J.A.Xesteira
Democracia no es más que una palabra, como otra cualquiera, solo sirve cuando se la llena de contenido práctico. Los que que nacimos, crecimos y vivimos en un tiempo ademocrático (una dictadura mas dura de lo que los nostálgicos añoran) creímos que con la democracia ya estaba todo solucionado: un hombre un voto (las mujeres votaban, pero se les incluía en el genérico “hombre”) y ya se nos abriría un mundo de felicidad gobernado por aquellos demócratas elegidos por la mayoría ciudadana. Resultó que “aquellos demócratas” eran muchas cosas añadidas, desde antiguos franquistas con mando en plaza hasta paracaidistas apuntados al juego democrático como un puesto de trabajo cómodo y bien remunerado. No voy a contar mucho más de todo un tiempo en el que vivimos democáticamente, para ello están los libros y las wikipedias, pero –les advierto– no sirven para nada, el hombre es el animal que siempre estará tropezando en la misma piedra. La Democracia es una palabra, y su concepto es variable; la idea original es básica: la mayoría decide y elige. La práctica es otra historia. Es un genérico que vale para todo; llamamos democracia a la de EEUU y a la de Marruecos, a la de Alemania y a la de Kuwait (por esta, por la “democracia” petrolera de Kuwait, hubo una guerra en la que partició la España de Aznar). Democracia no es más que un concepto que aceptamos sin pensarlo mucho; lo aceptamos así como viene, y vamos a votar, muchas veces sin saber que votamos ni como se cuece el voto (no hace mucho todavia capté alguna persona que votaba a “Don Manuel” ese mismo don Manuel que llevaba unos años muerto). Después de muchos años de prácticas democráticas a la carta (el recuento y el sistema electoral es variable y a favor de los que dominan el tinglado) todo queda reducido a unas reglas de juego que siempre perderemos, porque el Monstruo Total, que unas veces es fascismo y otras capitalismo y otras neoliberalismo (un simple juego de disfraces) se adapta perfectamente al juego democrático y deja que cada ciudadano meta una papeleta en una urna para estar contento y creerse que con eso le llegará su felicidad.
El momento actual es un revoltillo peligroso, en el que el mundo funciona gobernado por personajes a los que, en condiciones sensatas de ciudadanos sensatos, con una educación política decente, a la que tenemos derecho democrático, nunca votarían. Los antiguos bloques, a los que llamábamos capitalista y comunista, ahora son dos mamotretos patrióticos, propiedad de Putin y Trump, con ese tercer hombre que es China, siempre en la sombra y atendiendo a su juego. Dicen los grandes pensadores de la política (no, esos que salen en la televisión, no) que vivimos un tiempo de interregno, un compás entre dos tiempos históricos, como ya sucedió en otras épocas, entre dos grandes movimientos económico-sociales. Estos tiempos se caracterizan por la confusión y la provisionalidad de las sociedades, que se preparan para dar paso a otra situación distinta, que bien podría ser la consolidación de la era digital y el control del mundo desde el territorio de los algoritmos, el gran sueño de los malvados de nuestros viejos tebeos. Lo que no se puede prever es como acabará la cosa, aunque sí se sabe quién se beneficiará cuando se hagan las cuentas. El momento es convulso, grandes masas de pueblos en marcha emigran hacia otras partes huyendo de todos los males imaginablres; el nivel de amenazas de los grandes dirigentes mundiales se eleva por momentos, aunque suenen casi siempre a farol; el peligro es que los destinos de la política mundial está en manos de monos navajeros como el de la calle Morgue.
Y en este momento de confusión, todo el mundo pide elecciones en trodas partes. Las piden para Venezuela y todos dicen: “Si, si, que haya elecciones para echar a Maduro!” Pero Maduro está ahí por unas elecciones. Puede decir usted, que no tiene más idea de Venezuela que la que cuentan en los informativos, es decir nula idea, que aquellas elecciones fueron amañadas. Y es posible, pero no mucho más amañadas que las que tienen en el poder a Putin y a Trump (dentro de unos años, algún historiador publicará un libro sobre sus trampas). Pero piden elecciones en Venezuela para poner (porque ya lo dan ganador) en el gobierno a un clon de los niños clónicos que gobiernan países (España incluída, donde los candidatos son otros clones) Las elecciones son el argumento que la Gran Corporación utiliza como pantalla para colocar a una tropa de personajes, casi todos millonarios (Macri, Trump, Bolsonaro) o que se van a hacer millonarios dentro del sistema que los emplea a su servicio.
Pero las elecciones no sirven para cambiar gran cosa, lo experimentamos desde hace tiempo. La fascinación democratica de elegir al gobernante no es más que un truco de trilé: ¿donde está la bola? Siempre en manos del Capital. Los británicos hicieron un referéndum para salir de la Unión Europea, pero se complican la vida, piden otras elecciones, seguramente hasta que se dé otro resultado, con lo cual las elecciones sólo serán válidas cuando convengan a quien convenga.
Ahora también piden elecciones en España. Los empresarios españoles, una corporación de dudosa honorabilidad, pide que se hagan elecciones para que Sánchez se vaya. Los partidos de la oposición también, lógicamente, aunque cada vez la derecha lo dice con la boca pequeña, porque hacen sus cuentas y no les salen. Los catalanes piden eleccciones para ser independientes o algo así, que no lo tienen claro. No se dan cuenta de que los referendos de independencia siempre los pierde el independiente. Desde que somos demócratas se hacen elecciones para ganar poder y poder mandar, nunca hubo un proyecto político que aportase mejoras para el futuro, siempre han sido cantinelas repetitivas con argumentos de parvulario político. Las elecciones no son solución mientras sigan siendo el método para cambiar personajes que sólo pretenden tener el poder sin intentar mejorar la vida de los ciudadanos. Llevamos cuarenta años en los que la democracia no es más que un proyecto todavía por hacer.
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