sábado, 8 de octubre de 2016

Cosas que no se veían

J.A.Xesteira
Decía la semana pasada que íbamos a ver cosas que antes no se veían, y me refería –esperaba– a que vendrían tiempos en que iba a cambiar radicalmente la sociedad y todo lo que hay dentro de ella, con nosotros –para bien o mal– incluídos. Y dicho y hecho; el futuro se nos cae en la semana siguiente, y todos, moros y cristianos, asistimos al espectáculo político-cómico-taurino del PSOE. Fue una golosina para los Medios (cada vez más convertidos en Extremos) que atacaron como la tribu de los sioux contra el Séptimo de Caballería rodeado. No hay mucho que decir sobre el “evento” que no se haya dicho, y todo queda aún por ver y decidir; quedan cosas por resolver que van a cabrear a muchos y alborozar a otros muchos. Todavía quedan muchas cosas por resolver y ya hay a estas alturas muchos cacharros escacharrados. Y los Medios no ayudan a mucho; a poco que se lean o escuchen las noticias –salvo excepciones cada vez más excepcionales– se ve en ellas, con las gafas de ver sin pasiones, que apestan a mendacidad. Se echa de menos un poco de sentidiño y algo de juego limpio. El principal partido de la oposición acaba de centrifugarse en una papa de decisiones contradictorias que dejan a sus militantes de a pie y a sus posibles votantes no afiliados con cara de parvos; durante estos días he tenido cuidado y delicadeza extremas con todos los amigos de esos dos colectivos antes citados; sus hornos no están para ningún bollo y en este momento los tienen llenos de empanadas variadas. La rebelión a bordo del bergantín socialista acabó como ustedes saben, pero continuará como ni saben los que navegan en él. Todavía vamos a ver más cosas.
El escándalo políticamente incorrecto da para todo. Todas las voces, desde las q ue insultaban en la calle Ferraz hasta la de los grandes opinantes han dado todas las versiones, todos los análisis y todas las posibilidades. Y –casi– todos se escandalizaron del espectáculo poco edificante que han dado los políticos de la izquierda (de esa izquierda en concreto) y, como el monolito del bipartidismo quedó partido en dos: buenos y malos.
En realidad, el partido que fundara Pablo Iglesias (el viejo) lleva rompiéndose desde siempre. Basta ver como empezó, con un tipo de aspecto amable, con barba, marxista y pacifista, que funda un partido obrero y social y una unión general de trabajadores, y ver como está ahora mismo: sin comentarios. Y, como ya soy abuelo, me van a permitir contar una batallita. Al comienzo de lo que se llamó Transición, apareció por Vigo un socialista de un partido que todavía no estaba legalizado (lo estaría al poco tiempo) llamado Felipe González; varios periodistas fuimos llevados a un resturante discreto donde aquel hombre, poco conocido en aquel momento dio una rueda de prensa y fascinó con su forma de hablar a todos los periodistas. Realmente era otro discurso, más práctico, más moderno y con fuerte contenido social y político. El resto ya lo conocen ustedes: el hombre acabó de presidente y, sin abandonar su calidad oratoria las fue metiendo dobladas y rompiendo todo lo que podía, al tiempo que nos convencía de que era lo mejor para todos. Venía de romper el PSOE del exilio y, ya instalado en su pedestal, comenzó por desdibujar la creación del viejo tipógrafo; primero dejó de ser marxista, después soslayó lo de obrero (aceptado como mal menor o animal de compañía del Capital), nos metió –pero no de entrada– en la OTAN, que nadie quería y tan cara nos sale sin beneficio alguno; se ajuntó (según la segunda acepción de la RAE) con sospechosas amistades corporativas internacionales; dentro del laicismo que decían practicar, benefició a la Iglesia Católica como nadie en la historia de España; se hizo socialdemócrata, que es una cosa más “cool”; llevó a cabo una reforma laboral que llevó al 90 por ciento de los obreros a una huelga general y cabreó a todos los sindicatos (sus efectos los padecemos ahora mismo: contratos basura y ETT). Eso, sin meternos en su lado oscuro, que sería otro tema.
El partido fue rompiéndose en bandos, felipistas y guerristas (por cienro ¿que se sabe de Guerra en este trance?), Almunia y Borrell… Y la actual situación de pequeños grupúsculos que van desde presidentas andaluzas hasta alcaldes de pueblo. El PSOE vivió momentos de euforia en los que se nutrió de los comunistas que abandonaban su acorazado Potemkin (después rebautizado como IU) y pedían plaza de diputado en las filas triunfantes; pueda que ahora el partido en tribulación vea como pierde personal por las bandas de babor y estribor. Conviene recordar estas cosas para las generaciones jóvenes, que piensan que esto de ahora es una anomalía; la lucha por el poder siempre ha sido así, una pelea de barriobajerros elegantes, en todos los tiempos y en todos los partidos.
Vamos a ver más cosas, porque todo está por ver y como en las vidrieras de los cambalaches se ha mezclao la vida, tenemos de aquí a Navidad para asombrarnos por las cosas que pasen. Vista la cosa desde afuera podríamos decir del PSOE la frase evangélica: “Que los muertos entierren a sus muertos” (Lucas 9-60) Pero convendría que todos pusiéramos un gramo de sentido común, ese que tanto escasea en todos los partidos, y pidiéramos que todos, de uno a otro lado del Parlamento, intentaran recomponer la vida de la sociedad. Todos se están mirando las pelusillas del ombligo e instalados en sus vanidades, se olvidan de que han hecho un país donde los empleos son de pacotilla, pocos y breves, los salarios son miserables, los grandes pilares de una sociedad democrática, la sanidad, la cultura, la educación y la garantía de una pensión digna, se resquebrajan mientras las grandes corporaciones aumentan exponencialmente sus beneficios y la corrupción brilla como el faro de Fisterra. Disfrutamos de un país aparentemente feliz, que hace fiesta de cualquier cosa, pero basta pasar la balleta con un poco de jabón y podremos ver la realidad. Y más cosas que veremos de aquí a nada.

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