Xesteira
De todas las previsiones que la semana pasada hacía sobre el atentado de Bruselas, bastaron los cuatro días de Semana Santa para que se cumplieran al pie de la letra, con nuevos detalles que añaden más estupidez a la supuesta lucha contra el terrorismo internacional. Por partes. Primero: además de seguir el protocolo habitual, con los minutos de silencio, las banderitas, peluches, flores y velas en la plaza, los belgas añadieron  por su cuenta una variante policíal que dice un poco como es la policía de Tintín y Milú, con la contramanifestación nazi-futbolística, patrocinada por la propia policía contra la gente que ponía las flores en la plaza; una novedad en la rutina del duelo social por los muertos. Segundo; la reacción habitual del gobierno fue la prevista: bombardearemos Irak o Siria, da lo mismo, pero bombardearemos, con lo cual se produce un nuevo bucle para que se produzca otro atentado (los que van a poner una bomba en Europa no están en los frentes de batalla, sino en la discoteca de al lado o en el MacDonalds); pero, ante la inoperancia en materia antiterrorista, lo que siempre se les ocurre es mover al Ejército, que para eso consume buena parte del presupuesto nacional; da igual que bombardeen el cuartel general del Daesh o una casa de vecinos, lo importante es que las tropas desfilen, despeguen y suelten las bombas, que están a punto de caducar. Tercero; como apuntaba la semana pasada, sólo los atentados a las sociedades ricas son dignas de solidaridad; todos éramos Bruselas la semana pasada, pero, por el camino hubo dos atentados más, mucho más crueles, por el número de muertos y por el tipo de víctimas; uno en Irak, en una entrega de trofeos de fútbol, y otro en Pakistán, en un parque infantil, en total más de cien muertos; pero no “fuimos” Irak ni Pakistán, lo cual viene a demostrar que sólo los atentados en la sociedad del confort merecen solidaridad y lucha antiterrorista; sólo cuando los fanáticos golpean a nuestra segura comodidad, nos movilizamos y nos asustamos de que “estén aquí”, con bombas y armas compradas a la vuelta de la esquina (Bélgica es un gran centro comercial de armamento ilegal, cuyos beneficios se guardan, seguramente, en el país de al lado, Luxemburgo) mientras que nos da lo mismo cuando el atentado “está allá”, en esos lugares que para nosotros sólo existen en los telediarios; los atentados que suceden a diario en “esos países” que nos costaría mucho situar en un mapa, tienen menos espacio en un telediario que la entrada de un frente frío por el noroeste o las procesiones de Semana Santa. Cuarto. Cuarto: el despliegue policíal y militar es muy aparatoso en las filmaciones de los aficionados que reproducen después las televisiones; copian fielmente lo que ya vieron en las series de televisión, desde los uniformes hasta las estrategias; en realidad son como un juego de consola de ordenador, porque la efectividad es prácticamente nula; detuvieron en Bruselas a la pieza suelta de París, pero no dan con los que se les escaparon de las fotografías de las cámaras de seguridad; ahí han demostrado la ineficacia, bordada de incompetencia, de la policía de Tintín; anuncian detenciones de sospechosos a bombo y platillo, y después tienen que dejarlos en libertad porque no eran; se sabe que disparan a las piernas a un tipo que esperaba el autobús (se sabe por la cámara del móvil de un vecino) y después ya no se sabe más; se sabe que detienen a muchos sospechosos, pero no acaban de dar con el de verdad; se sabe que todos sabían que iba a haber un atentado, menos la policía de Bruselas.
Ésta es una de las novedades que hay que añadir a este caso: la policía de Tintín y Milú no tiene la más remota idea de lo que se trae entre manos. Detiene, encuentra arsenales de armas (o eso es lo que cuentan, porque no se ha visto foto alguna de esos arsenales y bombas, con lo que les gusta a los polícías mostrar lo bien que lo hicieron, el habitual “brillante servicio”), pero no llega a un punto claro. Y es que en esas novedades de este atentado en partícular han quedado al descubierno muchas cosas. Por ejemplo, que esos tratados de lucha contra el terrorismo internacional que convoca a los dirigentes del mundo amenazado (el del confort) no sirve para nada, y ellos lo saben, porque cada país tiene a sus servicios de inteligencia (a veces, un  contrasentido) trabajando en lo suyo, sin dar cuenta a los demás firmantes de lo que descubre o sospecha. Aunque da lo mismo, porque las bombas de Bruselas han desvelado chapuzas sin fin: Turquía había deportado al principal suicida y avisado de ello a Bélgica, pero lo dejaron marchar; uno de los suicidas, fichado y buscado, había pedido trabajo en una oficina de empleo unos días antes sin que saltara ninguna alarma; a otro no lo detuvieron por ineptos (la excusa de que no pueden entrar en una casa de noche no vale, se puede rodear la casa y entrar a las cinco de la mañana, hora legal, sin  problema) y los palos de ciego que van dando por la ciudad, han conseguido lo que pretendían los terroristas, meter miedo y paralizar la vida cotidiana. Y cada día aparecen nuevos datos para la gran chapuza; el FBI avisó a Holanda, pero Bruselas no se enteró; Hollande amaga con una nueva ley antiterror, pero después recula; se reunen los líderes mundiales para hablar de yihaidismo (todos menos Rajoy, que está en funciones o a lo mejor es que no quiere perderse el clásico Barça-Madrid) y acordarán cualquier cosa que no servirá para nada. Mientras no se enfrenten al problema en el origen y resuelvan la economía y la igualdad social en los países musulmanes, no se empezará a remendar el problema. Entre tanto cualquiera puede poner una bomba en cualquier sitio, de la misma manera que un pringado de tercera puede secuestrar un avión y hacerse un “selfie” con el pasajero más gilipollas de la red.