sábado, 12 de noviembre de 2016

¡Alá eles!

J.A.Xesteira
Se cumplió el vaticinio de los que preveíamos, más en plan de coña que otra cosa, que Trump iba a ganar, aunque nadie pensaba en ello como posible (error, todo lo que puede ser imaginado puede suceder). El viejo aforismo de que “la democracia es un sistema político por el cual cualquier imbécil puede estar en la Casa Blanca (o Rosada o Tinta) y para muestra, el actual presidente”, se ha cumplido; el chiste lo decían cuando gobernaba Ronald Reagan, el hombre que no recibió a John Balan. La norma es que los grandes estrategas nos expliquen quien va a ganar y por qué, y después nos explican por qué no ganó; con Trump se cumplieron todos los requisitos sobre el tópico de no acertar las encuestas; es el paso automático del Gran Vaticinio a la Gran Cagada. Donald gana, Hillary pierde, no tiene más tripas la cosa. Los americanos lo quisieron así. ¡Alá eles!.
Desde que tengo uso de razón periodística escribo cada cuatro años sobre el nuevo presidente, y ya llevo unos cuantos. Casi siempre se reproducen los mismos titulares, se habla de triunfo histórico; el anterior fue de un presidente negro, ahora convenía una mujer, por aquello de las minorías oprimidas, y posiblemente después le tocaría el turno a un gay, pero se coló por el medio un empresario chabacano, un villano de cómic clásico, a medio camino entre malo de Dick Tracy o de Batman, una caricatura en sí mismo, el auténtico Payaso Diabólico. Su triunfo provocó una partición digna de una tesis doctoral: todos los políticos que lo odiaban como malo de película tienen que tragarse su sapo particular y darle la enhorabuena por su triunfo; y todos los que se ven reflejados en él lo elevan a los altares democráticos y ven en su triunfo el camino que los llevará al poder. Me refiero en los primeros a los mandatarios que han cantado “es un muchacho excelente” a regañadientes y desafinando, con las coletillas de “esperamos seguir trabajando con su gobierno en la paz y la seguridad mundiales”; los segundos, la derecha fascista y nazi, enmascarada de patriotas auténticos (¡fuera inmigrantes!) que lanzan las campanas al vuelo: “¡Es uno de los nuestros y manda en el país más poderoso del mundo!”
Será interesante ver el paso de los días, cuando se aclare la polvareda y las euforias y cabreos se amansen. Por supuesto, el mundo no se va a hundir, se encabronará un poco más, pero esa es la trayectoria de estos tiempos. Estos días se habla a trompicones en los Medios, se utilizan incluso palabras a conveniencia y con la tendenciosidad que marca cada empresa, se saca la palabra “populismo” para después utilizarla como simil en España contra los que no nos gustan; Trumpo no es un populista, es otra cosa, un emperador económico, que son los emperadores de ahora mismo, sean rusos (Putin) o árabes (Arabia Saudí, auténtico Estado Islámico). Porque las elecciones democráticas americanas son otras cosas. Primero, un gran negocio de Wall Street; es significativo que un par de horas después de conocerse los resultados, mi banco me envíe (¡a mí, un pringado de cuatro perras!) una nota especial sobre la victoria de Trump, y me recomienda no mover mis inversiones porque la cosa es incierta. Les hice caso: no moví todas mis inversiones que no tenía. Todas las valoraciones políticas pasaron sobre temas económicos, porque parece que es eso de lo que se trata después del triunfo trumpista, al que califican de triunfo de la incertidumbre. Cada país queda como la nota de mi banco, a la espera, porque las empresas no viven de producir cosas y venderlas, sino de vender su alma a las financieras americanas. Más crudo lo tienen en México, que creen que no pasará nada porque los USA son uno de los pocos clavos ardiendo que tienen a su alcance (“¡Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos!”, decía Porfirio Díaz). Las elecciones americanas son mucho más complicadas que las españolas, no las entenderíamos (ellos tampoco), y no es voto directo, sino que se pierde por unos caminos en los que mandan gentes con dinero; dicen que el voto de Trump le llega de los pobres, blancos, incultos y racistas, que creen que con el triunfo del Gran Rubio serán ricos, blancos, incultos y racistas. Acertarán en todo menos en lo de ricos, porque si los pobres dejan de ser pobres los ricos dejarían de ser ricos, y eso es un contradiós capital.
Todo este escándalo momentáneo se ira aplacando, y personajes como Trump los hemos visto y padecido al mando de países variados. No hay nada nuevo bajo el sol, pero veremos cosas que no se veían antes. Será interesante ver como será la relación de España (somos aliados en la OTAN, no lo olvidemos) con el nuevo gobierno, más allá de los negocios empresariales.
Nadie en el mundo mundial aprenderá la lección, y la masa, la gran masa electoral que vota a Trumps, y antes votó a Berlusconis y un etcétera a rellenar por cada uno, según le apetezca, seguirá mostrando su simpatía en lo que se llama histeria del grupo; consiste en un proceso muy simple: primero se desculturiza a la masa y se le hace creer que lo bueno para todos es que sean ricos, y después se le mete miedo con cualquier cosa, generalmente con el Otro, que nos quiere quitar lo nuestro, aunque seamos más pobres que las ratas.
En 1940, el matemático, filósofo y premio Nóbel Bertrand Russell escribió un largo artículo sobre la libertad en el que, entre otras cosas, decía: “Un ignorante fanático norteamericano puede disfrutar del mismo placer al usar el poder que le confiere la democracia contra los hombres cuyas opiniones no agradan a los incultos (…) El hombre que posee el  arte de despertar el instinto de persecución de la masa tiene un poder particular para el mal (…) y la tendencia a la tiranía que el ejercicio de la autoridad trae consigo. Contra este peligro, la protección principal es una educación sana, destinada a combatir las explosiones irracionales de odio colectivo”.

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