viernes, 29 de septiembre de 2017

Ceremonia de la confusión

J.A.Xesteira
Cuando escribo estas mil palabras el asunto catalán está por ver; cuando se publiquen todo es un adivinar que pasará mañana, por mucho que las fuerzas traten de mantener una postura sin enmendarla; el caso es que los acontecimientos se enconan (no valen chistes fáciles con el gallego) y nadie puede predecir como acabará el choque de las dos fuerzas de derechas que han conseguido algo impensable hace unos meses: que los gubernamentales españoles produjeran tanto independentismo (empujaron directamente a los indecisos, los indiferentes y los que eran claramente contrarios al gobierno catalán, que no lo hacía precisamente bien, en medio de recortes y carencias) y que, por el contrario, los secesionistas catalanes provocaran tanta deserción de sus filas (primero fue Raimon, icono y emblema del catalanismo histórico y cantautor de izquierdas, ahora fue Serrat, abanderado de la lengua catalana contra Eurovisión y Fraga Iribarne en aquel Lalalá de1968). Las posturas están enconadas, infectadas; la olla a presión se recalienta y la válvula de escape está atascada y se plantea una consulta popular difusa, difícil de realizar y que se abre con amenazas de fiscales justicieros y una especie de séptimo de caballería que no sabe a ciencia cierta que hacer, si romper urnas o romper cabezas. Para hacer un poco más atractivo este show de esperpentos animados (incluído el barco de los policías, más propio de las parodias de Atrápalo como Puedas) el presidente del Gobierno se va a visitar a Trump mientras deja a Soraya la Segunda que se las entienda con la tropa parlamentaria (por cierto, Soraya organiza sus frases mejor que Mariano). No se sabe que le dio a Rajoy para huir a encontrarse con Trump, un tipo al que rehuyen incluso los de su partido, un auténtico veneno para la taquillla (cuando sugiere el nombramiento de un alto cargo, hay desbandadas, lleva más despidos y dimisiones en su gabinete que tuiters). No hacía ninguna falta la reunión con Donald Trump, ni se esperaba nada especial; fue una especie de hola-don-pepito-hola-don-josé, en donde el presidente americano cumplió con el protocolo, pero se le notaba que no sabía de que iba la cosa (me apuesto a que ni sabía con que presidente estaba hablando). Por supuesto que Rajoy encontró el apoyo total de Trump a su causa, pero hay apoyos que matan, y más si la frase de Donald es del estilo “marianesco”: “Creo que nadie sabe si ellos van a tener un voto, creo que el presidente les dirá que no van a tener un voto, pero creo que la gente se va a oponer mucho a eso”. Y ya está, con eso y, aprovechando el problema catalán pidió una sanción para Venezuela, que queda al lado. El que recomendó el viaje al presidente de la Marca España no tenía su día, evidentemente.
El problema es mucho más caótico. Nadie sabe cual es la situación real de Cataluña y del Gobierno con relación a Cataluña. Todo se mueve en una nebulosa de leyes, fiscales, policías, jueces, mossos y ciudadanía que no saben exactamente que pasa, que va a pasar mañana y, lo que es peor, que hacer. Los políticos, de todos los colores y pelajes, no contribuyen a aclarar nada. Unos y otros esgrimen unos argumentos de grandes retóricas y terquedades viejas. ¡La ley es la ley! Es el único argumento claro, pero, a partir de esa perogrullada, todo está por aclarar. ¿Qué ley?, ¿qué tenemos que hacer?¿pueden meter en la cárcel al presidente de un país así por las buenas?¿es sedicion, es derecho a la libre expresión democrática? ¿van a cargar los antidisturbios?¿los mossos resolverán su dilema?… Todo es una confusión que alimentan los políticos en general, mostrando su evidente empanada mental en la que navegan por sus propios pecados.
 Lo que era el choque de dos partidos de derechas, cabezones y confusos, que tapan con sus enfrentamientos otros problemas más importantes, se convirtió, por obra de ese encono en un mónstruo incontrolable. Los jueces no saben qué mandar y los fiscales dan órdenes, y las fuerzas del orden público no saben como ordenar ni el público sabe lo que se puede y no se puede hacer. El campo de batalla es terreno abonado para los extremismos, y ya tenemos instalada a la ultraderecha, que viene crecida de Europa y crecerá más aún. Ese es otro de los problemas que estamos dejando de lado: ¿qué hemos hecho para merecer esto? “Esto” es toda la tropa de políticos que invaden esta segunda década del dosmilenio, y que tenemos que soportar y financiar. ¿Dónde empezamos a creer que vivíamos en Disneilandia y que nuestros dirigentes –de derechas o de izquierdas– eran gente responsable? Seguramente en el momento en que nos creimos que las fronteras entre derechas e izquierdas ya no existían y que las luchas de clases eran cosa de novelas rusas y que la Sociedad de Consumo era, en realidad la Sociedad de Bienestar, y que el Comunismo había muerto y que el Capitalismo era una oenegé que nos llevaría a la felicidad con piso y coche.
El problema catalán es nuestro problema, un problema social, no político ni geográfico, sino total. Son ya demasiadas fuerzas metidas en esa pelea, y mañana veremos muchas cosas; no va a haber una votación, al menos en regla, ni habrá resultados, ni esos resultados servirán para nada; no habrá vencedores ni vencidos, sino una confusa situación llena de retórica, ruido y furia sin sentido alguno. Lo que habrá mañana no será una libre decisión democrática sino un testimonio, una confrontación, un pulso entre cenutrios, una metahipótesis, un Real Madrid-Barça político con el Constitucional como árbitro y los fiscales como jueces de línea. Mientras las políticas se desmoronan en Europa –un mercado común nada más– y los movimientos totalitarios pescan en ese río revuelto, aquí estamos experimentando en el laboratorio de Cataluña cosas que todavía no se venden por internet.
Lo que pase mañana será materia de estudio futuro, pero lo que pase mañana no será nada importante. Lo importante es lo que pase el lunes y todos los días que vengan detrás.

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