viernes, 7 de septiembre de 2018

Las "P" y puntos suspensivos

J.A.Xesteira

La primera palabra que un niño español busca en el diccionario suele ser la palabra “puta” y el resultado siempre es el mismo: ver “ramera”; una vez visto “ramera” sabemos que es una mujer que hace negocio con su cuerpo, con lo cual todos los niños españoles nos quedábamos siempre como estábamos y ello demuestra que los diccionarios españoles no están hechos para niños (y si vemos y oímos lo que se lee y escucha por ahí, los diccionarios  son onjetos en desuso, elementos ajenos a los Medios y al ciudadano que cada vez escriben y hablan peor). En un viaje por Italia, uno de mis nietos, niño de primaria, me pidió un pequeño diccionario italiano-español para hablar con unas niñas con las que jugaba; la primera palabra que las niñas italianas quisieron ver era como se decía “puttana” en español, con lo que queda demostrado que en el principio del verbo es lo mismo en todo el mundo. Es una palabra variable, polivalente y útil, al tiempo que considerada de mala educación, sustituida por eufemismos surtidos –meretriz, ramera, chica de alterne, fulana, cortesana, mujer de vida fácil (?), y una colección de localismos que engrandecen el concepto– Lo mismo sirve para un insulto (con admiraciones) que para una alabanza (de puta madre) o un lamento (de puta pena) por no entrar en el terreno de los “hijos de…”.
Todo este preámbulo sobre la dichosa palabra (que se debe usar en su esencia, es más precisa y sonora) que puede parecer una ordinariez pero que conviene sacar a relucir, limpiarla, fijarla y darle el esplendor que le dio aquel famoso académico de Iria Flavia, viene a cuento por el último de los temas con los que se se hacen un lío en sus partes pudendas los partidos del espectro político: la posible legalización de la actividad de las prostitutas en la Marca España, el siguiente desmentido gubernamental (con dimisión incluida) y la reviravuelta de una extraña unión de la pureza política (¡bendita sea su pureza, y eternamente lo sea!) de los partidos más morales de la patria, PP y PSOE, que quieren nada menos que abolir la prostitución. Vano intento. La autodenominada izquierda múltiple se lo está pensando, y los Ciudadanos de Rivera están por la regulación. Todo eso son palabras e intenciones de cara a los titulares de primera página, porque en realidad, no saben que hacer con ese tema, lo desconocen (aprendieron sus cosas en estadísticas de máster y aplicaciones de internet) y hablan un poco de oídas.
El tema me lo encuentro cuando (¡oh, casualidad!) leo un estupendo libro-reportaje del periodista francés de principios del siglo pasado Robert Londres sobre la prostitución y trata de blancas (francesas) en Buenos Aires. La distancia en el tiempo da otro sentido a la cuestión de la prostitución organizada hace cien años en contraste con la actual, pero el fondo de la materia es el mismo y sobre eso hay mucho escrito y no vamos a entrar en ese debate, por otra parte largo, inútil y de difícil resolución. Pero si convendría entrar en la materia, aunque no de manera tan rimbombante como los politicos, procurando evitar los chistes fáciles en los que usted y yo estamos pensando, y hacer un recordatorio como simple nota histórica a los políticos que, de repente, se meten en un problema eterno con intenciones de solucionarlo. Como estos días la banda derecha de los partidos sacó a relucir la Transición como modelo de confraternización, y como ninguno de ellos (a excepción de Pedro Sánchez que era en aquel entonces un niño de guardería) había nacido cuando transitamos de Franco a la Democracia, convendría hacer memoria.
Los que trabajabamos en la prensa escrita y radiada del final del franquismo (la televisada era un binomio nacional) en aquellos tiempos pre-ordenadores, vivíamos en la noche, en la que solíamos juntarnos los oficios de las cuatro “P”: periodistas, putas, policías y panaderos. Para los de esta generación con mando en gobiernos, cabe recordar que en aquella coexistencia nocturna contaba con la frecuente visita de algún padre de la patria conocido (¡nada de nombres, por favor!) a un establecimiento de una conocida madame; los políticos (otra “p”) comenzaron a hacer acto de presencia en la Transición, porque antes no existían eran, simplemente, “del régimen”. Con la democracia, esos políticos también se juntaron en la noche en los bares de alterne, llamados “Pubs” (otra “p”) e incluso un conocido empresario de la noche rizó el rizo de pasar del abrigo azul cruzado y maletín de documentos de un partido con mando a regentar un local de fama en el que, para más rizo, tenía su sede una fundación que presidía de honor la hermana de un dictador. La vida de la Transición no fue modélica ni los políticos lo eran; podían estar de noche en juergas de puticlub, de mañana presidir una reunión para consolidar la democracia y por la tarde presidir una misa episcopal. De la misma manera, los políticos y todo el aparato legislativo, judicial y ejecutivo pasaron de ser franquistas a ser demócratas de toda la vida, el resto de las “p” quedamos como estábamos o peor; los periodistas pasamos a ser lo que ahora somos (sin comentarios), los polícias cambiaron el color del uniforme, los panaderos hacen ahora pan de autor, y las putas, que no se metían con nadie, son ahora objeto de debate políticamente correcto y defensor de su dignidad y sus derechos. En ese tema no caben frivolidades ni chistes, y mucho menos que los cuatro muchachos que mandan en España (en forma de gobierno y de oposición) de repente quieran abolir la prostitución; bastaría, por el momento, con que aplicasen las leyes penales sobre lo que es y no es delito. Sospecho que no será más que un tema pasajero que quedará en nada, como casi todo. Pero creo que debiera haber un poco más de respeto y abordar esa historia con seriedad, abriendo un debate no entre las fuerzas políticas, sino entre las fuerzas sociales, expertos, científicos y, sobre todo, escuchando la voz de las verdaderamente atrapadas en el tema: Ellas.

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