viernes, 21 de septiembre de 2018

Los grandes inventos del tebeo

J.A.Xesteira

Antes de la era digital, mucho antes, quizás en la prehistoria de las plumas estilográficas, había unos tebeos que se llamaban TBO (de ahí les vino el nombre a todos los tebeos) en los que, entre personajes que pasaron a la historia de España, había una sección infantil que se llamaba “Los grandes inventos del TBO, por el profesor Franz de Copenhage”. Eran unos inventos humorísticos que no servían para nada y siempre ocupaban grandes maquinarias en obtener resultados mínimos. Aquello dio título a todos los inventos inútiles que consumen grandes energías y estructuras para obtener poca cosa. Pero eso pasaba en la era de antes del bolígrafo, porque en la era digital los que hacemos la Historia de España (la de verdad, la que hacemos cada día los ciudadanos contributivos y no los grandes generales de las guerras que nunca ganamos y de los reyes que siempre hemos soportado) contemplamos –y pagamos– grandes inventos del tebeo que siguen sin servir para nada, pero que, sin saberlo, sospechamos que están forrando a alguien (o “alguienes”) simplemente por el sistema de hacer una ley que obligue al uso del gran invento del tebeo.
Todos recordamos aquella gran película de Berlanga titulada “La Escopeta Nacional”.Nos contaba como un fabricante de porteros automáticos, interpretado por el gran Sazatornil, pagaba una cacería para poder hacerle una propuesta al ministro de Industria: declarar obligatorios por ley los porteros automáticos. El industrial se forraba, el ministro (y su partido) se forraban, y toda España estaría invadida por ley de porteros automáticos. En la película, la cosa era  cómica, pero en la realidad, pueden cambiar los porteros de Saza por otras muchas cosas de uso obligatorio que hace rica a una industria y, sospechamos, a todos los personajes afiliados al “que-hay-de-lo-mío”, y que hacen leyes a mayor beneficio del lado oscuro de la política, y en el que suponemos deben estar metidos muchos de los que usted y yo podemos suponer. Imaginemos, por ejemplo disparatado, que se aprueba una ley que obliga a todos los ciudadanos a usar un sombrero verde fosforito y nos venden el invento como que es una cosa buena para nuestra seguridad, porque así no nos da el sol en la cabeza y nos distinguen a lo lejos. Al momento sospechamos que aquí se forran los fabricantes de sombreros verdes y los que hacen las leyes.
Como una cosa lleva a la otra, ¿quien inventó los máster obligatorios, caros e inútiles? Probablemente los mismos que inventaron y se sacaron una ley obligando a ponernos un cinturón de seguridad en los coches, a usar bombillas de bajo consumo, a pasar los vehículos por las ITV, a llevar a los niños sentados en el coche en una silla “homologada”, y, ahora mismo, a renegar del diésel, un combustible que hasta ayer por la tarde era barato, beneficioso y útil, y que mañana por la mañana será altamente pernicioso por ley. Son grandes inventos amparados por leyes que hacen ricos a los fabricantes de los inventos y a los fabricantes de las leyes, más los poderes ocultos, que manejan unos hilos invisibles que suponemos que mueven a los muñecos.
El coche siempre fue objeto de leyes “para nuestra mayor seguridad”. Primero fueron los cinturones obligatorios y la vigilancia de radares y demás artefactos, después vinieron las sillas de los niños en la parte de atrás (cada niño “consume” tres sillas: la de sus papás y las dos de los abuelos, paterno y materno); los coches se iban llenando de inventos obligatorios por ley y multables por ley; el diésel era un combustible más barato. Todo era por nuestro confort y seguridad. Pero todo es una verdad, cuando menos, cuestionable; no hay menos muertos en las carreteras por el cinturón y por las sillas, y el diésel empezó a ser contaminante cuando los amos del petróleo derivaron sus ganancias hacia otros intereses. Las multas son las mismas. Ahora reinventan las ITV, unas oficinas controladores de cosas que perfectamente podrían hacer cualquier taller mecánico homologado, pero que, al centralizarlo por ley, pueden manejarse mejor (recordemos el asunto de Pujol hijo y las concesiones de ITV, el poder siempre inventa)
Nos vendieron el invento de las bombillas de bajo consumo, más sanas, baratas, duraban más y consumían menos. Después vinieron las halógenas con otros argumentos. Ahora estamos en las bombillas led, pero nuestro recibo de la luz crece sin parar. Y en el país del sol y el viento seguimos consumiendo energía fósil, carbón y petróleo y nuclear. Por ley.
Y ahora estalla el gran invento de los máster. Los que fuimos universitarios del Mayo del 68 lo teníamos claro: se acaba una carrera, se licencia uno y ya está. Pero un buen día aparece un fabricante de porteros automáticos y dice: ¿por qué no metemos por ley la obligación de que cada alumno realice un máster? Dicho y hecho. Amparadas por la ley aparecen al instante empresas de dudoso academicismo para vender unos títulos carísimos e inútiles a la medida. Y los estudiantes que antes acababan con un título universitario se creen la mentira de que necesitan además un máster para encontrar un empleo de mierda en el que el único requisito es aceptar un salario de mierda. Vendieron el burro ciego de que el posgrado en forma de máster era importante para especializarse y sustituyeron el antiguo CAP gratuito por un caro máster para presentarse a unas oposiciones iguales a las de toda la vida. El gran negocio de los máster, que las universidades privadas manejan con la impunidad semidelincuente del que tiene la ley agarrada por sus partes, se acaba de revelar como un dispensador de titulos a la carta, un chamarileo de asignaturas amparado por una ley hecha (a lo que se ve) para estafar al alumnao cada vez más atontado por los títulos y los curriculum. A no ser que seas político audaz; en ese caso se te conceden los máster que haga falta para embellecer tu perfil en las redes sociales. A fin de cuentas, ¿que es un politico actual? Un perfil en la red, nunca una imagen de frente.

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