sábado, 5 de noviembre de 2016

Paisaje después de la batalla

J.A.Xesteira
El título lo pedí prestado de una película del polaco Andrzej Wadja, fallecido hace un mes. Refleja perfectamente el espacio político español tal como ha quedado después de los combates librados desde hace casi un año, en una guerra en la que hubo de todo: pactos de no agresión (rotos al momento), ataques a la bayoneta (con gran número de bajas por fuego amigo), carga de los sioux contra el Séptimo de Caballería, emboscadas de partisanos en grupos de guerrilla, bombardeos con medios informativos no tripulados sobre la población civil, que acudió por dos veces a pedir ayuda en las urnas electorales, y, finalmente, la victoria final de los aliados, un poco pírrica y con poco brillo, pero victoria, a fin y al cabo. Acabó la guerra, Rajoy juró como presidente del Gobierno sobre dos libros y un crucifijo (en cuestión de símbolos no nos diferenciamos mucho de las viejas tribus, en realidad no somos más que una vieja tribu de la era digital); ahora estamos en posguerra y podemos dedicarnos todos a otra cosa, por ejemplo recomponernos, dejar los uniformes a un lado y volver a la vida civil. Los ciudadanos, me refiero. Si consideramos que la política ocupa en nuestras vidas (de acuerdo con el espacio que dedican los medios de comunicación) lo mismo que el fútbol, nos queda muy poco espacio para pensar en cosas más interesantes, como tratar de ser felices, que es (o debiera ser) la meta principal de cualquier actividad humana; y ser felices lleva consigo la búsqueda de medios para vivir cómodos, comer regularmente bien, tener salud, hacernos un poco más cultos y procurar que los demás vivan también felíces. Lo normal.
Los partidos lo tienen un poco más difícil en esta posguerra. Han sufrido mucho, han tenido muchas bajas y ahora tienen que recuperarse de sus heridas y enterrar (si pueden) a sus muertos. El PP, al final consiguió, hacerse con el Gobierno y su candidato, un hombre tenaz y fijo en su idea como un caramuxo (también llamada mincha) ya tiene su Gobierno de gente rica. Y se felicitan, pero poco, porque este gobierno necesita respiración asistida y suero económico en vena. Ciudadanos, la otra parte contratante de la primera parte (de la derecha) estará a dejarse querer y a ver que-hay-de-lo-mío. Podemos se queda como la ficha del parchís que retrocede a su puesto de inicio: la izquierda opositora de todo. Los restos, independentistas, mixtos y demás, irán como el poeta, del corazón a sus asuntos.
Más difícil lo va a tener el PSOE en esta posguerra. Mejor dicho, los “pesoes”; un partido organizado en su origen alrededor de una idea clara y con visión de futuro, con objetivos a largo plazo y fronteras bien dibujadas. (Para mayor claridad, repasar su historia, que viene en cualquier página de Google). El partido actual, fragmentado en zonas y en estado casi gaseoso en otras, probablemente deba su estado actual al momento en que comenzó a desdibujarse, a eliminar las fronteras, a adaptar los objetivos a largo plazo a circunstancias coyunturales para amarrarse al corto plazo del poder, a emborronar las ideas originales para que parecieran posmodernas y fácilmente votables por la gente guapa de cualquier color y pedigrí. Probablemente fuera eso, pero a lo mejor, no. Lo cierto es que ahora mismo hay unas siglas que son una coctelera, en la que se mezclan muchos ingredientes; un PSOE oficial que no sabe que hacer con los quince que les negaron en público, un líder candidato a la presidencia del Gobierno, al que le niegan ahora el pan y la sal, unos catalanes que dicen que ellos son más que un partido, y los territorios periféricos que se disuelven y gasifican en sus propias idiosincrasias (Galicia, que siempre ha sido sitio distinto, es la única autonomía donde el PSOE cambió de estado sólido al gaseoso sin pasar por el líquido, en física se llama sublimación, en psicoanálisis es otra cosa). Y en la posguerra, y desde el exilio, los perdedores suelen decir las cosas de diferente manera, porque ya hay vencedores y vencidos y la distancia permite otros análisis. Sale Sánchez a hablar con Évole en televisión y se producen terremotos localizados y dos sorpresas distintas; la primera, su discurso, muy lejos de la retórica electoralista (si hubiera hablado así durante la campaña, en lugar de hacer discursitos delante de una cámara hubiera ganado); la segunda, la que provocó el cabreo de los suyos y el aplauso, con efecto reatroactivo, de Podemos. A lo mejor la culpa es de Évole, que hace preguntas diferentes de las (previsibles) del resto de la prensa.
A partir de ahora mismo, la legislatura comienza a andar con pies de plomo; todos los partidos se estarán recomponiéndose, el Gobierno tendrá que buscar apoyos en el mercado de los apoyos, donde se compra, se vende y se trapichea, con una mirada en el más allá, en Europa, que es donde de verdad le van a decir lo que hay que hacer (Nota: en ese proceso, los ciudadanos importamos a todos, Gobierno y Europa muy poco, seremos datos en una estadística macroeconómica, es decir, material que se compra y se vende al peso). Y, a lo mejor, con alguna suerte, intentarán recomponer viejos esquemas de derechas e izquierdas, que ahora mismo son confusos, más que nada por cultura general. Podrían intentarlo y volver a viejas posturas, viejos conceptos y viejas ideas que han dejado por el camino para convertirse en lo que son. Cosas peores se han recuperado, como por ejemplo el del Papa Francisco, que dice ahora que Lutero tenía razón, que la Iglesia de su tiempo era una tropa de mangantes corruptos, y que la Reforma Protestante estaba bien traída.
Seguramente sería muy fuerte decirles a las izquierdas que rescaten conceptos más claros, comunismo, marxismo y cosas así; el Capitalismo lo hizo y rescató el concepto de feudalismo para gobernar Europa. Pero no creo que  los padres de nuestra patria tengan mucho tiempo para ponerse a buscar nuestra felicidad, la de todos los ciudadanos, así que mejor será que nos dediquemos nosotros a ello por nuestra cuenta.

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