viernes, 12 de octubre de 2018

I have a "pesadilla"

J.A.Xesteira
Martin Luther King decía que tenía un sueño, “I have a dream”. Si no lo hubieran matado en aquel motel y consiguiera seguir vivo y lúcido (tendría ahora 89 años) ahora tendría una pesadilla de Halloween, llena de trucos, tratos y fantasmas, la misma pesadilla que me acecha cada vez que me duermo en las noticias. Empezando por el presidente Sánchez, que anuncia desde que quitó a Rajoy para ponerse él, grandes cambios que reclamaba cuando se encontraba en su oposición: reformas laborales, derogaciones de leyes peperas, ley mordaza incluída, subidas de pensiones, bajadas de precios de carburantes, impuestos a ricos con sicav y paraísos fiscales…, cada día una intención, y, al final de todo lo renovable, la Constitución, que es un manual de instrucciones de la Marca España, hecho hace años para un país que nunca lee las instrucciones de uso y que fuchica directamente en los artefactos, sean eléctricos, mecánicos o económico-político-sociales. Después que Sánchez logró el poder, por lo menos hasta el momento, todo queda en nada. Las encuestas dicen cosas que no interesan a nadie, entre ellas que una gran parte de los españoles quieren cambiar la Constitución, lo cual es comprensible; diría más, creo que todos los españoles querríamos cambiar la Constitución, siempre y cuando nos dejen cambiarla a nuestro gusto. En contra de las intenciones sanchistas se erigen los llamados partidos constitucionalistas, formados por gentes que nunca han leído la Constitución (que debe ser más o menos el 97,65 por ciento de los españoles). Lo curioso de este país es que todos los partidos quieren cambiarlo, incluido el recién llegado Vox, que tiene nombre de amplificador de guitarra eléctrica; el único partido con nombre en latín, como una misa de las de antes. Todos quieren darle la vuelta a lo que hicieron los anteriores, incluidos los anteriores, que quieren dar la vuelta a sí mismos.
La pesadilla nos hace sudar frío como aire de camposanto cuando leemos los periódicos (y no me refiero a la parte propagandística de los que un día fueron periódicos y hoy no pasan del nivel de folleto de supermercado) y vemos que una enorme derecha derechizada a la derecha de todas las derechas, la Gran Derecha, para entendernos (nos entenderemos mejor cuando esa Gran Derecha acabe convertida en el Gran Fascismo) avanza por todas partes: Europa es cada vez más ultramontana, desde Hungría hacia acá, con significativa presencia del fascismo italiano y francés, que ponen al día las viejas modas disfrazadas de autenticidad patria (Italia no es un país, nunca lo fue, sólo es una reunión de territorios que no se pueden ver unos a otros, nunca pasó de ser el tercer acto de ópera de Verdi; Francia siempre fue un gobierno de Petain disfrazado de liberalismo gaullista parisino) El fascismo avanza siempre disfrazado, porque siempre tiene la habilidad de adaptarse a las modas imperantes (siempre imperantes, nunca vigentes) y se buscan enemigos invasores para unir a la masa, que siempre es fácil de unir, porque la masa es el resultado de deseducar y estupidizar a la ciudadanía para mejor manejo (aquí hay que incluir a todo el espectro político, de derecha a izquierda y más allá, a quienes siempre les interesa más tener masa manejable que ciudadanos pensantes con decisión de voto). En este momento los enemigos son los inmigrantes (el eslogan sería: ¡Que vienen los inmigrantes y os quitarán el puesto de trabajo! –que ya no tenemos, porque nos lo quitó directamente el Capitalismo–) y los separatistas que quieren romper España, añadiríamos. Mientras avanza el Fascismo europeo, la pretendida y autodenominada Unión Europea se resquebraja con el Brexit (por cierto, a los británicos les salen los escoceses a la calle a pedir independencia y no pasa nada, no tienen un artículo 155 para mandar a la cárcel a los escoceses) y el resto de los países de la derecha europea desmontando sus democracias a marchas forzadas.
Y en esto andábamos, mal durmiendo nuestras pesadillas, cuando se produce en Brasil un fenómeno digno de estudio. Hay unas elecciones y, por primera vez en la Historia, la masa brasileira vota un golpe de estado, da la mayoría (en un país rico con un índice de pobreza enorme) a un millonario fascista, racista, xenófobo, admirador de la pasada dictadura, de la que dice que debió torturar menos y matar más; será la primera vez que se elige democraticamente una dictadura. ¡Y creía que ya lo había visto todo!
Y mientras cambia el clima y se celebra el día del Pilar, o del Descubrimiento de América, o de la Raza o de la Hispanidad, o lo que sea, aquí no hay manera de entenderse; las derechas, que son una santa trinidad y que Aznar jura que las dejó unidas y felices, buscan su espacio vital para mandar, cada uno con sus ofertas de otoño, con promesas imperiales y amparos judiciales que son para las derechas como el manto del Pilar (a fin de cuentas, capitán general, no capitana, como sería lo propio; aquí se da una paradoja sexista) que las guarda contra las bombas de los rojos. Y ellos, los rojos, bueno, los de izquierdas, bueno, esos, no se acaban de poner de acuerdo con lo que hacían sus abuelos cuando eran de izquierdas. Los pensionistas en la calle, los banqueros entran en la cárcel y salen enseguida a por tabaco, mientras los bancos desahucian a los inquilinos para vender las casas a fondos buitre que alquilarán los pisos a turistas, mientras la Iglesia sigue con sus privilegios eternos, porque su reino no es de este mundo, pero cotiza en bolsa y sus delitos de pederastia siempre están prescritos (el manto protector no falla). Y mientras todo esto sucede, el fascismo reconvertido espera a la puerta a que le llamen para echar una mano. Quizás alguien me llame la atención por usar tanto la palabra fascistas en lugar de conservadores, neoliberales, centroderechistas o constitucionalistas, pero es que acabo de ver a Madeleine Albright, secretaria de estado que fue de los EEUU y que, por lo tanto, sabe mucho de fascismos, y me gustó su frase: “Un fascista es un matón con ejército”.

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