viernes, 8 de septiembre de 2017

Máquinas de matar y grandes negocios

J.A.Xesteira
Uno de los varios defectos que aparecen al leer los periódicos en una pantalla es que se cuelan cosas “a mayores”, una especie de tributo no solicitado que –se supone– es con lo que pagan los Medios a los  becarios, periodistas y currinches que componen la prensa digital. Así, según las aficiones del lector aparecen anuncios de hoteles en Copacabana o libros en oferta, lo mismo le sale un anuncio de seguros de coche como el estreno de los últimos efectos especiales de Hollywood. El otro día se me colaron al tiempo, en uno de los periódicos-pantalla que mojo en el café del desayuno, dos noticias relacionadas. La primera era un anuncio de la oenegé Oxfam que mostraba una pistola de fabricación española y hacía alusión a que era la aportación española a la guerra del Yemen; el anuncio era impactante y claro, nos recordaba que hay una guerra en el Yemen, de la que nadie habla, pero que, como todas las guerras, deja montones de muertos que no querían morir (me explico, los muertos civiles no quieren la guerra ni sus consecuencias, los militares son otra cosa, quieren matar o morir, es lo que llevan en su contrato); la industria de armas española, sobre la que hablaré una docena de párrafos adelante, vende armas a las guerras, como es lógico, y no distingue entre uno y otro bando (a veces se pueden vender a los dos bandos). El anuncio publicitario es, al tiempo, noticia informativa: nos olvidamos de que existe una guerra en Yemen, un país –me dicen- hermoso, que vivía en paz, y nos recuerda que existe esa guerra y que España, la Marca España, vende armas para matar a yemeníes, a través de acuerdos opacos con Arabia Saudí, y que Oxfam no da abasto a curar y dar de comer a la gente que no quería morir.
La otra noticia no es un anuncio, más parece una película de guerra-ficción; la ministra francesa de Defensa acaba de presentar un avión no tripulado, un dron, para entendernos, que Francia compró a Estados Unidos porque “Los drones armados permitirán combinar de forma permanente la vigilancia y la resistencia con la discreción y la capacidad de golpear en el momento más oportuno” según palabras de la ministra gala. Como todos saben, el drón es un avión manejado desde tierra como un juego de nintendo, para descargar sobre los objetivos prefijados unas cuantas bombas de potencial variado. Los militares afirman que consiguen los objetivos previstos, pero los periodistas nos muestran los resultados: personas corrientes, niños, mujeres y vecinos en general, muertos o heridos, llenando las urgencias de Médicos sin Fronteras. Pero la ministra francesa nos tranquiliza: “No es un robot asesino”. Menos mal. Es una máquina voladora manejada a distancia para descargar bombas sobre objetivos fijados y con los consabidos daños colaterales, pero eso no quiere decir que sea un robot asesino.
A veces no sé si soy más tonto de lo que creo o que la estupidez viene de paquete en la fabricación de políticos con mando en plaza. La ministra gala nos dice que una máquina para matar no es un robot asesino, y se queda tan chula. Vamos a ver, si compran una máquina de matar y después dicen que no es una máquina de matar, ¿para que la compran? Es como si compraran una desbrozadora para adornar la pared del salón, o un televisor de plasma para picar cebollas. Cada cosa es para lo que es, y las armas son para matar, y el que fabrica armas sabe que son para matar y no para hacer películas de vaqueros. Pero existe una mala conciencia, hipócrita y mendaz que disfraza las intenciones comerciales y negociantes de la industria del armamento y sus necesarios conmilitones y políticos de apoyo; la realidad es que hacen dinero de la muerte de los demás, como la hacen las funerarias y los tanatorios (estos de forma pasiva y sanitaria y aquellos de forma activa y cruel)
Si observamos las fotos de los soldados armados en las guerras que permiten ver los informativos podemos saber de donde vienen las armas. Desde el kalashnikov ruso hasta el M16 americano, sabemos quienes las fabrican. No sabemos quienes las venden ni donde se pagan y se cobran, aunque entendemos que hay suficientes cuentas opacas en el mundo que dan beneficio a todos los bancos sin excepción (incluído el Banco de Dios del Vaticano) Parece como si el negocio de las armas fuera una entelequia, no se correspondiera con la industria de cada país, industria que, por razón de su ser, está controlada por los gobiernos por dos motivos: para que se sepan lo que hacen y para cobrarlo. Las armas están más presentes en el mundo de lo que ni podemos imaginar, incluso en España, país desarmado por ley, circulan más armas de las necesarias. En la retransmisión de un informativo sobre el huracán de Texas, un socorrista contaba que en el rescate de personas, los hombres se llevaban las armas y las mujeres los documentos. Los que vivimos aquellos tiempos del pacifismo, con el símbolo de la paz bien visible (todavía lo tengo en alguna vieja chaqueta), pedíamos desarmes y negábamos la OTAN (hasta que Felipe González nos convenció de que no era un robot asesino) sentimos –creo- una impotente derrota ante el gran negocio del siglo. La industria del armamento española facturó el año pasado por valor de 10.700 millones de euros. Pero no fabricaron armas sino material de defensa, que es como el truco del robot de la ministra francesa, un eufemismo. Hace años, durante la mili, tuve un subfusil a mi cargo, un Cetme; años después, en un viaje profesional al Sahara, me dejaron sostener un kalashnikov. Son dos armas manejables, fáciles de usar, no hace falta saber leer, no tienen instrucciones, en cinco minutos se aprende. Es el gran éxito del producto, una máquina para matar y hacer negocios. El de las armas, con el de la droga, son los negocios que más dinero mueven en el mundo. La droga es ilegal y perseguida. Las armas sólo son material de defensa.

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