viernes, 23 de noviembre de 2018

Nunca pasa nada

J.A.Xesteira
No pasó nada. La semana pasada habló en una comisión parlamentaria el que fuera dirigente del PP gallego, Crespo, actualmente un convicto que cumple condena. El hombre reconoció que existía un delito continuado (ocultación de fondos ilícitos como subvención al Partido Popular, financiación ilegal y doble contabilidad con defraudación consiguiente a Hacienda) y que todos los secretarios generales lo sabían, es decir, desde Fraga, el fundador, hasta Rajoy, el último mohicano. Esto es, un delito que todo el mundo sabía por deducción lógica (un partido no se gasta la pasta que se gastan sólo con las cuotas de afiliados, ni sostiene a tanto político en ese comedero de patos que constituye cualquier partido con presencia en elecciones). Y no pasó nada. En su comparecencia y en una lógica actitud buscó salvar su cabeza y repartir a basura entre los que supuestamente disfrutaron de la comisión del delito.
Crespo me recuerda a un viejo periodista de Vigo, ya fallecido, que hacía versos deportivos que después los colegas utilizabamos como frases al uso; una de ellas, quizás la más repetida, es la que me viene ahora a la memoria: “Como no me duelen prendas yo digo cosas tremendas”. Crespo no dijo nada que no supiéramos, y, sin embargo, no pasó nada. Su actitud resignada corresponde a la del cabeza de turco, la del criado que va a la cárcel para evitar que vayan sus señoritos. Y ahora larga lo que ocultó durante tiempo atrás para beneficio de su partido. Y de paso le echa la culpa a Rubalcaba  y a sus policías (apoyado por el preguntador del PP, un muchacho valenciano sin una clara coordinación entre el pensamiento y la palabra) lo cual es un mal intento de echar el balón fuera (Rubalcaba no era Rubalcaba cuando el PP blanqueaba dinero blanco en tiempos de series de televisión); la financiación ilegal, las arquitecturas financieras y los tejemanejes de dinero negro mezclado con favores a empresas inmobiliarias y constructoras, es decir, el que-hay-de-lo-mío maridado con cajas b, fue una norma de la que se sirvieron algunos partidos políticos de este país y que todo el mundo sabia o suponía sin pruebas ni ganas de denunciarlo. Ahora, años después, sabemos que muchos de aquellos padres de la patria (un refugio seguro) montaban la política con cuentas ilegales. Pero ahora ya es tarde. En este país todo se descubre cuando ya está caducado o, visto de otra manera, se pone fecha de caducidad muy corta para delitos que algún día tienen que salir a flote.
Porque todo el mundo sabe cosas, pero los que tienen que hacer valer la ley miran al tendido de sol y se ponen las gafas de no ver. Miren si no el ejemplo de los obispos que acaban de admitir ahora mismo algo que ya sabían hace mucho tiempo pero que callaban como cómplices de un delito mucho más repugnante que el fraude financiero; me refiero a las violaciones y los abusos de pederastia ocultos años tras años dentro de la Iglesia. El jefe de los obispos lo acaba de admitir, aunque primero hizo el intento de salpicar a toda la sociedad. El hecho de ser un crimen extendido en toda la sociedad no exime de culpa a la iglesia católica, encubridora de muchos de los casos que se comentaban, se denunciaron y nunca hicieron nada por reparar un daño. Todavía ahora no han pedido perdón a sus víctimas. Como en los fondos ocultos de los partidos, tampoco pasa nada más allá de un reconocimiento de culpa; los delitos ha yan prescrito, porque caducan antes que un yogur. Parafraseando al clásico, la vida de la ley es corta y el arte de minimizar delitos es largo.
Las leyes –no lo olvidemos– las escriben gentes que pueden estar algún día perseguidos por lo que escribieron, por eso las hacen a la medida y las envasan con fecha de caducidad corta, para que no les pillen más allá del aforamiento como padres patrióticos. Para el ciudadano cabe siempre la sospecha de que incluso los que ejecutan la ley (iba a decir administran la justicia, pero, mejor, no) están bajo nuestra humilde e intoxicada opinión. Tomemos el caso del juez Marchena, nuestro hombre en el Supremo, que acaba de renunciar al puesto que tenía allí, en el Poder Judicial porque un senador del PP se fue de la lengua digital y largó que con Marchena ya tenían controlado el cotarro “desde la parte de atrás” (¿por qué no se callan los políticos?, es una propuesta de tesis doctoral para algún sociólogo psiquiátrico de postgrado). La primera reacción al gesto del juez es que hizo bien, porque demuestra su imparcialidad. Pero al momento surge una duda: ¿y si no hubiera aparecido el whatsapp del senador?, ¿dimitiría el juez?, ¿realmente lo tenían controlado desde atrás? Nunca lo sabremos, pero da igual, no pasa nada.
La indiferencia ante lo que pasa en este país es notable en el pueblo llano (plano, de encefalograma y pulso social); ¿recuerdan cuando tuvimos que rescatar a los bancos y darles unos 62.000 millones de nuestro dinero? Se hizo todo según unas leyes a la medida; ¿recuerdan cuanto devolvieron desde aquella crisis? Sólo 5.000 millones. Desde aquel entonces, la banca ganó para su bolsillo más dinero del que le prestamos, pero no pasa nada. Mantienen su impunidad legal y no hay jueces ni políticos que se atrevan a establecer un minimo de justicia. El resto del país –nosotros– estamos discutiendo otras tonterías. El sociólogo portugués, Boaventura de Sousa, entre otras muchas claridades, acaba de decirlo muy claro: la cosa se jode cuando las izquierdas quieren gobernar como si fueran derechas, con sistemas de política antigua.
Todo se sabe cuando ya nadie paga por ello. Me pregunto que delitos se están cometiendo ahora mismo que se conocerán dentro de los años suficientes para que nadie pague por ellos. Podríamos hacer que la caducidad de las leyes no estuvieran tan programada como la de un microondas, que durara como aquel reloj heredado del abuelo, que necesita dar cuerda cada dia, pero que nunca se desprograma, nunca falla, siempre da la hora justa.

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