sábado, 26 de noviembre de 2016

Indios muertos y tiros por la culata

J.A.Xesteira
La historia funciona siempre hacia atrás, sin efecto retroactivo. Sabemos ahora lo que pasó cuando, en su momento, lo que pasó se perdía entre un barullo de tontilocos emborronando la actualidad, cuando no en un desgarro de muertos y confusión de pueblos enteros. Ochenta años después de la guerra española todavía hoy se busca claridad entre la desinformación que padecimos durante el dominio de los vencedores. Cuarenta años desde la Transición y todavía quedan basuras debajo de las alfombras que reaparecen para poner en su sitio y bajar de la peana a los que en su día presentaron el tránsito a la Democracia (a esta democracia, porque democracias hay muchas, pero todas son la auténtica) como al Santo Grial y a los que vivieron de ella, con ella y gracias a ella, como los caballeros de la Tabla Redonda. La historia la reescribimos con el paso del tiempo, porque en el presente la vida, como decía Shakespeare, es un cuento relatado por un idiota, un cuento lleno de ruído y furia, que no tiene ningún sentido. En el futuro no hay historia, allí nos enteraremos de lo que está pasando ahora mismo entre ese ruido y esa furia que nos cuentan miles de idiotas desde sus teléfonos. El presente sólo sirve para enterarnos poco más o menos como fue el pasado, sorprendernos con los descubrimientos, aclarar ciertas verdades monolíticas y darnos cuenta de que el presente siempre está lleno de unas pocas verdades, muchas medias verdades y muchísimas mentiras que iremos desbrozando para que en el futuro, bien nosotros o nuestros hijos, conozcan que cada presente es una estafa. El anecdotario de la historia actual, que nos parece importante, será sólo olvido con el paso del tiempo; las controversias por la muerte de Rita Barberá, una noticia hinchada para contribuir al ruido y la furia, entre lágrimas de cocodrilos que primero la soltaron como lastre electoral y gestos de repulsa innecesarios, no serán dentro de poco tiempo más que puro olvido. En cada momento, todos los indios muertos son indios buenos, como decía aquel general yanqui, pero después de las pompas, la memoria los pierde. Los muertos no son opinables ni homenajeables (una tendencia muy española de teatralizar las necrofilias)
La Historia vuelve sobre sus pasos cuando aparece la tumba del faraón o un hueso de neardental. Con cuarenta años de distancia nos acabamos de enterar que los españoles de la Transición éramos republicanos, pero que Suárez rechazó la posibilidad de un referéndum sobre la monarquía porque era preferible tener la fiesta en paz con un rey organizado por Franco, que una república organizada por los pactos de la Moncloa. Ahora podemos imaginar una ucronía en la que Juan Carlos viviera en un exilio de Estoril y las elecciones de 1977 fueran para elegir al presidente de la República. Ahora se retoman los viejos agravios sobre el pasado, muchos se sienten estafados; muchos nos sentimos estafados con aquella Transición y aquella Constitución, en aquellos tiempos de pactos y pasteles. Incluso los que en aquel tiempo usaban patucos y pañales. Pero ya dije al principio que la Historia no tiene carácter retroactivo.
Para muchos el descubrimiento de ese “off the record” en una entrevista de Suárez es una traición; seguramente para los que creen merecer una repúbica en lugar de una monarquía; pero si repensamos aquel pasado debiéramos tener en cuenta que los que se oponían al Rey no eran solamente los de izquierdas (de aquellos tiempos, hoy reciclados en otras cosas) sino también gran parte de la derecha y, sobre todo, la extrema derecha, que añoraban la dictadura reciente (la dictadura, para ellos, era como los indios muertos) Pensemos que Franco, que era contrario a la República y comenzó una guerra en nombre de un rey, después se sintió a gusto en el papel de rey, pero sin corona, sin carroza real pero bajo palio en las catedrales. Al final, incluso, se hizo enterrar como un faraón, en un valle, más allá del panteón de los reyes y más alto, con la cruz de todas las cruces. Consiguió controlar más o menos a los suyos, una caja de surtido navideño, que aceptaron sus ocurrencias siempre y cuando no fueran más allá que eso, ocurrencias del Jefe. Pero a Juan Carlos nunca le tuvieron simpatía, y, si por encima el rey gobierna una democracia, mejor la república y luego ya veremos.
Supongo, porque ahora todo es suponer, que Suárez se lo pensó y evitó que los votantes de hace cuarenta años, de repente, hicieran el chiste de echar al Rey, más que nada por hacer unas gracias. Conciencia republicana había la justa; ignoracia política, bastante; ganas, reprimidas por décadas, de que todo cambiara, muchas. Así que Suárez se ahorro los gastos y Juan Carlos aprovechó el mandato de Franco y su referéndum para quedar “como un rei nunha cesta”, con un presidente de Gobierno que manejaba bien el tema. No vale ahora lamentarse; si hicieron bien o mal ya no importa. Son indios muertos y en aquel presente –no lo olvidemos– también nosotros tuvimos arte y parte.
Los referéndum, como las armas los carga el diablo y los tiros suelen salir por la culata y matar al que dispara. Tenemos el ejemplo reciente de Colombia y su proceso de paz, que basta que un ex presidente se ponga en plan coñazo para que le chafe los planes al gobierno y a los insurgentes; referéndum para independencias los hubo (Escocia, Quebec) y sus resultados no animan a los catalanes a consultar al paisanaje; se aprobaron Constitución y estatutos de autonomía que no gustan a nadie ni ahora ni entonces; se entró en la OTAN de la mano de un presidente que decía que era anti OTAN. Así que, vistas las cosas, no hay que rasgarse las vestiduras porque Suárez hiciera una típica jugada de tahúr. Será mejor que, si viene en un futuro una República, pues que venga, pero por su pie. Suárez sabía lo de las armas cargadas por el diablo, y el rey sabía en plan familiar lo de los tiros por la culata. Que la Historia continúe.

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