viernes, 22 de marzo de 2019

Que paren, que me bajo

J.A.Xesteira
Me había prometido a mí mismo mismamente no tocar el tema de la campaña electoral (que todavía no empezó oficialmente) y me mordía los codos por no hacerlo. Pero es inútil, con el panorama político, una selva amazónica en la que hay que abrise paso a machetazos ante la cantidad de vegetación y lianas que nacen como por encanto en cuanto un político campañero abre la boca; no es posible quedar impávido en ninguna de las tres acepciones que da la Real Academia (Impávido: libre de pavor, sereno ante el peligro, impertérrito) Pensaba quedar impertérrito y al margen del asunto que nos trae la votación del cuarto domingo de abril, casi indiferente a la oferta que me llegará por correo y me asaltará desde todos los puntos (des)informativos; me decía que la he visto muchas veces y de muchos colores, he tenido que soportar profesionalmente a tirios, troyanos y nibelungos en campaña de promoción de padres de la patria, salvadores de España, defensores de la clase obrera, vendedores de unguentos mágicos, protectores del pueblo llano-y-soberano (una chorrada eufemística que antes se decía mucho y ahora no tanto), y simples paracaidistas que pasaban por allí, se apuntaron a un cursillo por correspondencia, se metieron en un partido y allí se quedaron chupando hasta la dorada jubilación. Los había soportado a todos y con todos tuve que hacer mi trabajo periodístico durante muchos años. Así que ahora, me dije, paso del asunto y que me quedo impertérrito. Pero llegó la segunda acepción, y como la cosa se ponía peligrosa, me apunté a quedarme sereno ante el peligro, como un sherif desamparado en una película en blanco y negro; pero el peligro es real y duro, y en vez de Gary Cooper uno se convierte en Garibaldi (viejo chiste de Les Luthier). Estaba libre de pavor, pero cada palabra que soltaba un político milenial (por su generación, no por su sueldo) me producía el mismo efecto que la escena de la ducha de Psicosis cuando la vi recién estrenada.
Asomarse a un medio informativo en la fase de noticias de la política es como asomarse a una fosa séptica: todo está lleno de detritus (por decirlo a lo fino); y los propios medios no ayudan mucho, decantados al sol que mas les calienta y con la gramática en horas bajas. Aparece uno que quiere dar armas a cada español de bien (?) “en defensa propia”, al estilo Trump; otro nombra como vigilante de las corrupciones a un tipo imputado por corrupto (su padrino-primera-parte); otro ficha al exjefe de Cocacola, un tipo a la derecha de Bolsonaro que vive en Portugal para pagar menos impuestos; las izquierdas no son capaces de organizar unas listas con la gente que tienen; y cada vez que alguien abre la boca es de echarse a temblar (por ejemplo Aznar, nuestro hombre en las Azores, que afirma que alguien quiere ganar la guerra civil después del golpe de estado del 36) Todo esto sucede en democracia, un concepto cada vez menos claro, una palabra sin contenido, que lo mismo sirve para elegir gobernantes que para esto. Mientras la tropa se enzarza en decir las mayores tonterías jamás vistas en campaña (han hecho bueno a Rajoy y sus frases) todo se reduce a un concurso de ataques de unos contra otros, una especie de “como-gane-os-vais-a-enterar” y nadie explica nada, nadie nos da a entender qué va a ser de este país, destinado a convertirse en un futuro no muy lejano en un territorio lleno de camareros y señoras de la limpieza (no da para más, la ciencia y la cultura brillan por su ausencia del discurso de esta tropa de indocumentados; la sanidad y la educación son temas a extinguir en el sector público, se espera su estreno en el privado para fechas inmediatas). El país, no la patria, que eso es un concepto abstracto, se va al carajo y mientras estos tipos se dedican a desafiarse en duelos de mosqueteros. Mientras los fondos finacieros (la moderna versión del delito legal) compra todo lo que se puede comprar en las patrias de estos tipos, aquí nadie se pregunta de dónde salen los dineros para financiar partidos que ayer ni existían ni tenían cuenta corriente y hoy manejan millones como los viejos narcos: a paladas.
Las reglas democráticas, que no figuran en ninguna Constitución (a fin de cuentas, la Constitución Española es un reglamento fabricado por unos cuantos políticos) marcan un territorio y unos jugadores, y se espera de ellos juego limpio y de nosotros, el publico, un voto pensado, estudiado y reflexionado. No va a poder ser. Ni los ciudadanos entendemos nada de lo que pasa ni hay manera de reflexionar o, simplemente, mostrar simpatía por algo. Dentro de un marco democrático y de las renovaciones de los dirigentes mediante sufragio, se suponía la existencia de unas ideologías; unas ideologías de marca registrada, un sistema de creencias politicas, sociales y económicas que previamente se habían estructurado y condensado en un partido; también estaban otras ideologías, sin marca, como sistema de creencias que no estaba elaborado conscientemente como “marca política”, sino que respondiera a las necesidades e intenciones de la ciudadanía. En lugar de eso, de unas mínimas ideologías, o, simplemente, una idea, lo único que vemos en esta precampaña es una lucha de todos contra todos y la única intención que parece surgir de esta pelea de gatos es que “se-va-a-hacer-lo-que-quiero-yo”
El problema es que vamos a participar en unas elecciones como si la democracia funcionara con un mínimo de seriedad, como si se respetaran las reglas, la disputa política argumentada, la libertad de expresión, la información periodística fiable y no manipulada, y, por encima de todo, un mínimo de sentido común que debiera existir en las cabezas de los jóvenes candidatos: a cada frase aumenta el olor a mentira.
Pensaba quedar impávido, después pensé en abstenerme; al final, la costumbre adictiva me llevará a votar por imperativo moral. Como se decía en aquel viejo siglo pasado: que paren la democracia, que me apeo aquí.

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