viernes, 16 de noviembre de 2018

Hablemos de guerras (sin retórica)

J.A.Xesteira
Siempre nos han enseñado mal la Historia, la de España y la del mundo; hemos aprendido más historia (falsa) en el cine de nuestra infancia que en los libros de texto, donde también se falseaba la historia. Y la cosa no ha cambiado. En los tiempos de las grandes intercomunicaciones sociales, donde todo se sabe al momento y todo el mundo lo sabe, nunca ha habido tanta desinformación, tantas falsedad y nunca ha sido tan grande la necesidad de una información veraz, creada por los periodistas, una especie hoy en extinción. Nuestra historia bachiller era una sucesión de batallas, guerras y gestas heróicas que acababan en el Dos de Mayo, una de las estupideces históricas más grandes de España que, curiosamente comenzó como una revolución popular, quizás la única auténticamente española. Casi todas las revoluciones, después de una enorme matanza, acaban en una gran cagada: la Francesa acabó en un emperador megalómano, la Guerra de Independencia española acabó con un rey felón, absolutista y déspota, al que los españoles, siempre en nuestra línea absurda, llamaron el Deseado; la revolución rusa, paradigma del comunismo, acabó en Stalin y su “nieto” Putin; incluso la revolución china, un fenómeno en sí mismo, pasó de la poesía de Mao al pragmatismo de la Gran Productora de Bienes de Consumo Universal. Nuestra historia de texto nunca llegaba a la Guerra Civil, aquel golpe de Estado bendecido por los obispos y disfrazada por la retórica y la mendacidad de Franco y sus propagandistas, que hicieron de una guerra cruel un canto a Dios y a su Enviado, el salvador mirífico de España (los adjetivos son prestados de los textos cardenalicios de la época).
El centenario de una guerra infame y sucia conocida como la I Guerra Mundial o la Gran Guerra, se celebró estos días con pompa y circunstancia en París, que es donde se celebran las cosas con glamur. Allí estuvieron todos los representantes de la gran matanza, incluso los que no pintaron nada en aquella guerra, como España. Estuvieron Trump y Putin (que son como Chuky y el Payaso Asesino), representando a las potencias grandes; estuvo Angela Merkel, representando al Kaiser que perdió la guerra y estuvo Macrón, representando a la República que la ganó (bueno, a Francia siempre se la ganan los aliados, pero las medallas se las cuelga Francia del Arco de Triunfo); estuvo Theresa May, representando a la Inglaterra siempre desembarcando en Francia; estuvieron el resto de los representantes menores, las colonias británicas, los secundarios, incluido Portugal, que tiene monumentos “á-grande-guerra”. Y todos se pusieron serios y hablaron de la paz, menos Trump, que prefirió ponerse serio delante de las tumbas de los soldados americanos muertos, como todos, para nada.
Bajo el Arco del Triunfo francés todos hablaron con grandes palabras, y se invocó una vez más a la paz firmada hace cien años; y se pidió que dure la paz muchos años más. Pura retórica. Ni hay ni hubo paz ni nunca se concentró tanta hipocresía por metro cuadrado que en estas grandes fiestas conmemorativas con reyes y presidentes posando para la posteridad.
Aquella guerra del 14-18 acabó con la vida de diez millones de soldados, chavales que no pintaban nada en aquel desbarajuste, ni sabían por qué estaban disparando contra otros como ellos. Las víctimas civiles fueron incontables. ¿Y todo eso, para qué? Pues para satisfacción de unos personajes, reyes y ministros que tenían negocios en tierras, posesiones e industrias. Pero cuando acabó la Gran Guerra todos los libros de texto comenzaron a mentir. Nunca hablaron de lo que realmente pasó tras el armisticio, la miseria de los territorios anexionados por Francia, la situación económica de Alemania y, sobre todo, la segunda guera que ya estaba al caer y que sería un negocio mucho más productivo con muchos más milloners de muertos. En medio estuvo el golpe de estado en España, sobre el que las potencias europeas hicieron sus experimentos, Francia y Gran Bretaña haciendo que la cosa no era con ellos, Alemania e Italia, invirtiendo en futuribles bélicos, y Rusia haciendo que ayudaba pero sin dar un palo al agua.
Desde entonces, desde esos cien años conmemorados, hubo mucha retórica y poca verdad, se maquilló el hecho de los grandes negocios y de las grandes matanzas. Los libros para adoctrinar a las generaciones futuras se falsearon para pintar una historia de héroes y medallas. Y una paz falsa. Los dirigentes del mundo prefieren la foto oficial que la cita en los libros de historia. En la actualidad, pese a esa paz que celebraron en París, hay en el mundo 12 guerras abiertas y más de 30 conflictos armados no declarados; las víctimas ya no son soldados en batallones, no se asalta a las trincheras en un frente; millones de personas mueren en sus casas; no hay declaraciones ni se busca una paz. Todas las guerras y todos los conflictos fueron provocados, promovidos y respaldados por los que se fotografiaron en Paris; todo el armamento de estas guerras y de estas matanzas está suministrado por los países que llenan la boca de retórica hipócrita bajo el Arco de Triunfo.
Todos los dirigentes son gente ignorante, desconocen la Historia, se recrean en retóricas antiguas ya caducadas y utilizan los grandes conceptos como paz, democrácia y libertad a sabiendas de que están mintiendo, su discurso no es más que un corta-pega de discursos antiguos, ya usados por Franco, Mussolini, Stalin o Pio XII, da lo mismo, son palabras gratuitas. Macron dejó su frase: “El patriotismo es justo lo contrario del nacionalismo”. Se ve que lee poco y mal; si hubiera leido a Samuel Johnson, sabría que “El patriotismo es el último refugo de los canallas”. Hubieran quedado mejor con la proyección del Gran Dictador de Chaplin a toda pantalla bajo el Arco de Triunfo; y en lugar de La Marsellesa, una canción que pide a los muchachos de la patria que vayan a morir por la industria y los banqueros, deberían hacer sonar “Le Deserteur”, de Boris Vian en la que escribe al presidente que no cuenten con él para ninguna guerra, que prefiere desertar. Así, sin retóricas.

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