viernes, 14 de septiembre de 2018

Cosas que pasan y pasaban

J.A.Xesteira

Siempre suceden cosas que antes no pasaban. Y suceden otras que siempre pasan de la misma manera. Para los que contemplamos el espectáculo tragicómico, a veces esperpéntico y a veces circense, del mundo, desde la altura que nos da el tener líderes políticos de la generación de nuestros hijos, podemos hacer repaso. Hay cosas que antes no pasaban, como el hecho de tener dos reyes subvencionados sin rentabilidad conocida (con uno, caso de necesitarlo, ya era suficiente), la degradación del mundo natural por culpa de nuestra propia estupidez (se veía venir) o una serie de pequeñas pero importantes novedades de la vida: alquilar pisos en plan subasta, a la nómina más alta o al que presente contrato de trabajo más sólido (al final los pisos sólo podrán ser alquilados por turistas de paises ricos y por los ricos de países pobres, el resto podrá vivir en barracones o viviendas-nicho); preocuparse por los inmigrantes que nos vienen del sur y no preocuparnos por los emigrantes que enviamos al resto del mundo después de gastarnos en ellos mucho dinero para que vayan por la vida con un título de dóctor debajo del brazo; sobre todo hay una cosa que antes no pasaba, y es la apatía estúpida de conformarnos con lo que hay, la contemplación de una política de sinsentidos, amparada por trabajadores resignados y sindicatos pancistas. Mientras, suceden cosas, los dos partidos grandes juegan a ver quien es más guay; el PSOE, que un tiempo fue izquierda marxista, se mete en jardines imprevistos y le aparecen másters envenenados de la Juan Carlos I, la universidad que tiene un nombre adecuado para estos menesteres de ventas de honores y títulos, como la monarquía: en su nombre te pueden hacer duque o dóctor en políticas. El Gobierno va perdiendo personal por el camino, y el PP, que siente en la nuca el aliento del agente naranja de Rivera, adopta una línea estalinista: suprime de las fotos a los caídos en la purga, Santamaría y Cospedal son borradas de la escena para mayor gloria de Casado, un joven cuyo nivel no pasa del twitter. Y el resto puede contemplar como la extrema derecha es el fantasma que recorre Europa y crece para ocupar el vacío que dejó un día la izquierda progresista; y aquí la esperan de un día para otro para restaurar la momia del Valle de los Caídos (sería mejor dejarla allí, usar la Gran Cripta como desván y llevar, de paso, algunas antiguallas inservibles más: el Senado, sin ir más lejos).
Vuelven a pasar cosas que ya pasaban. Vuelven los reyes Felipe y Leticia a llevar sus niñas al cole (con lo cual les queda una aparición protocolaria menos, un trabajo menos, también) y vuelve algún periódico a recordar aquel 11-S de las torres gemelas, y vuelven todos los periódicos a olvidar aquel otro 11 de Setiembre (45 años hace) en que el presidente de Chile, Salvador Allende, fue asesinado, junto con miles de personas, en un golpe de estado organizado por Estados Unidos y los militares chilenos. Pasan cosas nuevas, como que de repente descubrimos que les vendíamos armas a Arabia Saudita para matar a los infelices que no pueden escapar en una patera. Y se monta otro follón, porque los árabes, que disfrutan de Marbella y llaman primo al rey emérito, encargan un paquete de fragatas con bombas contra civiles. Es una oferta que nadie puede rechazar, porque Navantia, una empresa pública, podía quedarse sin el encargo, los árabes son así: queremos bombas y barcos. Y los obreros de Cádiz dicen que ellos quieren trabajo (los obreros que fabricaron las bombas no dicen nada); incluso el alcalde de Cádiz, de Podemos, Kichi, se pone en plan “Armas o comida”, que es el mismo argumento que utilizan los narcotraficantes del Campo de Gibraltar, un fin que justifica cualquier medio. Al final, el Gobierno se viste de defensor del libre comercio y mantiene la venta de armas y barcos, total son para matar inmigantes en su origen y resolver un problema antes de que se produzca. Son cosas que antes no pasaban y el Ministerio de la Guerra nos recuerda que su utilidad es fabricar y vender material bélico.
Y en esto estamos cuando el rey Felipe cumple con otro de los trabajos fijos que tiene cada año: presidir la apertura del año judicial. Y bajo su seria mirada, jueces y fiscales arremeten contra el independentismo catalán mientras enarbolan la Constitución como si fuera inspirada por Jehová en el Sinaí y no por unos cuantos políticos de la Transición que tuvieron que tragarse varios sapos para que colase un texto. No es nada nuevo, es una de las cosas que pasa siempre la de recurrir a la Constitución y su poder curativo. En este acto togado, de personajes vestidos como viejos magos de la tribu, se dijo que la Constitución es la ley y la ley está por encima de todos. Y está bien dicho, pero no es cierto. Cuando se aprobó aquella Constitución se aprobaron unas reglas de juego que se sabia que no podían ser definitivas, se nos vendió con un mal necesario, y en realidad no era más que una lista de deseos. ¿Todos los españoles somos iguales? Si, pero como en la granja del libro de Orwell, unos son más iguales que otros, y el rey, además es inviolable y puede hacer lo que le de la gana. ¿Se garantiza la libertad de pensamieno y de expresión? Si, menos para, por ejemplo, los militares, que siguen fieles en su viejo discurso: les pagan para no pensar, y si alguien (pienso en mi amigo, el cabo Marcos, con expediente disciplinario por expresar opiniones) se le ocurre decir lo que piensa, no hay Constitución que lo ampare. ¿Tenemos derecho a una vivienda digna, a un puesto de trabajo, a un salario razonable…? Hombre, la cosa sería de risa si no fuera en serio. La Constitución fue una cosa que pasó hace años. Ya es hora de cambiarla, después de cuarenta años de uso, abuso y con la obsolescencia programada. Como una lavadora vieja. Pero nadie se atreve a hacerlo

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