J.A.Xesteira
¿Usted de quien era más amigo, de Robín de los Bosques o del rey Juan y sus secuaces, el sheriff de Nottingham y los normandos? Yo también, como usted siempre vuelvo por el proscrito contra el rey. ¿Y de quien es más amigo, de los indios o de los vaqueros? Reconozco que hace tiempo, como usted, era más del toque de corneta del Séptimo de Caballería que de Sitting Bull, pero con el tiempo y un poco más de cultura, me volví partidario de Caballo Loco y los sioux y no del asesino gilipollas del General Custer. Y en lo tocante a piratas, apuesto que todos estamos con el capitán Kid y no con los virreyes de Maracaibo (ni con Morgan, que era un pirata traidor, que se hizo corsario, un pirata-funcionario del Estado). Creo que lo tenemos claro, si hay que mostrar simpatías siempre volvemos por David y no por Goliat, el débil nos es más simpático, seguramente porque pertenecemos a la parte débil de la sociedad. Si nos dan a elegir entre Pat Garret y Billy the Kid, o entre Zapata y Porfirio Díaz, no lo dudamos, siempre elegimos al bandido romántico. Claro que nuestra cultura es básicamente cinematográfica; hemos aprendido más en el ritual de una sala a oscuras, en comunión gozosa con nuestros camaradas de gallinero, contemplando las hazañas de los grandes héroes, a espada, sable, flecha o pistola contra los villanos detentadores del poder, que en los libros de Historia de nuestro viejo bachillerato, que un día chapamos para aprobar raspado y al siguiente lo olvidamos (e hicimos bien, porque mentían como bellacos, con tanto cristianismo y tanto mártir y tanto rey piadoso y benévolo) Para nosotros siempre el bandido es el bueno, el romanticismo siempre está de su lado. Las películas, pese a todo, mentían, Robín Hood nunca existió, el rey Juan era igual de malo que cualquier otro rey por comparación, pero gobernó su país en ausencia de su hermano Ricardo Corazón de León, un tipo de poco fiar, que se gastó el tesoro real y gravó a sus siervos con impuestos de miseria para ir a combatir a las Cruzadas (que nunca ganó) mientras que Juan Sin Tierra tuvo el honor de ser el que instauró la Carta Magna (la auténtica, la única que tiene ese nombre). Los piratas eran una tropa más organizada de lo que cuentan en el cine, tenían sus códigos y se dedicaban al mismo comercio y rapiña que los reyes de Europa. Los indios no eran salvajes como nos pintan en la pantalla; tenían sus leyes, su cultura, y su organización (eran más avanzados en la conservación del medio ambiente que los civilizados de ahora mismo).
Y sin embargo, si lo analizamos con rigor, ellos son los fuera de la ley, los proscritos, los outsiders, los fuorileggi, los outlaws, los bandidos. ¿Por qué nos atraen tanto los que están fuera de las leyes y no los que dictan, aplican y hacen cumplir el imperio de la ley? Seguramente porque, en el fondo, no nos fiamos mucho de los que hacen, aplican y sancionan con el imperio de la ley. Porque, en el fondo, creeemos que los forajidos son ilegales, pero justos. El paradigma de Robin Hood, el bandolero que roba a los ricos para dárselo a los pobres, es una figura que cruza todos los tiempos y todas las civilizaciones, la del que se rebela contra la injusticia sostenida por las leyes. A fin de cuentas, las leyes las hacen cualquiera, la justicia viene hecha desde el fondo de los tiempos. En los pasados siglos aparecen los bandidos generosos contra el Poder, detentado en una serie de personajes que van desde el caudillo o presidente de un país hasta la banca que posee el capital, pasando por una serie de intermediarios organizados para explotar al campesinado o al incipiente proletariado. Así surgen bandoleros en Europa, cangaçeiros en Brasil, montoneros, guerrilleros, los clásicos outlaws del Far West y todas las variaciones posibles sobre el mismo esquema. Se trata de gente con un ideario mínimo: las leyes amparan la injusticia y por tanto debemos restaurar las cosas para que sean como deben ser. En tiempos pre-marxistas se trataba de una lucha de clases en la que los ricos dictaban las leyes y los pobres se organizaban fuera de ellas para reclamar lo que en justicia les pertenecía. Encontramos así la primera diferencia entre lo legal y lo justo.
Demos un salto. De aquellos bandidos románticos, desde Robín y sus arqueros hasta hoy han sucedido muchas cosas. Una, importante, que los antiguos bandidos acabaron por convertirse en guerrilleros, primero contra los colonizadores y después contra los que echaron a los colonizadores y que no eran muy diferentes de ellos. Desde Pancho Villa hasta Fidel Castro, pasando por Bolívar, Sandino, Garibaldi y todos los héroes más o menos románticos, todos fueron en algún momento declarados bandidos fuera de la ley. Y ahí es donde la cosa varía, porque ganaron sus guerras y por tanto tienen estatua de héroe, si las hubieran perdido hubieran quedado bandidos para siempre. Los movimientos revolucionarios americanos, los más conocidos, siempre comenzaron por un ilegal, un bandido (más tarde, un terrorista, que es una palabra que sólo pueden aplicar desde el poder, cuando se aplica hacia el poder le llaman intervención militar para restaurar la democracia (véase Chile 73 o Irak, Siria, largo etcétera). Che Guevara, el último héroe romántico, era un fuera de la ley, pero su figura trasciende incluso la Cuba castrista. Todas las independencias y revoluciones comenzaron fuera de la ley, desde la francesa hasta la de los Estados Unidos (con lenguaje actual diríamos que Washington fue un terrorista que se alzó contra la legalidad vigente de Inglaterra). Nuestra guerra de Independencia (una de las mayores estupideces de nuestra Historia (echamos a los franceses para poner a un rey injusto y felón) era una ilegalidad, pero el pueblo era quien ordenaba.
A estas alturas quizás usted esté esperando que hable de Cataluña, del procés y sus personajes variopintos. Pero no, simplemente quería hablar de Robín Hood, piratas, indios y vaqueros. Ilegales pero justos.
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